[Cuando amanezca]

—¿Tienes frío?— pregunta observando con preocupación el rostro lívido.

—Se irá cuando amanezca— resta importancia aun tiritando.

Izuku hace una mueca, pero no le sorprende que su compañero se aferre hasta el último momento a su terquedad.
No le importa la respuesta. Pega su pequeño cuerpo al del contrario buscando generar calor.

Katsuki cierra los ojos, frustrado, cansado; demasiado cansado como para quejarse al sentir las manos ajenas tomar la suya con descaro y aberrante cariño para acunarla contra su pecho tibio.

—¿Recuerdas cuando éramos niños?—lo mira de soslayo. Izuku asiente confundido por el repentino tema— ¿Recuerdas cuando estábamos en secundaria?

La confusión se deforma en una mueca de preocupación genuina. Izuku no sabe el propósito de tan extraña conversación, y tampoco tiene la intención de averiguarlo. El pasado de ambos es un tema delicado, y recriminarle a Bakugo sus pecados no es de su agrado.

—Kacchan...— busca interrumpir, pero no lo logra. La mirada escarlata se clava en la suya. La abrumante paz que le transmite es contradictoria y contrasta perfectamente con la enorme pena y dolor que solo el arrepentimiento y la súplica de redención de un alma destrozada busca.

Los labios de Izuku tiemblan. Sus ojos se humedecen, y el hombre frente a él se vuelve un borrón de colores tenues.
La mano temblorosa del rubio alcanza su rostro. Se moja, purifica con las lágrimas tibias que corren las salpicadas mejillas. Siente el alivio y la cura de sus culpas. Le regala una sonrisa, y con eso Izuku siente que también alcanza la paz que necesita.

—Perdón, Izuku— completa casi sin fuerzas. Ahora son sus mejillas las que se mojan.

Su nombre en los labios del cenizo le provoca escalofríos, y lo llena de una satisfacción que no sabía sería capaz de experimentar.
Lo abraza. Se aferra a él con miedo a que se lo arrebaten. Tiembla, solloza, y siente en su interior florecer la calidez del sentimiento más puro del mundo: amor.

—El sol despunta— susurra Katsuki en su oído, observando el cielo frío que poco a poco se va tiñendo de rosado—. Izuku, cuando amanezca, quédate conmigo.

Los ojos verdes se abren con sorpresa ante la inesperada súplica. Lo abraza con más fuerza, asintiendo una y otra vez, sintiéndose incapaz de formular palabra, aun así se esfuerza—Para siempre.

La falta de respuesta le obliga a separarse, dejándole un mal sabor de boca.
Observa con los ojos inundados en lágrimas el rostro pálido del rubio, lo acuna con delicadeza y un temor irracional entre sus manos.
Baja la mirada a la pieza de metal que le perfora el pecho dese hace rato. Por primera vez en esa agónica mitad de hora en la que lo ha acompañado siente que le estorba.

La luz del sol los baña anunciando el cálido amanecer que Bakugo no logrará ver, y que Izuku ignora por completo. Sus ojos no se apartan del muchacho inerte entre sus brazos.

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