━━15: Una constelación
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CAPÍTULO XV
❛Al principio pensó que era una constelación, hizo mapa de sus estrellas hasta que tuvo una revelación, ella era tan hermosa como interminable.❜
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Era una fría mañana cuando Hipo se despertó apenas se alzó el alba. Él y sus amigos habían regresado a la isla de los Gamberros Peludos apenas unos días atrás, por algunos asuntos que debían atender en Berk y todo se sentía como si volviera a la normalidad.
El vikingo frotó sus verdosos orbes con sus manos tratando de acoplarse a la luz del sol infiltrada en su habitación; como pudo, se incorporó de su cama siendo recibido por el cacareo de Maléfico y el rostro alegre de Chimuelo a escasos centímetros de él, esbozó una sonrisa y les saludó antes de prepararse para comenzar el día.
Cuando bajó para desayunar con su padre, se encontró con él y un hombre que sostenía una carta entre sus manos, ambos se encontraban hablando sobre algo que no logró entender. El acento del hombre era diferente, más agudo y sus palabras eran poco incomprensibles por la rapidez con la que hablaba; el hombre estaba vestido sin pocos abrigos, portando en su lugar un uniforme extraño, con botones bordando de dorado. Su semblante se veía asustado, quizás estaba perdido y necesitaba ayuda, por lo que inmediatamente Hipo se apresuró, hasta situarse junto a los dos hombres.
—¡Qué bueno que llegas, hijo! —comentó Estoico haciendo un ademán con sus manos para que se acercara, el castaño obedeció con el ceño fruncido ligeramente—. Te estábamos esperando.
—¿Qué sucede? —preguntó al llegar y tomar asiento en la silla a un lado de su padre, del lado contrario del extraño hombre.
—Él es Felipe de Sos —presentó el vikingo, el hombre hizo una leve inclinación con la cabeza que el berkiano respondió de la misma manera—. Un hombre al servicio del rey de Kain, Bastón.
Con la mención del rey su corazón bombardeó con fuerza, su respiración comenzó a agitarse así que tuvo que obligarse a inhalar profundo mientras asentía para que su padre pudiese continuar. Su padre volvió a hablar, retomando la palabra y lo siguiente que pronunció le dejó sin habla. Felipe venía en nombre del rey Bastón a entregarle personalmente una carta, que iba dirigida hacia él; así que, después de tomarla y agradecerle, avanzó rápidamente hasta su habitación para leerla.
El vikingo tuvo que releer la carta por lo menos unas quince veces hasta estar seguro de las palabras inscritas en el pergamino, sus ojos esmeraldas recorrieron cada letra hasta que su mente procesó lo que leyó. Se sentía confundido, con muchas preguntas por hacer a nadie en específico. Con un bufido, retrocedió lentamente en la habitación hasta terminar sentado en el borde de la cama, donde Maléfico jugaba con Chimuelo desde ahí.
El rey de Kain le explicó lo más importante, alegando que aunque quisiese contarle todo tendría consecuencias con su hija si se enteraba de lo que estaba haciendo. Básicamente Sigrid no estuvo perdida en todo ese tiempo, un mes después de que la raptó el dragón, su hija regresó a Kain; no obstante, lo mantuvo en secreto porque ella así lo pidió y solo se había encargado de contarle a Estoico para que detuviese la búsqueda. Le explicó también que solo había accedido a la petición de Sigrid al ver como todo en general le había afectado, incluido lo acontecido en el ruedo tan solo cuatro años atrás y lo sucedido con los años que vivió con los dragones. No era algo que pudiese superar tan fácilmente.
Hasta este momento en el que Hipo procesaba todo, con las manos temblando mientras sujetaba el pergamino amarillento, sus pensamientos se enfocaron en una sola cosa.
Sigrid estaba bien.
Aquello le causó gran alivio en su corazón, después de tantos años sin saber de ella, había llegado a pensar lo peor. Necesitaba ir y comprobarlo con sus propios ojos, pero aún había otro asunto sin resolver que le impedía hacerlo. Hipo quería saber por qué no le había dicho, porqué había insistido tanto en mantenerlo en secreto. Merecía saberlo después de todo, eran amigos, confiaban el uno en el otro. Ella había sido la primera persona en creer en él y viceversa, ¿por qué no decirle? ¿Es qué ya no quería que fuesen amigos? El rey solo había comentado que había problemas en el reino y que Sigrid parecía cada vez estar peor, estaba tan preocupado por ella que por eso había recurrido a Hipo, rompiendo la promesa que tenía a Sigrid.
«Haremos una fiesta por su cumpleaños el próximo 17 de septiembre, así que estás cordialmente invitado. Más vale que asistas porque he mandado a Felipe hasta Berk y le he dicho que quedará desterrado sino regresa contigo.
Hasta pronto, nuero.»
Esa fue la última parte de la carta, que le hizo pensar que no hablaba en serio. Su cumpleaños, sería su cumpleaños y ella no sabía que él estaba invitado.
Aún necesitaba procesar todo, soltó un suspiro y dejó caer su espalda en la cama, exhausto.
Unas horas después, Hipo ya les había explicado a Astrid y los demás sobre la carta, respondió a las dudas que tenían aunque él también tenía ciertas preguntas y al finalizar todos se mostraron sorprendidos, con excepción de dos gemelos. Hipo los había estado observando conforme hablaba, hacían gestos con lo que comentaban, en otras asentían como si lo supieran y cuando hizo mención en los problemas de Sigrid, Brutacio cambió completamente su postura, como si supiera algo más.
—A ver, ¿qué pasa con ustedes dos? —preguntó finalmente sin poder contenerse, puso las manos sobre su cintura y los miró seriamente. Los gemelos inflaron el pecho mientras llevaban sus manos detrás de su espalda y fingían inocencia, Hipo entrecerró los ojos para verlos—. ¿Por qué sospecho que esto ya lo sabían?
—Pues porque ya lo sabíamos, duh —habló Brutilda, de forma inexpresiva cruzando sus brazos, Brutacio se golpeó la frente mientras la vista de todos se posó en ellos—. No me mires a mí, todo es culpa de Brutacio.
Aquellas palabras le cayeron como un balde de agua fría, esta vez sus iris esmeraldas pasaron hasta Brutacio quién en su lugar se encogía. Tardó en recuperar el aliento, analizando todo. Él sabía desde años atrás, por eso actuaba tan nervioso cuando Hipo les preguntaba el motivo de sus desapariciones en la Orilla junto a su hermana.
—Brutacio, todas esas veces cuando te escapabas con Brutilda, ¿era por eso? ¿Porque veían a Sigrid?
Le rogó a los Dioses que dijera que no, esperaba que no, pese a saber la respuesta. El ambiente se llenó de tensión, esta vez ni Patán soltó uno de sus típicos comentarios. Finalmente, el rubio asintió lentamente con la cabeza y todas las vistas se fueron directo a él, pero Hipo estaba perdido en sus pensamientos.
—¿Y sí sabían qué la estaba buscando por qué no me lo dijiste? —preguntó un poco alterado, todas esas noches trazando mapas mientras Brutacio supuestamente le ayudaba con las islas donde podría estar—. ¿Aún siguen yendo a verla?
Brutacio suspiró.
—No, no la hemos visto desde hace ocho meses.
Hipo no necesitó escuchar nada más, se dio media vuelta y partió directo a su cabaña, a lo lejos vio como Astrid detenía a Brutacio para que no lo siguiera. Necesitaba procesar todo, necesitaba aclarar su mente para poder decidir si iría a ayudar al rey.
Astrid lo encontró media hora más tarde en las afueras de su cabaña y en cuanto lo vio se sentó, soltando un lánguido suspiro, el berkiano no dijo nada pues sabía lo que venía a continuación por parte de su amiga.
—No estoy enojado si es lo que piensas —soltó finalmente en voz baja.
—¿Y por qué parece que sí? —preguntó ella, Hipo no respondió y entonces la rubia se obligó a inspirar profundo antes de hablar—. Mira, yo sé que quizás ahorita mismo estás dudando entre ir o no ir, pero estoy segura de que todo tiene una explicación.
—Sí, que ya no quiso ser mi amiga —soltó, haciendo que Astrid rodara los ojos.
—Yo no me estoy refiriendo a eso, Hipo y no sé por qué lo piensas —continuó la ojiazul y lo miró, el castaño no le devolvió la mirada pues estaba seguro en lo que pensaba—. Estoy segura de que ella tuvo sus motivos, tú mismo explicaste que el rey comentó que tenían unos problemas y no sabemos cuáles son, pero deben ser importantes... ¿Estás considerando no ir, verdad? —El suspiro de Hipo se lo confirmó y Astrid tuvo que aguantarse las ganas de darle un buen golpe—. ¿Vas a rendirte así de pronto? ¿Después de todos esos años de búsqueda?
Le odiaba admitir que tuviera razón, pero no dejaba de pensar en que sí no le había hablado en todo ese tiempo era por algo, no lo quería ver, debía ser eso.
—Ella no va a querer verme y no tiene caso que vaya —bufó.
La rubia alzó una ceja al oír eso y una sonrisa burlesca apareció en sus labios.
—Bien, entonces tal vez yo vaya y me la haga mi nueva mejor amiga —dijo segura—. O mejor, le diré a los gemelos.
—¿Qué? No, no, no —negó rápidamente con la cabeza, Astrid alzó una ceja.
—Entonces deja de comportarte así, vas a ir a menos que quieras varios golpes con el hacha o que te tire al mar —advirtió poniéndose de pie—. No puedes darte por vencido así de fácil, este no es el Hipo que conozco, debes de ir y afrontar a tu destino.
El pecho de Hipo retumbó en la entrada del castillo el día diecisiete de septiembre. Prontamente se sintió sofocado al percatarse que estaba ahí, estaba frente al umbral en dirección al salón principal del palacio de Kain que lo conduciría hasta Sigrid. Aguantó su respiración por tanto tiempo que pensó que estaba delirando al verla a unos metros entre la multitud rodeándola, debía de ser ella. Verla con ese vestido beige le robó el aliento, quedando helado en su lugar.
Suspiró poco después sin querer llamar mucho la atención y se giró para mirar como sus amigos le lanzaban varias miradas detrás de él.
—A ver a qué horas piensas avanzar —soltó Patán con un gruñido, cruzado de brazos, luego se puso de puntillas detrás del castaño para ver que (o quién) era lo que había estado viendo con anterioridad y abrió la boca gesticulando una "O", antes de retomar la palabra—. Pues sí tú no quieres ir a hablar con ella, me parece que tengo una charla pendiente con el rey, no me molestaría nada mudarme a Kain y ser su futuro rey —señaló—. ¡Auch!
Patán se sobó la zona adolorida retrocediendo, pues tanto Astrid como Brutacio le habían propinado un buen golpe en la cabeza. Hipo los miró seriamente sin perder la paciencia y sin responder el comentario de Patán. Los jinetes habían insistido en acompañarle aquel día, probablemente para evitar que se arrepintiese a mitad de camino.
—Avancemos, pero nada de hacer cosas fuera de control —advirtió, mirando con advertencia tanto a los gemelos como a Patán.
Patapez, desde luego, fue el primero en asentir y avanzar, pues estaba intrigado con conocer las diferentes costumbres dentro del reino, así como su estilo de vida o saber del dragón híbrido que les había mencionado Brutacio que tenía Sigrid. Y es que, después de que Hipo pensara correctamente lo que haría, los gemelos les habían puesto al tanto con lo que sabían, así como les pusieron al tanto de la existencia de Nymeria.
De manera que entraron, en ningún momento las piernas le dejaron de temblar conforme se hacía paso en el vestíbulo cuyos adornos de cristal le dejaron perplejo. A diferencia de Berk en donde había hachas y armas colgadas por doquier, en el salón del castillo las únicas armas que había eran las dos espadas entrecruzadas al final del muro hacia el frente; aunque claro, ahí contaban con una gran cantidad de guardias vigilando cada esquina.
Hipo agradeció que hubiera muchas personas en la entrada, así no llamarían demasiado la atención. Sus amigos en cuestión de segundos ya se habían dispersado entre la multitud dejándolo a él solo con el corazón latiendo con gran fuerza, estaba por buscar donde pasar desapercibido cuando un grito lo hizo brincar en su lugar.
—¡Felipe! —gritó el Rey a pocos pasos de distancia. El pobre Felipe había tenido una mala experiencia de regreso en Kain, pues ni locos llegarían a tiempo en barco, así que se había ido con los gemelos sobre el Cremallerus, algo que horrorizó por completo al pobre hombre al nunca haber montado un dragón—. ¡Qué bueno que has llegado! Hablemos.
Saliendo del espanto, Hipo decidió que lo mejor era ir a la mesa donde estaban las bebidas, con intención de escabullirse del rey y de sus amigos, pues temía que lo mandaran a hablar con Sigrid. Su vista entonces se desvió una vez más hacia donde ella estaba, ahora se encontraba a lado de un muchacho pelirrojo que Hipo pudo notar era más grande que él, ambos parecían entretenidos en su conversación. Los miró sin más, hasta perder la noción del tiempo en el que ella se giró hasta donde estaba él, sus ojos solo chocaron por unos segundos que lograron que el corazón del vikingo se paralizara en segundos, pero ella no lo reconoció.
Con un suspiro, se giró hasta la mesa y tomó una de las bebidas cuyo color parecía ser tinto. Llevó la bebida hasta sus labios y tan pronto la saborearon se apartó la copa, gesticulando una mueca, aquella bebida había sido muy dulce a su parecer.
—Se me hace que ya había visto ese gesto antes —comentó alguien sobresaltándolo por completo, el ojiverde alzó el rostro para verlo y cuando lo hizo su rostro fue un total poema, pues no había reconocido a Said.
El kainiano esbozó una sonrisa burlesca por aquello, claro que en esos cinco años había cambiado por completo. Ahora estaba más alto, al menos por unos cinco centímetros que él, más fuerte y al igual que Patapez y Patán, tenía rastros de vellos sobre su barbilla. Su humor parecía incluso haber mejorado.
—¡Said! Q-q-qué sorpresa —gesticuló, con el sabor del vino sobre sus labios.
—La primera vez que Brutacio probó el vino fue un día que disfruté —comentó con una media sonrisa—. Hizo peores gestos que tú.
—Ah, gracias, me hace sentir mejor —ironizó el vikingo y Said se carcajeó a causa de ello.
—¿Por qué no vas y le hablas? —preguntó al cabo de un rato, señalando discretamente a Sigrid con su copa en la mano—. Estoy seguro de que a ella le dará un infarto en cuánto te vea, ni te va a reconocer, yo por poco no lo hice.
—Está ocupada. —Hipo negó con la cabeza por varias veces y volvió a probar de la bebida, esta vez, no le supo tan rara—. No quiero interrumpir... ¿Cómo que por poco no me reconociste?
—No, pero vi a ¿Patán? Sí, ese, así que supuse que estarías aquí también.
Hipo suspiró, sí Said les había reconocido, seguramente Sigrid no tardaría en hacerlo. Iba a contestar cuando Said alzó el rostro entre la multitud y sus labios se curvaron en una sonrisa al reconocer a Astrid. El kainiano entonces se llenó la copa nuevamente, tomó una nueva de la mesa y, tras despedirse del berkiano, se escabulló entre las personas hasta dar con la rubia.
Para cuando Astrid alzó el rostro buscando la ayuda de Hipo desesperadamente, el rey de Kain ya se había encaminado directo hacia él. Hipo tragó saliva, nervioso e hizo una reverencia cuando este se aproximó, que el monarca reprendió.
—Qué gusto en verlo de nuevo, joven Hipo —saludó formalmente Bastón, acompañado de una mujer a su lado, Hipo supuso que era la Reina, por lo que se inclinó de igual forma.
La reina se veía incluso más imponente que el mismo rey, llevaba puesto un elegante vestido verde oscuro que resaltaba con el color de su corona y su tono de piel, el ojiverde se percató que eran las mismas facciones de Sigrid. La madre de Sigrid hizo una inclinación con su cabeza a modo de respuesta con el saludo, antes de que Bastón retomara la palabra.
—El gusto es mío, Majestades —respondió en cambio Hipo, dejando la copa sobre la mesa—. Gracias por la invitación, mi padre les envía sus saludos, no pudo presentarse por unos pendientes que tenía en la isla.
Durante algunos minutos, Hipo estuvo hablando con los reyes que le preguntaron sobre cómo se sentía o qué le parecía la fiesta; en ningún momento mencionaron a su hija, lo que permitió a Hipo respirar tranquilo, pues no tenía la menor idea de que decirle, tenía muchas dudas, pero también quería verla, quería saber cómo estaba después de todo ese tiempo. Al cabo de un rato, la reina se tuvo que retirar cuando una de sus damas la llamó, Hipo pudo ver como el rey se relajó cuando se marchó.
—¿Cómo has estado, Hipo? —preguntó el rey, dejando una mano sobre su hombro—. Espero no haber mandado la carta en un mal momento —continuó entonces, instándole a caminar fuera del salón—, han sido tiempos difíciles en Kain, no puedo desatenderme del reino por mucho tiempo, pero eso no es por lo que te he pedido venir.
No, Hipo sabía que no le había llamado por eso, suspiró cuando ambos salieron al frío otoñal de la isla. El frío en Kain, para ser otoño, parecía al frío que tenían ellos en Berk durante invierno; no quería imaginar cómo era con ellos en esa época del año.
El rey se separó de él para avanzar delante del jardín, Hipo miró las pequeñas casas del pueblo adelante y, más allá, donde pasaban los árboles, estaba un fiordo que se conectaba en los alrededores de Kain en tres de sus direcciones opuestas al muelle por donde zarpaban los barcos.
—Las islas Airgead —explicó el Rey al seguir su mirada, señalando más allá el valle conectado con el fiordo—. Territorio no perteneciente de Kain.
—¿No? —Hipo frunció el ceño confundido, ambas islas se conectaban.
—Es complicado, tenemos un tratado de paz que ha prevalecido durante años, pero no se rigen bajo mi reinado —comentó—. Es un pueblo más, quizás en otra ocasión te cuente sobre ellos.
Hipo asintió, pasando saliva por su garganta y se acercó hasta colocarse a un lado del Rey Bastón, quien cambió el tema.
—En realidad, esperaba que pudieses ayudarme con un dragón —comentó sin más, con sus manos entrelazadas detrás de su espalda, viendo hacia el pueblo—. Aproveché que es el cumpleaños de mi hija para que vinieses a verla, pero también estoy un poco preocupado por su dragona, ya que ha actuado muy extraño últimamente y tengo entendido, por las cartas que tu padre me ha mandado, que usted sabe atenderlos.
—¿Qué es lo que sucede con su dragona? —preguntó Hipo, un poco más aliviado que no le pidiese ver a su hija todavía.
—Parece enferma, triste... —explicó el Rey, con un suspiro triste—. Sigrid ha estado muy preocupada.
—Puedo ir a ver cómo está, si así desea —ofreció el vikingo.
—No quiero interrumpir la festividad con sus amigos, que para eso lo invité —prosiguió el hombre, Hipo se sorprendió del afecto que mostraba hacia la dragona—. Solo si puede.
—No se preocupe, señor, estoy seguro de que mis amigos se la ingenian por sí solos —interrumpió Hipo, ver un dragón le animaba un poco más—. ¿En dónde se encuentra?
—En el bosque, es donde vive, puede rodear el castillo de este lado. —Bastón señaló el lado izquierdo del jardín e Hipo se acercó para seguir el señalamiento—. Suba por la montaña, no se adentre tanto, distinguirá el bosque en cuanto comience a subir.
El rey se marchó tras despedirse y decirle en donde podía encontrar a Nymeria, Hipo lo notó preocupado antes de marcharse hacia el lugar que le había dicho el rey, sin saber que solo era uno de sus planes para llevarlo hasta su hija.
El día de su cumpleaños, Sigrid no esperó que su padre hiciese toda una celebración por ello, había comentado que era para que se distrajese por los días pesados en Kain, por el tema de los lores, la presión de mejorar para ayudar a otros... Y aunque trató de todas las maneras posibles de evitar que ocurriese, al final no pudo ganar la discusión contra su padre.
Había accedido en parte, porque había tenido ganas de ver a los Kerr, sus primos no biológicos de la isla vecina. Ya habían pasado cuatro meses desde la primera visita a Fair, en todo ese tiempo, se habían conocido mucho mejor, especialmente porque Kristoff era la familia de ellos y seguido se visitaban los unos a otros, aunque Sigrid no solía hacerlo tanto como Kristoff o Said, debido a sus obligaciones como princesa de Kain y los estudios en los que tanto se esforzaba para que los lores la pudieran considerar con la madurez suficiente.
Said, a pesar de que no podía distraerse tanto al estar cada vez más cerca de obtener su título como Caballero, era quién llevaba a Kristoff hasta Fair. Y es que, durante esos meses, Idunn había decidido darle un dragón a Kristoff, pero cuando el rubio se negó, la pelirroja se lo dio entonces a Said, quien gustoso lo aceptó; por lo que ahora Said viajaba a todos lados con su nuevo compañero, Vhagar, un Cortatormentas que a su vez, se trataba del padre de Trueno, el híbrido de la pelirroja.
Sigrid a veces recordaba con gracia todo el drama planteado aquel día cuando la pelirroja amenazó al castaño de que lo cuidase bien o sino ella misma iría a tomar venganza, así como a Said haciendo drama porque primero se lo había ofrecido a Kristoff. Aunque ahora que ya habían pasado semanas desde aquello, la morena se había dado cuenta del increíble vínculo entre Said y Vhagar, así que junto a Kristoff, supieron que había sido una buena elección. Esos meses se habían pasado tan rápido que Sigrid comenzaba a acostumbrarse al hecho de tenerlos dentro de su vida.
Muy pocas veces podía darse el lujo de tener tiempo para ella, era cierto, consumida por sus obligaciones, también era atormentada por sus propios pensamientos y las pesadillas que tenía durante las noches con la culpa sobre sus hombros, sabía que no debía sentirse así, que no había razón para sentirse de esa manera; desafortunadamente, sus pensamientos eran su peor enemigo. No sabía qué hacer para detenerlos, estaban siempre presentes en su día con día, Sigrid constantemente entraba en pánico por ello, había noches en las que no dormía por estar pensando, mañanas en las que por más que intentara no podía continuar con sus rutinas con normalidad. Comenzaba a sentirse asfixiada, simplemente quería huir y dejar todo de lado, pero lo peor de todo era que aunque pudiese tomar a Nymeria e irse no lo hacía. No lo hacía porque esos mismos pensamientos la retenían dentro del reino, no estaba bien, aunque tratase de hacerse la fuerte. No lo estaba y no sabía cómo sentirse mejor, quizás no había forma.
Saliendo de sus pensamientos, dio un sorbo a la bebida agria al tiempo en que Idunn se acercaba hasta el lugar de la sala donde ella estaba.
—Ven, tenemos una sorpresa preparada para ti, así que ve con Nymeria en lo que preparamos todo. —Fue lo único que dijo en cuanto llegó hasta ella.
—Ya les dije que no quiero más sorpresas —Sigrid suspiró, rodando los ojos por aquello.
—No me interesa, ahora ve —ordenó la pelirroja.
A Sigrid no le quedó de otra más que obedecer, al saber lo insistente que podía llegar a ser la jefa de Fair. Luego de darle un último sorbo a su copa con vino se marchó del salón desde su atajo favorito para encontrar a Nymeria. Detrás del vestíbulo había una puerta que le permitía avanzar por varios corredizos para salir del castillo directo al bosque, lo había aprendido porque era más tardado el ir y rodear desde la entrada principal del salón hasta el bosque.
Caminó entre la gente, antes de escuchar una voz familiar, más no le tomó importancia. Sus pensamientos la engañaban, probablemente solo había escuchado la voz de Brutacio por alguna extraña razón, aunque dudó un poco mientras caminaba al haber notado siluetas brevemente familiares; inclusive había llegado a ver unos ojos esmeraldas mientras había estado en el salón que le habían resultado extrañamente familiares, pero en cuanto había posado la vista, el chico se había dado la vuelta y cuando lo vio hablando con Said, supuso que era alguno de sus amigos del pueblo, así que ella había pasado hablando con Alistair y con Kristoff, sin percatarse de los invitados que habían.
Se tomó la falda del vestido mientras salía al bosque, procurando cerrar la puerta tras de sí, no todos conocían aquel pasadizo lo cual lo convertía en su ventaja. Pero cuando llegó a donde se suponía que debía de estar Nymeria no la encontró, en cambio, encontró a una silueta avanzando dentro de una cueva. Sigrid le siguió sin saber quién era, pues temía que pudiese lastimar a Nymeria o tratara de hacerle algo, pero la silueta se veía a la de un joven tan normal como cualquier otro, haciendo que se relajase un poco, antes de inspirar profundo y alcanzarlo.
—Disculpa —dijo cuando logró alcanzarlo, se detuvo esperando que él también lo hiciera, pero cuando lo hizo, fue como si le hubiesen lanzado agua helada, pues permaneció estático al escuchar el sonido de su voz—. ¿Quién eres?
El joven entonces se giró, ambos quedaron frente a frente, él la miró pasando saliva por su garganta; pero Sigrid no vio su rostro. Ambos habían terminado frente a frente hasta el punto en que sus respiraciones chocaron, Sigrid preocupada por Nymeria, mientras Hipo porque ella no parecía reconocerlo. Hasta que pudo notar desde su posición, como los ojos de Sigrid subían hasta su rostro, pero se detuvo al ver la marca que tenía en el mentón.
Sigrid retrocedió entonces de inmediato al reconocer la cicatriz que Hipo tenía, las piernas le flanquearon por eso, pero finalmente alzó el rostro para encontrarse con los verdes de Hipo. Ambos se miraron el uno al otro por un tiempo que no supieron cuánto duró, un tiempo en el que sus corazones latieron con la misma sintonía sin saber qué hacer.
Hipo trató de decir algo, pero las palabras no salieron de su boca. Sus ojos volvieron a verse, esmeralda contra miel y, pudo haber jurado no haberse sentido de la manera en la que se sentía en esos momentos. La había encontrado luego de tanto tiempo, porque al final luego de tanto, la tenía frente a frente después de tantas búsquedas, porque ella parecía ser una constelación sacada de otro universo. Tanto tiempo buscando por ella, que ahora no sabía con exactitud qué debía hacer en esos momentos. Todo era real, estaba sucediendo.
Sigrid estaba frente a él.
—H-Hipo —murmuró Sigrid, cuando comprobó que se trataba de él.
El vikingo hizo una especie de inclinación con la cabeza a modo de asentimiento, causando que Sigrid retrocediera aún más, pero ya ambos estaban ahí y debían enfrentar su destino.
—¡No! —alcanzó a decir antes de que ella saliese huyendo—. Sigrid.
La princesa de Kain se detuvo entonces y sus ojos amenazaron con llorar en cualquier momento, a Hipo se le rompió el corazón de verla en esa forma, tan frágil. Sentía que debía estar ahí para protegerla de todos los males por los que hubo pasado, cualquiera que fueran, ya no importaba. Ella finalmente abrió la boca para responder, dudosa, asustada.
—Y-yo... n-no quise... —murmuró haciendo un movimiento con sus manos, tratando de recuperar el aliento—. N-nunca fue mi intención, y-yo solo trataba de n-no ocasionar más problemas, y-yo solo quería que siguieras convirtiéndote en lo que eres —soltó finalmente entre tartamudeos mientras la voz se le iba quebrando, sentía un nudo en la garganta imposible de desatar mientras lo veía con los ojos llorosos.
Cuánto tiempo Sigrid había querido ir a verlo, pero la cobardía le había ganado. Cuánto tiempo lo había extrañado durante las noches queriendo hablar con alguien sin sentirse extraña. Cuánto tiempo había querido ir a disculparse y cuánto tiempo se había arrepentido por lo que había hecho. Y aun así, lo tenía ahí frente a ella, sin signos de estar molesto con ella en esos momentos, sin mostrar señales de qué estaba ahí para recriminarle.
—Yo... Pensé que tu vida sería más fácil si yo no volvía, Hipo.
Había tomado las fuerzas necesarias para decir eso sin desmoronarse, sin embargo, en cuanto terminó de pronunciarlas se quebró. No solo por el hecho de tenerlo ahí cercas, sentía que la presión era demasiada, sentía que aunque trataba de dar lo mejor de sí, en realidad hacía todo lo contrario y terminaba alejando a las personas que más quería, pero no quería que sufrieran, quería que estuviesen bien sin involucrarlos en los problemas que ella tenía.
No hizo falta que dijera más cuando Hipo acortó la distancia entre ambos y la abrazó, las lágrimas de Sigrid se deslizaron bajo la armadura de cuero del berkiano mientras liberaba todo el dolor por el que había pasado. Porque, aunque no se comparaba con el dolor que sentían otras personas por diferentes motivos, lo que Sigrid sentía la comenzaba a dejar sin respiración por las noches y sin ganas de querer continuar al día siguiente.
Para algunos quizás habría sido fácil adaptarse a los problemas que les traía la vida, pero para una chica que había pasado su infancia con dragones y trataba aún, luego de tantos años, de acoplarse a su vida no le era tan fácil. No era fácil saber que vivían entre personas malas, no era fácil atender con todas las necesidades del pueblo cuando todos la veían como una incapacitada, como alguien que a pesar de tener el título de princesa no se lo merecía.
Y liberó todo ese dolor en los brazos de la persona que más había necesitado durante esos años, haciendo que por primera vez sintiese que todo iba a salir bien, porque lo había necesitado, lo había extrañado al igual que él a ella.
Porque ambos se complementaban aunque no lo supieran.
—Te encontré —murmuró Hipo con suavidad, sin poder creerlo todavía.
Les dejo un moodboard de Hipo y Sig💞 que hice.
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