Born Ready
Había una vez un niño que negaba lo que sentía...
Los sueños lúcidos son aquellos que te hacen experimentar lo que tú desees, o eso es lo que siempre he creído, pues en más de una ocasión soñé con los ojos abiertos como mis parientes, que hasta el día de hoy no conozco, mis amigos, que cruzaron sus dedos al decir que me querían, y Dipper, quien siempre me besa antes de dormir, mueren o reviven de alguna tumba extraña que siempre estaba situada a lo profundo del cementerio donde un árbol viejo y agrietado evita que los rayos del sol dañen lo que quedaba de la pobre lápida. Siempre al ver eso lloraba hasta crear ríos de sangre, en mis últimos respiros pido a una entidad invisible que ellos o regresen o nunca vuelvan, mis posibilidades de sobrevivir en este estado son casi nulas, o me matan, despedazando mi piel arrancándola de mis huesos sin compasión, o solo se van y no vuelven, dejándome solo con mi única compañía que siempre fue la soledad, de cualquier modo siempre pido irme, aunque nunca se me cumple ese mínimo deseo. Fuera de ese estado en donde mis sueños son una realidad fácil de alterar encuentro un mundo al cual no puedo manejar a mi antojo, todo lo que pido se extingue, todo lo que anhelo desaparece, y todo que soy no existe.
A base de mentiras logré crear la destrucción de un lugar en la tierra que simulaba el mismísimo infierno. Sin embargo, lo que yo deseaba era libertad, pero por alguna razón siento que no soy libre y que para serlo debo volver, lo cual es algo que no me apetece.
Cada que estoy cerca de ese mundo lleno de demonios con las paredes pintadas en sangre siento un aire de paz que nunca había sentido en mi vida, supongo que era por lo ocupado que estaba tratando de darle paz a otra persona quien no me la había pedido. No era mi intención ser una carga para esa persona que, con todo el corazón, intenté proteger, y aun así le fui una carga pasando por una etapa en la cual es lo último que necesitaba.
Volviendo con el infierno en la tierra, pedí, amablemente, a los tíos del pequeño amiguito que me había hecho llevarme a lo que alguna vez fue mi casa en pie. Will nunca me dijo si esa casa seguía igual a como la dejé o si la habían reconstruido, lo curioso es que nunca antes sentí curiosidad por el estado de esa cabaña hecha de astillas, entonces vuelvo a pensar que el haber salido y sentido el silencio de una casa cálida después de tanto tiempo me abrió los ojos a las preguntas que había reprimido todos estos años; la curiosidad y la ansiedad fue una combinación desastrosa para los conductores por años, una combinación que suelo aplicar cuando no estoy con tiempo en el bolsillo.
Veo la casa, o lo que queda de ella, al parecer nunca la repararon, dejándola como únicos habitantes a las ratas y cucarachas que se dieron a la tarea de reclamarla en mi ausencia, supuse que la peste con patas no había dejado a los trabajadores reconstruir el hogar de mi infancia, otra cosa que pude pensar fue que mi hermano nunca deseo volver a verla de nuevo, o también pudo volverse un monumento a la imaginación, porque siendo sincero, la idea de incendiarla a tan corta edad vino de lo que me caracterizaba de niño: La imaginación.
... Ese niño cuando veía a las niñas de su edad, pensaba: ¿Por qué es mi obligación el casarme con una?...
Al volver a la casa de los señores que me daban alojo, a petición de su sobrino, supe que no estaba encadenado a esa casa, por lo que mi curiosidad por la reconstrucción de la casa había desaparecido. Ya de grande uno olvida estos detalles, crece, madura y sigue una vida a base de sus decisiones en el pasado que pueden ser o no ser a la suerte de uno.
Ya de mayor, sin referirme necesariamente a mí, uno se da cuenta de un pequeño detalle.
¿Dónde quedó esa inocencia que solíamos ignorar?
Con el pasar de los años me doy cuenta que mis padres si me amaban, aunque de pequeño no dude ni un minuto en quemarlos, también me doy cuenta de la cantidad de veces en las que mis profesores y mayores se dieron cuenta de mi condición, y aun así nunca hicieron nada por ayudarme o si quiera por avisarle a mis padres. Le dejo a manos de Dios la respuesta a esta incógnita, aunque dudo vagamente que si quiera el Dios que dicen admirar sepa todo e ignore nada, todo al mismo tiempo.
Sentado en las escaleras se encontraba el pequeño castaño, que me daba las buenas noches sin falta, este se encontraba con una mirada cansada, aunque no depresiva, y una sonrisa relajada, aunque no forzada, sus ojos detonaban un brillo de emoción. Sabía muy bien que eso significaba una buena noticia, aunque no podía especular nada con el poco tiempo que llevaba a su lado.
Lo vi pararse de un salto al verme, dicha reacción hizo que me espantara, pensé por un momento que me saltaría encima, como a veces suele hacer, pero esta vez solo se levantó con esa energía que no mostró a mi llegada y me hablo sobre lo que anteriormente especulé era una buena noticia. Y así era.
-El saltar por el jardín como conejos no te hizo feliz, – Dijo con esa voz chillona y tan poco masculina que lo caracterizaba de entre todos los hombres – eso me confundió un poco, pensé que sonreirías cuando el cansancio te dejara sin aire y te obligara a ver como los pájaros vuelan libremente asiéndote querer ser uno, lo cual lógicamente te sacaría una sonrisa – Finalizó ese extraño castaño que vivía para hacerme soñar de manera inusual.
-Si estaba feliz, – Respondí con una ligera sonrisa – pero la libertad es algo que solo los pájaros poseen, yo no.
-Tú estás libre – Dijo interrumpiéndome.
-Pero no me siento libre, solo me siento como una pesa jalando a un cadáver al fondo del mar para evitar que lo encuentren.
-¿Quién es el cadáver? – Preguntó aun con esa sonrisa pegada a su rostro.
Yo estaba confundido, hace casi nada estábamos hablando del porqué de mi cara larga, y ahora saca a la luz una pregunta un tanto diferente al tema. Este niño sí que es raro, pensé vagamente mientras observaba ese rostro angelical que se inmutaba a mi mirada indiferente.
-No lo sé. – Dije sin pensar.
-Si lo sabes. – Argumento con unos ojos distintos a su expresión.
Sus ojos mostraban seriedad, su sonrisa mostraba afecto. Algo ilógico tratando de tener sentido.
-Y si lo supiera, ¿Qué tiene que ver de todos modos? – Pregunté tratando de cambiar el tema de la conversación. Por alguna razón no me sentía cómodo continuando con ella.
-Tiene que ver con todo lo que no eres y deberías ser. – Volvió a argumentar, y nuevamente su respuesta se volvía algo ilógico tratando de tener sentido.
... Con el paso de los años llegó a conocer a muchas niñas, cada una más hermosa y extravagante que la otra, pero el niño no se veía conforme...
El cadáver que mi cuerpo arrastraba hasta el fondo del mar era el de mi hermano, quien tenía la cara azul y los ojos ciegos, una venda los cubría, sus manos estaban atadas a su espalda y su cuerpo se sacudía de manera alterada. Por alguna razón no podía soltarlo, y no era porque las cuerdas lo mantuvieran en medio del océano, algo nos unía pero cuerdas no eran, miré mis manos unidas a sus pies, había más manos de las que debería tener, estas extremidades, que no provenían de mi cuerpo, venían de todas direcciones, cada una susurraba algo distinto. Sin embargo, y a pesar del nivel del agua, no lograba oírlas, solo sabía que hablaban pero no sabía de qué, y aun con todas las ganas del mundo por saberlo nunca lo sabré.
Abrí mis ojos notando como el castaño, que considero mi amigo más confiable por el momento, esperaba pacientemente mi respuesta.
No le dije nada y me fui, dejándolo con el son de la duda.
Me fui a mi habitación, que solo se trataba del cuarto de huéspedes, en dicha habitación habían dos literas, en una estaba mi mejor amigo Waylon y en la cama de arriba se hallaba Eddie, quien aún en su estado consiente nunca nos dejó, pese a saber que lo habíamos secuestrado y lo habíamos hecho pasar por algo que no era. Las razones de su estadía sin verdades junto a nosotros era un misterio, aunque aún después de todo pienso que es por Waylon, ya sea por miedo o empatía.
En una de esas veces que entraba sin tocar lograba verlos hablando entre ellos, nunca quise saber de qué o quién solían hablar, aunque su razón de no incluirme en sus pláticas extrañas debía de ser muy buena, porque Dios lo salve cuando me dé el suficiente valor de entrar al cuarto y no irme en silencio.
Pero, después de todo, aun le agradezco su compañía.
... Un día el joven, de 21 años, conoció a una mujer algo extraña, su forma de actuar era distinta y su cabello era muy corto, pese a ser lo que era. Un día decidió hablarle...
El bullicio combinado con el llanto de un recién nacido se instaló en una carretera desolada en la cual se situaba una gasolinera, la cual estaba prendida fuego, en las sombras se encontraba una joven quien estaba sonriendo, pese a que la máscara que portaba no permitía ver su perturbadora sonrisa. Junto a ella estaba un auto con un solo pasajero, el conductor, quien, pese al desastre que sucedía más adelante, no mostraba emoción o pánico alguno.
La joven de oscuros cabellos atados en dos coletas se subió en los asientos traseros del auto y ordenó al chofer de esa noche llevarla lejos de la escena. Paralelamente a los fugitivos estaban llegando los oficiales a dicha escena donde inmediatamente, tras extinguirse el fuego a trabajo de los bomberos, interrogaron a los posibles sospechosos de dicho acto. Los civiles presentes eran realmente las víctimas que por sus condiciones pudieron irse de la que, futuramente, sería el inicio de una cadena de crímenes imposibles de resolver hasta por los más capacitados agentes de toda la ciudad.
-¿Deseas parar en algún lugar antes de volver a casa? – Pregunta el chofer con toda la tranquilidad del mundo.
-Vayamos a una tienda de dulces, una merienda no hace daño – Respondió la voz chillona del joven disfrazado de mujer que había engañado a la policía por segunda vez en su vida.
¿Nunca se preguntaron si de verdad alguien no lo delató?
Sus tíos lo intentaron y hasta la fecha no los han encontrado, aunque cabe destacar que no están muertos.
El chofer de rubios cabellos se sentía tranquilo, no por el miedo ni por la impaciencia que trataba de ocultar, sino por el castaño a sus espaldas que lo había hecho liberar el cadáver de su hermano con solo una pregunta.
-Si la psicosis y la cordura van de la mano, entonces ¿Tú irías de la mano conmigo? – Dijo el castaño con su característica voz hace ya tres años.
... sorpresa la que se llevó al darse cuenta que delante de él estaba un muchacho, y por primera vez en su vida tuvo miedo de sus decisiones. Sin embargo, y con todas las dudas por delante, lo invitó a tomar a tomar un café.
---------------------------------------------------------
La historia del muchacho salió de la nada y sucedió luego de que terminara el Inktober.
Este es el final de la segunda parte, nos vemos en la tercera y última parte de este libro, que como dije antes, se relatará aquí.
Bye~♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top