Prólogo
Celeste Izumi no se consideraba una mujer con suerte. Toda su vida había atravesado dificultad tras dificultad para obtener lo que se proponía. Por eso se le hacía tan raro que sus dos mejores amigos le hubieran comprado boletos para un crucero como regalo de cumpleaños número veintiséis.
Ya le olía un poco a gato encerrado que ese par de canallas se hubiera dignado a hacer un acto bonito sin segundas intenciones de por medio. Los amaba más que a nada, pero eso no quitaba lo indignada que estaba.
Hablando de mala suerte. Ella siempre había sido un imán para atraer hombres y una experta en alejarlos. Muy a pesar de que su mayor sueño era encontrar el amor, casarse y formar una familia con cinco hijos y seis mascotas; iba a pasar la vigésimo sexta primavera de su vida más sola que las monjas. Y no era porque Celeste quisiera, a pesar de ser tan joven ya se consideraba una solterona y la frustraba este hecho.
Para su desgracia, la razón de su estado sentimental era otra. Había nacido con una apariencia de dioses y una personalidad más torcida que la Torre de Pizza. Ella no se percataba de esto, lo que provocaba que todo ser del sexo opuesto que se acercaba a ella babeando por su increíble atractivo terminata huyendo por su vida.
Manjirō siempre le decía que era poco femenina. Draken le sonría contento cada vez que espantaba a alguien, propio de un celoso hermano mayor. Yuukine intentaba ayudarla a organizar sus patrones de comportamiento de forma que no asustara a cualquier ser que se moviera.
Al final, siempre que decidía darse una oportunidad y creía encontrar al correcto; el correcto terminaba espantado y rogándole que lo dejara terminar la relación.
Pero...
PERO...
Eso no justificaba que sus dos mejores amigos hubieran conspirado como dos ratas para jugarle una broma de tan mal gusto.
Celeste miró el cartel que colgaba en la gran piscina de la cubierta del crucero con una sonrisa forzada. Apretó tanto la maleta de ruedas con su mano que terminó por romper el plástico la barra de empuñadura.
No se percató de que a su lado se había acercado un chico emocionado por pedirle el número de teléfono, pero al ver aquello retrocedió lentamente, sin respirar, buscando no llamar la atención de la pelirrosa.
"Bienvenidos, solteros"
Esos hijos de puta se la habían hecho. Le habían tomado el pelo de la peor forma posible y la habían engañado para que abordara al barco pensando que se trataba de un simple crucero, cuando esa era una de esas mierdas a las que se metía la gente cuando no podía conseguir pareja por sus propios medios.
¡Y ella era más que capaz de conseguir a un hombre por sus propios medios!
Lo peor era que el barco ya había dejado tierra firme y no había marcha atrás.
Pero Celeste juraba en el nombre de Yuukine Izumi, su más preciado tesoro, que cuando regresara a Tokyo, iba a volarle la cabeza de la forma más lenta y torturosa posible a ese par de imbéciles que ahora mismo debían estar echándose la risa.
Manjirō Sano y Ken Ryuguji habían firmado su sentencia de muerte.
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