━━26: Cazadores
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CAPÍTULO XXVI
❛Carreras de dragones y... cazadores. ❜
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La mañana del día siguiente Sigrid se había despertado más pronto de lo habitual, antes de que saliera el sol. Las palabras de Said del día anterior la hicieron cuestionarse durante toda la noche, que a duras penas había logrado conciliar el sueño solo por unas cuantas horas hasta que no pudo más con su propia mente que consideró apropiado levantarse.
Ese día se colocó un vestido de piel negra, que no era tan difícil de vestir como sus habituales vestidos; dicho vestido tenía mangas largas y una abertura en la parte de las piernas, en conjunto con un pantalón que la abuela de Casiopea (amiga de Said y Lady de Sigrid ahora) le había elaborado específicamente para que se sintiese cómoda. Sigrid sabía que no debía vestirse así y que las mujeres no tenían por qué utilizar pantalones, pero no quería que su estadía en Nordvind fuese de lo más incómoda al ir a todos lados con vestidos.
Una vez que estuvo completamente vestida, Sigrid salió de la cabaña que le habían asignado para ese día y se dirigió con pasos calmados hasta el Gran Salón. Como era de esperar, se encontraba vacío, lo cual le alivió pues de esa manera se podría organizar de mejor manera. La kainiana profirió un bostezo, abriendo las puertas y entró, dejándolas entreabiertas para que la luz solar entrase desde ahí. Con la vista fija en el salón, la morena se encaminó hasta la mesa principal que se encontraba al fondo, prestando atención a los detalles del vestíbulo. Este, pese a ser pequeño, se mantenía en perfectas condiciones, las paredes de mármol tenían figuras talladas de los primeros hombres que llegaron de Wessex, su reino natal.
Sigrid reconoció al primer Rey, Desmond Whiterkler, El Navegante. Los muros lo mostraban como un hombre de brazos y músculos fuertes, portando una capa con símbolos rúnicos de Kain. Ahí mismo, en la pared, encontró algunas frases en aotromneach de inscripciones sagradas o parte del linaje real.
Mi camino me guía hacia las estrellas.
No solo habían tallados en el muro sobre el primer rey, Sigrid alcanzó a distinguir al Rey Heverth El Inigualable, el siguiente sucesor en la línea Whiterkler que había creado un reinado de autonomía y perseverancia. Sigrid había leído de su historia meses atrás en una de sus ocasiones dentro de la biblioteca del Reino de Kain, el Rey Heverth Whiterkler había sido un hombre con mucha ambición y astucia en sus venas, lo cual le había ayudado para sobresalir entre sus antepasados. Creó un reinado de tiempos difíciles al que entrenó para que juntos fueran imparables. Las historias relataban sus guerras contra los vikingos, sus conquistas y sus derramamientos de sangre.
No queriendo recordar nada más sobre los actos de ese Rey, Sigrid se giró para ver las figuras talladas en la madera sobre el pueblo de Nordvind, mostrando en ellas su evolución con el paso de los años y su devoción hacia el reino. La kainiana siguió caminando hasta llegar a la siguiente pared que se encontraba detrás de la mesa principal, en este no había figuras talladas de personas o reyes, había puntos marcados por coordenadas que Sigrid asumió eran constelaciones en un cielo bañado de estrellas. Con sus manos, tocó la pared mirando todos los puntos conectados y leyendo cada una de las inscripciones de estas, las cuales se asemejaban con los nombres de algunos Reyes o Casas importantes en el reino. Inclusive, en medio de las estrellas, logró distinguir el emblema de la casa Warren, el cual se trataba de la sombra de un halcón rodeada de espinas que sobresalían formando un círculo. Más adelante miró las estrellas celestiales, que se entrecruzaban con las distintas constelaciones uniéndose todas con tres. La principal, era la suya, la Casa Whiterkler cuyo emblema era el de un lobo, con la luna y las estrellas por encima y un lazo dorado que lo envolvía. Verlo ahí, le hizo recordar a Sigrid la promesa de los reyes.
Prometo dar mi libertad a cambio de la seguridad de mi pueblo. Prometo ser la luz en la oscuridad. La bondad en el terror. La guía de los perdidos y el consuelo de los muertos. Si es necesario, daré mi vida para luchar por lo que es justo y lo que es válido. Soy el constante amanecer de los días oscuros. Prometo ser el Rey que guiará a sus hombres hasta las puertas celestiales, donde atravesarán el palacio de estrellas y seguirán la luz eterna.
Soltando un suspiro, Sigrid no dejó que las siguientes figuras la siguieran distrayendo y avanzó hasta la silla central, donde encontró un par de pergaminos amontonados sobre viejos libros amarillentos. Abrió cada uno de los tomos, encargándose de revisar todo lo que hiciese falta en Nordvind y se puso a trabajar.
En menos de una hora, Sigrid ya había organizado todo lo que haría. A pesar de que la idea central era quedarse por meses al ser mucho trabajo, se dijo a sí misma que debía apresurar las cosas. Tenía que buscar a Draco y tenía que regresar a Kain, pues desde que se había ido, los presentimientos sobre qué algo malo ocurriría no la dejaban tranquila.
De manera que la kainiana comenzó a trazar los mapas de la isla con ayuda de un pincel, Sigrid era mala con los dibujos, pero no con las pinturas, lo cual le permitió hacer una no tan elaborada base de las áreas que conformaban Nordvind y en cuanto terminó, comenzó a dividir las secciones.
—Será mejor dividir ciertas áreas para tener una mejor organización —explicó al Jefe Hank cuando la encontró un par de horas después—. Ayer durante la noche comentaron que no tenían problema en que los dragones permanecieran dentro de la isla, así que sugiero que parte del bosque y terreno libre sea dada para ellos —La kainiana se inclinó sobre la mesa mientras rodeaba una parte del mapa—. Las cosechas, los cultivos y el ganado sugiero que sea en un terreno plano —agregó al ver que el hombre asentía y señaló el lado contrario de donde estaban los dragones.
» Además, tomando las sugerencias del pueblo durante la noche. —Sigrid se había encargado de hablar con el pueblo antes para tener una mejor visión—. Se necesitan espacios para los hombres que trabajan en la herrería, el salón de armas que añado es importante y el patio de entrenamiento, Sir Kristoff ha accedido a entrenarlos en conjunto con sus hombres.
—No tengo las palabras suficientes para agradecerle su bondad, Alteza.
—Y, la qué creo que es más importante, es una ruta de comercio —continuó Sigrid—. Con gusto podría preguntarle al jefe de Berk con cuáles rutas comercian y mandar algunos mercaderes de Kain acá.
» La construcción y el reforzamiento de la isla comenzará en un día, en unos instantes más me dirigiré con el General Herik.
—En unos momentos iré a buscarlo —dijo de inmediato el hombre—. Ah, por cierto, Sir Warren me pidió recordarle de su salida en unas horas.
—Sí es necesario la cancelaré, no quiero atrasarme.
Para su mala suerte, Hank negó de inmediato.
—Oh, no se preocupe, Alteza, con lo que usted ha comentado nos pondremos esta misma tarde a trabajar.
Sigrid esbozó una sonrisa sin mostrar los dientes y pensó en que excusas podría darle a Said para ausentarse en Berk.
Los dragones sobrevolando cerca de ellos les indicó que habían llegado a Berk.
Poco después de que Sigrid hablara con Hank y en conjunto con Said buscaran al General Herik, le habían comentado sobre la construcción de torres de vigilancia alrededor de la isla para que se mantuvieran informados ante cualquier posible ataque. Dicho aquello, Said les dio instrucciones sobre cómo hacerlas y a quienes podrían escoger de centinelas en la isla. Y antes de que Sigrid pudiese excusarse con algún otro deber en Nordvind, Said la había hecho montarse en su dragona para que ambos fuesen a Berk.
—Relájate —dijo Said al cabo de unos minutos cuando Sigrid comentó que sería mejor regresarse—. Además ya estamos aquí, no puedes darte la vuelta e irte.
—¿Quieres ver que sí? —preguntó desafiante.
—¡No!
—Es que no sé qué decirle, creo que mejor buscaré a Astrid y estaré con ella solamente —dijo para sí misma a lo que Said gruñó—. Que celoso.
—Deberían ser como Astrid y yo —comentó un relajado Said recargado sobre el respaldo de su montura mientras Vhagar descendía—. Lo nuestro cada vez florece más.
Las últimas veces que los había visto juntos, Said había terminado dentro de la fosa de jabalíes de los gemelos y había sido salvado por Vhagar de mala gana.
—Si llamas por florecer solo una cachetada al día, pues yo ya superé esa etapa porque nunca he golpeado a Hipo —replicó Sigrid en un bufido.
No alcanzó a escuchar la respuesta de Said cuando finalmente arribaron a la isla, en la orilla de esta. Vieron más allá de ellos a las personas de Berk moverse de un lado a otro, acomodando las cosas necesarias que se ocuparían para las Carreras de Dragones. Sigrid nunca las había presenciado, pero sus amigos se habían encargado de hacerle saber lo suficiente sobre ellas e inclusive Said se animaría a participar en esta ocasión.
Mientras desmontaban, Astrid y los demás no tardaron en aparecer junto a sus dragones de los cuales se bajaron para ir a su encuentro. Nymeria y Vhagar no tardaron en desaparecer junto a los dragones al verlos aparecer, dejando a los jinetes con los kainianos solos. El corazón de Sigrid bombeó normal al ver que no había rastros de Hipo por el momento y, sin perder más tiempo, corrió para abrazar a Astrid; a quien en sus últimos meses había frecuentado más que al vikingo por la incomodidad de lo ocurrido medio año atrás.
—¡Gracias a Thor han llegado! —exclamó una Astrid emocionada y algo agitada, pasando el brazo por encima del hombro de Sigrid y jugar con la trenza que la kainiana llevaba peinada ese día—. Estamos por comenzar, Estoico y Bocón ya están preparados para dar comienzo, vamos.
—Y me alegro de verte, Sigrid, estos dos meses te extrañé —ironizó con sarcasmo Sigrid algunos minutos después cuando se pusieron en camino al pueblo, con los jinetes detrás de ellas luego de haberles saludado igual.
—Claro que te extrañé, trencitas, ven. —Astrid tomó su mano para conducirla entre los pueblerinos, hasta que se situaron frente a la cabaña de la rubia. Sigrid frunció levemente el ceño por el apodo—. Necesito hacer algo antes de ir.
Ambas se introdujeron a la cabaña vacía, donde Sigrid supuso que los padres de la vikinga ya estaban en las gradas y, al cabo de un par de minutos, Astrid ya había tomado lo que parecía ser pintura de color azul y anaranjado y ambas salieron para llamar a Tormenta, quien no opuso resistencia en que le pintaran con aquellos tonos las escamas. Sigrid poco después ayudó a Astrid a pintarle dos franjas naranjas de cada lado de los ojos con franjas azules alrededor entre la nariz y los ojos. Abajo, sobre el mentón, también había colocado poca pintura naranja y azul.
—¿Segura que no quieres participar? —preguntó Astrid mientras Sigrid le ayudaba con la pintura—. Tú y Nymeria podrían utilizar un tono rojizo con rosa —sugirió, a lo cual la kainiana negó.
—Oh, no, gracias —respondió Sigrid sin dudarlo—. Creo que prefiero mirar, además sabes lo competitiva que es Nymeria.
—Bueno, entonces puedes apostar por nosotros.
—Ya sabes que sí.
Cuando se dirigieron al tribunal y las gradas, Sigrid no vio a Hipo por ningún lado, lo cual se le hizo raro ya que tenía entendido él solía participar en las carreras de dragones. No dejó que sus pensamientos la consumieran tratando de descifrar donde se encontraba el vikingo, así que se dedicó a prestar atención a los dragones y sus jinetes. Todos como Astrid, se habían pintado el rostro y el de sus dragones con sus colores característicos de manera creativa e ingeniosa; Sigrid vio el rostro de Brutacio pintado por completo con colores amarillo y negro; y luego vio a Said pintado con colores naranjas y cafés, justo como Vhagar que miraba de un lado a otro a los demás dragones. Poco después tuvo que despedirse de los jinetes y desearle suerte a Astrid, encontrándose con Estoico y Bocón, quiénes dieron inicio a la carrera.
—¡Alteza, que alegría verla! —dijo de inmediato Bocón, con el semblante sorprendido al no acostumbrarse en verla como la pequeña niña que entrenó cinco años atrás.
—Un gusto verla de nuevo, Alteza Real —secundó Estoico, haciendo un ademán para que tomase asiento a su lado—. Justo esta mañana recibí la carta de su padre informando que estaría por aquí cercas.
Sigrid no sabía que su padre y él se seguían comunicando, pues cuando necesitaban tratar asuntos Branden era el que iba a Berk o viceversa. Sigrid se limitó a saludarlos con una pequeña sonrisa antes de responder.
—No tenía idea de que seguían en comunicación —expresó, jugando con sus manos sobre su regazo—. Pensé que solo se comunicaban cuando veníamos a la isla.
—Ah, claro que seguimos en contacto —comentó alegremente Estoico—. Su padre y yo tenemos varios puntos en común sobre el ascenso de usted y mi hijo, por supuesto. —Sigrid tardó minutos en entender a qué se refería con ello y cuando lo hizo e iba a decir algo, Estoico continuó—. Hemos estado desde Snoggletog preparando todo.
—¿Sobre qué?
—Sobre su reinado y el mandato de mi hijo como Jefe de Berk —explicó como si nada—. Me gustaría darle más detalles, pero apenas lo hablé con Hipo está mañana y aún no se lo ha tomado muy bien.
Por supuesto que no.
No pudieron continuar la plática cuando la carrera de dragones comenzó. Todos estaban intrigados viendo desde las gradas, que se encontraban a una considerable altura, como las ovejas saltaban en el aire para ser capturadas por los dragones. En cuestión de segundos la isla se llenó de vítores y aplausos por completo, cada uno gritando el nombre de quien apoyaban y Sigrid gritó apoyando a Astrid, viendo a lo lejos a Patán y Patapez pelear por una oveja, cuando Colmillo pasó y empujó a Albóndiga y su jinete.
—¡Oh, lo siento Patapez! ¿Lo querías? —preguntó Patán con fingida inocencia, señalando la oveja pintada con círculos verdes y naranjas sobre sus brazos.
Desde lo lejos, Sigrid vio como las ovejas se las daban a Brutilda. Aquello era algo nuevo, ver a Patán y Patapez peleando por la atención de Brutilda y en cuestión de segundos, los gemelos ya llevaban nueve ovejas, mientras Astrid llevaba tres y Said solo una, los demás no llevaban nada. Cuando se cansó de mirar sentada, avanzó hasta el barandal cerca, hecho de madera, para mirar a los demás jugar. Vio los golpes que se daban unos con otros e insultos de por medio y evitó poner los ojos en blanco mientras recargaba sus brazos sobre los bordes de la madera. Algunos minutos después entre aplausos y vítores, Estoico dijo:
—Ya es tiempo, Bocón.
—Está bien, ¡última vuelta! —gritó el mencionado, dando la orden y a los segundos se escuchó un cuerno.
Sigrid vio a los demás girar y volar en la misma posición hasta el lugar donde lanzarían a la oveja negra, de la cual tenía entendido que valía más puntos que las ovejas blancas. Gritó apoyando a Astrid y luego ese grito se transformó en un bufido cuando Patapez atrapó la oveja y se la dio a Brutilda, quien le terminó agradeciendo con un buen empujón y un golpe. Aquello lo derribó junto a Patán y Said que iban por detrás.
Distraída con los tres caídos, Sigrid no se percató cuando Brutacio y Brutilda comenzaron a pelear por la oveja negra y rodó los ojos sabiendo que ambos ganarían. No obstante, aquello dio la oportunidad para que Astrid tomase la delantera y les quitase a los gemelos la oveja negra.
—¡Tú puedes, Astrid!
—¡Esos son trece puntos! ¡Astrid gana el juego! —exclamó Estoico de pie festejando, luego de que tras un ligero desvío a causa de Patán tratando de quitarle la oveja al final Astrid lograra colocarla sobre su cesto con las tres ovejas atrapadas con anterioridad.
Al poco rato, después de que hubiese finalizado la carrera con los dragones, Sigrid se encontraba siguiendo a Astrid a través del bosque, haciéndose paso entre las enredaderas que colgaban de los árboles. Detrás de ellas, sus dragonas avanzaban tirando árboles a su alrededor, lo que solo causó que Sigrid las mandara a volar para que no acabaran con la naturaleza del bosque y les dijo que las vería del otro lado.
—¿Entrenaremos? —preguntó Sigrid, viendo como las dos hembras volaban encima de ellas.
—Y hablaremos —asintió la rubia—. ¿Cómo ha estado todo en el reino? Hemos estado preocupados.
—No lo sé. —Sigrid suspiró, mirando con nostalgia el camino del bosque que solía frecuentar cinco años atrás; ahora era tan diferente—. Es muy complicado, tengo la sensación de que puede ocurrir algo en cualquier momento.
—¿Ellos han tratado de hacer algo? —preguntó la rubia, golpeando con su hacha una rama que le impedía el paso.
—No, aunque me habían estado siguiendo —explicó lentamente, Astrid frunció el ceño y la miró—. Desde el anuncio que dio mi padre, todo se hizo más complicado. Está claro que ellos no dejarán que yo suba al Trono sin ningún hombre a mí lado, estaría fuera de sus principios.
—Son unos idiotas —bufó la vikinga—. Desde hace dos meses que no sabíamos nada de ti temíamos que todo se hubiese complicado, Estoico nos dijo.
» Hipo había querido ir a ver que había sucedido tras el anuncio —continuó y Sigrid asimiló las palabras de ella.
—Eso solo lo hubiera complicado más.
—Exacto. —Astrid suspiró, avanzando los últimos tramos hasta salir del bosque—. Es estúpido que ellos se interpongan, es tu derecho legítimo, no pueden quitártelo, o no de forma legal al menos. Pero no puedes rendirte, Sigrid, sería una tortura o juro por Thor que les iría a sacar los ojos yo misma.
—No hay necesidad de tales extremos —pidió Sigrid, escuchando a la rubia bufar—. O no por ahora, aún estoy pensando en cómo resolver todo o encontrar información que me ayude.
—Pero siempre puedes entrenarte para que sepas como cortarles un brazo.
—Hay que entrenar entonces.
Sigrid alcanzó a desenvainar su espada cuando Astrid atacó.
Tiempo después cuando el sol iluminaba en su máximo esplendor, Astrid y Sigrid regresaron al pueblo al tiempo en el que Hipo llegaba sobre Chimuelo junto a Kristoff. Sigrid retrocedió de la impresión al verlo y se quedó estática en su lugar.
—¡Ahí está! ¡El orgullo de Berk! —exclamó Estoico desde la herrería al verlo desmontar con rapidez.
Hipo parecía desconcertado cuando bajó de Chimuelo y avanzó hasta su padre, pero antes de acercarse siquiera, giró el rostro y vio a Sigrid unos metros de él. Ambos se vieron por unos segundos, Hipo sorprendido al no saber que estaría en Berk y Sigrid, un poco tímida. A pesar de que se habían visto dos meses atrás, aún era difícil actuar como si nada.
El vikingo al verla se acercó decidido hasta ella, pero antes de llegar fue alcanzado por Kristoff quien corrió para abrazar y saludar a su prima y a la rubia.
—Venía de camino para decirte que Idunn te verá en un par de horas al Norte —comentó Kristoff con la voz un poco entrecortada, después de haberlas saludado. Sigrid vio de reojo a Hipo regresar hasta su padre—. Me encontré a Hipo en el camino, vengan, creo que esto podría estar relacionado con Draco.
Fueron detrás de Kristoff a la herrería, un poco confundidas por lo ocurrido. Astrid tomó a Sigrid del brazo, quien se había quedado paralizada en su lugar y la guio junto ella hasta el interior del montículo, donde Hipo caminaba detrás de su padre. Ellas, en cambio, se quedaron detrás para dejarles hacer su trabajo.
—Papá, ¿podemos hablar?
—¿Hay algo que mueras por decirme? —preguntó Estoico, tomando a Hipo por los hombros durante unos segundos, antes de pasar uno de sus brazos por su hombro para que siguiesen caminando.
—No lo que te imaginas, pero sí.
—¡Muy bien! Ahora, lección uno —dijo un entusiasmado Estoico, separándose para poderse adelantar y tomar una ficha con un número inscrito en ella—. El primer deber de un jefe es con su pueblo, así que... ¡Cuarenta y uno! —alzó la voz con una sonrisa hacia el lado exterior de la herrería donde los vikingos esperaban.
—¿Papá podemos hablar en privado?
—¡Cuarenta...
—¡Soy yo! ¡Soy yo! Soy el siguiente —comentó un vikingo con los brazos extendidos mientras se acercaba entre la multitud.
—Sí pudiéramos hablar... —insistió Hipo con desesperación en su voz.
—Con permiso, llevo aquí todo el día —aseguró el vikingo en cuando se posicionó frente a Estoico—. Bien, quiero una silla de montar alta, con muchos picos y un gran compartimiento para guardar.
—Por supuesto —asintió Estoico, entusiasmado—. Hecho, señor.
Sin decir una palabra más, Estoico se dio la vuelta para regresar al interior de la herrería y ponerse a trabajar, tomando a Hipo del hombro en el camino, que aún trataba de captar su atención.
—Papá, esto es más importante que hacer sillas de montar.
—Ah, ah, lección dos —continuó Estoico—. Ninguna tarea es pequeña cuando se trata de servir al pueblo y Sigrid lo sabe —señaló a la kainiana que asintió, mordiendo su labio cuando Hipo se giró para mirarla por un segundo.
—Pero papá...
—Oh, con permiso, Gruñón —comentó Estoico, inclinando el brazo para poder acariciar el dragón de Bocón, siguiendo con su camino.
—Papá, ¿podemos...?
—¡Gruñón! ¡Otra vez dejaste que se apagara la fragua! —regañó Bocón al dragón que dormitaba sobre el suelo, este se giró y lanzó una voluta de fuego que terminó explotando e Hipo brincó cuando un par de llamas cayeron cerca de él y Sigrid, ambos se miraron nuevamente—. Se acabó Gruñón, te voy a dar en adopción.
Sigrid pasó saliva por su garganta al ver a Hipo cercas de ella, cuando este brincó por el susto del fuego. Prefiriendo evitarlo, se acercó hasta Bocón para ayudarle a apagar el fuego fuera de la fragua.
—En serio, necesito contarte sobre la tierra que encontramos —continuó Hipo, siguiendo a su padre con un par de herramientas en mano.
—¿Otra?
—¿Hay dragones nuevos? —preguntó un emocionado Patapez desde el otro lado.
—No nos quedamos a averiguarlo, estos tipos no eran muy amistosos —explicó el vikingo y Sigrid se acercó junto a Astrid con curiosidad para escuchar mejor—. No fue la típica huida veloz que he aprendido a disfrutar. Estos tipos son atrapadores. Atrapadores de dragones.
» Encontré a Kristoff cerca custodiando, estos atrapadores se encontraban sobre un fuerte completamente destruido y clavado con enormes picos de hielo. Jamás había visto algo así y lo peor es que ellos creen que nosotros lo hicimos.
—Te vas a meter en graves problemas uno de estos días —advirtió Bocón, girando entre sus herramientas que intercalaba con su mano improvisada y colocó un cepillo en esta—. No cualquiera aprecia este estilo de vida —añadió, peinando su barba y sus cejas rubias y mugrientas.
—Bocón tiene razón, hijo —concordó Estoico pasando a su lado—. Es mejor ser más reservados. Además, tendrás cosas más importantes de qué preocuparte —continuó con un deje de emoción mientras ponía a trabajar una de las máquinas—. ¡Cuándo hagamos el gran anuncio!
Hipo en seguida jaló la palanca para detenerla.
—Están reuniendo un ejército de dragones. —Aquellas palabras comenzaron a tener más sentido para Sigrid—. Bueno, al menos el tipo para el que trabajan, Dargo Dura Mano o algo así.
—¡Le voy a endurar la mano con mi cara si intenta llevarse a mi dragón! —interrumpió Brutacio desde el otro lado.
—¡O el mío! —secundó Brutilda.
—Duh, eres una bruta —expresó Brutacio.
—Una hermosa bruta —dijo Patapez a su lado y Patán asintió.
—¿Manodura? ¿Drago Manodura? —preguntó el jefe pelirrojo poniendo los brazos sobre los hombros de su hijo, cualquier rastro de sonrisa sobre su rostro se había esfumado.
—Ah, sí, espera, ¿lo conoces?
Sin responder a su pregunta, un apresurado Estoico salió de la herrería, creando pánico y confusión con los presentes, quienes salieron corriendo detrás de él al no entender lo que ocurría o quien era el famoso Drago Manodura. Sigrid les alcanzó mientras bajaban varias escaleras y Estoico gritaba órdenes sin parar.
—¡Que no vuelen los dragones! ¡Cierren las puertas!
El pánico se instaló en toda la isla con vikingos y dragones por igual. La voz de Bocón se hizo presente a través de los gritos con varias órdenes para los vikingos a sus alrededores.
—¡Ningún dragón ni vikingo sale de la isla hasta que yo lo diga! —gritó Estoico—. Ustedes tampoco, ahora son mi responsabilidad —señaló a los tres kainianos que se encontraban perplejos.
—¿Qué? ¿Por qué un loco que conociste está causando problemas en tierras apartadas? —preguntó Hipo detrás de él y Estoico se giró solo para responderle.
—Porque Drago Manodura es un demente, sin conciencia ni misericordia —dijo—. Y si reúne un ejército de dragones, que nos amparen los Dioses.
—Ahí es donde debe de estar Draco —murmuró para sus adentros Sigrid reflexionando sobre lo dicho, con un ejército así aquellos cazadores serían imparables.
Su corazón latió tan rápido al crear sus propias teorías sobre donde debería de estar Draco. Un poco asustada de lo que aquello podría significar, Sigrid se giró sobre la multitud alocada, en busca de Nymeria quien se acercó hasta ella al sentir su llamado.
—... Seguiremos a los atrapadores hasta Drago y lo haremos entrar en razón.
—No. —Estoico negó—. Fortificaremos la isla.
—¡Es nuestro deber mantener la paz! —insistió Hipo.
—La paz terminó, Hipo —dijo Estoico sin perder la paciencia en un tono de voz alto—. Debo de prepararte para la guerra.
—¿Guerra? Escucha, si Drago viene por nuestros dragones, no vas a querer esperar hasta que llegue aquí. Vamos a buscarlo y yo hablo con él —insistió Hipo.
—No, hablar con él sería inútil, Hipo. —Estoico suspiró—. Berk es lo que debería de preocuparte. Un jefe protege a los suyos.
Sin decir nada más, Estoico se apartó para dar más órdenes a los demás y la mirada de Hipo buscó a Sigrid. No hizo falta que dijeran algo, ambos entendieron y corrieron hasta sus dragones y los montaron.
—¡Sigrid! ¿Qué haces? ¡Regresa! —gritó Said al verla montada sobre Nymeria—. Puede ser peligroso, ¡no! —resopló en un grito frustrado.
Sigrid alcanzó a salir antes de que las puertas se cerraran por completo, se dijo a sí misma que sí había la mínima posibilidad de salvar a Draco debía tomarla, más adelante podría buscar a Idunn para hacerle saber en caso de encontrarlo.
En el camino, ninguno de los dos dijo nada durante los primeros minutos sobre el aire. Desde lo ocurrido en Kain meses atrás y, pese a que se habían visto meses después de ello, las conversaciones y sus encuentros se habían vuelto un poco incómodos, logrando que no pudiesen durar con un tema de conversación por más de dos minutos.
—No sabía que estarías aquí —dijo Hipo al cabo de unos minutos, volando sobre las nubes blanquecinas.
—Tuve que venir a Nordvind —respondió Sigrid, mirando el claro cielo del norte—. Y Said tenía ganas de participar en las carreras —añadió en un suspiro, pensando en su grito antes de que saliese de Berk.
Hipo suspiró sin decir nada mientras la miraba de reojo, estaba claro que sus sentimientos por ella cada día aumentaban más. Sigrid le devolvió la mirada, notando por primera vez su nueva armadura terminada, esta era metálica de color grisáceo con ciertos adornos de color rojo y diversas cavidades para guardar los artefactos con los que salía a explorar.
—Has mejorado tu traje —dijo Sigrid para romper el tenso silencio entre ellos.
—Sí, le hice algunos ajustes —respondió Hipo, algo relajado—. Tu cambio de vestimenta te queda bien —admiró y Sigrid se ruborizó un poco—. Muy bien, de hecho.
—Gracias, Hipo.
En la mente de Sigrid, lo único en lo que podía pensar era en aquel beso que estuvieron a punto de darse, no pensó en los momentos que vinieron después cuando trataron de continuar como si nada erróneamente. Pensó en ambos, lo cual lo complicaba todo, porque no era sencillo hablar sobre eso o sacar el tema. Inclusive Sigrid prefería ser devorada por un dragón, pues parecía ser más fácil.
Infló los mofletes en el camino mientras se concentraba en cada una de las nubes que se extendían frente a ellos, quizás contarlas eran mejor que aquel incómodo momento. Hipo podía sentirlo. Ella podía sentirlo. Soltó un suspiro que duró una eternidad.
No pienses. No pienses.
Se reprendió Sigrid a sí misma ante la imagen mental y sus pensamientos pidiéndole a gritos que tocara el tema de aquella ocasión.
Seguro ya lo olvidó.
Concentrándose en las nubes, siguió el camino frente a ellos esperando encontrar a los cazadores.
—Hipo —dijo al cabo de unos minutos y el mencionado se sobresaltó, pues al parecer estaba tan perdido como ella en sus propios pensamientos—. ¿Esos cazadores tenían dragones apresados con ellos?
—No, tengo entendido que el jinete de dragón liberó a todos los dragones —respondió, mirándola con curiosidad—. ¿Sucede algo?
¿Sería posible? Los muros de hielo describían al dragón Alfa que Valka le había presentado meses atrás, cuando terminó enferma. Pero tenía tanto tiempo sin ir o hablar con Valka desde que le había informado lo de Draco que era casi imposible averiguarlo o saber si el dragón había crecido lo suficiente para crear aquellas bases de hielo.
—Draco desapareció —respondió por fin—. Creo que fue capturado por cazadores y necesito buscarlo.
—Te ayudaré a buscarlo —dijo Hipo, dedicándole una mirada reconfortante y titubeó un poco antes de añadir—. Synn, ¿estamos bien?
—Claro que sí, Hipo, ¿por qué no lo estaríamos? —preguntó ella distraída, con el corazón latiendo con fuerza sobre su pecho.
La kainiana se obligó a permanecer calmada y evitó mirar a Hipo más de lo necesario, en su lugar miró el cielo frente a ellos y las nubes un poco por encima de ambos.
—No podemos seguir así —dijo Hipo finalmente, tras debatirlo en su mente por varios minutos. Fue un alivio para él cuando lo dijo y para Sigrid fue lo peor—. No hemos sido nosotros mismos desde aquella vez, Siri.
—No —reconoció la nombrada, con el mentón cabizbajo—. Resultó inútil tratar de actuar como antes —añadió con una risa irónica para ni morir de nervios ahí mismo—. Aquella vez parecía que nos íbamos a besar.
—Sí —asintió el ojiverde e hizo que Chimuelo se detuvieran, dejando las alas subiendo y bajando para mantenerse flotando sobre el cielo, Nymeria le imitó y los ojos esmeraldas de Hipo buscaron los ámbares de Sigrid—. Sigrid, no he sido completamente honesto contigo en todo este tiempo.
El corazón de Sigrid dio un vuelco tras escuchar ello y sin decir nada, lo miró esperando que continuara, concentrando su mirada en los detalles de su rostro. Ahora en estos meses, Sigrid se dio cuenta de los ligeros rastros de vello sobre la barbilla que Hipo tenía, haciéndolo más atractivo de lo que ya era. Sus mejillas se pusieron rosadas de solo mirarlo y maldijo sus pensamientos.
—Tenía pensado decírtelo en la Noche Celestial, pero nunca encontré el momento adecuado para decirlo. —El berkiano tomó una bocanada de aire y Sigrid lo miró a punto de perder el aliento—. Durante meses estuve tratando de asegurarme a mí mismo que solo te veía como mi amiga, pero lo cierto es que me he estado mintiendo todo este tiempo, Sigrid.
» Sé que no es el momento correcto, pero necesito que sepas lo que siento por ti —dijo con un suspiro—. No puedo seguir pretendiendo como si no hubiese ocurrido...
La atención de Sigrid se centraba únicamente en él, con el corazón latiendo tan veloz y sus manos temblando. No prestó atención a su alrededor, lo que fue mala idea para ambos cuando una red pasó rozándoles por poco.
—¡Cuidado! —gritó Hipo y Chimuelo se lanzó en los aires hacia atrás al tiempo que Nymeria partía en dos la red con una de sus garras afiladas en su ala—. Con que aquí están, vamos.
Sigrid pasó saliva por su garganta sin decir nada y lo siguió en silencio. Sus palabras y su confesión la seguían desde lejos y solo pudo pensar en eso cuando cayeron en picada siendo guiados por sus dragones hasta el pequeño barco de los cazadores. En ese punto Hipo ya se había colocado el caso que cubría perfectamente su rostro.
—¡Recarguen! ¡Recarguen!
Escuchó como a lo lejos gritaban los hombres y en el medio Sigrid vio al que parecía ser el líder de estos, el vikingo tenía una apariencia musculosa bajo esas pieles que cubrían su pecho, el cabello negro y largo a los hombros recogido y un tatuaje sobre la barbilla con gruesas líneas verticales que a la luz del día parecía de color azul. Los cazadores siguieron lanzando las redes en un intento desesperado por capturarlos cuando finalmente arribaron y se colocaron sobre cubierta, aún sobre sus dragones.
—¡Aquí vienen!
—Tengan cuidado, muchachos.
—Y yo que estaba tan preocupado de llegar con las manos vacías —habló el líder con voz despreocupada, acercándose hasta ellos con una daga en mano.
—No, es tú día de suerte —comentó Hipo de forma tan casual, sacándose el casco de la cabeza. Se bajó del dragón después de despeinar su cabello a su forma habitual—. Nos rendimos, este es un Furia Nocturna y una Pesadilla Cambiante —continuó el vikingo, señalando a los dragones a un lado de él. Sigrid se bajó de la híbrida con cuidado de no resbalar—. Y dos de los mejores jinetes de dragones al oeste de Luk Tuk —añadió, inclinándose para tomar una de las redes sobre el piso de madera y envolvió con ella a Sigrid. Después de ello, el berkiano pasó un brazo por su hombro y la instó a caminar a su lado—. ¿Eso complacerá al jefe, verdad? —añadió mientras se hacían paso detrás de las miradas confundidas de todos en el barco.
—Hipo...
—Discúlpenos —continuó Hipo avanzando y Chimuelo gruñó a los atrapadores que alzaban sus armas, hasta guiar a Sigrid al costado de babor, donde había un montículo debajo de la cubierta con una reja circular de hierro.
—¿Hipo, qué estás haciendo? —preguntó en un susurro Sigrid, sacándose la red que la envolvía, Hipo siguió sin responder y en su lugar la ayudó a que bajara al montículo, siguiéndola poco después.
—Chimuelo, quieto —dijo al tiempo en que se introdujo dentro y bajó las escaleras, para que la reja pudiese descender. Chimuelo trató de meter su cabeza en uno de los orificios sin éxito—. A los dragones no les gustan mucho los espacios reducidos, así que viajarán con ustedes, no causarán problemas.
Sigrid no alcanzó a ver lo que sucedía encima de ellos, solo vio a Chimuelo olfateando y luego se escuchó el sonido de las armas que los cazadores habían aprovechado en sacar. Sigrid vio por encima como Chimuelo brincó del susto y escuchó el gruñido que Nymeria daba cada que estaba por hipnotizar a alguien.
—A menos que hagan eso. —No tardó en hablar Hipo, asomando la cabeza por uno de los orificios de la reja circular—. Recuerden, barco de madera, mucho océano, ¿qué tan buenos son para nadar?
—No tanto —dijo uno de ellos.
La oscuridad les envolvió nuevamente cuando Hipo deslizó la puerta para que los cubriera y luego sacó a su espada Inferno.
—¿Tienes a Snøstorm? —preguntó en voz baja, Sigrid lo miró desconfiada, pero le pasó la espada—. Tranquila, sé lo que hago —dijo al ver su mirada inquisidora y se giró para pasar la hoja de Inferno por una pequeña abertura, la cual se iluminó sobre ellos—. Ups, casi lo olvido, no querrán prisioneros con eso —continuó y se dio un golpe sobre la sien, Sigrid cruzó los brazos sobre su pecho e Hipo les pasó el mango de Inferno.
—Dame eso. —El cazador que había hablado antes se acercó para quitárselo de las manos.
—Ah, también esto —añadió Hipo, prendiendo el fuego azulado de la espada de Sigrid que hizo que los demás se sobresaltaran. La kainiana ya no se molestó en preguntar qué era lo que tramaba—. Lo que todo atrapador de dragones necesita —continuó, señalando Inferno que todos miraban con curiosidad—. Un extremo cubre la espada de saliva de Pesadilla Monstruosa y el otro lanza gas de Cremallerus Espantosus —prosiguió, volviendo a bajar la cabeza para introducirse en el montículo—. Ah y sí quieren una mejor reacción explosiva, no duden encender el fuego azulado de la otra espada.
Hipo terminó de introducirse y cerrar la reja al tiempo en que el gas de Cremallerus se extendió por el barco.
—Solo se necesita una chispa y... —Debajo de ellos se escucharon los gritos de los cazadores cuando el fuego les explotó—. ¡Mira lo que pasa! —continuó, los hombres del barco tosieron con los rostros negros por el humo, el líder fue el único intacto—. Cuando te ven como uno de los suyos, puedes entrenar hasta el dragón más feroz, ¿verdad amigo?
Sigrid se asomó a cubierta para ver a Chimuelo jugar tratando de atrapar una pequeña mancha blanca causada por las cenizas y Nymeria, por su parte, se encontraba hipnotizando a uno de los cazadores.
—Denme eso —ordenó el líder tomando entre sus manos a Inferno y lanzándolo al mar, donde Nymeria se apresuró en ir por él poco después de que el hombre hipnotizado cayera inconsciente al suelo—. ¿Exactamente a qué estás jugando? —preguntó un poco más alterado.
—A ninguno, solo queremos ver a Drago.
—¿Por qué?
—Porque lo haré cambiar de opinión sobre los dragones —respondió Hipo y todos los atrapadores estallaron en carcajadas al no creerle.
—Él puede ser persuasivo —dijo por primera vez Sigrid, recargándose sobre el piso de madera a la altura de sus hombros. Sus ojos se desviaron a Nymeria cuando esta comenzó a jugar con Inferno utilizándola como si fuera una bola de estambre, la cual paseó por toda cubierta, causando un gran estruendo y tiró a algunos de los cazadores al mar por la fuerza de su cola—. Todos los que lo conocen saben que cuando se propone algo, no lo deja ir hasta que lo logra.
—Una vez te ganes su confianza, no hay nada que un dragón no haría por ti —continuó él, compartiendo breves miradas con Sigrid.
—No vas a hacer a nadie cambiar de opinión aquí —dijo el líder con un bufido, señalando detrás a Nymeria que le había golpeado con el ala.
—Yo te convenceré a ti, justo aquí, justo ahora.
Una vez que hubo arreglado prótesis de la cola de Chimuelo, Hipo se incorporó e hizo una petición para montarse sobre su dragón cuando algo pasó cerca de él y lo llevó volando. Sigrid no dudó en salir de la reja apresurada al mismo tiempo que Chimuelo subía a través de una de las velas dispuesto para atacar.
—¡Cuidado! ¡Jinetes de dragones!
Cuando Sigrid se dirigió a cubierta, logró ver por encima de ellos a los gemelos junto a los demás y luego fueron cubiertos por la sombra de Vhagar aproximándose junto a Tormenta y Nerion. Los cazadores no desaprovecharon la oportunidad para sacar sus redes y tratar de capturarlos inútilmente, hasta que Nymeria llegó y les impidió continuar, hipnotizando a algunos de siquiera intentarlo. La kainiana tuvo que alejarse de la vela del barco cuando Hipo se deslizó a través de esta nuevamente en cubierta.
—¿Qué están haciendo aquí, señores? —preguntó Hipo al ver como todos descendían.
Bocón bajó primero hasta cubierta donde Gruñón se recostó a dormir, Sigrid no prestó mucha atención a sus palabras cuando tanto Kristoff como Said saltaron al barco para ir directo a su dirección.
—No puedes irte así sin más —reclamó un molesto Said dando grandes zancadas hasta ella—. Mucho menos para buscar cazadores, ¿en qué estabas pensando? No nos dijiste exactamente a que habías venido a Nordvind antes de lo esperado.
—Y no tengo que decírtelo, Said, estoy bien, no pasó nada —respondió Sigrid de forma altanera, con el ceño fruncido ante la necesidad de ellos por estar al pendiente de sus acciones. Del otro lado, Estoico parecía tan alterado como Said mientras se encargaba de los atrapadores—. Puedo defenderme, lo sabes.
—Aún sigue siendo peligroso, Sigrid —intervino Kristoff, con voz calmada.
—¿Peligroso? Aquí estoy bien, Kristoff, mucho mejor que Kain —resopló enfadada, cruzada de brazos sobre su pecho—. Y no salí porque me guste estar en peligro en lo particular, debo encontrar a Draco.
—¿Y tú esperas que comprendamos aquello? —ironizó Said—. Las últimas veces que has ido detrás de la jinete que conoces con Draco todo sale mal, ¿o necesito recordarte aquella vez que te enfermaste por seguir tus viejos caprichos? No está bien que trates de ir en búsqueda del dragón que te robó de joven, déjalo.
Sigrid nunca había visto tan enfadado a Said, nunca había prestado atención a su disgusto cuando ella les hablaba de Draco o de Valka, pero ahora estaba claro lo que opinaban de Draco.
—No lo entiendes —murmuró con un nudo formado en su garganta al mirar los ojos cafés de su amigo.
—No, por supuesto que lo entiendo, no puedes seguir actuando de esa forma y mucho menos por ese dragón, no lo conoces, te puede llevar de nuevo...
Sigrid ya no prestó atención y se montó sobre Nymeria, mirando de lejos como Estoico reprendía a Hipo por sus acciones también. Con un suspiro, miró a Astrid que veía en su dirección y sin decir nada más, se alzó en vuelvo junto a su dragona, ignorando los gritos de sus dos amigos pidiéndole que regresara y el de un Hipo confundido sobre la cubierta del barco, llamándola.
Entendía la preocupación de Said y de Kristoff, pero aun así, no pudo evitar el sentirse molesta con ellos por sus intentos de protegerla. ¿Por qué de pronto les importaba si salía en búsqueda de Draco? Sus pensamientos fueron un lío y suspiró, dejando que Nymeria las volviese invisibles a ambas para que no las pudieran encontrar.
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