Capítulo 1
Narrador: Anaïs Moreau
Mi familia nunca ha sido la más bonita o unida. Pero puedo resaltar con orgullo el orden. Y a veces el orden puede ser muy pesado.
Estar en la alta sociedad significa vivir en orden con una vida "deseada" y en la que no reflejamos nuestras inseguridades o malestares principales. Peor aún si eres una mujer, te tienes que aguantar los dolores en nombre de la belleza y casarte con quienes tus padres decidan. Tristemente, nada funciona en contra de quienes tienen mucho dinero.
Esta vez soy yo quien tiene que soportar una situación horrible: la exigencia de mi madre de casarme con alguien a quien no amo. Yo soy fiel creyente de que no hay peor mal que mentirte a ti mismo. Por esta razón termino discutiendo con ella, en medio de mi molestia por su pedido y en el descaro de dejarle en claro que solo mi padre podría obligarme. Gracias a cualquier ente divino que él está muerto. ¿Qué tanta tortura recibiría si siguiera aquí? Después de todo, gracias a él Belmont es mi prometido.
Al final me termino marchando con mi dignidad intacta. No discuto con mi madre. Ella es muy hueca como para llegar a entender lo que quiero decirle. Solo piensa que tiene la razón por la edad, pero no puede estar más equivocada.
Es un lío todo esto sin la presencia de mi hermana Charlotte. Ella traía armonía. Pero decidió marcharse en cuanto cumplí veinte años y ahora tengo que afrontarlo todo sola.
No parece que hayan pasado cinco años.
—Hola Mercedes —saludo en cuanto veo a la sirvienta de una conocida. Parece angustiada—. ¿Sucede algo? ¿Necesita ayuda con las bolsas?
—Oh, no, nada de eso, Madame... Es solo que Madame Jane está enferma.
—¿Habla de June?
—Ella misma —se acera para hablar contra mi oído—... Verá, está en una situación complicada de parto. Todo dice que volverá a perderlo. ¡Recemos a Dios para que así no sea!
—Lo lamento muchísimo. Mándele mi pésame y que Dios las resguarde.
Es triste lo que oigo en plena primavera. Esta estación me encanta porque siento que hay más vida, las flores aparecen alegrando a los demás y los niños nacen en su mejor momento. Pero también hay noticias desgarradoras.
June... Ella es lo que uno consideraría amiga para mí, pero yo he reducido mi número de amistades a cero. Solo charlo con las personas por necesidad de seguir teniendo respeto, después de eso no necesito amigas. Porque tener amigas significa confiar y eso no es algo fácil para mí, así que prefiero guardármelo todo.
Solo busco sobrevivir en esta sociedad traidora donde debo de guardar mis secretos.
Llego al parque Flowers for Margaret. El nombre es muy anticuado para nosotros los franceses, pero es porque lleva detrás de sí una historia curiosa. Está escrita en frente de una fuente que se llena de flores cada primavera.
"Margaret, tu amante secreto ha decidido revelarse con las flores del amor femenino. Con tus suaves manos que brindan alegría a los republicanos, espero llegar a ti, a través de margaritas, las flores bonitas.
Para que nunca se descubra mi frágil nombre de espinas... Me exilio con un lirio.
Con amor..."
Es precioso ver la fuente llena de rosas, margaritas y un solo lirio, con el fin de seguir al pie de la letra la carta. Pero claro, todos parecen ignorar que esto fue escrito por Rosa, una inglesa lesbiana del año 1860, que se había enamorado de una republicana francesa, amante de las flores. Quien, para su mala suerte, no le correspondió nunca.
Todos prefieren decir que solo es una carta de amistad o que Rosa estaba confundida. Pero no es así. Solo... La gente le gusta conformarse con ideas absurdas y patéticas. Les encanta cerrar los ojos cuando se tienen que enfrentar a algo que no encaja con ellos.
No es sorpresa para nadie que en Francia vea con asco a las lesbianas.
Me siento un rato en frente de la fuente y tomo aire. Este sitio se siente más real que toda la mansión Moreau. Me siento triste al mojarme los dedos y el perro sabueso que se recuesta a mi lado, alimentado por los visitantes, me da a entender que no estoy sola en esto.
A veces solo me tengo que escapar del resto para encontrarme a mí misma.
Siento una mirada intensa sobre mí y cuando giro para encontrarla, noto unos ojos verdes encantadores posados sobre mi figura. Mi insignificante figura es observada por la reencarnación de una mujer preciosa que parece curiosa. ¿Será por mi estilo? ¿Quizás mi rostro?
—¿Madame Moreau? —esa voz me sobresalta y tengo que girarme de inmediato—. Lamento haberla asustado.
Belmont... Hacía tiempo que no lo veía. Tuve que encerrarme durante seis meses con mi madre debido a su lesión y creo que no debo de tener el mejor aspecto. Pero él siempre me sonríe con timidez, así que nunca sé qué piensa de mí.
—Bonjour, Monsieur Adler.
—Creo que nos deberíamos dejar de tratar con nuestros apellidos, parecemos desconocidos.
—A ti solo se te ocurrió.
—Error mío.
Me río junto a él mientras acepto la mano que me ofrece. Pronto tomo su brazo para caminar. No quería encontrármelo, pero así han sucedido las cosas y quedaría mal si le diera a entender que no quiero estar con él.
Se pone a hablar de cosas superaburridas para mí. Habla de deporte, algo que creo he dejado en claro que no me interesa, pero al menos se centra solo en el tenis, los demás hombres son mucho más intensos. Es alguien muy tranquilo a comparación de otros, casi roza lo femenino por sus gestos y el tono de su voz cuando se ilusiona.
Aunque su físico dista mucho de lo que se conoce como femenino. Tiene unos brazos bien formados gracias a la militancia y una mandíbula cuadrada. Quizás su rostro no sea atractivo, pero no tiene ni un poco de gracia femenina.
Es una lástima que no me gusten los hombres. Él resulta alguien interesante y atento, pero como no me veo en la necesidad de hablar dejo que siga reflexionando sobre su ídolo francés Jean Robert Borotra.
Llegamos a un lugar demasiado elegante para desayunar y solo me recuerda con dolor mi falta de dinero. Ese fue el principal tema por el que mi madre se andaba quejando conmigo: nos hace falta un ingreso, aunque sea mínimo, porque se nos está agotando todo con sus costes médicos y la renovación constante de la casa. No me puedo permitir caer de posición en esta sociedad.
A pesar de que no es mi costumbre, me alegra que Belmont se ofrezca a pagar el desayuno y que yo pueda agradecerle aliviada.
—He hablado mucho de mí, dime sobre ti, Anaïs. Me ha preocupado tu ausencia.
Es una de las pocas veces que utiliza mi nombre. No es alguien que tome confianza rápidamente. Creo que sigue siendo muy tímido a juzgar del poco tiempo en el que me mira a los ojos y su risa nerviosa.
—He sido muy reservada para que no circulen rumores, pero mi madre ha estado enferma y, además, lesionada. Soy la única que está en la casa además de mis sirvientas, así que me hice cargo. Lamento haberte preocupado.
—Es entendible... Lo siento, no estaba ni enterado. Le haré una visita pronto.
—Oh, sí, ella te adora. Eres quien mejor le cae.
Y es cierto. Belmont es el favorito de mi madre entre sus miles de conocidos. Ella dice que él, a pesar de no portar con la belleza exterior, tiene un corazón hermoso y es tan buenito que ignora su introversión. Me lo vive repitiendo desde hace cinco años, cuando él se convirtió en mi prometido, más obligado que por gusto creo.
Pero nunca le vi la gracia a él. Encanta a todas las madres, sí, pero es muy aburrido, no hay nada que no te puedas esperar de su boca. Nunca me ha tomado de la mano, al menos de que se lo pida, y ni siquiera me da besos delante de la gente. No parece estar tan interesado en mí, de no ser por su rostro de tonto enamorado cuando me mira.
Y yo entiendo, he salido con algunos hombres antes, incluso si no son de mi gusto, pero ellos se esforzaban. A él le da igual todo. Es como si fuera un trofeo que ya ha ganado y solo le toca presumir.
Lástima que no soy tan buen trofeo con lo pobre que me estoy quedando poco a poco.
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