━━20: Nordvind
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CAPÍTULO XX
❛Las mujeres no estaban hechas para pelear. ❜
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Nunca fue intención de Sigrid terminar en donde estaba ahora. Lo único que trató fue de hacer lo correcto, en el tiempo que fuese, con las personas correctas. Y la realidad la había azotado con mil golpes, con el filo de cien navajas de las espadas, apuntándole desde la adversidad.
El miedo palpitó en su corazón, estrujándolo desde adentro, impidiéndole pensar con claridad. Sus sentidos estaban nublados, su mente en blanco, su vista miraba con temor a su alrededor. ¿En qué momento pidió aquello? Solo quería arreglar lo que estaba roto, solo quería hacer las cosas bien. ¿Pero qué era lo qué quería probar? ¿Por qué se empeñaba tanto en hacerlo? Y, no obstante, ahí estaba, con sus manos temblando bajo los guantes blancos, aferrándose a la montura de Nymeria con fuerza.
¿En qué momento habían decidido que usar la fuerza contra los vikingos de Nordvind sería la mejor opción? ¿Por qué lo aprobó? La respuesta estaba al borde de sus labios sin salir. Nuevamente habían interferido esos hombres, aún recordaba las palabras repitiéndose una y otra vez en su mente como una oración, recordaba absolutamente todo: «No debería preocuparse por asuntos que no le van, aún sí sube al trono su marido reinará.» «Deje de lado esos juegos estúpidos de cuidar un dragón y tener amigos vikingos, al final las alianzas se rompen y los dragones vuelven a hacerse bestias.» «Mátala antes de que ella la mate a usted». Pero ella se rehusó, les respondió y, al final y como siempre, ellos habían ganado en algo.
Su padre no tenía la autoridad para hacer algo, sí, era el Rey, pero Kain se regía bajo el mandato constitucional, la palabra de su padre bajo esos hombres valía muy poco. Ellos se encargaban de todo y no había nada que pudiesen hacer algo al respecto. Así que habían decidido que "limpiarían" la isla de esos vikingos, sin importar las vidas perdidas de los habitantes de ahí. Harían lo que fuese necesario. Un acto como aquel solo traería caos y sangre que ella quería evitar, podían llegar a algún acuerdo, no había necesidad de mostrarse agresivos, ni siquiera sabían porque estaban ahí en primer lugar «¿Vas a esperar entonces a que vengan a tomar el té, niña tonta?» inquirió Lord Charles.
No interfieras, no interfieras. Esa parte suya se lo seguía pidiendo una y otra vez. No hagas nada, no digas nada.
Ni siquiera le había comentado nada a Hipo cuando fue a verla unos días después de que ella fuese a la Orilla, él tenía sus propios problemas y debía resolverlos, así como ella los suyos.
Las amenazas de esos lores estaban presentes todavía en su cabeza, si no quería que Nymeria muriese debían llevarla con ellos a Nordvind para atemorizar a los vikingos, la híbrida había crecido notoriamente, hermosa y aterradora para los desconocidos. Sería fácil llevarla y aterrar a algunos cuantos con su fuego, pero Sigrid estaba en contra de aquello y lo único en lo que pensaba era en qué pasaría sí le hacían algo. Quería ayudar a los habitantes de la isla, por supuesto que sí, pero no quería hacerlo a través de una batalla. No quería que se viese como un triunfo, quería hacerlo por ayudar, nada más. No quería arriesgar las vidas de los kainianos que los lores habían mandado.
Porque claro, ellos solo habían ido a supervisar, pero no a mancharse las manos de sangre con ellos. Y habían mandado a Said y a Kristoff al frente, liderando el ejército con sus propios hombres; porque tampoco los soldados de los lores habían ido. Y estaban avanzando a un lugar donde no querían derramar sangre, absteniéndose de formar un acuerdo, estaban bajo presión por ambos lados, estaban sin salidas.
Las manos de Sigrid seguían temblando, no podía controlarlo y pequeñas gotas de sudor cayeron por su frente.
«¿Papá, por qué lo seguimos permitiendo?» Y su padre no había respondido, pero Sigrid había sido capaz de ver la rabia en sus ojos y las lágrimas acumuladas, mientras se daba la vuelta. Porque claro que le dolía a él también, un hombre como él que había conquistado el mundo sin necesidad de peleas y ganado títulos por sus méritos esperaba no tener que derramar sangre en la tierra de sus ancestros, ni en ningún otro lugar, aunque había luchado en algunas batallas, pero nada comparado a eso. Al final, toda la carga se le iba a él. Él era el Rey, él debía cargar con el peso de aquello.
Pero Sigrid, su primogénita, se sentía de la misma forma que él, imponente, sí tan solo hubiera una manera... Tienes que elegir, se dijo a sí misma, elegir no atacar a los vikingos sin obedecer a los lores o elegir hacerlo para ayudar a los habitantes de Nordvind.
Los nervios corrían por sus venas, el tiempo se acababa. Aún si lograban hacer el cometido, destruirían Nordvind, la isla no era tan grande. Debía evitar utilizar el fuego a toda costa, aunque tampoco se veía con la fuerza para usarlo.
Ella no estaba hecha para pelear.
La respiración de Sigrid comenzó a alentarse, temiendo entrar en pánico y por los nervios, comenzó a jugar con sus manos, soltando la montura y mirando hacia sus alrededores; Nymeria estaba sentada, aún desde ahí podía escuchar el sonido de su respiración como la suya y el retumbar de su pecho, ella también tenía miedo.
Los segundos corrieron intensificando sus temores hasta que, en menos de un santiamén, todos se habían alzado en armas dispuestos a atacar, asustada, Sigrid giró en todas direcciones. Los lores habían permanecido fuera del pronto campo de sangre, observando todo, Sigrid evitó sus miradas antes de alzarse en vuelo y la pronta confusión llegó a ella nuevamente.
«¿Hipo podrá perdonarme?» Aquel pensamiento cruzó por su cabeza, sin salir de ella. ¿Le perdonaría si atacara sin más a esos vikingos? ¿Si los llegara a matar?
Unos gritos se escucharon y la kainiana bajó su cabeza solo para ver como Said y Kristoff eran los primeros en la línea de campo, los vikingos que eran por mucho más rudos que ellos, ya habían roto parte de sus armaduras en medio de la pelea. No queriendo ver más se dio la vuelta solo para ver retirado a Daven rodeado de varios nórdicos. El hermano de Said era tan hábil como el mayor, en sus manos cargaba dos espadas con las cuales atacaba sin vacilar.
Verlos a ellos la hizo caer a la realidad, estaba perdiendo el tiempo al verlos, debía hacer algo; así que sin perder más tiempo, se aferró con más fuerza a la montura de Nymeria mientras le pedía que se alzara en vuelo.
Prontamente la sombra de Nymeria opacó el campo de batalla, cubriendo a los adversarios bajo de ella, el sonido de su rugido hizo el suelo temblar y a los humanos alzar la mirada, hasta bajarla un poco cuando las patas de Nymeria tocaron el suelo y terminó frente a ellos. Desde atrás vio a los lores hacerle señales para que lo hiciera, pero Sigrid giró en dirección de los kainianos hasta mirar el rostro de Said, lleno de tierra, sangre y sudor; a su lado, Kristoff estaba igual y fue como se dijo a sí misma que no lo haría, no tenía por qué forzar a Nymeria hacer algo que claramente no quería. Pero tampoco podía quedarse así, sin ayudar en nada.
Bajó con cuidado sobre el ala de la híbrida y, al estar en el suelo, con una mirada bastó para que Nymeria se alzara en vuelo y dividiera el campo con una línea de fuego entre los dos bandos, sacando totalmente del plan que tenían los lores y los demás. El fuego se alzó como un muro delante de ellos, impidiendo el paso para algunos. Sigrid se alejó de las llamas hasta situarse junto a Kristoff, ella era más agua que fuego y lo sabía.
—Váyanse ahora que pueden —habló finalmente, marcando el acento nórdico que había adquirido en los últimos meses de tanto practicar esa lengua. Alzó la voz ante el sonido de las llamas aumentar y el labio inferior le tembló al hablar, símbolo del miedo que sentía—. No deseamos derramar sangre.
—Svikari, þú deyrð (Traidora, morirás).
Su corazón bombeó con gran fuerza sobre su pecho al escuchar la voz del líder de la tribu del otro lado del muro de fuego que danzaba y crepitaba. El miedo que sentía dominó sus sentidos, estaba aterrada del desenlace que podría tener aquella batalla, miedo de lo que le obligasen hacer a ella y no de lo que le hiciesen. Al final, se vio obligada a sacar su espada.
Humo, sangre, silencio, cenizas.
Era de suponer que los vikingos no se irían, los recuerdos se hacían borrosos en la memoria de Sigrid al avanzar, arrastrando los pies sobre el suelo con la espada en su mano, la cual estaba impregnada de la sangre de esos vikingos. Tenía la mirada pérdida, no recordaba del todo lo que había hecho, su mente comenzaba a dar muchas vueltas, se sentía perdida, desorientada mientras caminaba casi cayendo alrededor del campo lleno de muertos y heridos. Su respiración alentada, su vista clavada en algún punto en específico sin mirar realmente.
¿Qué había hecho?
En su mente aún escuchaba los gritos producidos por la batalla, los alaridos de los débiles al ser lastimados. Sigrid apenas podía recordar lo que ella había hecho, había asesinado.
Había matado.
¿Y si esos vikingos a los que lastimó tenían una familia? ¿Y si no eran malos? ¿Y si había una razón específica para que estuvieran ahí? Aún recordaba sus mismos gritos al hacerlo, aún recordaba cómo le suplicó al primer nórdico que había ido hacia ella para que se fuese, con las manos temblando, apuntando hasta el adversario; hasta que este fue con ella con toda intención de lastimarla que en un parpadeo, ella había terminado con la vida de él y no al revés.
«¿Qué estás haciendo? Tienes que montar a Nymeria e irte. —Le había dicho Said al verla en ese estado, tumbada sobre el campo a un lado del cadáver—. Llámala ya, yo me encargaré de todo, no puedo dejar que cargues con esto.» Y como pudo se había incorporado del campo bañado en sangre hasta rehusarse y continuar dentro porque, ¿cómo diablos los dejaría ahí a su suerte? Ya había entrenado por semanas, Astrid le había ayudado a mejorar sus tácticas de defensa y usar en favor su peso y estatura. Además, era demasiado terca como para pensar si quiera en abandonarlos. Y se quedó.
Las heridas cubrían todo su cuerpo, menos el pecho. Sus piernas tenían mucha sangre esparcida a causa del filo de las hachas de los vikingos tratando de hacerle daño, sus manos tenían sangre seca y sus ojos estaban rojos e hinchados por el llanto. Le habían hecho un corte profundo en la espalda que le impedía moverse recta y sus brazos sangraban, pero aquello no importaba.
Había matado a varios.
¿Cómo se logra superar lo qué uno hace? Por buenas razones o por malas, eso no cambiaba el hecho de que eran como ella y los demás. Humanos.
Sintió un martilleo repiquetear en su cabeza, la sien le pesaba, el ambiente era tenso; Sigrid sintió que estaba ahí, pero a la misma vez, también sentía que estaba lejos, muy lejos de ahí. Con gran pesar, sujetó su cabeza con una mano, tratando de encontrar fragmentos en su memoria de todo lo que había hecho, pero fue inútil, no lograba recordarlo todo.
—¿En qué persona me he convertido? —preguntó para sí misma, tras una larga caminata sin rumbo fijo, tratando de salir del shock en el que había entrado desde que había asesinado al primer vikingo.
Sus ojos estaban secos de tanto llorar, ahora solo tenía la sensación sin poder sacar más lágrimas, su corazón latía lentamente, sus manos habían dejado de temblar, pero se veía incapaz de mantenerse en pie por más tiempo. Todo a su alrededor estaba nublado, todo a su alrededor eran rostros borrosos que se acercaban hasta ella.
—No, no, no, aléjate de mí o tendré que matarte y no quiero —soltó poco después, asustada, retrocediendo con la espada apuntada hacia la persona.
No podía ver quien era, no podía distinguir entre vikingos y kainianos.
—Por favor... —murmuró Sigrid poco después, con la voz a punto de quebrarse—. Soy la peor persona del mundo.
¿Qué diría su madre de ella? ¿Cómo seguiría viviendo, sabiendo lo que hizo? Las mujeres no estaban listas para las batallas, le habían dicho, pero ella acababa de participar en una. Y las imágenes comenzaban a proyectarse en su mente de lo que ocurrió, breves memorias de lo que hizo.
Respira, respira. Pensó, cerrando sus ojos. Concéntrate.
—Sigrid, está bien. —Escuchó a lo lejos, sin reconocer el sonido de la voz—. Puedes abrir los ojos, ya todo ha terminado.
¿Cómo podía decirle Kristoff aquello? No había terminado, no para ella, había cometido el peor de los actos para salvarlos cuando esa no había sido su principal idea, no había deseado que terminara de esa forma con sangre de por medio, con la mirada de satisfacción de los lores frente a ella, ¿pero que había podido hacer ella? Quedarse para ayudarles contra los nórdicos en el campo de batalla, porque aunque no le gustase, no sería la clase de persona que teniendo la oportunidad de ayudar no lo haría. No, ella tenía su espada y poca experiencia, pero no se quedaría a ver y velar por la seguridad de los kainianos; actuaría de ser necesario, eso fue lo que hizo.
Con lentitud y gran dificultad Sigrid abrió sus ojos, parpadeando hasta que finalmente logró adaptarse al entorno y reconoció el rostro de su primo, cuyas heridas eran notorias desde su posición. Tomó una bocanada de aire, echando un vistazo a todo lo que había a su alrededor, asimilando lentamente que todo había sido real y no producto de su imaginación. Que lo que había hecho no podía remediarse, había sucedido; pero en cambio, frente a ellos les recibía una isla agradecida, acercándose hasta ellos para curar sus heridas por la batalla.
No pronunció nada en lo que quedaba del día, solo lo hizo para agradecer a las personas que le habían ayudado a limpiar la sangre de su cuerpo y le habían prestado ropa nueva, pues la suya se había roto en medio del combate. Aún no lograba asimilarlo del todo, su cabeza le dolía horrores. Su cuerpo temblaba bajo la manta que le habían prestado, sumida en lo más recóndito de su mente, mirando el atardecer frente a ella caer.
Habían decidido que no regresarían hasta el día siguiente que recobraran fuerzas, sabiendo que Nordvind quedaba a varias horas de Kain. Estando ahí solo pudo pensar en Hipo, no había querido pensar en lo ocurrido porque no lo había deseado, ¿qué le diría al berkiano? ¿De qué forma miraría al chico que siempre tenía una solución para todo sin recurrir a la violencia? ¿Él se decepcionaría de ella por sus acciones? Si algunos días atrás había comenzado a creer que todo era mejor, esta ocasión se había convertido en la gota que derramó el vaso nuevamente, cuando apenas lo estaba llenando.
Su preocupación por lo que había hecho impidió que buscase a Nymeria, en la batalla la híbrida la había defendido de varios sin tener otra opción más que hacer uso de su fuego para librarse de ellos. Aquel día ambas habían cambiado y, para bien o para mal, debían descubrir la manera de lidiar con ello.
—El día de hoy...
Media hora después, cuando la noche cayó, había sido convocada a una reunión de los habitantes de la isla para agradecer, parados alrededor de la fogata que iluminaban sus rostros y reflejaban una nueva esperanza. Sigrid estaba alejada de todos, poco a poco asimilando lo ocurrido.
—... Fuimos salvados por nuestra propia gente, que aunque no tenía la necesidad de venir y ayudar, lo hizo por lo que su pasado significa para ellos —habló una mujer, a la vista de todos en el pueblo—. Nos queda agradecer a todos esos kainianos que el día de hoy arriesgaron sus vidas para salvar las nuestras, aquellos que sí la dieron y sus cuerpos descansan en el cielo, pelearon con valentía contra un grupo de vikingos del cual no conocían sus métodos de defensa y lo hicieron con la intención de poder recuperar nuestro hogar.
» ¡Que la luz los guíe en su camino a las estrellas!
La mujer que había estado hablando se calló para tomar aire, algunos de los kainianos alzaron sus copas por el discurso, justo al igual que los lores. Sigrid cruzó los brazos sobre su pecho, pensando en las palabras que la señora había dicho, poco después, todos los habitantes en Nordvind repitieron la última frase como una oración. El ambiente se hizo triste y nostálgico, pero sobre todo, agradecido.
—Especialmente, queremos agradecer a Sir Edvard y Sir Brynjar, de la casa Reed y Warren respectivamente por traer a sus hombres a nuestro servicio bajo la supervisión de los lores de Kain. —Al decir eso, estos últimos carraspearon, inflando el pecho, y se acercaron seguramente para esperar un elogio más—. Pero sí hay alguien a quien nos gustaría hacer un llamado, es a su Alteza Real, Sigrid Synnøve, perteneciente a las casas Whiterkler y Ruadh por estar en el campo de batalla, cuando una mujer es criada bajo el concepto de que las peleas son para los hombres.
» El símbolo de la futura Reina nos da esperanzas para levantarnos cuando vengan más oponentes. Si bien, pudo permanecer lejos, a salvo con su dragón, en cuanto la batalla empezó decidió bajar y apoyar la causa, arriesgándose completamente por salvar una isla que no pertenece a su pueblo ya y es por ello que, la isla Nordvind ofrece sus servicios desde este día hasta los últimos hacia la futura Reina y sí Su Alteza nos lo permite, quisiéramos nombrarla Señora de Nordvind.
Sigrid había permanecido callada, sin saber que decir, su boca tembló tratando de responder al título que le habían otorgado. Lo cual lo convertía en su primer título Real. Boqueó como pez en el agua sin responder aún, comenzando a jugar con sus dedos temblorosos. Miró a las personas que esperaban su respuesta, miró a Said y a Kristoff que asentían con su cabeza en su dirección y miró los rostros enfurecidos de los hombres aquellos, pero en su cabeza aún tenía la imagen del primer hombre que recordaba a la perfección y al que le había arrebatado su vida.
—Y-yo... N-no s... No soy digna, lo siento —pronunció tan rápido mientras se apresuraba a darse la vuelta para salir corriendo, con las piernas temblorosas que sentía que caería en cualquier momento.
Sigrid evitó mirar los rostros de las personas ahí, haciéndose paso, hasta que la voz ahora de un hombre se hizo presente, logrando que frenara en seco.
—Y por esa misma razón lo es, necesitamos a alguien como usted de guía en nuestro camino, alguien que nos lidere y nos enseñe las fortalezas de sus convicciones, alguien que es humana.
» Usted dice que no es digna por lo que ocurrió en el campo de batalla. —Sigrid se dio la vuelta para mirarlo con las lágrimas amenazando escapar de sus ojos mieles—. Pero lo es porque tuvo la fortaleza por hacerlo, pese a que no quería. No todos hacen eso, no todos se arriesgan a aumentar sus miedos por otros y usted lo hizo.
¿Qué debería hacer entonces? Agradeció al señor por sus palabras, mientras en lo recóndito de su mente pensaba sí eso era lo que ella quería. Y, después de unos largos minutos aceptó, no por ella, porque lo que Sigrid quería eran cosas más simples, pero lo aceptó por su madre y su padre. Que aquel fuese el recordatorio del día en que ella enfrentó su miedo.
∘ Dato que se me había olvidado aclarar: El idioma utilizado para hacer referencia al nórdico es el islandés, aunque algunas veces utilizo el noruego.
Como saben, en Kain se conoce el idioma, pero en algunas ocasiones como en esta me gusta hacer énfasis con los vikingos.
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