Violonchelo (TPA)
"El trastorno de personalidad antisocial (TPA) se caracteriza porque las personas que lo sufran carezcan de empatía hacia los demás. A esas personas se les conoce como sociópatas.
Los sociópatas no intentan causar el mal ni se lo desean a nadie, pero tampoco les afecta que sucedan cosas negativas a otras personas. Todo lo que no les pase a sí mismos les resulta irrelevante, lo que no es malo, pero si difícil de entender para aquellos con quienes se relacionen.
También tienden a ser inexpresivos y tener dificultades para entender y expresar sentimientos, por lo que suelen no hacerlo o hacerlo de maneras sistemáticas y poco emocionales"
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Al escuchar una fuerte y triste música que sonaba desde dentro, la chica esperaba que su amigo estuviese escuchando algún tipo de obra clásica, sabiendo que este era un gran amante de las melodías de varios siglos atrás.
Sonaba con tanta intensidad que el músico parecía estar ahí mismo. Al abrir la puerta del dormitorio y dar un paso dentro, pudo descubrir que, en efecto, así era. Ella echó un rápido vistazo a la habitación — de una paleta de colores grises y blancos, muy ordenada— , y en el medio de esta lo vio a él, sentado cara a la pared, con el instrumento entre las manos.
El chico siguió tocando la melodía, aún cuando había alguien más en la habitación, no parecía importarle en lo más mínimo. Su amiga pensó que quizás no había notado su presencia.
—Estoy aquí —anunció ella
—Lo sé —contestó él, sin más, continuando con lo que hacía
La castaña se cruzó de brazos ante tal falta de interés; a menudo olvidaba la clase de persona que era su amigo.
—Deja de tocar música, date la vuelta y mírame —le dijo ella— Entabla una conversación conmigo como si te importase lo que tengo que decirte
El chico tardó un par de segundos en reaccionar, pero hizo lo que se le pidió. Dejó el gran instrumento apoyado en la pared y se dio la vuelta, aún sentado y con el arco del violonchelo entre las manos. El joven, pelinegro y pálido, parecía tener un aspecto aún más enfermizo que de costumbre.
—Creía que estarías escuchando a Chopin o alguno de esos señores antiguos que te gustan. Pero ahora tocas tú su musica, ¡eh?
—¿Has irrumpido en mi habitación solo para hacer esa pregunta?
—Hmm, no. Después hay otras
El de cabello oscuro dejó el arco encima de sus propias piernas antes de responder.
—La canción es mía, no de ninguno de ellos —contestó el chico, con una mirada seria— Chopin no tiene canciones a violonchelo, era pianista
—Sabes que no sé mucho de música —respondió ella
La castaña desvió la vista hacia el piano plegable que descansaba en una de las esquinas del dormitorio. Normalmente veía a su amigo tocar ese instrumento, y no uno de cuerda.
—¿Por qué el cambio de instrumento?
—Estoy manifestando tristeza mediante mi música
La respuesta no era la esperada por la chica, incluso si el chico habituaba a contestar de maneras tan extrañas y misteriosas.
—Pero si tú nunca estás triste —dijo ella
—Precisamente por eso lo hago —añadió él —Deja que te cuente algo que ha sucedido esta mañana
El chico volvió a tomar el arco del violonchelo con una mano, y el mástil del instrumento con otra, continuando con la melodía lenta de antes.
—Hoy iba en auto con Maite, íbamos a comprar —explicó, con su propia música de fondo— Ella conducía, y atropelló a un gato por accidente
—¡Oh no! —su amiga se horrorizó
—Salió del auto llorando, a ver al animal. Yo me quedé dentro —siguió hablando— Lo tomó en brazos, me dijo que intentáramos salvarlo o algo. Le dije que imposible, que definitivamente estaba muerto, y se olvidase
El chico tocó unas notas especialmente agudas en el violonchelo.
—Mientras conducía de vuelta, Maite comenzó a decirme que no tengo corazón y que no me pongo triste por nada, incluso tras ver muerto a un animal... que no conocía y no me importa
—Nunca fuiste muy expresivo —dijo la chica, mirando abajo— Pero esas palabras suenan muy dolorosas
—No me dolieron, son ciertas —el pelinegro se encogió de hombros— Lo bueno de no ponerte triste es que puedes recapacitar y usar esas palabras de una manera útil
Volvió a unas notas más graves mientras relataba su idea
—Dijo que es de monstruos no expresar tristeza. Y yo no puedo llorar o lamentarme, no me es natural, pero he escuchado muchas veces que la música se usa para expresar sentimientos. Y que los instrumentos de cuerda fregada suenan tristes
El chico volvió el tono de la melodía algo más vibrante y agudo, haciéndolo sonar similar a un lloro.
—Así que he decidido que, de ahora en adelante, tocaré el violonchelo en situaciones en las que debería sentirme triste —concluyó él, finalizando su canción
La castaña lo miró en silencio unos segundos, reflexionando esas palabras que sonaban inteligentes pero extrañas al mismo tiempo.
—O sea, tocarás música cuando creas que la situación es triste, y que deberías sentirte mal, incluso si no estás genuinamente triste, ¿no?
—Correcto —asintió él
La chica no pudo evitar sonreír un poco por esa actitud extraña, no la entendía por completo, pero sí entendía que su amigo intentaba integrarse por primera vez.
—Es un buen cambio, y creo que Maite estaría feliz de saber que te importa lo suficiente como para intentar probar algo nuevo para expresarte —dijo ella, sonriendo al chico, que se mantuvo serio
El pelinegro analizó la expresión y las palabras de su amiga. Comprender las emociones tampoco era su fuerte, así que quiso asegurarse antes de hacer algo más.
—¿Crees que Maite estaría feliz?
—Estoy segura
—¿Y tú estás sonriendo por felicidad ajena o porque estás feliz?
—Un poco de las dos. Me alegro por ella, por mi misma, y por ti
—Entonces, al igual que podríamos decir que la situación del gato fue un momento triste... —dedujo él— podría decirse que esta es una situación feliz
—Así es, sí —asintió la castaña, sonriente
Ante esas palabras, el chico se puso en pie, dejando el violonchelo apoyado en la pared y el arco al lado de este. Se dirigió a uno de los cajones de su habitación y sacó un xilófono, al que le quitó el polvo de un soplido, denotando que el instrumento no había sido usado en un tiempo.
Al no tener baquetas con las que tocarlo, el joven hizo sonar el xilófono golpeándolo con sus nudillos, provocando un sonido divertido, animado, ligeramente infantil.
—¿Qué haces? —su amiga rio un poco al verlo
—¿Recuerdas que te dije que leí que los sonidos de cuerda fregada se asocian a la tristeza?
—¿Si?
El chico siguió haciendo sonar el xilófono con sus manos, esbozando una pequeña sonrisa, que aunque era leve y forzada, añadía más poderío a su intento.
—También vi que un xilófono suena feliz. Y si tú estás feliz, por mí, por ti y por todos, esta es una situación feliz —dijo este— Querría estar feliz por ti, y te lo expreso con mi música, te transmito que ojalá seas feliz tanto tiempo como puedas
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