δύο
❈
ESTAMOS a bordo del Viajero del Alba, un navío impresionante que ni siquiera nuestras ensoñaciones de imaginarnos un barco de Roswald hubieran rozado la realidad.
Hemos logrado que nos den un camarote para las cinco. Es pequeño y a malas penas caben las hamacas en las que tenemos que dormir, pero al menos nos libramos de las miradas obscenas que nos pueden llegar a dedicar el resto de la tripulación. A pesar de que el rey Caspian ha asegurado que nadie se atrevería a tocarnos no puedo evitar preocuparme. Es una parte de mi personalidad, supongo.
Tu hermana está bien, kabiba, cansada pero bien. Con sólo unas monedas de oro y su espada se subió a un barco que desembarcaba hasta esa terrible isla de esclavos.
El sol y el vaivén del barco me provoca modorra, pero de un trago me bebo lo que quedaba de vino en un vaso que hace unos diez minutos me había ofrecido un minotauro. Estoy montando guardia mientras Ilaria y el resto de Guardianas descansan.
Pero entonces mi empeño de velar el sueño de mis compañeros se esfuma al divisar un ratón. Mide unos treinta centímetros y es igual de rechoncho y adorable que aquel al que rescataste en uno de tus jardines, kabiba. Lleva una pluma roja adornando una de sus orejas, y un cinturón cruza de su hombro hasta su cintura donde guarda una espada diminuta.
No lo puedo evitar, y olvido que estaba montando guardia y que la tripulación me estaría viendo. Me arrodillo para verle más de cerca y lo miro con adoración.
—Eres real —lo susurro más para mi misma que para él, pero está claro que me ha escuchado. Los ratones se fueron cuando terminó la época dorada en Rosward, así que no me creía que tuviera el honor de volver a ver a otro en esta vida—. Es un honor estar ante usted, gran ratón.
Me miró con confusión, kabiba, como si nunca se hubiera visto ante esta situación. Y el resto de la tripulación me miraba como si haber estado tanto rato al sol me hubiera afectado al cerebro. Sin embargo, ninguno se atrevió a decirme nada, hasta que la carcajada del rey Caspian cortó el silencio.
Había estado tan inmersa en contemplar al ratón que no había percibido la presencia de Saphira hasta ese momento.
—En Roswald veneramos a los ratones, Majestad —le explicó a Caspian—. Si Gadea hubiera prestado más atención en las clases de Cultura de otros Reinos...
Puse los ojos en blanco y la golpeé amistosamente en el brazo.
—El honor es todo mío —volví a mirar hacia abajo y vi que el que me estaba hablando era el ratón—. Siempre he admirado las historias que contaban de vuestro legendario manejo de espada, tal vez podríamos intercambiar algunas tácticas...
—¡Por todos los dioses de cielo, sí! —Me di cuenta de que lo había dicho con más entusiasmo del necesario y, cohibida, intenté rectificar—. Quiero decir... será un auténtico placer.
Toda la tripulación no cabía en su asombro, y a mi lado, Saphira, intentaba mantener la compostura lo mejor que podía. Mi compañera me palmeó el hombro y me sonrió.
—Anda, yo te relevo. Puedes ir a hablar un rato con él.
Dudé, pero al final terminé aceptando, brindándole una sonrisa. Antes de que nos fuéramos Saphira hizo una reverencia de medio cuerpo —mucho más digna que mi reacción— y se quedó frente a la puerta de nuestra habitación plantada como una estatua.
El ratón y yo nos dirigimos hasta la proa del barco, donde nos sentamos en unos barriles de comida que aún no habían llevado a la bodega.
—Mi nombre es Reepicheep. ¿Y el suyo, noble Guardiana?
Mi corazón se estremeció de ternura ante sus palabras, y fui incapaz de negarlas. Me ha llamado noble Guardiana, algo de lo que ya no soy merecedora de llamar.
—Gadea.
Y a partir de las presentaciones cayó una lluvia de preguntas sobre mí.
«¿Es verdad que ayudasteis a la primera reina de Rosward a construir su reino?»
«Técnicamente, fueron nuestras antepasadas, y ocurrió hace mucho tiempo así que...»
«¿Alguna vez has estado en Narnia?»
«No, esta ha sido la primera vez»
«¿Le has servido a alguien antes que a la reina Ilaria?»
A ti, kabiba, y te fallé.
Reepicheep fue capaz de sentir mi pesar —una capacidad fascinante de los ratones, si se me permite añadir— ya que no añadió nada más y arreplegó su cola, sintiendo aprensión hacia mí.
—Sea quien sea sé que no se arrepentiría de haberte tenido como Guardiana —me dijo—. Quién sabe, tal vez ahora se encuentre en la tierra de Aslan...
—¿La tierra de Aslan?
—Sí. Dicen que se encuentra en el propio fin del mundo.
Me quedé absorta mirando cómo las olas chocaban con la cubierta del barco, y me di cuenta de que solté algunas lágrimas. En ese instante no me sentí avergonzada, si no asustada. Las Guardianas no lloramos, kabiba, nos entrenaron desde que nacimos para que no mostráramos lo que nos hacía vulnerables.
Pero los recuerdos se agolparon en mi mente como si fueran fantasmas que no querían dejarme en paz.
—A Aslan. ¿Lo conoces?
—Afortunadamente —me contestó, agarrándose la cola con una pata—. Él fue el que me regaló mi nueva cola.
—¿Una nueva cola?
—Oh, sí, es una historia increíble que...
El grito de June interrumpió lo que iba a decirme.
—¡Gadea, te estaba buscando! —jadeante, llegó hasta nosotros y me agarró de una muñeca—. ¡Vamos, Ilaria quiere que nos presentemos formalmente ante la tripulación!
❈
—Sé que nuestra unión a la tripulación ha sido algo inesperado, pero yo y mis Guardianas estamos dispuestas a colaborar con todos vosotros y pelear para defender este barco de ser necesario.
Me pregunté cuándo había madurado tanto. Ya no eran las palabras de una princesa, kabiba, si no de una auténtica reina.
—Estas son mis Guardianas: June, Saphira, Gadea y Aeryn —nos fue presentando—. En caso de necesitar algo, no dudéis en recurrir a todas nosotras.
Para mi sorpresa y la de mis compañeras, que no estamos acostumbradas a cómo se comportan los narnianos, nos resultó de lo más extraño que empezaran a vitorear las palabras de Ilaria.
A uno de ellos se le escapó la palabra "duelo", que al darse cuenta se quedó completamente inmóvil esperando una mala reacción de parte de Ilaria. Para su fortuna, Ilaria siempre fue una persona diplomática y de buen carácter, por lo que se encogió de hombros y aceptó la propuesta.
La tripulación vitoreó el nombre de su rey; Caspian.
Él, no muy convencido por cualquier tontería como su moral de rey de "no atacar a mujeres", titubeó en agarrar su espada.
Antes de que a Ilaria le diera tiempo a hacer algo, las cuatro nos pusimos frente a ella.
—Cualquiera de nosotras estará dispuesta a pelear en su lugar si así lo desea —le dije.
—No os preocupéis tanto, mis queridas Guardianas —nos respondió brindándonos una sonrisa—. Todavía sé blandir una espada como es debido. Además, será sólo un duelo amistoso.
Tiró su capa al suelo con un movimiento ceremonioso y desenfundó su espada para plantarle cara a Caspian. Él todavía estaba indeciso en si eso era buena idea, por lo que fue Ilaria la que dio la primera estocada.
Él se vio obligado a pararla, y atacó con más seguridad esta vez.
Caspian tenía un manejo increíble de la espada que muchos guerreros envidiarían, pero en mi mente nunca se presentó la oportunidad de que tu hermana pudiera perder, kabiba.
La tripulación, que había formado un círculo alrededor de Caspian e Ilaria, tuvo que ir apartándose según iba avanzando el duelo.
Ilaria se movía con gracia y soltura, como si se tratara de alguna clase de baile que únicamente ella conociera. Sólo apoyaba los dedos de los pies para ganar agilidad y rapidez, y duraba tan poco en el mismo sitio que parecía que estuviera dando saltitos.
Finalmente, su momento llegó. Aprovechándose de que el sol le daba en la cara a Caspian, pasó una de sus piernas por debajo de los pies de él, haciéndole caer de bruces al suelo. Y, antes de que pudiera siquiera intentar levantarse, Ilaria ya le apuntaba con su espada en el cuello.
Los narnianos soltaron una exclamación ahogada entre la sorpresa y la conmoción.
Ilaria le tendió una mano que él aceptó con una sonrisa y volvió a ponerse en pie. Reconocí al chico al que abandonamos June y yo en el calabozo, que le palmeó la espalda a Caspian todavía sorprendido de cómo se habían llevado a cabo los sucesos del duelo.
Pero cuando todo parecía haber acabado y el capitán estaba a punto de ordenar a la tripulación que volviera a sus tareas, Reepicheep habló.
—Su Majestad —dijo refriéndose a Ilaria—, siempre he admirado las cosas que decían sobre la manera de pelear de sus Guardianas. Si no sería mucha molestia...
Ilaria lo pilló al vuelo.
—Nunca me niego a un buen duelo, Reepicheep. Gadea, ¿me harías el honor de pelear contra mí?
Me quedé paralizada. Podría haber elegido a June, que habría creado un auténtico espectáculo con sus polvos, o a Saphira, que se le daban especialmente bien las acrobacias. Incluso a Aeryn, que se mueve con más brusquedad que el resto pero que cada uno de sus golpes es certero.
Sin embargo, intenté reunir todo mi aplomo y di un paso adelante.
—El honor es mío, mi señora.
Yo también me aparté la capa desabrochándome unos botones. Quedaron a la vista la camisa blanca que llevaba y unos pantalones negros que eran lo suficientemente cómodos para no entorpecer mis movimientos.
Saqué mi espada y esperé a que fuera ella la que atacara primero.
Al principio, simplemente fui esquivado sus golpes, analizando cada uno de sus movimientos.
A lo largo de los años, Ilaria había mejorado muchísimo con la espada. Pero ella aprendió a pelear por necesidad; yo prácticamente nací con una espada entre mis manos.
Cuando me cansé de limitarme a esquivar y parar los golpes, decidí que era hora de que comenzara el espectáculo.
De un salto acabé sobre uno de los barriles. Ilaria le dio una patada, provocando que fueran cayendo como las piezas de un dominó, y obligándome a ir saltando de una en una. Cuando aterricé en el suelo me agaché para evitar una de sus estocadas.
El sudor caía por la frente de ambas, y nos miramos tratando de analizar el próximo movimiento de la otra. Esta vez fui yo la que atacó primero. Volví a utilizar la táctica de la isla de esclavos: hacerles creer que atacarás por un lado y luego sorprenderlos por el otro.
Aparentemente funcionó, pero logró que ambas cayéramos al suelo.
Rodeé su hombro con mi pierna para impulsarme y poder dar una voltereta que me dejara sobre ella. La tripulación nos vitoreaba a ambas, disfrutando del espectáculo.
Y entonces, mientras sujetaba a Ilaria de las manos, ella logró darme en el costado con su pierna, provocando que cambiáramos las posiciones. Rápidamente se sacó un cuchillo de la bota y me lo dejó frente a mi cuello.
Sonreí, vencida, y acepté la mano que me daba para que ambas nos levantáramos.
La tripulación estalló en aplausos, y entonces Ilaria me rodeó los hombros en lo que al principio no parecía más que un inocente abrazo.
—¿Por qué me has dejado ganar? —susurró.
Se había dado cuenta, kabiba. Es tan suspicaz como tú.
—No creo que sea lo más conveniente que un rey la vea perder contra alguien que no es noble. Y más cuando usted le ha ganado anteriormente. Por ridículo que parezca, suele afectar bastante a su orgullo de hombre, mi señora.
Ilaria me apretó el hombro cariñosamente.
—Pasarán los años y seguirás sin llamarme por mi nombre, mi querida Guardiana.
Le sonreí antes de recoger mi capa y volver a ponérmela.
—Hay ciertas cosas que están destinadas a no cambiar.
❈
Mi turno de vigilancia ha terminado, y ahora es Aeryn la que se encuentra en la puerta. Yo, sin embargo, soy incapaz de dormir, por lo que me encuentro en la cubierta del barco. Me relaja escuchar cómo las olas chocan con la madera y el olor a salitre inunda mi nariz.
A pesar de ser de noche, soy capaz de advertir la presencia de Caspian a mi espalda.
—Su alteza —le saludé, agachando la cabeza.
Estaba dispuesta a marcharme, pero entonces su voz se mezcló con el sonido del viento y me quedé quieta.
—Eres esa Guardiana, ¿verdad?
«Lo ha descubierto», es lo primero que pienso. Sin embargo, mi semblante permanece impasible.
—Hay muchos rumores sobre todas nosotras, su majestad. Entenderá pues, que no sepa a lo que se está refiriendo.
Espero que no sea lo que creo que está pensando.
—Dicen que una de las Guardianas asesinó a la princesa Rohana, la verdadera heredera de Roswald. Dicen que una de vosotras se volvió contra ella, pero nunca se llegó a saber quién fue.
Sus palabras fueron como si hubieran hecho una raja en mi pecho y hubieran metido una mano para estrujar mi corazón. Hacía mucho tiempo desde que alguien había dicho tu nombre en voz alta, Rohana, kabiba mía. Y ahora me doy cuenta de que no estaba preparada para escucharlo.
Me quedo helada. Quiero que pare, pero no lo hace:
—He oído las historias —continúa—. He oído los cantares. Se refieren a ella como la Terrible Guardiana. Que se mueve al ritmo del viento y es tan letal como la llamarada de un dragón. Te he visto pelear, y has dejado que gane Ilaria. ¿Eres tú?
Terrible Guardiana. Me lo merezco. Cantan cantares sobre nosotras, querida amiga. Ahí donde lo ves, el rey de una nación con la que no hemos tenido contacto desde hace siglos sabe quién eras, sabe lo que hice. Y ¿cómo voy a negarlo? Terrible Guardiana. El nombre me viene de maravilla.
—Sí, alteza. Ahora que lo sabe, qué, ¿me tirará por la borda?
Él se echa a reír, cortando la quietud que había en el barco a esas horas de la noche.
—¿Así que son ciertas? ¿Todas esas historias?
—Como dice el poeta, las historias son verdades que se cuentan a través de mentiras.
—No creo que la mataras —repuso.
—Si me permite decirlo, creo que está confiando demasiado en una desconocida.
Caspian se encogió de hombros, sin querer rebatírmelo. Quise gritarle que no podía estar tranquilo. Acababa de confesarle la verdad, kabiba, que yo soy tu única y verdadera asesina. Y parecía no haberle afectado en nada.
—Me retiro a mi camarote —dijo al fin—. Deberías ir a descansar también, te esfuerzas demasiado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top