Capítulo único

Recordaba su sonrisa. El sonido de las hojas silbando con gracia mientras el viento pasaba a través de ellas, y también, entre los cabellos de cerezo. Recordaba su sonrisa, amable, bondadosa, incluso cuando el comienzo entre ambos había sido extremadamente confuso y él mismo era un hueso duro de roer.

Se había acostumbrado a verlo regresar. Los largos lapsos en los cuales se encontraban separados, terminaban en un acogedor y caluroso reencuentro que pertenecía a sus memorias más dulces. Podía no decir su nombre de manera correcta, o incluso demostrar que nada le importaba, pero en su mente, se encontraba presente aquella expresión que significaba la calma en la tormenta.

Él siempre había estado solo. Los animales de la montaña podían considerarse una familia, pero el calor de la compañía de sus semejantes había llegado desde el primer momento en el que encontró a un grupo al que podía llamar amigos. No obstante, el tiempo se encargaba de moldear todo pensamiento y emoción hasta volverse algo totalmente diferente. Tal y como las orugas evolucionando hasta volar alto en el cielo o como los capullos floreciendo en la primavera, su corazón había albergado profundos sentimientos por su amigo. Alguien como él, nunca había experimentado esa clase de emociones.

El helado viento recorría su piel, y se sentía casi tan frío como su pecho, en contraste a eso, las tibias gotas habían recorrido sus mejillas en varias ocasiones. Él siempre había estado solo, o eso había pensado hasta ese momento, la soledad era ese sentimiento que lo ahogaba, la soledad, era pensar en un mundo donde no volvería a ver la sonrisa de Tanjirou.

Sujetó el haori que cubría su cuerpo, hundiendo los dedos como si la tela fuese a volar y desaparecer, tal y como lo había hecho aquel chico de ojos borgoña. Las personas se habían amontonado sobre la tumba de Kamado Tanjirou, querido amigo y compañero. Los integrantes de la finca mariposa lloraban desconsolados, por cada muerte. Sumi, Kiyo y Naho, con sus pequeñas manos cubrían sus rostros, Aoi, intentando lucir más fuerte, las abrazaba mientras traicioneras lágrimas bajaban.

Lo peor fue ver a su hermana. Nezuko, quien había pasado por tantos problemas en un estado de inconsciencia, apenas tenía tiempo para recordar todo lo que había perdido.

Él casi no pudo hablar, con Zenitsu a su lado y la joven Kamado en los brazos de este. Las lágrimas no salieron de inmediato, esperaron, silenciosas. Su expresión bastaba para percatarse de la aflicción que sentía. Lo sorprendente fue cuando el haori a cuadros fue entregado por Nezuko.

—Cúbrete, debes tener frío —dijo ella con un tono amable.

Inosuke miró la prenda durante segundos que parecieron eternos antes de que su mirada se nublara. Se quedó con el haori, porque nadie lo pidió de regreso y él mismo se sintió incapaz de dejarlo. Muchas personas habían sido despedidas ese día, demasiadas para poder llenar el vacío que dejaban, él no podía creer que se estaba despidiendo de Tanjirou.

Debió decírselo.

Su amado Tanjirou.

Deseó abrir los ojos y estar dormido a un lado de su cama, aguardando a que abriera los ojos, demostrando lo fuerte que era. Las sensaciones se mezclaban, negación, frustración, resignación, ira y desasosiego. No haber podido hacer nada, no poder recostarlo en sus piernas, ni poder señalar culpables a los cuales golpear hasta que su cabeza dejara de decirle que él no había hecho suficiente.

Añoraba esa compañía. Cinco minutos hubieran sido suficientes. Para decirle que iba a cuidar a su hermana, que todos iban a estar bien, y que él siempre iba a permanecer en su corazón como recuerdos. Tal vez abrazarlo fuerte contra su pecho, sentir la respiración al ritmo de su acelerado corazón. Acariciar sus cabellos y decirle que todo estaba bien, que todo estaría bien con o sin él, que podía descansar, aunque en el fondo, eso fuera demasiado aterrador.

Zenitsu y Nezuko habían hablado cuando él se marchó del funeral. Apenas pudo pronunciar un: "No te vamos a dejar" a la joven Kamado antes de desaparecer. Nadie lo criticó, cada uno tenía su forma de lidiar con las pérdidas. Sin embargo, Zenitsu lo observó con preocupación sin saber cómo ayudar.

—Creo que escuché cómo se rompió su corazón —mencionó Zenitsu, aunque había escuchado demasiados corazones estremeciéndose ese amanecer. Todos latían diferente, Inosuke tenía un espíritu más sensible del que mostraba, parecía muerto en vida.

Las palabras fueron concretas, más de uno pudo escucharlo, infiriendo el significado que conllevaban las mismas.

Percibió pisadas cerca de él hasta que un cuerpo pequeño se sentó a su lado. Vio las bastas del kimono rosa. No se movió, el silencio parecía cómodo aunque no encajaba con la personalidad explosiva de Inosuke.

—Deberías venir con nosotros —habló ella con un tono suave—. Vamos a comer muy pronto. A Zenitsu y a mí nos gustaría que comieras con nosotros.

Por lo general, él sentía apetito. Se imaginó que iban a estar todos reunidos en una gran mesa para recordar todo aquello que todavía estaba ahí. Tanjirou solía comer a su lado, ofreciéndole sus porciones debido a las grandes cantidades que él comía. Tocó el haori ante la atenta mirada de la chica.

Los ojos rosa se enfocaron en él, callados y acogedores. Decidió no observarlos de frente, porque se parecían demasiado a los Tanjirou. Amables, dulces y carentes de maldad o dobles intenciones.

—Yo también lo extraño.

Nezuko colocó una mano en su hombro.

—Ahora quedamos nosotros tres —habló ella, sus ojos estaban vidriosos—. Así que, por favor, no te alejes.

Las palabras honestas golpearon en su pecho. No era su plan dejarlos solos o estar llorando para siempre. Solo deseó tener su luto en solitario, intentando ordenar los pensamientos de su cabeza. No pensó en lo mucho que debía estar preocupando a sus amigos.

—No lo haré —contestó—, le prometí que te cuidaría en lugar de Gompanchiro.

Las palabras salieron de su boca con honestidad. Él no era el hermano mayor de Nezuko, pero eran una manada, se protegían unos a otros. Debía cuidarla como si fuera su propio hermano mayor, aún si la sangre no los enlazaba. Recibió una sonrisa que no poseía alegría absoluta, pero sí alivio. Notó que a unos metros yacía Zenitsu, observando todo con ojos comprensivos y cansados.

Entonces, caminaron en silencio.

Los tumultos de tierra estaban apilados, unos cerca de otros. Unos cuantos aún rezaban para que los muertos pudieran encontrar descanso en la otra vida. Ellos habían presentados sus oraciones, salvo Inosuke, completamente inexperto en aquellos temas. Al acercarse a la tumba, notaba lo real que era todo. Bajó capas de tierra, yacía el cuerpo de alguien que significó más para él de lo que alguna vez pudo imaginar.

—Estoy segura que mi hermano entendía y respondía a tus sentimientos.

Un frase delicada, llena de cariño y consideración. Inosuke pensó que esa debía ser una cualidad de los Kamado. No pudo evitar pensar en un futuro donde Tanjirou hubiera envejecido, con facciones maduras, pero el gesto bondadoso. Quizá con unos cuantos niños que tuvieran la misma sonrisa brillante, cabellos rojizos y grandes ojos inocentes, ajenos a lo que era el mundo antes de Muzan.

No le gustaba pensar demasiado en las cosas.

—Tanjirou...

Pronunció su nombre, quizá por primera vez o por última vez.

Los lirios rojos adornaban la tierra. Solo temporalmente. Al igual que los humanos al nacer, las flores iban a secarse con el tiempo. Tal vez en otro momento, encontrarlo iba a tener un final diferente, uno que pudieran compartir. La primavera llegaría y los lirios florecerían a su lado y antes de que el otoño las hicieran marchitar, él diría sus sentimientos en voz alta.

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