━━30: La Corona
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CAPÍTULO XXX
❛¿Era lo suficientemente fuerte para soportar la carga?❜
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AÑO 740, D.C. SEPTIEMBRE, 01.
Tres meses después.
El crepúsculo del atardecer transformó el cielo azulado hasta convertirlo en un cielo anaranjado con rosa. Gotas de agua se deslizaron bajo las gruesas nubes grisáceas cubriendo en cuestión de minutos la isla de Berk por completo.
Sigrid miró a sus alrededores los cambios notorios en la isla después de lo ocurrido con Drago Manodura y los destrozos causados a esta. Donde antes sobresalían extensos muros de hielo en forma de orillas picudas, ahora crecía el césped verde; las cabañas berkianas también habían sido reparadas durante aquel tiempo, al igual que las zonas de prevención contra incendios para los dragones y sus bebederos. Encima de sus cabezas, cerca de la entrada principal del Gran Salón, la escultura de Estoico el Vasto destacaba sobre la isla, completamente terminada luego de tres largos meses en el que los vikingos trabajaron día con día.
—¿En qué tanto piensas? —La voz de Hipo la distrajo de sus pensamientos, la kainiana se giró solo para ver el reflejo de sus orbes verdes observarla con curiosidad—. Eres complicada de descifrar.
Sigrid se giró solo para mirarlo, sentada afuera de la cabaña de Hipo, donde las gotas de la lluvia solo rozaban con ligereza sus botas, la morena se hizo a un lado y permitió que el vikingo la acompañase.
—Voy a tomar eso como un cumplido —respondió principalmente, llevándose su larga melena castaña detrás de su espalda, sin apartar la mirada de él, suspiró y contestó a su pregunta—. En lo mucho que ha cambiado todo, es increíble lo rápido que ha pasado el tiempo, aún recuerdo todo como si hubiera sido ayer. —Dio un largo suspiro, bajando la mirada para tomar entre sus manos la pequeña libreta con cubierta de piel que con ayuda de Hipo había hecho semanas atrás—. Te estás convirtiendo en un gran jefe, Hipo.
Los ojos atentos de Hipo la miraron como siempre lo hacían, con afecto, como siempre lo hacían. Y cuando Sigrid preguntaba a qué se debía, el vikingo siempre respondía lo mismo «Después de un día lluvioso, todos buscan el arcoíris; pero yo busco el sol, te busco a ti», dejando sin palabras a la kainiana.
Poco después de lo ocurrido, mientras ayudaba a Hipo a sanar, Sigrid había confesado al vikingo sus sentimientos, le parecía justo también decir lo que sentía y ahora ambos... No sabía con exactitud qué eran, pero eran algo más que amigos. En un suspiro, Sigrid le devolvió la mirada verdosa al berkiano cuando sus manos se deslizaron suavemente para acariciar y tomar las contrarias.
—Espero estar haciéndolo bien —respondió Hipo al cabo de una larga pausa, dejando soltar una exhalación—. Algunas veces no puedo evitarlo y cuando lo extraño, solo veo su rostro, es como un recordatorio de lo que sucedió aquel día.
—Yo sé que él está orgulloso de ti —dijo Sigrid, recargando sobre sus piernas el cuaderno que no había abierto y entrelazando los dedos de su mano con la otra de Hipo—. Tanto como tú de él, todo va a salir bien.
Sigrid se inclinó ligeramente y besó su mano. Cada día que pasaban, las muestras de afecto eran cada vez más comunes entre ellos. Ambos se tenían para el otro, sus corazones latían como uno y en los momentos difíciles o las situaciones complicadas, se habían prometido apoyarse mutuamente. Sigrid había sido un gran consuelo para Hipo durante los primeros días luego de lo ocurrido, con ella fue mucho mejor el desenvolverse y sacar a la luz todos sus sentimientos ocultos sobre su corazón debido a la pérdida de su padre; con ella, ahora podía cumplir con sus obligaciones como jefe de la isla sin temor a dejar todo y salir huyendo.
Es difícil, lo sé, había dicho Sigrid durante la primera semana, no puedo decirte que lo dejarás de extrañar con el paso del tiempo porque ambos sabemos que eso sería una mentira. Pero lo que sí puedo decirte en este día y en este instante, es que no dejes que sus recuerdos se conviertan en un arma para destruirte, tómalos y conviértelos en tu propia armadura, pues cualquier enemigo creerá que sus recuerdos son tu debilidad y no lo son. Él era tu padre, tu orgullo y aunque no esté aquí presente físicamente, su alma está en tu corazón.
—Gracias por todo este tiempo —comentó el castaño y Sigrid le restó importancia, dejando caer su cabeza sobre su hombro—. Sé que detuviste tus verdaderos deberes en Nordvind durante el primer mes por estar conmigo, jamás te habría pedido que lo hicieras, de no haber sido por ti, temí haber terminado en un pozo oscuro —añadió con una exhalación, recargando el mentón sobre su cabeza.
—Yo sé bien que no me lo habrías pedido —interrumpió ella con un ligero gruñido y una risa que contagió a Hipo—. Pero tú lo dijiste hace tiempo, estamos juntos en esto. —Pasaron unos segundos recargados sobre el otro hasta el qué sobresalto de Sigrid los separó a ambos—. ¡Oh... ! Por cierto, lo había olvidado —encorvándose ligeramente, abrió el cuadernillo buscando entre las páginas de él, donde sus escritos estaban—. Oficialmente he terminado de ayudar en Nordvind, la herrería quedó lista, el área de entrenamiento y las armaduras también, ¡no podrías creerlo! —añadió con un deje de emoción—. Me han pedido que te comente sobre un pequeño acuerdo de alianza —prosiguió, hasta que finalmente encontró lo que buscaba y de entre las páginas sacó un pergamino doblado por la mitad— pues con los dragones que cada día llegan a la isla, necesitarán un poco de ayuda para entrenarlos, están completamente abiertos a la idea de vivir en paz con ellos y para mejorar su relación necesitan de expertos en el tema.
Antes de que Hipo abriera la boca para responder, Sigrid le pasó la petición y prosiguió.
—Les habría ayudado con todo gusto, pero mañana regreso a Kain —explicó finalmente en voz baja que pensó que Hipo no la escucharía—. No he recibido noticias de mis padres desde que... Bueno, ya sabes, desde que papá te mandó una carta expresando sus condolencias por la muerte de tu padre —continuó un poco tímida—. No sé cómo están y necesito comprobar que se encuentren bien.
—Puedo acompañarte si quieres —ofreció el vikingo tras un largo instante—. Tú misma lo dijiste, estamos juntos en esto, además, serviría de distracción.
—No, no debes distraerte más —repuso Sigrid—. Me iré con Kristoff y Said —explicó—. Te mantendré al tanto, solo, por favor considera ayudarles con los dragones.
—Los gemelos y Patán últimamente no tienen nada que hacer, les diré que vayan —respondió Hipo, tras echar un rápido vistazo al pergamino—. Y ya que sugieren lo de la alianza, estoy seguro de que a Patapez le encantará ir a hablar sobre todo lo que conoce de dragones, ¿estaría bien?
—Perfecto.
Sigrid se inclinó hasta el berkiano para depositarle un beso sobre la mejilla que terminó en sus labios cuando Hipo movió el rostro a propósito mientras la tomaba de la cintura y la acercaba a él. Sus labios se movieron al compás del otro en una suave danza al tiempo en que una risa corta escapaba de los labios de Sigrid.
—¿Sabes qué? —preguntó Sigrid cuando se separaron para recuperar el aire, sus mejillas habían adquirido un tono rojizo—. Eres una distracción, iré con Astrid para que me trence el cabello.
—Yo también puedo hacerlo —dijo Hipo sin dudarlo y Sigrid arqueó una ceja—. Quiero intentarlo.
La kainiana se giró nuevamente para sentarse como había estado con anterioridad al beso e Hipo se incorporó, sentándose un escalón por encima para sujetar el cabello suelto qué caía hasta por debajo de su cintura. Era increíble lo mucho que le había crecido y lo bien que le sentaba el tener el cabello castaño con ese tipo de largo y ondulado.
Hipo entonces comenzó a hacer las separaciones de su cabello respectivamente, tomando los dos mechones opuestos con sus manos, mientras dejaba el del medio sobre la espalda y comenzó a entrecruzar todos de manera lenta. Las manos de Hipo sobre su cabello eran suaves, lo que hicieron sentir a Sigrid relajada, quien veía las gotas del agua caer cada vez más lento a algunos metros de distancia, cesando poco a poco la lluvia. Cerró sus ojos por algunos instantes, todo se sentía tan increíblemente bien que no quería tener que marcharse, pero el deber llamaba por sobre el amor.
Al día siguiente, durante la madrugada, Sigrid partió en conjunto con Kristoff y Said a Kain luego de que Hipo la acompañase hasta Nordvind esa misma mañana. El viento helado les azotó en el rostro conforme viajaron a través de la neblina en dirección al alba. El clima estaba templado, las nubes grises sobresalían entre la neblina y Sigrid se recostó sobre Nymeria, esperando que el viaje no se hiciera tan largo.
Cuando finalmente llegaron, el atardecer les esperaba con su cielo anaranjado y pequeñas gotas de agua anunciando la lluvia sobre Kain.
El ambiente se sintió tenso desde que desmontaron sus dragones y tomaron sus respectivas pertenencias dentro de los establos, dejando tanto a Nymeria, Vhagar y Nerion para que pudiesen saciar su hambre y descansar. Los tres kainianos también estaban tan cansados que apenas y habían hablado durante el viaje, pero aun había cosas que debían hacer antes de tomarse su descanso; avanzaron fuera de los establos, siendo recibidos por un pueblo desierto.
Había piezas rotas a los alrededores, ninguno estaba fuera de sus casas como solían estar a esas horas del día. Confundidos, apresuraron más el paso hasta llegar a la entrada del castillo donde encontraron al pueblo amontonado, gritando cosas inentendibles en un intento por querer entrar al castillo. Said y Kristoff mantuvieron en todo momento a Sigrid en medio de ellos, mientras continuaban la caminata, confundidos de lo que sucedía. Algunos se giraron, tras percatarse de su llegada y en seguida las exclamaciones se hicieron más fuertes, más claras. «¡Oh, Alteza, lo siento muchísimo!» «Lamento su pérdida, Alteza» y más comentarios similares se hicieron presentes.
El corazón le estrujó desde dentro sin tener la menor idea de lo que hablaban y Sigrid se mantuvo serena tratando de que el pánico no le ganase o sus pensamientos la consumiesen. Ella y Kristoff compartieron miradas antes de que el rubio pasase saliva por su garganta y se adelantase para hacer paso. Las pisadas se hicieron cada vez más rápidas, al igual que el miedo constante, haciendo a la primogénita del rey sentir como la sangre se le helaba.
Los demás kainianos seguían comentando cualquier tipo de condolencias y luego trataron de acercarse a Sigrid, cosa que Said impidió, interponiendo su brazo.
—¡Alteza no entre! —advirtió una mujer desde el otro lado—. Quédese aquí.
—Permiso. —Said creó guardia con sus brazos, sin detenerse en ningún momento y la vista de Sigrid se desvió hasta atrás de las rejas del castillo, solo para ver el gesto de una señora asustada—. ¡Hagan paso!
Las personas detrás de los recién llegados solo asustaron a Sigrid, quien se zafó de los brazos protectores de Said y salió corriendo hasta las puertas cerradas del castillo. Llegó hasta ellas, tomándolas del pomo en un intento inútil por abrirlas, más nada. Tenían puesto el cerrojo.
—¡Mamá! ¡Papá!
Nada. El silencio era desgarrador.
La desesperación sucumbió a Sigrid, quien comenzó a golpear la puerta en un intento de abrirla y en seguida fue ayudada por sus amigos sin éxito alguno. Entre los tres golpearon la puerta para abrirla hasta que Kristoff logró empujarla de una patada. El corazón casi salió de su pecho ante la escena, había restos de sangre por todo el castillo, esculturas rotas, cuadros tirados y armaduras destrozadas.
—No... —A lo lejos, la silueta de una mujer se encontraba extendida con manchas de sangre sobre su cuerpo.
—Oh, Majestad —murmuró Said tras reconocerla y Sigrid se echó a correr hasta su silueta.
—Mamá, mamá... —exclamó con un sonido ronco y la voz presa del pánico—. No, no, no, tú no, por favor, quédate conmigo, quédate conmigo —susurró altanera y se dejó caer de rodillas a un lado del cuerpo de su madre, con cuidado, giró su cuerpo hasta que terminó acostada boca arriba, viendo la marca de sangre en su abdomen—. Mamá, mamá, no me dejes, tú no...
Con un nudo en la garganta, Sigrid se apresuró tratando de encontrar algo que le sirviese para cubrir su herida y se inclinó para comprobar su respiración. La respiración de su madre era tan lenta que Sigrid temió que ocurriese lo peor en cualquier momento y Kristoff se arrodilló también para colocarle una venda sobre la herida, de su camisa que había roto. Con dedos temblorosos, Sigrid ayudó a su primo a limpiar la sangre de la herida, haciendo presión para que no saliese más. Un par de sollozos escaparon de los labios de Sigrid y sus manos temblaron tanto que el rubio tuvo que apartarla para que él hiciese el trabajo.
—No puede perder más sangre o morirá —dijo Kristoff con un jadeo cuando aseguró la venda—. La llevaré con mi nana, créeme, ella sabrá que hacer —agregó al ver el intento de replica que estaba por salir de los labios de Sigrid, cuyo rostro empapado en lágrimas miraba con preocupación a su madre—. Quédate con Said... —Giró a su lado sin ver rastros del kainiano—. Ven conmigo.
—No pierdas más el tiempo y ve. —Sigrid se limpió el rastro de lágrimas y la ayudó a cargar a Kenia para que la llevase, una vez estuvo a la altura le depositó un beso a su madre sobre la frente—. N-necesito encontrar a mi padre también.
El labio inferior le tembló al decir aquello y rebuscó entre la sala algún rastro de pisadas ante el solitario y oscuro salón. A pesar de que Kristoff no quería dejarla a su suerte, la vida de la reina corría peligro y se vio ante la necesidad de salir de vestíbulo en dirección al pueblo, donde la dejaría al cuidado y la supervisión de su abuela y pondría a Nerion a hacer guardia. Sigrid, por su parte, sacó a Snøstorm de su funda, apresurando su marcha entre los salones del castillo, rebuscó en cada montículo y se adentró a los que tenían manchas de sangre impregnadas sobre las paredes con el corazón latiendo tan rápido.
Se escuchó un jadeo, seguido de una tos y Sigrid corrió al sonido abriendo la puerta de inmediato donde encontró a Said de pie, sosteniendo a un hombre encima de la pared con las manos alrededor de su cuello.
—¡¿Dónde está?! —Escuchó a Said desde el umbral de la puerta—. Esta es la habitación de mi hermana, ¿por qué un repugnante cómo tú está aquí? —El hombre tosió un poco y Sigrid se adentró para buscar rastros de Lyanna con absoluta preocupación—. ¡DIME!
Su rostro se tornó furioso al tiempo en que lo volvió a estampar contra la pared con una increíble fuerza. Sigrid movió entre los estantes tirados y un suspiro de alivio escapó de sus labios, al ver ligeramente entreabierto el cuadro de su habitación, donde tiempo atrás Lyanna y ella habían descubierto que los pasadizos conectaban con su habitación ante cualquier emergencia. Si hubo suerte, entonces Lyanna estaba a salvo.
—Creo que ya sé dónde está, Said —murmuró Sigrid en voz ronca, bajo sus ojos aún seguía el rastro de lágrimas, pero no debía de dejar que los sentimientos nublaran su juicio. Debía encontrar a todos—. No lo dejes escapar, la encontraré de mientras —continuó, al tiempo en que Said tomaba al hombre por el cuello de la camisa y lo arrastraba sobre el suelo para que avanzara.
Sin esperar su respuesta, Sigrid encendió la hoja de Snøstorm buscando la entrada escondida dentro del recuadro y se adentró en los pasadizos. Un eco se escuchó de pronto y Sigrid se apresuró para caminar a través de ellos con la luz azulada de su espada, luego, se escuchó un murmuró y el sonido de pasos.
—¿Quién eres? —exclamó una voz desde el vacío—. No des un paso más —prosiguió.
—Oh, Daven —dijo Sigrid con un suspiro aliviado, las pisadas se hicieron más constantes y la kainiana corrió hasta su encuentro.
El rostro de Daven tenía varias cicatrices abiertas, su cuerpo, manchando de sudor y sangre se mantenía en pie dispuesto a defender a su familia. Sigrid los miró a todos con preocupación y alivio en su rostro al darse cuenta de que estaban vivos los tres hermanos y la señora Warren.
—Giselle, ¿qué ha pasado? —preguntó Sigrid, acercándose hasta la madre de Said.
—Vinieron en la noche —respondió la mujer en voz baja—. Algo no se sentía bien, le dije a Randall... Entraron en el castillo y mataron a los guardias, íbamos en camino hacia los aposentos de Su Majestad —siguió con voz temblorosa—, cuando tomaron a Lyanna y trataron de llevársela. —Su voz se ahogó al momento que pronunció aquello y Sigrid bajó la mirada para ver a Lyanna cuyo vestido estaba hecho pedazos—. Dijeron que al ser una de sus damas, Alteza, no podían perdonarla...
La voz se le partió y Sigrid miró con lágrimas en los ojos a la mujer, haciendo sus manos puños mientras escuchaba. Sabía de quienes hablaba, no hacía falta que los mencionaran. Debían ser ellos.
—No supimos quiénes eran, lo único que comentaron cuando Daven alcanzó a uno era que les habían pagado una gran cantidad de dineros y bienes por su servicio —continuó Giselle tras sentir su mirada—. La Reina fue quien salvó a Lyanna y nos ordenó que nos fuéramos. ¿E-e-está ella bien? —preguntó entonces.
Sigrid negó con la cabeza, cubriendo la mano con su boca ahogando el sollozo que saldría de ella.
No sientas, no ahora.
—Será mejor que salgamos de aquí —murmuró—. Said nos está esperando.
Cuando salieron nuevamente al exterior, Said se encontraba con el cuerpo muerto del hombre que había estado reteniendo minutos atrás. Sus manos, impregnadas en la sangre de su enemigo, temblaban ligeramente bajo sus ojos y sus ojos miraban en dirección contraria al cuerpo sin vida frente a él. Al ver a Sigrid, los ojos se le llenaron de lágrimas y sus labios temblaron, tratando de decir algo que simplemente no salió.
—Lo siento.
Fue lo único que dijo, en un murmuro lejano que la voz se le hizo irreconocible. El castaño se giró para mirarla, con los ojos transmitiendo una profunda tristeza que Sigrid no comprendió.
—S-said, no lo entiendo... —comenzó Sigrid presa del pánico, cuando varias voces se escucharon.
La vista de Sigrid se desvió para ver al par de soldados con heridas y el uniforme azul impregnado en un rojo vivo que la hicieron parpadear confundida y perpleja. Delante de ellos, se encontraba un cuerpo inmóvil cubierto con una manta de seda blanca y sobre ella, descansaba una corona con sangre.
—No...
Ni mil palabras describirían el terror que Sigrid sintió ese día, al ver el cuerpo de su padre cubierto. Sus piernas débiles la llevaron hasta el suelo y su voz amortiguada profirió un sollozo desgarrador, mientras las lágrimas de sus ojos se deslizaban como cataratas. No dijo nada, no se movió, simplemente lloró y su lamento se hizo escuchar hasta en los pequeños rincones del castillo.
Said se inclinó hasta su lado, tratando de consolarla, sin evitar que algunas lágrimas corrieran por sus ojos de igual forma, la abrazó solamente, sabiendo que ninguna acción, palabra o gesto funcionaría esta vez.
Impasible, Sigrid caminó sobre la alfombra tinta en el medio del Gran Salón que la conduciría al trono, en sus hombros llevaba la carga que no esperaba tener que cargar en momentos como esos, pero el destino la llamaba.
Llevaba un vestido completamente negro, le habían colocado un traje de satén negro brillante por debajo, que se ajustaba con muchos listones y botones para que no se desprendiera la tela. Tenía mangas abombadas en los hombros y parte superior de los brazos, que caían un poco más ajustadas hasta la muñeca de una tela transparente con el adorno blanco de un par de estrellas. La falda caía sobre el posadero con enaguas de un negro brillante, y sobre ella estaba la sobrefalda hecha de tul que contrastaba con la tela debajo. La habían vestido linda para que recibiese una corona que Sigrid no quería portar, la habían peinado en una media coleta, dejando el cabello detrás suelto en sus ondas castañas y le habían hecho otros arreglos que la próxima reina no prestó atención.
Dejó que la sobrefalda detrás de ella se arrastrara con cada paso que daba hasta su destino y mantuvo la mirada fija en el trono que se alzaba frente a ella con un resplandor por la luz del sol. Ahí estaba ella, a punto de tener la corona sobre su cabeza.
Un nudo en su garganta se formó con cada paso que Sigrid daba, tuvo que alzar la mirada para ignorar los comentarios que las personas murmuraban. Muchos decían lo mismo, que no estaba preparada, que debieron subir a Tiberio en lo que ella contraía matrimonio o estuviese lista; pero no le importó. No abdicaría del trono por más que no lo quisiera. Ese era su deber, su destino y, principalmente, lo que su padre siempre quiso desde meses atrás.
Sigrid profirió un suspiro débil y sujetó la falda del vestido para poder subir los pequeños dos escalones que la guiaron hasta el trono de cristal frente a ella. Se detuvo sin dar un paso más y, por unos instantes, cerró los ojos. De sus ojos hinchados, un par de lágrimas se deslizaron sin querer. Lágrimas de furia, lágrimas de tristeza, lágrimas de aceptación. Y se giró hasta la multitud, siendo recibida por miradas de pena, de lástima, por lo acontecido tan solo tres días atrás.
Mientras el arzobispo dictaba las palabras, los ojos mieles de Sigrid giraron para ver a la multitud. Todos estaban presentes, excepto sus padres. Con un ligero temblor, llevó sus manos sobre la falda del vestido y entrelazó sus dedos nerviosa, dos miradas fijas la hicieron girar un poco la cabeza y miró a su primo y a su amigo. Kristoff y Said asintieron en su dirección, dándole una sonrisa triste para que pudiera continuar, para que pudiera convertirse en Reina.
—Por el poder de Dios, la divinidad de la casa Whiterkler, doy la bienvenida a la nueva Reina y heredera de Kain. —El obispo hizo un ademán y Sigrid se hincó, inclinando la cabeza. Algunos instantes después, sintió la pesada corona de oro sobre su cabeza con la sangre aún de su padre sobre ella. Había ordenado que la dejasen así, sin limpiar, pues era el recuerdo de lo que había sucedido por no haber estado—. De pie, Sigrid Whiterkler, Segunda en su Nombre, heredera de Kain, Señora de Nordvind y protectora del Norte.
» Que la luz de tus ancestros te guíe a través de las adversidades, que sus ojos sean el reflector de tu alma y que sus almas sean los guiadores desde las constelaciones. De pie, Reina Sigrid, toma asiento en el trono de los reyes y que el destino comience.
Sigrid se puso de pie, sus manos dejaron de temblar cuando lo hizo. Una vez se había dicho a sí misma que aceptaría su destino, le prometió a su padre que estaría preparada... Lo estaba, a pesar del dolor, la culpa, del remordimiento. Tomaría la corona y aceptaría la carga de ella. Lentamente, estiró la mano derecha donde el obispo le colocó en su muñeca el brazalete de los reyes, pertenecientes a la familia Whiterkler. Que había sido de su padre y ahora era de ella. Luego, sin esperar más, se dio la vuelta y emprendió camino al Trono, donde se sentó con elegancia y alzó el rostro inexpresable.
—¡Dios salve a la Reina Sigrid! ¡Que su reinado sea eterno, como dictan las estrellas!
Algunas personas morirían por estar sentada donde ella se encontraba, pero para Sigrid, estar ahí sentada sobre el trono a punto de tomar el mandato del reino era un recordatorio del día en el que había fracasado. Un recordatorio en el que las acciones tenían consecuencias.
A unos metros de distancia, Sigrid vio a su tío Tiberio sentado sobre una de las bancas portando una capa oscura de luto. Algunos no sabían de lo que él era capaz, pero Sigrid sí y en justicia por su padre, no se detendría hasta que esos hombres pagaran por sus crímenes.
—¡Salve a la Reina! ¡Salve a la Reina!
En medio del constante grito y los festejos, Sigrid solo pensó en su padre. Y pensó en él reunido con su mejor amigo de la infancia, Morag, y pensó en él sentado sobre la mesa de los reyes en compañía de su padre y en compañía de su hermana Naara y también pensó en él a un lado de Estoico. Porque tenía la esperanza, de que aún después de la muerte, las distintas religiones no determinasen el lugar a donde uno iba.
«Yo solo espero el día en que nuestros Dioses sean amigos.» Esas fueron las palabras de su padre, en una carta inscrita dirigida hacia su amigo Morag, que Sigrid había encontrado meses atrás. Pensar en ello, le formó un nudo en la garganta, mientras las personas daban la bienvenida a su reina, hasta que luego, vino el silencio.
Poco confundida, Sigrid alzó el rostro para mirar entre la multitud lo que pasaba y su corazón bombeó con fuerza al reconocerlo. De pie, al final del salón, se encontraba Hipo, Jefe de Berk y, al conectar miradas, el vikingo avanzó por la alfombra, siendo el centro de atención entre los murmullos de las personas a los lados. Sigrid se aferró al respaldo del trono y sus manos temblaron un poco al verlo, no esperaba que estuviera ahí, no había podido avisarle siquiera.
Hipo avanzó, con el casco de la armadura en sus manos después de habérselo quitado en cuanto entró al salón. Las voces curiosas decían lo mismo «¿A que ha venido? ¿Cumplirá el contrato con Berk? ¿Tomará la mano de la reina para convertirse en rey?» y más cosas por el estilo que no prestó atención.
No obstante, cuando llegó hasta ella, hizo lo que nadie esperaría de un vikingo. Hincó la rodilla frente a Sigrid, con una mano sobre su corazón y la otra en su espalda; y se mantuvo así, hasta que por fin habló.
—No vengo a quitarte tu trono, vengo a ponerte en él, Mi Reina.
FIN DE CROWN
[Secuela "Winds of Freedom" disponible en mi perfil]
Recomendación: Leer todos los apartados restantes de la obra.
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