━━10: Entre verdades y desastres

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CAPÍTULO X

❛Y ahí estaba él, mirándola como la última vez. ❜

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Al día siguiente, Sigrid estaba en pánico.

Pese a que no tenían motivos de desconfiar en Kristoff, cuando les había dado su palabra de que no revelaría su secreto, aún pensaba en las posibles consecuencias por haberse descuidado y hacer que les descubrieran. No conocía la relación que tenía su padre con ese chico, pero debía ser alguien importante sí le pedía únicamente a él que les vigilara cuando tenía toda una tropa de soldados para hacer eso.

Su mente daba vueltas de tan solo pensar en lo ocurrido, se le revolvió el estómago de los nervios. Ahora estaban expuestos, por un chico al que no conocían, ¿cómo habían confiado en él tan pronto? Se detuvo en su cuarto y tomó un respiro profundo, tratando de calmar el latir de su corazón. Hablaría con Hipo más tarde, pues dentro de poco, debía ir hacia la Arena.

Las últimas pruebas del entrenamiento serían ese día, por suerte, ella había terminado descalificada junto a los demás, con excepción de Hipo, Astrid y Said; quiénes habían llegado a las finales. Ese día se haría saber quién sería el finalista, quien tendría el honor de matar a un dragón. De solo pensarlo su estado empeoró. Con tantas cosas en su cabeza, no sabía cuál era peor, se sentía estresada y asustada. Nada saldría bien ahora que su padre y el jefe de Berk ya estaban. Debía tener sumo cuidado estando con ellos, un paso en vano y todo estaría fuera de control, todo podría ir mal.

Para despejar su cabeza y calmar sus nervios, decidió que era momento de hablar con el kainiano finalista. Con ese pensamiento en su cabeza, salió corriendo de su cabaña dejando a su padre al cuidado de Maléfico y cuando llegó, respiró aliviada al verlo sentado sobre el tronco partido de un árbol, con una espada sobre su regazo.

—¡Said! Qué bueno que te encuentro —expresó Sigrid, aliviada.

—¿Qué pasa? —Said alzó el rostro para verla y luego volvió la vista hasta su espada que limpiaba.

—No asistas a la última prueba —imploró, dejándose caer a un lado de él—. Por favor, no quiero que mates a un dragón.

—Sigrid, sabes que no puedo hacer eso —contestó pacientemente el castaño, dejando la espada de lado para mirarla—. Entré al entrenamiento justo por eso, el Rey te evalúa a ti para llevarte casa, a mí me evalúa para subirme de puesto, no soy más que un aprendiz, lo necesito.

Sigrid lo miró sin decir nada, dejó caer las manos sobre su falda sin mirarlo y suspiró.

—¿Por qué no quieres que lo haga? —preguntó con voz más suave el kainiano, retomando la limpieza de su espada.

—¡Porque estoy segura de que vas a ganar! —exclamó contrariada, sujetando su cabeza con sus manos—. ¡Y no puedes vivir cargando una muerte en tu memoria!

—Sigrid... Es solo un dragón —dijo Said, confundido.

—¿Y crees que por ser un dragón su vida no vale? —inquirió ella un poco más exaltada, mirándole furiosa—. No lo hagas, Said, por favor —pidió en voz baja.

Pasaron algunos minutos en los que ninguno dijo nada, simplemente permanecieron escuchando la respiración del otro. Al final, Said vaciló un poco antes de volver a hablar.

—¿Por qué te importan tanto? ¿Por qué sigues confiando en ellos? Después de que te hablé de sus saqueos y ataques, seguiste defendiéndoles... No lo comprendo, Sigrid —reconoció—. Voy a participar en la competencia porque es mi deber; en todo caso, no deberías preocuparte por mí, quien tiene más probabilidades de ganar es Astrid, no yo.

—Sean malos o no, creo que cada vida es valiosa, eres mí amigo y no podría soportar ver el cómo haces algo de lo que después te vayas a arrepentir —respondió—. Es tú decisión, Said, ya no intentaré convencerte de lo contrario. 

Hipo la estaba esperando afuera de su cabaña mientras jugaba con Maléfico para que ambos fuesen a la arena de entrenamiento. En el camino, no hablaron tanto como solían ya que cada uno cargaba con sus propias preocupaciones como para añadir a la lista más. Sigrid aún tenía cierto remordimiento por la anterior plática con Said y por lo sucedido el día anterior.

En cuanto llegaron, Sigrid se despidió del berkiano dirigiéndose hasta las gradas sobre la Arena para verlo entrenar desde ahí. Fue solo cuestión de tiempo para que los anteriores reclutas descalificados llegaran junto a los adultos, ansiosos de saber quién sería el finalista. Sin darse cuenta, Brutacio ya estaba a su lado, hablándole sobre teorías conspirativas.

—¿Por qué no me has dicho nada esta vez? —preguntó un Brutacio curioso, recargando sus brazos sobre los barrotes que sujetaban las cadenas que rodeaban la Arena.

Sigrid se recargó de la misma forma, mirando hacia abajo el entrenamiento. Suspiró aliviada cuando Said no se presentó al entrenamiento, sabía que la culpa recaía en ella, pero no pudo evitar el sentirse más relajada. Sigrid sabía que él era muy bueno, que con sus capacidades quizás habría ganado el entrenamiento, no podía permitir aquello, no podía permitir que se manchase las manos de la sangre de un inocente.

Un poco más relajada cuando el entrenamiento dio comienzo, la ojimiel se giró para mirar a Brutacio.

—¿Decirte sobre qué...?

—Lo que sea. —El rubio alzó los brazos—. Siempre me contradices, hoy no lo has hecho.

—Ahhh, es que hoy no me siento con ganas de contradecirte —respondió Sigrid, desviando su vista del otro lado para escuchar a Estoico hablar orgulloso de Hipo—. Mañana uno de ellos matará un dragón y no quiero que suceda.

—¿Preferías que yo lo hiciera?

Sigrid ladeó el rostro para verlo horrorizada y negó.

—¿Qué? ¡No! Es por otro motivo... Pero puede sonar estúpido.

—No es estúpido, loquita —respondió Brutacio, poniendo una mano sobre su hombro—. ¿Sabes por qué te digo loquita?

—¿Por qué? —Sigrid sospechaba su respuesta y aun así preguntó.

—Porque estás loca, pero estás bonita así que eres loquita —contestó, logrando que una carcajada escapase de los labios de la kainiana ante el berkiano.

Un grito debajo de ellos se hizo presente, distrayendo a Sigrid de contestarle al vikingo. En la Arena, Astrid se dirigía hasta el dragón con el que competían con el hacha en mano. Sigrid miró nerviosa como Hipo se aproximaba al dragón y le ponía a dormir antes de que la rubia llegara a atacar.

—¡No! —exclamó Astrid, llegando hasta el berkiano, golpeando el aire con su hacha—. ¡No! ¡Hijo de trol come ratas, maldito gusano!

—¡Alto! —ordenó Estoico desde arriba, Astrid detuvo los movimientos de su hacha, pero su rostro aún se veía furioso—. ¡Alto!

Pensando que el entrenamiento había finalizado, Hipo aprovechó la situación para despedirse y tratar de escabullirse, lo cual resultó imposible cuando Bocón lo levantó del garfio de su mano hasta situarlo en su anterior lugar. Sigrid se asomó por los barrotes para ver mejor.

—No tan rápido —dijo Bocón.

—Se me hace tarde para...

Hipo retrocedió, volteando hacia la morena que lo veía expectante junto a los demás y luego calló, tras sentir el helado metal del hacha de la rubia acariciar su mandíbula un poco. 

—¿Para qué? —preguntó, evidentemente enojada—. ¿Tarde para qué, exactamente?

—¡Alto! —Estoico terminó de acercarse hasta ellos junto a Gothi—. La anciana ha decidido.

Bocón apuntó con la mano que tenía el garfio encima de Astrid, la anciana después de unos segundos negó con la cabeza y cuando Bocón apuntó a Hipo, esta asintió, dando a entender el vencedor. La arena se llenó de vítores, aplausos y festejos hacia Hipo por ser el afortunado en matar un dragón.

—¡Lo lograste, Hipo! —exclamó conmocionado Bocón abrazándolo—. ¡Te tocará matar al dragón!

—Estoy ansioso, tanto que... ¡me voy! ¡Nos vamos!

Sigrid e Hipo habían encontrado la oportunidad para escabullirse nuevamente al bosque, fue un poco difícil luego de que todos estuviesen alzando al vikingo entre brazos en medio de los festejos por ser el vencedor. 

El valle se extendía ante ellos, el ambiente era tranquilo, pero los pensamientos de ambos eran un mar de torbellinos.

—No hablas en serio, ¿verdad? —preguntó Sigrid, descendiendo hasta el claro donde vivía Chimuelo.

—Debemos de irnos —aclaró Hipo, agachándose para comenzar a empacar. Sigrid le imitó—. Tú debes venir con nosotros, no puedes quedarte aquí y ser...

Hipo no pudo terminar de hablar cuando el ruido de un hacha se hizo presente, ambos habían estado tan distraídos en sus propios problemas que no se percataron de la presencia de Astrid sobre una roca, afilando la hoja de su espada. Sigrid permaneció quieta en su lugar, Hipo en cambió se incorporó y casi se cayó del susto.

—¡Aaah! ¿Qué? —formuló el berkiano entre tropiezos hasta tratar de parecer normal—. ¿Qué haces aquí?

—Quiero saber que está pasando —respondió Astrid, golpeando la roca con el palo del hacha para incorporarse y saltar de esta hacia Hipo—. Nadie se vuelve tan bueno como tú. En especial tú.

Sigrid se levantó de su lugar con lentitud para intervenir cuando Astrid acorraló al vikingo en busca de respuestas.

—Dilo ya —continuó la rubia—. ¿Entrenas con alguien más?

—¿Entrenando yo? —habló Hipo entre balbuceos, mirando a Sigrid por ayuda.

—¡Más vale que no sea por esto! —Lo tomó del chaleco alzándolo un poco, antes de que Hipo negase y Sigrid se acercara a interrumpir.

—No entrena con nadie más —interrumpió la ojimiel, haciendo que los azules ojos de la berkiana se posaran en ella—. No es nada relacionado a eso.

Un ruido más alejado de ellos se hizo presente qué Astrid no dejó pasar, tumbó a Hipo y empujó a Sigrid, quien pasó aquello inadvertido para ir a corroborar que no fuese Chimuelo el que estuviese por ahí. Esperaba que se mantuviera dentro de la cueva, al menos hasta que se fuera Astrid o podría pasar cualquier cosa.

—Eh, sí, sí, es cierto, es cierto, sí, ya no voy a mentir... Fabrico ropa, así que ya lo sabes, que lo sepan todos, llévame de vuelta, adelante, te sigo... ¡Au! —Astrid le había doblado el brazo, causando que cayera. Hipo no tardó en incorporarse cuando una patada lo llevó de vuelta al suelo—. ¿Por qué me lastimas?

—Esto es por las mentiras. —Le dejó caer el hacha ahora—. Y esto, por todo lo demás.

—Astrid —advirtió Sigrid lentamente, desviando su mirada para corroborar que no viniese el dragón—. Lo que haga Hipo o no, no es de tu incumbencia.

Cuando Astrid se giró para encarar ahora a ella, Chimuelo se dejó ver, confundido por la situación que ocurría a metros de ellos.

—¡Ay, no! —exclamaron al unísono Sigrid e Hipo al ver al Furia Nocturna.

—¡Al suelo!

La vikinga los tomó del hombro y los tumbó sobre el césped con intención de protegerlos; ella, en cambio, se puso de pie y alzó el hacha para atacar al dragón. Sigrid se incorporó casi al instante para quitarle el hacha de las manos, Hipo corrió hasta Chimuelo para detenerlo.

—¡Noooo! —Hipo extendió sus brazos hacia el dragón para que no hiciese nada—. Tranquilo, es una amiga.

Chimuelo no parecía estar tranquilo, había dejado de aletear, pero continuaba queriéndose acercar hasta ella, empujando un poco a Hipo por consiguiente. Sigrid se acercó a Chimuelo y lo tranquilizó.

—Lo asustaste —comentó Hipo a Astrid.

—¿Yo lo asusté a él? —inquirió la rubia, sin saber cómo reaccionar ante lo que sus ojos veían—. ¿Quién es él?

—Aah, Astrid, Chimuelo —Hizo un ademán hacia el dragón, a quién ya no estaba sujetando más y se encontraba sentado con la nariz arrugada—. Chimuelo, Astrid.

El Furia Nocturna se limitó a enseñarle los dientes y gruñirle, provocando que la rubia se espantara y saliera corriendo.

—No debías gruñirle —regañó Sigrid a Chimuelo cuando este se sentó sobre sus cuartos traseros, completamente relajado por la situación.

—Tatará, es el fin —Hipo suspiró sonoro, un ruido le hizo girarse solo para ver como Chimuelo se regresaba de vuelta por donde había venido—. Oye, oye, oye, ¿a dónde crees que vas?

—Ve tras ella —dijo Sigrid en seguida, viendo como el berkiano se perdía en sus pensamientos, instantes después Hipo asintió y salió corriendo—. ¡Lleva a Chimuelo contigo! 

Sigrid duró horas esperando a Hipo, el cual nunca apareció. La preocupación por lo que había sucedido la hicieron morderse las uñas, hasta que finalmente optó por regresar a la isla, ya era tarde y si no regresaba pronto, seguro su padre saldría en su búsqueda. Con el semblante serio, se hizo paso entre las ramas sin ánimo alguno.

Tenía razón al sentirse afligida, al menos Hipo le hubiera avisado para no tener que estarlo esperando. Avanzó por el bosque recorriendo el mismo camino de todos los días, ensimismada en sus pensamientos, preguntándose si en realidad era una buena amiga.

Se arrepintió entonces de haber ido en busca de Said para que no participase, le había quitado la oportunidad de que Randall se sintiese orgulloso de él. Y luego nuevamente sus pensamientos la llevaron hasta Kristoff, él los podía delatar si es que Astrid no lo hacía, tanto ella como Hipo se encontraban dentro de un laberinto sin salida y la única que había los condenaría a ambos. No les iban a creer, de eso estaba segura, lo había tratado inútilmente, consiguiendo una sola cosa: fracaso; había fracasado. No podía hacerlo una segunda vez y menos con el hijo de Estoico, pues eso podría costar la alianza entre ambos pueblos.

Un fuerte dolor de cabeza se apoderó de ella cuando se hizo paso entre las ramas de los árboles a su lado e instintivamente se llevó las manos a la zona adolorida, tratando de que frenase.

—¿Sigrid? —La nombrada gritó del susto al no haber reconocido a Brutacio en su camino, estuvo tan concentrada consigo misma que no se percató de la presencia del vikingo en el bosque—. ¿Te encuentras bien, loquita?

—Sí, sí, no pasa nada. —Sigrid esbozó una sonrisa fingida, apartando las manos de su cara y se giró hasta el rubio de cabellos largos—. ¿Qué haces por aquí, Brutacio?

—¿Yo? Ehh... Nada. —Se rio maliciosamente, haciendo que la kainiana alzara una ceja. El rubio suspiró—. Estaba haciendo una broma para Brutilda.

—¿Aquí en el bosque?

—Sí —asintió, con las manos detrás de su espalda—. Bueno no, ella me hizo una broma a mí —admitió derrotado, mostrando su escudo favorito lleno de flores y con pedazos faltantes.

—¿Y entonces qué haces aquí?

A veces Sigrid solía ser algo directa, más no lo hacía con intención, simplemente salía.

—Quería buscar un jabalí para echárselo a Brutilda —respondió—. Pero vamos, tú no te ves muy bien, necesitas una buena taza de mi bebida especial.

—¿Tú qué?

—Mi bebida especial, vamos, te gustará —comentó, yendo tras de ella camino al pueblo—. Yo mismo la hice.

» Brutilda dice que sabe a moco de yak, pero yo nunca he probado un moco de un yak...

El estómago se le revolvió a Sigrid de solo pensarlo y entonces se agarró a reír. Brutacio la miró confundido, antes de ponerse a reír con ella. Había sido un día pesado y hablar con el vikingo, la había hecho sentirse mejor.

—Gracias Brutacio, por ser mi amigo —dijo con sinceridad Sigrid, alejándose de él cuando salieron del bosque para ir en busca de su padre.

Para su suerte, su padre estaba fuera de la cabaña cuando llegó, rodeado de sus hombres que se encontraban sentados fuera de esta, con una pequeña fogata al centro y rodeados de varios troncos de árboles en los que se sentaron.

—¡Sigrid, que bueno que estás aquí! —exclamó Branden en cuanto la vio llegar, alzando los brazos.

—¡Bran! —No quería verlo, pero ahí estaba; haciéndole cara luego de varias horas—. No era mi intención fallar en el entrenamiento, lo intenté...

—Ya. —Su padre soltó una carcajada al ver su rostro nervioso tratando de explicarse—. Hay cosas más importantes que el entrenamiento, hija.

La morena frunció el ceño al ver su actitud, entrecerró los ojos tratando de descifrar su mirada o el porqué de su comportamiento, más no lo logró.

—Escucha, Sigrid, creo que es momento de hablar antes de volver a casa. —Su padre tenía en brazos a Maléfico, a quien asustaba fingiendo arrancarle las plumas; Sigrid soltó un suspiro—. Y como regresamos mañana después del festín, hoy es el día adecuado.

Festín. La palabra causó que los vellos de su piel se le erizaran, como si se tratase de un festejo el hecho de que asesinaran a un dragón. No dijo nada, simplemente se cruzó de brazos y asintió a todo lo que decía, tomando a Maléfico entre sus brazos después de haberse sentado a su lado.

Los hombres del Rey permanecieron hablando entre ellos, mientras a las orillas Kristoff y Said discutían por algún tema en específico que causó que Sigrid se intrigara en esos dos, ella confiaba en Said, ¿eso significaba que podía confiar en Kristoff también?

Su padre la devolvió a la realidad.

—Las cosas en Kain no están yendo nada bien —admitió, de manera cabizbaja—. Por años he tratado de solucionarlo, pero no ha sido fácil.

» He tenido que mandarte hasta acá porque era la única manera de mantenerte con vida.

Branden tenía veintidós años cuando todo comenzó, fue una noche en la que el pueblo dormía con ansias de esperar un buen día.

Adentro del castillo, el rey Eilad junto a su esposa descansaban de sus arduas labores que realizaban cada día, Bran —O en este caso, Bastón— se preparaba para ascender al trono, tenía la edad suficiente para finalmente casarse con la princesa de las tierras del sur de Escocia, Kenia, y había estado en cientos de batallas las cuales había ganado. Era un hombre dispuesto a pasar al poder para ayudar al pueblo y que su padre finalmente descansara luego de tantos años en servicio.

Aquella noche era diferente al resto, Bastón había estado buscando a Naara, pues estaba metiéndose últimamente en muchos problemas. Naara se trataba de su hermana menor a él por dos años, pero tenía una habilidad para estar metida en problemas graves todo el tiempo. Ni siquiera la había delatado con sus padres, pues conocía las consecuencias de aquello.

—Vete —ordenó Naara al verlo llegar al final del pasillo que conducía hasta las mazmorras—. Tienes oportunidad de salvarte.

—Tú también —susurró, tratando de sujetarla del brazo—, vámonos, diremos que es mentira...

La joven se libró de su agarre y le miró a los ojos.

—¿Mentira? —inquirió con sorna, soltando una risa despectiva—. En cuanto ponga un pie mañana fuera del reino me van a querer ver en la horca, todos ya lo saben.

Branden maldijo por lo bajo, su hermana había hecho algo malo. Tan solo cinco meses atrás había dado a luz a un niño bastardo, pues era del hijo bastardo de Aren Kerr.

Cuando Aren Kerr formó la alianza con Kain y Fair se hizo vasallo de esta, Aren había permanecido por un tiempo viviendo con los cristianos y, en una de sus aventuras, había dejado a un hijo bastardo a quien había llamado Harald. Harald era un año mayor que Naara y años atrás habían tenido la oportunidad de conocerse, pero ahora, habían iniciado una relación secreta y a consecuencia de eso habían tenido un hijo. Para Branden fue misión imposible cuando se enteró y más cuando la ayudó a mentir sobre el paradero del padre con los reyes, pero ahora habían revelado todo eso y no tenían escapatoria.

—No pueden matarte —continuó Bastón—. Pronto ascenderé al trono y te podré proteger.

—Así no es la ley, Bran. —Naara lo miró dulcemente, posando una de sus pálidas manos sobre su mejilla—. Además, acabo de descubrir algo que hará que me maten.

—¡¿Qué diablos has estado haciendo?! —La miró desesperado, tratando de descifrar su mirada.

—Atacarán Fair —reveló, soltando su mejilla y jugando nerviosamente con sus dedos—. Los he escuchado en dos ocasiones, por eso han revelado lo que sucedió entre Harald y yo.

Golpeó la pared con su puño, sin poder creer lo que decía su hermana. Estaban enojados y eso se pondría peor, debían actuar cuanto antes...

—Deben irse —comentó, arrastrándola con él hacía las escaleras—. Ve con Harald y lleven a Kristoff con ustedes o lo matarán.

Su hermana le miró a los ojos, temiendo que no funcionase el plan, era imposible. Esos hombres eran unos estúpidos y arrogantes, lo peor de todo era que no podían deshacerse de ellos cuando uno de estos, Lord Tiberio, era hermano del Rey Eilad.

—Ellos nos vigilan —murmuró, haciendo que Bastón detuviera su marcha para verla—. Saben lo que hacemos.

—Randall puede ayudarnos —prosiguió Branden tratando de convencerla, no podían rendirse—. Ha dejado a Said encargado, les ayudará a escapar.

—¡NO! ¡Los van a matar! —exclamó, al borde de las lágrimas—. Vete, Bran.

¿Cómo podía pedirle que se fuera? La noche era peligrosa, le podían hacer algo, el pueblo estaba furioso por lo que los Lores habían dicho. Debían encontrar una mejor solución.

Aquella noche Branden trató incansablemente de convencerla a escapar, en un descuido Naara se le había perdido por ir y proteger tanto a Harald como a su hijo, antes de que lo peor sucediese.

La mañana siguiente, la noticia de que Naara había sido encontrada sin vida se esparció por todo el reino y el día en que Bran Whiterkler ascendió al trono convirtiéndose en Bastón Caza-Pesadillas fue el más triste de todos.

Entre pausas y preguntas Bastón fue respondiendo a todas y cada una de las dudas que tenía Sigrid mientras le contaba primero lo sucedido con su hermana, lo cual fue el inicio de todo.

Para ello fue necesario hacerle mención entre la alianza formada en Fair y Kain veinte años atrás y los motivos por los cuales los acuerdos se rompieron y, por lo tanto, se distanciaron de la tribu vikinga. Le explicó cómo pudo evitar que los Lores atacaran Fair y como Eilad se devastó ante lo sucedido, muriendo un mes después.

Por consiguiente, le habló sobre los problemas que volvió a tener con los Lores luego de su desaparición y cómo la había dejado en Berk para evitar que sucediese algo peor; por supuesto que no fue cosa fácil explicarle todo y menos cuando interrumpía cada dos minutos que tenía una nueva duda, pero lo hizo porque necesitaba que supiera la verdad antes de volver a Kain y debían de estar preparados para lo peor.

—No será fácil resolverlo, lo he intentado por años —continuó, soltando un suspiro agotado—. Pero te prometo que haré lo que esté en mi poder por lograrlo y no descansaré.

—Lo estaré, papá —comentó en un susurro—. Estoy lista para regresar a Kain.

Sigrid no pudo conciliar el sueño durante toda la noche, los nervios la consumían lentamente de solo pensar en todo lo que sabía y en todas las probabilidades de lo que ocurriría con Hipo. Estaba agotada, frustrada, sentía que todo se saldría de control... El colmo fue cuando Hipo le contó ahora que habían encontrado el Nido de los Dragones, sí se enteraban de aquello... No podía ni pensarlo.

—Astrid no dirá nada —comentó Hipo, tratando de sonreírle tranquilizador, más su boca solo hizo una mueca.

—Todo se nos está saliendo de control —resopló, avanzando junto a él directo a la Arena de Entrenamiento—. Debes de tener cuidado, sí es necesario no les digas aún lo de Chimuelo, piensa primero en tú seguridad.

—Es quizás mi oportunidad para mostrarles lo que es correcto —replicó el berkiano, deteniéndose para mirarla—. No sé sí habrá otra.

—Está bien —murmuró—. Mañana me iré a Kain, no quisiera irme con un mal recuerdo.

Lo abrazó entonces, haciéndole sentir que estaría con él pase lo que pase, porque ambos se habían metido en el mismo lío y juntos lo resolverían.

—Esta, sin duda, no es la mejor manera de decirme que mañana te vas —contestó Hipo cuando se hubiesen separado, Sigrid simplemente sonrió sin contestar.

El berkiano entonces se acercó junto a Sigrid fuera de la reja con Astrid esperándole. La voz de Estoico El Vasto se hizo resonar detrás de los barrotes de la Arena mientras los vikingos y kainianos exclamaban emocionados el nombre de Hipo.

—¡Puedo mostrar la cara en público de nuevo! —exclamó el jefe, alzando los brazos ante la multitud emocionado y feliz.

Sigrid se asomó desde abajo para ver como su padre se encontraba sentado, pensativo y suspiró. Said, por su parte, peleaba con Kristoff del lado contrario de Estoico lo que le hizo rodar los ojos sin evitar preguntarse porque se odiaban tanto. Entonces nuevamente giró su vista a la multitud que reía junto al jefe de Berk ante sus previas palabras pronunciadas.

—¡Si alguien me hubiera dicho que en unas pocas semanas Hipo pasaría de ser, bueno, Hipo... A ser ganador del entrenamiento contra dragones, lo hubiera atado a un mástil y lo hubiera echado al mar por temor a la demencia! —exclamó, causando que los vikingos gritaran y alzaran los brazos—. ¡Y ustedes lo saben! —Se carcajeó, antes de cobrar la seriedad.

Para ese momento, Sigrid estaba del lado contrario de donde estaba Hipo, escuchando con atención las palabras del jefe.

—Pero aquí estamos y nadie está más sorprendido, ni más orgulloso que yo. —Sigrid miró entonces a su amigo, con una sonrisa triste que Hipo devolvió—. Hoy, mi hijo se convierte en vikingo.

» ¡Hoy se convierte en uno de nosotros! —gritó con el puño en alto, seguido de los festejos del pueblo.

Sentía en su interior, muy en lo profundo, culpa. Hipo estaba destinado en convertirse en un vikingo, traer honor y gloria como todos a su padre. Lo miró, sin decir nada y él la miró de vuelta, entendiendo lo que sus ojos querían decirle.

—Haré lo correcto, Sigrid —comentó en un leve susurro—. Sin importar nada.

—Bien —asintió con un hilo en su voz, pasando saliva por su garganta, su labio inferior tembló antes de volver a hablar—. Haz lo que tengas que hacer, yo estaré aquí.

—Sí algo llega a pasar, asegúrense de que no le pase nada a Chimuelo —continuó el vikingo, refiriéndose a ella y a Astrid, quien hasta entonces había permanecido callada.

—Prométenos que nada saldrá mal —comentó la rubia, acercándose.

Hipo no pudo responder cuando Bocón se acercó hasta ellos.

—Es hora, Hipo, quítales el aliento.

La kainiana lo miró una última vez, mientras el vikingo se ponía el casco sobre sus cabellos castaños y avanzaba con pasos decididos, suspirando. Bocón cerró la reja de la arena antes de marcharse con Estoico y Sigrid miró a Hipo aún con su semblante denotando tristeza, todo saldría mal, lo presentía; pero debían afrontarlo juntos.

Sigrid escuchó los vítores prontamente cuando Hipo apareció dentro del campo, miró a todos emocionados, exclamado y gritando cosas incomprensibles. Ella y Astrid compartieron miradas, no dijeron nada, solo se miraron, nerviosas; sin saber con exactitud el desenlace de aquello.

Lo primero que hizo el berkiano en cuanto llegó hacia la parte donde se encontraban las armas, fue tomar un escudo entre sus manos, siendo seguido por la mirada de todos fuera de la arena, posteriormente tomó un pequeño cuchillo antes de mirar hacia la jaula que retenía al dragón y comentó para sí mismo «Estoy listo», al momento en que se abrió, de ella salió un dragón envuelto en llamas al que Sigrid identificó como un Pesadilla Monstruosa una especie que solía prenderle fuego a su cuerpo entero y los temores de Sigrid intensificaron, pues un Pesadilla no sería nada fácil para Hipo.

Con el temor en su corazón, se acercó más a la reja de la arena junto a Astrid, sin dejar de ver al dragón el cual salió directo a los barrotes de encima, espantando a los vikingos que retrocedieron o se hicieron a un lado cuando este dejó escapar una enorme voluta de fuego que salió disparada hacia el cielo. El Pesadilla se quedó colgado entonces sobre la reja mientras el fuego se disipaba de su cuerpo y su rostro, de cabeza, vio a Hipo finalmente y con el objetivo fijo, bajó hasta quedar a la altura de Hipo, quien a su vez comenzó a retroceder pese a los gritos de los vikingos pidiéndoles atacar.

No obstante, lo que hizo Hipo fue algo que dejó a todos con la boca abierta, pues dejó caer de sus manos el escudo y el cuchillo, acercando lentamente sus manos tratando de tocar al dragón.

Arriba, Sigrid pudo ver el rostro confundido de Estoico sobre su asiento y a su padre rodando los ojos. Entrecerró los ojos tratando de ver más a través de las rejas, escuchando a su vikingo amigo tranquilizar al dragón.

—No soy uno de ellos —comentó lo suficientemente alto, sacándose el casco de su cabeza y arrojándolo al suelo.

Para ese momento, ya todos miraban asombrados lo que estaba ocurriendo, algunos se llevaron las manos a la boca ante el hecho de que Hipo los hubiese humillado de tal manera. Estoico El Vasto se puso de pie, tratando de no perder la paciencia.

—Detengan la pelea.

—¡No! —exclamó esta vez Hipo—. Necesito que todos vean esto.

» No son lo que creemos, no tenemos que matarlos.

Sigrid miró preocupada, el Pesadilla había estado hasta ese momento tranquilo con Hipo, por lo que no había problema por parte de él; pero el rostro del jefe ya estaba furioso mientras su padre comenzaba a creer que eso era un insulto.

—¡DIJE QUE PAREN LA PELEA! —gritó Estoico tras levantarse de su asiento y golpear con su martillo uno de los barrotes frente a él.

Sigrid gritó sin querer, el ruido del martillo contra el metal confundió y alteró al dragón, haciendo que sus pupilas pasaran a estar en una fina línea negra dispuesto para atacar, lanzó fuego en dirección a Hipo causando que este saliese corriendo por la arena y gritara; el Pesadilla lo persiguió por todo el campo de entrenamiento, fue entonces cuando todos comenzaron a alterarse.

—¡Hipo, no!

La morena trató de jalar la reja para poder entrar a ayudarle, ignorando su falta de experiencia en eso; Astrid fue más astuta cuando llegó con un hacha y la puso por debajo, alzando lo suficiente en la reja como para que ella y Sigrid pudieran deslizarse del otro lado. En cuanto estuvieron dentro no perdieron ni un segundo, la rubia lanzó una de sus armas al dragón para alentarlo y que dirigiese su fuego hacia otra parte; Sigrid, por su parte, corrió en dirección a Hipo para ayudarlo.

Tanto Estoico como Branden no perdieron el tiempo bajando a prisa para ayudarles a escapar y este último con mayor intención al ver a su hija dentro de la arena. El jefe de la isla terminó de abrir por completo la reja, dispuesto a ayudarles y la rubia le lanzó una de las armas que había al dragón, para evitar que les prendiera fuego a los otros dos.

Sigrid alcanzó a lanzarse sobre Hipo rozando por poco la gran voluta de fuego carmesí proveniente del dragón.

—¡Levántate, vamos! —Hipo la tomó de las muñecas, ayudándola a alzarse nuevamente.

Todo se había salido de control.

—¡Por aquí! —gritó Estoico en la reja.

Los tres en seguida corrieron en esa dirección, sin embargo, solo Astrid alcanzó a llegar cuando la Pesadilla Monstruosa les aprisionó. Ambos cayeron al suelo para ser aprisionados por las garras del dragón, las cuales los cubrieron a la perfección. El corazón de Sigrid latía desbocado del miedo, estaban sin salida y no había manera para defenderse. 

Hipo trató de librarse y Sigrid solo pudo ver su propio fin, cerró los ojos, cansada. No iba a pelear porque ella sabía que no era lo correcto, aún sí eso implicara algo terrible. No odiaría al dragón, pues no era su culpa, no se odiaría a sí misma porque sabía que todo lo había hecho por algo. Estaba preparada, iba a aceptar su destino y lo haría con la esperanza de que sirviera de algo y no hubiese sido en vano.

—Lo siento, Hipo —murmuró cuando una lágrima se deslizó bajo su mejilla—. Todo esto es mi culpa.

No hubo tiempo para el vikingo de responder cuando un vago sonido familiar comenzó a escucharse, cada vez más cercas de la arena de entrenamiento, pero no llegó o no lo hizo antes de que los barrotes comenzaran a llenarse de blanquecinos copos de nieve, el ambiente entonces se hizo más frío. Una extensa neblina cubrió todo el lugar impidiéndoles a toda la multitud ver algo o bajar a ayudar, el rugido entonces del Furia Nocturna se hizo presente, pero no estaba solo. Dos volutas de plasma morada y azul salieron disparadas hacia el interior de la arena y, para ese momento Sigrid ya había abierto los ojos confundida por el ambiente nebuloso cernido a su alrededor.

La Pesadilla Monstruosa finalmente los soltó cuando Chimuelo se le dejó ir, Hipo retrocedió asustado tratando de ayudar a Sigrid para que se incorporase, pero los ojos de la morena solo estaban centrados hacia un lugar en específico.

Ahí estaba, mirándola como la última vez hace ocho años, a pesar de solo haberlo visto una vez lo podía recordar con exactitud, ahora estaba mucho más grande a como lo recordaba. Superaba por mucho en tamaño a Chimuelo, sin duda alguna, pero su rostro seguía igual de imponente. Eso era lo que lo diferenciaba de los Furias Nocturnas, porque no era uno, o al menos eso creía Sigrid. Sus ojos eran azul eléctrico como la plasma que salía de su boca al momento de atacar, tenía las patas y el cuello más largo y con más escamas en comparación a Chimuelo; no era un dragón conocido por nadie, era diferente, atemorizante y fascinante.

Hipo entonces posó su vista en el dragón con la boca abierta asombrado ante el gran parecido con Chimuelo y la neblina se disipó un poco permitiéndoles a los demás ver lo que ocurría ahí abajo, Chimuelo peleaba con la Pesadilla hasta lograr ahuyentarla, los ojos de Bastón buscaron a su hija y cuando vio lo que ella miraba salió corriendo tras ella. Fue demasiado tarde cuando el dragón posó sus azulados ojos sobre ella, respirando y exhalando hielo, se aproximó hasta ella, empujando levemente con su ala a Hipo, Bastón preparó su lanza, dispuesto a atacar hasta que una explosión de nieve le impidió hacerlo y en cuestión de segundos la había perdido de nuevo. Aquel dragón se la había llevado de nuevo, repitiendo la historia y esta vez, no sabía si la volvería a recuperar.

Las cosas no pudieron ponerse mejor cuando los vikingos se lanzaron a la arena de entrenamiento para capturar a Chimuelo, con Hipo tratando de defenderlo en vano, confundido por lo que acababa de ocurrir, con un vacío en el estómago imposible de llenar y un nudo en la garganta. Se habían llevado a Sigrid y habían capturado a su mejor amigo sin poder hacer nada, lo había perdido todo y no había sensación tan mala como esa. 

∘Imagen sobre como imagino al dragón que se llevó a Sigrid, inspirado en este dibujo, perteneciente a  madpatti en instagram. 

∘La información más detallada sobre el dragón la publicaré en un anexo aparte. 


Les dejo un edit que hice de Sigrid e Hipo <3

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