━━06: Libro de Dragones

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CAPÍTULO VI

❛La cría maligna del relámpago y la muerte misma.❜

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                Las profundas aguas del océano danzaban conforme el barco navegaba al alba directo hacia el horizonte. El Rey Branden sujetó con firmeza el tintero y la pluma que había pedido prestada en Berk durante su viaje de regreso a su reino.

Sus manos temblaron débilmente al momento de sostener la pluma, su vista se desvió entonces del pergamino al mar y del mar al cielo. Pensó en las palabras correctas para comunicarle a su hija lo mucho que lo sentía, garabateó ciertas cosillas como «Querida hija» «Mi apreciada niña» y al final las descartó todas. No era tan sencillo. Tachó sus últimos intentos soltando un suspiro cargado de frustración y posó su vista en sus hombres que caminaban de lado a lado en la proa verificando que tuvieran el rumbo correcto.

"Mi pequeña niña..."

Volvió a escribir con su caligrafía, la cual era fina y cursiva, ocasionando que en algunas ocasiones las palabras chocasen y no se entendiesen muy bien. Releyó la línea y, antes de que las dudas azotaran su mente, se obligó a continuar:

"El mundo real es una pesadilla y yo también lo he llegado a ser en ciertas ocasiones.

Pero, créeme cuando digo que nada de esto es intencional.

Nada me hubiera gustado más que traerte de vuelta a Kain, sé que di excusas sin sentido para dejarte en Berk. Hice lo que tenía que hacer para que estuvieras a salvo, mi niña.

La monarquía a veces puede llegar a ser complicada..."

Las palabras se quedaron en el aire, sin saber cómo continuar aquello, sin saber cómo revelarle a su hija la verdad sobre la cual le había estado evitando contar.

Durante todo su reinado había estado sometido a una presión inimaginable, sus hombres del consejo le obligaban a cometer actos que no quería hacer y aquellos actos solo empeoraron en el momento en que perdió a su primogénita. Cuando Sigrid fue raptada por los dragones no pudieron haber aprovechado tal oportunidad, le habían presionado a tener más herederos propios o el trono de Kain pasaría a su primo lejano y primer miembro del consejo, Robert IX. Tanto él como Kenia, su esposa, se negaron ante tal oferta, pues sabían perfectamente como incluso la familia podía cambiar por algo de poder. De manera que para tenerlos contentos y algo en que pensar durante esos años, se dedicó a buscar tierras desconocidas por todo el mundo, buscando así a su hija y a posibles aliados futuros.

Aliados vikingos.

A pesar de que los kainianos habían adoptado parte de las costumbres vikingas para su supervivencia, durante años estuvieron alejados de las civilizaciones nórdicas por motivos ajenos, no fue algo que a Branden le gustase, pues desde siempre creyó que abrir sus horizontes en distintas partes del mundo le abriría las oportunidades de nuevas alianzas que pudiesen crear un mejor futuro para su hija (porque a pesar de haberla perdido, las esperanzas de recuperarla eran más grandes que aceptar el hecho de que su hija no volvería). Afortunadamente, la mayoría de los pueblos que había logrado visitar habían sido un total éxito en cuanto las alianzas formadas, de distintas tribus vikingas hicieron tratados y firmaron acuerdos para preservar la paz entre el pueblo nórdico y el cristiano.

Aquello mantuvo quieto a los honorables miembros del consejo durante algunos años, mientras Bastón se encargaba de recorrer las aguas en búsqueda de su hija. No obstante, conforme los días y los meses transcurrieron, los pretextos se hicieron más escasos y un año después de la desaparición de Sigrid fue como terminó en la isla Vrede, una isla que consideraba la más estricta y salvaje de todas. Los vredianos eran unos vikingos fuertes y el jefe de la isla, Ibernòn Hacha Sangrienta, era el más destacado entre los otros vikingos, causando que los acuerdos fueran más complicados.

Actualmente entre la isla vikinga y la suya, los acuerdos se habían roto, pues tan solo un año atrás habían llegado a varios desacuerdos entre  ambos líderes, al tener opiniones distintas y al final terminaron dejando el problema zanjado. Ibernòn no pisaría jamás las tierras de Kain y Branden tampoco lo haría con Vrede.

A pesar de que Branden terminó decepcionado del fin de su tregua, su orgullo fue más fuerte que él, por lo que partió directamente de regreso a su isla sin tratar de arreglar el problema con Vrede, ignorando las constantes preguntas del hijo de su mejor amigo, Said. Aquel chico le había sido de gran ayuda, era un aprendiz y conforme los años pasaban iba adquiriendo práctica, sin embargo, en sus años llevándolo consigo a cada una de sus treguas el chico no podía evitar encariñarse con ciertas costumbres vikingas.

Los siguiente cuatro años, Bastón se encargó de recorrer los mares más allá del occidente en búsqueda de su hija, conociendo más aliados y creando más acuerdos. Poco después, tuvo que organizar el funeral de su propia hija por órdenes del consejo, aun cuando tenía esa chispa de esperanza iluminando su corazón, esa chispa que le decía que ella no estaba muerta y que iba a volver. Pero ¿cómo iba a saberlo? Las esperanzas eran mejor para él y al final de cuentas, tuvo que acatar sus órdenes, dando a su hija por muerta.

Aquellos seis hombres del consejo le sometían a un estrés inimaginable y a pesar de que Randall varias veces le sugería que diera por terminado el consejo, era imposible. Kain desde siempre había tenido a los miembros del consejo los cuales eran escogidos por el pueblo, ellos se encargaban de algunos asuntos no tan prioritarios, mientras Bastón se encargaba del resto y aún si quisiese hacer algo al respecto, la influencia de esos hombres era peligrosa.

Por ellos había dado por muerta a su hija, por ellos había afirmado que quería un matrimonio con su hija y el hijo del jefe en Berk en el primer momento en que la vio porque de no ser así, no aceptarían en un futuro que su hija tomase el trono; por ellos tampoco pudo disfrutar de la compañía de su hija cuando lo sometían a las obligaciones del rey, por ellos la había dejado en la isla vikinga: pues sabía lo que pasaría si no lo hacía. Y Bastón no podía lidiar con otra muerte más por parte de ellos.

Así que estaba decidido, no estaba volviendo a Kain solo para arreglar el desastre del pueblo. Estaba volviendo porque necesitaba dar por concluido el chantaje de aquellos hombres, aún si eso costara el final de su reinado. Pues, por primera vez, él haría algo que hasta entonces no se había atrevido: Branden pondría a su hija por encima del pueblo, aún si eso costara el final de su reinado y el fin de la paz en Kain que por años se esforzó en armar.

Los ojos de Said se desviaron a la marea del océano que danzaba alrededor del barco, unos hombres gritaron órdenes, pero no las escuchó. El sonido del mar y las aves cantando le impidieron acatar las órdenes de los marineros, así que, en su lugar; cerró los ojos por una fracción de segundo, dejando que el aire azotara con fuerza en su rostro, permitiéndole olvidar la realidad solo por unos segundos. Los mechones de cabellera castaña danzaron con el viento y el rugido de este provocó que el barco se inclinara más a su izquierda, causándole un desliz.

—¿Alguna señal de tierra? —Logró escuchar la gruesa voz del rey, se incorporó en su lugar girándose a los presentes.

—No, Mi Señor —La reconocida voz del Lord Charles se hizo presente, detestaba a ese hombre. Sin embargo, al ser parte del Consejo Real, no podía decir nada al respecto o eso provocaría su ejecución seguramente—. Sigo creyendo que es una mala idea ir con esos malos vikingos, no son de fiar. Son una amenaza para Kain.

—Solo serán una amenaza cuando ellos hagan algo contra nuestro pueblo y no me pondré a discutir esto con uno de mis lores —replicó el Rey Branden, esforzándose por mantener su voz calmada—. Ya es suficiente. —Aquello último lo murmuró, pero lo alcanzó a escuchar por lo bajo.

Esos hombres eran peor que el demonio mismo, algunos lo notaban y otros no. Said los conocía debido a su cercanía con el Reino, en conjunto con su familia, creció ahí; por lo que era muy difícil el no ignorar la situación del Rey. Aunque, desde claro, aquellos que lo notaban no tenían el valor suficiente para decirlo en voz alta.

Los hombres del consejo y sus antecesores (que curiosamente habían sido sus padres antes que ellos) habían sido los únicos rehusándose a adoptar costumbres vikingas, pues alegaban que eso era una falta de respeto a lo que eran y serían. Los demás en el pueblo, incluido él, aceptaban las decisiones que el Rey tomaba, pues confiaban en su liderazgo y sus razones ante cada cambio.

No alcanzó a escuchar la respuesta del lord cuando soltó un lánguido suspiro, observando el atardecer frente a sus ojos. Dos días recorriendo el océano para lograr dar con la isla vikinga, Vrede. Era una total locura, a pesar de que el rey ya había viajado años atrás parecía que había olvidado su paradero, pues ninguna costa se podía apreciar a lo lejos. Said se rascó la nuca, sujetándose con la mano disponible del borde del barco sin prestar atención a los comentarios y órdenes de los marineros del lado de la proa.

—¡Said no te quedes ahí! —exclamó su padre.

Randall luchaba contra el viento tratando de izar las velas y colocar la bandera de Kain, la cual consistía en una corona bañada de estrellas dentro de un lazo dorado, con los colores como el oro y el océano predominando en los estandartes.

El mencionado simplemente se limitó a observar lo que ocurría, hasta que su padre volvió a llamar su atención.

—¡Brynjar, estamos por llegar a Vrede, anda!

—Bien, ¡ya voy, padre!

Sin más dilación, a Said no le quedó de otra más que asentir ante su padre. Con un bufido, el kainiano infló los mofletes al tiempo en que se ponía en marcha, procurando no perder el equilibrio y es que, ahora que estaban a nada de llegar, la marea comenzaba a alzarse provocando que el barco se deslizara de un lado a otro.

En cuanto la marea se estabilizó, lo primero que hizo fue sujetar correctamente la bandera mientras su padre se encargaba de izarla en el mismo poste de madera que sujetaba una de las velas del barco. A lo lejos pudo divisar la isla de forma diminuta, rodeada de frondosos árboles los cuales se veían como pequeños puntos verdes en los cuales seguramente Said se perdería.

Unos tramos más al navegar, la isla comenzó a hacerse más notable ante sus ojos, a tal punto en que las casas y los habitantes se fueron aclarando; a los pocos minutos el barco ya había sido atracado en el muelle de la isla vikinga.

Con un suspiro exhausto por tan largo viaje, Said puso una mano encima de su frente para que los rayos del sol no impidiesen su vista. Su padre, quien era igual que él solo un poco más corpulento, se acercó y le palmeó la espalda, instándole a caminar a una de las orillas del barco, donde los kainianos comenzaban a deslizar la escalera para que pudieran bajar.

Fue detrás de Lord Tiberio, a quien más repudiaba, era un hombre delgaducho y feo. Era exactamente igual a los otros lores, malo, aprovechaba su puesto cada que podía para defender su honor y humillar a cada hombre del pueblo que quisiese adoptar ciertas costumbres vikingas. Inmediatamente hizo una mueca al situarse detrás de él, su repugnante olor invadió sus fosas nasales y fingió arcadas, Randall rodó los ojos y le golpeó el brazo para que se detuviera cuando se percató de lo que hacía.

Said simplemente alzó los hombros, esbozó una sonrisa angelical y se inclinó tomando la cuerda cuando su momento de bajar llegó. Fue pasando un pie debajo de otro, procurando no voltear hacia arriba, pues su padre comenzaba a bajar. Segundos después, ya estaba pisando tierras vredianas, así que tomó su cinturón y lo acomodó correctamente, sacudiéndose el polvo de su chaleco azul e ignorando a los presentes invitados.

Cuando su vista se giró, dándole la espalda al barco, el corazón se le detuvo por unos segundos al ver a la vikinga más hermosa que jamás había visto. Su cabello era platinado como la nieve y sus ojos eran dos pequeñas esferas de cristal que miraban asombrada la multitud. Y cuando sus ojos chocaron el uno contra el otro, Said no pudo haber estado más perdido, pues ella había sido la dueña de sus suspiros.

—¿Cómo le hiciste para capturarlo?

Sigrid no podía asimilar las palabras de Hipo, ya llevaba por lo menos diez minutos tratando de entender lo que ocurría con el dragón la misma noche que el chico le había contado acerca de su pequeño secreto, mientras los demás se habían ido a jugar con la tormenta.

Sigrid había preferido quedarse junto a Hipo a leer el famoso Libro de Dragones, aunque durante todo el rato que llevaba con el vikingo, no había podido dejar de pensar en lo que le había contado ni lo que había visto. Había visto a un Furia Nocturna y su mente estaba llena de incógnitas, tratando de comprender, así como asimilar lo ocurrido.

—¿Te parece que soy muy torpe para atrapar a un dragón? —preguntó el ojiverde, causando que Sigrid negara instintivamente con la cabeza ante aquella insinuación. 

—No, no es eso, es que todos en tu aldea son rudos y malos —contestó Sigrid, haciendo énfasis en sus últimas palabras—. Y tú no eres como ellos, ni te ves como ellos.

—Toda mi vida he fracasado intentando ser como ellos, comportarme como ellos, hablar como ellos. —Hipo soltó un suspiro cargado de frustración mientras hacía el libro de lado y miraba la mesa. Afuera del Gran Salón se escuchó el rugido de la tormenta—. No soy el vikingo que todos esperan que sea.

—Pero eso no quiere decir que seas peor que ellos —replicó al instante Sigrid, posando su mirada en el chico. Hipo alzó la vista solo para mirarla directo a los ojos—. Eres mejor, le salvaste la vida a un dragón —susurró las últimas palabras mientras se inclinaba en la mesa para mirar el libro reposado sobre la mesa—. No hay nada más honorable que eso.

—¿Por qué los defiendes tanto?

Hipo sabía que apenas llevaban pocos días de conocerse, pero aquella era la mayor de sus incógnitas y aunque Sigrid ya le hubiese contado sobre ellos un poco, aún existían esas preguntas que le impedían el comprender del todo. La kainiana ladeó el rostro para mirarlo y suspiró, entrelazando sus manos.

—Resulta que un dragón me salvó, al menos creo que ese fue el motivo. Estaba rodeada por varios dragones cuando vinieron a Kain —explicó y apartó la mirada—. Sigo sin saber que especie era, pero me alcanzó a sacar antes de que los demás me lanzaran fuego.

—Te estaban lanzando fuego, ¿por qué?

—Estaban asustados, cuando alguien está asustado puede llegar a cometer el peor acto. Eso lo entendí los próximos días siguientes. —Hizo una pausa, Hipo se inclinó en su lugar frente a ella agudizando el oído, poniendo más atención a sus palabras. Sigrid se tomó su tiempo antes de continuar—. Pensaba que eran malos y que me querían comer. Pasaron varios meses hasta que comprendí que ellos no me harían nada, pero les seguía teniendo miedo, así que siempre me escondía en lo más profundo de la cueva y ellos no me seguían.

» Así fueron mis años con ellos, los veía, me veían, me alimentaban y con el tiempo comenzaba a olvidar de donde provenía. Aunque en un principio la idea de regresar a Kain era mi prioridad, con los días eso lo hice de lado, luego comencé a olvidar el sonido de la voz de mi padre y luego la de mi madre y luego sus rostros. Tenía memorias vagas que conforme más tiempo pasaba con los dragones, más iba olvidando mi antigua vida. —Volvió a hacer una pausa y el berkiano la miró intrigado, instándole con la mirada a proseguir—. Entonces pasó un año, comencé a acercarme más a ellos, comprobé que no eran malos y no querían comerme viva cada que estaba junto a ellos. Estuvimos así mucho tiempo, salíamos y yo los veía atrapar peces en la orilla de la isla, los tocaba.

El recuerdo sobre lo acontecido la hizo detenerse, un nudo se formó en su garganta y se obligó a concentrarse en el lugar y no en las memorias de su mente. Por unos segundos, cerró los ojos, el acontecimiento de aquel día fue lo que se proyectó al instante.

—Kohak me trajo de vuelta porque les hice enfadar.

—¿Cómo los hiciste enojar? —Tras debatírselo mentalmente, Hipo formuló la pregunta y al verla, añadió—. No tienes que decirme si no quieres, comprendo.

Sigrid inspiró profundo antes de negar con la cabeza, la única manera en la que sanaría sería liberando esos recuerdos.

—¿Recuerdas que te comenté que ellos siempre llevaban animales vivos? —Hipo asintió al instante, Sigrid tomó una bocanada de aire antes de retomar la palabra—. No los dejaban más de un día, durante el día estaban y al caer la noche, se los llevaban. Nunca volvía a verlos o saber de ellos y quería saber que sucedía, desde siempre he sido curiosa, pensé que los mataban o se los comían en otra parte para que yo no los viera —relató, girándose para mirarlo—. Pero no tenía nada de sentido, porque comíamos juntos de los pescados que tomaban del mar. No lograba comprender sus motivos y pensé que quizás tenían un destino peor, así que los comencé a salvar poco a poco.

» Fue así como salvé a Maléfico, a los demás los escondía conmigo en la cueva y las aves que podían escapar, las liberaba sin que ellos se diesen cuenta. —Tomó una gran pausa en la que Hipo pensó que no hablaría más, pero entonces continuó—. Hasta que ese día, se dieron cuenta, llegaron con muchas heridas a la cueva, algunos se desmayaron y otros simplemente no llegaron... Quemaron todo furiosos y mataron a los animales con el fuego de sus gargantas.

—¿Y te hirieron? —preguntó Hipo alzando una ceja, horrorizado, los vellos de su piel se erizaron de tan solo pensarlo.

—No lo hicieron —contestó e Hipo exhaló ruidosamente, secándose el sudor de la frente completamente aliviado.

—Solo te trajeron de vuelta —continuó Hipo, compartiendo miradas con la chica.

Sigrid asintió, tomando el libro que Hipo había movido con anterioridad, lo deslizó sobre la mesa hasta situarlo en medio de ambos.

—Deberíamos leerlo —comentó, no queriendo retomar el tema del que hablaban. Hipo pareció entender por lo que asintió y miró dubitativo a Sigrid, no sabiendo si tomar el libro él, la morena al percatarse de aquello se lo pasó—. Tú deberías leerlo, yo no sé leer —añadió con rubor en las mejillas.

—¿No sabes leer? —inquirió Hipo perplejo, abriendo el libro entre sus manos.

—No es como si los dragones en todo ese tiempo me hubieran enseñado —contestó con ironía.

—Lo siento. —Hipo la miró avergonzado, y sus mejillas se sonrojaron levemente.

Sigrid, en cambio, sonrió y ambos terminaron riendo a causa de eso segundos después.

—Solo sé algunas cosas, mis padres trataron de enseñarme de nuevo —dijo poco después—. Y hay algunas letras que puedo reconocer.

—Yo puedo enseñarte, ahora que estás aquí. —Se ofreció el berkiano, deslizando sus dedos por las páginas—. Yo leeré y tu prestarás atención.

Esa noche, ambos se introdujeron en el misterioso mundo de los dragones y su clasificación. Sabiendo a leguas que algunas de las palabras no parecían ser tan ciertas ahora.

Afuera de ellos, los truenos de la tormenta se escuchaban con claridad entre el silencio del salón, logrando que ambos se sobresaltasen del espanto, entre pequeñas risas nerviosas se adentraron al libro para conocer más a los dragones.

Metamórfala. —Leyó Hipo al cabo de unos minutos, Sigrid se inclinó sobre las páginas para observar mejor el aspecto de aquellos dragones, pues nunca los había visto—. "Recién salidos del huevo ya rocían ácido. Tiran a matar".

Hipo continuó leyendo —Sigrid ya había visto la mayoría de los dragones por lo que no se sorprendió con algunos— nombrando varios conocidos para ambos, como la Muerte Susurrante, el Gronckle, y otros más. Con el pasar de los minutos ya solo faltaban pocas hojas, Hipo cambió la página para encontrarse una completamente vacía y Sigrid alzó el cuello para apreciar mejor de que se trataba, pero al no encontrar ningún dibujo retomó su posición sin comprender la forma de las letras.

—¿Cuál es? —preguntó.

—Furia Nocturna —contestó Hipo, sus orbes verdosos vagaron hasta el final de la página—. "Rapidez: Desconocida. Tamaño: Desconocido. La cría maligna del relámpago y la muerte misma; nunca enfrentar este dragón, tu única salida: esconderte e implorar que no te encuentre".

El vikingo rebuscó entre su chaleco el cuadernillo donde anteriormente había dibujado al Furia Nocturna y lo colocó encima del libro sin la imagen de él. Ambos compartieron mirada extrañados al ser, literalmente, los únicos en haber visto uno.

—No creo que sean tan malignos después de todo —murmuró Sigrid medio minuto después, tomando entre sus manos el libro para tratar de analizar la forma de las letras nórdicas.

Hipo negó con la cabeza, curioso sobre la información que tenían y se preguntó cuál era la verdadera y cuál la falsa. Se incorporó hasta avanzar del otro lado de la mesa y se sentó a un lado de Sigrid, mostrándole la forma de las letras y el significado de cada una de ellas.

Y esa misma noche, bajo el terror de la tormenta, Hipo enseñó a Sigrid a leer.


∘ La isla de Vrede y sus personajes mencionados no me pertenecen, son propiedad de Abby, IWhiteMoonI en su Fanfic de Isle of Berk. No es necesario leer su historia para comprender esta, pero sí lo recomiendo porque su fic es una joyita <3 

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