τρία
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SAPHIRA y yo nos encontrábamos paseando por el barco. Habíamos sido las primeras en levantarnos. June era la que estaba haciendo la guardia en esos momentos, y Aeryn —que fue la que más tarde se acostó— e Ilaria todavía seguían durmiendo.
—¿Qué tal has dormido? —me preguntó—. Yo podría acostumbrarme a vivir en un barco. Desde aquí tienes una perspectiva muy diferente a la de en tierra firme.
—Afortunada —le dije, sonriendo a medias—. Yo, como no tengo el privilegio de tu gran agilidad, me he pasado casi toda la noche intentando no caerme de mi hamaca.
—Eso está claro. Por todos los dioses, parece que no hayas pegado ojo.
Vi mi reflejo en un cristal de una ventana e intenté peinarme el pelo con las manos como si, de alguna manera, eso pudiera mejorar mi aspecto.
—Entonces —dijo cambiando de tema—, ¿no eras tú la que roncaba?
Bufé por lo bajo y la empujé. Casi la hago chocar con unos minotauros que transportaban unos barriles mu pesados para llevarlos a la bodega, pero la agarro a tiempo de la mano y tiro de ella.
—Te referirás a June. Parece que tenga un tigre ahí dentro.
Las dos soltamos varias carcajadas y, de repente, casi nos tropezamos con un niño rubio que se encontraba escribiendo cosas en una libreta.
Saphira, con sus increíbles reflejos, logró que las dos no llegáramos a trastabillar.
—¡Llevad más cuidado! —nos espetó—. Aquí todo el mundo está loco.
La confusión que teníamos Saphira y yo no podía ser menos evidente.
—Y mi primo no es la excepción —farfulló para él mismo—. Se pasa cada segundo tallando su espada de hojalata como una linterna mágica.
Inmediatamente, mis ojos recorrieron esa parte del barco hasta dar con un chico que tenía el pelo azabache y tallaba una espada majestuosa. Tuve que ser demasiado evidente, pero ya sabes que las espadas son mi debilidad, kabiba, porque Saphira se dio cuenta.
—Anda, ve y háblale —me insistió—. Si se lo preguntas educadamente, seguro que te deja casarte con su espada.
Puse los ojos en blanco, pero terminé acercándome hasta él.
Estaba hablando con Reepicheep, no tardó en captar mi presencia. Me miró con el ceño fruncido y me inspeccionó entera con la mirada. Entonces, abrió mucho los ojos y casi suelta una maldición:
—¡Tú eres la que me dejó en el calabozo!
—Em, sin resentimientos.
Él frunció el ceño, y pareció que entró en un colapso mental. Reepicheep tuvo que intervenir.
—Majestad —le dijo, a lo que yo fruncí el ceño con confusión—, ella es Gadea, la Guardiana de Roswald que peleó ayer contra la reina Ilaria. Él es el rey Edmund, Gadea, uno de los cuatro reyes de antaño de Narnia.
Casi se me cae la cara de la vergüenza al darme cuenta de lo que había hecho anteriormente. Me faltó tiempo para clavar una de mis rodillas en el suelo.
—Lamento mi comportamiento anterior, su majestad, espero que pueda llegar a perdonarme a mí y a mi compañera.
Si me hubiera atrevido a alzar la cabeza, me habría dado cuenta de que parecía un pez fuera del agua. Inmediatamente se levantó y gesticuló con los brazos, sin saber realmente que hacer.
—Por Aslan, levántate —me dijo, más a modo de súplica que de orden—. Por favor, no me trates de su majestad, ni de alteza o rey... Solo Edmund.
Poco a poco me levanté, sin estar del todo convencida. Intercambié una mirada de confusión con Reepicheep.
—El rey Edmund es muy compasivo con todo el mundo.
Él puso cara de hastío.
—Puedes sentarte si quieres.
Más o menos me quedé conforme con la respuesta de Reepicheep.
—¿Te comportas así siempre?
—Me entrenaron para que tuviera claro quiénes eran mis superiores —le respondí, con confusión por su asombro—. No sé cómo será en Narnia, alteza, pero en Rosward es lo más normal del mundo entrenar así a los soldados.
—Pero, pero... ¡Eres una Guardiana!
—Por eso mismo...
—¡Se supone que peleáis mejor que cualquier hombre, o rey sobre la faz del mundo! No entiendo por qué parece que estéis dispuestas a hacer todo lo que os ordenemos.
Las palabras de Edmund eran tan obvias para mí que me costó darme cuenta de que me hablaba en serio.
—Pero nosotras no somos reinas. A los tres años nos separan de nuestras madres, y a los cuatro empieza nuestro entrenamiento. A los cinco nos hacen jurar que protegeremos con nuestras propias vidas a los habitantes de Roswald y a la princesa, que en un futuro se convertirá en reina. Es simple.
Pero a él le pareció todo lo contrario.
—¿Que a los cuatro años qué? Pero cómo que empezáis a entrenar, si ni siquiera sabríais escribir... —abrió aún más los ojos—. Espera un momento, ¡cómo que a los tres años os separan de vuestras madres!
Miré a mis lados, temiendo que entrara en una especia de ataque de pánico que ni siquiera sabía el motivo de por qué había comenzado.
—Es lo normal...
—¡Debería ser ilegal!
—Las volvemos a ver a los dieciséis años, si siguen vivas, cuando finaliza nuestro entrenamiento.
Esta vez se quedó sin palabras, y miré a Reepicheep pidiéndole ayuda silenciosamente.
—Rey Edmund, si me permite... —intentó decirle, para tranquilizarlo. Pero este se puso de pie.
—¡No! No puedes no ver a tu madre en... qué eran... ¡trece años! ¡Es antinatural!
Le puse una mano en su hombro.
—Puede que usted se haya criado de otra manera, pero en Rosward, para una Guardiana, sus compañeras y reina son su única familia. Somos como hermanas, y sé que no llegaré a amar a alguien tanto como las amo a ellas.
Tanto como llegué a jurar amarte a ti, kabiba, pero ya ves cómo acabaron las cosas.
Saqué la cantimplora que tenía agarrada a mi cinturón y se la tendí.
—Beba agua, le sentará bien.
—Necesitaré cinco litros de vino para asimilar esto.
Sin embargo, le pegó un buen trago a la cantimplora.
Entonces escuchamos cómo unos miembros de la tripulación se reían porque, justamente con el niño con el que casi chocamos Saphira y yo, estaba hablando nada más y nada menos que con una gaviota.
—¿Está seguro de que es familiar suyo, alteza?
—Espera, ¿qué? Pero si no os parecéis en nada.
—Es mi primo Eustace —musitó.
Desde aquí pude oír la gran carcajada que dejó escapar Saphira, que se encontraba a su lado, y ahuyentó a la gaviota con las manos.
Eustace se metió en la bodega y pude ver cómo Reepicheep iba tras él.
Entonces me fijé en la espada que sostenía Edmund, volviendo al motivo principal por el que me había acercado a él.
Tenía restos de coral y salitre debido al tiempo que llevaba expuesta al mar. A pesar de todo, el filo, que era lo que primero había limpiado, le devolvía una imagen perfecta de su cara.
—Es majestuosa.
Noté cómo Edmund miraba con orgullo a su nueva espada.
—Cuando termine de afilarla quedará genial —corroboró.
Y entonces, tal y como habían desaparecido, Eustace salió corriendo de la bodega con Reepicheep detrás de él.
Le dio una estocada con su espada en la camisa de Eustace, haciendo que se viera un bulto naranja que tenía en la barriga.
—Eso fue por robar. —Dio otra estocada—. Eso por mentir. ¡Y esto para que no lo olvides!
Le golpeó con la naranja en la cara. Eustace, enfadado, intentó devolverle el golpe.
Era de esperar que Reepicheep, como gran ratón que es, esquivara el golpe con gran facilidad.
—¡Eso es! ¡Esto ya es un duelo!
Miré a Edmund.
—No sabía que a vuestro pueblo le gustaran tanto los duelos.
—Llevan mucho tiempo en el mar —trató de excusarse.
Reepicheep se lo estaba pasando en grande. Esquivaba los golpes mientras hacía correr a Eustace por todo el barco.
—¡Deja de mover tus brazos como un pelícano borracho! ¡Compostura!
Siguieron igual durante un rato: Eustace daba estocadas al aire y Reepicheep se burlaba. Pero enseguida, por casualidades del destino, en ese momento salió Ilaria, probablemente por el escándalo que habíamos montado.
Eustace trastabilló con la espada en el aire, y todavía no sé cómo llegué hasta allí a tiempo para parar el golpe con mi mano izquierda.
Por fortuna, Eustace no cayó al suelo, por lo que la herida no fue tan profunda como podría haberse esperado. Hice una mueca de angustia, mirando mi mano ensangrentada y el filo de la espada decorada con un color escarlata.
Eustace se fue apartando, palideciendo al momento, y tropezó con un cesto tirándolo al suelo.
Aeryn fue la primera que llegó has mí, cogiéndome la mano de inmediato. Pero antes de que mi amiga pudiera empezar a dar instrucciones a todo el mundo para que me curaran la herida recaímos en que había una niña dentro del cesto que había volcado Eustace.
—¿Gael? —un hombre de la tripulación se hizo paso hasta la niña—. ¿Qué haces aquí?
Se acercó hasta ella y la envolvió entre sus brazos. Mientras el capitán se acercaba, Aeryn todavía sujetaba mi mano en el aire, pero la atención había pasado hacia Gael.
—Bienvenida a la tripulación —terminó diciendo mientras le entregaba la naranja que había lanzado Reepicheep momentos antes.
Lucy, la hermana de Edmund, se la llevó a su camarote para prestarle ropa. La tripulación volvió a sus quehaceres y, intentando aprovecharme del momento de distracción, me zafé del agarre de Aeryn.
Pero en eso no tuve tanta suerte, porque cuando ya había dejado atrás a las Guardianas alguien me agarró de mi mano herida.
Era Caspian, pero ya era demasiado tarde para disimular el gemido de dolor que había dado cuando que cogió de la mano. Su cara pasó de la extrañeza a la preocupación en cuestión de segundos.
Había manchado su mano de sangre.
—Perdone, majestad, ahora iba a ir a...
—¿Qué te ha ocurrido?
—Ha sido sólo un accidente. No tiene importancia.
Ni hasta a mi misma era capaz de mentirme, kabiba. La herida era horrible. No había sido tan profunda como para dañar alguna vena importante o perder la movilidad de los dedos, pero se notaba cómo el filo de la espada se había hundido en mi piel y la sangre salía a borbotones.
Intenté hacerme paso, pero no me dejó. Me agarró de la otra mano y tironeó de mí para que lo siguiera.
—¡Oye!
—Vamos a ir a que te curen eso.
Volviendo tras mis pasos, me encontré al resto de Guardianas y a Ilaria buscándome entre toda la tripulación. Fue Aeryn la que recayó en mi presencia.
—¡Oh, tú, cómo te atreves a intentar escabullirte! —bufó molesta al aire—. June, ya sabes lo que tienes que hacer. Saphira, hazme el favor y tráete un cubo de agua de mar.
—Eres una exagerada.
Casi pude ver cómo se le marcaba una vena del cuello.
—¿Perdona? —me contestó con retintín y agitó mi mano frente a mi cara—. ¿Pero tú te has visto esto?
—Parece que hasta te preocupas por mí.
Aeryn dejó caer mi mano con muy poca delicadeza y se apartó de ahí refunfuñando. Ilaria me dio las gracias, pero yo le quité importancia rápidamente. Sin más remedio, me dejé atender por June, que era la única que sabía sobre sanación, mientras intentaba ignorar la mirada que me dirigía Aeryn de molestia a lo lejos.
Sin darme cuenta y pillándome desprevenida, June me metió la mano en el cubo lleno de agua de mar. Lo había hecho a traición, la maldita, y me dolió mil veces más el contacto de la herida con sal del agua que cuando la propia espada se clavó en mi piel.
—Me callo lo que iba a decir porque adoro a tu madre, June.
Ella sonrió a medias, sin perder la concentración mientras machacaba unas hierbas en un pequeño mortero que llevaba en su bandolera. Me secó la mano con una toalla dando golpecitos pequeños alrededor de la herida y la cubrió entera con la pasta verde que acababa de preparar.
La vendó haciendo tanta presión que pensé que no me llegaría la sangre hasta los dedos y me dio un paño con el que me indico que no dejara de hacer presión durante, al menos, un cuarto de hora.
«Serías incapaz de aguantar más», me habrías dicho.
Y tienes razón. La paciencia nunca fue uno de mis fuertes, kabiba, tú lo sabes bien.
La reina Lucy, la Valiente, me ofreció beber unas gotas de su poción. No sé tú, pero justamente la poción de la reina es una de las cosas que se me quedaron grabadas en la mente.
—Es muy amable, su alteza, pero le recomiendo que lo aproveche en otra persona que no sea yo. Confío plenamente en los remedios de mi compañera —le dije—. Además, afortunadamente soy diestra.
Cuando iba a levantarme de ahí, Eustace —que andaba porque Edmund lo empujada desde detrás— y Reepicheep, se quedaron plantados delante de mí.
—Siento mucho lo que ha ocurrido, Gadea —se disculpó Reepicheep, avergonzado—. Si hubiera llevado más cuidado no le hubiera ocurrido nada.
Sonreí enternecida, y cuando iba a decirle que olvidara lo ocurrido Edmund carraspeó y sacudió del hombro a su primo.
—Tú también ibas a decirle algo, ¿verdad, primo?
—Yo también lo siento. He sido muy poco cuidadoso.
Les enseñé mi mano vendada, pero rápidamente June volvió a agarrármela y a hacer presión por mi sobre la palma de la mano.
—No os preocupéis por nada —les tranquilicé—. Los accidentes ocurren.
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A lo lejos vemos tierra firme y desembarcamos para pasar la noche.
Aparentemente es una isla desierta, por lo que decidimos explorarla cuando se haga de día. Si los lores de los que habla Caspian fueron por aquí tendrían que haber parado en esta isla sí o sí, por lo que esperamos encontrar alguna pista suya.
Hace bastante calor, por lo que decidimos que no hace falta encender ninguna hoguera. Y personalmente, lo prefiero así.
—Hola.
Lucy se sienta a mi lado, mientras el resto del mundo está comenzando a dormirse.
—Su majestad —le digo—. Debería intentar descansar. No sabemos lo que podemos encontrarnos al amanecer.
—¿Qué tal está tu herida?
—Muy bien. Mañana seguro que ya ha empezado a cicatrizar.
Frunció el ceño con confusión, y entonces me di cuenta de que me había ido de la lengua, kabiba.
—Pero, si la herida estaba...
—June utiliza hierbas que solo hay en Roswald —le expliqué—. La mezcla que me ha puesto está compuesta de plantas con grandes capacidades de sanación.
Asintió, con fascinación.
—Se nota que os queréis mucho entre vosotras. Edmund me ha contado que os separan de vuestras madres a muy temprana edad. Yo no sé que haría sin ver a nuestros padres durante tantos años.
—No tiene por qué preocuparse por esas cosas, majestad, a usted no le ocurrirá nada de eso. Cuantas menos personas quieras más fácil es entregarte en cuerpo y alma a tu deber de proteger a la familia real.
Nos quedamos en silencio durante un rato. Uno de los bultos que rodeaba a Ilaria se levantó, dándome cuenta de que era Aeryn, y vino hasta nosotras.
—Haré yo la guardia —me dijo—. Ahora, haz el favor de descansar.
No quise llevarle la contraria. Lucy se dejó caer cerca de Gael y su hermano, y yo apoyé mi cabeza en las piernas de Aeryn mientras el sueño me iba arrastrando.
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