δεκαέξι
❈
AL DESPERTAR recurdo todo lo que ha ocurrido. Desde que tú moriste, kabiba, hasta que yo me impliqué emocionalmente con Caspian. Mentiría si te dijera que la sensación no es extraña.
Técnicamente, no está prohibido que una Guardiana tenga una pareja. Sin embargo, lo está el hecho de anteponer a una persona sobre tu reina. Pero no te preocupes, Ilaria sigue siendo mi prioridad.
—Espero que hayáis dormido bien —nos dijo Ilaria—. Hoy va a ser un día largo.
Lucy, que estaba al lado de su hermano tratando de peinarse el pelo con sus dedos, carraspeó para llamar nuestra atención.
—No es por sonar desconfiada, pero ¿tenemos alguna clase de plan?
Ilaria hizo una mueca mientras se apartaba unos mechones rojizos.
—Nos vamos a entregar —dijo con simpleza.
—Nuestra idea era demostrar al pueblo que Ilaria es una reina competente mostrando las buenas relaciones con los narnianos —expliqué.
—Sabemos que no es un buen plan —añadió Aeryn—, pero realmente es el único que tenemos.
Tragué saliva y miré hacia otro lado, temiendo que Caspian pudiera leer la verdad en mi cara. No me gustaba ocultarle algo como esto, pero era necesario. Cuanto menos supieran, mejor. No necesitaban involucrarse más. No había necesidad de ponerlos en riesgo.
—Y todas queremos volver a casa —añadió Saphira un poco después.
Al ver el poco ánimo que le habíamos infundido a los reyes narnianos, June decidió intervenir.
—No es alentador, pero el plan no tiene por qué salir mal. En el peor de los casos, a nosotras nos ejecutarían, pero a vosotros os dejarían volver a Narnia sin un rasguño.
Los tres reyes fruncieron el ceño y, como si nosotras fuéramos niñas pequeñas que han decepcionado a sus padres, Robin y Rayen negaron levemente con la cabeza.
—Sois de lo que no hay —nos reprendió Rayen—. Majestades, lo que planeamos es que nos aprisionen. A vosotros os tomarán como presos políticos, es decir, en celdas con mejores condiciones. Luego se llevará a cabo una asamblea frente al pueblo para dictar nuestra sentencia, como dice la tradición. Ni siquiera Khar se saltaría esa norma.
Al ver cómo se instauraba una mirada de tranquilidad en los reyes, tuve ganas de besar a Rayen. El estrés me estaba consumiendo, pero tenía que esperar. Sólo un poco más.
—Además, no querrá perder la oportunidad de humillarlas públicamente —dijo Robin—. Eso es una carta a nuestro favor.
Ilaria se levantó y se sacudió el polvo de sus pantalones. Con lo dicho, todas imitamos a tu hermana y comenzamos a prepararnos para salir del almacén. Colocamos nuestras espadas en nuestros cintos y escondimos alguna daga en nuestras botas. Por si acaso, saqué tu anillo y broche de la capa y los puse en uno de mis bolsillos del pantalón.
—Majestades —les dijo Rayen—, ahora es demasiado tarde como para arrepentirse.
Camufló sus palabras con un tono jocoso, pero no dejaban de gritar una verdad. Ahora ya no podían dar marcha atrás. La corona de Roswald recaía sobre nuestros hombros.
❈
Salimos del almacén de patatas y, tras dejar atrás los suburbios del reino, nos retiramos la capucha de nuestras cabezas. Los ciudadanos que habían madrugado para preparar otro día de trabajo no tardaron en reconocernos. Unos nos miraban con respeto, otros, con temor, y algunos pocos murmuraban entre ellos.
Esos pocos se fueron convirtiendo en la mayoría y llegó un punto en el que no pude evitar escuchar todo lo que decían.
Han vuelto. Cómo se atreven.
Una de ellas mató a la princesa Rohana.
Ocultan a una asesina.
Todas ellas son unas traidoras. Traidoras. TRAIDORAS.
La pobre Rohana era tan bondadosa, tan valiente, tan joven...
—No los escuches —me dijo Edmund, apoyando una mano sobre mi hombro y dándome un pequeño empujón para seguir caminando—. No dejes que se metan en tu cabeza. Ahora tenemos una misión, luego tendrás tiempo de lamentarte.
O, bueno, se lo dijo a mi doble, porque yo los seguía desde unos metros de distancia.
Tal vez Rayen me hubiera golpeado de saber que continuaba llamando a la ilusión mi doble —probablemente tú hubieras hecho lo mismo—, pero entiéndeme, es exactamente igual que yo.
Rayen, que era la que se había encargado de proyectar la ilusión por su mayor experiencia, me dio una mirada —rehuyendo la de Edmund de una manera muy poco discreta— antes de continuar con su camino.
«Lo hago por Rayen y Robin. Lo hago por Aeryn, Saphira y June. Lo hago por ti y tu hermana. Y lo hago por mí», me recordé.
A pesar de ser invisible —o de hacer que la luz reflejara las partes de mi cuerpo camufándolas con todo lo que me rodeaba, como me explicó June—, utilizar la magia en Roswald era complicado aunque fuese una Guardiana. No tener libre alberdrío para su utilización me afectó más de lo que me hubiera gustado admitir, y me fue inevitable no pensar en Rayen. Yo ya estaba haciendo un gran esfuerzo y, de seguir, no tardaría en cansarme, sin embargo, ella tendría que ser capaz de mantener la ilusión por horas para que el plan funcionase.
Borré los pensamientos de mi cabeza como el que se deshace de una mosca. Tenía que centrarme.
Al ver que la gente comenzaba a salir de sus casas para ver la llegada de Ilaria, salté sobre un semimuro y me impulsé para subir al tejado de una panadería antes de que las calles se abarrotaran de tanta gente que me fuera imposible moverme sin chocar con alguien.
Ya que la atención estaba puesta en tu hermana —en el suelo—, me deshice del hechizo de mimetización y me recogí el pelo en una coleta. Me retiré la capucha y fui hasta uno de los extremos del tejado para coger impulso y empezar a correr.
Mientras iba saltando por los tejados del reino, un estúpido pensamiento cruzó mi mente. Me imaginé en un mundo alternativo, donde aún tendría una madre para decirme que saltar de esta manera era malo para mis rodillas. Pero, claro, en mi imaginación tampoco tengo que colarme en el palacio sin ser vista.
A pesar de ir saltando de tejado a tejado, Ilaria y los demás continuaban a la par que yo. Tenía que llevar cuidado de no hacer ruido o que hubiera la posibilidad de que una teja se cayese y revelase mi verdadera posición.
—¿Quienes sois y por qué queréis entrar a palacio? —escuché preguntar a uno de los centinelas que custodiaban la muralla que daba paso a la entrada del castillo.
Sin embargo, él ya sabía quienes éramos.
—Presenta tus respetos ante tu reina, Ilaria, Joya del reino, la Querida de los Dioses, la segunda hija de la Dinastía Amulena, la legítima reina de Roswald.
Mientras June anunciaba a Ilaria, volví a retroceder hasta el final del tejado en el que me encontraba y me mentalicé de lo que iba a hacer a continuación. Visualicé cada movimiento en mi mente y, antes de que mi mente se pusiera a divagar, volví a correr para lograr llegar hasta donde quería.
—No deis un paso más. Quedáis arrestadas bajo orden de su majestad Khar II.
Y salté. Sin embargo, no salió como yo planeaba. Me agarré en la torre de guardia que había, pero uno de mis pies trastabilló y se escuchó el sonido de un golpe seco en el tejado.
Impedí que saliera una maldición de mi boca en arcaico y empeorar todavía más la situación. Rápidamente, volví a realizar el hechizo de mimetización y esperé a que nadie se fijara en mí.
Las miradas de todos se dirigieron hacia donde yo estaba, pero Rayen, fulminándome con la mirada, se movió a pesar de que las apuntaban con sus lanzas. Con eso, los dos centinelas se centraron en ella y en retenerla para que no hiciese nada peligroso.
—¿Habéis visto lo que ha ocurrido? —preguntó uno de los guardias que había en la torre vigía.
—Debe de haber sido una paloma chocándose, últimamente el reino está atiborrado de ellas —le contestó uno de los que estaba en el suelo.
Dejé que un leve suspiro de alivio saliera de mis labios. Si Saphira hubiera sido la encargada, seguro que no le hubiera ocurrido esto.
Me deslicé hasta la muralla y ahí, empecé a correr manteniendo el equilibrio hasta quedarme a mitad de dos torres vigía. De un salto, di una voltereta en el aire para que el impacto fuera más suave e hiciera menos ruido, aterricé en el suelo.
De reojo pude ver cómo los demás estaban siendo escoltados hasta el salón del trono, donde se encontraría Khar en estos momentos. Aprovechando la distracción que me estaban proporcionando, empecé a correr con un rumbo fijo.
De ser en otras condiciones, me habría alegrado de volver a estar en palacio. Las paredes infinitas, decoradas con detalles dorados, me dieron la bienvenida. Podía reconocer cada parte del palacio sin dedicar mucho esfuerzo: a la izquierda, el campo de entrenamiento para las Guardianas, por la derecha, las habitaciones de los nobles y, en el centro, un inmenso salón de baile en el que se celebran las fiestas más ostentosas. De poder escabullirme, sería capaz de ver parte de la vegetación de uno de tus jardines, kabiba.
Cuando llego a uno de los pasillos exteriores techados del castillo, me escondo tras una columna y, asegurándome de que nadie es capaz de verme, pongo en práctica el hechizo que Rayen y June me estaban enseñando mientras el resto descansaba.
La tela de mi capa parece deshacerse en el aire. Los pantalones sucios que llevo se convierten en unos abonbonados fabricados de una tela vaporosa violácea. Mi camisa es reemplazada por una parte superior a juego con el pantalón y mi pelo rubio se oscurece hasta volverse azabache y acabar recogido en una trenza de espiga con detalles plateados en las puntas —símolo de distinción que debían llevar obligatoriamente las escribas o herbolistas que trabajaban dentro de palacio. Envolví mi espada en un cinto decorado con flores de aster, haciéndola pasar por una simple espada —que no era obligatoria llevar— que se había puesto muy de moda entre el personal que trabajaba en el castillo y no tenía que realizar una tarea ardua como limpiar o cocinar.
Al mirar hacia bajo, me encontré con mis botas desgastadas por el viaje, e hice que se convirtieran en unas bailarinas con una suela tan fina que daba la impresión de que no llevaras zapatos. Siguiendo el consejo de June de no mirarme en un espejo o reflejo, ya que no había practicado casi el hechizo y me arriesgaba a que empezara a verle imperfecciones a mi tapadera y el encantamiento se arruinara. Tuve que conformarme con la vista de mis pantalones para ganar la confianza necesaria.
Porque yo ya no era Gadea. Cuando deje que mi magia cese, mi ropa volverá a transformase en la anterior. Sin embargo, ahora ya no tengo mi cara, mis ojos verdes se han oscurecido y las pecas que había alrededor de mis mejillas han desaparecido. Ahora era Lyn Air, la mujer que escribió los cantares sobre tu muerte.
Emprendo mi marcha con diligencia y sin detenerme. Afortunadamente, por el momento sólo me he topado con criados que han pasado de laro, ocupados con sus tareas. Subí las escaleras que conducían a los dormitorios reales y, por consiguiente, a todos los despachos que había en el palacio.
Me esforcé en caminar con la mirada bien alta, tal y como lo hubiera hecho la mismísima Lyn Air. Para evadir los nervios, pensé en mi yo del pasado. Cuando era pequeña, llevar la ropa que llevo ahora habría sido todo un sueño. Y con eso en mente, imagino que vuelvo a tener siete años, sin dejar que la magia pare de fluir de mi cuerpo.
Antes de darme cuenta, llego al despacho de lord Khar II. Al abrir la puerta, me encuentro con una criada que está terminando de pasar un plumero por su escritorio. Lamenté no haber tocado a la puerta en ese mismo momento. La criada se gira para mirarme y me imagino que soy una actriz sensacional para ocultar mi contrariedad.
—Vaya —digo, haciéndome la sorprendida y entonando cada palabra con la voz suave de Lyn—, pensaba que el rey Khar se encontraría aquí. Venía a dejarle unos papeles —rápidamente, en la mano que tenía tras mi espalda hago que aparezca un fajo de papeles con cualquier tontería escrita en arcacico atiguo, para que sea incapaz de entenderlo—, pero supongo que tendré que pasarme más tarde. Con el trabajo que tenemos hoy en la biblioteca —susurré para mis adentros, pero lo suficientemente alto como para que ella me escuchara y cayera en mi trampa.
Al ver que se trataba de mí —de la famosa escriba Lyn Air—, inclinó innecesariamente su cabeza en señal de respeto.
—Puede dejarlos sobre la mesa, ya he terminado de limpiarla. Le prometo que no los desordenaré.
Hice una mueca de inseguridad.
—Verá —le dije, acercándome a ella y bajando el tono de mi voz para darle un toque más confidencial—, no debería contarle esto, pero son papeles muy importantes —se los mostré, como si ella pudiera entender el arcacico antiguo y como si así afirmara mis palabras—. Sé que es alguien de confiar, pero no puedo dejar estos papeles con alguien que no sea su majestad Khar II.
Ella, entusiasmada por la primicia, abrió mucho los ojos.
—No querría interrumpirla en su trabajo —dijo abruptadamente—. Yo he terminado de limpiar el despacho. Aquí tiene las llaves, si quiere puede dejar los papeles y cerrar usted misma con llave.
No dejé que mi alegría se manifestara y sonreí con sorpresa.
—¿Está segura?—le pregunté, esperanzada—. ¿No se meterá en problemas?
—Claro que no —me dijo, quitándole importancia—. Tu trabajo como escriba es muy importante, no me gustaría retrasarte. Además, si su majestad le ha confiado esos papeles no creo que esto sea un inconveniente.
Con eso, agarro la llave que me tiende, intentando ocultar lo mucho que me urge que se vaya. No me sobraba el tiempo.
—Muchísimas gracias, de verdad. Cuando acabe en la biblioteca me pasaré por las habitaciones de las criadas para devolverle la llave.
Con una sonrisa espléndida por haberme ayudado, se parchó del despacho. Escuché con atención cómo sus pasos se iban alejando y me deshice de los papeles mientras cerraba la puerta con llave.
Ahora llegaba mi verdadero reto.
❈
Cuando estaba a punto de darme por vencida, recordé algo que me mostraste hace tiempo.
No fui capaz de descubrir algo que confirmara nuestras sospechas. Me emocioné con un cajón de doble fondo que había en su escritorio, pero ahí sólo estaba el testamento falsificado de Andros de Króstas. El mismo que habíamos intentado negar innumerables veces de manera infructífera.
Sin embargo, recuerdo cuando me llevaste a tu habitación y me enseñaste el mecanismo secreto que había en tu estantería. El hueco no era más grande que las dos palmas de mi mano y sólo se mostraba al mover un libro determinado. En esa época eras demasiado joven y no sabías qué guardar, por lo que metiste unos pendientes de esmeraldas que te regaló tu madre cuando aún estaba viva. Fue uno de los últimos que te hizo, según me contaste.
Entonces volqué todas mis esperanzas en esa idea.
Primero deslicé mis dedos por la madera de la estantería. Después, con ambas manos para agilizar la búsqueda, hice un comprobamiento mecánico de cada libro. Los sacaba levemente, estiraba de ellos y los empujaba hacia la pared. Finalmente, al empujar un libro gris que pasaba completamente desapercibido, noté cómo la pared del fondo también era empujada. Al escuchar un 'clic' saqué el libro y vi de reojo cómo se había abierto una rendija en la pared.
Dejé el libro que sostenía sobre el suelo y, con ayuda de un hechizo básico de levitación, saqué cinco libros tal y como estaban —para que después no notara ningún cambio y fueran más fáciles de reclocar en caso de que alguien viniera— para que pudiera llegar al compartimento que se acababa de mostrar.
Saqué todo el contenido con un poco de magia. Soy consciente de que estoy perdiendo mucha energía con mi camuflaje, pero Rayen estaba proyectando una ilusión desde hace más tiempo y tenía que darme toda la prisa posible.
Delante de mí tenía un frasco con un contenido azul oscuro y varios papeles de pergamino. Introducí los libros con un vago movimiento de mi mano —más por inercia que necesidad— y empecé a leer los papeles a toda prisa.
La operación se ha llevado antes de tiempo. Era necesario. La reina Serena está muerta, habrá que intentar hacer algo con el testamento de Andros aunque no sea tan válido. Ahora no puedo dar más detalles, estoy persiguiendo a una testigo que podría comprometerlo todo. Me pondré en contacto contigo lo más pronto posible.
Águila negra.
Todo ha ido según lo planeado. Me desharé de esa Guardiana lo más pronto posible. Uno de mis contactos lo tiene todo listo. Cuando te llegue una caja con pergaminos nuevos, habrá escondido un frasco con uno de los venenos más efectivos para la situación en la que estamos. Una vez vertido es incoloro y no altera el sabor, sin embargo, no te puedes deshacer de él cuando ya haya cumplido su función. Lleva una especie de planta que deja un rastro al ser quemada y enterrada. Lo mejor es mantenerlo bien escondido, además, es un veneno casi exclusivo, por lo que sería un desperdicio tirarlo.
Créeme, los riesgos valen la pena.
Águila Negra.
Las manos casi me tiemblaban al descubrir esto. No era la prueba definitiva que estaba buscando, pero podría servir si lo que realmente había en el frasco era un veneno. De todas maneras, no fue eso lo que me dejó temblando, sino la revelación que acababa de leer. No podríamos probarlo, pero básicamente, afirmaba que había sido él el que movió los hilos para que la reina Serena fuese asesinada.
De lo que había encontrado, nuestra única opción era probar que lo que contiene el frasco es veneno.
Y yo sabía cual era la persona idónea a la que preguntarle. Pero, para eso, ya no me serviría ser Lyn Air.
¡Hola! El primer borrador de este capítulo era muy muy muy largo, por lo que me dio para hacer otro más. Mañana publicaré el próximo capítulo, espero que os haya gustado ♥
(btw, he hecho un trailer para este fic. Lo he colocado en el primer apartado, por si queréis pasar a verlo)
—Annie.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top