δεκαπέντε
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SAPHIRA fue la primera en incumplir una de las principales normas de los duelos: intervenir.
Sin que a ninguna nos diera tiempo a reaccionar, saltó la valla que separaba las gradas flotantes del ring apoyándose con una mano. En menos de un parpadeo llegó a la altura de Rowena y la envolvió con sus finos brazos, como si tuviera miedo de que fuese a esfumarse.
A ella le tomó varios segundos frotar torpemente la espalda de Saphira, que subía y bajaba debido al llanto.
Después de todo, el vínculo que ella había forjado con Rowena era más fuerte que el del resto. Era como el que teníamos Rayen y yo, puesto que en el pasado Saphira fue la protegida de Rowena. La diferencia era que Saphira pensaba que Rowena había muerto noblemente protegiendo a la reina Serena; yo sabía que Rayen había sido condenada al exilio por un crimen terrible.
Toda la ira que pudo haber albergado el cuerpo de Rowena se esfumó. Ahora sólo quedaba una mujer cansada que había dejado de encontrarle sentido a pelear. Se había rendido. O, sin saberlo, puede que ya lo hubiera hecho desde hace mucho tiempo.
Me recuerda un poco a mí.
Pero me obligo a deshacerme de esos pensamientos. Rowena vio morir a sus compañeras; a sus hermanas. En cambio, yo fui la que ocasionó tu muerte, kabiba, y la culpa sólo recae en mí.
Caspian apretó mi mano, y entonces fui consicente de que no la había apartado en todo este tiempo.
—Sea lo que sea, no ha sido culpa tuya.
No sabía si ponerme a reír o llorar.
—Majestad, siento ser descortés pero, ¿cómo sabe en lo que estoy pensando?
—Tienes esa mirada —me dijo, acercándose a mi oído para que nadie más nos escuchara. Aunque, con el alboroto que acaba de ocurrir, dudo que se fijaran en nosotros—. Ya sabes, a veces te quedas demasiado tiempo quieta y pensativa. Sueles parecer triste y, bueno, debido a que la mayoría de tus pensamientos son para echarte la culpa sobre algo...
—¡Eso no es verdad! —medio susurré, intentando no alzar la voz.
—Ya.
Bufé irritada y miré hacia otro lado.
—Y, por cierto, creía que habíamos dejado de lado las formalidades.
June nos chistó sin siquiera dirigirnos la mirada, ya que no quería perderse nada de lo que estaba sucediendo.
Rowena logró apartar a Saphira sin ser demasiado brusca, poniéndola detrás de ella en una posición estratégica para que no viéramos el resto de lágrimas que había por sus mejillas. La ex Guardiana hizo desaparecer los abanicos que tenía entre sus manos y avanzó hacia Rayen, que continuaba con su báculo entre las manos.
—Explícate.
Su voz sonó fuerte y decidida. Sin embargo... ya no había odio.
—Por todos los dioses, sabes a lo que me refiero.
—No —dijo, remarcando cada palabra—. Ayudar a los narnianos nunca ha estado por delante de Roswald.
La respuesta de Rayen nunca llegó. Los secretos que escondía siempre serían más que unas palabras, su carga siempre sería más pesada. Para Roswald, yo soy la Terrible Guardiana (aunque, realmente, nadie sabe cuál es la Guardiana sobre la que se refieren los cantares). Ella es La Traidora. Definitivamente, somos una pareja encantadora.
Nadie nos preguntó. Nadie quiso escuchar lo que ocurrió. Sólo hubo silencio y miradas recriminatorias. Siempre era igual. Siempre.
Pero la mirada de Rowena sólo transmitía dolor. Y cansancio. Me pregunto cuántos años estuvo así. Aunque, en realidad, podría decirlo sin equivocarme. Desde que murió Serena de Azhmir —o, al menos, desde que ella despertó y se dio de lleno con la realidad. Su reina había muerto. Sus compañeras también. Y Rayen había huído.
Y, por supuesto, ella estaba viva.
Sería estúpido decir que no la comprendo.
Las dos tuvieron una pelea de miradas durante la cual se podía percibir la tensión a la perfección. Rowena sonrió secamente, como si se estuviera riendo del mundo entero. Como si se estuviera riendo de su propio destino.
Miró hacia las gradas y anunció:
—El duelo ha terminado.
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Estábamos de vuelta en la casa de Rowena y la incomodidad era notoria.
La única que parecía alegre de ver a Rowena era Saphira.
El resto nos alegrábamos de ver que estaba viva, claro, pero de un momento a otro las cosas se habían complicado más de lo necesario.
Rayen había perdido. Rowena había ganado.
—Las condiciones del duelo incluían a diferentes personas —expuso Ilaria con firmeza—. Por lo que el acuerdo pierde validez.
Rowena, que le estaba dando un trago a un vaso de agua, puso una cara de hastío.
—Olvidad las condiciones —dijo ella—. He ganadao justamente, pero después de que Rayen deshiciera mi hechizo todo fue patético. —Miró a Saphira—. No lo digo por ti. —Volvió a beber de su vaso—. Podéis continuar con vuestro camino, no seré yo la que os lo impida.
—Te lo agradezco, Rowena.
Ella miró a Rayen con franqueza.
—Sinceramente, hubiera preferido no haberte vuelto a ver. Has cambiado.
—Tú también —repuso.
Rowena se apartó sus rizos pelirrojos y echó a un lado el delantal sucio que llevaba para aparentar que pertenecía a los suburbios.
—Espero que se borre de su cabeza el hecho de que he utilizado magia durante tantos años. Como podrá observar, las cosas aquí no son precisamente fáciles, y con todos los años que llevo al servicio del reino, creo que es un detalle sin nimiedad —le dijo a Ilaria, con un tono tan informal que nunca había escuchado a nadie utilizar para dirigirse a alguien de la familia real—. Y, Rayen, por el pasado que nos une, os daré una dirección segura en la que podéis pasar la noche. No esperéis ningún favor más de mí.
Buscó entre los libros de su estantería un trozo de pergamino arrugado que intentó alisar con sus manos. Lo puso sobre la mesa y, con su mano sobre el papel, comenzó a escribir con una especie de tinta mágica.
Al notar todas nuestras miradas, se encogió de hombros.
—No todo el mundo se puede permitir comprar tinta.
Le extendió el papel a Rayen, evitando que sus dedos se rozaran.
—La dirección desaparecerá en una hora. Es un método preventivo —explicó.
Ilaria avanzó hacia delante.
—Estamos en deuda contigo, Rowena. Te prometo que cuando derrotemos a Khar las cosas cambiarán.
Ella sonrió levemente, con algo más de amabilidad.
—Te pareces a Serena —le dijo. Entonces, se fijó en los reyes narnianos y volvió a mirarla—. Estoy segura de que estaría orgullosa de ti. Has logrado lo que ella siempre quiso.
Se acercó hasta Saphira, y esta vez fue ella la que le dio un abrazo. Pude escuchar un «cuídate» de parte de Rowena.
—Llevad cuidado —nos advirtió—. Khar es más peligroso de lo que parece y, a pesar de que el pueblo no esté a su favor, tampoco lo estarán del vuestro.
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Rayen volvio a ser la que lideraba el camino. El sol estaba empezando a ponerse y, a pesar de que todos sabíamos pelear, no era conveniente merodear por los barrios bajos del reino durante la noche.
En concreto, estábamos en un barrio que estaba compuesto meramente por almacenes. Rayen se detuvo frente a uno de ellos, volvió a mirar el pergamino y frunció el ceño con confusión.
—De acuerdo, tengo que admitir que no me esperaba un almacén.
—Menos da una piedra —dijo Edmund, intentando sonar positivo—. Estaría bien que no hubiera ratas, claro...
—Oh, no se preocupe —le contestó Robin, con una sonrisa—. Las ratas y ratones tienen un lugar especial en el palacio.
Sin embargo, no pareció aliviarle conocer ese dato. La reina Lucy le dio un codazo en el hombro y lo miró con réplica.
—En Roswald veneran a los ratones, ¿recuerdas?
La mirada de Edmund cambió a una de entendimiento, sin embargo, fue incapaz de hacer que su disgusto desapareciera completamente de su cara.
Rayen puso su mano sobre el candado y, procurando que nadie la viera, lo abrió gracias asu magia. Abrió una de las dos grandes puertas y nos invitó a pasar con una sonrisa. Al entrar, pudimos ver que se trataba de un almacén lleno de bolsas de patata, las cuales utilizamos de asiento para intentar acomodarnos.
Antes de que las Guardianas y Rayen fueran junto los reyes y Robin, las detuve.
—¿Podemos hablar un momento?
Nos fuimos hacia una zona algo más apartada, lo suficiente lejos como para que no pudieran escucharnos, pero lo suficiente cerca como para que pareciera que no habíamos pensado dónde colocarnos.
Las miré a todas.
—¿Por qué de repente todo el mundo sabe hacer magia? —solté del tirón, sin poder contenerme más tiempo.
Todas hicieron una mueca.
—Siempre la hemos sabido hacer —me susurró June—. Las Guardianas, claro.
—Entonces, si yo soy una Guardiana... Quiero decir, vosotras sabéis varios hechizos.
—Bueno —repuso Rayen—. Saben más hechizos que tú.
—Pues menudo alivio.
Saphira carraspeó.
—Vinimos a Roswald gracias a la magia del anillo de Rohana, pero nosotras ya habíamos hecho magia sin ese anillo.
Al ver mi mirada de confusión, Rayen volvió a tomar la palabra.
—Todas las Guardianas estudian algo de magia a escondidas —me dijo—. Mientras Rowena, Nike y Feyre les enseñaban a June, Saphira y Aeryn, tú estabas con Rohana. Después, bueno, ocurrió el accidente de Serena de Azhmir.
—A partir de ahí —contiuó diciendo Aeryn—, dejamos de practicar magia. Íbamos a retomarla, pero entonces Rohana murió...
Los sentimientos volvieron a inundarme de repente. Estaba abrumada por la información, dolida por el recuerdo de todos los sucesos que vivimos y seguía sin entender muchas cosas.
—Mira, Gadea, nos equivocamos al no contarte nada —se disculpó June—. Cuando Rohana murió, tú estabas hecha polvo, y debido al accidente que ocurrió... Bueno, las tres pensamos que la magia era peligrosa. Quiero decir, por algo la prohibieron. Entonces no quisimos decirte nada, no queríamos remover tus heridas.
—Vale —dije lentamente—. Entonces... ¿por qué tuvimos que utilizar su anillo?
Es patético. Soy patética. Ni siquiera soy capaz de decir tu nombre en voz alta, kabiba. Entiendo que ninguna quisiera contarme esto.
—Hacía años desde que no hacíamos magia —explicó Saphira—. Sin el anillo, que nos permitía canalizar nuestra magia, habría sido demasiado peligroso aparecernos en la isla de esclavos.
—Vale.
Todas continuaron mirándome. Había algo que quería decir. Algo que tenía miedo de afrontar y descubrir el motivo.
—¿Por qué a nosotras no nos daña utilizar la magia?
Las miradas de comprensión no tardaron en ponerse sobre mí.
—Gadea. El núcleo de Roswald, al elegirnos como Guardianas, nos proporciona parte de su magia. Aunque la magia esté bloqueada (y prohibida) es inevitable que esa fracción de poder pase a nosotras —me explicó Rayen, como si tuviera miedo de herirme con sus palabras—. La magia corre por cada una de nuestras venas, con más fuerza que con la del resto de personas. A pesar de que no estudiéis magia en la academia real, está dentro de nuestra naturaleza. Es algo intuitivo que, en nuestro caso, no requiere demasiado entrenamiento.
Asentí con la cabeza.
—Está bien, lo entiendo. Garcias por habérmelo contado.
—Sentimos no habértelo dicho antes —se disculpó June de nuevo.
Las miré una a una.
—De verdad, no estoy enfadada.
Al ver que decía la verdad, las tres soltaron un suspiro de alivio y se pusieron de pie para rodearme en un abrazo. Pude ver por el rabillo del ojo cómo Rayen sonrió levemente mientras nos miraba.
Nunca la había visto tan sola.
—Guardianas —nos llamó Ilaria—. Robin y yo hemos pensado hacer una especie de cursillo de supervivencia a Roswald.
—Suena útil —respondió Caspian, con una sonrisa genuina.
June miró a su hermano.
—Tu supervivencia va a consistir en no meterte en ninguna pelea.
—Lo tenía claro. Lo proponía por la reina Lucy —le dijo—. Y, por cierto, yo también te quiero hermana.
June bufó y se sentó sobre un saco de patatas cercano al rey Edmund. Saphira, con aire conciliador, fue la que le preguntó a Lucy:
—Majestad, ¿alguna vez ha participado en una batalla?
—No de cuerpo a cuerpo.
De su capa, Saphira sacó una de sus dagas. La lanzó y la volvió a agarrar con su mano antes de extendérsela a Lucy.
—Aquí tienes —le dijo—. Es imposible que aprendas a utilizar la espada en una noche, y no es conveniente que llevemos armas como arcos o ballestas.
—La idea es que la utilices sólo en caso de extrema necesidad —le expliqué.
Lucy iba a guardársela con una sonrisa amable, sin embargo, Saphira le llamó la atención.
—Oye, ¿pensabas que eso era todo? —le preguntó—. Majestad, no tenemos intención de que se vea en la necesidad de utilizarla, pero tiene que aprender a defenderse con ella correctamente.
La sonrisa de Lucy no se esfumó, y se puso de pie casi dando un saltito.
—Ya me ocupo yo —nos dijo Saphira—. Vosotras podéis descansar mientras tanto.
Me senté al lado de Caspian, justo donde antes había estado Lucy.
Aeryn sacó de su bolsa la poca comida que nos había dado Rowena antes de marcharnos de su casa. Nos lanzó a cada uno un pequeño bocadillo de pan duro que trapamos en el aire.
—Aunque el pan esté asqueroso, coméroslo todo. Necesitamos la energía para mañana.
Al otro lado del almacén pude escuchar cómo Saphira le decía a Lucy que comerían cuando acabaran.
—Definitivamente, el pan está asqueroso.
—No te quejes, Gadea, después de haber comido fruta seca esto es soportable —bromeó Ilaria.
Todos los presentes estallamos en una carcajada.
Mirando el bocadillo, terminé de comérmelo en dos bocados, evitando sentir el pan duro en mi boca durante más tiempo.
El silencio inundó el almacén. Cada uno comenzó a pensar en algo diferente, supongo. Puedo imaginarme a los reyes narnianos imaginando a qué es lo que se tendrán que enfrentar en el peor de los casos. O a June rezando por el bienestar de su hermano. O a Aeryn pensando en lo que haría cuando acabara todo —aunque pareciera que sólo estaba pensando en June. Quizá Ilaria se sentía ahogada por la presión de la corona, o tal vez sólo pensaba en el futuro que habría compartido con Robin de no ser por mi culpa.
Ni siquiera quiero saberlo.
Cuando Saphira y Lucy volvieron a sentarse, la pequeña estaba cubierta de sudor.
—Hemos tardado un rato, pero está lista —nos dijo Saphira con una sonrisa de orgullo.
Y no se equivocaban. Todos nos habíamos quedado tan inmersos que el tiempo parecía no haber corrido, pero lo habñia hecho. Ahora era de noche y los únicos ruidos que se escuchaban era el ulular de los pájaros nocturnos y los comerciantes que estaban terminando de cerrar sus almacenes.
Aeryn le pasó un bocadillo a cada una y utilizó un saco de patatas como almohada.
—Yo haré la primera guardia —me ofrecí.
El resto no tuvo nada que objetrme. Tal vez les parecía bien, o tal vez simplemente estaban demasiado cansadas como para rebatirme algo.
—Avísame cuando pasen tres horas —me pidió Saphira—. Yo te relevaré.
Con eso, todos comenzaron a acomodarse para intentar descansar lo máximo posible. Yo desempuñé mi espada y me quedé observándola durante un rato. Su empuñadura tenía grabada un fénix —gracias a la cual Caspian descubrió de donde proveníamos. El recuerdo de ese momento hizo que una sonrisa apareciera en mi cara.
En ese momento, las cuatro estábamos enfadadas y sólo queríamos venganza. Venganza por todo el dolor, venganza hacia Khar, venganza por lo que nos habían arrebatado. Recuperar la corona de Ilaria se había convertido en algo mucho más personal para las cuatro, y eso nos llevó a intentar abandonar a Edmund y a forzar a Caspian para que nos brindara su ayuda.
A duras penas logré evitar que una carcajada escapara de mi boca.
Las Guardianas somos unas guerreras de leyenda, es verdad, pero las relaciones sociales nunca se nos dieron especialmente bien.
Saqué tu broche de uno de los pliegues de mi capa y los comparé. Ambos fénix eran prácticamente iguales, y eso me llevó a pensar en algo que nunca antes había pensado. Las espadas de las Guardianas fueron talladas con magia desde los principios del reino, tal y como fue creado tu broche, kabiba.
Si siguieras con vida y tus pulmones no se hubieran inundado de cenizas, tal vez hubieras reído ante la similitud de nuestras dos reliquias. Con no demasiado esfuerzo, hubieras logrado convencerme para intercambiarlas por un día. «Así mostraremos que nuestros corazones están unidos como el de dos hermanas, kabiba», me hubieras dicho, acompañada de tu sonrisa que lograba alegrar a todo el reino.
Trago saliva para intentar deshacerme del nudo que se estaba formando en mi garganta.
Caspian —a mi lado— se removió intentando encontrar alguna posición más cómoda, fallando completamente en el intento.
—No voy a reconocer que me imaginaba que "el lugar seguro" al que se refería Rowena sería un lugar más acogedor, pero realmente podría serlo.
Sonreí de lado, siendo consciente de que Caspian me estaba observando gracias a la luz de la luna que se colaba por los altos cristales del almacén.
—Peronalmente, prefiero esto al barco —admití, intentando no hacer demasiado ruido para no molestar al resto.
Caspian hizo una mueca que me dejó claro que él prefería mil veces el Viajero del Alba. No pude evitar pensar que, claro, teniendo un camarote personal, por supuesto que preferiría el barco.
Yo ya había tenido suficiente con la serpiente marina.
Caspian terminó por sentarse.
—Puedes descansar tú, está claro que no me puedo dormir.
—Es la primera vez que escucho que un rey se ofrezca a hacer una guardia —admití.
—¿Decepcionada?
—Sorprendida —le dije—. Eres extraño.
Sonrió de lado y, por mi propio bien, intenté ignorar las mariposas que revoloteaban en mi estómago.
—Me lo tomaré como un cumplido.
Suspiré y volví a guardar tu broche en uno de mis bolsillos.
—Le hubieras gustado. A Rohana —especifiqué—. Probablemente hubierais sido alguna clase de reyes con buen corazón que tienen una amistad extraña. Teniendo en cuenta que las relaciones entre los miembros de la corte no suelen ser reales, claro.
—La princesa a la que no mataste —dijo, con un tono cauteloso.
Dejé salir una risa casta.
—Los eruditos, poetas y escribas del reino no dirían lo mismo.
—Tú tampoco, y aun así te echas la culpa.
«Es porque lo fue», quise decirle. Pero estaba cansada. Cansada de intentar rebatírselo, cansada de sentir todos los días la misma culpa. Estaba cansada de pensar que sólo me quedaban diez años de vida y ver cómo el tiempo se me escurría entre las manos.
Estaba cansada de querer a Caspian y no poder hacer nada.
«Realmente, ¿toda la culpa fue mía?», me pregunté. Tal vez. O tal vez no. Tal vez sólo estaba cansada de repetirme la misma mentira durante tanto tiempo.
Volví a mirar a Caspian a los ojos.
Podía sentir su respiración acompasada y sus ojos llenos de compasión y cariño. De proponérmelo, podría pasar horas contando sus pestañas, observando sus cicatrices y viendo el valor con el que afronta al mundo.
El valor que me quiere transmitir a mí.
Y entonces me acerco un poco hacia él. Acallo todas las voces de mi cabeza, olvido todos los «fue tu culpa», rompo una norma más. Antes de que sea demasiado tarde, antes de que me arrepienta y ya no tenga el valor —o la desfachatez— para hacerlo, antes de que mi parte racional reaccione... lo beso.
Algunos poetas describirían un beso creando una escena romántica e idílica. Pero la verdad es que este no tiene absolutamente nada de eso.
Una de mis manos está en su mejilla, la otra se encuentra apoyada en la tela áspera de su camisa. A Caspian le tomó tan solo un instante reaccionar. Posó su mano en mi mejilla, justo a la altura de mi oreja y atrapando algunos pelos, y movió de manera suave sus labios, correspondiéndome.
Los dos estábamos sucios y con una leve capa de sudor, el único sonido perceptible eran las respiraciones de mis compañeras y el bombeo de mi corazón desbocado. A pesar de no haber besado nunca a nadie, supe que no quería que este momento fuera de otra manera.
Sus labios parecían querer transmitirme mil y un sentimientos a la vez. Con cada roce, su tacto lograba hacer que mis heridas se hicieran un poco más pequeñas y que mis cicatrices no fueran tan horribles. Sólo quería estar con él, hacer que este momento durara para siempre, evitar que nuestros caminos se separaran con la misma facilidad que se cruzaron...
Con él volvía a sentirme humana, kabiba.
¿Es tan egoísta de mi parte volver a pensar en lo que más deseo?
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