I

CAPITULO 1:

Rin ajustó la bufanda alrededor de su cuello mientras las luces de Tokio titilaban a través del vidrio empañado del autobús. Habían pasado años desde la última vez que había pisado esta ciudad. Años desde que tomó la decisión más difícil de su vida. Sobre su regazo, dos pequeñas cabezas descansaban tranquilas, ajenas al ritmo acelerado del corazón de su madre.

Towa y Setsuna, sus gemelas de cuatro años, dormían profundamente, con sus rostros iluminados por el resplandor frío de las luces de neón. Rin acarició sus cabecitas castañas y plateadas, tratando de calmar la tormenta que se agitaba en su interior, un torbellino de emociones que casi la abrumaba.

Había prometido no volver, jurado que dejaría todo atrás para darles a sus hijas una vida tranquila y alejada del pasado. Sin embargo, las circunstancias la obligaron a regresar, enfrentándose a la dura realidad de que sus oportunidades en Kioto se habían agotado.

—Rin. —La escuchó murmurar su madre al regresar del baño y tomar asiento frente a ella—. Todo irá bien. —Le susurró en un tono reconfortante. Rin asintió en silencio.

—Mamá, llamé a una amiga en Tokio que nos permitirá quedarnos unos días. —Le mencionó mientras ella volvía a asentir. Ese había sido el plan que acordaron cuando decidieron regresar.

Se preguntó si lo volvería a ver, pero ya no importaba. Hace años le había dejado claro que no deseaba verlas.

El autobús se detuvo con un chirrido, y Rin respiró hondo. Esperó a que todos bajaran antes de despertar a sus pequeñas, que seguían adormiladas, sobándose los ojitos.

—Mamá, ¿ya llegamos? —murmuraron con esas vocecitas suaves que tanto la enternecían.

—Sí, mis bebés. —Les susurró con ternura.

—Abuela. —Llamó Setsuna, buscando a la anciana.

—¿Qué pasa, Setsu? —Respondió al escuchar la voz de la más pequeña de sus nietas.

—Abuela mía... —susurró la niña antes de toser, lo que de inmediato captó la atención de todos.

—Estoy bien. —Aseguró la pequeña mientras Rin terminaba de recoger sus cosas para bajar del autobús.

Al salir de la estación, tomaron un taxi hacia un pequeño departamento en el centro de la ciudad, donde una pelirroja las esperaba.

—Pensé que no llegarías. —Dijo la joven en cuanto las vio.

—Ayame, gracias. —Le agradeció Rin con sinceridad.

Ayame dirigió su mirada hacia las dos pequeñas niñas.

—Así que ellas son Towa y Setsuna. —Comentó Ayame con una sonrisa suave, inclinándose un poco para mirarlas mejor.

Las dos pequeñas asintieron tímidamente, devolviéndole la sonrisa. Ayame no tardó en invitarlas a entrar con un gesto amable.

Rin ayudó a sus hijas a cruzar la entrada del edificio, sujetándolas de las manitas. Mientras subían las escaleras, Rin levantó la mirada hacia las alturas, como si buscara consuelo en el cielo nocturno. Respiró profundamente, consciente de que este era el inicio de un nuevo capítulo en su vida, uno que esperaba pudiera escribir con menos dolor.

Cuando llegaron al departamento, Ayame las condujo hacia una habitación acogedora con paredes claras y una cama grande.

—Pueden quedarse aquí mientras se acomodan. —Les ofreció con calidez.

Rin aceptó gustosamente, agradeciendo con un asentimiento. Ayame observó cómo su amiga guiaba a las niñas y a su madre hacia la habitación, pidiéndoles que descansaran un poco después del largo viaje. Towa y Setsuna no tardaron en acomodarse, abrazando sus pequeñas mantas mientras se rendían nuevamente al sueño.

En la sala, la conversación entre Rin y Ayame fluyó como un río que encuentra su cauce después de mucho tiempo.

—Es bueno verte, Rini. —Dijo Ayame, utilizando el apodo que usaban cuando eran jóvenes—. Pensé que no volvería a verte después de que te fuiste.

Rin bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras.

—No estaba en mis planes regresar. —Admitió con un suspiro—. Pero muchas cosas pasaron...

—Sea como sea, me alegra que estés aquí. —Ayame le dio una sonrisa comprensiva antes de cambiar de tema—. Por cierto, ¿has sabido algo del padre de las niñas?

Rin negó con firmeza, su expresión endureciéndose por un breve instante.

—No. Y es mejor así.

Ayame asintió lentamente, respetando el silencio que siguió.

—Se parecen mucho a él... —Añadió, casi en un susurro.

Rin no respondió de inmediato. No necesitaba palabras para confirmar lo obvio. En los rostros de sus hijas se dibujaban los rasgos de un pasado que había intentado dejar atrás.

—¿Qué piensas hacer ahora? —Preguntó Ayame, rompiendo la pausa con un tono más práctico.

—Estoy pensando en buscar un trabajo y un preescolar para las niñas. No quiero que se retrasen con sus estudios. —Rin entrelazó las manos sobre su regazo, organizando mentalmente los pasos que debía tomar—. Por eso te pido que nos permitas quedarnos aquí una semana mientras intento solucionar todo y encontrar un departamento donde pueda estar con las niñas.

Ayame le puso una mano en el hombro, transmitiéndole apoyo.

—Claro que pueden quedarse el tiempo que necesiten.

El alivio cruzó por el rostro de Rin, y aunque no lo dijo en voz alta, agradeció en silencio haber encontrado un lugar seguro en medio de las incertidumbres que enfrentaba.

Aquel día Rin decidió descansar, permitiendo que su cuerpo y mente recuperaran fuerzas para lo que venía. Sabía que al día siguiente debía salir temprano a buscar un departamento donde pudiera vivir con su madre y sus hijas. Sin embargo, a medida que avanzaba la jornada, la tarea se volvió más difícil de lo que esperaba.

Por más que buscaba, los precios de los departamentos eran exorbitantes, mucho más altos de lo que sus ahorros podían cubrir. Además, ninguno de los lugares que encontraba estaba cerca de un preescolar que aceptara a las niñas a mitad del ciclo escolar. Cada rechazo, cada llamada sin éxito, aumentaba su frustración.

Regresó a casa al caer la tarde, agotada y sintiéndose derrotada. Pero al abrir la puerta, el sonido de risas infantiles la recibió, llenando el pequeño espacio con una calidez que disipó parte de su cansancio. En la habitación, Towa y Setsuna jugaban felices mientras su madre terminaba de preparar la cena junto a Ayame.

—¡Oh, qué rico huele, señora! —Comentó Ayame con una sonrisa divertida—. Si sigue cocinando así, terminaré malacostumbrándome.

La mujer mayor soltó una leve carcajada mientras removía el guiso en la olla.

—Esto no es nada. Es lo mínimo que podemos hacer por todo lo que haces por nosotras. —Respondió agradecida.

Ayame sonrió, girando ligeramente para mirar hacia la puerta.

—Rin es una buena amiga. Claro que la apoyaría cuando me necesite. —Dijo con sinceridad justo cuando Rin entraba, quitándose los zapatos en el umbral.

—Hola. —Saludó Rin, esbozando una sonrisa cansada.

—¡Hola, Rin! —La saludó Ayame, animada—. Estuve hablando con Koga, y me dijo que en su trabajo están buscando un publicista. Me mencionó que mañana tienen entrevistas, y creo que deberías ir.

Rin alzó una ceja, sorprendida.

—¿En serio?

—Sí. Es una buena oportunidad. Es una empresa grande, Taisho Enterprises.

El nombre resonó en la mente de Rin. Había escuchado mucho sobre esa compañía, famosa en Japón por sus innovadores productos tecnológicos, como teléfonos móviles y dispositivos inteligentes.

La posibilidad de trabajar en un lugar tan reconocido le sacó una sonrisa. Aunque sabía que las cosas en Tokio serían difíciles, esta parecía una pequeña luz en medio de la incertidumbre.

—Gracias, Ayame. —Dijo finalmente, con una mezcla de gratitud y esperanza en la voz—. Supongo que mañana será un día importante.

Esa noche, mientras cenaban juntas, Rin miró a sus hijas, que reían entre bocado y bocado, y a su madre, que servía una última ración a Ayame. Sintió que, aunque el camino era complicado, no estaba sola, y eso era todo lo que necesitaba para seguir adelante.

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