δεκαοχτώ

SIN FORMA, voy a la deriva.

     ¿A dónde va una Guardiana cuando muere? Se dice que los mortales estamos destinados a convertirnos en pequeñas estrellas, casi imperceptibles, uniendo cada estrella con otra para formar constelaciones.

     Sin embargo, las Guardianas estamos hechas de otra pasta y muchos creen que no tenemos alma. Al morir, sencillamente dejamos de existir.

     O, al menos, eso es lo que se dice. Porque yo sigo aquí... dondequiera que sea.

     Con mucho esfuerzo, logro recomponerme y descubro que sigo de una pieza. Instintivamente, mi cabeza vuelve a pensar en cómo he llegado hasta aquí, pero las respuestas son tan negras y difusas como el lugar que me rodea. Entonces, intento invocar mi magia. Encontrar un retazo, una hebra suelta que me permita reunir la energía para invocar un hechizo. Pero lo único que me recibe es el vacío de un poder que ya no hay en mí.

     Mi vida está unida a mi magia.

     Pero no estoy muerta.

     Describo un círculo completo alrededor de mí misma, pero no parece haber ningún indicio que me ayude a conocer mi localización. Y entonces la veo: lo único que se ve en leguas a la redonda.

     Una puerta, medio hundida en la arena.

     Una puerta que una vez conocí.

     La abro, porque sé que es lo que se supone que debo hacer. Sé a ciencia cierta que no estoy en Roswald, ni en las tierras de los dioses ni en el mundode los humanos. No sé dónde estoy, pero supongo que —una vez que me desplomé en el suelo— el poder de Ilaria me derribó y ahora estoy ardiendo con su fuego. Esto es una especie de alucinación fébril. Lo único que puedo hacer es seguir el camino que se abre ante mí.

     Los escalones que hay tras la puerta no están rotos ni cubiertos de ceniza como cuando la vi por última vez... o como en la versión actual de este sitio. A pesar de haber sido quemada y restaurada, la biblioteca tiene el mismo aspecto desde que la recuerdo. La luz se abre paso entre las cortinas que recubren los inmensos ventanales y las estanterías están llenas de libros en perfecto estado. Sobre un escritorio, está el libro que me llevó a convertirme en quien soy ahora. Una traidora.

     Me falta poco para empezar a reírme de mí misma. Probablemente, en estos momentos mi cuerpo esté siendo consumido por las llamas, pero yo sólo puedo tener una breve alucinación de la biblioteca de Roswald.

     Paseo por tu habitación sintiéndome ajena a mi propio cuerpo. Cuando llego al libro, me paro a contemplarlo un rato. Pero, antes de que mis manos lleguen a rozarlo, la cubierta se funde y las páginas quedan reducidas a cenizas. Retrocedo de un salto y el estómago se me encoge al imaginar lo que habría sido ver cómo un ejemplar tan antiguo se convertía en polvo. Aunque ha ocurrido. Hace años, así fue el estado en el que debió acabar el libro.

     —¿Qué está pasando? —murmuro—. ¿Qué es este sitio? ¿Y por qué no estoy muerta?

     —Ya lo sabes, por supuesto.

     Me giro y se me corta la respiración. Estás ante mí, kabiba, vestida con el mismo vestido que llevabas el día que moriste. Llevas el pelo largo y suelto con trencitas detrás de las orejas. Brillas como una diosa, pero tu cuerpo revela las manchas de cenizas de un incendio.

     —El sacrificio de una vida te liberará —entonas.

     —Yo no sacrifiqué mi vida.

     —¿Qué otra cosa se te da mejor que entregar tu vida? Deseaste morir para que todos vivieran y has hecho realidad ese deseo. Abriste la puerta a una magia que se perdió hace mucho tiempo; una magia mucho más poderosa que la que manejan las Guardianas. Un sacrificio por la libertad, ese es el Deseo Prohibido. Has hecho el sacrificio, ahora acepta las consecuencias. La libertad implica una gran responsabilidad.

     Te contemplo con la mente hecha un remolino de preguntas, pero no puedo articular ninguna. Tú te acercas con una sonrisa, como si con una sola mirada fueras capaz de saber toda la culpa que he sentido estos años, y me das un beso en la frente.

     —Vive, mi vieja amiga —dices—. Y recuerda: el amor es la magia más poderosa que existe.

     Te desvaneces cuando la sala comienza a consumirse por el fuego, como el día en el que moriste. Echo a correr, esquivando los pedruscos que se desprenden del techo. A mi alrededor caen cataratas de pergaminos en combustión que entierran saberes ancestrales. Llego a los escalones y los subo de dos en dos hasta que alcanzo la puerta, que abro de un empujón... y me topo no con un pasillo, sino con un vacío.

     Caigo a través del tiempo, atravieso mil y un mundos y regreso al mío, en el mismo instante en el que lo dejé.

     Tanto si fue a ti a quien vi realmente, kabiba, como a un fantasma invocado por mi mente, sé que lo que me dijiste es cierto: al sacrificar mi propia vida por Rayen, he desencadenado inconscientemente el Deseo Prohibido. He deseado ser libre para sacrificarme no sólo por mi reina, sino por mis hermanas. Por Caspian. El vínculo entre la la magia de Roswald y yo se ha cortado.

     Estoy viva.

     Y, por primera vez, soy libre.

Al abrir los ojos, encuentro a Rayen en el mismo sitio.

     Ahora está inconsciente, pero me relajo al comprobar que su pecho sube y baja de manera acompasada.

     Inmediatamente, miro qué es lo que está sucediendo a mi alrededor.

     Frente a mí se encuentran Aeryn, Ilaria y Saphira. Las tres proyectan una barrera que nos mantiene protegidas a Rayen y a mí. Mi corazón se estremece al percibir la importancia de este preciso instante.

     Las tres aguantan a duras penas, pero lo hacen. El choque de dos espadas hace que salga de mi aturdimiento y, rápidamente, contemplo la escena que se está desenvolviendo.

     —Gadea.

     Caspian está ahí, observándome con ansiedad. Me apartael pelo de la cara.

     —¿Te encuentras bien? —me pregunta.

     Me incorporo. Mis pensamientos nadan lánguidamente en aguas serenas.Todo está borroso y me resulta desconocido.

     —Te has desmayado. —Me sujeta la cabeza con una mano. Con la otra me agarra el brazo—. Gadea, ¿qué has hecho? ¿Qué ha pasado?

     La cabeza me duele como si me la hubieran apedreado. Suelto un gemido y me la rodeo con los brazos para intentar calmar el dolor. Caspian me sostiene durante un rato y me acaricia el pelo mientras yo gimoteo y me encojo.

     —¿Te encuentras bien? —me dice, mirando a sus dos lados para asegurarse de que no nos alcance ningún soldado—. ¿Gadea?

     —Estoy bien —digo con los dientes apretados, retirándome un poco—. ¿Y tú qué?

     Él me dedica una sonrisa cansada.

     —Estoy vivo, así que no me puedo quejar.

     Hice el ademán de levantarme, pero Caspian me fulminó con la mirada.

     —Me necesitan —le digo.

     —¿Muerta de agotamiento?

     —Son como mis hermanas —repuse, fingiendo tener más fuerzas de las que me quedaban—. No puedes impedirme luchar junto a ellas.

      A nuestro alrededor sólo había caos y gritos de guerra. Decidiendo que ya había gastado demasiado tiempo en nuestra pequeña burbuja, intenté ponerme de pie.

     —¡APRESADLAS! ¡MATADLAS A TODAS!

     Con los gritos de Khar II, mis piernas se tambalearon y tuve que apoyarme en Caspian, que tenía una mirada de frustración a pesar de haber decidido dejar de intentar que me quede quieta.

     Mis esperanzas flaquean al ver la nueva orda de soldados que se ciernen sobre nosotras. Pero, en ese momento, un grito nos hace girar la cabeza.

      —¡Por la Reina Ilaria! ¡Por el pueblo!

     Y Rowena aparece corriendo por la calle lanzando uno de sus abanicos a un soldado que estaba a punto de atacar a Edmund por la espalda. Tras él, una horda de gente se apresura enarbolando cuchillos y guadañas, bastones y fustas para caballos: carniceros, vendedores de alfombras, pescaderos, amas de casa, ciudadanos de Roswald de todos los oficios, edades y estaturas, hombres y mujeres... clamando al son de un único grito.

     —¡Por la Reina Ilaria!

     —¡Por Roswald!

      Aunque unos pocos incluso nos enaltecen a nosotras.

     —¡Por las Guardianas!

     Alguien ondea una enorme bandera con elemblema de un fénix, probablemente sustraída de alguna plaza donde abundan colocadas en estandartes. Rowena los alienta, y, cuando nos ve, lanza un silbido. A nuestra espalda, los soldados flaquean, pues advierten que ya no son tan numerosos, y menos aún si han de enfrentarse a toda esa gente a la que han oprimido, engañado y esclavizado durante años.

     —¡Luchad, insensatos! ¡No son más que campesinos con palos!

     Pero muchos de esos palos están candentes o bien afilados, y alguien lanza a los soldados una pieza de hierro al rojo vivo que, aunque aterriza ante ellos desprendiendo ascuas sin causar daño alguno, acaba arrebatándoles todo el valor.

     —Tienes que ir a ayudarles —le digo a Caspian, instándolo a que se marche e intentando recuperar el equilibrio—. Estaré bien.

     Y, por primera vez, creo en mis propias palabras.

      Porque realmente estaré bien.

     Soy libre, kabiba. He crecido siendo pobre y mi alma sangró al convertirme en una Guardiana; pero sigo aquí. A pesar todos los horrores que he presenciado, sigo luchando. Porque soy humana y busco inútilmente la felicidad. Llámalo esperanza o fe. Todavía no sé cómo describirlo. Tal vez sea en los siete ángeles. Tal vez sea en mí y en mis hermanas. Tal vez siempre fue en mí, y no me di cuenta hasta ahora.

     El amor es la magia más poderosa de todas.

     Tus palabras retumban en mis oídos, y entonces lo entiendo.

      Junto a mis hermanas, no tengo por qué sentir miedo.

     Y, con ese conocimiento, avanzo hasta donde se encuentran ellas.

     Rebusco en las profundidades abismales, guiada por el instinto, guiada por el recuerdo de mi extraño viaje de regreso desde la muerte. Rebusco entre los elementos, entre los hilos nunca vistos que mantienen unido nuestro reino. Rebusco más lejos y más hondo de lo que nunca lo he hecho, hasta llegar a esas hebras del elemento más salvaje de todos: las hebras del propio tiempo.

     Los hilos del tiempo danzan entre mis dedos, incapaces de retenerlos como si se tratara de un mar inmenso. Me agarro a las hebras que están en el presente y dreno la corriente del tiempo. Me encuentro en el hoy y el ayer, y me estoy aprovechando del mañana.

     Aferro fuertemente los segundos y los minutos con los dedos, y retuerzo los hilos. El esfuerzo me deja exhausta, pero no los suelto. Manipular las hebras del tiempo es como intentar cambiar el curso de un río. Y, sin embargo, me mantengo firme y me planto contra el paso de las horas. Veo cómo cada recuerdo que ha presenciado Roswald pasa ante mis ojos, incapaz de apartar la vista pero sin poder detenerme a observarlos.

     Y, entonces, encuentro el recuerdo que quería. Los hilos que tejen el tiempo retroceden hasta el día en el que la magia de Roswald era pura y se envuelven alrededor del árbol como si se tratase de un manto.

     Un manto mágico. Uno que es capaz de sanar a la propia magia.

     Suelto el único poder que rige todos los mundos y dejo que el tiempo repare lo que fue dañado.

     Vago entre el tiempo y la propia corriente me lleva hasta el momento que pertenezco. Presencio lo que está sucediendo con mis propios ojos, y tengo la extraña sensación de estar observándome a mí misma desde el cielo.

     Y entonces, caigo.

     Caigo desde otro plano y atravieso mil y un mundos en el proceso.

     Cuando abro los ojos, me encuentro de rodillas, con mis dos brazos como soporte para evitar que mi cara se diera un buen golpe en el suelo. El reso de Guardianas también cayeron desplomadas al suelo, abatidas. Sin embargo, ya estábamos alejadas del peligro.

     Las cenizas que rodeaban al fénix fueron disipándose una a una, lentamente pero de manera progresiva. La esfera de humo y polvo fue descendiendo y, en ese momento, todos dejaron de pelear.

     Cuando se asentaron los restos de magia contaminada, Ilaria apareció de rodillas en el suelo. Renació de las cenizas, como un auténtico fénix.

     Lo único que cubría su cuerpo desnudo eran varias capas de suciedad, pero nunca antes había lucido tan majestuosa como ahora. Con un brazo se cubría el busto, mientras contemplaba con lágrimas en los ojos todo lo que la rodeaba. Su pelo se había teñido de un color moreno, casi negro como el azabache, pero eso era lo único que había cambiado en ella.

     Lo único perceptible, al menos, puesto que por dentro, todo en ella había cambiado.

     Este hecho es la llama que aviva al pueblo, que estalla en vítores y hace que el ejército retroceda sin necesidad de envainar ningún arma. El ejército se bate en retirada, pero no todo lo rápido que probablemente quisiera.

     Caspian, Lucy, Edmund y Robin llegan hasta nosotras para comprobar que seguimos de una pieza. De entre toda la multitud, Rowena, como la cabecilla que ha liderado nuestros refuerzos, destaca como una estrella.

     —¡Rendíos, rey usurpador! —grita con todas sus fuerzas—. ¡Se ha acabado!

     —¿Creéis que el apoyo de un puñado de chusma con cuchillos de cocinaes suficiente para convertir a ella en reina? —le espeta él.

     Ilaria mira a la gente, que lucha a brazo partido contra los soldados, y responde a su tío:

     —Ellos son precisamente los que me convierten en reina.

     Como si esa fuese la señal que estaban esperando, todo el pueblo se avalanzó contra él. Por todo el daño que ha causado; por la opresión y los tiempos de sufrimiento. El pueblo era la viva imagen de la venganza.

     —¡Que vivan la reina Ilaria y sus Guardianas! —vitoreó algún espectador que no había sido citado para participar en la batalla.

     Pronto, se le unieron el resto, y el lugar comenzó a estar inundado de vítores y exclamaciones de felicidad.

     —¡Que vivan la reina Ilaria y sus Guardianas!

     Pero, cuando todo parecía haber acabado, el núcleo de Roswald comenzó a rutilar con gran esplendor.

     De él comenzaron a salir cientos de figuras vaporosas. No eran más que espectros azulados, figuras de humo y polvo, una simple proyección de las personas que fueron un día... Una proyección de las reinas que gobernaron Roswald.

     Sin embargo, al fijarme con mayor atención me di cuenta de que me equivocaba. No había sólo reinas del pasado. También había Guardianas.

     Ilaria fue la primera en levantarse. Sin importarle su desnudez, se encaminó hacia donde estaba una de las figuras. Serena de Azhmir, reina guerrera.

     Al visualizarla, Rayen, que acababa de despertarse hace unos minutos por las sacudidas de Edmund, fue hasta trompicones pese a las quejas de este. Se dejó caer frente a ella y a otras dos mujeres debido a que sus piernas se doblaron, incapaces de continuar aguantando su peso, y entonces estalló en un llanto incontrolable. Rowena, a diferencia de ella, se encaminó a paso lento, como si temiese que fueran a desaparecer de un momento a otro. Se colocó justo detrás de Rayen, que era un mar de lágrimas, y se agachó hasta su altura para darle un gran abrazo antes de comenzar a llorar.

     Tu madre vestía la misma armadura y el mismo traje de cuero que llevaba el día que fue asesinada. Sin embargo, no quedaba rastro de las heridas y magulladuras de la batalla. Con una sonrisa que desprendía cariño y comprensión, se agachó en cuclillas hasta la altura de Rayen y Rowena.

     —Lo habéis hecho muy bien —les dice—. Os merecéis descansar y celebrar vuestra victoria.

     Identifiqué a Feyre y a Nike como las dos mujeres que la acompañaban, las cuales también llevaban puesto un traje de guerra, que se acercaron aún más.

     —Espero no volver a veros en mucho tiempo —les dice Feyre.

     —Tendréis que esperar un poco más para que volvamos a reencontrarnos —añade Nike, con una sonrisa resplandeciente—. Mientras tanto, nosotras velaremos por vuestro bienestar.

     Serena, Nike y Feyre dirigieron su mirada hacia nosotras. Asintieron con su cabeza en señal de respeto y aprobación, a la vez que Nike y Feyre les dedicaban unas sonrisas algo más amplias a June y Aeryn, que poco después se fundieron en un abrazo al comprobar que el peligro había acabado.

     Tu madre vuelve a ponerse en pie y reposa sus manos vaporosas sobre los hombros de Ilaria, con una mirada cargada de orgullo. Por un breve instante, desvió su mirada hacia Khar, su hermano, que estaba rodeado por muchos ciudadanos, y su mirada de piedra lo dejó completamente helado.

     Volvió la vista hacia tu hermana, y en ese momento las palabras sobraron.

     Le besó en la frente con ternura, un beso tan etéreo como una leve brisa, y de su frente comenzaron a formarse ramificaciones de oro hasta formar una corona. Su sencillez sólo la hacía más espléndida. Con un sueve movimiento de su mano, creó un vestido sedoso alrededor de tu hermana.

     —Sé que no necesitas una corona para reinar, pero es un obsequio de todas nosotras —dice, señalando a las centenares de mujeres que han aparecido—. Llévala puesta y te acompañaremos en tu reinado de justicia.

     Con los pulgares le retiró las lágrimas de sus ojos y puso distancia entre ambas.

     Es en ese momento cuando empiezo a inspeccionar a todas con la mirada. Paso mi vista entre todas las reinas y Guardianas que hay. Al ser la única mujer con los ojos rasgados, reconozco a Nesta, la reina de la antigua Dahrender, que introdujo los abanicos como un arma bajo el reinado de la reina Astraea, la cual se encuentra justo a su lado. Y, entre todas ellas, está la que asumo que es Aglaeca, la Fundadora. Todas las reinas difuntas la contemplan con cierto respeto y, sin pretenderlo, destaca entre todas ellas.

     Cuando dirige su mirada hacia mí, me obligo a ponerme de pie. Caspian, al ver mis intenciones, me ayuda a incorporarme y deja su mano alrededor de mi cintura. Puede que fuera para evitar que mis piernas se vencieran de nuevo, pero yo sólo pude pensar que no me importaría quedarme así el resto de mi vida.

     Edmund, Lucy y Robin tuvieron que apañárselas para que June, Aeryn, Saphira y Rayen lograran sostenerse por ellas mismas.

     —Habéis peleado con valor, guerreras. Las futuras generaciones os recordarán con admiración y agradecimiento.

     Detuvo su mirada sobre Caspian y yo durante unos segundos más, hasta que finalmente nos dedicó una sonrisa que podría iluminar mil y un mundos.

     Entonces, se dirigió hacia Ilaria.

     —Mi error fue dejar que la gente viera a las Guardianas como soldados invencibles, y no como lo que realmente eran: unas consejeras de gran valor. Reside en tu mano el poder de cambiarlo o no, joven fénix.

     Ilaria se recompuso lo más rápido que pudo. Puedo imaginármela recordándose a ella misma que debía actuar como una reina.

     —La primera decisión que tomaré como reina será liberar a mis Guardianas —declara, pasando su mirada por todas nosotras—, ya no me debéis nada. La segunda será pedirles que me aconsejen y guíen; como una reina más.

     Siento cómo mis piernas flaquean, y es Caspian el que evita que me caiga al suelo ante tal declaración. El pueblo parece tan afectado como nosotras cuatro, pero entonces, alguien exclama:

     —¡Por las cinco reinas de Roswald! ¡Por las guerreras que nos han liberado de años de tiranía!

     —¡Por las cinco reinas de Roswald!

     Y, entonces, todos comenzaron a arrodillarse. Por primera vez, alguien se arrodillaba ante nosotras. Ante . Caspian deshizo su agarre ante mi confusión y, con una sonrisa cargada de amor, se arrodilló junto a toda la multitud.

     —Las estrellas os estarán sonriendo —nos dijo una de las reinas.

     —Buena suerte en todo.

     —Estoy segura de que lograréis grandes cosas.

     Cada una de ellas nos dedicó palabras de aliento y miradas de orgullo. Finalmente, Aglaeca desenvainó la espada y apuntó con ella hacia el cielo. Justo antes de que todas desaparecieran, nos dijo:

     —Vuestro camino acaba de empezar, hermanas.

     Al desvanecerse, todo el lugar queda en silencio, y llantos de alegría y vítores volvieron a inundar el lugar.

     Caspian llegó hasta mi altura y posó sus labios sobre los míos con desesperación. Tuve la sensación de estar flotando en el aire y pude olvidar por ese instante el dolor que, tras haber pasado la adrenalina, comenzaba a acentuarse por todo mi cuerpo.

     —No vuelvas a hacerme esto. —Su tono de voz quería sonar enfadado, sin embargo, logró todo lo contrario. Me apartó algunas greñas con sus pulgares mientras acunaba mi cara entre ellas. Su mirada pareció recorrerme con tanta ternura y amor que tuve que replantearme si realmente me estaba mirando a mí—. Y, por cierto, también te quiero, cabezota.

     Para evitar que se note mi rubor, escondo la cabeza en el pecho de Caspian, que vibra por causa de la risa.

     —Así que todo ha terminado de verdad —murmura.

     Parece más cansado que complacido de que todo haya terminado. Le cojo lamano y se la aprieto, y él me dedica una pequeña sonrisa.

     —¿Y ahora qué hacemos? —pregunta Aeryn, echando un vistazo a las ruinas que nos rodean.

     Ilaria se permitió soltar un largo suspiro.

     —Lamentar lo que hemos perdido y, mañana, levantarnos.

Bueno, espero que hayáis disfrutado del capítulo.

Ya sólo queda un capítulo y el epílogo, y sólo sé que no estoy lista para acabar este fic.

He pensado en crear un apartado con curiosidades sobre Roswald, las Guardianas... ¿qué os parecería? Si hay algo en concreto que queráis saber, podéis ponérmelo por aquí. Puede ser lo que sea: alguna duda que os haya quedado, preguntas sobre el árbol genealógico de la realeza... Incluso podéis escribirme preguntas que vayan dirigidas hacia las Guardianas (o Ilaria) y hacer como si ellas respondieran... En fin, dejarme cualquier cosa que se os ocurra.

Nos leemos pronto <3

Annie.

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