Capítulo 1

Celeste decidió no sacar las cosas de su maleta y tirar esta debajo de la cama. Primeramente, le daba bastante pereza tener que organizar toda su ropa. Segundo, su compañera de cuarto le daba bastante miedo y no quería poner sus cosas en el mismo armario que ella.

Celeste pestañeó consecutivas veces cuando la mujer con dientes de conejo y tic nervioso en el ojo delante de ella le sonrió. La vio intentar acercarse y ella retrocedió por instinto.

—Hola, mi nombre es Hanako. Seremos compañeras —dijo la chica, metiendo la mano por dentro de su pantalón para rascarse el culo. Al concluir con su tarea se la sacó, la olfateó y luego se la extendió a Celeste—. ¿Quieres oler?

La pelirrosa comenzó a correr marcha atrás, tropezándose con una mesa, la orilla de la cama y una maleta que Hanako había dejado regada en el suelo en el proceso. Se pegó a la puerta de espaldas y comenzó a buscar el picaporte a ciegas, puesto que su vista estaba sobre su compañera, vigilando cada movimiento para que no se acercara.

—Voy a tomar aire fresco. Gracias por tu... —Miró la mano de la chica extendida y luego su sonrisa de emoción. Aguantó las ganas de vomitar con todas sus fuerzas y elevó las comisuras de sus labios. Gracias a dios había encontrado el pomo y al fin lo había abierto. Salió y fue cerrando lentamente la puerta hasta que solo quedara una pequeña rendidura por la que terminó su frase—. Amabilidad.

Acto seguido la protagonista comenzó a correr por el pasillo hasta llegar a la cubierta. Ni de coña iba a pasar la noche con ese bicho. Mira que ella no era de juzgar por las apariencias, pero aquella mujer era todo lo que estaba mal en ese mundo.

Ahora se sentía aún más ridícula. Solo tipas raras como esas venían a cruceros como ese.

Inexplicable la ira la consumió y aplastó con su pie una maceta decorativa antes de salir al exterior.

Un chico a sus espaldas, que se acercaba para invitarla a la piscina, presenció cómo aquella mujer rompía con facilidad la porcelana y la rodeaba un aura tan atemorizante que lo hizo recapacitar y dar media vuelta. Regresó a su camarote rezando no volver a encontrársela.

Celeste sintió los rayos del sol bañarle los párpados de forma agradable. Había un clima acogedor y se escuchaban risas por doquier. Eso la animó un poco.

Comenzó a caminar hasta una de las sillas que había alrededor de la piscina, y con todas las miradas puestas en ella —inclusive la de las pocas mujeres que existían en los alrededores—, comenzó a despojarse de su short corto y su blusa ajustada, quedándose únicamente con su provocador y sexy bikini negro con decoraciones de tiras. Se recogió el cabello en una coleta alta y se inclinó de forma seductora a quitarse sus tenis. Esbozó una sonrisa complacida al sentir como era el centro de atención y todos los hombres babeaban cómo tontos solo con la idea de tenerla ahí.

Celeste era una diva, la reina de la fiesta, una mujer seductora con potentes curvas. Había llamado la atención de todos los chicos y eso la tenía satisfecha.

Si estaba ahí, al menos disfrutaría.

Moviendo sus caderas al compás de sus pasos se acercó a la esquina de la piscina y tomó asiento, metiendo sus pies en la tibia agua.

Pocos instantes más tarde estaba rodeada de hombres, incluso de aquellos que ya habían fijado su objetivo y antes de que apareciera semejante bombón estaban tratando de ligar.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿De dónde vienes?

—¿Puedo acompañarte?

Preguntaban y preguntaban a la misma vez, sin darle tiempo a contestar. Se peleaban y empujaban por ver quién estaría más cerca de ella e incluso, metidos en la piscina, la alababan.

—Nunca he visto a una mujer tan hermosa.

—Concédame el honor de asistir a la cena de esta noche conmigo.

—Me he enamorado.

Seguían diciendo uno tras otro. Embobados por aquel potente físico y esos embriagadores ojos color dorado.

—Tengo tanto calor —comentó ella al aire, tomando con un dedo una de las tiras del sujetador de su bikini y levantándolo ligeramente. Comenzó a echarse fresco con la otra mano y miró de reojo a la multitud.

Todos comenzaron a babear. Les flaquearon las piernas y cayeron de rodillas al piso mientras examinaban cada pequeño detalle de aquella provocadora escena.

Celeste puso los ojos en blanco al ver que ninguno había entendido el mensaje de forma correcta. Los hombres eran unos tontos.

—¿Nadie va a hacer nada al respecto? —inquirió, soltando la tira y cruzándose de brazos mientras hacía un puchero.

Rápidamente, los chicos salieron de su estado ensemismado y comenzaron a correr en círculos sin saber muy bien que hacer. Se chocaban unos con otros tratando de derrotarse para tener la atención de Celeste. Algunos le trajeron agua y limonada, otros una penca para echarle fresco.

La protagonista le dio un trago a su bebida satisfecha. No le gustaba la idea de estar allí, pero ya que estaba, debía ver las ventajas.

—¿A qué hora irá a cenar, señorita? —cuestionó uno de los que movía una penca para proporcionarle aire.

—Tendrás que tener suerte para descubrirlo —respondió Celeste, guiñándole un ojo.

El chico se derritió.

—¿No nos puedes dar ni una pista? —preguntó otro, embelsado igual.

Celeste se llevó una mano a su barbilla, haciéndose la pensativa, luego esbozó una sonrisa traviesa—. Noup. —Le sacó la lengua.

En ese momento todos dejaron escapar un suspiro tonto, parecían adolescentes enamorados con las hormonas al mil. Indescriptible lo que provocaba en ellos aquella mujer.

—¡Muy bien! ¡Hora del show, people! —gritó el presentador al micro, llamando la atención de todos.

En una esquina de la cubierta había una pequeña tarima que hacía función de escenario. Sobre ella estaba lo que aparentaba ser el presentador, una mujer atractiva con una chaqueta de kimono en sus manos y un hombre vestido con todo el conjunto, un karateca profesional.

—Un buen hombre debe saber cómo proteger a una mujer en todo momento —comenzó el presentador para animar el ambiente. En ese momento empezó a sonar una música divertida—. Porque las mujeres son frágiles flores que merecen todo nuestro respeto y apoyo. Precisamente por eso hoy nos acompaña Nakamura Otoko. —Señaló con su mano al karateca y le hizo una pequeña reverencia—. Él nos ayudará a mejorar nuestras cualidades físicas. Será como un pequeño torneo, en el que solo deberán impresionarlo. El ganador, quien logre el respeto de nuestro instructor, además de impresionar a las mujeres... —insinuó, guiñando un ojo cómplice—recibirá una botella de ron gratis.

Comenzaron a sonar las risas y los aplausos por parte de los chicos y chicas de la cubierta. Todos parecían muy emocionados y contentos con la idea. Sonaba muy divertido. Los chiflidos no tardaron en llegar.

—No se preocupen, el señor Nakamura no hará nada que pueda herirlos —añadió el presentador. Hizo una pose exagerada—. Y ahora bien, ¿quién será el primero en demostrarnos lo que sabe?

Los hombres que rodeaban a Celeste tenían la misma idea todos. Si podían demostrar buenas habilidades físicas seguramente tendrían ventajas sobre los demás. El primero en dar el paso al frente fue quien le sostenía la limonada.

Emocionado, el tipo caminó hasta treparse sobre la tarima. La mujer le colocó un chaleco protector y por encima el kimono. Debían evitar cualquier incidente y la seguridad era lo más importante.

La batalla duró poco. El tipo intentó atinarle un golpe a Nakamura, pero el karateca lo esquivó con facilidad, se lanzó al suelo y con sus pies se enredó en los del contrario provocando que este cayera al piso. Rápidamente dirigió su puño al estómago del contrincante y, sin concretar el golpe, culminó el encuentro declarándolo ganador.

El siguiente fue uno de los que estaban dentro de la piscina. Se secó rápidamente y fue corriendo al escenario. Siguió el mismo patrón de vestimenta y comenzó a dar saltos sobre su lugar con una posición de boxeo. Fue derrotado aún más fácil que el anterior.

Y como esos hubieron decenas. Pasaron casi toda la mañana en aquel juego, nadie se cansaba de intentarlo y todos querían demostrar su valía. Poco a poco el sol se fue fundiendo en colores naranjas con el océano, anunciando la caída de la tarde.

—Bueno, ¿nadie más lo va a intentar? —preguntó el presentador, haciendo otra pose exagerada.

Celeste dejó escapar un suspiro y se puso en pie. Todas las miradas recayeron sobre ella mientras sus pasos la acercaban lentamente a la tarima. Con la mano mojada peinó su flequillo hacia atrás, dejando unicamente algunos mechones salvajes sobre su frente. Se trepó en el escenario y esbozó una sonrisa diabólica al contemplar a su enemigo.

La muchacha encargada de la seguridad intentó ponerle el chaleco antes del kimono, pero la joven no se dejó. Negó con su mano y se colocó frente a Nakamura con las piernas abiertas y una mano en su cintura.

—No te contengas solo porque soy una chica, o pensaré que eres un machista —dijo burlona, con un deje venenoso en su voz. Le brillaron los ojos como a los de una depredadora producto de las inmensas ganas que tenía de pelear.

Nakamura se alarmó rápidamente. Esa no era una expresión común, era más bien aterradora. No sabía por qué, pero le temblaron las manos ante la inmensa y potente aura amenazadora de aquella hermosa pero peligrosa mirada. Tragó en seco y decidió no subestimarla. Pero pestañeó y ese fue su peor error.

Antes de darse cuenta, Celeste ya había lanzado una potente patada como las de su mejor amigo a las costillas del maestro karateca. Cuidó su fuerza para no romper ningún hueso y lo obligó a caer al suelo en silencio, porque un karateca nunca dejaría escapar un alarido aunque lo estuvieron matando.

Con autoridad bajó del escenario y fue donde le presentador, quien la observaba con la boca abierta completamente estático sin parpadear. Le sacó la botella de ron que traía en su mano, la descorchó y comenzó a darse sus tragos.

La protagonista comenzó a caminar orgullosa hasta su lugar de inicio. Volvió a tomar asiento en la orilla de la piscina con una sonrisa de oreja a oreja, pero, para su sorpresa, nadie habló. La cubierta estaba zumbida en un absoluto silencio.

Los hombres que la rodeaban, al recuperar la consciencia, comenzaron a alejarse uno a uno, sin moverse mucho para no llamar su atención. Fingieron llamadas, comenzaron a chiflar y se escaparon corriendo.

Celeste había quedado sola.

La protagonista se mordió el labio insatisfecha al ver a los chicos regresar con las mujeres a las que estaba intentando ligar antes de que ella apareciera.

Celeste casi pudo escuchar a Manjirō decirle burlesco que era un temible hombre en el cuerpo de una mujer.

No le quedó más remedio que recoger su dignidad y marcharse de ahí. Genial, tenía que volver con la loca de su compañera de cuarto.

Al llegar al camarote agradeció que Hanako no estuviera por ahí y se metió a la ducha, siempre poniendo pestillo antes. Se dio un refrescante y prolongado baño que la ayudó a bajar los efectos del alcohol porque sí, aunque solo se hubiera dado dos o tres buches, eso ya había sido suficiente para marearla.

Afortunadamente, una hora más tarde, cuando cerró la llave, ya se encontraba como nueva. Secó su largo cabello y se hizo una trenza de lado con algunas hebillas pequeñas a lo largo de todo el peinado en forma de flores blancas. Se colocó un corto vestido del mismo color, con un escote en forma de corazón y sin mangas. Completó el conjunto con unos tacones que le había regalado Emma y se puso un poco de brillo labial.

Recogió su toalla y sus ropas sucias y abrió la puerta para salir del baño. En ese momento quiso echarse cloro en los ojos al contemplar frente a ella a Hanako besándose contra la pared con un chico bastante guapo. Estaban sin ropa mientras él le daba fuertemente en aquella incómoda posición que parecía exitarlos.

La pareja miró en la dirección de Celeste e intentó taparse con sábanas.

—¡Oh dios mío! —exclamó Celeste, tapándose la cara con la toalla. Quería borrar aquello de su memoria. Esta vez si iba a vomitar.

—Lo siento, no sabía que... —intentó decir Hanako, justificando su sexo desenfrenado en una habitación conjunta.

—No te preocupes —cortó rápidamente la pelirrosa, lanzando su ropa sucia a la cama. Todavía con la toalla en la cara caminó hasta la puerta—. Yo ya me voy. No los molesto más. Voy a desaparecer. Sigan en lo suyo.

—Si quieres te puedes unir —comentó el chico, dejando caer la sábana que rodeaba su entrepierna con orgullo. Examinó el monumento que tenía delante y su erección creció.

Hanako le dio un cabezaso indignada por su sugerencia.

Celeste esbozó una sonrisa forzada y le lanzó la toalla antes de salir por completo de la habitación.

Ya completamente fuera de aquel infierno que tenía como camarote, la protagonista puso rumbo al restaurante del crucero. Le preguntó a uno de los trabajadores cómo llegar y este le informó gustoso.

No tardó ni dies minutos en volver a ser el centro de atención. Ahí no había ninguno de los chicos que estaban esa tarde en la piscina, probablemente porque no habían tenido tiempo de cambiarse de ropa y seguramente seguían disfrutando de las actividades festivas.

Celeste se volvió a sentir poderosa en lo que su paso la llevaba a una mesa con una sola silla. Sabiendo que tenía todas las miradas sobre ella alzó su mentón orgullosa. Había tanto silencio que su taconeo resonaba en toda la sala, hasta los de la banda sonora habían dejado de tocar, los camareros se habían detenido en seco.

Nadie entendía que hacía una mujer como ella en un lugar como ese. Pero estaba ahí, y eso no lo desaprovecharían.

La pelirrosa nuevamente fue rodeada de hombres, estos parecían un poco más elegantes y civilizados que los de por la tarde. Babeaban por ella pero lo disimulaban mejor.

Hasta el camarero se quedó bobo mirándola mientras le tomaba la orden. Tuvo que venir una mesera a sarandearlo con el objetivo de que se fuera de aquel lugar y comenzaran a preparar una cena para la joven.

Las preguntas sobre su vida no tardaron en llegar, las invitaciones a otros eventos tampoco, los intentos forzados de charla mucho menos. Celeste volvía a ser la reina de la fiesta.

Pasó media hora y su cena ya estaba lista. Cómo tal, el camarero volvió a acercarse con sus cubiertos, depositando el cuchillo, el tenedor, la cuchara y la cucharilla de forma correcta.

Celeste se aburría entre tanto baboso y tenía mucha hambre. No veía la hora de que llegara el plato. Entonces se le ocurrió una idea. No pensó ni el lugar ni el momento, tomó el cuchillo entre sus manos y comenzó a jugar con el con total destreza, cómo si fuera una maestra de feria en el asunto. Le daba vueltas, se lo pasaba de dedo en dedo con agilidad, lo lanzaba casi que al techo y lo tomaba. Se emocionó tanto que no se percató cómo todos y cada uno de los hombres que la rodeaban se encogían con los ojos abiertos de par en par, comparándola con la imagen de una asesina serial profesional.

Culminó su función lanzando una última vez el arma al techo, luego tomó el tenedor y lo tiró en la misma dirección. El tenedor venía con más fuerza y provocó que el cuchillo se clavara en el techo como si fuera un martillo dándole a un clavo, luego descendió y cayó entre las manos de Celeste.

Para ese entonces la pelirrosa se fijó en su alrededor, contemplando a todos con la misma expresión de esa tarde. Hasta el camarero se había quedado estático cómo una piedra cuando la vio haciendo su truco. De verdad parecía alguien peligroso.

Celeste resopló al verlos alejarse nuevamente. No comprendía que hacía mal. ¿Existiría alguien en el mundo que no fuera tan tiquismiquis y aceptara a una mujer empoderada?

No iba a fingir ser una flor cuando era feroz como el viento, aún si eso la llevaba a ser una solterona.

Acomodó su codo sobre la mesa y dejó descansar la barbilla en su mano. Con el tenedor comenzó a pinchar la carne de forma desinteresada, con los ojos entrecerrados.

Por un momento sintió a alguien tocer, lo que la obligó a alzar la vista, pero sin cambiar su posición. La sorprendió encontrar a un chico de pie frente a ella mirándola, sonrojado, con una expresión tímida.

Era de rebeldes cabellos azabaches, con hermosos ojos azules. Tenía altura promedio, posiblemente era más bajo que ella. Portaba un simple pantalón con una polera.

Nada del otro mundo.

—¿Y tú qué? ¿Por qué no huyes? —preguntó la Izumi, desinteresada.

El pelinegro pestañeó consecutivas veces sin entender.

—¿Por qué debería hacerlo? —inquirió de vuelta el chico, dibujando una sonrisa sincera, emocionado, pero siempre manteniendo su sonrojo y tierno semblante—. Eso fue increíble.

Celeste soltó el tenedor y se incorporó en la silla sin dar crédito a lo que escuchaba. Se le había quitado el hambre. Le brillaron los ojos como dos luceros.

—¿Cómo dijiste?

—Que eso fue increíble. Nunca había visto a nadie hacer nada parecido. Creo que una persona que hace algo tan increíble solo puede ser increíble —concretó él, rascándose el cuello. Huyó de la potente mirada de la chica, con las mejillas aún más rojas que antes—. No tengo razón para huir

Celeste elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor y se puso en pie bruscamente, ganándose la mirada del joven. Caminó hasta quedar frente a él, curiosamente se veía mucho más alta, entre los centímetros que le sacaba y los tacones la obligaban a mirarlo desde arriba.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, pegándose al rostro del pobre hombre que estaba a punto de tener un infarto por su cercanía.

—Tamiti.. digo Takemichi —corrigió rápidamente el nervioso chico. Tragó en seco sin poder apartar la vista de esos hipnotizantes ojos—. Takemichi Hanagaki.

—Bien, Michi —Celeste rodeó del hombro al aludido, tomó una silla de la mesa de al lado, la colocó frente a la suya y obligó al chico a tomar asiento en ella. Luego volvió a su puesto y le hizo una seña al camarero para que viniera a tomar la orden del chico. Depositó ambos codos sobre la madera y recostó su barbilla en las dos palmas de su mano, con una sonrisa ladina—. Hoy dormiremos juntos.

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