01. EL COMIENZO
Si le preguntaras a cualquiera en Outer Banks quién era la persona más amable de la isla, no dudarían en responder que Wesley Callaghan.
Era casi un fenómeno, un Kook con una reputación intachable de generosidad y humildad. Algunos incluso se preguntaban cómo era posible; después de todo, los Kooks eran conocidos por su elitismo y su actitud de superioridad hacia los Pogues. Pero Wesley no podía ser más diferente.
Su madre, Ava, había nacido y crecido en El Corte, el hogar de la clase trabajadora. Los padres de Ava habían trabajado incansablemente para ofrecerle una vida mejor, y ella había aprovechado cada oportunidad. Logró entrar con media beca a una de las universidades más prestigiosas de Outer Banks, demostrando que su determinación igualaba el sacrificio de su familia.
Fue en esa universidad donde conoció a James Callaghan, un Kook por excelencia, y se enamoraron. Sin embargo, su relación no fue fácil. James y Ava soportaron años de críticas, especialmente Ava, quien cargó con la mayor parte del odio simplemente por ser una Pogue.
"Solo está con él por su dinero", murmuraban muchos. Pero el amor entre ellos fue más fuerte que cualquier prejuicio, y juntos superaron los obstáculos, graduándose y mudándose juntos para empezar una nueva vida.
Cuando nació Wesley, James se prometió a sí mismo que se aseguraría de que su hijo no creciera como los otros chicos Kooks de Figure Eight. Le enseñaría a no juzgar a nadie por su clase social y a tratar con respeto a aquellos que no habían tenido las mismas oportunidades que él. Con el tiempo, esa promesa dio frutos.
Aunque Wesley Callaghan había nacido en el mundo privilegiado de los Kooks, su amabilidad y bondad eran cualidades que muchos asociaban con un Pogue.
Ahora, uno pensaría que, debido a que Wes era una persona tan agradable, sería una de esas personas que tenía innumerables amigos. Pero la realidad era distinta. Sí, era amable y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás, pero no le iba bien en lo que respecta a las amistades. Para los Kooks, era un traidor sólo por el mero hecho de no odiar ni acosar a los Pogues. Y para estos últimos, por más que intentara demostrar lo contrario, seguía siendo un Kook, alguien en quien no se podía confiar del todo.
Así que Wes encontró consuelo en viajes largos por la noche y en el surf. Esas escapadas al océano le daban la paz que rara vez encontraba en tierra firme. Sin embargo, no tenía forma de saber que ese hábito, que para él era simplemente un escape, marcaría el comienzo de algo más grande. Porque el día que cambiaría su vida para siempre había comenzado como cualquier otro.
Era un día frío, y Wes, aburrido después de terminar su tarea de matemáticas, decidió ir a surfear un rato. La mayoría piensa que el surf es un deporte para el verano: largas jornadas atrapando olas bajo el cálido sol. Sin embargo, en Outer Banks, las mejores olas llegaban cuando el agua estaba fría. Además, el invierno traía algo que Wes apreciaba aún más: playas tranquilas, con olas que podía disfrutar casi en soledad.
Así que preparó su jeep, su posesión más preciada. No era lujoso, ni nuevo, pero para Wes era perfecto. El viejo Jeep Wrangler, con su pintura desgastada en un tono azul apagado y los inevitables arañazos que había acumulado con los años, tenía un encanto único. Su madre se lo había regalado, el primer gran lujo que pudo permitirse después de conseguir un trabajo estable. Para Wes, el jeep representaba más que un simple medio de transporte; era libertad, recuerdos y aventuras, todo en cuatro ruedas.
Una vez que cargó todo el equipo necesario para surfear, partió hacia su playa favorita en el lado sur. Para él, no había mejor lugar para escapar que la playa. Le encantaba sentarse sobre una manta en la arena, sentir el sol en la piel y observar las olas rompiéndose una tras otra. Algo en el aire salado y el incesante murmullo del océano lo hacía sentirse como si estuviera en otro mundo.
Cuando llegó al estacionamiento, notó algunos autos desperdigados, pero la zona estaba mayormente vacía. Encontró un lugar casi al final, donde estacionó su jeep. Abrió su baúl, sacó una de sus tablas y agarró su mochila.
Justo cuando cerraba la puerta y se preparaba para caminar hacia el sendero que conducía a la playa, un ruido detrás de él llamó su atención.
Se giró y vio una vieja van marrón y blanca, con rayas amarillas y naranjas, y una pintura tan desgastada que el óxido empezaba a asomarse en los bordes. El portaequipajes estaba repleto de tablas de surf, y la carrocería estaba cubierta de pegatinas descoloridas. Intrigado por el alboroto que venía de detrás de la furgoneta, Wes se detuvo.
—¿En serio, John B? —dijo una voz cargada de irritación—. Lo único que tenías que hacer era tomar mi tabla de surf. ¡Literalmente la dejé al lado de la puerta para que la vieras!
—Oh, ¿ahora soy responsable de traer tus cosas? Te subiste a la camioneta antes que yo, ¿por qué no la tomaste tú? —preguntó otra voz.
—Estaba demasiado ocupado enviándole mensajes de texto a su última conquista.
—¡Maldición, Pope! No se lo digas a todo el mundo...
El chico se detuvo cuando vio que Wesley estaba a tan solo unos metros de ellos. Como la puerta corrediza de la van estaba abierta, vio que había dos personas sentadas en ella. Los reconoció al instante, especialmente a Kiara Carrera, con quien había compartido clases cuando ella aún asistía a la Academia Kook, antes de que la transfirieran a la Escuela Secundaria del Condado de Kildare.
A su lado estaba Pope Heyward, cuyo padre era dueño del mejor mercado de mariscos de la isla. La persona apoyada en el costado de la camioneta, con los brazos cruzados sobre el pecho, era John B. Routledge. Wesley había intercambiado algunas palabras con él tiempo atrás, cuando John B trabajó temporalmente para su padre.
Y de pie frente a la puerta del lado del pasajero, observándolo con una expresión escéptica, estaba JJ Maybank. Todos en OBX conocían la reputación de chico malo de JJ; su cabello rubio desordenado, sus ojos azules y su habilidad para meterse en problemas. Era el tipo de chico del que se hablaba en susurros, conocido por su actitud despreocupada y su fama de mujeriego.
Wesley sabía de él, claro, pero nunca habían hablado. Se notaba que JJ no tenía mucha paciencia con los Kooks, y eso hacía que fuera casi imposible acercarse. Aunque no lo decía en voz alta, su desprecio por ellos se sentía en cada mirada. Wesley no estaba interesado en caer en esa dinámica, así que siempre lo había dejado pasar.
Escuchó a uno de ellos aclararse la garganta, y salió de sus pensamientos, dándose cuenta de que había estado observándolos durante demasiado tiempo.
Kiara lo miro y sonrió—. Hola, Wesley.
—Hola, Kiara —dijo Wesley, sonriéndole. Luego miró a los demás—. Lo siento, no pude evitar escuchar la conversación. ¿Necesitan una tabla de surf? Tengo una extra.
Kiara asintió—. Sí, eso sería...
—No —la interrumpió JJ, dándole una mirada mordaz—. No necesitamos nada.
—Claramente necesitas una si quieres surfear hoy —dijo Pope.
—Te prometo que no te cobraré por ello —bromeó Wesley, intentando aligerar la atmósfera.
JJ no se rió, lo que hizo que Wesley se sintiera un poco incómodo. Por suerte para él, John B rompió el silencio—. La tomaremos.
—¡Amigo! —espetó JJ mirando a John B, quien simplemente se encogió de hombros.
Wesley asintió, sin darle demasiada importancia a la reacción de JJ—. Bueno, ya vuelvo.
Se volvió hacia su Jeep, dejando su tabla de surf apoyada en la camioneta mientras buscaba la tabla de repuesto que siempre traía consigo. Mientras la sacaba por la puerta del costado, escuchó los susurros provenientes del grupo de amigos.
—John B, lo juro por Dios, podría matarte hoy —escuchó a JJ decir—. Odiamos a los Kooks. No aceptamos nada de ellos.
—Sí, los odiamos —respondió John B—. Pero necesitas una tabla de surf, y no hay forma de que vuelva por la tuya sólo porque fuiste demasiado vago para tomarla en primer lugar.
—¡Estaba haciendo algo realmente importante! —se defendió JJ.
—Por favor, JJ. Cállate —murmuró Kiara—. Además, Wes no es como los demás Kooks. De hecho, fue el único que me habló durante la Academia, y, para ser sincera, es de los más amables.
—Eso no significa nada —replicó JJ.
Antes de que pudieran sospechar que estaba escuchando su conversación, Wesley rodeó el Jeep y se paró junto a ellos, extendiendo la tabla de surf blanca y azul hacia JJ. Cuando la tomó, murmurando un "gracias" casi inaudible, Wes aprovechó el momento para agarrar la suya, listo para despedirse y continuar su camino hacia la playa.
Kiara le sonrió—. Gracias, Wes. Nos salvaste.
—Sí —respondió John B, y con una sonrisa traviesa añadió—: ¿Quieres surfear con nosotros?
—No quiero molestar —respondió Wes, sintiendo la tensión.
Pope lo miró—. No molestas, ¿verdad, chicos?
—Para nada —confirmó John B.
Kiara miró a sus amigos asintiendo, luego a Wesley—. Escuché que Wes es uno de los mejores surfistas entre los Kooks. Tal vez pueda mostrarnos algunos de sus trucos.
JJ puso los ojos en blanco—. Por favor, no necesito una lección de un Kook.
—Apuesto a que puedo agarrar más olas que tú —dijo Wesley, disfrutando visiblemente de la molestia de JJ.
John B silbó—. Me encantaría ver eso.
—Sí, a mí también —añadió Pope.
JJ miró a Wesley, desafiándolo—. Prepárate para ver cómo demuestro que estás equivocado.
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