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APARECEMOS en una isla desconocida, pero sé con certeza que la magia que nos proporciona tu anillo, kabiba, no se ha equivocado.
Tenemos que apoyarnos entre las cuatro para no caernos de bruces al suelo. En otra época, tal vez, donde la magia no hubiera estado prohibida, nos habríamos aparecido de una manera más digna. Pero ahora, cuando la única fuente de poder que tenemos es el anillo que siempre llevamos puesto, nos resulta casi imposible no marearnos.
Tu joya aún desprende magia y poder que se contrae y expande por todas nosotras. Nos encontramos en una isla en la que comercian con esclavos, kabiba, y sé que te habrías horrorizado de haberlo presenciado. Pero no hemos venido para solucionar esto.
Me guardo el anillo en un bolsillo de mi capa y nos separamos en grupos de dos, teniendo claro qué es lo que tenemos que hacer. June y yo avanzamos por las calles completamente vacías, hasta que llegamos a lo que parece ser el edificio central. En el centro de la sala se puede observar un libro abierto en el que ponen los nombres de los esclavos que han logrado vender.
Me repugna este sitio, tal y como te lo hubiera hecho a ti, y lo único que tengo claro es que quiero salir de ahí lo más pronto posible.
Avanzamos con sigilo por uno de los pasillos hasta que nos topamos con un guardia y sabemos que hemos llegado hasta los calabozos. Tu anillo desprende magia, kabiba, y hasta una inexperta como yo es capaz de percibirla.
Me sitúo en medio del pasillo y carraspeo para que el guardia me preste atención. Y, antes de que le de tiempo a acercarse a mi o a articular palabra, June le lanza un puñado de unos polvos rojo escarlata y cae rendido al suelo.
Agarramos las llaves que tenía colgando de su cinturón y no tardamos en encontrar la celda que estábamos buscando. Lo que no esperábamos es que hubiera más de una persona ahí dentro.
June y yo intercambiamos una mirada de fastidio, ya que no teníamos pensado en desviarnos del plan incial, por lo que June tuvo que volver a hacer uso de sus polvos que parecían ser inagotables.
Cuando los prisioneros se acercaron para ver quienes éramos June aprovechó para esparcir sobre ellos unos polvos morados.
Los dos cayeron al suelo, pero a diferencia del guardia estaban completamente conscientes de lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué nos habéis hechado? —preguntó uno de ellos—. ¿Por qué no me puedo mover?
No hicimos caso a sus protestas. Probé a meter varias de las llaves hasta que finalmente una encajó. La puerta se abrió con un chirrido, y los dos chicos que había tendidos en el suelo sólo protestaron más.
—¿Queréis callaros de una vez? —terminé diciéndoles—. Lo único que haréis será llamar la atención de algún guardia.
—¿Quién de vosotros es el rey Caspian?
June captó la atención de los dos, que no dejaban de mirarnos con suspicacia. Yo y todas las Guardianas íbamos vestidas con una capa negra que era bastante ligera. Ocultábamos nuestra cara gracias a la capucha, facilitándonos pasar inadvertidas y que no reconocieran nuestros rostros.
Ninguno de ellos contestó, por lo que los miré desde arri a con aire crítico.
—Tiene que ser él —le dije a June, señalando al que estaba tirado a mi derecha—. El otro parece demasiado pequeño como para ser un rey.
—¡Te estoy oyendo!
Hicimos como si no existiera.
—¿Qué hacemos? —me preguntó—. Nuestro plan era solo salvar al rey.
—Yo también soy un rey.
Me encogí de hombros e intenté pensar como me entrenaron. Tal y como debí de haber hecho contigo, kabiba, así que desde ese momento me prometí que no volvería a cometer el mismo error dos veces. No tardé en hallar la respuesta: proteger a Ilaria y dar mi vida por ella de ser necesario.
Y llevar una carga más no ayudaría a que cumpliera con mi propósito.
—Lo dejamos aquí. No nos sobra el tiempo y sólo será un estorbo.
June dudó.
—¿Ilaria lo habría aprobado?
«No», pensé. Es bastante obvio, y creo que me lo dijo para ver si rectificaba. Pero no lo hice.
—La prioridad de Ilaria es proteger a su reino y la nuestra protegerla a ella. No hay tiempo para sentimentalismos.
Entonves descubrimos que había una tercera persona, pero era tan mayor y delicada que habría resultado imposible que hubiera actuado en todo ese tiempo. Se acercó hasta nosotras, apoyandose en las paredes, y nos suplicó:
—Por favor, no le hagan daño a mi rey.
Y mis recuerdos viajaron a aquella época en la que juré mantener firmemente los ideales de Rosward. Mi honor, o lo poco que queda de él decide hacer acto de aparición en ese momento.
—Tranquilo, no le pasará nada. Nuestra señora quiere hablar con él sobre unos negocios.
Y aclarando eso e ignorando las quejas del otro muchacho June y yo agarramos al rey Caspian de sus extremidades. Volvimos a cerrar la celda y lo llevamos medio arrastrando hasta la salida.
—¡Soltadme! ¡Soy vuestro rey!
—Lo dudo mucho.
Llegamos a un callejón más apartado desde el que se podían ver las subastas. El rey Caspian comenzó a recuperar su movilidad, pero June y yo nos posicionamos delante de él para que no pudiera echar a correr.
—¿Quiénes sois?
—Lo descubrirá pronto, su Majestad —le dije en tono conciliador—. No le pasará nada, y le pido que esté callado y quieto.
Él refunfuñó por lo bajo.
—No creo que seais malas. No peores que los que organizan la venta de esclavos. Dejadme liberar a mis amigos y no os arrepentiréis.
—Rey Caspian —susurró June—, conocemos los pricipios de Narnia. Nosotras le hemos rescatado. Ahora nos debe un favor, sin personas secundarias.
Y a partir de este momento las cosas se complicaron, kabiba. Por culpa de una ráfaga de viento la fina tela de mi capa se levantó un poco mostrando la empuñadura dorada de mi espada. Pensé que tal vez Caspian no se dio cuenta, pero no le pasó inadvertida.
—Un momento. Sois de Roswald —confirmó—. Hace mucho que los vuestros no pisáis suelo narniano, pero si vuestros principios siguen intactos sé que os impiden no ayudar a una mujer en problemas —comenzó a decir—. ¿Véis a esa chica? Es una de las reinas de antaño; Lucy la Valiente. Si no me dejáis rescatarla la venderán.
Casi pude oír a mis propios dientes chirriar. Solté un bufido.
—Ya me encargo yo —le dije a June—. Tú vigílalo. Si las demás han encontrado a Ilaria y la cosa se ha puesto fea no me esperéis.
June, Aeryn, Saphira y yo somos como hermanas. Pero ante todo somos Guardianas, kabiba, y tenemos que ser capaces de diferenciar cuando nos guía el corazón y cuando lo hace el deber. Y te lo digo a ti, que una vez juntamos las manos y nos llamamos hermanas. Nuestro deber con la corona siempre irá primero.
—Buena suerte. Que las estrellas te sonrían.
Juntamos nuestras manos en un apretón y me oculté entre la gente que empezaba a congregarse alrededor de los esclavos.
La subasta comenzó, y cuando ya le pusieron precio a la reina Lucy insistieron en que el niño que había a su lado era muy fuerte.
Pero antes de que pudiera idear un plan rápido en mi cabeza para atacar a la persona que la había comprado, las cosas se fueron de control. El que parecía un navegante comenzó a atacar a los captores, y varios hombres más dieron un grito de guerra —Por Narnia— y también comenzaron a dar estocadas contra los enemigos.
Sé que tú hubierras reaccionado mejor, kabiba. Siempre sabías qué hacer en todo momento. Pero a mí no me quedó otra que desenvainar mi espada y meterme de lleno en la batalla.
No me lancé al primer enemigo que vi, más bien esquivaba a todo el mundo. Cuando llegué hasta la reina Lucy y la agarré de las esposas ella se alarmó.
—Cálmate —le dije—, vengo a liberarte. Conocemos a Caspian.
Eso pareció calmarla, ya que no volvió a resistirse. Un ratón narniano, exactamente iguales a los que hay en Rosward, encontró las llaves de las esposas. Bloqueé el golpe de un hombre y, aprovechándome de que subestimaba mis capacidades de espadachina, logré librarme fácilmente de él haciéndole que creer que lo atacaría por la derecha en vez de por la izquierda.
Los Narnianos lograron acabar con los hombres que organizaban la venta de esclavos, y todo el pueblo acabó vitoreándolos.
Guié a la reina Lucy por unas escaleras, y a lo lejos pude ver a cuatro capas negras exáctamente como la mía. Con seguridad me acerqué hasta ellas, pero fue demasiado tarde cuando me di cuenta de que, como ellas, los soldados narnianos me rodearon.
—¡Caspian, Edmund!
La reina Lucy fue hasta los dos hombres que teníamos enfrente. Nos rodeaban un puñado de soldados narnianos, y el rey Caspian apuntó con las espada a Ilaria.
Como un autorreflejo Aeryn y yo nos posicionamos frente a ella, y June y Saphira a sus lados.
—Insolente. Cómo os atrevéis a alzar vuestra espada contra ella —habló Aeryn—. Presenta tus respetos ante Ilaria, reina de Roswald, Joya del reino, la Querida de los Dioses, la segunda hija de la Dinastía Amulena.
Pero Caspian no bajó la espada, que se encontraba a escasos centímetros de mi cuello. Ilaria posó sus manos en nuestros hombros y dijo:
—Retiraos, Guardianas, no hay nada de noble en una reina que no puede proteger a su pueblo.
Aeryn y yo nos quitamos de ahí, y las cuatro al mismo tiempo hicamos una rodilla y apoyamos la mano contraria en el suelo.
—Levantaos, mis queridas Guardianas. —Todas obedecimos—. ¿Por qué me habéis seguido?
—Es nuestro deber.
—Seguiremos contigo hasta la victoria o la muerte —coreamos.
Nos sonrió amablemente. Tenéis la misma sonrisa, capaz de iluminar a un reino entero. Pero no la seguí sólo por el deber. Es como tú en pelirroja, kabiba, tu espíritu vive en ella, y por muy doloroso que sea te veo a ti en cada acción que realiza.
—Guardad vuestras espadas. Hemos empezado con mal pie —se giró para mirar Caspian, que ya no nos apuntaba con la espada—. Sabemos que se dirigen hacia las Islas Solitarias. De rey a reina le pido que deje atrás los errores que hemos cometido anteriormente y que nos deje ir a bordo de su barco. Yo y mis Guardianas estamos dispuestas a combatir contra la bruma, un mal que también afecta a mi reino, y que a cambio me defienda ante mi tío Khar. Si jugamos bien nuestras cartas no hará falta que me brinde su ejército, pudiendo así evitar una guerra civil.
Caspian miró al chico que tenía al lado y susurraron unas cuantas cosas que no pudimos oír.
—En antaño Roswald y Narnia fueron buenos aliados. Por culpa de mi tío Miraz esa alianza fue perdiéndose, pero estoy dispuesto a volver a reforzar los lazos que nos unían antes.
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