━━05: Entrenamiento contra dragones

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CAPÍTULO V

❛No era más que el chico que salvó un dragón.❜

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       Para Sigrid, tener alguien dispuesto a confiar en ella o creer en sus palabras fue algo que no esperaba, menos viniendo de Hipo. Le había visto dudar cuando le contó sobre su creencia de los dragones, supuso que sería como los demás y no aceptarían que la verdad pudiese ser distinta. No obstante, se equivocó, él estaba dispuesto a creer en ella.

—¿Por qué de pronto ya estás dispuesto a creerme? —preguntó Sigrid sin evitar cuestionarlo, alzando una ceja.

Miró a Hipo rascarse el cuero cabelludo, alborotando un poco más sus mechones rojizos antes de darle una respuesta concreta.

—Porque quiero confiar en ti —admitió torpemente—. Todos estos años, he tratado en vano de ser cómo los demás, por lo mismo mi único amigo, si es que lo puedo considerar así, es Bocón, el vikingo con quien trabajo en la herrería y Patapez.

La primogénita del rey escuchó atentamente sus palabras, dejando que el viento nocturno despeinase un poco sus cabellos. Ambos estaban sentados al borde de las escaleras de la cabaña en la que se quedaría la morena, esperando que hiciese efecto la medicina a Maléfico. Fue ahí cuando Hipo expresó su curiosidad reciente por saber más sobre los dragones.

—¿Patapez es un nombre? —preguntó curiosa, a lo que Hipo asintió—. No te preocupes, Hipo, yo no tengo amigos. No creo que los dragones se puedan considerar amigos, menos Kohak.

Aquello último provocó que Hipo soltase una risa torpe y ligera, que aligeró un poco el ambiente entre ellos. Aquella se trataba de una nueva oportunidad para ambos, Sigrid quizás podría mejorar sus relaciones con los humanos sí tenía un amigo. En Kain no se dio la oportunidad por el miedo a ser rechazada, ya había oído los rumores, nadie se acercaría a la hija del rey por temor o por burla. Y, sí era honesta consigo mismo, ella tampoco se acercaba a nadie por miedo.

—¿Quién era Kohak?

—Una Pesadilla Monstruosa —respondió, alzando sus hombros—. Bueno, eso creo, se veía distinta a las demás de su especie, era más grande y su color era más oscuro. Fue el primero a quien le di nombre, era muy gruñón, me daba miedo.

—Entiendo. —Hipo río, ladeando el rostro hacia atrás—. Ayer me persiguió una, por allá. —Estiró la mano señalando una curva alejada de las casas—. Sentía que no lograría escapar, hasta que llegó mi padre.

Sigrid río, le había visto correr y ocultarse detrás de un poste, en aquel momento la escena no había sido tan graciosa, pero ahora que lo pensaba... Ocultó el rostro en sus rodillas y río, Hipo le imitó.

—Sí, te vi —dijo entre risas, alzando el rostro con las mejillas rojas.

—Tomaré como lado positivo el hecho de que te hice reír —comentó Hipo poco después, ambos se miraron solo unos segundos y Sigrid inspiró profundo—. ¿Crees que todos los dragones son buenos?

—Lo creo —respondió la kainiana sin dudar, abrazándose a sus rodillas, en la lejanía algunos vikingos pasaban y los veían, ella no les prestó mucha atención—. Creo que ellos solo actúan y atacan para defenderse.

—¿Y cuándo roban la comida?

—Nunca supe por qué lo hacían —admitió al cabo de unos minutos—. Pero no creo que fuera por una mala razón.

En aquel momento, los recuerdos del último día con ellos se proyectaron en su mente. Sacudió la cabeza tratando de evadirlo, evadió el fuego de ese día, los rugidos furiosos de los dragones y lo que vino después. Suspiró pesadamente.

—Creo que actuaban así para sobrevivir —agregó en un murmuro.

—Te creo, Sigrid. —Al cabo de unos minutos, Hipo mencionó aquello—. Creo que quizás si es posible entender a los dragones.

Sigrid enderezó su espalda de la impresión y se giró para mirarlo.

—¿Realmente me vas a creer así sin más? —preguntó irónica y estupefacta—. Nadie en Kain lo hizo, ni siquiera mis padres lo hicieron, ¿por qué tú me crees tan fácilmente? Y sé que ya lo había preguntado, pero es que en verdad me suena increíble.

—Creo en ti, porque hoy me pasó algo similar —confesó—. Solo que, aún no me siento listo para hablar de ello.

Sigrid asintió sin más y dejó de insistir. Su pecho se infló con una sensación que jamás había experimentado, ¿felicidad acaso? El corazón se le encogía de solo pensarlo, sentía que era demasiado para ella. Ahora probablemente tenía más probabilidades de demostrar la verdad tras sus palabras, lo había ansiado desde que fue llevada de vuelta a su hogar, pero nunca lo había anhelado tanto como ahora. El tener a alguien en quien confiar aún era una sensación desconocida para ella, que sin duda la hizo sentir mejor.

Durante todos esos años sola, en compañía con los dragones, había olvidado los principios básicos de un humano, había olvidado lo grandioso que era formar amistades y compartir opiniones o secretos, se había olvidado de lo que era sentirse completa. Allá con los dragones, estuvo acompañada y jamás pasó por frío, pero nunca fue lo mismo. Pese a tenerlos cercas, había ocasiones en las que se sentía sola, en las que quería que alguien la arropase y le dijese que todo estaría bien.

Sigrid esbozó una pequeña sonrisa triste, perdida en sus pensamientos, que el vikingo no dejó pasar por alto.

Al verla recobrar su seriedad, Hipo pasó saliva por su garganta y titubeó antes de alzar su mano, la cual estiró para tomar su hombro y ponerse de lado para que la viese; en cuanto lo hizo, se arrepintió por lo que apartó la mano de inmediato y se maldijo a sí mismo. Soltó un suspiro e inhaló profundo antes de volver a intentarlo; colocó su mano en el hombro de Sigrid causando que la morena alzara la cabeza solo para mirar su mano encima de su hombro, Hipo se cohibió e hizo un esfuerzo por no apartar la mano al sentir la mirada de ella sobre él.

—Yo sé lo que se siente no tener a nadie, pero esto no tiene porqué ser así —dijo, haciendo un esfuerzo por no sonrojarse—. Podríamos tratar de ser conocidos, compañeros, amigos.

«Amigos»

Lo peor de haber sido raptada por un dragón, fue que Sigrid no recordaba si alguna vez tuvo algún amigo, su padre durante los primeros días en Kain le había comentado que sí, que jugaba con los niños del pueblo y corrían por todo el castillo, que se había hecho amiga de una de las hijas del mayordomo e inclusive, Branden se había ofrecido en llevarla para que volviesen a ser amigas. No obstante, Sigrid se había rehusado. Ella misma se había encerrado en sí misma, se había rehusado a tratar de continuar con su vida por los hechos que la habían marcado, se había negado en pasar más tiempo con cualquier otra persona, incluido sus padres. Quizás aquella era la razón por la cual Bran actuaba así, porque ella no se había tomado la molestia de querer pasar más tiempo con él, ninguno de los dos había hecho de su parte para llevarse mejor o ponerse al tanto luego de varios años, causando así que Branden creara sus propias teorías y que Sigrid lo viera como el villano, pero ella solo necesitaba tiempo.

—Me gusta la idea, Hipo —contestó con sinceridad.

Antes de que se hiciese más noche, Maléfico emitió una especie de cacareo avisando que se sentía mucho mejor. Ambos le vieron caminar hacia una piedra y comenzar a picarla y, sin poder evitarlo, soltaron una risa al ver que el gallo parecía estar normal.

En la mañana siguiente, el sol matutino había hecho que la kainiana se despertara temprano y saliera con Maléfico al pueblo. En el camino se había encontrado a Hipo en su trabajo en la herrería, así que permaneció con él por un rato, mientras el berkiano le hablaba un poco sobre las armas que él había creado.

—Bocón sigue sin dejarme probarlas, dice que están mal equilibradas —comentó un Hipo medio indignado, enseñando unas grandes lanzas.

—Ese calibre no es bueno —replicó el mentado Bocón desde su lugar—. Excelente si lo que buscas es sacarle un ojo a alguien —añadió divertido y Sigrid río con ligereza—. Mejor muéstrale las hachas a Su Alteza —sugirió, tras compartir una sonrisa cómplice con Sigrid—. Tengo entendido que te unes al entrenamiento contra dragones, ¿no es así?

—¿Entrenamiento contra qué? —inquirió Sigrid curiosa y perpleja, su padre no le había dicho nada.

—Berk busca nuevos reclutas, incluso Hipo se apuntó este año —explicó el vikingo, señalando al nombrado con el garfio suplente de su mano—. Habrá ocho en el entrenamiento este año, incluyendo a ti y a otro joven de Kain.

«¿Otro joven de Kain?»

—¡Aquí estás! —La voz de su padre llegando hasta ellos impidió que Sigrid formulase sus dudas al vikingo, Branden extendió una mano en forma de saludo a Bocón que este correspondió antes de continuar con su trabajo—. No me queda mucho tiempo, llevo horas buscándote.

—Bran, nos acabamos de ver en el desayuno —dijo Sigrid, abrazando a Maléfico que se mantenía quieto—. ¿O ya es hora de la comida?

—Aún no, Brynjar y su padre se encargarán de eso para la cena —respondió Branden, quien flexionó sus dedos al frente, estirando sus brazos.

—¿Y qué pasa contigo?

—Sigrid, yo necesito irme cuanto antes a Kain, no puedo permanecer en Berk cuando mi pueblo me necesita —respondió, encaminando su marcha lentamente.

—¿Iré contigo? —preguntó Sigrid, algo esperanzada de que pudiera marcharse a casa de nuevo.

—Lo harás —asintió Bastón, soltando un suspiro—. Hasta dentro de unas semanas.

» Mientras tanto, vas a quedarte aquí a entrenar, te va a resultar útil para un futuro. Vendré por ti en un par de semanas más.

—¡Pero Bran! —insistió, comenzando a seguir a su padre a través del camino marcado en medio de las cabañas. Sigrid giró su cabeza solo para despedirse de Hipo, quien imitó su acción alzando su mano al aire, mientras la movía de un lado a otro—. No puedes dejarme aquí, además no voy a entrenar, Bocón dijo que es un entrenamiento contra dragones y ya sabes cuál es mi postura —dijo decidida.

—Sigrid, ya lo hablamos, vas a regresar a Kain dentro de unas semanas y debes de entrenar mientras tanto —habló, haciéndose oír a través del ruido de las personas a su alrededor—. Bocón será quien te entrene.

—Por favor, papá —murmuró Sigrid, abrazando a Maléfico.

Bastón inspiró antes de retomar la palabra, giró sobre su eje hasta acercarse a su hija, la cual le miraba con los ojos entristecidos.

—No puedo llevarte a casa, Sigrid. —Sus ojos grises se posaron en ella, y la tomó por los hombros para que lo mirase—. Aunque quisiera, es parte del acuerdo que te quedes aquí por unas semanas.

—Tú y tu tonto acuerdo —masculló.

—Esto no estaría pasando si no hubieses llegado a intervenir en esta isla como lo hiciste en Kain, Sigrid. —Bastón alzó el tono de su voz, apartando sus manos de ella y llevándose una a la frente, resoplando—. Tienes que hacerte responsable de tus actos, así como yo lo haré con lo que pasó en Kain.

Había tanta verdad en las palabras de su padre, pero eso no evitó que continuara insistiendo detrás de él por incontables veces mientras corría con Maléfico en sus brazos. Branden continuó negándose conforme emprendía camino hacia el muelle de Berk donde el barco le esperaba listo para partir.

—Papá, prometo hacerte caso —continuó Sigrid, los ojos se le habían aguado por las lágrimas acumuladas—. Ya no voy a defender a los dragones si así lo quieres, solo déjame ir contigo.

—Adiós, mi niña. —Bastón se acercó hasta ella para abrazarla, las lágrimas en las mejillas de la morena bajaron y empaparon su traje.

Con un último suspiro, Bastón besó la frente de Sigrid y se subió al barco con ayuda de sus hombres.

Sigrid sabía que su padre no cambiaría de opinión, así que resignada lo observó dar órdenes en la popa del barco con tres hombres apoyándole. Los demás kainianos sujetaron las armas con firmeza mientras bajaban por las improvisadas escaleras, colocándose detrás de la princesa.

Sollozó sin poder evitarlo, llevando su mano libre a sus ojos para retirar las lágrimas rebeldes, un nudo se le formó en la garganta mientras el navío emprendía marcha al océano. De manera que ahí se quedó, sonándose la nariz cada tanto y retirando las lágrimas que parecían no tener fin; se quedó ahí aun cuando los hombres de su padre se marcharon de vuelta al pueblo. Vio la lejanía del barco hasta que este desapareció sin dejar ningún rastro detrás de este.

Branden la había dejado, sola, en un pueblo de vikingos que no conocía.

Cuando Sigrid se hizo ante la idea de que era real, que se quedaría, giró sobre sus talones y emprendió marcha al pueblo de forma cabizbaja, soltando sollozos a cada tanto mientras sentía sus ojos hincharse y enrojecerse a causa del llanto. Cuando logró llegar hasta la cabaña donde se quedaría, dejó la puerta abierta y colocó a Maléfico dentro.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Una voz conocida la sacó de su ensimismamiento, Sigrid alzó lentamente la mirada para encontrarse con dos pares de ojos grises idénticos—. Tu padre se fue hace unos quince minutos.

—Uuuuhh, la abandonaron —Brutilda se burló, haciendo un sonido tratando de asustarla mientras movía sus dedos y se inclinaba, caminando hasta ella de forma lenta y sigilosa.

Sigrid puso los labios en una fina línea, mirando inexpresiva a la gemela que sonreía socarrona. Brutacio soltó una risilla que en seguida quitó al ver la mirada de la joven kainiana.

—¿Qué haces aquí, loquita? —Volvió a preguntar Brutacio, entrando a su casa y tomando una copa que había encima de la mesa para después jugar con ella.

—Yo no voy a regresar a Kain hasta después —contestó, aceptando que se quedaría y que no pudo hacer nada al respecto.

Los gemelos compartieron miradas para después correr hacia ella, Brutacio aun jugando con la copa y Brutilda golpeando las raras armaduras dentro de la casa. La rubia soltó un alarido al momento de querer golpear el peto de la armadura y lastimarse los dedos de su mano, causando que Maléfico se despertara y cacareara fuertemente en su lugar, para después empezar a picar la pared a su lado.

—Chicos, no hagan ruido —continuó Sigrid, quien se golpeó la frente al ver que Brutilda no había dudado en ir hasta Maléfico—. ¡Brutilda, no!

—Ella no hará caso —respondió Brutacio soltando una risa—. No está en su naturaleza.

La morena dejó escapar un resoplido, al ver a la rubia tomando entre sus brazos a Maléfico. Acto seguido lo sujetó de una sola mano del pescuezo causando que a Sigrid casi le diese un ataque al corazón, miró horrorizada a la rubia para después correr hasta ella y quitarle al gallo con cuidado y fuerza.

—Maléfico no está en buenas condiciones, agradecería que lo dejes descansar —dijo, posando su mirada en la rubia.

—¡Maléfico! ¡Qué gran nombre! —interrumpió Brutacio alzando sus manos en el aire, rompiendo la presunta tensión entre su gemela y Sigrid—. ¡Yo también quiero una gallina!

—Mejor ya vámonos, tenemos cosas más importantes que hacer. —Brutilda dejó escapar un bufido y salió de la casa.

—Por favor. —Sigrid asintió agradecida, soltando un suspiro al ver la cabellera de la rubia alejándose hasta salir por la puerta—. Adiós.

—¿Adiós?

—Sí, adiós.

Brutilda no entendió aquello, Sigrid tampoco perdería el tiempo en explicarle, así que la miró irse y luego se giró para mirar al otro gemelo, que tenía ojos brillosos.

—Mi hermana y yo iremos a cazar unos yaks, ¿no quieres venir? —preguntó Brutacio, rascándose la nuca—. Será divertido, solo nos perseguirán hasta el borde de la isla si los hacemos enfadar.

Dubitativa, la morena miró de Brutacio a la mesa por varias veces sin saber que decir.

—¡Brutacio, vámonos! —masculló Brutilda desde afuera.

—Supongo que será en otra ocasión —respondió Sigrid, esbozando una sonrisa sincera—. Además, parece que no le caigo bien a tu hermana.

—Bien, nos vemos.

Brutacio asintió, echándose a correr detrás de su hermana. Sigrid se quedó ahí, estática, quedándose con las ganas de ir tras él a perseguir yaks, mientras fruncía el ceño viendo como el rubio corría con su copa en mano y rodó los ojos, bufando.

En otra ocasión tendría que ir a recuperar su copa y quizás podría acompañarlos a cazar yaks.

Los ojos de Sigrid trataron de adaptarse a la oscuridad, pestañeó un par de veces seguidas avanzando entre el lugar a duras penas, tuvo que sujetarse de las paredes para conservar el equilibrio, Maléfico la siguió, picando el piso de la casa inútilmente por delante. Las veladoras y las antorchas se habían apagado, por lo que Sigrid se arrastraba tratando de encontrar algo que le sirviera para iluminarse.

Al no reconocer nada de ahí terminó golpeándose el pie izquierdo con el mueble de enfrente el cual no divisó. Ahogó un aullido mientras su pie derecho se llevaba todo el esfuerzo y entre saltos siguió avanzando. Lo peor de todo fue cuando Maléfico se atravesó en su andar, haciendo que perdiera todo el equilibrio y cayera de bruces al suelo. Unos golpeteos y ruidos la terminaron sobresaltando, retrocedió aún tirada en el suelo y se arrastró por el piso hasta un buen escondite, procurando morder su labio inferior para que ningún aullido de dolor se le escapase.

Prontamente comenzaron a escucharse pisadas, por lo que Sigrid tanteó en el lugar en el que se encontraba hasta que sintió el agarre de un sartén y lo tomó, con la boca entumecida y el cuerpo adolorido. Con dificultad se incorporó, procurando no hacer ruido y se quedó inmóvil con la espalda recargada en la pared. Las pisadas siguieron escuchándose y Sigrid hizo más presión en su agarre al escuchar la puerta abrirse.

Unos tres segundos más tarde, cuando Sigrid notó que el sujeto estaría por llegar a ella en un paso, comenzó a golpearle con el sartén incontables veces, hasta que ambos cayeron por el suelo rodando. Sigrid logró incorporarse, solo lo suficiente para no resbalar y continuó golpeando en pleno susto, los gritos del desconocido se hicieron oír, pidiendo que parara. Sin embargo, en lugar de que se detuviera, Maléfico se unió a la pelea picándole los cachetes

—¡Vikingo malo, no deberías estar en mi casa!

—¡Basta! —chilló el desconocido—. ¡Yo no soy un vikingo!

Justo ahí, Sigrid se detuvo dejando el sartén en el aire. Esperó hasta que el desconocido logró incorporarse buscando algo y, unos segundos más tarde, encendió una antorcha iluminando su rostro.

A Sigrid se le hizo conocido por el cabello castaño y los ojos avellanas, al instante se percató que había sido el joven aprendiz que conoció semanas atrás en Kain y la había llevado a la zona del castillo sobre la montaña. Retrocedió de la impresión y se puso de pie, dejando el sartén en el estante a su lado.

—¿Qué haces aquí? —exigió—. ¿Y por qué no te vi en el barco cuando navegamos?

—Auch, me reconociste —dijo este en cambio, sobando la zona adolorida.

El corazón le bombardeaba fuertemente a causa del tremendo susto que le habían metido, ya que había estado dormida y era pasada la una de la madrugada para que alguien viniera a su nuevo hogar. Maléfico se apartó del chico y corrió a esconderse cuando se escucharon más pisadas.

—Said, ¿no te dije qué vinieras a avisarle a la princesa que la cena ya estaba lista?

«Ah, así que se llama Said».

Sigrid reconoció inmediatamente a Randall Warren V, se trataba de la mano derecha de Branden, quien hacía el trabajo o asistía a las reuniones del consejo cada que su padre no podía asistir, era su compañero más leal y fiel. Randall se trataba de un hombre corpulento con los ojos azules y el cabello castaño, usaba una túnica vikinga color café junto a unos cinturones de cuero los cuales tenían sujetos dos hachas. Con mucha razón Sigrid no le había reconocido, pues en Kain usaba el uniforme real.

—En esto estaba —respondió Said, interrumpiendo a Sigrid de sus pensamientos—. Pero no tuve una buena bienvenida. —Siguió hablando desde el suelo, mientras se frotaba los brazos adoloridos, Sigrid se encogió con una risa nerviosa.

Randall resopló y estiró su mano para ayudar a levantar a su hijo.

—Habría sido mejor opción traer a Brynden —dijo su padre en broma al ayudarlo y escuchó el resoplido indignado del presente—. Alteza, la cena está servida.

Sigrid no pudo negarse ante la oferta, quizás en otra ocasión les habría cerrado la puerta en la cara por espantarla en medio de la noche, pero esta vez, podía dejar pasar aquel incidente por el hambre que tenía.

En la mañana siguiente Sigrid no podía levantarse para ir al entrenamiento.

Rodó por la cama un par de veces mientras Maléfico cacareaba lo más fuerte que podía para que se despertase. La morena gruñó con frustración encimando la almohada sobre su cabeza y resopló.

La cena de la noche anterior había durado más de lo usual, pues todos los soldados de Kain, que se habían quedado para su protección en Berk, lo habían organizado como una reunión para asimilar todo y tratar de acoplarse a los vikingos, de manera que Sigrid se había ido a acostar tan solo pocas horas atrás y moría de sueño.

—Bien, ya voy —masculló entre bostezos tras volver a escuchar a Maléfico encima de ella—. Que quede en tu consciencia si me desmayo, ruedo hasta el mar y muero ahogada.

A duras penas logró vestirse adecuadamente, haciendo uso de unas faldas vikingas y blusas que le había proporcionado Gothi el día anterior.

—No hay vuelta atrás.

Quince minutos más tarde, Sigrid entró junto a los demás a la Arena en la cual se llevaba a cabo el entrenamiento para combatir a los dragones. Pese a que se había negado en combatir dragones, Randall y Said estaban al tanto de aquello, así que no podía librarse con facilidad.

Cruzó los brazos sobre su pecho mientras veía a la hablante avanzar tomando la delantera, se trataba de una joven rubia con la cabellera trenzada dejando dos mechones sueltos en cada lado de su cara y el flequillo peinado de un solo lado, tenía ojos azules profundos y vestía una falda roja con calaveras a su alrededor y varios picos en toda la falda, encima llevaba una blusa azul, colocada encima de sus hombros, llevaba una especie de armadura.

Todos avanzaron en la Arena de Entrenamiento la cual tenía varias puertas alrededor con los dragones capturados, Sigrid volvió su vista al cielo solo para ver como una cadena entrelazada entre sí rodeaba toda el área, seguro para evitar un posible escape de los dragones.

—Espero llevarme quemaduras graves —habló Brutacio unos minutos después.

—Yo espero mordidas, como en el hombro o la espalda baja —comentó Brutilda.

Esas palabras no sorprendieron a Sigrid en lo absoluto, ya los había visto en ocasiones anteriores y sabía la clase de peligros que les gustaba. Curiosa miró a los otros participantes del entrenamiento.

—Solo es divertido si te llevas cicatrices.

—Sí y es verdad ¿no? Dolor —interrumpió Hipo llegando detrás de ellos—. Me encanta.

—Ah, genial, ¿quién lo dejó entrar? —bufó Brutacio.

Sigrid vio las probabilidades de escapar del entrenamiento cada vez más nulas cuando el vikingo llamado Bocón llegó detrás de Hipo.

—¡Ya era hora! —exclamó Bocón en dirección a Said, quien entró corriendo hasta los demás—. ¡Bien, es hora de empezar!

» El recluta que lo haga mejor, ganará el honor de matar a su primer dragón enfrente de toda la aldea —aseguró Bocón, los vellos de la piel de Sigrid se erizaron al oír aquello.

—No lo dice en serio ¿verdad? —preguntó, temerosa.

—Lo olvidé. —Bocón se llevó una mano a la frente mientras soltaba un suspiro, la morena se encogió en su lugar—. Reclutas, ella es su nueva compañera Sigrid Whiterkler, hija del Rey Bastón Caza – Pesadillas —presentó y, posterior a ella, señaló a Said—. Y él es Brynjar Warren, hijo de Randall.

A su lado, Sigrid escuchó a Said resoplar porque le habían llamado por su segundo nombre. La atención de los reclutas poco a poco fue desviada en ambos y Sigrid tuvo que desviar su mirada, apenada.

—Y sí, Sigrid, lo del dragón es cierto, el ganador tendrá la fortuna de poder asesinar a uno.

—Hipo ya mató a un Furia Nocturna, ¿eso lo descalifica o..? —preguntó uno de los desconocidos berkianos, este era más fuerte y tenía el cabello azabache.

Los gemelos soltaron una carcajada.

—Yo también maté dos ayer —continuó Brutacio siguiendo el juego mientras se terminaban de colocar al centro de la arena. Poco después, se giró para mirar a Sigrid—. Ven conmigo, loquita. Yo te voy a defender de los dragones, no tienes nada que temer.

Sigrid soltó un suspiro, sin moverse y en su lugar miró las puertas que mantenían encerrados a los dragones.

—Es una princesa, no puedes hablarle así —recriminó el más corpulento de los demás, Sigrid se cohibió sin decir nada.

—Ehh, cierto. —Brutacio se rascó la nuca, incómodo—. Sigrid, él es Patapez.

Quien había hablado con anterioridad y no parecía tan burlesco se trataba de Patapez. Sigrid le dedicó una sonrisa, al recordar que Hipo lo había mencionado.

—Este feo es Patán —presentó Brutacio, señalando al que se había burlado de Hipo minutos atrás. Este alzó una mano y dijo algo que Sigrid no alcanzó a escuchar cuando Brutacio le golpeó la cabeza—. Y ella es Astrid.

La rubia y ella se miraron, ninguna dijo nada. Apartaron la mirada cuando Bocón llegó frente a ellos con Hipo.

—Detrás de las puertas hay algunas de las especies de dragones que aprenderán a combatir: El mortífero Nadder.

—Rapidez ocho, armadura dieciséis —comentó Patapez, mirando fijamente al frente.

—Cremallerus Espantosus.

—Armadura once, camuflaje por dos —continuó Patapez.

—La pesadilla Monstruosa.

—Poder de fuego quince.

—El Terrible Terror —señaló una diminuta jaula.

—Ataque ocho, veneno dos —agregó fascinado Patapez.

—¡YA CÁLLATE! —gritó Bocón tras perder la paciencia y Said se carcajeó de su reacción—. Y... El Gronckle.

—Mandíbula ocho —murmuró a un lado de Sigrid.

El berkiano tomó la palanca de la puerta del Gronckle causando que los demás entrarán en pánico, incluyendo a Patán quien comenzó a preguntar sobre sí no les enseñarían primero.

—Soy un firme creyente de aprender en la marcha —replicó Bocón y al entender lo que haría, Sigrid se echó a correr al momento que el vikingo dejó salir al dragón terrestre.

Todos la imitaron en cuestión de segundos, corrieron hasta los escudos, tomó el primero que vio sin prestar atención al diseño e inspiró profundo, era solo un entrenamiento. Sí tenía suerte, el dragón no saldría tan lastimado y con ese pensamiento en mano comenzó a imitar lo que los demás hacían.

Al vivir con los dragones por ocho años, aprendió sus puntos débiles, pero sería un error si los mostrase, así que prefirió evadir todo aquel punto que lastimase al dragón. Algunos minutos después una voluta de fuego salió disparada con ella y Patapez de manera que quedaron fuera, aliviada de no tener que participar se hicieron de lado mientras veían a los demás participar.

Los observaron a todos participar hasta que prontamente uno a uno fue siendo descalificado, Said, Astrid e Hipo fueron los últimos en terminar.

Lo que Sigrid no esperaba al final del entrenamiento era que Hipo le contara acerca de su pequeño secreto y la llevara hasta él, había capturado un Furia Nocturna realmente y aquel día en el bosque, había intentado matarle.

—Y dime, después de todo, ¿aún confías en mí? —preguntó Hipo, tras revelarle lo que estuvo a punto de hacer—. No soy más que el chico que no pudo ser capaz de matar un dragón, ¿eso en que me convierte?

Sigrid lo miró, analizando toda la información que le había dado. Hipo había liberado aquel día el dragón, sin embargo, había algo que le impedía volar para poder irse y aun así, Hipo aún mantenía sus dudas sobre sí había hecho lo correcto.

—No fuiste capaz de matar a un dragón y eso te convirtió en una persona extraordinaria, ¿por qué te importa tanto? —preguntó ella en cambio, clavando sus ojos en él. Hipo no respondió y Sigrid le miró comprensiva—. He pasado más de la mitad de mi vida viviendo fuera de lo que se considera normal y pude adaptarme a ello. Tú también puedes, Hipo, solo tienes que creerlo. Los dragones no son malos.

La mirada de ella entonces se desvió hasta el Furia Nocturna y abrió la boca asombrada de ver a uno de los dragones que no había tenido la oportunidad de conocer, sin embargo, al observarlo desde su posición y conectar miradas, hubo algo en él que le resultó extrañamente familiar. 

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