έξι
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ME DESPERTÉ con la misma calma con la que me dormí.
Efectivamente, mi pierna estaba en proceso de cicatrización. Con un pequeño empujón.
No necesité abrir los ojos para saber que había alguien más en la habitación. Esperaa encontrarme a June, tal vez a Saphira que descansaba un rato después de sus horas de guardia. En cambio, el que estaba ahí era Caspian.
Los dos nos quedamos mirándonos unos segundos, tanteando para ver cuál sería el próximo movimiento del otro.
Fui yo la que se sentó en la camilla y se mordió el labio para aguantar un gemido de dolor. Tal vez fingí demasiado mal, o tal vez mis ojos llenos de pánico mirando al suelo me delataron, porque Caspian se levantó casi de un brinco de la silla que estaba sentado hasta llegar a mí.
Se suponía que las Guardianas nunca mostraban sus emociones.
Este viaje me estaba sentando peor de lo que pensaba y los días en el barco rodeados de un mar eterno cada vez se hacían más insoportables.
Fui entrenada para poder reaccionar y soportar cualquier situación, por lo que nunca me quejaba, pero a veces mi cabeza pensaba: ¿cuánto tiempo va a durar esto? Era un ser humano, al fin y al cabo. Quería que esto se acabara, volver a Roswald y hacer que Ilaria ocupara el lugar que le corresponde en el trono. Simple y rápido.
Las Guardianas hubiéramos podido apañárnoslas solas... Y entonces mis pensamientos se detienen. No puedo contradecir las órdenes de Ilaria, me digo. Pero a veces me cuesta recordar que no sois la misma persona, kabiba. Que por muy grande que sea el amor y la lealtad que tengo hacia ella, siempre seré una Guardiana, una soldado entrenada desde que tiene memoria.
Al menos no nos habíamos topado con ninguna tormenta.
—¡No te levantes! —me dijo, agarrándome del hombro—. June me ha dicho que ni se me ocurriera dejar que apoyaras la pierna.
Fruncí el ceño levemente.
—Dudo mucho que mi compañera le haya dicho eso, su majestad.
Me acomodé en la amaca y Caspian volvió a sentarse en la silla.
—Sé que no debería decirte esto, pero realmente puedes llamarme Caspian. Sois nuestras invitadas, y aunque no pertenezcáis a la realeza la tripulación os respeta tanto como a Lucy y Edmund. —Yo sonreí sin enseñar los dientes, en un gesto de amabilidad. Entonces él suspiró—. No vas a hacerme caso, ¿verdad?
—La reina Ilaria lleva intentándolo más que usted.
Y la habitación se quedó en silencio. Casi podía ver cómo la pregunta quería salir de sus labios, pero yo no le di pistas de querer hablar con él, por lo que mantuvo el silencio. Cómo me hubiera gustado haber podido levantarme e irme a ayudar a la tripulación o dar un paseo por la cubierta con Ilaria. Pero no podía. Tenía miedo de que mi pierna no fuera la de antes, de dejar un poco de peso sobre ella y sentir miles de pinchazos como el que he sentido hace un instante.
Al final la duda ganó.
—¿Qué te ocurrió anoche?
Silencio.
—No lo sé.
—No puedes no saberlo.
Y entonces apareció Ilaria en toda su majestuosidad. Le agradecí a todos los dioses que apareciera en ese preciso momento, seguida del resto de Guardianas, para poder evitar esa conversación.
Caspian me miró, y supe que volvería a preguntarme en otro momento.
Aunque decidí, por una vez en mi vida, no preocuparme.
—Me encontraré en mi camarote por si necesitáis algo.
June cerró la puerta tras de ella y todas se sentaron alrededor de mi. Esperamos en silencio durante alrededor de un minuto, asegurándonos de que no había nadie escuchando, y entonces empecé a hablar:
—Creo que lo que me ha pasado es por culpa del pergamino que había en la casa del hechicero —les dije—. Buscad en el bolsillo derecho de mi capa.
Aeryn fue hasta donde estaban colgadas nuestras cosas y sacó el trozo de papel de uno e los bolsillos.
—Con la última llama del fénix oscuro, —empezó a recitar— la corona de Roswald caerá por primera vez en la historia. Los ángeles no podrán velar más por las Guardianas, y cuando el fuego se convierta en cenizas, el Reino de Cristal renacerá como un diamante.
—El fénix puede ser cualquier habitante de Roswald, lo que no lo entiendo —admitió Saphira—, ¿desde cuando en Roswald hay profecías?
—No las hay —dijo Ilaria—. Es prácticamente imposible que exista una. En el tomo tres de la Historia de Roswald se especifica claramente que las profecías están prohibidas.
Y la magia también.
Os parecéis tanto, kabiba.
—Pero esto no es Roswald.
La afirmación de June fue tan evidente que ni siquiera lo consideramos antes. Tenía razón, esto no era Roswald.
—Roswald y Narnia no han estado en contacto desde hace miles de años. Desde antes de la Bruja Blanca, incluso.
—O tal vez no —añadió Ilaria, levantándose de un brinco—. Dijiste que viste a Rayen en tu visión, ¿verdad? Son solo rumores, pero hay gente que dice que antes de ser desterrada ayudó en la liberación de Narnia contra los telmarinos.
—¿Rayen? ¿Por qué haría eso?
—No sería tan descabellado —argumentó Aeryn—. Pensadlo bien, con la caída de Rohana, Rayen fue uno de los principales focos de atención. Le convenía mantenerse alejada de Roswald durante un tiempo, y las fechas coinciden.
Tu nombre suena frío y extraño al salir de sus labios. Ella no te conoció como yo lo hice. Ella no te vio morir.
—Vale —dijo Saphira—. Entonces, suponiendo que Rayen estuvo en Narnia, está relacionada con la profecía, ya que cuando encontramos ese pergamino Gadea tuvo una visión o algo de eso... ¿Pero dónde encaja Ryn en todo esto?
Me aparté un mechón de pelo e intenté recordar detalles y hechos que sucedieron.
—Ni siquiera sé si era Ryn. —Lo medité unos segundos—. Aunque no se me ocurre qué otro lugar puede ser. Había runas antiguas por las paredes, era un lugar completamente blanco que no parecía tener fin, y había estatuas de los siete ángeles de Roswald.
—Tenemos que investigar esto —declaró Ilaria—. Me traje algún libro que puedo consultar, aunque creo que no nos servirán de mucha ayuda. Le preguntaré a los reyes de Narnia, si realmente Rayen participó en la guerra tienen que estar informados.
Todas asentimos, de acuerdo con sus palabras.
—Yo me quedaré con el pergamino —informó Aeryn, que aún lo tenía en sus manos—. Si Rayen quiere verte tendrá que conformarse conmigo.
Iba a replicar, pero June se adelantó.
—Tiene razón. Nos iremos intercambiando el pergamino para evitar que tengamos, uhm, efectos secundarios.
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—No me puedo creer el poder que tienen las plantas de Roswald —me dijo Lucy, mirando con asombro mi pierna—. Si tuviéramos los remedios que tienen ellos se salvarían muchos soldados en Londres.
No sabía que era Londres, pero estoy segura de que no les hubiera servido de nada. Porque no tenían nada de especial, eran simplemente plantas con una función medicinal. Lo especial era la magia que corría por nuestra sangre.
—Tal vez algún día pueda visitar Roswald, majestad.
—Durante nuestro reinado en Narnia leímos sobre vuestro reino. Lo describían como el más espléndido que pudieras encontrar en todos los Mares y que por la noche brillaba como un diamante.
Sonreí con el solo recuerdo de nuestro reino. ¿Recuerdas los paseos que dábamos por tu jardín? Podría describirle a Lucy lo majestuoso que se veía el reino que estabas destinado a gobernar en las horas del ocaso, o tal vez describirle las playas de aguas mágicas que lo rodean. Y allí estaríamos nosotras, tú con una corona y yo sirviéndote, contemplando el mundo que llace a tus pies.
—Es a causa de los cristales que hay por todo el reino —le contesté—. Muchos sabios del reino afirman que ocultan un gran poder.
—¿Y lo hacen?
—Son únicamente rumores, majestad.
Asintió, medio sonriendo.
—¿Y hay alguien esperándote en Roswald?
Al principio no entendí a qué se refería. Luego supe que se refería a alguna clase de amor.
Pero lo único que me espera en Roswald es un ejército entero dispuesto a matarnos si Ilaria no se casa con su tío Khar. O si logramos hacer que tu pueblo vea que falsificó la última voluntad de tu padre, el último rey.
—Me temo que no, reina Lucy. ¿Y en la vuestra?
—Tampoco —me dijo—. Mi hermana Susan es la que se lleva todas las miradas.
—Si me permite decirlo, no creo que necesite a ningún hombre. Y si tanto le preocupa, puedo asegurarle que no pasa desapercibida.
—Gracias —dijo con una pequeña sonrisa—. Tú eres preciosa. Caspian tampoco tiene a nadie. Supongo que los narnianos le pedirán casarse en algún momento, pero de momento sólo ve a mi hermana.
No pude evitar reírme.
—¿No cree que se compara mucho con su hermana, alteza? Recuerde que usted también es una reina. Y hablando del rey Caspian, quién sabe, tal vez él e Ilaria acaben casándose...
—¿Qué?
—No es lo que tenemos pensado —me adelanté a responderle—. Hemos huído de Roswald para evitar que mi reina se case, no es nuestra prioridad que lo haga ahora.
Ella asintió con el ceño levemente fruncido.
—Cuando he insinuado lo de Caspian me refería a ti. Creo que harían buena pareja, le he visto mirarte bastante a menudo. Podrías quedarte en Narnia, si es que quisieras.
Eso probablemente sea porque le he dicho directamente que te maté, kabiba. Yo también miraría mucho a alguien que me dijera algo así.
—No creo que sea por ese motivo, reina Lucy. Si Caspian llega a casarse con alguien de Roswald puedo asegurarle que no será una Guardiana.
—Pero si llegárais a enamoraros...
—No es algo que espero que pase.
Porque tengo que servir a tu hermana. Porque una de las reglas de las Guardianas es no enamorarse, y no pienso romper otra más.
Y, si Ilaria y Caspian se casan, sería feliz por ellos. Está claro que el rey de Narnia no es un tirano, tu hermana sería feliz y viviría la vida que tú no pudiste tener. La misma que ambas construimos entre risas tontas y promesas de hermandad en los muros de nuestro reino.
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Caspian fue el siguiente que apareció de nuevo por la tarde.
Siguiendo las indicaciones del mago, nos dirigíamos en busca de la estrella azul que nunca podíamos ver.
—¿Te encuetras mejor?
—Sí, no sé que haría sin June.
Aparté la mirada. Sabía que le estaba mintiendo.
—Últimamente no paran de correr rumores por la tripulación. —Agredecí mentalmente que dejara el tema de lado—. A pesar de lo bonito que describen vuestro reino, creo que no me gustaría vivir allí nunca.
Yo estaba deseando hacerlo.
Tal vez, porque también sentía que una parte de ti vivía escondida entre todos los cristales y piedras preciosas que brillaban a todas horas.
—Tenéis leyes que son demasiado descabelladas.
—Siempre ha sido así, majestad.
—Os matarán cuando las próximas Guardianas tengan la edad suficiente para proteger a la familia real. No debería de ser así.
Se parece a ti. Tú amabas a tu reino con todos sus defectos, y el día en el que reinaras empezarías a cambiar todas las injusticias. Tú querías que viviera, kabiba. Estabas destinada a tener un reinado glorioso.
—Está bien.
—No es verdad. ¡Se trata de tu vida! No puedes conformarte con morir. ¿Qué te quedan: diecisiete años, quince?
—Diez —respondí, casi en un susurro—. Mi sucesora nació hace seis años.
—No quiero que mueras.
Es curioso que me lo diga él.
—No quiero que muráis ninguna —enfatizó—. Podéis quedaros en Narnia. Aquí no os mataríamos por una tontería como esa. Viviríais y seríais felices.
—Suena tentador, majestad, pero dejando mi deber de lado, mi corazón está con la reina Ilaria, y ella tiene un reino que recuperar y gobernar.
Otra vez silencio.
—Me gustaría que no fuera así.
A mí también.
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