━━13: El Consejo Real


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CAPÍTULO XIII

❛Debería caer primero si quería ganar, ¿lo haría?❜

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Año 738 D.C

                 Pasaron varios años desde el día en que Sigrid regresó a Kain.

Con dieciocho años cumplidos, la vida resultaba favorecedora hasta aquel entonces luego de haber atravesado un camino complicado en el Reino. Poco a poco, la princesa kainiana fue adaptándose a su hogar en conjunto con sus padres, el proceso no fue nada fácil por los desacuerdos que tenían los unos con los otros. No obstante, los hechos que habían atravesado cada uno les permitió darse cuenta de lo importante que era el mantenerse unidos, sin necesidad de disputas de por medio.

Con un suspiro sonoro, Sigrid acarició las escamas sobresalientes de un tono rojizo carmesí de su dragona Nymeria, que respondió con un ligero gruñido que hizo sonreír a la morena.

—¿No te dejo dormir? —preguntó a la híbrida con una ligera risa, que fue respondida con un gruñido más grave—. Bien, malcriada, quédate así entonces.

Sigrid se giró, bufando, para darle la espalda y recostar la cabeza sobre el lomo de la híbrida. Nymeria se trataba de una Pesadilla Cambiante, al menos ese fue el nombre que le comentó Valka a los primeros días en que la encontraron, la híbrida era la cría de una Pesadilla Monstruosa y una Metamórfala, por ello el gran parecido que tenía entre ambas especies. La híbrida físicamente era parecida más a una Pesadilla por la cola y el cuerpo de gran tamaño; pero había heredado algunas de las habilidades de los Metamórfala, como el volverse invisible o hipnotizar a las personas con tan solo verlas.

En un principio, no fue fácil convencer a sus padres de que le permitiesen dejar que Nymeria viviese en la isla, pero tras mucha persuasión en conjunto con Valka y tras muchas demostraciones sobre los dragones, accedieron con algo de dudas. Sin embargo, no fue hasta que las noticias de la isla Berk llegaron, informando que los dragones durante todo ese tiempo saqueaban aldeas al estar siendo controlados por su Alfa, Muerte Roja, un dragón al que debían alimentar sus betas o, de lo contrario, este se los comería.

Durante aquellos meses, el Rey se había encargado de informar a Estoico El Vasto sobre el paradero de su hija; pidiéndole de favor que mantuviese el secreto entre él solamente debido a los problemas con Sigrid y el reino. En parte, Branden también lo había hecho para darle un tiempo a su hija en que se adaptase nuevamente al mundo real, que pudiera concentrarse con sus estudios, con aquellos temas que serían importante para su futuro como próxima heredera al trono, pero lo más importante, había pedido al jefe vikingo que mantuviese el secreto de que su hija estaba en casa porque había visto su reacción aquel día antes de ser tomada por el dragón entre sus garras.

Había visto su constante lucha interna por no saber que hacer durante los últimos meses en su crecimiento con ellos, el cómo se culpaba por la situación, hasta llegar a pensar que habían matado al Furia Nocturna debido a ello. Y es que las noticias de su amistad con los dragones a Berk no fueron reveladas hasta cinco meses más tarde de lo ocurrido. Por ello, el Rey le daría a su hija el tiempo necesario para que pudiese recuperarse y encontrar su propósito en la vida.

—Han pasado varios meses desde que te vi por última vez en el bosque —dijo prontamente Kristoff, llegando hasta su prima, la cual se encontraba recostada sobre la dragona—. Cuando vinieron tus amigos.

—¿Brutacio y Brutilda? —preguntó ella sin abrir los ojos.

Sigrid se había reencontrado con los gemelos Torton tan solo un año atrás en medio de una redada. La kainiana había salido junto a Nymeria en búsqueda de Valka con quien había perdido comunicación meses atrás y, en medio de su búsqueda, terminó rodeada por cazadores de dragones de la zona norte hasta que fue capturada junto a Nymeria. Pensando que aquel sería su final, los gemelos al reconocerla la salvaron, creyendo que ahí era donde estuvo todos esos años.

Sin embargo, cuando Sigrid los llevó a su isla y les explicó la verdad de su situación, les hizo prometer por el Dios Loki —Sabiendo que ellos le tenían gran afecto a ese extraño Dios nórdico— que no le contarían nada a Hipo ni a los demás; al menos hasta que ella misma se sintiese con la confianza suficiente para verlos de nuevo. Así que en constantes salidas y tras hablar y conocerse más, los gemelos de vez en cuando se escapaban para ir a Kain y visitarla. Fue extraña la manera en que forjaron amistad, pero aquello le sentó bien a Sigrid, ya que ellos no eran tan tontos como los demás les hacían ver en ocasiones; no obstante, las visitas eran tan inusuales que Sigrid temía que hubiese ocurrido algo.

—En el bosque hay lobos —dijo Sigrid, mirando como el rubio se sentaba a su lado y dejaba caer la espada dentro de su funda sobre el césped—. Por eso casi no vengo, los he escuchado, pero me dan miedo.

—Me parece simpático escuchar eso de ti —comentó su primo con una risa ligera, Sigrid se incorporó con el ceño fruncido—. El emblema en tu familia son los lobos.

—¿Los lobos? ¿Eso que significa?

—Nada, a veces los emblemas solo son eso —respondió Kristoff, acariciando a Nymeria de sus escamas superiores—. Aunque dicen que siempre escogen algo que les represente.

La kainiana suspiró y se incorporó, sentándose para poder abrazar a sus rodillas.

—¿Cuál es tu emblema? —preguntó unos minutos después, jugando con los cordones sobresalientes de su falda.

—No tengo, Synn. —Kristoff río ligeramente al ver su expresión confundida por la respuesta y por haberla llamado con el apodo de su segundo nombre—. Soy un bastardo... Sí, soy tu primo, pero nací fuera del matrimonio, por ello mi apellido es Haraldsen.

—Haraldsen —repitió ella entonces—. ¿Y Whiterkler? —Su primo negó.

—No, no puedo ser reconocido por la corona —explicó con un suspiro—. Puede traer problemas a tu padre, pocos saben de mi linaje.

—Pero ellos saben que eres bastardo... —interrumpió una ahora confundida Sigrid.

—Sí, pero solo por el apellido. —Kristoff se giró para terminar sentado frente a ella—. A cada bastardo se le da como apellido el nombre de su progenitor, más el «sen» para poder reconocer a un bastardo —dijo, Sigrid asintió comprendiendo sus palabras—. El nombre de mi padre fue Harald, por ello mi apellido.

—Oh... —Sigrid suspiró, jugando con sus manos—. Ya entiendo, lamento que haya sido así, las leyes deberían cambiar.

—Las leyes son las que nos mantienen en paz —dijo Kristoff en cambio, acercando su mano para despeinarle el cabello, Sigrid se quejó–. Una nación necesita de sus leyes para mantener un reino, pueden ser crueles, pero justas.

Sigrid suspiró, ¿no se podía regir una nación con leyes más justas para los civiles en general?

Sí había algo que Sigrid detestara de la isla, nombraría una sola cosa por encima de las demás. El frío. Pese a los tres años que ya llevaba en Kain luego de su regreso, no podía adaptarse al clima y es que, no importaba la estación en la que se encontrasen, el frío siempre era presente.

Ahora estaban a principios de diciembre, la neblina les impedía ver de lejos, los árboles estaban completamente cubiertos de la escarcha de la nieve, las cabañas cerradas y las hogueras encendidas. Lo bueno de vivir dentro de un castillo, eran las chimeneas para mantenerse cálidos en las noches de invierno, pero lo malo era el lugar. Las paredes altas, los espacios abiertos y las ventilaciones impedían que dejase de hacer frío dentro. Sigrid se tenía que cubrir con varias capas por debajo al ser friolenta.

Cuando vivía con los dragones, jamás tuvo que preocuparse por pasar frío, pues con el calor de ellos era más que suficiente. No obstante, en Kain no había dragones más que Nymeria, sus padres se habían negado en aceptar que estos viviesen en la isla, pues algunas personas del pueblo solían quejarse muy a menudo por la presencia de ellos aunque ya no tuviesen más ataques. El simple hecho de que Nymeria estuviese viviendo en el reino provocaba quejas por parte del pueblo y del consejo real. Solo callaban cuando su padre alzaba la voz.

—Hasta el otro lado del pasillo te escucho. —Said entró al salón principal, donde Sigrid trataba de leer uno de los fragmentos de Sirio El Viajero, un hombre conocido entre los kainianos por explorar y trazar escritos sobre la relación de las estrellas y la vida—. Te traeré la piel de un oso para que te envuelvas en ella.

—¡N-n-no! —replicó en ella con un castañeo en los dientes por el frío, vapor emanó de su boca al hablar—. Estoy bien, que clima tan odioso.

—¿Tres años y aún no te acostumbras? —El castaño carcajeó, acercándose hasta el sillón donde ella estaba tumbada con una manta encima—. Lo harás, aunque sí, por algo a estos meses se les conocen como invierno.

Sigrid soltó un resoplido, enfocando su vista en las líneas del texto, las cuales resultaban cada vez más incomprensibles.

—¿No podían escoger una isla más cálida?

—Solo si fuéramos al sur —respondió Said, arrebatándole el libro de la mano—. Ah, ya entiendo porque tienes frío —añadió poco después en tono de regaño, cuando la kainiana se quitó la manta para ir a tomar del té sobre la mesilla—. ¿Otra vez con esos vestidos?

Sigrid se miró a sí misma y asintió, volviendo a su posición anterior, acurrucada en el sillón. Su madre había insistido que al ser una princesa, debía vestirse y actuar como tal, por lo que todos los días traía un vestido más incómodo que el anterior y la obligaban a portarlo. Lo peor era que las telas de estos eran delgadas y aunque llevara mil prendas por debajo del vestido, de nada servía.

—No hay otros —respondió Sigrid con un bufido—. Mi madre dice que es cómo debo vestir, por ser una princesa.

—Ah, cierto, Su Alteza —comentó burlón el castaño, ganándose un golpe con uno de los zapatos de la morena—. Auch, agresiva. —Se quejó, sorprendido por la rapidez con la que se había quitado el zapato—. ¿En realidad son tan necesarios? Con razón llevas sentada ahí desde hace medio día.

Sigrid lo miró mal, dándole un sorbo al té caliente.

—Es necesario.

—En ese caso, cambia de costurera —sugirió prontamente, cambiando de página realmente sin leer. Se mofó de algunos versos en voz baja «Las estrellas se alinean sobre el mar y el cielo...»—. Conozco una, la abuela de Casiopea, ¿si la conoces a ella, verdad?

Y cómo no conocerla. Sigrid suspiró asintiendo. Las amigas de Said eran más de las que pudiese contar con los dedos de sus pies y manos, cada semana distinta, Said salía con una nueva. Sigrid junto a Lyanna, la hermana menor de Said, tenían que disculparse en algunas ocasiones con las jóvenes que iban a buscarlo al castillo.

—La conozco —respondió—. La iré a ver en cuanto pase el frío —aseguró y Said volvió a carcajear.

—Suerte con eso.

La última vez que Sigrid vio a los gemelos, fue a finales del mes de diciembre. Ambos se habían presentado luego de un par de semanas sin visitarla para explicarle el motivo de su ausencia y es que, Hipo comenzaba a sospechar del motivo de sus desapariciones por tanto tiempo.

Al no saber sí serían capaces de ocultar su secreto por tanto tiempo a causa de lo persuasivos que podían llegar a ser los demás, decidieron esperarse un tiempo. Siendo consciente de que aquello recaía en ella, Sigrid les comentó que no había necesidad de que siguieran visitándola aunque quisieran, pues seguirían siendo amigos y que cuando se sintiera preparada, ella misma se encargaría de ponerse en contacto con Hipo. No obstante, entre más lo pensaba, más pánico le daba el saber que debía verlo tarde o temprano.

Años atrás, habían forjado una amistad y Sigrid nunca había sido tan feliz como lo fue en ese entonces, pero sabía que sus obligaciones estaban por encima de sus capacidades. No se sentía preparada en lo absoluto para verlo de nuevo, para pedirle disculpas por seguir ocultándose de él, sus inseguridades jugaban con su mente, le impedían pensar en algo que no fuesen las posibles consecuencias de verse de nuevo. Muchas cosas podían salir mal de eso, ¿y sí Hipo la odiaba? ¿Qué haría si él ya no quisiese que fuesen amigos? ¿Podrían ser capaces de recuperar la confianza que en algún momento existió entre los dos? Esas dudas surgían en su cabeza cada que trataba de salir adelante y hacerle saber que estaba bien... Pero al momento de intentarlo, se arrepentía y se iba a continuar con sus deberes.

No era lo suficientemente valiente como para afrontar el destino.

—¿Me estás prestando atención? —Sigrid giró el rostro para mirar a su madre, cuya piel blanca parecía de porcelana, inclusive con su rostro de desaprobación, la morena debía admitir que se veía tan bella y radiante como siempre—. Sigrid.

—Sí, madre —respondió la ojimiel en cambio—. ¿Qué tan necesario es usar esto? —preguntó en su lugar, señalando la cota de malla que cubría su pecho.

—Sí vas a entrenar, debes hacerlo con precaución —alegó la Reina, concentrada en colocarle la armadura—. Aún no apruebo con los métodos que decidiste tomar, una mujer no necesita de un arma para derrocar al oponente. Tienes algo más valioso, Sigrid, tu inteligencia.

—Mamá —dijo Sigrid con un suspiro, sin oponer resistencia—. No creo que mi inteligencia me salve de impedir que los lores me casen a la fuerza para poder tomar la corona.

Aún seguían sin resolver los asuntos con ellos, las reuniones del Consejo cada día eran más difíciles. El rey Branden buscaba todos los medios posibles por lograr que confesaran acerca de sus crímenes pasados, más ninguno había funcionado hasta el momento. Todos eran viejos arrugados y amargados, que parecían no tener nada mejor que hacer con sus vidas. Les había topado en varias ocasiones al finalizar las reuniones, Sigrid aun no era permitida para participar en ellas, los hombres eran odiosos, alegaban que no tenía la madurez suficiente para comprender los temas serios que discutían y cuando la encontraban en los pasillos, mostraban a ella respeto fingido.

—En este tipo de situaciones, Sigrid —comentó su madre lentamente, comenzando a trenzar su cabello ahora—. Permite que el tiempo sea tu mejor aliado, tal vez tardemos más meses, años incluso, pero lo haremos y será de la manera correcta.

» ¿No dicen siempre que el mejor ganador es el que se detiene a analizar todas sus cartas?

Sin decir nada más, Sigrid se alejó hasta su primo y Said, quienes la estaban esperando para practicar. Kristoff era el mejor espadachín que pudiese existir, por lo que él era el encargado de enseñarla a usar la espada. Para Sigrid era la cosa más difícil que alguna vez había hecho, aprender a combatir con espada requería de mucha fuerza, pues la hoja de esta era muy pesada, hecha a base de Fýlîark un polvo en base de hierro y diamante tan potente que solo se encontraba en los restos de las piedras astrales.

Sigrid tuvo que acostumbrarse al peso de la espada, con cada entrenamiento y aun así, debía admitir que usar el arco era más fácil. Said era el encargado de enseñarle, usar el arco requería de práctica y constancia para poder mejorar. Ambas herramientas podrían serle útiles de ser necesario y por ello, su padre insistía en que entrenase cada que la oportunidad se le presentara.

—Lo estás haciendo mal —regañó Said desde el otro lado viéndola entrenar con Kristoff—. Dale una patada y aséstale un golpe en la cabeza con el mango de la espada.

—Tonto.

A finales de diciembre, a Sigrid se le presentó su primera oportunidad para ser partícipe de las reuniones del Consejo Real.

Se había preparado horas antes, su madre sugirió como la reina, que sería bueno si ella actuaba con serenidad, participando muy poco, solo lo necesario, mientras observaba los movimientos de todos ellos, para calcular con precisión sus formas de actuar, sí las opiniones eran recíprocas o algo que pudiese ayudarles a delatarlos. También comentó que no sería bueno que fuese con un vestido de los que usaba regularmente (de esos que la dejaban sin respirar), así que la vistió con ropas distintas, pero elegantes.

Camino al consejo ya iba con la cabeza en alto a un lado de su padre, Sigrid debía admitir que estaba nerviosa, tanto que despeinó su cabello de tanto que se pasaba la mano por la zona delantera del cabello que no estaba sujeta.

La reina había acertado con la vestimenta, la había hecho vestir unos pantalones de piel color negro, en los cuales llevaba encima un vestido diferente a los que solía utilizar; este era de un tono oscuro y de piel, ajustado con su cuerpo sin la necesidad de usar batas por debajo o cualquiera de las otras prendas que utilizaba con los otros vestidos. El vestido que llevaba, en cambio, tenía una abertura en el centro de su cintura baja que le permitía andar con mayor facilidad y calzadas llevaba unas botas con tacón chico. Se sentía tan cómoda con ese traje que encontraría la excusa perfecta para vestir así con frecuencia.

El Consejo Real se reunía una vez al mes en la Cámara de los Lores. Al centro del montículo, pegado al techo, había un candelabro con adornos de cristales que Sigrid miró con temor a que les cayese sobre sus cabezas y, en una de las paredes al frente y al centro estaba el trono del rey, con las sillas correspondientes de los lores alrededor de esa. Aquel día habían agregado una demás a un lado de la silla del Rey, donde se sentaría Sigrid.

Los Lores les esperaban levantados de sus asientos para cuando llegaron y esperaron a que los dos Whiterkler tomasen asiento, antes de inclinarse ante ellos y posterior, tomar asiento. La reunión comenzó tratando asuntos relativos del reino, que tenían que ver con los kainianos, asuntos de comida, entre otros; así que, en lo que ellos discutían, la joven princesa memorizó sus rostros y sus facciones.

El primero fue su tío lejano, Lord Tiberio, el hombre más repugnante de todos en su parecer; él tenía edad ya para dejar el consejo y permitir que uno de sus hijos se uniera. Tenía ojos frívolos, su postura siempre se mantenía con una sonrisa fingida cuando no era arrogante, una barba corta grisácea, así como una calva reluciente a la luz de las antorchas. Estaba muy alto, delgado, vestido como cualquier buen cristiano y ya pasaba los sesenta años.

Lord Charles era el segundo lord más odioso después de Tiberio, corpulento, robusto, alto al igual que él. Se veía menor que el tío lejano de Sigrid, pero era mayor sin duda, pues su piel ya se veía arrugada por los años y tenía el cabello blanco. Lord Benedict era el compinche de Charles, siempre estaban juntos, hablando mal de otros, sintiéndose superiores, aunque no en presencia de los reyes, Sigrid les había pillado en más de una ocasión con ayuda de Nymeria quien podía cubrirla con sus alas para hacerla invisible de igual manera; desafortunadamente, aún no había escuchado algo que fuera relevante para llevar como prueba y tampoco podía actuar por sí sola o arrestarles, aún no contaba con tal autoridad.

Los otros tres, Lord Cornelius, Lord Enrique y Lord Maurus eran en los que se podía confiar un poco, no lo suficiente, pero sí. Los tres tenían entre 40 a 50 años, anteriormente soldados en servicio que pasaron al Consejo por sus antecesores, ellos siempre estaban del lado que consideraban correcto. Por último, Lord Gray sin duda era el más joven, no pasaba los 25 años, pero ambicioso, Sigrid le conocía por desgracia; su padre había exigido que lo pusieran cuando él cayó en una terrible enfermedad tan solo un año atrás, Sigrid estaba segura qué su padre tenía que ver con los viejos lores gruñones; por eso había hecho todo un alboroto para que ascendieran a su hijo.

—... Por eso me atrevo a comentar que me resulta inapropiado para nuestras tierras que su hija, con todo respeto, establezca relaciones amistosas con esos bárbaros vikingos. —Sigrid salió de su ensimismamiento al escuchar su mención y alzó el mentón, interesada en replicar, pero esperó a que su padre respondiera. No obstante, la odiosa voz rasposa de Lord Tiberio se hizo presente nuevamente—. No es adecuado que la princesa salga con cualquier vagabundo que podría cortarle el cuello en cualquier momento, son vikingos que no saben de modales, ni de costumbres...

—Me parece que no es su reino, mi Lord —interrumpió Sigrid echa una furia, apretó los puños en su asiento y se obligó a mostrarse serena ante los hombres, para no confirmar lo que hablaban de ella a sus espaldas, que era una salvaje no merecedora a la corona de Kain—. Y, sí me permito añadir, en ningún documento de Kain se me prohíbe entablar amistades con vikingos que conocía desde años atrás.

Su tío la miró con poca gracia en los ojos, la observó detenidamente, tratando de intimidarla en vano y Sigrid le devolvió la mirada inexpresiva. Su padre le había pedido que no les provocara y no lo haría o, al menos, trataría de no hacerlo.

—Lord Tiberio, le pido de favor que se guarde los comentarios acerca de las relaciones con mi hija y le muestre el respeto que se merece como su futura reina —exhortó con tono autoritario para que su pariente lejano no continuase, luego se giró a los demás y añadió—. Señores, ¿debo recordarles que somos aliados de los vikingos desde hace algunos años?

Los otros seis hombres del Consejo se negaron al instante, mientras la mirada autoritaria del rey se posaba sobre todos. Sus ojos grises recorrieron de uno en uno, hasta que se detuvo en Lord Tiberio, quién no tardó en abrir la boca.

—Le ruego me disculpe, Majestad —dijo, recargado sobre su asiento, su mirada decía otra cosa—. No pretendía ofender a Su Alteza, solo estaba preocupado.

—Acepto sus disculpas, Lord Tiberio —bisbiseó Bastón lentamente, mirando a su hija ahora—. Aprovechando el tema de mi hija, me complace informarles que en las próximas reuniones del Consejo su futura reina estará presente y, cuando yo me ausente, la autoridad será de ella.

Aquello la tomó desprevenida sin duda, no esperaba eso, pensó que solo sería por esa ocasión. No pudo responder a su padre cuando todos los lores comenzaron a alegar contra eso.

—Su Majestad, con su debido respeto —habló el joven Lord Gray, que no temía a lo que el rey pudiese responder—. ¿Cómo espera que obedezcamos a alguien que se infiltra con vikingos y tiene nulo conocimiento del reino en comparación con alguno de nosotros? —Los lores le dieron la razón al instante, mientras el joven de ojos oscuros miraba burlesco a la princesa.

—Temo lo que estoy a punto de decir, Su Señoría —comentó Lord Cornelius ahora, uno de los tranquilos—, pero me parece que el joven Gray tiene razón.

» Me atrevo a opinar, que cualquiera de nosotros presentes —extendió las manos a sus lados—, somos más hábiles en los asuntos del reino y estamos más aptos para solucionar cualquier situación.

—¿Y yo no lo estoy? —preguntó Sigrid con ironía en su voz.

Las miradas se desviaron a ella en segundos, antes de que volvieran a hablar.

—En Kain debemos dar el ejemplo, Alteza. —Ahora fue el turno de Lord Charles de hablar, su voz sonaba suave y convincente en comparación—. No es apropiado para usted hacerse cargo de asuntos tan importantes como estos cuando usted no tiene la madurez apropiada, el conocimiento que se requiere, así como tampoco muestra señales de ser un ejemplo por seguir para los kainianos.

» Le pido de favor a Su Majestad, retire la oferta a su hija, en algún punto reinará, cuando nos demuestre al pueblo que es por esto qué nació.

Avergonzada, se sentía avergonzada ante esos hombres, la habían humillado frente a sus narices. Sigrid había demostrado incontables veces que había aprendido, había conocido a su pueblo, lo había entendido, lo había respetado. Había dejado sus deseos personales por cumplir con sus obligaciones, se había obligado a centrarse en el reino y en sus estudios, sin pensar en nada más. Y ahora, de nada servía porque ellos la seguían mirando como si fuese una niña carente de conocimientos.

Indignada, Sigrid los miró enojada y ofendida. Los lores en cambio la miraron con una sonrisa satisfecha al ver que la habían provocado.

No esperó a que dijesen algo más sobre su persona o que su padre saliera en su defensa, se incorporó y salió del Gran Salón con las lágrimas acumuladas a sus ojos. Escuchó las discusiones detrás de ella, su padre se había alterado y comenzaba a discutir contra ellos; no fue hasta que casi daba la vuelta por el corredor que escuchó algo que la dejó paralizada, sin aliento.

—Mi Rey, por el bien de su hija y sus amigos vikingos, le pido que acate nuestra petición —continuó una última vez Lord Charles—. No creo que haya olvidado lo que sucedió con Naara.

Sigrid no necesitó escuchar más, se fue sabiendo que aquella, aunque pretendía ser una sugerencia, era una amenaza de ellos hacia el rey. Lord Charles tenía que ver con la muerte de la hermana del rey y ella debía encontrar una manera de probarlo ante Kain; encontrar la verdad que su padre por años había intentado para derrocarlos los sacaría del infierno al que estaban condenados.

Sigrid sabía que vendría un gran costo después de ello, pero estaba dispuesta a intentarlo y para hacerlo, necesitaban ir a Fair de nuevo.

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