Capítulo 3: Una explosión de rosa en el patio.

Cuando estaba en la primaria, creo apenas por la mitad de la etapa escolar, una de las maestras más geniales de todo el colegio organizo un grupo de baile al ver que distintos grupos de niñas, en su mayoría, nos reuníamos en el recreo a bailar coreografías de nuestra película favorita.

Todas las tardes nos quedábamos un tiempo extra a practicar para presentarnos en el siguiente festival de fin de cursos. No había límites para entrar al grupo realmente, al menos, no por parte de la escuela.

Karlos, un chico de unos cuantos grados mayores que yo, decidió que también quería ser parte. No era el único chico, pero si el que dejo un impacto en todos nosotros, especialmente porque casi nadie volvió al grupo después de que el no regresara.

Ya habíamos tenido unos cuantos ensayos donde notábamos que él siempre salía unos minutos antes y cuando esperaba a su papá para que lo recogiera, siempre estaba del lado de los del grupo de fútbol, que en su mayoría eran niños. Trataba de no hacer contacto visual con el equipo de baile y simplemente actuaba como si sus compañeros reales fueran otros.

No sé qué paso exactamente para que cambiara de opinión o si fue un deslice por su parte y olvido por completo lo que tenía que hacer. Su padre llego, se dio cuenta que en realidad Karlos no le apasionaba el deporte sino el baile y las cosas tomaron un rumbo oscuro y agresivo.

Le grito una cantidad espantosa de insultos y palabras denigrantes por varios minutos antes de que la maestra se diera cuenta. Llamaron a la mamá de Karlos para que calmara un poco la situación, al menos de momento y buscando el tener un apoyo para el chico. Eso no sucedió.

Su mamá sí que apareció, pero no mejoro la situación.

Al día siguiente Karlos llego a la escuela con una cara de no haber dormido en días, se abstuvo de estar con nosotras y con el equipo de futbol. No hablaba con nadie y comenzó a ir al psicólogo escolar. Nos rompió el corazón a todos, incluso cuando no entendíamos demasiado la situación.

En el siguiente ciclo escolar no estaba más en el colegio y no supimos de él de nuevo.

Ahora, bueno, digamos que un adolescente tiene más recursos y menos miedo de los adultos que un niño de once años.

Estoy convencida que estoy haciendo una locura. Ya no tenía quien me detuviera al convencer de que mis acciones tenían alguna probabilidad de salir bien a haber convertido al delirio a aquellos capaces de hacerlo. Nuestras acciones tendrían consecuencias si no salían bien, no solo por parte de las autoridades, pero eso no me importaba tanto como lo que obtendría si éramos exitosos con nuestros planes.

Cuando entramos a la preparatoria, todos estábamos entusiasmados. Muchos de nosotros estábamos en nuestro máximo esplendor de la adolescencia, comenzamos a tener la libertad de no llevar un uniforme, expresando nuestra personalidad sin restricciones por la primera de las impresiones. Eso fue, claro, hasta que las novatadas comenzaron a llegar. La única manera de evitar ser lastimado era mantenerte debajo del radar.

Los chicos no lloran, no usan colores no femeninos. Los deportes "fuertes" son para los hombres, ninguna actividad fuera del área.

Las chicas tienen que ser femeninas, pero no demasiado, porque si lo eres recaes en lo tonto. No puedes quejarte de lo que te toca. Tus actividades no requieren que te muevas, pero tampoco en aquellas de estereotipo. Las rubias son tontas. Las castañas son tontas. Las chicas son tontas.

No hay espacio seguro. Ya no teníamos maestros que nos defendieran, ahora éramos todos contra todos.

Era nuestro turno de ser los intimidadores. Era nuestro trabajo preservar un reino de terror con estereotipos o luchar contra él. El momento de la ofensiva había comenzado. Tomamos la primera arma que vino a mi mente; bombas de confeti.

Una vez que recibo el mensaje de confirmación, me encamino a mi posición con nuestra meta en mente. Todos estábamos arriesgándonos mucho. No tardó mucho en encontrar a mi objetivo, una vez frete a mí, la tarea es sencilla.

Con mis habilidades nada pulidas de manipulación, hago que la profesora avance junto conmigo lejos del centro de las bombas mientras le comento como es que el profesor de Laboratorio no ha estado asistiendo a clases y todos los que llevamos su clase estamos muy preocupados por el examen.

No escucho nada más que el murmullo habitual durante los dos minutos exactos que habíamos acordado que tendrían de ventaja. El desastre que dejaríamos atrás sería imposible de esconder, lo menos que podíamos hacer era hacer que no fuera fácil encontrar de donde llego. Elevo mi tono de voz y hablo cada vez más rápido tratando de desviar la atención de la maestra por un rato más.

Afortunadamente para mí, el timbre no tarda mucho en sonar. Digo alguna excusa vaga sobre llegar temprano a clase y corro directamente al baño abandonado del tercer piso donde mis amigos se encuentran reunidos listos para informarme de todo lo que mis ojos no pudieron ver y comenzar a trazar la siguiente parte del plan.

— ¿Funciono? – La duda es lo primero que sale de mis labios al entrar por la puerta aun si haber visto a nadie. Y sigo sin hacerlo. Tengo miedo de ver algo que no va a gustarme.

— ¡Funciono Xio! Es tan emocionante, ¡hay que hacerlo de nuevo! – Por fin levanto la mirada para encontrarme a todos con sonrisas de satisfacción en sus rostros. Suelto el aire que no sabía que estaba conteniendo y choco los cinco con todos mientras trato de contener la risa por el entusiasmo de Ricardo.

Rubén se acerca a mi lado para mostrarme el video de lo ocurrido, desde un ángulo a distancia donde se puede ver todo el patio principal. Doy clic en el botón de inicio esperando lo peor.

Cuando las primeras bombas se lanzan todos se asustan un poco por el sonido de pop, después, algunos tratan de quitar el confeti de encima como si fuera bichos, algunos otros actúan arcadas.

Uno pensaría que harían comentarios preguntándose, ¿Quién fue el loco que nos bombardeó con confeti? Pero en la preparatoria parecía que las cosas eran diferentes. Ellos no estaban preocupados por eso, no señor. Para todos los estudiantes, parecía más importante porque el confeti era color rosa fuera el protagonista.

—Hey Xio, no te preocupes, ya idearemos una forma de lograr el cambio antes de que se acabe el curso, aún nos quedan algunos meses. ¿Qué tan difícil puede ser? – me rio un poco y les doy una sonrisa a May.

Todos ponemos las manos al centro hasta formar un ciclón de manos para levantarlas al aire mientras gritamos como si fuéramos parte del elenco de alguna serie americana.

Una vez que acordamos reunirnos ahí mismo después de clases, tomo la mano de Rubén caminando en dirección al aula, con una fe renovada y un objetivo más a la espera de ser alcanzado.

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