━━24: Snoggletog
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CAPÍTULO XXIV:
❛Prometieron estar para el otro en cualquier momento. ❜
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Los vientos fuertes golpearon los árboles a sus alrededores la noche de Snoggletog, mientras eran alumbrados por la platinada luz de las estrellas, la luna y, más al fondo, por el cálido color de la fogata en medio de la aldea berkiana. La escarcha y los copos de nieve se deslizaban suavemente desde el cielo hasta aterrizar en alguna superficie plana, cubriendo de blanco las cabañas vikingas y acumulándose por consiguiente sobre sus tejados y alrededores.
En lo lejano de la sociedad vikinga, Hipo observaba a alguien en particular; sus orbes esmeraldas no podían evitar el seguirla con la mirada, incluso si no estuviese en sus planes, su mente comenzaba a traicionarlo desde hace tiempo, lo cual ya no era una novedad. Sigrid había llegado tan solo un par de días atrás en compañía de Said a Berk cuando recibieron una carta de su padre invitándoles a celebrar Snoggletog con ellos, desde entonces, los kainianos habían estado ayudando en todo lo que podían al saber la importancia de las celebraciones con ellos.
Un pequeño ruido hizo que Hipo despejara su mente y carraspeara, apartando la mirada de Sigrid; justo al tiempo en que Said se abrió paso hasta él.
—¿Has visto a Astrid? —preguntó Said llegando a lado de Hipo, con un escudo entre sus manos. Hipo negó con la cabeza, con sus labios en una fina línea—. Me dio a probar su famosa bebida de Yak —comentó, poniendo una mueca, al igual que el vikingo al escuchar—, pero cuando le dije que las bebidas que hace Casiopea son mejores me lanzó el escudo junto el ponche, me golpeó y se fue.
Said se sobó el brazo adolorido, ignorando los restos de la bebida sobre su sedoso cabello.
—¿Quién es Casiopea?
—Una amiga —respondió el kainiano sin darle mucha importancia—. A Kristoff le gusta —añadió, Hipo sospechó que eso era una mentira.
—¿Y dónde está él? —preguntó un curioso Hipo, pues se le había hecho extraño que no llegara con ellos hace un par de días atrás, más se había abstenido a preguntar pensando que llegaría después.
—Se fue a visitar a sus primos en Fair —respondió Said despreocupado, encargándose de quitar todo ese ponche de Yak de su cabello con una mueca—. Así es mejor y no molesta —añadió divertido—. Además pronto será el cumpleaños de los pelirrojos, querrá estar con ellos.
—Es bueno que pase tiempo con su familia —dijo Hipo, desviando su mirada un poco para ver finalmente a la rubia vikinga—. Astrid está con Sigrid —señaló al verlas de reojo platicar.
Ambas se encontraban fuera de una de las cabañas centrales al pueblo e Hipo notó la jarra del famoso ponche de Yak que Astrid ofrecía en esas fechas. Entrecerró sus ojos para verlas y los abrió con sorpresa al ver como Sigrid bebía de dicho ponche, atragantándose por poco en el proceso; sin embargo, la kainiana fue rápida al disimular con la rubia y ambas se sonrieron, siguiendo con su plática.
—Gracias, iré a ofrecer un intento de disculpa, aunque no pienso decirle que su bebida estuvo rica. —Said colocó el escudo debajo de él, recargado sobre una roca, buscando en los bolsillos de su pantalón un peine para acomodar su cabello—. No deberías ser tan lento, Abadejo.
El pelinegro señaló con su cabeza en dirección hacia donde Sigrid se encontraba e Hipo se limitó a encogerse en su lugar. Said rio, le despeinó su cabello y se marchó.
Hipo a veces se preguntaba si realmente era tan notorio lo que sentía por Sigrid. Astrid le había descubierto básicamente desde que se había reencontrado con la kainiana y al final no había podido negarlo ante ella; Brutacio le había descubierto el día anterior lo que causó que ambos tuviesen una "plática de hombre" donde el rubio le sugirió cambiar completamente su estilo por uno mucho más varonil y rudo, alegando que eso atraía a las chicas mucho mejor.
El vikingo salió de sus pensamientos cuando Chimuelo llegó a empujarlo con su ala en dirección a la aldea, donde las personas comenzaban a aglomerarse frente al jefe de Berk, preparado para comenzar con el discurso del año. Las casas decoradas e iluminadas le daban un toque más alegre a la aldea, los pocos dragones que estaban en la aldea se mantenían quietos y alejados, seguramente robándose los pescados de las cocinas. Hipo se terminó quedando un poco detrás del pueblo vikingo, recargado sobre la pared de una de las cabañas, donde podía observar mucho mejor a su padre.
Estoico el Vasto comenzó el discurso, agradeciendo por lo eventos ocurridos ese año, la estabilidad de la isla, la mejora en las cabañas, la adecuación para que los dragones viviesen cómodos, entre otros eventos más de los que Hipo se distrajo sin querer cuando vio a Sigrid en medio de la multitud.
Aquella noche Sigrid parecía irreconocible, Hipo alcanzó a ver desde su lugar con mayor claridad el vestido vikingo que la kainiana llevaba puesto, de un color verde esmeralda brillante, largo y sin nada de mangas, solo tirantes; que fue lo que más sorprendió a Hipo, al conocer como Sigrid siempre utilizaba ropa que la cubriese por completo. Pensó que quizás se debía a que el vestido era vikingo, pues este no tenía tantas prendas como los otros que solía usar, la falda era más suelta y un poco más pegada a ella, mientras que la espalda estaba al descubierto y en la parte de la cintura, tenía amarrado un listón. No queriendo mirar más de lo que no debía, alzó la cabeza para mirar su cabello suelto, con un par de trenzas y una banda de cuero en la cabeza como las que solía utilizar Astrid.
Las mejillas de Hipo se pusieron levemente rojas y pasó saliva por su garganta, sin poder respirar al verla. Jamás se iba a cansar de hacerlo, ella era hermosa.
El vikingo salió de sus pensamientos cuando alcanzó a distinguir varias cicatrices sobre sus brazos descubiertos. No había visto aquellas antes, pero esta vez... En la parte de sus brazos por encima del codo había varias cicatrices que supuso habían sido parte de la batalla, en la espalda descubierta y sobre su piel lisa se encontraba un corte más profundo y circular, no era tan grande, pero sí más notorio; también, en la misma espalda de forma vertical y central había varias cicatrices y rasguños que le hicieron eliminar todos sus pensamientos anteriores, siendo reemplazados por su preocupación.
Sigrid pareció sentir su mirada, porque se giró justo a donde estaba, causando que Hipo se sobresaltara un poco, antes de devolverle la mirada. La morena se abrazó a sí misma y le sonrió sin mostrar los dientes, gesto que devolvió y, dos segundos más tarde, Sigrid estaba caminando hasta donde él estaba.
—¿Dónde habías estado? Astrid me dio a probar un ponche, sabía extraño —comentó Sigrid en cuanto llegó hasta él—. Los gemelos insistieron que lo tomara y solo Patapez me advirtió, los odio. —Se quejó con un bufido, antes de reír en conjunto con Hipo por lo dicho.
—Snoggletog no es Snoggletog sin probar la bebida tradicional de Astrid —respondió Hipo encogiéndose de hombros—. Yo, por suerte, la probé unos años antes, Madame.
Sigrid le sacó la lengua burlona, cruzando los brazos sobre su pecho y poco después se giró hacia donde Estoico compartía comentarios sobre lo orgulloso que estaba de tener a Hipo. El vikingo se encogió en su lugar un tanto apenado y Sigrid sonrió sin mostrar los dientes, con el mismo orgullo.
Los berkianos alzaron sus tarros de hidromiel para celebrar.
—... Y estoy seguro de que aquellos que no pueden estar con nosotros el día de hoy, nos están viendo desde Valhalla con orgullo —finalizó Estoico en voz alta, una ola de gritos y aplausos le siguió y Sigrid miró de reojo a Hipo.
Sus manos rozaron por una fracción de segundos, en los que Hipo se giró para verla a los ojos, no hubo necesidad de palabras cuando Sigrid tomó su mano y le dio un leve apretón. Hipo la miró agradecido, reteniendo el aliento.
—Ven, hay algo que quiero mostrarte —comentó Sigrid cuando el discurso de Estoico finalizó y todos empezaron la celebración—. Estaba esperando el momento correcto.
Hipo la siguió con el ceño fruncido, dejándose guiar por ella, que aún sostenía su mano mientras se abrían paso entre las cabañas. Al ir detrás de Sigrid, vio como sus brazos se estremecieron por el frío y su cuerpo tembló, ejerciendo presión en el agarre de sus manos.
—Vayamos a buscarte algo primero, antes de que enfermes —comentó Hipo.
—No, no voy a enfermar.
Hipo suspiró, viéndolo venir.
—Hace unas semanas sí enfermaste. —Hizo énfasis en el sí—. Puedes volver a enfermar.
—Pero hace unas semanas fue distinto, ven.
Hipo volvió a suspirar y la miró sin intención de darse la vuelta para ir a buscar un abrigo. Al ver que era imposible convencerla, continuó su camino junto a ella y pasaron de largo las cabañas adornadas con coronas de flores y escudos vikingos con nieve arremolinada sobre estos. A los dos minutos pasaron el árbol vikingo decorado con escudos, el cual hacía conmemoración a Yggdrasil, el árbol de los mundos.
—¿A dónde vamos? —preguntó con curiosidad Hipo, viendo la nieve caer de forma más lenta y pesada a sus alrededores.
De lejos Hipo vio a algunos dragones jugar y reconoció a Chimuelo con Nymeria en la colina cerca de su cabaña, sonrió sin pensarlo al ver lo bien que comenzaban a llevarse ambos; al fondo encontró a Vhagar recostado, mientras empujaba a los dragones pequeños que se acercaban a molestarlo.
—Kain también tiene una tradición para despedir a aquellos que no están más con nosotros. —Empezó Sigrid cuando abandonaron las últimas cabañas en dirección a la orilla de la isla, hacia una parte donde la nieve no se acumulaba tanto—. Pensé que sería bueno compartírtela.
Sigrid finalmente soltó la mano del vikingo, sacando una piedra cristalina de un bolsillo de su vestido. La kainiana ocultó la piedra entre sus manos mientras se concentraba y cerraba sus ojos.
» Kmahik Actuns Irillygreos Noctemnhu. —La piedra brilló bajo sus manos con una luz platinada, como el resplandor de las estrellas y dando paso a un ligero brillo azulado como el del cielo al centro de la piedra—. Kain significa «Desde la noche sigo las estrellas», de un viejo poema aotromneach, mi lengua ancestral —continuó, Hipo la escuchó atento y la miró con curiosidad.
—¿Cómo termina el poema?
Sigrid se aclaró la garganta y, un poco ruborizada, se giró para mirarlo y aclamarle el poema.
Desde la noche sigo las estrellas y tu cielo gobernaré. Desde el día protejo a mis inferiores y a tu cuidado estaré. Desde la oscuridad seré la luz ancestral que busca consuelo. Y desde la luz me llevaré a los que nos han dejado, para que puedan convertirse en estrellas.
—Lo descubrí hace unos días revisando los libros antiguos de la biblioteca —explicó Sigrid al finalizar, con una risa nerviosa—. En Kain se han olvidado de ello o no le dan mucha importancia, pero a mí me pareció interesante.
—Es interesante y ancestral —concordó Hipo, Sigrid le pasó la piedra brillosa. Aquella piedra brilló un poco más al estar entre sus manos y Sigrid alejó sus manos entonces—. ¿Qué hago con ella?
—Cierra los ojos, Hipo —murmuró Sigrid— y piensa en tu mamá —comentó suavemente—. Trata de seguir lo que digo: «Encomiendo a ti la luz de una estrella para que reine sobre los cielos y encuentre su propio camino en las puertas al Valhalla. Doy mi última piedra astral para que la guíes de la oscuridad hasta las puertas de los reyes donde su espíritu perdurará hasta el final».
A Hipo le costó un poco imitar las palabras del antiguo idioma de Sigrid, pero al final lo logró. Ambos abrieron los ojos para ver como la luz comenzaba a apagarse un poco, después de aquello Sigrid había leído que de la piedra emergería una bola de luz que se abriría paso hasta las estrellas; sin embargo, ocurrió algo distinto, la piedra se partió, revelando una piedra pequeña color azul con forma de varios picos como un cristal y un copo de nieve, dejando a Sigrid perpleja y confundida.
—¿Debía de pasar eso? —preguntó Hipo, tomando entre sus manos el cristal con cuidado. Sigrid pasó saliva por su garganta y asintió—. Es lindo, gracias por esto, Siri. Has hecho Snoggletog mucho mejor.
A Sigrid se le hizo un nudo, pero se limitó a asentir. Si la piedra se había roto, solo significaba qué posiblemente la madre de Hipo no estaba muerta. La morena se mordió el labio inferior y consideró en decírselo, pero tampoco quería ilusionarlo, podría ser una simple equivocación de los antiguos libros. Hipo guardó con cuidado la piedra azul y dejó los restos de la otra piedra sobre una roca.
Al ver cómo le temblaban los brazos a Sigrid por el frío aunque no dijera, Hipo se quitó la armadura de cuero y sin previo aviso se la colocó a ella por encima del vestido. Cuando Sigrid estaba por quejarse, sintió la oleada de calor que necesitaba y el aroma de Hipo la hizo relajarse.
—Vayamos con nuestros amigos.
Por unos segundos los ojos de tono ámbar de ella conectaron con los de él, de un esmeralda profundo, y se miraron con el mismo brillo. Lo demás dejó de existir mientras Hipo daba un paso más hasta ella, tomando su mano entre la suya en un suave movimiento.
Sigrid no supo porque su corazón latió tan rápido ante ese simple acto.
—¿Dónde estaban? —preguntó Said en cuanto los vio llegar, arqueó una ceja al ver sus manos unidas y el hecho de que Sigrid usaba la armadura de cuero de Hipo—. No importa, Patán está por terminarse el hidromiel.
—¿No le dijiste que me apartara un poco? —preguntó una indignada Sigrid, apartándose de Hipo para ir hacia donde Patán y Brutacio peleaban por el último vaso.
—Tú no eres una buena combinación con las bebidas —repuso distraído Said, mordió un pedazo de pollo que tenía antes de girarse a Hipo—. Siéntate, Hipo, hablemos. —Hizo un ademán en el tronco a lado y ladeó el rostro en dirección por donde Sigrid se había marchado—. ¡No vayas a beber más de dos gotas!
Hipo tenía una ligera sospecha sobre que se trataba la conversación y aun así se sentó en medio de la fogata junto al kainiano; a lo lejos escuchó a Sigrid pelear con Brutacio, Patán y Astrid por el último trago.
—¿Entonces ya hablaste con ella? —preguntó Said con un guiño.
—Sí, digo, no... Hablamos, pero no de eso —contestó Hipo, prontamente el fuego frente a él fue más interesante que mirar al castaño—. No he tenido la oportunidad y no sé cómo decirlo.
—Solo dile como te sientes. —Said alzó los hombros, dándole un sorbo a su bebida. A lo lejos se escuchó el golpe de Sigrid y Astrid a Patán—. Aunque claro, un día que ella recuerde, hoy no creo que sea posible. —Said río ronco y señaló al fondo como Sigrid se tambaleaba en sus pies dando un sorbo más al hidromiel, constaba aclarar que dicho hidromiel no era normal, era una mezcla de bebidas que Brutacio y Said habían elaborado.
Hipo suspiró sin decir nada más, miró a Sigrid reír y luego compartir un par de palabras con Astrid que la hicieron sonrojarse y decirle algo a cambio. Bajó la mirada solo para rebuscar entre su bolsillo el cristal en forma de copo color azul y lo tomó entre sus manos; Sigrid le había dado eso y él aún trabajaba en su regalo para ella.
El resto de la tarde Hipo estuvo platicando con Patapez que era el más cuerdo de los demás y cuando el cielo se terminó de oscurecer bajo ellos, escuchó festejos a los alrededores de los vikingos, las casas con las antorchas estaban apagadas y lo que les mantenía iluminados a todos eran las llamas danzantes de las fogatas y el fuego propio de los dragones.
—¿Qué tal, amigo? —preguntó Hipo cuando la sombra nocturna de su dragón se proyectó a pocos metros de distancia. El dragón se acercó hasta el vikingo, solo para lamerle el rostro—. ¡Chimuelo, eso no se quita! —Se quejó, ganándose más lamidas a consecuencia; algunos instantes después, Nymeria se les unió, provocando que Hipo cayera a un lado del tronco por la fuerza de los dragones.
Una risa ronca escapó de los labios de Hipo al tratar de quitarse a los dragones de encima que le lamían, a lo lejos escuchó pisadas y risas.
—¡No jueguen sin mí! —Se quejó Sigrid al verlos, avanzó entre varios tropiezos a causa de la bebida y llegó hasta lanzarse sobre Hipo.
Medio minuto después, todos los demás estaban encima de los otros dos, riendo y golpeándose para quitarse unos con otros. Sigrid empujó a Brutacio que había sido el primero en lanzarse sobre ella e Hipo; y a los segundos, los demás ya estaban sobre ellos formando una extraña montaña con sus cuerpos tumbados y aplastados. Y pese al dolor por el peso de los otros, Sigrid aquel día se sintió más feliz que en ningún otro. Unos minutos con ellos y el mundo se volvía un lugar mejor.
—Estaré con ustedes hasta el final —murmuró Sigrid aquella misma noche, feliz.
Era una promesa. Eran sus amigos.
—Nunca te des por vencida, Synn —respondió Astrid—. Estaremos contigo desde este día y siempre.
A través de la lluvia y el fuego, se apoyarían mutuamente hasta el final.
Al tercer día, Sigrid y Said, en compañía de los jinetes de dragones, se encontraban de regreso a Kain en medio del cielo oscuro por la noche polar que tenían desde varios días atrás. La kainiana se dejó recostar sobre Nymeria y la abrazó, sabiendo que el viaje sería largo y exhausto.
Ese mismo día en la mañana, mientras Hipo trabajaba con Bocón, Sigrid había decidido permanecer con el Jefe de la isla a quien no había visto durante varios años, así que aprovechó para saludarle y hablar con él sobre diversos temas. Estoico estuvo muy entusiasmado de hablar con ella y comentarle sobre lo orgulloso que se sentía de Hipo y los cambios que había hecho, tanto con la sociedad vikinga como con la isla. Y cuando Sigrid se sintió en mayor confianza, habló con el padre de Hipo sobre la alianza, para hacerle saber que no estaba de acuerdo en forzar a Hipo en algo que probablemente no quería hacer y que buscasen una solución para modificar la alianza. Las palabras de Estoico aún seguían en su mente, una y otra vez.
«Hipo podría vivir de la aventura, pero también sabe cuándo es momento de dejarla, por las personas que quiere. Nunca obligaría a mi hijo a hacer algo que no quiere. Demostramos a las personas como nos sentimos sobre ellas a través de nuestros actos. Él se preocupa por ti.» Después de eso, Sigrid no insistió más en querer modificar los acuerdos y aun si hubiese querido, se necesitaba la autorización del Rey.
Profiriendo un bostezo, Sigrid echó un vistazo por encima de ella para ver como Brutacio y Brutilda peleaban por tomar la delantera, lo cual era irónico al tener ambos el mismo dragón. Debajo de ellos Eructo y Guácara también parecían discutir lo mismo lo que hizo que Sigrid riese ligeramente y adelantara el vuelo. Nymeria no desaprovechó la oportunidad por golpear ligeramente con su ala a Colmillo mientras pasaban y Sigrid la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Viste eso? Tu dragona coqueteó con el mío —señaló nada discreto Patán, extendiendo sus dos manos sobre el cielo para señalar a Nymeria, luego de eso se recargó sobre el respaldo de su silla y cruzó sus brazos detrás de su nuca—. Aunque es normal, nadie se resiste al encanto de los Jorgenson. — Patán cerró sus ojos y sonrió, como si estuviera imaginando eso.
—Seguro Nymeria solo quiere jugar —respondió Sigrid desinteresada, se encorvó sobre su asiento un poco solo para bajar el respaldo de la silla que Hipo le había elaborado meses atrás y se giró sobre su pecho para recostarse de esa forma, cruzando sus manos sobre su pecho mientras sentía las nubes flotar encima de ella—. Es una bebé, déjala —añadió al escuchar a Patán resoplar.
Sin decir una palabra más, Sigrid recostó su cabeza sobre sus brazos y dejó que Nymeria la meciera en el viento hasta que las horas pasaron en dirección a Kain.
Un día después cuando llegaron, luego de llevar a los jinetes a sus habitaciones y a los dragones a la zona donde les dejarían descansar, Sigrid no había perdido más tiempo y había salido en búsqueda de la reina.
El apego con su madre cada vez era mejor, hacía sentir a Sigrid afortunada de poder contarle todo a ella sin temor a que dijese algo al respecto. Un poco exhausta, la morena se hizo paso entre los kainianos que se detenían para inclinarse y saludarla, Sigrid los saludó con una pequeña sonrisa antes de retomar su camino rumbo al castillo. Al instante los gigantes muros de mármol del castillo y los pasillos se hicieron presentes, el sol alumbró cálidamente bajo las aberturas de los muros y algunos soldados caminaron de manera tranquila montando guardia.
Sigrid giró en uno de los pasillos evitando la entrada principal con temor a encontrar a su tío y rodeó hasta las cocinas, por la puerta trasera. Estando ahí se hizo paso entre la servidumbre después de saludarla y se metió en uno de los pasadizos en dirección al dormitorio de su madre. Se detuvo en seco cuando escuchó un llanto, leve y frunció el ceño sin entender quién lloraba en los pasadizos y cómo los conocían. Con la curiosidad sobre su pecho, avanzó a tientas entre las paredes con cuidado de no caer, hasta el sonido, apenas podía ver por la escasez de luz cuando se percató de que los llantos provenían de fuera, por la capilla.
Luego de unos largos minutos tratando de encontrar una salida de los pasadizos hacia la capilla, Sigrid movió un cuadro y se escabulló procurando que nadie la viese. Reacomodó el cuadro como si no hubiese ocurrido nada y continuó su camino hasta el sonido.
—¿Hola? —preguntó a la nada, abriendo la puerta con lentitud.
Se escucharon unos pasos, quien hubiese estado llorando se calló y Sigrid arrugó la frente antes de entrar. Más adelante se encontraba su madre, leyendo algún tipo de pergamino.
—¿Mamá? —preguntó por la sorpresa y al corroborar que era ella se acercó—. Te estaba buscando.
Kenia al sentir la presencia de su hija se giró, pasando su mano con delicadeza por debajo del ojo para eliminar los rastros de lágrimas.
—Sigrid, ¡qué sorpresa! Pensé que llegarías hasta mañana —contestó la Reina, se incorporó del asiento y dobló el pergamino. Sigrid avanzó hasta ella y la abrazó—. ¿Qué pasó? ¿Todo está bien?
—Todo está muy bien, mamá —murmuró—. Escuché un llanto y vine.
—No ha pasado nada —replicó su madre ante la mirada de su hija, Sigrid alzó la vista para verle los ojos rojos e hinchados, pero asintió—. Vamos a darle la bienvenida a tus amigos.
Al atardecer de la Noche Celestial Sigrid se encontraba siguiendo a Hipo entre los extensos corredores del tercer piso del castillo, totalmente a oscuras. El no tener luz solar durante esos días era una completa tortura para Sigrid y aunque estuviesen siendo iluminados por Inferno aún era extraño avanzar casi a tientas entre los pasillos.
—Podría salir un dragón malvado a la vuelta del pasillo —señaló Sigrid mientras caminaban, Hipo río ligeramente—. ¿Me dirás a dónde vamos? —añadió entonces, Maléfico detrás de ella soltó un cacareo, tratando de alcanzarlos.
—Buen intento, aún falta un poco más. —Hipo ladeó la cabeza para mirarla con la ceja fruncida tratando de ver a través de la oscuridad delante de ellos—. Es una sorpresa, Synn.
—Ya no voy a decirlo —dijo e Hipo río al escuchar que había dicho lo mismo cinco minutos atrás—. Por cierto, este día se siente distinto a los otros años.
Hipo vio a través de los ojos ámbares de ella profunda sinceridad. Era distinto y no solo porque estuviera él haciéndole compañía en un momento como ese, era porque por primera vez Sigrid había sido capaz de dejar sus miedos e inseguridades atrás, por primera vez se estaba enfocando en lo que tenía delante de ella. Tenía una familia que no solo estaba conformada por personas con su misma sangre, estaba conformada por todos a los que ella apreciaba más, por sus amigos.
—Será diferente. —Hipo le sonrió sin mostrar los dientes, recordando los pasillos donde había estado anteriormente—. Ahora sí, hemos llegado, pensé que sería el mejor lugar para darte esto.
Sin esperar a que ella hablase, Hipo la condujo a una zona sin techo, con la luz de las antorchas rodeándolos y un Chimuelo sentado frente a una mesa de madera. Sigrid se adelantó para acariciar al Furia antes de centrar sus ojos sobre la mesa y con curiosidad miró la empuñadura color plateado con detalles azules y dorados, con pequeños dibujos de estrellas y dragones. El mango de la espada no era tan grande como el de una espada normal, pero tampoco tan chico como el de su antigua espada que no había vuelto a sacar luego de la batalla en Nordvind.
Sigrid la sostuvo entre sus manos con delicadeza y observó la hoja plateada con curiosidad. Sobre la hoja, había tres runas colocadas verticalmente, una debajo de la otra. La primera runa era una línea horizontal con curvas que se guiaba desde abajo hasta la derecha, una línea entrecruzada en la curva vertical y un punto en el borde del final de la línea, arriba. La segunda era similar a un triángulo escaleno con la punta hacia abajo y sin la línea de arriba, tenía una línea del lado izquierdo guiándose por la línea del triángulo y una segunda línea del lado derecho guiándose de la mitad del otro lado del triángulo y, finalmente, una línea horizontal del lado izquierdo en la parte superior. La tercera runa era más simple, una media luna rodeada de siete puntos simulando estrellas, con uno más grande que los otros.
Bajo el reflejo de la luna, las runas brillaron y Sigrid las miró con curiosidad, queriendo saber su significado, pues aunque pudiese hablar perfectamente el lenguaje de los berkianos, las runas aún seguían siendo algo nuevo para ella.
—¿Qué significan? —preguntó Sigrid en un murmuro, pasando la yema de sus dedos por la hoja. Hipo se pasó la mano por el cabello de su nuca nervioso y antes de que pudiera decir algo, ella se adelantó—. Gracias, Hipo, no lo esperaba.
—Sé que tienes malos recuerdos con tu anterior espada por lo que pasó en Nordvind y espero que no tengas que hacer uso de ella, pero me sentiría tranquilo saber que tienes algo para defenderte en cualquier ocasión en la que no pueda estar —comentó Hipo, avanzando para situarse frente a ella—. Le hice unos ajustes para que no fuera una espada normal tampoco, por cierto.
Sigrid sonrió sin estar nada sorprendida de escuchar aquello último, mientras veía como Hipo tomaba la espada entre sus manos y se la pasaba.
—Cuando te sientas lista, pulsa la estrella —dijo.
Sigrid miró en la empuñadura, al centro de la cruz, la estrella de color dorada, donde pasó su mano y presionó luego de que Hipo se alejara antes de que la hoja se cubriera de un fuego azulado. Era similar al plasma de Draco, combinado de azul y detalles ligeros color blanco.
—Chimuelo y yo estuvimos trabajando con su plasma hasta obtener la combinación del fuego correcto —explicó, señalando el fuego iluminando un poco más el lugar; Chimuelo hizo un sonido con la garganta, asintiendo orgulloso.
—Con fuego normal hubiera sido igual de impresionante, pero es increíble, me ha encantado.
—P-pensé que el fuego azul te representaba mejor.
Sigrid presionó nuevamente la estrella para que se apagase el fuego e Hipo la ayudó a guardarla en su vaina de un color azul ópalo antes de que ella se lanzara a sus brazos. El tiempo que estuvieron así abrazados fue infinito, Hipo jamás se cansaría de aquello y Sigrid tampoco.
Parecía como si el mundo hubiese sido hecho para ellos dos solamente, en los brazos del otro y la calidez contraria. Se hubieran quedado ahí de no ser por las campanas que comenzaron a sonar, pronto se haría de noche y debían reunirse con sus amigos. Sigrid se separó un poco con las mejillas rojas por el abrazo y dejó que Hipo tomara a Maléfico en brazos, poniéndose en marcha de vuelta a los pisos inferiores.
—¿Crees que Said le haya aplicado la broma a Astrid que dijo que haría? —preguntó Hipo cuando avanzaron por el segundo piso, el cual estaba más iluminado por los candelabros y las antorchas gigantescas en cada uno de los muros.
—Sí y también creo que Astrid ya le dejó la nariz rota —contestó a lo que Hipo solo afirmó, Sigrid se desvió del pasillo y se detuvo para verlo—. ¿Vamos a guardar primero la espada antes de bajar con los demás?
—Vamos —asintió él, haciendo un ademán con su mano mientras la seguía. Chimuelo se adelantó junto a Maléfico y Sigrid se preguntó qué dirían los lores si vieran un dragón y un gallo dentro del castillo, pero en caso de aparecer, Sigrid ya tenía un insulto educado en mente para decir—. ¿Le vas a dar nombre?
—Nunca he entendido porque la mayoría nombra sus espadas, mi padre nombró a su mejor espada Justiciera de la Victoria —contestó Sigrid, poniendo los ojos en blanco—, pero estaba a punto de llamarla Saca Corazones —bufó e Hipo tuvo que aguantar la risa—. Aunque ahora que lo pienso, el fuego y los colores de la espada me recuerdan al día de la ventisca.
—Es bueno escuchar eso, un recordatorio para que no salgas en una tormenta y menos sola —regañó Hipo, Sigrid lo miró ofendida, pero asintió.
—Bien, entonces creo que ya tengo una idea con el nombre.
Llegaron a los aposentos de Sigrid algunos minutos después con el frío recorriendo sus cuerpos, Hipo permaneció en el marco de la puerta sin querer adentrarse mientras Sigrid buscaba un lugar para dejar a su nueva espada. Vio que ahí mismo tenía guardada la montura de Nymeria, no se percató en el momento en que se la quitó, pero lo más extraño era que parecía flotar.
—¿Nymeria está aquí? —preguntó entonces y Sigrid le hizo un ademán para que entrara y cerrara la puerta.
—Mejor que no sepan —murmuró señalando hacia afuera, había algunos guardias que todo comentaban a los lores. Hipo asintió y dejó pasar a Maléfico y Chimuelo—. Duerme aquí cuando yo no puedo conciliar el sueño —explicó tras dejar la espada en un sitio seguro—. No me gusta que se mantenga invisible, pero es lo mejor.
Sigrid se acercó para retirarle la montura y el vikingo también lo hizo, para acariciar su cuerpo invisible, ganando un ronroneo por aquello.
—Además puede salir cuando quiera. —Señaló la ventana—. Ahorita solo está cansada del ruido.
—¿Y qué hay de los establos?
—Nymeria y Nerion suelen pelear mucho —explicó Sigrid con un suspiro. Luego señaló a Chimuelo que comenzaba a acurrucarse a un lado de la híbrida—. Puedes dejarlo aquí también si quieres, la ventana siempre está abierta y ante cualquier cosa, Nymeria está aquí. Ella lo va a cuidar.
—¿Qué dices amigo? —Hipo se inclinó para ver a un consentido Chimuelo patas arriba dejándose acariciar—. ¿Te quieres quedar aquí con Nym? —preguntó a lo que Chimuelo brincó en su lugar y asintió emocionado—. Bien, deberán cuidar a Maléfico también, entre tanta gente lo podemos perder.
—Nada de fuego, ni estornudos, Nymeria —dijo entonces Sigrid señalando directo hacia la ventana. El cuerpo de la híbrida se volvió visible solo para que Hipo viera los gestos que le hacía a Sigrid y río negando—. Ven Hipo, no queremos que nos busquen.
El blanco de la nieve cubrió las pintorescas casas del pueblo kainiano mientras Sigrid e Hipo se hacían paso a través de las fogatas, los niños jugando pasaron corriendo alrededor de ellos, persiguiéndose y una que otra risa no faltó, ambientando el lugar. Las piedras astrales brillaban con la luz de la luna, algunos pueblerinos ya habían salido para despedir a los seres queridos de ese año, recitaban poemas en la lengua ancestral y otros comentaban lo felices que estarían cuando se reunieron con ellos. Al contrario de lo que Hipo pensó que sería, no era una celebración melancólica, era un hasta luego. Donde los kainianos se prometían reencontrarse con sus familias en el más allá.
Hipo se retrasó un poco cuando perdió a Sigrid de su vista a los minutos después, se concentró en los niños que corrieron a su lado con unas figuras talladas de madera que no logró reconocer del todo, hasta que vio un ala.
—¿Es un dragón? —preguntó el vikingo con curiosidad a uno de los pequeños, inclinándose para estar a su altura.
El niño asintió de manera tímida, abriendo el puño donde la figura de un Gronckle se hizo presente. Hipo sonrió y lo tomó entre sus manos cuando el niño se lo pasó.
—¿Los has visto? —dijo entonces, ganándose una negación por parte del niño—. A los Gronckles les gustan las piedras —añadió, pasándole la figura con la que había estado jugando—. Tal vez puedas verlos cuando notes que desaparezcan en cualquier lugar —señaló, comenzando a incorporarse.
No le habría costado llevarlo y presentarlo a Albóndiga, pero algunos kainianos aún desconfiaban un poco con él por ser vikingo y seguramente por las cosas que los lores decían sobre ellos.
Hipo inhaló profundo del aire nocturno y se concentró en los otros grupos de niños jugando, hasta que reconoció la silueta delgada de Sigrid más adelante; el vestido que llevaba aquella noche era ancho de la falda, la cual era de color azul cielo con flores blancas alrededor. De la parte de cintura hacia arriba era color azul marino, con mangas largas, los hombros descubiertos y con los bordes de un color blanco. Traía un listón alrededor de su cintura del mismo color azul oscuro y lo que parecía ser un polisón del mismo tono azul oscuro brilloso con detalles de escarcha plateada.
Hipo debía admitir que Sigrid se veía más hermosa de lo normal, su cabello estaba peinado en una media coleta y él solo se sintió afortunado de poder verla. Aunque claro, había tenido pensado confesarle sus sentimientos por ella durante esa misma noche y temía llegar a arruinar su amistad, pero necesitaba decirle lo que ella significaba para él, lo feliz que lo hacía compartir el tiempo juntos, apoyarla incluso en las difíciles situaciones y sobre todo, hacerle saber que no estaba sola, porque él la quería, siempre lo había hecho.
Sigrid parecía estar hablando con una joven de cabellos dorados que tenía un vestido del mismo color que el de Sigrid y más adelante vio a la hermana pequeña de Said, Lyanna, con un vestido igual junto a otra joven. Hipo se percató de que aquellas eran sus damas de compañía, Sigrid les dijo algo más antes de que las demás se fuesen y la dejaran buscando algo. Solo vio su rostro de alivio al encontrarlo e Hipo se adelantó hacia ella.
—Pensé que te habías perdido. —Sigrid suspiró dramáticamente y el berkiano negó—. En menos de dos segundos ya no estabas conmigo.
—No quería interrumpir —respondió Hipo en cuanto se posicionó a su lado—. ¿Dónde estarán los demás?
—Ah, cierto, ven, ya casi es hora —dijo Sigrid y tomó su muñeca para guiarlo a través de las casas y las personas.
Pasaron alrededor de los kainianos que los miraban curiosos hasta atravesar el centro del pueblo donde había gente bailando y riendo; más adelante, había una cabaña con las puertas abiertas y las luces encendidas.
—Aquí solía vivir Kristoff. —Sigrid señaló la cabaña a la que se dirigían sin apartar la vista del camino—. Hasta que decidió mudarse al castillo.
—¿Con quién vivía?
—Con su abuela —explicó, se giró para ver a Hipo y añadió—: Sigue viva, ella solo se mudó a una casa más tranquila.
No pudieron seguir hablando cuando Kristoff salió a recibirlos con una enorme sonrisa. El rubio había arribado a la isla tan solo unas horas atrás por lo que no los había visto en mucho tiempo, le despeinó un poco el cabello a Sigrid antes de estrechar su mano con Hipo.
—Justo salía a buscarlos, Said se estaba volviendo loco.
—¿Por qué? ¿Qué van a hacer? —preguntó Sigrid.
—Probar el ponche que hizo —explicó el rubio con una mueca de asco.
Al escuchar sonidos de vidrio quebrándose salió corriendo, dejándolos solos de nuevo. Desde ahí se escucharon gritos furiosos de Astrid y Said quejándose.
—Creo que competían por el ponche —dijo Hipo sin saber si entrar al lugar de los gritos furiosos de Astrid y las carcajadas de los demás, especialmente de Brutilda.
—Creo que no quiero ver cómo termina. —Sigrid río ligeramente, recargándose en el marco de uno de los lados de la puerta, Hipo la imitó del lado contrario y solo se miraron—. ¿Qué significan las runas? —preguntó un poco después, jugando con el listón de su vestido.
—No tiene importancia —negó el vikingo nervioso y para cambiar de tema agregó—: Te ves hermosa.
Las mejillas de Sigrid no tardaron en adquirir un tono rosado que Hipo no desaprovechó en mirar con el mismo brillo en sus ojos verdosos.
—Solo lo dices para no responderme lo que significan esas runas —dijo con una risa corta—. Pero lo voy a averiguar, Abadejo.
—Lo dije porque es cierto —respondió Hipo sin evitar sonreír por el drama que Sigrid estaría por hacer—. Eres tan hermosa que apenas puedo respirar —añadió en un murmuro que contuvo su aliento.
Ella permaneció callada, había aguantado la respiración desde que lo escuchó decir la primera oración y su suspiro hizo que sus labios temblaran un poco. Las personas a su alrededor dejaron de existir, los gritos adentro de la cabaña se hicieron lejanos como un susurro en la oscuridad a punto de extinguirse y el corazón de Hipo latió con tanta fuerza que sintió que se le saldría del pecho. Ese no era el momento que estaba esperando para confesarle lo que sentía por ella, pero tampoco podía desaprovecharlo.
Dio un paso hacia ella en el que quedaron a tan solo escasos centímetros de distancia, Sigrid alzó la mirada para encontrarse con sus esmeraldas orbes e Hipo inclinó ligeramente el rostro para verla. Su mano ascendió lentamente hasta acariciar uno de sus mechones ondulados y ninguno dijo nada, porque no había necesidad de decirlo. Las palabras sobraban en ese momento en que ambos se tenían cercas y casi como un impulso, la boca de Hipo ansió llegar hasta los labios de Sigrid y besarlos.
Por instinto, comenzó a bajar su cabeza lentamente con intención de encontrarse con su boca y sellar sus labios en un beso profundo que alertó el corazón de Sigrid, el cual comenzó a palpitar sobre su pecho. Estaban tan cerca que ambos podían sentirlo, sus alientos chocaron y sus ojos cerraron.
Solo fue un ligero roce cuando se apartaron de inmediato ante el sonido de una campana y un Said del otro lado sin notar lo que habían estado por hacer. Ambos abrieron sus ojos alarmados y se separaron con las mejillas sonrojadas, mientras un contento Said los envolvía en sus brazos.
—¡Feliz Noche Celestial a mis amigos!
—¡Por Thor, me asfixias, Said! —Se quejó Sigrid liberándose de sus brazos mientras se recuperaba de la conmoción de lo que estuvo a punto de pasar. El beso que nunca llegó—. Y-yo... iré con Astrid —añadió nerviosa y sin esperar respuesta entró a la casa para buscar a los jinetes.
Y solo cuando entró se dio cuenta de lo mucho que había anhelado ese beso, sabiendo lo que aquello significaba incluso si no quisiese admitirlo por miedo.
∘ En la parte de Snoggletogg, como sabrán en las festividades vikingas se relacionaban con el Yule, pero no quise involucrarlo por completo por el tema de los sacrificios bc sentí que sería demasiado. Pero sí lo relacioné con el Mōdraniht, también llamado Noche de las Madres que se daba entre el 19 o 20 de diciembre la cual se trataba de la Noche de vigilia ante la llegada de Yule o Jól, se recordaba a los difuntos y se planteaban los deseos para el año venidero.
° La Noche Celestial y las tradiciones de Kain se abordarán más en la guía III.
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