Capítulo 11
Narrador: Anaïs Moreau
Han pasado casi dos meses desde que Tomas me encargó a Béatrice y me dio el trabajo de mis sueños. Me veo con ella cada fin de semana y a veces resulta tedioso darle a entender que quiero espacio. No por ella, sino porque me agrada su forma de ser y se me hace raro que cosas como esas pasen. No estoy acostumbrada a llevarme tan bien con alguien. Pero tiene algo que la vuelve encantadora con todo el mundo, no es de extrañar que muchos hombres hayan empezado a cortejarla.
Ahora mismo estamos en el jardín trasero. Me cuenta de las cartas que recibe, usualmente por las fiestas a las que asiste con Tomas como representante. Y resalta entre los nombres a los actores. Actores conocidos por películas recientes que se encuentran maravillados por su forma de ser —intento evitar decirle que la mayoría solo le interesa por su aspecto—.
—¿Te interesa eso de ser actriz?
—No lo sé, An. Me interesan muchas cosas.
Estoy acostumbrada a que empecemos a relacionarnos con apodos. Es un gran paso junto al de conocernos para hacer creer a los otros que somos amigas.
—Sé que me interesa mucho la gente, por ejemplo. He conocido hombres y mujeres hermosos. Son deslumbrantes.
—Sí, es hasta que te acostumbras. Aunque también vale mucho el talento, no lo subestimes.
—¿Eh? Tomás no me ha dicho lo mismo. Cuando se enoja no es muy amable tampoco. Me dice que no soy atractiva.
—Eres lo que cualquier persona superficial desearía, Béatrice.
¿En serio no se da cuenta de su belleza? Yo si tuviera la gracia que tiene ella nunca dejaría de conquistar hombres. No por una cuestión de maldad, sino porque es interesante saber cómo actúan las personas cuando se sienten flechadas por tu físico. Nunca tuve de eso, incluso si lo he anhelado.
—No lo sé, no soy ni el mínimo de atractiva que tú.
—Claramente no eres el mínimo.
—Claro.
—Béa, hablo de que eres mucho más atractiva que yo, ¿cómo puedes llegar a pensar lo contrario?
—No... Tú eres atractiva, a la gente le interesas por lo que eres. Digamos que no se te acercara alguien por tu cuerpo y eso es lo que vale. Yo, en cambio, solo intereso por eso, ¿no?
—Ahora entiendo a lo que te refieres. A mí me interesas por lo que eres.
—Solo estás conmigo por el trato con Tomas.
—Gran parte de eso es cierto, pero sabes que no miento. Adoro saber más de ti.
Es cierto que al inicio me dejé llevar por los estereotipos y su apariencia para juzgar quién era Béatrice. Fui ilusa, como todos. Pero ahora que la tengo en frente y me entero de un montón de cosas sobre ella se me hace el doble de atractiva, porque tiene habilidades que nadie hubiera imaginado.
Quizás sí arranqué obligada con todo esto, pero cada día que la descubro me gusta algo nuevo de lo que tiene para ofrecerme. Es un camino bonito.
—Eres hermosa tanto por dentro como por fuera, de eso no me quepa duda.
—Tú también lo eres.
—Si así lo crees quiero que la próxima vez que nos veamos hagas una lista de las cosas que ves hermosas en mí.
—Con gusto, madame.
Su sonrisa, con esas mejillas ruborizadas, me hace sentirme torpemente alegre. Es bueno que nos entendamos. Usualmente las demás mujeres son más difíciles de consolar, al menos eso es lo que yo siento.
Aunque me sorprende el tacto de su mano acariciando la mía, dejo que lo haga. Hoy estoy de bastante buen humor. No sé si porque ella acaba de decir algo lindo o por otra cuestión.
Acaricia mis dedos y tararea una canción mientras algunas mariposas vuelan a su alrededor. A veces tiene estos agarres de cariño, pero como siempre le he puesto un alto ahora me permito sentir su mano. Y tal como lo pensé: es cálida. Para no encariñarme demasiado con su tacto me veo en la necesidad de soltarla y entrar a la mansión.
Eso fue mucho amor para mí.
En cuanto entro a la mansión de nuevo, una de las sirvientas me informa que ha llegado la factura y una carta. A ver, la factura ya no me preocupa porque puedo pagarla, pero la carta... Bueno, es llamativa.
—¿Quién es? —se mete Béatrice con su mala costumbre.
—Mi hermana, Charlotte.
—Qué bonita letra tiene.
—Cállate un segundo.
"Querida Anaïs:
Estoy muy agradecida por todas las cartas que me envías y especialmente la última. Me ayudan a combatir la soledad del hogar. Lamento no haber respondido a ninguna de los años anteriores, temí que fueran escritas por Sarah. Tus últimas palabras me han llegado al corazón, solo tú podrías tener esa manera tan linda de comunicarte. Me enorgullezco de tus logros.
Con respecto a la cena, me parece fabuloso. Mi esposo y yo iremos con un regalo y una gran sorpresa el viernes 26 de mayo. Pídele a Sarah que no arme un escándalo como la otra vez.
Te amo, hermanita, y espero recibir más novedades de la ciudad.
Con cariño, Charlotte"
Es la primera vez que me escribe en años. Y la verdad no puedo evitar lagrimear. ¿Finalmente va a venir a casa? Tuve que insistir tanto... Pero al fin y al cabo hay una razón para su falta de respuesta. Ella terminó muy mal con nuestra madre. La entiendo por completo.
Pero más que nada la entiendo porque sé que la necesito en mi vida, incluso si me duela muchísimo el corazón cuando me trata como si no existiera.
Incluso si me hace mierda, voy a seguir aceptándola. Es la único familia honesta que tengo. Puede destrozarme y yo seguiré abriendo las puertas de mi casa.
Es la única que sabe mi secreto.
—No entendí nada —admite Béatrice en cuanto sabe que el silencio se puede romper—, pero me gusta esa sonrisa que tienes.
—Realmente estoy feliz. Hoy haremos una actividad mucho mejor que ir a tomar un café y chismosear. Iremos al cine para celebrar nuestro aniversario.
—¿Aniversario?
—El aniversario de cuando nos conocimos: 21 de marzo.
—¿Así que vamos por dos mes? ¡Ya espero los próximos años a tu lado!
Qué tontería. La verdad es que no creo que lo nuestro dure mucho. En cuanto a Tomas se le ocurra cambiar de giro dramáticamente la quitará de mi lado y la meterá... No sé, seguro en el teatro. Es normal para mí que haga esto, aunque nunca me permití ser tan cercana a una de sus mademoiselle. Pero Béa será una condición especial.
En el medio hablamos sobre moda. La pongo a prueba, pero está claro que con la vestimenta que tiene sabe mucho de lo que habla. Lleva una falda marrón con una remera anaranjada, pero un anaranjado pálido. Me gusta. Esos colores cálidos los luce bien.
Béatrice sabe responder con astucia, pero también es buena esquivando temas, algo que la deja muy bien parada cuando lo consigue y más al notar que la moda es lo de menos para ella.
—¿Qué película veremos?
—Es una buena duda... Hay varios nombres en la cartelera, pero no quiero una película estadounidense.
—¿No me introduciría mejor a ese mundo?
—No, no crean cosas muy serias sobre ellos, Béa.
—¿Qué te parece Mujeres en Venecia?
—¿Será italiana? La verdad me estuve fijando más en Belle de jour.
Tiene una portada interesantísima. Hay una mujer rubia y desnuda de espaldas mirando directamente a la cámara. Es simple, porque la rodea un fondo blanco y la tipografía es agraciada. Seguro que se está volviendo todo un éxito. Es cada vez más común esta clase de portadas.
—Oh, escuché a algunas personas hablando sobre el estreno. ¡Creo que es hoy!
—¿Quedarán entradas?
Tal como lo supongo, no hay entradas. Es una lástima, la verdad era la que más me llamaba la atención. Luis Buñuel produce buenas películas, uno mismo a veces le busca el significado... Ay, pero Béa no lo entendería. Literalmente se deja llevar por la primera pareja románticamente aburrida que ve.
—¡Mira esta! La plus belle fleur. Veamos esa, Anaïs.
—No creo que sea muy...
—Por favor.
Cuando pide por favor y hace esa cara de perro mojado se debilita un poco mi decisión. Nunca me dejo llevar por esta clase de mujeres, pero dudo que la dejen ver muchas películas. Así que voy a ver eso.
Le pido que se quede quieta y tenga cuidado con su forma de moverse mientras voy a pedir las palomitas y la bebida. ¿Tomas ya habrá empezado la dieta con ella? Dudo que la deje tomar gaseosa. Pero ya que él no está presente pido dos Coca-Colas.
Me tardo un par de minutos, pero para cuando vuelvo me encuentro a mi primo. A ver, no tenemos casi nunca tiempo de hablar, pero sé que se ve siempre con Béatrice. ¿Por qué para en un lugar como este?
Veo cómo me saluda con esa sonrisa nerviosa y también la forma en la que Béatrice le insiste para que se quede.
—Anaïs, por favor, ¿él puede venir con nosotros?
—Gracias por ponerme en el compromiso de decidir cuando claramente ya lo has integrado —aclaro con notoria ironía para luego mirarlo—. En realidad, esto era de nosotras dos, pero si quieres venir...
—¿Ves? Aceptó.
No puede ser. Gerard ni siquiera finge que tiene un inconveniente. Parece tan complacido por Béa que la sigue. Qué costumbre de meterse en donde no le incumbe. Ya se está volviendo igual que Tomas, seguro que por trabajar mucho tiempo con él.
A él no le gustaría que hiciera lo mismo con una de sus citas.
¿Pero qué pienso? Béa no es una cita. Solo es un compromiso de amigas que quería hacer a solas con ella. Era más íntimo de esa forma. Pero ahora tengo que soportarla a ella hablando durante toda la película, girando la cabeza hacia él y hacía mí simultáneamente.
Es un horror. Tengo que hacerle entender a ella que no puede hablar a los gritos y que directamente no se habla al ver películas en un cine. Quedo como la mala, pero no quiero dejarla pasar vergüenza así. Mi imagen también queda mal si me junto con una desubicada.
—Oh, amé la película y ese beso final... Pero algo me extraña, ¿por qué él se convertía en mujer y luego volvía a ser hombre?
Como si fuera poco, la película causó mucho disgusto. Nadie aplaudió además de nosotros.
—No lo sé. Al final la película terminó siendo rara.
—Quizás él no se sentía cómodo en su cuerpo y tenía que aparentar —dice Gerard como un genio y solo me parecen tonterías de un empático.
—Hay un trastorno para eso.
—Hay un trastorno para todo, Anaïs.
—¿Incluso para el amor?
Béa no entiende nuestra conversación pasivo-agresiva, así que salta con esa cuestión con completa inocencia. Pobre de ella cuando ya pase cuatro años en sociedad y sepa a todo lo que nos referimos.
—Creo que sí, he escuchado de psicólogos que apuntan a la idea de que funcionamos como unos trastornados cuando nos enamoramos.
—Bueno, ahí tienen la respuesta exacta. Cécile, o como se llame, no era una trastornada, solo quería ser aceptada. ¿En qué nos afecta como sociedad que el otro se sienta diferente?
Tanto Gerard como yo nos miramos. Si tan solo todos pensáramos igual que Béa no se seguirían encerrando a los homosexuales por el simple hecho de su orientación. Pero es complicado convivir con las diferencia del otro, por eso hay discusión de todo tipo.
Gerard cree que está bien, yo creo que esas personas son trastornadas y Béatrice habla de cuestiones inocentes. Es imposible hablar esto con ella. No lo va a entender.
—En fin, amé al actor de Cécile.
—Maxime Roger. No te dejes llevar mucho por él. Es un poco estúpido fuera de sus papeles.
—¿Yo podría conocerlo?
—¿Acaso alguna vez me escuchas, Trice?
—No juzgo a alguien sin conocerlo.
—Está bien y mal —digo—, pero como es Béatrice lo más probable es que esté mal.
—Se trata de experiencia, ella es nueva.
—Saben que sigo aquí, ¿cierto?
Los tres llegamos a un café, riéndonos un poco. Yo insisto con molestar a Gerard porque no lo había invitado nadie a nuestra salida y veo como Béa salta a su defensa pidiendo que no sea tan agresiva. En realidad, él ya me conoce. Cuando no me gusta algo se lo dejo muy en claro.
Al final me termina convenciendo de que es un invitado muy agradable, porque habla de anécdotas chistosísimas de cabarets y de errores que ha cometido con mujeres a la hora de coquetear. Me termina sacando muchas risas. Casi parece irreal lo bien que me siento así de acompañada.
Me he acostumbrado a la soledad. Cuando mamá estaba enferma no dejaba que nadie viniera a casa y me excusé con eso. Pero incluso antes que ella enfermara yo no me permitía traer gente. Se sentía raro. Como si la casa aún fuera de Leo, mi padre.
Todo este tiempo me castigué socializando solo para cuestiones de quedar bien, pero ahora me encuentro con un entorno que me gusta. Es como si mi tortura se estuviera acabando.
—¿Sucede algo, An?
Al parecer los dos me observan como extrañados. Seguro me quedé mirando un punto fijo de nuevo.
Cuando la paso bien me voy muy lejos de la realidad.
—No, solo estaba mirando el menú detrás de ti. Debería venir aquí más seguido.
—Deberíamos.
—¿Tú y yo?
—Tú, Gerard y yo.
—¿Por qué está metido en el medio de las dos? —hago lo posible para que mi comentario sea de lo más amargo, pero mi expresión genera que ambos se rían—. ¿Ahora se ríen de mí?
No me hubiera imaginado un día de mi vida en el que pudiera encontrarme tan bien, querida y apreciada como este, en el que mi primo acepte mi capricho como si nada y mi nueva amiga no deje de demostrarme afecto. Ciertamente, estando con ellos y viéndolos ser, me siento libre y en casa.
Extrañaba la sensación de casa, pero me doy cuenta que no hay una sola persona que me la pueda brindar. Todo consta del lugar en el que decida residir. Y, al menos por este día, me permito la idea de sentir que podrá durar. Porque siempre que llegan esta clase de ocasiones con personas me permito abrir mi corazón.
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