Capítulo 4
Uno de los profesores había estado buscando a Saga, y como siempre que iba por su café, la chica le dio información sobre su paradero. Sin más contratiempos, se dirigió a la sala de lectura sin encontrarlo. Buscó por los estantes hasta que ubicó los alborotados cabellos índigos de su compañero y le palmeó la espalda. Éste, volteó encontrando al culpable de la acción y sonrió esperando a que el profesor hablara:
―El director te llama, Saga. Me dijo que quería verte en su oficina.
―Gracias, Aioros. Voy de inmediato para allá.
Salió de los estantes y recogió sus cosas para caminar con dirección al despacho del regente. Su cabeza lucía ligeramente inclinada hacia abajo por la inundación de sus pensamientos. ¿Le otorgaría días de descanso para buscar a su hermano? Si ese sería el caso, ¿Cómo lo reconocería? Poseía una vieja fotografía que rescató del incendio, pero era de esperarse que Kanon hubiera cambiado con el paso de los años. Pronto sus pensamientos fueron interrumpidos por él mismo cuando se detuvo frente a la oficina directiva.
Después de tocar tres veces, la entrada fue abierta por el segundo al mando: Dohko Mei. Éste tendió su mano haciéndolo pasar hasta llegar a la puerta de roble. Una vez que se encontraban enfrente, Dohko abrió e hizo pasar al joven profesor antes de cerrarla después suya. Detrás del imponente escritorio, se hallaba un hombre de aspecto maduro con lentes de media luna, aunque bien conservado. Ambos hombres tomaron asiento en cuanto el director les habló:
―Profesor Saga, lo cité porque me pidió con Dohko cuatro días de descanso. Sabe que estamos en época de exámenes finales, así que deseo saber el motivo de su petición.
―Verá, Doctor Shion, ese tiempo que usted me dé es para ir en busca de mi hermano gemelo. Él y yo nos separamos cuando quedamos huérfanos en el incendio. ―Saga se acomodó en la silla de madera. ―Se lo agradecería infinitamente si me diera permiso de irme.
― ¿Fue hace catorce años, cierto? ―Preguntó el dirigente observándolo por encima de sus lentes. Saga asintió. ―Entiendo que es muy importante para usted, pero actualmente existen organizaciones especializadas encargadas de buscar y encontrar a personas extraviadas. ―Se quitó los anteojos y lo miró fijamente. ―Así que, desgraciadamente, no puedo aprobarlo en este momento. Espere hasta vacaciones y con todo gusto podré ayudarlo, ¿Está bien?
―Sí, señor. ―Respondió serio. Ambos hombres se levantaron y, antes de salir de la habitación, el director añadió:
―Lo espero mañana, profesor Saga y, Dohko, necesito que te quedes un poco más.
―Sí, Shion. También tengo asuntos que tratar contigo. ―Contestó el Subdirector abriendo la puerta a un triste Saga. En cuanto la puerta fue cerrada, Dohko volvió a su lugar y explicó ante la curiosidad del máximo administrativo. ―Me ha llegado una queja de uno de los alumnos de Saga. Estaba muy confundido, por lo que escuché con atención. Me informó que un sujeto lo tomó del brazo y le preguntó por la biblioteca. El chico le contestó con burla, pero el hombre le confesó algo que, incluso a mí, lo tenía intrigado.
― ¿De qué se trata, Dohko? ¿Algún extraño? ―El chino negó con la cabeza.
―El hombre en cuestión le dijo que estaba buscando a Saga, que nunca había visitado esta escuela y que su nombre era Kanon...
― ¿Y cuál es el problema?
―Que el hombre era idéntico a nuestro profesor, Shion. ¿No será que ese tal "Kanon" sea el hermano de Saga?
―Puede ser... ―comenzó a decir dudoso, pero fue interrumpido por Dohko:
―También me topé con la chica de la cafetería, Psique, y me dio las mismas características que el joven estudiante... ―El hombre se levantó inesperadamente y colocó sus manos en el escritorio, sobresaltando a su jefe. ―Si ese sujeto es Kanon, estamos cometiendo el error de no darle los días que pidió Saga.
―Lo entiendo, Dohko, pero como ya mencioné antes, estamos en exámenes y ningún profesor puede faltar. Lo siento de verdad, pero si le doy autorización a Saga, los demás empezarán a protestar. ―se levantó del sillón y tomó el hombro de Dohko en actitud comprensible. ― ¿Entiendes eso?
―Está bien. Se hará como tú digas, Shion... ―finalizó volviendo a sentarse para ayudar a Shion en los asuntos escolares...
***
El manto oscuro de Nix cubría toda la ciudad en total calma. La arquitectura de la casa, al estilo griego. La sala, silenciosa, sin embargo en la cocina misteriosamente no. Los gemelos trataban de conciliar el sueño después de oír las frecuentes discusiones de sus padres en el primer piso. Saga se hizo un ovillo entre las sábanas tratando de olvidar todo, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por una mano adolescente que lo movía sin cesar:
―Saga, ¿Puedo dormirme contigo esta noche? ―Preguntó su reflejo humano. El aludido se levantó aturdido por la pesadez del cansancio notó que su hermano traía consigo su almohada.
―No. Ya estás grande, Kanon. Vuelve a tu cama y duérmete. ―Contestó con molestia. Kanon lo siguió moviendo hasta que Saga se levantó de la cama mirándolo con enojo... mas su expresión cambió en cuanto distinguió que estaba triste. Suspiró y le indicó que lo acompañara con resignación. Una vez que los dos se acomodaron, Saga le advirtió. ―Nada más no me patees. Tienes mal dormir...
―No lo haré. ―Guardó silencio un minuto para opinar. ―Ya sé lo que significa ser frígida...
Saga se incorporó para ver a Kanon, haciendo que el otro asintiera y le dijese su nuevo descubrimiento:
―Sí, le pregunté a la maestra de Biología qué era eso y me contestó con vergüenza que era una mujer sin poder lubricar y que cuando tenía relaciones con su pareja le dolía...
― ¿Cómo te atreviste, Kanon? ―Le reprendió su hermano. Kanon alzó los hombros contestando:
― ¿Te acuerdas de la discusión que tuvieron nuestros padres cuándo teníamos ocho años?
―Han sido tantas desde aquel día que ya perdí la cuenta.
―Papá le dijo a mamá que no tenía la culpa de ser frígida... no sé, pero eso fue un insulto terrible, ¿No crees?
―Pues... sí. ―se oyeron pisadas en el pasillo y, asustado, recomendó. ― ¡Rápido! ¡Acuéstate y finge estar dormido!
― ¡S-sí! ―musitó nervioso el otro.
Los gemelos taparon sus jóvenes cuerpos con la sábana y se abrazaron fuertemente. El mayor, Saga, escuchó cómo abrían la puerta entrando ruidosamente a la habitación y se detuvo frente a la cama donde yacían. La sombra se arrodilló y movió a Kanon suavemente. El menor se incorporó encendiendo la lámpara de noche notando que su padre acababa de irrumpir su fingido sueño.
―Kanon, Saga, levántense. Es hora de irnos...
― ¿Qué sucede, papá? ―Preguntó Saga confundido. Su padre tenía diversas marcas de sangre entre sus ropas y destapándose, lo tomó de ellas cuestionando desesperado. ― ¡¿Qué hiciste, papá?!
―Nada, no te preocupes. ―Lo intentó tranquilizar fracasando en el intento. En un tono más autoritario les ordenó. ― ¡Vamos! ¡Rápido! Su madre acaba de prender fuego a la sala...
― ¡¿Qué?!
Ambos hermanos se levantaron veloces y salieron en compañía de su progenitor de su dormitorio. Bajaron las blancas escaleras de metal recibiéndolos el incesante humo proveniente de la sala. Cubriéndose con las mangas de su pijama, avanzaron a la salida, mas su madre se les plantó delante de ellos con los brazos extendidos y vociferando:
― ¡Ustedes no van a ninguna parte!
― ¡¿Qué demonios te sucede, Clara?! ―Bramó su esposo. La mujer, ya con el delineador corrido por las lágrimas dolorosas y el cabello gris despeinado, les sonrió cruelmente. ― ¡Los niños no deben estar aquí! Si no quieres que salgan heridos, quítate...
― ¡No! ¡Ellos tienen que saber tus errores del pasado! ―Chilló tomándose de la cabeza a punto de reír.
―No lo hagas, Clara... ―Suplicó alterado abrazando a sus hijos. Clara gritó enloquecida:
― ¡Sí, Alejandro, ellos tienen que sabe que tenías otra familia! ¡Una familia que quisiste más que nosotros!
―Estás locas, Clara... ―Sentenció enfurecido. Inmediatamente, tomó a sus hijos y les susurró. ―Niños, en cuanto diga ahora, huyan por la ventana, ¿De acuerdo? Yo estaré bien... ―Miró a su mujer y tomó una de las estatuas griegas aventándola a la ventana. El estruendo asustó a los gemelos que no sabían qué hacer para apagar el fuego. ― ¡Vamos, quema todo! ¡Destrúyelo, maldita enferma! ¡Destrúyeme si eso es lo que quieres!
― ¡Claro que lo voy a hacer! ―Gritó aventando otra de las efigies a la misma ventana. ― ¡Es más, los llevaré a todos conmigo al infierno! ¿Qué esperas para decirme frígida, eh? ¿Qué por eso tenías a otros bastardos? ¡Vamos, dímelo!!
― ¡Ahora, niños! ―Exclamó su padre arrojándose contra la delirante mujer.
No esperaron a que terminara el forcejeo y Saga salió expedido por la ventana enterrándose varios vidrios en sus brazos. Los numerosos vecinos que habían salido de sus casas recogieron al chico herido. Gritó varias veces el nombre de su hermano, acercándose a la casa, pero los brazos de su colindante se lo impidieron:
― ¡KANON! ¡KANON!
―No, Saga. La casa se está quemando. Esperemos a que todo se tranquilice. ―La vecina no lo soltaba, pero el gemelo seguía esforzándose, aunque sus intentos fuesen interrumpidos por la ambulancia que llegó rápidamente al lugar y atendió con rapidez al gemelo. Se le extirparon los residuos de la ventana y lo llevaron de inmediato al hospital más cercano.
Adentro, sus padres jaloneaban a Kanon, quien estaba desesperado por seguir a su hermano. La camisa de su padre se incineró enseguida de su piel y gritó con cruel masoquismo sin dejar de soltar a su hijo. Tras un puntapié, fue soltado por su padre que derramaba lágrimas al exclamarle:
― ¡Corre, Kanon! Huye de esta maniática, ¡Rápido!
El chico asintió mordiendo la carne de su madre que ardía en llamas también y corrió hacia la puerta. Empujó fuerte, pero ésta no se abrió ya que le había caído un enorme madero. Irritado, avanzó hacia la cocina topándose con una llameante entrada que le impedía escapar. Sin alguna posibilidad de huir, subió al siguiente nivel y se encerró en su habitación meditando las cosas. No tardaría en extenderse el fuego hacia allá y, si quería salvar su vida, debía hacer algo rápido para salir de allí.
Pero hubo algunos ruidos provenientes de afuera que lo alarmaron. Fuertes golpes en la puerta hicieron que Kanon se percatara que su madre seguía con vida y en amenaza a su integridad. Optó por tomar de su clóset, el bate de Beisbol y encontrar un sitio para esconderse. Sin embargo, la desesperación de ver cómo el picaporte se abría, lo hizo estallar la ventana y lanzarse por ella. Afortunadamente, cayó en los matorrales sembrados a la periferia de su hogar y se levantó para buscar con la mirada a su hermano...
...Pero nada. Los vecinos corrían a sus casas despavoridos y observó el umbral por donde anteriormente saltó. Su madre vociferaba maldiciones contra él, huyendo lo más posible del lugar hacia la comarca de la playa... sería una noche que recordaría toda su vida...
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