δεκαεπτά

VOLVÍ A PONER en su sitio el libro gris que había dejado en el suelo y anulé el conjuró que mantenía mi tapadera. Fue como volver a coger aire después de haber contenido la respiración por un largo rato, sin embargo, no me di el placer de quedarme reponiendo fuerzas y me concentré en la nueva image que quería proyectar.

      Mi ropa cambió a un traje de guerrera, y esta vez adopté el rostro y autoridad de Corín, la líder de la legión que se encargaba del entrenamiento de las Guardianas. Mi pelo pasó a estar recogido en una coleta un poco más alta, con las puntas algo más largas y de color tierra. Imaginé cómo mis facciones se estaban modificando por las de ella. Ahora mis ojos eran azules como el hielo y una cicatriz surcaba mi mejilla derecha. Ahora el cinto de mi espada era liso, sin ninguna floritura innecesaria como el de Lyn Air, y creé un pequeño bolso que iba enganchado al cinto, donde guardé todas las pruebas recolectadas.

      Volví a abrir la puerta y la cerré de nuevo. Con paso acelerado, me dirigí hacia el área céntrica de palacio para descender a las mazmorras.

      Dos centinelas custodiaban la puerta y, al verme, inclinaron la cabeza en señal de respeto.

      —Su majestad Khar II me ha ordenado bajar para interrogar a las prisioneras.

      Mi voz sonó más fuerte y confiada de lo que realmenteme me sentía.

      —Nos han dado órdenes de no dejar pasar a nadie.

      Fruncí el ceño, fingiendo que su actitud me estaba enfadando.

      —¿Vais a hacerme ir a buscar a su majestad para esto? —Si había alguien capaz de intimidar más a un centinela que cualquier rey, esa es Corín, así que hablé con la convicción que lo haría ella—. Sería una pena que en vuestro expediente militar hubiera una falta de insubordinación

      Después de dudar y mirarse entre ellos, finalmente me dejaron pasar.

      —Se encuentran en las celdas de la tercera planta.

      Con un asentimiento empecé a bajar las escaleras.

      La temperatura comenzó a bajar por estar bao tierra y no pude evitar alegrarme de que fuera verano y no invierno.

      En cuanto localicé su celda, le hice un gesto al guardia que las custodiaba para que se marchara. Me agaché a la altura de ellas, que estaban sentadas en el suelo, y comencé a sacar las cosas del pequeño bolso.

      —June, necesito tu ayuda para comprobar una cosa. Rayen, mientras tanto puedes descansar.

      —¿Corín?

      Miré a Robin y no pude evitar poner los ojos en blanco. Hice que cambiaran únicamente las expresiones de mi cara, y cuando vieron que se trataba de mí, volví a restaurar la ilusión.

      —No es lo que buscábamos, pero esto nos puede servir —les dije, mientras les pasaba ambos pergaminos a través de las rejas.

      Rayen eliminó la ilusión que me proyectaba en la celda y agarró uno de ellos, leyéndolo en voz baja.

      —Oh, por todos los dioses. Skatá —maldijo entre dientes.

      —¿Qué ocurre? ¿Sabes quién es 'águila negra'?

      —Lo maté yo —dijo, con una calma más escalofriante que la propia revelación—. Digamos que es un viejo conocido... Nunca pensé que Khar estuviera detrás de todo.

      —No podemos probar el asesinato de mi madre, pero sí que mi padre fue envenenado y que no murió por causas naturales.

      Ilaria lo dijo con una alegría y esperanza que no se correspondía con el significado de la frase.

      Le pasé la botella a June.

      Se puso una manga de la capa pegada a su nariz y se apartó a una esquina de la celda.

      —No sé que tipo de reacción tendrá cuando esté en contacto con el aire —nos avisó—. Lo mejor es que también os cubráis la nariz.

      Todas le hicimos caso sin rechistar. En cuanto se acercó el frasco, su ceño comenzó a fruncirse.

      —Oh, por todos los dioses del cielo —dijo mientras se apartaba el brazo de la nariz—. No os preocupéis, no es tóxico en el aire. Se trata de Σιωπηλό ελιξίρι. Elixir silencioso, sería la manera en la que se llama popularmente. Tiene las características que dice en ese pergamino. Además, envenena lentamente a la persona. Con una sola dosis ya estás muerto, pero puede tardar entre uno o dos meses.

      —Coincidiría con los síntomas del rey Andros —dijo Aeryn—. Poco a poco fue empeorando sin motivo aparente.

      —Pues claro —susurró Ilaria—. Era joven, claro que no murió por causas naturales.

      Entendía cómo debía sentirse tu hermana en estos momentos, pero si queríamos recuperar el trono y obtener nuestra venganza, teníamos que actuar de inmediato.

      —Eso es todo lo que necesitaba saber —les dije.

La asamblea frente al pueblo estaba a punto de comenzar. Se celebraba frente al árbol de Roswald, nuestra fuente de poder, representando que cualquier juicio que se tome frente a él es puro y justo.

      Todo el pueblo que habita en la capital estaba obligado a ir, sin ninguna excepción, por lo que sólo una pequeña parte de la población era capaz de ver lo que estaba ocurriendo.

      Caspian, Lucy y Edmund ya estaban allí. Se les notaba algo incómodos y sin saber exactamente cómo actuar, pero gracias a sus años gobernando han sabido afrontar la situación lo mejor que cabía esperar. Tenían a dos guardias —uno a cada lado— que realmente no los mantenían en contra de su voluntad, pero era la manera de Khar de mostrar que estaban desarmados y en desventaja de actuar.

      Me había deshechode la cara de Corín y había vuelto a llevar la misma ropa de antes, principalmente, porque entre tanta gente mirando a la plataforma que habían colocado, pasaría completamente inadvertida.

      Khar se acababa de colocar justo en el centro y, en ese momento, comenzaron a subir Ilaria, Aeryn, Saphira, June, Rayen, Robin y mi doble, con un guardia cada uno que los agarraba del brazo.

      Me hice paso entre la multitud y, antes de que les diera tiempo a pronunciar palabra, lo hice yo.

      —¡Exijo que se cancele esta asamblea!

      Rayen hizo que mi ilusión desapareciese, causando el pánico de los que se encontraban en las primeras filas y alterando a todos los guardias.

      Me encontraba en un sitio estretégico. Lo suficientemente cerca como para que me vieran (con ayuda de un hechizo que amplifica mi voz) pero no tan cerca como para que fuera demasiado fácil capturarme.

      —¡Acuso a lord Khar por la falsificación de un testamento, el envenenamiento del pasado rey Andros y el plan de asesinato de la reina Serena!

      Hubo unos momentos de conmoción en los que nadie se atrevió a decir nada. Sin embargo, fue la risa tosca de Khar la que rompió el silencio.

      —¿Ya estáis otra vez con lo del testamento? —preguntó con sorna—. ¿Y no se os ha ocurrido nada mejor que yo planease el asesinato de mi propia hermana?

      Se aclaró la garganta, adoptando una expresión de seriedad mientras se dirigía al pueblo.

      —Por estas tonterías necesita a un hombre que gobierne con ella. Gobernar ya resulta difícil para un hombre... una chica como ella no puede pretender llevar sola esa carga sobre sus hombros.

      Mi ceño se frunció y, gracias al hechizo, no tuve que esforzarme en que la atención volviera a recaer sobre mí.

      —Es verdad, sólo tenemos acusaciones sobre el testamento y la muerte de la reina Serena. Sin embargo, hemos logrado encontrar el veneno que se utilizó para asesinar al rey, que se encontraba en su propio despacho —de repente, comenzaron a escucharse los murmullos de asombro y consternación de la gente—. Se trata de un veneno conocido como elixir silencioso —les dije, mostrando el frasco—. Una dosis sirve para matar a una persona, pero esta no muere hasta que han pasado uno o dos meses, mientras va empeorando progresivamente.

      —Yo fui el médico que estaba tratando a su majestad durante ese periodo de tiempo —dijo un hombre entre la multitud—. Las acusaciones que están haciendo no son desencabelladas. Es imposible saber que se ha utilizado el elixir silencioso si no se ha encontrado el veneno, pero los síntomas que tuvo el rey coinciden —explicó—. Además, es un veneno muy exquisito, hay muchos nombles que no pueden ni soñar con él del alto precio que piden por él.

      El murmullo de la población se hizo cada vez más y más alto, especulando entre ellos sin intentar disimular.

      Fui avanzando hasta lograr subir al estrado y quedar cara a cara con el usurpador de tu tío, kabiba.

      —No acepto las acusaciones de una asesina —escupió con rabia—. Soldados, yo soy vuestro verdadero rey. Apresadlas.

      Pero entonces, la propia Corín, que estaba en un extremo del estrado, se interpuso entre los soldados y nosotras.

      —Son pruebas suficientes como para abrir una investigación en tu contra —intervino con diligencia.

      —Te arrepentirás de esto. Sirves a la corona —dijo, remarcando cada palabra—. A tu rey.

      —Sirvo a mi verdadera reina, Ilaria de Azmir, y cualquiera que se atreva a alzar su espada ante ella tendrá que enfrentarse a mí.

      Tuvo que contenerse para no soltar una retalía de malas palabras frente a todo el pueblo.

      —Acabas de dictar tu propia sentencia.

      Los soldados comenzaron a aparecer y, en ese momento, los tres reyes narnianos se liberaron de los dos guardias para llegar hasta nosotras.

      —Se suponía que era un plan fácil —nos reprochó Caspian, estresado por la veolcidad vertiginosa en la que habían ocurrido los hechos—. Y tú —me dio una mirada—, por Aslan, ¿de dónde has salido?

      —Saphira, ahora —ordenó, ignorando a Caspian.

      Siguiendo las indicaciones de Ilaria, Saphira pegó un salto, apoyándose en los hombros de un centinela al que no le dio tiempo a reaccionar, y logró escabullirse entre los guardias que nos rodeaban.

      —Es una larga historia —le dije—. No os echaremos en cara que os marchéis, ya que no es esto lo que acordamos, pero nosotras tenemos que quedarnos a pelear.

      Me agarró la mano, indicándome que no iban a irse a ningún sitio, y su pulso me retumbó como un tambor de batalla.

      —Corín, necesito que que avises a tus guerreras que aún me sean fieles. Mis Guardianas y yo podemos contener a los soldados.

      Con un asentimiento de cabeza, la capitana se marchó corriendo mientras desenvainaba su espada para lograr abrirse camino entre los soldados. Tan rápido como se fue, Saphira volvió a aparecer con un arco en mano, colocándose en un pequeño muro que la hacía estar en una posición menos accesible y disparando flechas a los nuevos soldados que se acercaban.

      Ilaria se subió de un salto a otro muro y exclamó:

      —¡Hombres de Roswald! ¡Soy vuestra verdadera reina! ¡Retiraos o seréis culpables de traición!

      Los hombres intercambiaron miradas, pero no dejaron de avanzar.

      Saphira no tardó en reunirse con nosotras.

      —Me he quedado sin flechas —informó Saphira, que tira el arco al suelo—. Ya vienen más.

      Ilaria lanza un profundo suspiro, hace molinetes con sus dagas y asiente en nuestra dirección.

      —Guardianas —dice Ilaria, mirándonos por turnos hasta que su mirada recae en mí—, ¿estáis conmigo?

      Aeryn, que le lanza una daga a un soldado y le arrebata su espada, proyecta un brillo salvaje.

      —Estaré contigo hasta la victoria o la muerte, hermana.

      —Y yo —coreamos las demás.

      —Hasta la victoria o la muerte, hermanas.

      Dicho esto, June encabeza la marcha riendo como una loca y las Guardianas nos tapamos la cara cuando arroja el primer puñado de polvo azul. Este ciega a tres de lossoldados, que gritan y sueltan sus armas para restregarse los ojos. La joven salta para sortear los cuerpos caídos y arrojar más polvo a la siguiente hilerade hombres.

      Las demás nos enfrentamos a los soldados y luchamos acero con acero. Al derrotar a un soldado, le lanzo una espada a Caspian, el cual iba desarmado y estaba a unos metros de mí. Yo mantengo mi espalda pegada a la de Aeryn mientras siento en los oídos el fragor de la batalla. Seguimos el ritmo, esquivando golpes, dando cuchilladas, eludiendo lanzas. De vez en cuando miro a los escalones con la esperanza de ver a Corín encabezando los refuerzos, hasta que los soldadosnos acorralan y me veo obligada a centrarme en la pelea.

      Intentamos ser astutas y vamos dividiendo a los soldados. Cada Guardiana puede con dos, pero son casi cuatro contra una, y seguro que enseguida llegarán más.

      Un hombre me barre las piernas con la lanza para intentar derribarme, pero la esquivo de un salto y giro, y mi espada impacta en su brazo y lo obliga a soltar el arma. Cae de rodillas, presa del dolor, y aprovecho para dejarlo inconsciente con la empuñadura de mi espada. Cuando dispongo de un momento para coger aire, miro a mi alrededor y me percato de que nos están haciendo retroceder. Son demasiados. Más soldados llegan corriendodesde nuestra izquierda y oigo a Khar gritar por encima de ellos:

      —¡Atrapad a la reina traidora!

      —¡Retroceded! —exclama Ilaria—. ¡A mí!

      Todos seguimos su voz, mientras June nos cubre con unos polvos grises que se convierten en una densa bruma. Agarro el brazo de Lucy, que ha logrado hacerse con un arco al que le quedan sólo dos flechas, para guiarla y ponerla detrás de mí.

      —Se nos echan encima —digo—. Son treinta o cuarenta, o quizá cincuenta. Y hay más en camino. No duraremos ni cinco minutos —informo, siendo consciente de la derrota que se cernía sobre nosotras.

      —No hay nada que hacer —murmura tu hermana, atrayendo de nuevo m iatención hasta la cercana batalla—. Hermanas, siento haberos conducido aesto.

      —No podría haber sido de otro modo —afirma June, y las demás asentimos y nos cogemos de la mano.

      —Si hay que morir, que sea luchando —coincido.

      —Majestad —le dice Rayen—. Debo recordarle la petición que le hice.

      Con un aire de derrota, pero sin perder su determinación, Ilaria asintió con solemnidad.

      —Que así sea.

      Al entender a lo que se estaban refiriendo, una nueva esperanz invadió mi pecho. Puede que yo muriera peleando, pero Caspian no lo haría.

      Con Lucy aún agarrada a mi mano, hice que se pusiera delante de mí y se la entregué a Rayen como si se tratara de una niña de cinco años. Miré a Caspian, intentando no quedarme embobada con sus ojos y olvidarme de la batalla que se cernía sobre nosotras.

      —Tenéis que iros con Rayen, es vuestra única oportunidad.

      —¿Qué? —preguntó, con frustración y enfado—. No.

      —No ha sido una petición, Caspian —le espeté con firmeza.

      En un abrir de ojos, le lancé una de mis últimas dagas a un soldado que alzaba su espada, dispuesto a rebanarle el cuello a June, que era la que lograba mantenerlos a raya. Le golpeó en el hombro y, por la profundidad del impacto, hizo que trastabillara al suelo y soltara la espada con un aullido de dolor.

      —Oh, por favor, dejar las peleas matrimoniales para otro momento —se quejó Edmund—. Vamos a salir de esta. Quiero decir, siempre lo hacemos.

      —Ahora no está Aslan para ayudarnos —recordó Rayen—. Tenesi que darme las manos. Ya.

      —¡No! —replicó ahora él—. Por Aslan, sé que te conozco desde hace tiempo, ¡pero no logro acordarme y tú no quieres decirme nada!

      —¡Te estoy protegiendo al no decirte nada! —le respondió casi con la misma furia.

      Lucy, que estaba entre las dos discusiones, se soltó del agarre de Rayen y tiró el arco al suelo con furia.

      —¡Estáis actuando todos como unos imbéciles! No deis por sentado que la batalla está perdida, ¡esa mujer iba air a por refuerzos! Mientras tanto, podemos aguantar.

      Edmund giró la cabeza hacia su hermana de golpe, dispuesto a contestarle, pero entonces se escuchó un grito entre todo el barullo.

      —¡Parad ya!

      Nadie se había percatado del momento en el que Robin se había separado de nosotras.

      —¡Él es el verdadero culpable! Si creéis que seguirlo a él para protegeros de sus amenazas es la solución, ¡os equivocáis! ¡Él se va a cargar todos los valores que tiene nuestro reino, va a lograr que la gloriosa Roswald que conocemos pase a ser un recuerdo.

     El resto sucedió con una lentitud que parecía querer ser algún tipo de castigo hacia nosotras.

      Khar agarró una ballesta. Colocó un proyectil en ella. Y, después, disparó.

      El grito de June fue lo único que le dio tiempo a articular, que aún cargaba con un puñado de polvos entre sus manos, y Aeryn tuvo que correr hasta donde estaba ella para cubrirla, pues sus rodillas se habían doblado hasta caer en el suelo.

      Sin embargo, el proyectil no había atravesado la carne de Robin, sino la de Ilaria.

      Todavía lo cubría con su cuerpo cuando cayó hasta el suelo. La flecha le atravesaba uno de los hombros y se retorcía en el suelo por el dolor, incapaz de hacer lago para sacarse la flecha o detener el sangrado.

      June, aliviada al ver que no le había ocurrido nada a su hermano y a Ilaria, se volvió a poner en pie mientras rebuscaba en su bolsa.

      —¡Ya voy yo! —exclamó.

     Pero no le dio demasiado tiempo a avanzar. De un momento a otro, Ilaria dejó de retorcerse y el árbol de Roswald resplandeció. Sin embargo, no era un destello puro como la magia. Estaba contaminado, tal y como cuenta la leyenda del fénix oscuro.

      Y, como si mis propios pensamientos fuesen un mal augurio, la magia contenida de todo el reino rodeó a Ilaria.

      La batalla entre los guardias cesó, ya que una amenaza más grande se cernía ante todos nosotros. El pelo rojizo de Ilaria se oscureció y se formaron plumas gigantescas. Con todo el destello, el cuerpo de Robin no era casi perceptible, pero continuaba ahí, negándose a separarse de tu hermana. Sin embargo, tuvo que hacerlo, ya que llegó el momento en el que su piel comenzó quemar como el fuego.

      Miré fugazmente al pueblo. Todos se encontraban aterrorizados, pero no se movieron de su sitio.

      Estaban contemplando el nacimiento de un fénix.

      Todos los reinos que existen me parecieron insignificantes en ese preciso instante. El tiempo pareció detenerse y, por un breve momento, pensé que lo que estaba presenciando era lo único que importaba.

      Pero no era así, entre otras cosas, porque tu hermana no se había transformado en un fénix completo. Sus plumas estaban ennegrecidas y, a diferencia de cómo era descrito en las leyendas, estaba ardiendo en llamas igual de negras que el carbón. Y ese instante de estabilidad en el que todo el universo parecía haberse puesto de acuerdo para que el tiempo parara, se diluyó instantáneamente.

      Si un fénix expandía su energía, tu hermana se la tragaba y la absorvía. Si un fénix era una estrella naciendo, lo que estábamos contemplando era cómo decaía en una especie de vacío.

      —Yo, hija de Roswald, Guardiana de la reina Ilaria.... —comenzó a decir Aeryn.

      Rápidamente la interrumpí, poniendo mi mano sobre su boca.

      —Ni se te ocurra —le advertí—. El núcleo está contaminado. Según las leyendas, tendría que haberse convertido en un fénix, no en... eso.

      —El fénix oscuro —murmuró Saphira.

      Y, como si hacer tal declaración en voz alta me hubiese servido para aclarar mis ideas, se me hizo todo tan evidente que hasta parecía demasiado sencillo.

      Ilaria, que nació con el pelo de un rojo tan bibrante como el fuego a pesar de que vuestra madre era rubia y vuestro padre moreno. ¿Cuántas posibilidades puede haber de que nazca alguien pelirrojo?

      La leyenda que encontramos en Narnia, repentinamente cobró sentido. Ilaria fue la que heredó el don de convertirse en un fénix, un don tan poco común que no se sabía a ciencia cierta si eran exageraciones de los cantares o era real. Supuestamente, la última portadora de este don vivió hace más de mil años.

      Pero ahora no estaba rodeada de fuego, sino de oscuridad.

      «Tu anillo», recordé.

      Podía tener la energía necesaria para parar esa magia. Retenerla. Si todo salía bien, incluso podría absorver lo que corroe al núcleo, tal y como absorvió tu magia aquel día.

      Tuve la certeza de que el anillo podría ser nuestra única opción. También supe con la misma seguridad que no sería yo la que se iba a encargar de eso.

      —Rayen —la llamé—. El anillo de Rohana, tienes que intentar utilizarlo. Es nuestra única opción.

      Cogiéndolo al vuelo, agarró el anillo de entre mis dedos.

      Rayen era la que tenía más experiencia utilizando la magia. Lo más sensato era que fuera ella la que se encargase de esto. Antes había sido yo la que había adoptado el rol más importante, pero básicamente se debía a que ninguna de las cuatro Guardianas seríamos capaces de mantener una ilusión durante un tiempo tan prolongado. Al ser Rayen la que se encargara de eso, fui yo la que se tuvo que infiltrar en el castillo, ya que conocía mejor la zona en la que iba a investigar.

      Pero ahora todo dependía de ella.

      —¡Matad a ese mostruo! ¡Atacadlos!

      —Tenemos que protegerla —declaró Lucy, con una mirada de valor que nunca había visto en nadie más—. Vamos, ¡que no le de ni una flecha!

      Con esa declaración, volvimos a pasar a la acción.

      Mi espada chocó contra la de un soldado. Nosotros no queríamos matarlos y ellos, cada vez estaban menos convencidos de querer hacer lo mismo, por lo que no fue demasiado difícil noquearlos.

      De reojo, pude ver cómo Rayen extendía ambos brazos, manteniendo en suspensión tu anillo, que comenzaba a absorver toda la magia oscura.

      Pero Rayen estaba temblando. A penas podía mantenerse en pie y, en este preciso instante, tuvo que incar una rodilla en el suelo, incapaz de seguir erguida.

      —¿Está bien? —me preguntó Edmund, chocando su espada con la de otro soldado que habría estado a punto de atacarme por mi distracción.

      Me hubiera gustado decirle que sí. Pero, ¿realmente lo estaba?

      Claro que no.

      Había sido culpa mía darle esa responsabilidad, entregarle tu anillo, dar por hecho que estaría bien después de haber tenido que mantener un conjuro así durante tanto tiempo.

      A penas le quedaban fuerzas y, juesto cuando parecía que la magia iba a consumirla a ella, la aparté de un empujón hasta ocupar su lugar. Desde el suelo, ni siquiera tenía fuerzas como para volver a levantarse y relevarme.

      La potencia de la magia me golpeó de inmediato. Ni se me pasó por la cabeza la opción de poder subyagar este poder. Más bien, simplemente estaba poniendo todas mis fuerzas para no moverme de mi sitio y lograr que el anillo absorviese toda la magia.

      Pero es difícil. Con cada respiración, siento que pierdo tres cuartas partes de mis fuerzas y noto como mi energía mágica se scapa de mis manos sin control alguno. Pero tengo que aguantar. Un poco más.

      «Aguantaré hasta contar diez», me dije.

      Sin embargo, cuando mi cuenta llegaba al número diez, volvía a repetirme la misma frase. Una y otra vez. Aguantaré hasta contar diez. Aguantaré hasta contar mil y una veces más de ser necesario.

      Pronto, mis rodillas también se flexionaron hasta golpear el suelo.

      Pero tenía que aguantar.

      Sólo diez segundos más.

      Pero yo estaba cansada. No iba a aguantar más. No podía.

      Tu anillo desprendió una luz cálida que me rodeó como si se tratase de un manto. Fue lo más cercano a un abrazo tuyo.

      Antes de que cayera al suelo, sólo me dio tiempo de buscar a Caspian con la mirada. Sólo pude sonreírle antes de que las hebras de magia que me quedaban se esfumasen.

      —Te quiero.

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