━━02: La isla Berk


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CAPÍTULO II

❛Esto es Berk, queda doce días al norte de la desesperanza y unos grados al sur de muere del frío. Se encuentra exactamente en el meridiano de la miseria. ❜

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           Una nuble grisácea se extendió frente a la isla de Kain al amanecer después del ataque de los dragones.

El rey de Kain se abrió pasó entre el humo de las brasas que quedaban al amanecer y el polvo provocado por la tierra al sacudirse con el viento, mientras la gente del pueblo avanzaba entre los escombros recogiendo las piedras deshechas de las paredes que estorbaban en los caminos para facilitarles el acceso a las personas del reino.

Sigrid caminó detrás de su padre, con la vista clavada en los restos de las casas que quedaron destruidas a causa de los dragones y su fuego. La joven de catorce años debía admitir que sí se sentía un poco mal por lo que había hecho, ayudar con parte de la destrucción de la isla no era algo que pudiese ser tomado a la ligera, actuó sin pensar, no tomó en consideración las consecuencias que sus actos traerían al reino; se había dejado guiar bajo sus propias metas que no había pensado en los demás, solo en ella.

Ignorante, eso había sido.

A pesar de eso, no le importaba tanto en lo absoluto como para pedir una disculpa y parecía no importarle tampoco el hecho de que estuviese siendo egoísta para los demás. Lo único que Sigrid solamente quería era conseguir el perdón de los dragones, así como el de asegurar la supervivencia de ellos, ¿aquello era tan egoísta? No podía comprender como el tratar de salvar a un animal la convertía en alguien mala. En el camino, mientras avanzaba entre las rocas que le impedían su movilidad con facilidad, se convenció a sí misma que había hecho lo correcto para ella y era lo único que importaba.

En la lejanía se escuchó el crujir de los pedazos de madera tumbados sobre el suelo húmedo. La isla de Kain era un desastre total; los árboles habían terminado sin hojas mientras sus troncos estaban partidos en dos, algunas de las casas carecían de techos o paredes, había puertas derribadas a metros de distancia de su lugar de origen.

Los kainianos tenían heridas por doquier, deambulaban de lado en lado barriendo los pedazos de escombros y recogiendo en un lugar aparte las tablas de la madera que fueran a ser útiles, juntándolas por montones. Algunos barrían los pedazos de piedra soltando un quejido de vez en cuando a causa de sus heridas. El campo de combate también había terminado como todo lo demás, parecía que la Isla de Kain había sido destruida en su totalidad en una sola noche.

Poco después, al ver a Sigrid avanzar entre la multitud un poco alejada de su padre y los soldados que la escoltaban, los murmullos se hicieron presentes a través de miradas desafiantes y comentarios ofensivos hacia su persona —Comentarios como «Que deshonra para el pueblo» «Esperábamos prosperidad con nuestra futura reina» o «Nunca debió regresar, Bastón pudo concebir otro heredero»—. Esas palabras no la hicieron sentir bien, sabía que había ayudado con la destrucción al interferir defendiendo a los seres alados y que gracias a ello se habían quedado en ruinas y sin provisiones para invierno, pero todo lo que había estado esperando desde el mes que había regresado era poder compensarles lo que les había hecho y lo había logrado, quizás los dragones no iban a querer volver a verla, pero se sentía tranquila sabiendo que ahora no le remordería tanto la conciencia.

Pensar en ellos solo logró que sintiese un revoltijo en el estómago, había vivido con ellos por ocho años en una cueva sobre un islote en el que apenas podía salir a la superficie sin ser alcanzada por el océano, no tuvo ningún punto de salida más que el de arrojarse al mar y ser tragada por la profundidad de este o ser atacada por los animales y dragones marinos. A sus alrededores, había otros islotes con mayor altura por lo que era imposible tratar de escalar uno en uno sin morir en el intento y, alejado de ellos, en el centro del océano se encontraba una isla más grande con lo que parecía un volcán.

Esa isla era en extremo silenciosa, cualquier mínimo sonido lograba hacer eco a través de los peñascos sobresalientes de los alrededores. Dragones salvajes arribaban a esa isla cada día con nuevos animales, algunos volvían a salir y otros ya no se les volvía a ver; lo que fuese que estuviera dentro de aquel lugar volcánico parecía aterrorizar a cualquier criatura en cercanía. Todo animal cerca se aterraba al acercarse o escuchar los rugidos provenientes del lugar, incluso los mismos dragones con los que Sigrid vivió temían a lo que fuese que viviese más allá del océano.

De tan solo volver a recordar los rugidos, su piel se estremeció y tuvo que sacudir la cabeza al percatarse que se había distraído con los recuerdos. Se alisó la falda de aquel día conforme apresuraba la marcha, tratando de evadir los comentarios que decían de ella a espaldas del Rey. Realmente no estaba orgullosa de lo que había hecho para satisfacer su propio deseo personal cuando había más en juego.

Soltó un lánguido suspiro cuando finalmente llegó hasta sus padres que la esperaban en el muelle de la isla, su madre acortó la distancia entre ambas, comenzando a hacerle un nudo en su cabello castaño que se balanceaba con el viento.

—Estoico te recibirá, sé amable, educada y trata de no meterte en problemas —dijo Kenia conforme anudaba su cabello con un listón, la Reina alzó la mirada para verla fijamente a través de sus orbes mieles.

—¿Problemas? —preguntó Sigrid frunciendo el ceño—. ¿Eso es todo? ¿Me mandan a un lugar extraño solo por un error?

Sigrid fijó su atención en ambos reyes por igual, Branden no dijo nada al respecto al escucharla, simplemente la miró y suspiró. Había razones detrás de ello que no podía revelar sin más, por ello debía encargarse de que se hiciese cuidadosa con sus actos o podría terminar al igual que su única hermana. Tenía toda una vida por delante cuando atentaron con su vida, a pesar de que Branden siempre la defendió y trató de justificar sus actos, nunca le creyeron al príncipe que en su momento fue por el hecho de considerarlo lo suficiente inmaduro. Esta vez, los hechos eran distintos, pero eso no quería decir que la vida de su primogénita estuviese a salvo y sí quería lograrlo, debía asegurarse que no cometiese actos imprudentes que llamasen la atención.

—Sigrid. —Su madre besó su frente, sin intención de discutir—. Lo entenderás más adelante, lo prometo.

—¿Por qué siempre me dicen eso? Que fácil es para ustedes —resopló ella en cambio y no dejó que le respondieran, avanzó en dirección al barco y se subió molesta.

Branden fue el último en subirse por la escalera formada con sogas, estando arriba, los soldados que se quedarían al cuidado y protección del reino le pasaron las armas que llevarían en caso de que fuesen necesarias. Así que , mientras su padre guardaba las armas, Sigrid se fue a asomar por la proa del barco perdida en lo recóndito de sus pensamientos, las lágrimas de coraje amenazaban con salir, ella no quería ir a ese extraño lugar rodeado de vikingos, ella sabía que eran feroces, salvajes, no tenía ganas de verlos o compartir tiempo con ellos. Arrugó la nariz enfadada y se la sorbió sin más, era su culpa, debía afrontarla.

—Bien, ¿están todos listos? —gritó el Rey diez minutos después a un lado del timón, cuando todo estuvo preparado dentro del navío—. ¡En marcha!

Antes de que el barco pudiese andar, se escuchó un chapoteo desde abajo y todos corrieron a asomarse desde la proa. Ahí en el agua, hundido boca abajo, se encontraba Maléfico, causando que Sigrid corriese en su rescate, lo cual no sucedió cuando su padre la tomó de la cintura impidiéndole moverse un paso más. La soltó a los segundos e hizo un ademán a uno de sus hombres que se bajó y regresó al navío con el gallo en cuestión de pocos minutos, al cual dejó en cubierta, Sigrid entonces se giró para mirar a su padre.

—Este gallo no puede venir con nosotros a Berk. —Dio como sentencia antes de que la morena pudiese abrir la boca para hablar.

—Maléfico no puede quedarse aquí —replicó ella, siguiendo a su padre por todo el barco—. ¿Quién lo va a cuidar si no me lo llevo? Le puede pasar algo, algún dragón puede tomarlo como alimento...

—¿Ahora sí te preocupan los dragones? —Bastón soltó una risa modesta y siguió su camino, dando órdenes a los nuevos marineros sin prestar atención a su hija que la seguía indignada.

—Yo misma lo cuidaré —prosiguió la morena, sabía que convencer a su padre de que no la llevara a Berk no funcionaría, pero al menos debía intentar llevar a Maléfico con ella—. Y prometo no hacer un berrinche en cuanto lleguemos a Berk y tampoco te pediré que me lleves contigo.

—La respuesta es no. —Su padre dio finalizada la discusión, miró sus ojos ámbar una última vez y suspiró al notar el rostro testarudo de su hija—. Que hagas esas caras no asegurará que puedas llevar a esa gallina contigo.

—Es un gallo —corrigió.

—Lo que sea, si la pesca nos va bien supongo que podrás llevarlo contigo y si no, ya sabes la respuesta.

Sigrid frunció el ceño ligeramente sin captar lo anterior hasta que cayó en la cuenta de que se lo comerían si no lograban pescar algo; abrió los orbes horrorizada y salió corriendo en busca de Maléfico, al cual habían encerrado en una jaula y ahora caminaba de lado a lado picando las rejas.

Dos horas después vagando en el océano no habían tenido éxito alguno pescando, el sol daba en su punto más alto sobre el barco, por lo que varios de los kainianos ya estaban sedientos y hambrientos. La navegación en el barco era calmada, a horas tan tempranas la marea no subía y el viento parecía estar a su favor, apenas se encontraron un par de gaviotas mientras recorrían el océano.

Sigrid se acercó a la popa viendo el agua correr en la dirección contraria a la que iban, mientras el barco tomaba velocidad, desde su posición apreció el paisaje y los animales que pasaban nadando alrededor del barco, recargándose en los bordes del navío. Soltó un bostezo involuntario al ver el agua deslizarse una encima de la otra y las olas alzarse, tiempo atrás ya había liberado a Maléfico de la jaula así que no tenía mucho que hacer por ahí.

Casi no había dormido la noche anterior por la repentina visita de los dragones y por la noticia que su padre le había dado para mandarla a Berk, pero aunque quisiese dormir en esos instantes, el sueño se le espantaba de solo pensar que estaría pronto en un lugar diferente por castigo de su padre.

—Alteza Sigrid. —Uno de los nuevos marineros se inclinó ante ella sacándola de sus pensamientos, la morena se incorporó y le dedicó una mirada genuina mientras le veía hacer tal acto—. Si es tan amable de seguirme, princesa...

—No soy una princesa —musitó, sin perder la paciencia. Soltó otro bostezo y se cubrió la boca mientras seguía al hombre—. ¿Qué ocupa?

—Su padre solicita su presencia.

Con un asentimiento en la cabeza, se dispuso a avanzar con ciertos tambaleos por el movimiento del barco. No recordaba sí tiempo atrás se había llegado a subir a un barco, pero en esta ocasión, la sensación era completamente nueva para ella, así como extraña, por lo que tenía que sostenerse de donde pudiese para no caer.

—Hay algunas cosas de las que debemos hablar, Sigrid —dijo su padre en cuanto la vio llegar al camarote.

—¿Sobre qué hablaremos? —cuestionó mientras se acercaba y tomaba asiento delante de él, su padre alzó la mirada posando sus grises orbes en los mieles de la chica.

—Nos hemos desviado del camino, la dirección del viento nos lanzó más al sur, por lo que el viaje se extenderá un poco más —comentó Bastón—. Tampoco hemos tenido suerte en pescar algo...

—No se comerán a Maléfico, ¿verdad? ¿Por eso me has mandado hablar? ¿Dónde está él? ¡Maléfico!

—¡Sigrid! No nos comeremos a tu gallo —explicó el Rey calmadamente, viendo como su hija se había puesto de pie dispuesta a ir a buscarlo. Suspiró y señaló el asiento frente a él—. Hay otras cosas que debemos hablar.

» Sabes que vamos a un nuevo lugar, en Berk los vikingos no hablan como nosotros —explicó cuando hubo recuperado la atención de su hija una vez más, que parecía más aliviada—. Es posible que en algunas ocasiones no les entiendas, vas a comprender lo sencillo porque naciste hablando esa lengua y aunque ahorita quizás no recuerdes, más adelante te darás cuenta.

—¿Cómo me daré cuenta?

—Sigrid, Þegar þú bjóst við dreka, hvernig skildirðu þá í öll þessi ár? (Cuando viviste con los dragones, ¿cómo hiciste para comprenderlos en todos esos años?)

—Solo los miraba, no había necesidad de hablar con ellos, de alguna manera ellos me entendían a mí y yo a ellos.... —respondió con el ceño fruncido, su padre la miró alzando una ceja, hasta que Sigrid finalmente comprendió.

—¿Ves? No es tan difícil, te criamos para que no hablaras solamente la lengua de la isla —comentó su padre al verla aún confundida—. Todos esos aspectos de tu vida que ya no recuerdas, permanecen ahí ocultos, esperando que un día puedas descubrirlos de nuevo por tu cuenta.

» Tienes que ser paciente y confiar en tus propias habilidades.

Branden la miró durante un par de minutos, con los ojos grises brillando ligeramente. Sigrid no respondió a su comentario, pero sonrió sin mostrar los dientes, un poco confundida por la relación padre - hija que ambos iban manejando, de manera un tanto extraña, él la trataba con cariño como sí no la estuviese a punto de abandonar en una isla vikinga.

—¿Cuándo lo voy a entender? —preguntó Sigrid entonces, sin referirse al idioma.

—Aún no es tiempo, hija. —Fue lo único que respondió, incorporándose para salir de la cabina—. Cambiaremos el rumbo a ver si con suerte encontramos unos salmones, quédate aquí.

Llegaron en la medianoche a Berk dos días después desde su partida. Para cuando vararon en el muelle de la isla berkiana una explosión les rozó a los segundos, encima de sus cabezas se alzaban las extensas alas de los dragones que tenían la isla vikinga en llamas.

Bastón Caza – Pesadillas cubrió a su hija del fuego, mientras se hacían paso a través del muelle destruido en medio de la noche. Sigrid abrazó con fuerza a Maléfico, evitando mirar hacia los dragones para no hacer algo descabellado ahí.

—Sigrid, recuerda que estamos en un lugar diferente. No actúes sin pensar, esto no es Kain donde tus errores pueden ser enmendados. —Su padre le advirtió al verla, sospechando de sus acciones, los grises orbes de él se posaron en los ajenos mientras la señalaba con el dedo índice y cuando ella asintió, ambos iniciaron la marcha delante de los kainianos que blandían sus armas ante las bestias—. Y, por cierto, si debes escoger entre tu vida o la del pollo, no dudes ni un instante en entregarlo a él.

Sigrid no dijo nada, solo se limitó a seguirle al tiempo que volvían a cubrirse de otra voluta de fuego. Subieron por el camino empinado cuidando de no resbalar, hasta que llegaron a la población de vikingos corriendo de lado a lado, con las casas encendidas por las flamantes llamas.

Todos estaban tan concentrados en luchar contra los dragones que no se percataron de la presencia de los kainianos, Sigrid estuvo todo el tiempo detrás de su padre evitando el impulso de salir corriendo para hacer que no dañasen a los dragones. Sus manos temblaban bajo el delgado cuerpo del gallo y sus pensamientos se distrajeron cuando unos vikingos pasaron cerca de ellos, dándose cuenta de su presencia.

—¡¿Quiénes son ustedes?! —preguntó un hombre grande y gordo que atacaba a un Mortífero Nadder, sus oscuros orbes se abrieron ante la grata sorpresa para luego ser embestido por la bestia—. ¡Patán, ve a buscar al jefe, diles que tenemos visita! Y no son precisamente dragones. —Aquello último lo murmuró para sí mientras continuaba forcejeando, un kainiano se acercó a ayudarlo y juntos capturaron al dragón poco después de que el joven nombrado saliese corriendo hacia las cabañas.

—¡Bastón, mi viejo amigo! —Cinco minutos después Estoico el Vasto, jefe de la tribu berkiana, llegó junto a ellos estrechando la mano del rey—. No esperábamos su visita en este día, siéntanse cómodos mientras nosotros nos encargamos de esto —comentó, señalando a los dragones que volaban encima de sus cabezas y escupían fuego.

—Dos pares de manos siempre son mejor que una —replicó Bastón, esbozando una sonrisa mientras se hacían marcha entre el fuego.

Sigrid alzó la cabeza para mirar al jefe de los vikingos el cual era alto y corpulento, tenía ojos verdosos que brillaban bajo el manto de la luna, así como el cabello largo y pelirrojo junto a una barba grande separada con cuerdas, trenzas y un gran bigote. El jefe vikingo llevaba puesta por debajo una túnica verde agua la cual tenía escamas en el pecho, junto a un cinturón de cuero y un escudo en el centro; encima llevaba puesta una capa peluda y en los antebrazos tenía unas muñequeras de cuero curtido con púas. En la cabeza traía puesto un casco café con cuernos grandes a ambos lados, al igual que todos los vikingos.

Sigrid solo lo miró lo suficiente mientras se abrían paso, prefería evadir su vista ya que Estoico el Vasto daba la impresión de ser una persona temible y difícil de derrotar.

El jefe de la isla les quitó los dragones de encima conforme avanzaban, con un simple movimiento de su mano, por fortuna no había matado ninguno frente a ellos, pero en las cabañas cercanas se escuchaban gritos humanos y rugidos desgarradores por igual, lo que significaba que les estaban golpeando o les habían capturado. Su piel se estremeció de solo pensarlo y se aferró a Maléfico, sin embargo, cada paso que cada, más difícil era para ella quedarse sin hacer nada.

Echó un vistazo a los alrededores y miró con remordimiento hacia los kainianos que se encontraban distraídos por los dragones detrás de ella, luego vio a su padre que hablaba con el jefe de Berk; no lo dudó por un segundo más y se echó a correr dejando a Maléfico en su lugar.

Estuvo corriendo por varios minutos en el pueblo, comprobando de vez en cuando que su padre no la hubiese visto, estuvo tan concentrada en medio del pánico y el caos, que sin querer terminó estrellándose con alguien, la sacudida fue violenta y la regresó a la realidad de un golpe. Ambos terminaron tumbados en el suelo, Sigrid se llevó la mano a la zona de la cabeza adolorida mientras volvía a asomarse por si veía a su padre.

—Auch. —Su vista se posó en el chico que se había estrellado con ella, era alto, delgado, con el cabello rubio y largo. A su lado había una muchacha igual que él y Sigrid supuso que era su gemela—. Fíjate por donde caminas.

—Tú me viste venir, debiste haberte apartado —masculló Sigrid, poniéndose de pie, la gemela se rio a causa de su respuesta y miró burlesca a su hermano.

—Esta nuevita tiene más agallas de lo que se ve.

—Cállate mejor, Brutilda.

—Tú no me dices que hacer.

Sigrid observó la escena extrañada así que, decidiendo no querer presenciar la discusión de esos dos desconocidos, se puso marcha hacia adelante esquivando las volutas de fuego que volaban en todas direcciones, no esperó más e interfirió en el acto de un vikingo que estaba por lanzarle un hacha a un Cremallerus Espantosus —Una especie de dragón verde con la panza amarilla que tenía dos cabezas, una de estas servía para echar el humo y la otra para prenderlo con el fuego— que estaba cerca de ellos, con suerte logró que esta fuera a dar sobre un árbol, pese a su poca fuerza.

Branden había terminado tan ensimismado en la plática con Estoico que no se había dado cuenta de la ausencia de su hija, ambos estaban apartando de un empujón a los dragones de las ovejas, mientras seguían charlando como sí nada luego de todo el desastre montado en la isla vikinga.

—¿Y qué te trajo por aquí una noche como esta? —preguntó Estoico a la vez que golpeaba a un Gronckle, un dragón terrestre—. Pensamos que llegarían dentro de un par de días más.

Desde luego que el rey de Kain ya había puesto al tanto al jefe vikingo sobre la situación de Sigrid e inclusive le había pedido el favor para que se pudiese quedar durante un par de tiempo en su isla.

—Hubo buen viento y la marea no estuvo tan pesada—explicó calmadamente, ayudándole con otro dragón a la deriva sin mirar detrás—. Estoico, esta es mi hija Si... —Guardó silencio al notar que su hija no estaba detrás de ellos como había supuesto, en su lugar se encontraba el gallo picando la tierra bajo sus patas—. Otra vez no.

Sin perder más tiempo, ambos hombres líderes de sus pueblos se dirigieron en dirección al pueblo en busca de Sigrid, a la cual encontraron en medio de una disputa con uno de los vikingos a causa de los dragones. Branden suspiró y Estoico se sintió aliviado de saber que no era el único con problemas paternales.

En alguna otra parte de la isla, un joven berkiano de quince años, corría en medio de todo el caos con los vikingos y los dragones; empujando una carretilla consigo,  que él mismo había diseñado.

—¡Hipo!

—¡Regreso enseguida! —gritó, tras escuchar como lo llamaban.

Cuando desapareció de la vista de las personas en la isla, dirigió la lanzadora tratando de captar algo, pues tan solo unos minutos atrás había aparecido un Furia Nocturna. Giró su rostro a varios lados por si volvía a aparecer, sin perder la esperanza y apuntó el lanzador hacía todas las direcciones en las que podía girar.

—Por favor dame un blanco, por favor dame un blanco —imploró, mirando en dirección al cielo azulado y las estrellas, las peleas a metros de él se callaron y un gran silencio acompañó a Hipo mientras sujetaba el lanzador con las manos temblorosas.

El dragón apareció nuevamente volviendo a lanzar una grande voluta de fuego, que a diferencia de los otros dragones, el fuego que lanzaba era una rara combinación entre morado y naranja, sin contar el hecho de que sus disparos siempre tendían a acertar. Fue así como logró derribar la torre a unos metros delante de Hipo, quién por pura suerte alcanzó a lanzar las boleadoras de la carretilla, un aullido resonó en el cielo al tiempo que las boleadoras rodearon el cuerpo del dragón y, como consecuencia, este fue desviándose varios tramos hacia la derecha, hasta caer en lo profundo del bosque continuo. Al momento de lanzarlas, Hipo trastabilló hacia atrás por la fuerza de la lanzadora, cayendo sobre el césped de la impresión, apenas fue capaz de levantarse para ver únicamente que había acertado en el dragón.

Después de eso había decidido festejar su victoria, con un pequeño brinco mientras exclamaba «¿Le di? ¡Sí, le di!» sin darse cuenta de que no estaba solo, un Pesadilla Monstruosa se encontraba detrás de él. De modo que ahí estaba ahora, corriendo por su vida.

Sus gritos se escucharon por todo el pueblo y Estoico suspiró viendo como su hijo no hacía caso a las más simples reglas, corrió en su ayuda, viendo a la Pesadilla Monstruosa tratando de atacarlo.

—¡No dejen que escape! —masculló el jefe en dirección a los berkianos, abriéndose paso entre las construcciones que ardían en llamas.

Entre prisas y jadeos, Hipo alcanzó a esconderse detrás de uno de los postes que sostenían las antorchas, este tenía la anchura suficiente para cubrir su delgado cuerpo. Afortunadamente Estoico llegó a tiempo antes de que la bestia atacara a su hijo, el jefe de Berk le dio un puñetazo en la cara al dragón y ambos salieron desprendidos del lado derecho de Hipo y de los demás. La Pesadilla Monstruosa dejó escapar unas chispas de fuego, indicando que se le había acabado y solo así Estoico pudo combatirlo, asestándole un par de golpes que logró ahuyentarlo.

Para cuando los demás se congregaron en torno al jefe de Berk, el poste sobre el cual se ocultaba Hipo, salió disparado ocasionando más desastres en la isla berkiana.

—Lo siento, papá —murmuró cabizbajo el vikingo, luego de observar horrorizado todo lo que había causado—. Pero le di a un Furia Nocturna.

» No como las últimas veces papá, esta vez en verdad le di. Estaban ocupados y tuve un tiro libre y cayó cerca de Punta Cuervo, ¡vamos a buscarlo para que veas! —agregó señalando detrás de él, mientras su padre emprendía el camino sujetándolo detrás de su camisa.

—¡Basta! —ordenó Estoico deteniéndose, se giró para quedar frente a él, le miró entonces furioso de tener que pasar por lo mismo una y otra vez—. Ya, basta.

» Siempre que pones un pie fuera se desata el desastre, ¿no entiendes que tengo problemas mayores? ¿Esta es la forma de darle bienvenida al rey y a la princesa de Kain? —Hipo frunció el ceño sin saber quiénes eran ellos realmente, había escuchado de su tregua años atrás, pero nunca había pensado en verlos personalmente—. El invierno está muy cercas y tengo todo un pueblo que alimentar.

—Aquí entre nos, al pueblo le hace falta menos alimento —contestó, tratando de aligerar el ambiente; uno de los vikingos que estaba justo detrás de él se tocó el estómago y retrocedió ante las palabras del joven.

—Esto no es un juego, Hipo. —Estoico soltó un suspiro derrotado, tener la obligación como jefe de Berk y padre de Hipo requería su atención todo el tiempo—. ¿Por qué no puedes obedecer las más simples órdenes?

—No puedo evitarlo, papá —replicó Hipo—. Veo un dragón y tengo que asesinarlo, es lo que soy, papá.

—Ay, Hipo. —Su padre se llevó la mano a la frente asintiendo ante sus palabras—. Eres muchas cosas, pero un cazador de dragones no eres. 




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