━━04: La decisión de Hipo
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CAPÍTULO IV
❛Creo en ti.❜
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—¿Él es tu gallo? —preguntó Hipo.
Ambos habían terminado estáticos ante la impresión de ver al gallo ahí, Sigrid aún trataba de analizar el motivo por el cuál parecía que a Maléfico le habían dado la corrediza de su vida y por ello le hacían falta plumas. Cuando se recuperó del impacto al verlo así, la kainiana corrió hasta el gallo antes de que este se desmayase y se dejó caer sobre sus rodillas para poderlo tomar entre sus manos.
—Sí, pero no sé qué le pasó —murmuró vacilante, analizando cada una de las pequeñas marcas rojizas que se encontraban en su cuerpo debilucho.
—¿Desde cuándo que no lo ves?
—Hoy en la mañana lo vi, cuando llegamos a la cabaña que tu padre nos proporcionó —explicó, alzando el rostro para verlo. Hipo la miró de vuelta y se guardó entre los pliegues de su chaleco de piel un cuadernillo que llevaba sosteniendo en su mano—. Pero después Bran salió, no me di cuenta sí Maléfico se había ido detrás de él.
Hipo suspiró, analizando la situación. Parecía muy extraño que hubiese encontrado al gallo en aquel estado cuando no llevaba muchas horas perdido, sin contar que el bosque era un área muy extensa, ¿cómo le había hecho para llegar hasta ahí él solo?
—¿Cómo se llama? —inquirió poco después, curioso—. ¿Es tu mascota?
Sigrid se tomó su tiempo antes de responder, acariciando con suavidad las plumas de diversas tonalidades de su gallo.
—Él es Maléfico —presentó y negó con la cabeza en respuesta a la segunda pregunta—. No, no tanto así.
Hipo la miró, prestando atención por primera vez a ella, realmente. En el pueblo, desde que su padre había anunciado la carta del Rey Bastón informando que su hija estaba de vuelta con ellos luego de largos ocho años y anunció que vendrían para presentarles formalmente, las especulaciones no tardaron en hacerse llegar sobre el tipo de persona que traerían a la isla. Y, durante la madrugada poco después de que su padre lo hubiese regañado a él, también se enteró que Sigrid había interferido tratando de proteger a los dragones, ¿por qué alguien como ella, que había sido secuestrada por ellos, los trataría de defender?
—Lo conocí dos años después luego de que un dragón me llevara a vivir con ellos. —La atención de Hipo de inmediato se dirigió a ella, el gallo parecía dormido y Sigrid finalmente se giró a verlo. Sus ojos eran mieles, que contrastaban con el tono cálido de su piel morena mientras algunas hebras de su cabello castaño se pasaban por su frente. No fue hasta que ella finalmente le devolvió la mirada, que Hipo tuvo que apartar la suya, cohibido—. Los dragones llevaban siempre animales vivos, no se los comían, no los mataban —relató—. Los tenían en la cueva por poco tiempo y después se los llevaban, tiempo atrás Maléfico llegó junto con otros animales más.
» Aquel día, parecía que incluso los mismos animales tenían certeza de cuál sería su destino, pero Maléfico no, él estaba alejado de todos, aterrado. —Sigrid no sabía porque le estaba contando eso a un desconocido, más no se detuvo, soltar las palabras por primera vez, la liberaban de las ataduras invisibles alrededor de ella—. Así que lo tomé bajo mi cuidado, porque en él me identifiqué la primera vez que yo llegué pensando que ese sería mi final.
—¿Qué pasó después? —preguntó Hipo sin poder evitarlo, con la curiosidad desbordando sus ojos y un poco cohibido por hacer tantas preguntas.
—Kohak se enojó —respondió ella, Hipo dedujo que hablaba de un dragón—, pero no me lo quitaron, lo protegí todos estos años.
—Y los dragones... ¿Ellos...?
—¿Sí son malos? —interrumpió Sigrid al verlo, Hipo asintió, intrigado por la historia que le estaba contando. Algunos rayos del sol se reflejaron en el rostro de ella y el vikingo pudo ser capaz de ver un breve rastro de pecas, contrastando su piel morena. Él suspiró y un pequeño rubor cubrió sus mejillas, cuando se dio cuenta que se estaba perdiendo en sus propios pensamientos, pero tan pronto ella continuó, él volvió a la realidad—. No, es lo que Bran no entiende, ellos me protegieron todo ese tiempo, me cuidaron a su manera y se aseguraron de que no me pasara nada.
Para el vikingo, escuchar aquellas palabras sonaban poco factibles. En la aldea, las personas que eran llevadas por dragones terminaban muertas, era lo que se esperaba con ella también cuando el Rey arribó a la isla años atrás, en busca de su paradero; su mismo padre inclusive le había ayudado en la búsqueda de Sigrid, aunque todos suponían lo mismo: había sido devorada por los dragones. Fue un milagro de Odín cuando se enteraron de que estaba viva, parecía inclusive poco creíble.
Años atrás, su misma madre había sido devorada por los dragones. Y no cabía duda de que ellos eran malos, por eso Hipo debía adentrarse al bosque para buscar al Furia Nocturna que había derribado durante la madrugada, para poder probar su valía como vikingo y ser uno más de ellos.
—Yo sé lo que pasa por tu cabeza en estos momentos —añadió Sigrid al percibir las expresiones en su rostro, la confusión y la incredulidad reflejándose en el brillo de sus orbes—. Por esa razón no perderé mi tiempo tratando de contarte algo que quizás no creerás. Nadie lo hizo, ¿por qué tú lo harías?
Hipo trató de hablar, trató de decirle que él no era como los demás. Que podía confiar en él, pero las palabras no salieron de su garganta; no había tenido el valor para decirle que podía confiar en él. No era tan sencillo. Ninguno de los dos se conocía, ambos sabían lo que habían causado la noche anterior, aunque era por motivos diferentes. Él había capturado un dragón para matarlo —que terminó perdido en el bosque— y ella trataba de evitar la muerte de cualquiera de ellos. Ambos eran diferentes.
—Olvídalo. —Volvió a retomar la palabra, soltó un suspiro y el corazón de Hipo se encogió al notar la mirada ensombrecida que le dedicó—. No debo confiar en ti y tú tampoco en mí; así estamos mejor. Además, eres un vikingo, claro que no creerás en mi palabra.
Sin esperar respuesta alguna de su parte, Sigrid se puso de pie tomando cuidadosamente al gallo, mientras avanzaba hacia el lugar donde había terminado atrapada minutos atrás a causa de la rama. La miró buscar sobre la tierra y siguió su mirada hasta la línea marcada, con la que seguramente se estuvo orientando en el camino y, en menos de lo que esperó, Sigrid ya había desaparecido de su campo de visión; dejándolo a él sin tiempo de replicar, volvió a abrir la boca, pero la timidez le ganó nuevamente.
Permaneció inmóvil, pensando en lo sucedido en las últimas veinticuatro horas, él tenía un propósito distinto al de ella; pero en sus años con vida, Sigrid fue la única que se dio la oportunidad para confiarle algo tan importante de su vida, le había hablado sobre su tiempo estando allá. Solo hizo falta un poco de valor para incorporarse y correr detrás de ella, guiándose en las líneas trazadas sobre la tierra húmeda. ¿Qué más daba si ella defendía a los dragones? Sigrid había sido la única en hablarle sin llenarlo de insultos por no ser un vikingo digno, no podía... No quería dejar ir a la persona que podría convertirse en su amiga.
—¡Sigrid! —llamó en un grito, con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo por estar corriendo.
Cuando la vio detenerse, se detuvo flexionando sus rodillas para recuperar el aliento y avanzó más calmado hasta situarse frente a ella.
—Déjame ayudarte a curar a Maléfico —pidió.
Quizás después, podrían seguir hablando sobre el otro tema, cuando ambos se sintiesen preparados para comprender la perspectiva del otro. Pero en esos momentos, ofrecerse a ayudarle a curar el gallo marcaría el comienzo de algo. El comienzo de una amistad.
—¿Dónde se supone que estabas?
Aquellas fueron las primeras palabras de su padre en cuanto llegó, Sigrid se encogió en su lugar al no haber pensado que diría sí llegaba después que él. Abrazó a Maléfico mientras procuraba cerrar la puerta detrás de ella, adentrándose a la cabaña que lucía más acogedora que algunas horas antes.
—Maléfico escapó, tuve que salir a buscarlo —respondió rápidamente, haciéndose paso a través de los muebles de madera y las cajas que se encontraban en el suelo.
Con cuidado, dejó a Maléfico sobre uno de los muebles con cuidado, sus heridas le habían dejado cansado por lo que Hipo le había comentado que la mejor idea era llevarlo a descansar. Así que, mientras el berkiano se adentraba al bosque para buscar algunas ramas curativas, Sigrid no perdió el tiempo y corrió directo a la cabaña.
—Tienes el vestido roto —comentó su padre, los rayos del sol se reflejaron en su rostro moreno cuando Sigrid se aproximó a él, sentado en una de las sillas de madera tallada frente a la mesa—. ¿Estás bien?
—Me caí en el bosque —respondió Sigrid, que se había olvidado de la rotura.
No escuchó la respuesta de su padre y subió las escaleras de la cabaña para ir a cambiarse el vestido, no sabía cómo enmendar la rotura y no tuvo tiempo de aprender estando en Kain, por lo que aquel vestido no le sería útil. Entre las cosas que llevaba, sacó otro que era como los demás que solía usar, con mangas y falda larga.
—Tengo un par de anuncios que darte, siéntate a comer, Sigrid —pidió su padre en cuanto la vio bajar de las escaleras.
Con el ceño fruncido, Sigrid se encaminó lentamente hasta Branden al verlo de pronto tan relajado y alegre. Seguramente la reunión había sido exitosa o algo en particular mejoró increíblemente su humor. Con calma, se sentó frente a su padre y aunque no quería demorarse lo suficiente, pues se había quedado de ver con Hipo en el bosque, tuvo que obedecer para no tener que discutir con él tan temprano; quizás, si se portaba bien con él en las últimas horas, podría convencerlo de que la llevase a Kain y no la dejase ahí en Berk.
—¿Tienes mucha prisa? —preguntó su padre al verla y le sirvió un pedazo de carne para que comiese.
—Necesito ir a buscar algo que sane a Maléfico —respondió Sigrid, mirando impaciente hasta la puerta.
Su padre suspiró y asintió, al parecer él tampoco se sentía con muchos ánimos de discutir. No comentó nada en los minutos siguientes y la dejó comer, por el viaje largo, apenas habían probado un bocado pequeño antes de llegar a la isla, así que debía de estar tan hambrienta como él.
—Escucha, Sigrid, lo de la mañana... No fue mi intención hablarte de esa forma, espero que pronto podamos hablar ambos sobre todo en general, sé que has pasado por mucho tú sola y necesitamos tiempo para salir adelante, pero debes saber que todo lo hago por ti, algún día lo entenderás.
Con los ojos sobre su padre, Sigrid terminó de comer el contenido en su platillo sin pronunciar ni una sola palabra. Se hizo una pausa que dio la impresión de que se hiciese eterna, Sigrid soltó un largo suspiro, mirando los orbes grises de su padre.
—De verdad, espero entender —murmuró, más para sí misma, poniéndose de pie.
—Sigrid. —Branden la miró desde su lugar, recargó uno de sus brazos sobre la mesa y luego lo volvió a bajar, negando con la cabeza—. Nada, solo, llega antes de la cena.
Hipo conocía el bosque a la perfección. Siempre pasaba la mayor parte del tiempo ahí cuando quería escapar de las burlas o los comentarios groseros por parte de Patán y los gemelos, además de que servía para escabullirse de las pláticas de su padre cuando quería evadirlo.
No perdió el tiempo en perseguir su objetivo cuando se hubo despedido de Sigrid, pese a la plática anterior que tuvieron, aún existía ese deseo curioso en él para encontrar al dragón que había derribado. Necesitaba encontrarlo y poner fin a su posible sufrimiento, pues una caída desde el cielo al bosque no habría resultado nada confortable.
Llevaba su vieja libreta en la palma de su mano derecha mientras con la izquierda comenzaba a marcar los puntos del bosque que ya había recorrido, era inútil, por más que buscaba no había señales de encontrar al Furia Nocturna. Continuamente repasó los lugares por los que había pasado, sin tener éxito alguno, inclusive rebuscó entre las copas de los árboles, pero no había señal de ese dragón o cualquier otro a los alrededores.
Los minutos pasaron haciéndose cada vez más pesados dentro del bosque, estaba exhausto, no podía pensar con claridad y su cerebro estaba hecho un caos. Debía ir a buscar a Sigrid, seguramente estaría esperándole, pero ya había recorrido tantos metros que no era posible darse por vencido. Debía primero acabar con su deber y luego salir en su búsqueda.
Se detuvo e inspiró hondo tratando de pensar con mayor claridad lo que estaría por hacer, su vista se volvió al frente observando el gran paisaje cernido ante sus ojos esmeraldas, giró su vista del paisaje al pedazo de pergamino sobre el cual tenía trazado una réplica del mapa y puso una cruz, tachando otro de los puntos que había recorrido y sobre el cual tampoco parecía haber muestras del dragón.
Ante su desesperación y el lío que se comenzaba a formar en su cabeza, terminó llenando de tachones la libreta, dejando muy pocos espacios en blanco. Era inútil, no lo encontraría.
—Los Dioses me odian —bufó, guardando la libreta—. Algunos van y pierden cuchillos en el lodo, pero yo no, yo voy y pierdo un dragón entero.
—¡Aquí estás! —La voz de Sigrid lo terminó asustando, causando que retrocediera de la impresión y se llevara una mano al pecho—. Oh, lo siento, no te encontré en el lugar acordado.
—Descuida, perdí la noción del tiempo.
—Algo me dice que no solo venías al bosque de paseo, ¿verdad? —inquirió Sigrid con curiosidad, fijando su vista en los alrededores—. Honestamente, no sé cómo le hice para llegar hasta aquí, ¿a dónde vas... Vamos?
—Solo, espera, ya casi —dijo Hipo.
Estaba claro que no le iba a decir hacia dónde se dirigía, masculló varias cosas en su interior por no saber que más decirle. Estaba furioso consigo mismo, por no haber podido encontrar al dragón mucho antes y así no tendría que estarle mintiendo a Sigrid. Avanzó rápidamente entre los árboles con la morena siguiéndole los talones y golpeó con fuerza una rama que estorbaba en su camino la cual regresó y le propinó un buen golpe en la mejilla, en otra ocasión Sigrid hubiese reído, pero estaba tan preocupada que ni prestó atención a aquello.
—Tengo la sensación de que estás enojado... —murmuró lentamente la kainiana, incluso aminoró un poco el paso.
—No estoy enfadado, estoy tratando de concentrarme.
La atención de Hipo se desvió al observar la rama con la que se había golpeado, del otro lado se encontraba otra quebrantada que impedía el paso más adelante, había algunas astillas sobresalientes que le hicieron fruncir el ceño y más adelante, había un camino de hojas y ramas sueltas. Seguramente ahí mismo había caído el Furia Nocturna, pero no podía matarlo delante de Sigrid. No, debía pensar en algo para que ella no se molestase con él.
—Ehh, necesitamos encontrar una flor de pétalos blancos —comentó Hipo, deteniéndose abruptamente—. Hay en muchos lugares y es fácil de confundir, no crece sobre los árboles —añadió, evitando mirarla para poder sonar creíble.
—Bien, ¿te parece sí nos separamos para buscar? —preguntó Sigrid—. Aunque bueno, no sé cómo sea, hay muchas flores blancas —añadió, ruborizada.
—Entonces yo me encargaré de buscarlo —ofreció Hipo, se detuvo para mirarla y le regaló una sonrisa sin mostrar los dientes—. Si quieres regresa a la aldea antes de que caiga el sol, en cuanto encuentre la planta iré.
—¿Seguro? Puedo quedarme a ayudarte a buscar.
—Seguro, puedo solo —respondió Hipo y la miró—. Puedes ir con Maléfico de mientras.
—Gracias, Hipo.
Aliviado de que Sigrid hubiese cedido a irse sin mayor problema, suspiró e inhaló profundo, preparándose para lo que realmente había ido al bosque. No había tiempo que perder, entre más pronto terminase con aquel dragón, más rápido podría llevarle el muérdago a Sigrid.
Se llevó una mano a la frente y continuó avanzando, tratando de que sus pisadas no resonaran sobre las ramas para no llamar la atención. Avanzó en la dirección donde se encontraba la rama quebrantada y con cuidado descendió, buscando a su lado alguna anomalía.
Al no encontrar nada malo, siguió su camino y antes de subir por el risco se agachó, desde su posición, alzó la mirada para mirar la figura del dragón oscuro. Tan rápido como subió la mirada, la bajó. Unos instantes más, repitió su acción y está vez, enfocó más su atención en el Furia Nocturna atrapado entre la red de cuerdas.
El impacto del dragón se dio directamente desde las ramas de los árboles y por ello, más adelante estaban las partes afectadas tumbadas sobre el suelo. Desde su posición, no parecía que el dragón estuviese respirando, las cuerdas apretaban cada una de las extremidades del dragón que era imposible percibir el movimiento de su respiración en esa posición. El joven vikingo tanteó entre su ropa hasta que encontró la daga que llevaba guardada y avanzó, procurando ocultarse en la roca más cercana al Furia Nocturna, con sigilo se arrastró sobre la tierra en búsqueda del perfecto ángulo para observar de cercas al dragón y al final se acercó, tomando toda la fuerza de voluntad que le quedaba para llegar al Furia Nocturna.
—Oh, guau; lo logré. —Fue lo primero que dijo con impresión, al verlo de cercas—. Ay, lo logré, ¡esto lo arregla todo! —corroboró un poco más emocionado, olvidando prontamente el miedo que había sentido instantes atrás—. ¡Sí, yo derribé a esta magnífica bestia!
Con aires de orgullo, Hipo alzó su pierna para recargarla en el cuerpo inmóvil del animal, no esperó que este se moviese emitiendo un gruñido, lo que causó que retrocediese del susto con el corazón acelerado. Con mayor firmeza, sujetó su daga y observó al dragón cuando este abrió sus ojos verdosos sin expresión alguna, entonces Hipo reacomodó la posición de su daga en el cuerpo del animal e inhaló profundo.
—Te voy a matar, dragón —informó, con sus manos cambió de posición el cuchillo haciendo que la punta quedara debajo, justo en el corazón del Furia Nocturna—. Te voy a sacar el corazón y se lo llevaré a mi padre.
Pero el Furia Nocturna no emitió sonido alguno, simplemente se dedicó a mirarlo a través de la rendija de su pupila oscura, poniendo incómodo al berkiano.
—Soy un vikingo —dijo más para sí, cerrando los ojos e inspirando hondo—. ¡Soy un vikingo! —exclamó al dragón, el cual le respondió con un gruñido.
Hipo volvió a retomar su posición actual, alzó el cuchillo e inspiró hondo; preparándose para lo peor, pero entonces vio el terror en la mirada del dragón que se le hizo conocido bajo su propio reflejo. Aquel Furia Nocturna no era más que un ser asustadizo en esos momentos, no parecía ser la bestia de la que todos en el pueblo hablaban. Sacudió la cabeza y cerró los ojos por unos segundos, hasta que al final no resistió y los volvió a abrir con lentitud solo para mirar los ojos verdes del dragón. Por segunda vez, los volvió a cerrar con fuerza tratando de continuar con lo suyo, pero no pudo y al final desistió, abriendo los ojos al mismo tiempo que el dragón cerraba los suyos, esperando que lo peor pasara.
La mirada del dragón le había hecho retroceder, no había querido matarlo, ¿y sí Sigrid tenía razón? ¿Cómo confiar en ella? Sí, seguramente esa sería la cosa más peligrosa y alocada que haría. Aunque estaba seguro de algo, no lo mataría, lo salvaría.
—Yo hice esto —pronunció, en un tono más decepcionado y arrepentido al que había mostrado minutos atrás.
Observó horrorizado las cuerdas que mantenían rígido al dragón, el cual aún mantenía los ojos cerrados esperando su final. Sin esperar más, con el filo de su daga comenzó a desatar las cuerdas y cuando estas se aflojaron, el Furia Nocturna no perdió el tiempo y se incorporó, arrastrando a Hipo sobre la piedra. Las garras del dragón se situaron en el pecho de Hipo quien miró aterrado la situación, sintió como el Furia le analizaba desde su posición y antes de que pensase en su posible fatal destino, el dragón le rugió tan alto que sintió que su corazón se le saldría del pecho.
Afortunadamente, tan pronto acabo su rugido, se marchó volando antes de que Hipo pereciera en la roca. Inhaló y exhaló por repetidas veces tratando de regular su respiración y sus nervios, sujetó el cuchillo y se puso de pie. Solo dio un paso antes de dejar caerse boca abajo sobre el césped.
Antes de irse en dirección a su cabaña, se fue en búsqueda de la planta que ayudaría a sanar las heridas de Maléfico y en el camino pensó en que le contaría a Sigrid. Aún era muy pronto para que le confiase lo que había sucedido en el bosque, primero él mismo debía de aclarar sus pensamientos, pero Hipo estaba seguro de algo, haría su mayor esfuerzo por tratar de comprender aquella nueva perspectiva sobre los dragones.
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