Capítulo 22.
[Adrenalina]
—¡JOAQUÍN! —Emilio soltó un grito ahogado.
Me tomó en brazos a toda prisa y se echó para atrás, cayendo el de espalda, conmigo en su pecho.
El auto iba demasiado rápido, los pies de Emilio muy apenas alcanzaron a salir del agarre de las llantas del carro.
Sin poder evitarlo, mis emociones estaban al límite, y no pude evitar seguir llorando.
Yo iba a morir...
—¡J-Joaco! —Niko sucumbió en llanto por igual, soltando los helados y corriendo hacia nosotros.
Emilio se arrastró para subirse completamente a la banqueta.
Su espalda debía de estar muy lastimada, ya que cayó justo en el filo de el escaloncito.
—Si te hubiera pasado algo... No me lo perdonaría —Emilio me abrazó aliviado de tenerme en sus manos.
—¡Todo ésto por pelearnos y dejarlo solo! ¿¡Qué estábamos pensando?! —Niko se tomaba la cabeza fuertemente.
—Somos unos idiotas Nikolás —Emilio se tapó el rostro con la mano izquierda.
—No son unos id... —me percaté de ambos, de lo mal que estaban al verme llorar, al darse cuenta de la magnitud del peligro en el que estuve —. ¿Estás llorando? —le quité la mano del rostro a Emilio, quién tenía las mejillas rojas, y los ojos cristalizados.
—Estamos —Niko se acercó a mí y me abrazó por la espalda.
—Vámonos para tú casa —Emilio se limpió varias lágrimas en su cara.
—¿Y cómo le explicamos a su mamá el labio roto? De seguro se le harán moretes, y... ¡MIERDA! ¡Joaquín tu pierna! —Niko rápidamente se posicionó frente a mí.
—¿La sientes? ¿Te duele? —Emilio se alarmó por igual.
—Sí duele, creo que se rompió un pedazo del yeso, por el golpe tan fuerte —me limpié las lágrimas, aunque aún sentía mucho dolor interno y externo.
—Tenemos que ir al hospital —Niko intentó cargarme pero Emilio lo detuvo.
—Antes que nada, ¿Cómo acabaste en medio de la calle? Y luego... ¿Qué idiota iría a tanta velocidad en un lugar tan callado y aparte con zona escolar —Emilio me detenía en sus brazos.
—Ese auto no era de cualquier idiota, era del más imbécil que te pudieses encontrar, Rodrigo —Niko me miró.
—¿Rodrigo? —exclamó Emilio.
—El que trató de violarlo en la graduación, el que lo molestaba a diario, bueno, nos.
—¿ERA ESE HIJO DE PUTA? —Emilio se levantó conmigo en brazos y me sentó en la banca —. Voy a ir a buscarlo, voy a romperle la cara de niño bonito, que se cree, ¿Que puede venir y maltratar a Joaquín? ¿CREE QUE PUEDE MOLESTAR A MI JOAQUÍN? —Emilio se exaltó, desataba su furia en movimientos con las manos, y tenía una mirada de loco.
—Verás que a mí tampoco me agrada, pero siempre que lo defiendo, usan su multitud, porque nunca sale Rodrigo solo, siempre están los otros cuatro peleles —Niko se sentó a mi lado.
—No van a ir a buscar a nadie —los frené.
—Pero... ¡Si ese idiota te quería matar! —Emilio comenzó a gritarme.
—Tienes a Joaquín a cuarentena centímetros de ti, puede escucharte perfectamente —le avisó Niko.
—Solo debería dejar de salir de mi casa, al menos hasta entrar a la prepa —miré hacia el suelo.
—No, tú no vas a dejar de salir solo por imbéciles como ellos, con el autoestima tan baja, que necesitan bajarsela a alguien más para poder subirsela ellos, aún no entiendo porque te molestan tanto, porque tanto odio al punto de matarte, en que maldita sociedad vivimos —se acomodó sus chinos.
—Vámonos a casa —Niko iba a tomarme pero se celular sonó —. Es tú mamá.
—¿Está Joaquín contigo?
—Sí señora, terminamos viniendo por helados —habló Nikolás.
—Bueno, dile a Joaco que llevaré a Renata al dentista, que le dejaré la comida para todos ustedes en el refrigerador —mi mamá se escuchaba donde estaba cerrando la casa —. Voy a dejarles las llaves en la maceta, ¿Creen poder cuidarlo?
—Por supuesto que sí señora, tardese todo lo que quiera —Emilio tomó el celular.
—¿Crees que pueda ir al centro comercial con Renata también? —mi mamá aprovechando los "niñeros".
—Sí má, lleva a Ren a la tienda que le gusta —hablé yo.
—No seas celoso, tú quieres pasar tiempo con tus amigos, ¿O no?
—Sí —rodeé los ojos.
—Sí te compraré el crop top que querías hombre, yo te lo llevo —una sonrisa de emoción y vergüenza se dibujó en mi rostro.
—Hasta la tarde —y mi mamá colgó.
—Tenemos casa sola entonces —Emilio hizo un bailesito.
—¿Y sus padres, no están preocupados? —les miré a ambos.
—Yo le dije a mis papás que me quedaría según que tanto me necesitaras, y me dijeron que no había problema —respondió Niko.
—Pues, a mí mamá le vale madre, ya le había avisado a mí papá, así que no hay pedo —se acercó a mí poniéndose de rodillas —. Iré por los helados que tiré, y nos regresamos a tu casa.
—¡Yo iré! —el ojiverde hizo una mueca.
—¡No! No vamos a dejar a Joaquín otra vez, ve tú y yo lo cuido —frenó a Nikolás de irse lo menso.
—Bien, espérenme aquí —Niko entró la tienda.
—Ahorita que lleguemos hay que bañarnos —le dije a Emilio.
—¿Bañarnos? ¿Nos vamos a bañar juntos? —me puso una sonrisa picarona.
—Pudiera, pero Niko va a darte de trancasos si intentas bañarme tú —reí.
—Niko no tiene porqué saber —me cogió en brazos.
—¿Lo vamos a dejar solo en la tienda?
—El sabe el camino de vuelta, mira el lado buenos traerá helados —y empezó a trotar conmigo sobre el.
—Tu espalda debe doler mucho, ahorita te haré un masaje.
—Nos vamos a encerrar en el baño para que Niko no pueda quitarte de mi —vi a lo lejos que Nikolás aún no salía de la heladería.
—¿Por qué tantos celos sobre mí? —le miré.
—Preguntale a Niko, a mí solo me da coraje que piense que yo no puedo hacer lo mismo que el, y aparte que no me deje estar contigo —y su celular empezó a vibrar.
“Oye Emilio, Pelos de Maroshan corazón rojo está llamando... Eres, la luz de mis mañanas, oh yeah, eres, mi sol particular, ahh, eres como un fin de semana..."
—¿Le cambiaste el nombre a María?
—Puede, aguanta —corrió un poco más rápido hasta llegar a una banqueta alta, y contestó el teléfono —. ¿Sí?, no, no nos podemos ver, estoy cuidando a Joaquín.
—Veanse, no es justo que me estés procurando a mí —le susurré a Emilio sin que María escuchara.
—Nos vemos el fin de semana mejor, sigo molesto sí, tengo derecho a estarlo, adiós —colgó y automáticamente me volvió a cargar para correr hacia mí casa.
Llegamos, y ya se escuchaba gritar a Niko desde la calle.
—Ahorita te dará tú helado, pero primero a bañarnos y después al hospital —subió las escaleras a una velocidad moderada, entró a mí habitación y le echó seguro.
—Tengo ropa en la segunda puerta del clóset, y los pantalones están en el cajón de ahí abajo —Emilio me sacó un conjunto de una playera amarillo bebé, y unos jeans blancos rotos —. La ropa interior está en el apartado de allá —mencioné apenado.
Sacó mis boxers.
—Unos para ti también, sino que te vas a poner —me sonrojé un poco.
—Ay no Joaco, yo me pongo lo mismo, ahorita vamos a mí casa por ropa, y si Niko quiere de paso a la suya —me ayudó a quitarme la pijama.
—Me quedo en bóxers —sonreí penosamente.
—Sí menso, tranquilo, ya entró Niko, vamos al baño —decía mientras se quitaba la pijama —. ¿Te molesta si me quedo desnudo? —estaba apunto de quitarse los bóxers.
—Sí —lo frené —. O bueno, o sea, si no te veo no hay problema, pero vas a ayudarme sostenerme y...
—No, tranquilo, ven —se volvió a subir los bóxers, me cargó y nos metimos a la ducha.
Me ayudó a sostenerme, mientras me ponía shampoo en el cabello, y le puse a Emilio también, rascándole sus chinos tan suaves.
Nos enjuagamos la cabeza, y seguido nos bañamos nuestras partes íntimas y el agua nos limpió.
—Tienes el cabello muy lindo —mientras Emilio me sostenía me veía con brillo en los ojos.
—No tanto como el tuyo —sonreí.
—Vamos a secarnos —me dejó en la cama, y me ayudó a secarme.
—¡Voy a darte a patadas! —Nikolás tocaba la puerta.
—Inténtalo, princesa —Emilio me ayudó a ponerme la ropa.
—¡No voy a tumbar la puerta de los Gress, pero algún día tienes que salir de ahí mocoso! —se escuchó como Niko bajó las escaleras.
—El amarillo te queda muy bien —me puso mi tennis, y luego me puso en la silla de ruedas.
—¿Iremos a tu casa? —me estiré un poco.
—Si la reina del drama lo permite, sí, y luego te llevamos al hospital para que te arreglen el yeso —Emilio abrió la puerta, y me bajó en la silla con mucho cuidado.
Nikolás lanzó su zapato directo a la cara de Emilio.
—Ya me lo esperaba —rió Emilio —. Iré a mí casa por ropa, ¿Quieres que te lleve a la tuya?
Nikolás se quedó serio un momento, se cruzó de brazos y mirando a Emilio insignificante le dijo —Sí.
—¿Y los helados? —Emilio fue directo al congelador y efectivamente ahí estaban.
Me dió el mío, y se aventuró a empujarme para salir de mi casa, yo tomé las llaves y cerré la puerta.
—¡Tu subes la silla! —Nikolás me cargó rápidamente, para subirme al auto de Emilio.
—Maravillosa jugada Caballero —Emilio agarró la silla y la puso en la cajuela —. Deja a Bobondoni en el asiento de en frente, atrás puede lastimarse.
Nikolás obedeció y me depositó en el asiento, poniéndome el cinturón de seguridad.
El viaje no duró mucho, Emilio iba a una velocidad un tanto rápida, y después de un rato, nos estacionamos afuera del portón de su casa.
—¿Me esperan, o se bajan? —dijo Emilio apagando el carro.
—Creo que se complicaría bajar a Joaco así, ¿No crees cerebro de cacahuate? —Niko rodó los ojos.
—No tardo —Emilio vió a Niko entre cerrando los ojos y retirándose lentamente del lugar, para entrar a su casa corriendo.
—Muy bien Joatitch, ¡Habla ya! ¿Qué te hizo precisamente en la ducha? Eh, picarón —me guiñó el ojo.
—Solo me ayudó a sostenerme para bañarme, no seas pervertido Nilo —reí sin mostrar dientes.
—Sí como no, mira, soy tu mejor amigo y por eso dejaré que el pelele duerma contigo, pero te despiertas en las noches y necesitas atenciones que Emilio no te puede dar, ¿No crees que sería mejor si los tres dormimos igual?
—¿Como sandwich? —le miré con confusión.
—Puede, pero mira el lado bueno, si convenzo a Emilio, puede que duermas como un bebé en sus brazos —me miró con ambas cejas levantadas.
—Eres un sucio —hice una pausa —. Me encanta.
—Ahí viene, tú y yo no hablamos de nada, es más, ni nos conocemos —Niko se volvió a sentar en el asiento trasero detrás de mí.
—Le dije a mamá que me quedaría la semana y me dijo que estaba bien, así que me dió la maleta grande, ya la eché a la cajuela —Emilio subió y arrancó el auto —. ¿Dónde vives gato rabioso?
—En Salinas Deterd, de la casa de Joaquín hacia el Oeste, yo te digo cuando ya estemos cerca —y emprendimos marcha.
—Te me cuidas Nikolás —la mamá de Niko nos saludó de lejos, y él salió con una maleta color blanco del doble de tamaño que la de Emilio.
—¿Acaso piensas quedarte a vivir en casa de Joaquín? —los escuché mientras la echaban a la cajuela.
—Sería divertido, pero no —subieron al auto.
—Bien, el plan es, ir al hospital, luego llegar a la casa de Joaquín, ponerle las pomadas que requiere en sus moretes, y comer la comida que dejó su mamá, ¿Algo más? —Emilio encendió el auto.
—Te debo tú masaje —me veía en el espejo.
Llegamos hasta el hospital, donde no tardaron en pasarme.
—Y entonces se le rompió el yeso por jugar a bailar... —la doctora miraba confundida a Emilio.
—Sí, bailar muy fuerte, ya sabe, perreo tun tun —Emilio hizo un pasito moviendo el trasero.
—¿Y dices que al tratar de pararse de cabeza en la pared se cayó y se le rompió...? —Emilio seguía bailando y la doctora aún lo veía extrañada.
—Sí, es un loquillo, y yo le grité: ¡Ya siéntese señora! Pero el decía: Naranjas que, y entonc...
—El punto, ¿Si se puede arreglar? —interfirió Niko.
—Sí, pasen a la sala de acá atrás por favor.
Me llevaron en la silla de ruedas y Nikolás le daba codazos a Emilio mientras que el solo rodaba los ojos.
Después de un rato con el pie elevado, y a mis dos acompañantes jugando a manitas calientes en las sillas, por fin el especialista me dió salida.
—Eres un asco para manitas calientes —Niko me sacó de la habitación en la silla.
—¿Se suponía que era darse de chingazos hasta que te quedaran calientes? ¿O era andar de calenturiento y con las manos andar agarrando al otro jugador? —Emilio miraba al cielo.
—El objetivo era que si te tocaba pegarle al oponente, era atinarle siempre y si eras al que le iban a pegar esquivarlas, por eso te tuve que empujar cuando trataste de darme una nalgada —Emilio me subió al asiento de en frente y Nikolás subió la silla.
—¡Mira! —pasamos por un lago pequeño de un parque y había patos, no pude evitar bajar la ventana y saludarlos.
—¿Si sabe que no le van a corresponder verdad? —escuché a Emilio susurrarle a Nikolás.
—Estoy aquí —lo miré amenazante.
—Le gustan los patos, y los unicornios pero como esos jamás los verá, pues...
—¡Algún día! —grité.
—Creo que sé a dónde ir antes de llegar a tu casa —habló Emilio sonriendo.
Pasamos como veinte minutos en camino hasta que llegamos a un local que había entre otros muchos.
—Espérenme aquí, si viene alguien háganse los que no escuchan, aquí venden mota, y no se cansan hasta que te vayas al menos con un sobre —Emilio se bajó rápido del auto.
—¿Y como sabe éste wey eso? ¿Fuma mota? —Nikolás se aproximó hacia mí.
—No creo, tal vez lo pendejo lo tiene de nacimiento —me tapé la boca al escuchar las palabras que dije.
—Ya te está afectando juntarte con el pelos de perro —ambos reímos.
Se veía a Emilio venir con dos bolsas negras.
—¿Y si nos trae cadáveres? ¿Paquetes de mota? ¿Acaso son churrumais y no de los que se comen? Si sabes a lo que me refiero —me guiñó el ojo —. ¿Cocaína? ¿Acaso órganos de animales?
—¡Patos! —grité cuando Emilio se subió al auto y abrió la bolsa más grande.
—Un pato, para ti —lo sacó y me lo dió, era hermoso.
—Y Nikolás, para que luego no digas que me cagas, aunque sí es así —abrió la otra bolsa.
—¡NO MAMES! —gritó mí compañero de atrás.
—¡Te odio pero muchas gracias! —abrazó el peluche con mucho amor.
—Recordé que aquí los vendían, ahí están sus navidades mocos —y por fin nos dirigimos hasta mí casa.
—Pierna de Joaquín listo, ahora comer lo que dejó tú mamá —entramos a la casa, Emilio me llevaba en brazos y me sentó listo para comer en la mesa.
Comimos, reímos, a pesar de estar lleno de golpes, roturas por dentro y fuera, estaba feliz... Porque no quería nada más que esto.
—Si Joaquín va a darte un masaje, en eso yo me baño, y tú deberías cambiarte también —Nikolás terminó de comer y fue hacia arriba.
—Las toallas están en el cajón debajo del lavabo —le dije.
—¿El masaje en dónde me lo darás? —Emilio me volvió a cargar.
—En mí habitación, para que te acuestes y estés cómodo —balbuceé un poco.
—¿Seguro de que quieres? Podrías lastimarte.
—Estoy seguro.
Ya en la habitación, Emilio se sacó la playera, y luego se bajó el pantalón.
—¡Alto ahí loca! Solo te lo haré en la espalda.
—Lo sé, voy a cambiarme la ropa sucia, ¿Tanto te molesta verme desnudo?
—No me molesta Emilio, es sólo incómodo.
—¿Jamás te cambiaste frente a tus amigos de chiquito? —se terminó de sacar los pantalones.
—Ni una vez, soy penoso.
—Vaya, bueno, te tienes que acostumbrar, tenemos el mismo camerino —se bajó los bóxers y rápidamente cerré mis ojos y me tapé la cara —. ¡No seas niña! —sentí como se me acercó y me quitó las manos del rostro, sin embargo yo aún tenía los ojos fuertemente cerrados —Abre esos ojitos —me empezó a hacer cosquillas.
—¡No seas cochino! —dije entre risas forzando mí vista.
—Bueno ya ya —hizo silencio por un momento —. Ya los puedes abrir.
Y al abrirlos seguía desnudo, frente a mí.
—¡EMILIO MARCOS! —me volví a tapar la cara muerto de vergüenza.
—¡YA ME VISTA LA EMILIOCONDA! —reía a carcajadas y se pudo escuchar como empezó a ponerse la ropa.
—Eres un pervertido —abrí los ojos por fin y ya tenía los bóxers puestos al menos, y la mitad del pantalón.
—Sólo contigo, bueno, y María, y Roy, y Adrián, y Diego... Bueno, sí —se abrochó el pantalón —. Estoy listo —se acostó en la cama boca abajo.
—Si te duele mucho me dices —vi su espalda, algo morada en el golpe, sentí lástima, porque el tuvo que pasar por esto por mí culpa.
Le empecé a masajear lento y suave, y cada vez fui aumentando la fuerza, a manera de no lastimarlo mucho. Emilio soltaba pequeños jadeos, de dolor supongo yo, y a la vez en algunas veces sonaba como si gimiera, no sé si de dolor o de placer, pero sus sonidos me ponían alerta, y no exactamente a mí, sino a alguien de ahí abajito.
Emilio se relajó después de un ratito, le estuve sobando y con una crema le pasaba mis manos por el moretón. Miraba su rostro de perfil, tiene los ojos cerrados y en ocasiones frunce el seño o aprieta la mirada. Se ve lindísimo, parece un bebé.
Me senté a manera de poder quedar más cerca de Emilio, y seguí masajeandolo, pero me perdí en su piel... Me perdí en los lunares de su espalda, tan tenues, sus pequeños vellitos color claro, sus “alitas”, sus huesos algo marcados junto con su gran musculatura. Estaba perdiendome en él.
Empecé a sentir sueño, pero no por estar cansado, era como si el cuerpo y el aroma de Emilio me hubiesen hipnotizado... Tanto que me acerqué, y cuando iba a darle la última pasada a su espalda, mejor decidí plantarle un beso, a lo que reaccioné y me asusté un poco.
Emilio se puso alerta por igual, y me volteó a ver un poco extrañado.
—¿A besos se cura la gente...? — sonreí penosamente.
Emilio me miró, lleno de ternura en sus ojos, asintió con la cabeza, y me sonrió, para volver a acostar su rostro en mí cama.
¿Me había autorizado besarlo?
¿O es que no le molesta?
Sin miedo, me acerqué para darle otro beso, desde la parte entre su hombro y su cuello, y así hice un camino de besos, por toda su columna, hasta llegar a la espalda baja, sin ir más allá.
—Se sienten muy suavecitos Joaquín —creo que Emilio se estaba quedando dormido.
—¿Quieres más? —me atreví a decir.
—Creo que sí... —se escuchaba dudoso y entre dormido a la vez.
Con miedo aún, me volví a acercar, pero ésta vez, empecé a besar su cuello, el aún boca abajo. No di uno, ni dos, sino varios, lentos y suaves. Y así hice un caminito en zig-zag por toda su espalda.
En un momento, Emilio se volteó boca arriba, viéndome, y yo me quedé algo estático. Me sonrió, y me jaló suave hacia el, y terminé sobre su abdomen.
Me veía, analizandome, nuestros rostros estaban frente a frente, parecía que el mundo entero hubiese desaparecido. Por alguna razón subió sus brazos y me tomó con su mano izquierda la cintura, y con la derecha acarició mí cabello.
No sé quién estaba más confundido, él o yo.
Me miró frunciendo un poco el ceño pero no de una mala manera, como si intentara saber lo que estoy pensando. Se mordió el labio inferior y yo solo pude sonreír.
—Bonito.
—¿El techo? —sonreí de nuevo.
—Tú eres muy bonito, no entiendo cómo esos idiotas te molestan, ni como no tienes novia —me acarició la mejilla.
Me presionó un poco contra él para acercarme, sus labios estaban abiertos.
¿Piensa besarme? ¿¡Va a besarme?! ¿Por qué me está acercando más y más? ¿Y su novia? ¿¡Qué está intentando?!
Los pensamientos en mí mente no dejaban de dar mil vueltas por segundo.
PREEEEEGUNTA:
¿Género musical favorito?
VOTA Y COMENTA PARA QUE EMILIACO SE CONFIRME Y VIVAN FELICES POR SIEMPRE.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top