έντεκα

ES DE NOCHE cuando llegamos a la isla de Ramandu.

     Dejamos el barco a cargo de un puñado de hombres y remamos hasta la orilla en botes. Al pisar tierra, lo único que nos ilumina es la luz de la luna y las estrellas. Nos hacemos paso medio a tientas por el angosto camino, Aeryn apartando las malezas con una de sus hachas y liderando la marcha seguida del rey Edmund.

     Entonces, saca de uno de sus bolsillos un aparato metálico. Tiene forma alargada y su cabeza es un semicírculo hueco. Y entonces, emitió luz.

     Aeryn casi le rebana el cuello a Edmund —que se había sobresaltado al ver luz a sus espaldas—, dejando su hacha a escasos centímetros de su cuello.

     —La próxima vez, recordadme avisaros antes de encender mi linterna.

     Aeryn agachó su cabeza, avergonzada, y Edmund le dijo repetidas veces que no se preocupara para ocultar el verdadero susto que se había llevado.

     Ambos mellizos se acercaron, claramente curiosos, y se hicieron paso para quedar por delante del resto.

     —Majestad, ¿cómo hace que ese aparato emita magia?

     —No es magia. Lleva unas pilas que... —Nos miró a Aeryn, los mellizos y a mí, que no teníamos ni idea de lo que eran las"pilas"—. No importa, es un cacharro mágico.

     —¡Edmund!

     El quejido de su hermana lo sobresaltó, pero no intentó continuar con su explicación. Seguimos avanzando y en un momento dado Rayen también se había adelantado. Se quedó mirando la "linterna" como si le provocara melancolía y un revoltijo de recuerdos que no sería capaz de describir.

     —Se trata de un invento de donde vienen los reyes Lucy y Edmund. Las "pilas" son las que generan la electricidad para que haya luz. —El rey Edmund la miró claramente impresionado y Rayen nos miró a nosotros, que tampoco sabíamos lo que era la "electricidad". Rayen suspiró—. La electricidad es la magia de los humanos.

     Los cuatro formamos una "o" con nuestras bocas, y el momento en si fue tan ridículo que no pude evitar reírme.

     —Gadea.

     Me giré y me puse de puntillas para poder ver quién me había llamado. Mis ojos se toparon con los de Ilaria, que charlaba con Saphira un poco por detrás. Me hice a un lado para no estorbar a la tripulación que continuaba avanzando y esperé a que llegaran a mi altura.

     Cuando pasó a mi lado, crucé una mirada con Caspian.

     Caminé con Ilaria a la par y Saphira se adelantó con una sonrisa hasta donde estaban Lucy y Gael. No escuché nada de lo que dijeron, pero de un momento a otro Saphira estaba cargando a Gael en sus hombros que lucía una sonrisa espléndida.

     Esperé a que fuera tu hermana la que iniciara la conversación.

     —Felicidades, Gadea.

     Fruncí el ceño ante sus palabras. Iba a decirle que se equivocaba. Todavía no era mi cumpleaños... Pero alzó su brazo y me señaló en qué punto se encontraba la luna entre el mar de estrellas.

     —Creo que nadie me había felicitado con tanta exactitud.

     Sonrió tranquilamente y rebuscó entre los pliegues de su capa.

     —Robin me ha dicho que no dirás nada. Ambos te lo agradecemos de corazón. —Iba a sonreírle y decirle que no se preocupara. Pero en realidad le mentía. Debería de preocuparse muchísimo, si es que ya no lo estaba, pues ese no era el destino que las estrellas habían escrito para ella—. Tengo un regalo para ti.

     Sus palabras interrumpieron mi ráfaga de pensamientos. Después, recaí en lo que había dicho. ¿Un regalo? De todos los años que nos conocemos Ilaria nunca me había dado nada...

     Ni siquiera me dio tiempo a negar con la cabeza, puesto que Ilaria agarró mi mano y apretó su regalo contra mi palma.

     Al abrirla, casi se me va el aliento.

     Es un broche. Tu broche. Es el cuerpo de un fénix, tallado con una cantidad ingente de esfuerzo y delicadeza, medio descolorido por el pasar de los años.

    —Pensaba que se había... que se había destruído el día que...

     Mi voz sale más débil y temblorosa de lo que me esperaba.

     Tengo en la palma de mi mano una de las pocas reliquias de la dinastía Mizraya. Sangre de tu sangre ha llevado este broche, kabiba. Pensaba que había quedado reducido a polvo y cenizas aquel día.

     —La historia es un poco ridícula. —Me giré para ver a Ilaria con sorpresa. Sus ojos estaban aguados, pero no derramaban ni una sola lágrima—. Nunca fui muy cercana a Rohana. Era imposible que lo fuera. Crecimos separadas con diferentes propósitos: ella para gobernar y yo para aconsejarla. 

     Desde el día de tu muerte, muchos te habían nombrado. Pero sus voces eran frías y carentes de sentido. La de tu hermana, sin embargo, denota cariño.

     —Un día me cogí una rabieta absurda y robé el broche de su tocador. Rohana lo descubrió más tarde, pero no se lo contó a nadie. Me dijo que lo cuidara y lo llevara puesto el día de su coronación.

     Se frotó los ojos con la manga de su capa y me sonrió.

     —Ilaria, te lo dio a ti, es tuyo.

     Mi voz estaba llena de confusión y sólo quería dejar de tener en mis manos el broche que heredaste.

     —La querías muchísimo, ¿verdad?

     Tu broche me quemaba la piel. Quería devolvérselo a tu hermana, olvidar lo que me estaba contando. Volver a dejar que el polvo se asentara sobre los recuerdos.

     —Como a una hermana.

     Mi voz sonó ahogada y me mordí el labio para no soltar un sollozo y empezar a ponerme a llorar desconsoladamente.

     Ambas nos salimos un poco del camino y ella apoyó sus manos en mis hombros.

     —El broche es tuyo, Gadea. —Cogió aire sonoramente y volvió a sonreírme—. Desde que ella murió tuve intención de dártelo a ti, pero nunca me atreví a abordarte de manera correcta. Sabía que estabas dolida por su muerte y dejé descuidada a una de mis Guardianas porque no quería reconocer mis sentimientos. Yo también perdí a una hermana aquel día.

     Sus últimas palabras las dijo en voz baja, como si estuvuera hablando con ella misma, y mi corazón se estrujó.

     —Supongo que cada una aborda sus sentimientos de una manera. Pero no volveré a descuidar los vuestros. Al fin y al cabo, sería una terrible reina si lo hiciera. ¿Has escuchado alguna vez que el poder de una reina recae en el de sus Guardianas?

     Sonreí amablemente.

     —Entonces sois la reina más poderosa de la historia.

     Ambas empezamos a reírnos por mi comentario maquillado de presuntuosidad. Era una risa triste, pero ambas estábamos cansadas de seguir lamentándonos.

     Finalmente me guardo el broche en un bolsillo de mi capa, asegurándome de que no tenga ningún agujero y sea complicado que se caiga. No soy tan necia como para perder una reliquia tan antigua como los años de nuestro propio reino.

     —Muchas gracias.

     —El registro real dice que perteneció a la propia Aglaeca.

     Hice una mueca.

     —Lo sé. No me lo recuerdes o me arrepentiré de haber aceptado el regalo. Tal vez debería de dárselo al registro y dejar que lo expongan...

     —Ni se te ocurra —me dijo—. Ya puedo escuchar la molesta voz de Lyn Air escribiendo otro cantar sobre cómo robaste el broche de manera vil para intentar redimirte de tus pecados.

Continuamos avanzando a la par, subiendo por la colina, cuando la maleza desaparece y da lugar a un claro con una mesa en el centro. Está a rebosar de comida y la tripulación parece querer zambullirse y empezar a comer como si no hubiera un mañana.

     El capitán Drinian les dijo que esperaran antes de probar la comida.

     June, confundida, cogió una manzana y le dio un mordisco.

     —Es la mesa de Aslan, la comida no está envenenada. —Repuso, con obviedad, ante la mirada perpleja de todos—. Chicas, por si no lo sabíais, en Roswald hay libros.

     Robin, que era el que la tenía más cerca, le dio un golpe con poca fuerza en el brazo.

     Sin embargo, conforme fuimos avanzando, Edmund señaló con la luz de su linterna hacia tres bultos.

     —Por todos los dioses.

     Eran tres ancianos. Su pelo y barbas era completamente blancas y medían más de un metro. Las zarzas y la vegetación los mantenían en su letargo.

     Desenfundé mi espada y vi de reojo cómo varios hombres hacían lo mismo.

     Edmund y Caspian se acercarona ellos con cautela.

     —Este de aquí es Lord Revilian. —O lo que queda de él—. Lord Mavramorn. Y este Lord Argoz.

     Lucy, que le había apartado el pelo a uno de ellos dio un brico hacia atrás. Aeryn, que estaba al lado de ella, hizo que se pusiera detrás de su cuerpo.

     —¡Está respirando!

     —Tiene que ser una broma.

     La voz de Rayen se escuchó claramente, pero nadie le contestó.

     —Los tres respiran —afirmó Edmund, con evidente confusión—. Están hechizados.

     —¡Es la comida!

     Entonces June, que estaba masticando otro trozo de manzana, empezó a troser.

     —¡No es la comida!

    —¡Mirad! —exclamó Edmund—. Es el cuchillo de piedra. Esta es la mesa de Aslan.

     —Lo que yo decía —susurró June.

     Buscaron las espadas de los tres Lords y las pusieron sobre la mesa. Sin embargo, faltaba una de las siete espadas.

     Las espadas brillaron en un tono azul y la Estrella Azul que nos había guiado hasta la isla de Ramandu descendía con velocidad. Caspian desenvainó su espada, mirando cómo descendía, pero le agarré del brazo e hice que lo bajara.

     —No es peligrosa. Espera y verás.

     Fue descendiendo como una pequeña esfera de humo y nebulosa y todos nos vimos bañados en su luz. Cobró la forma de una preciosa mujer de piel pálida y cabellos dorados. Parecía una muñeca de porcelana, tan diferente de las mujeres de Roswald.

     Pensé en vuestras diferencias, kabiba. Probablemente, lo único que comparáis sea vuestro pelo rubio. Tu piel era aceitunada y tenías heridas y costras de heridas que sólo se consiguen a base de entrenamiento y práctica.

     Contemplé su preciosa figura y no hizo falta que tuviéramos que avisarles a los narnianos —que no estaban tan acostumbrados a ver estrellas que bajaban a tierra firme— para que se arrodillasen.

     —Viajeros de Narnia, bienvenidos. —Nos observó amablemente—. Por lo que veo también hay gente de Roswald. Estáis muy lejos de casa. Por favor, levantaos.

     Poco a poco lo fuimos haciendo. Ninguno parecía tener intención de quitarle la vista de encima.

     —¿No tenéis hambre?

     —¿Quién eres tú? —le preguntó Edmund.

     Me mordí la lengua para no contestarle inmediatamente. Los cielos de Narnia y Roswald son diferentes, pero nuestra cultura y creencias están formados a partir de las estrellas. Por eso, son nuestras compañeras eternas, las que nos sonríen al ganar batallas y nos acompañan allá donde vamos. Hay leyendas que dicen que las reinas benévolas se convierten en astros al morir.

     —Yo soy Liliandil, hija de Ramandu. Soy su guía.

     —¿Eres una estrella?

     Caspian y Edmund se acercaron de manera embobada hacia ella. Ella sonrió y asintió.

     —Eres muy bella.

     Me mordí el labio intentando retener una pequeña risa, pero Caspian, que estaba a mi lado, me escuchó a la perfección y salió de su embobamiento. Ilaria me llamó la atención, pero tampoco pudo ocultar la sonrisa de su boca. 

     —Si es una distracción puedo cambiar de forma.

     —No.

     Rayen se acercó y también sonrió al ver la vehemencia con la que había contestado Edmund.

     —Por favor —dijo Lucy con molestia.

     —La comida es para ustedes. —Alzó sus brazos y las llamas de las velas se encendieron—. Hay suficiente para todos los que son bienvenidos en la mesa de Aslan. Siempre.

     La tripulación extendió un brazo dubitativo.

     —¡Esperad! —exclamó Edmund—. ¿Qué les pasó a los Lords?

     —Estaban medio locos cuando llegaron aquí —explicó con calma—. Estaban amenazando con utilizar la violencia. La violencia está prohibida en la mesa de Aslan, así que los dormimos.

     —¿Despertarán algún día? —preguntó Lucy con preocupación.

     —Cuando el mundo se enderece.

     Pero el mundo nunca se enderezará, kabiba. Somos seres humanos, al fin y al cabo. Nos equivocamos y hacemos daño a la gente que queremos, pero eso sólo nos hace más especiales.

     —Seguidme, queda poco tiempo.

     Se fue deslizando entre la maleza y antes de que desapareciera de nuestro campo de visión, Caspian, Lucy, Edmund e Ilaria comenzaron a seguirles. Ilaria se giró para mirarnos.

     —Vosotras también, Guardianas.

     Dejamos atrás a Robin y Rayen y seguimos a los monarcas de Narnia y Roswald.

     Llegamos a un mirador de piedra en el que se puede contemplar el vasto océano. Las cuatro nos quedamos rezagadas y dejamos que sean los reyes los que se acerquen.

     —El mago, Coriakin, ¿les habló de la Isla Oscura?

     —Sí.

     A lo lejos se podía contemplar. Era una isla de la que salía humo negro y verde, dándole un toque siniestro al lugar.

     —Pronto será imposible detener el mal.

     —Coriakin dijo que debíamos poner las siete espadas en la mesa.

     —Ha dicho la verdad.

     —Pero sólo hemos encontrado siete —repuso Edmund—. ¿Sabes dónde está la séptima?

     —Ahí dentro. Van a necesitar mucho valor.

     —A mis Guardianas les sobra el valor —dijo solemnemente Ilaria—. Las cinco estamos dispuestas a recoger la espada faltante y regresar.

     —Mejestad, usted es la reina, no es cauto que nos acompañe —añadió Aeryn, dando un paso hacia delante para que se fijaran en ella—. Rayen puede acompañarnos. No habrá heridos, seremos rápidas y eficaces.

     —Estoy de acuerdo —aportó Saphira—. Muchos hombres de la tripulación no saben cómo coger una espada correctamente. Sería poner en peligro a civiles.

     June y yo nos miramos.

     —Yo también estoy de acuerdo.

     —Y yo.

     Liliandil nos miró con amabilidad y una pizca de admiración, tal y como nos miraba antes nuestra gente. Si supiera lo que pasó. Si supiera lo que te hice, ella también dejaría de mirarme así.

     Sin embargo, Caspian no sentía admiración. Parecía... exasperado.

     —¡Esto no es Roswald! —soltó de sopetón—. Es un asunto de Narnia y lo haremos a nuestra manera. Mis hombres no son ni la mitad de diestros que vosotras, pero son leales a mí y están dispuestos a pelear en el nombre de Narnia, no voy a ser yo el que les niegue pelear por su reino.

     Nadie aportó nada más.

     —No pierdan el tiempo. Reyes de Narnia y Roswald, ha sido un placer. Guerreras Guardianas, estoy segura de que las estrellas iluminarán vusetro camino.

     »Adiós.

La tripulación estaba cansada por culpa del viaje y decidimos comer, pasar la noche en la isla y reunir la suficiente energía como para enfrentarnos a lo que ocurriría al día siguiente.

     Todos se tomaron su manera de enfrentar el peligro de formas diferentes. Unos charlaban tranquilamente como si fuera una noche más. Otros, en cambio, se inflaban de comida. Por suerte el capitán Drinian retiró el vino de la mesa de Aslan.

     Lo que nos faltaba era tener a un puñado de borrachos sentimentales.

     Caspian se acercó hasta mi y se sentó a mi lado. Estaba en una zona un poco apartada pero dentro del  claro de la mesa de Aslan.

     —Hoy es mi cumpleaños.

     Caspian enarcó las cejas, sorprendido.

     —Vaya, al final no tengo nada para ti.

     Le sonreí tranquilizadoramente. No es como si esperara que hubiera comprado un regalo para mí en esa isla de esclavos...

     —Lo siento.

     Enarqué una ceja.

     —¿Por qué?

     —Por comportarme así antes. —Mi mirada de confusión lo hizo sonreír—. Vaya, es decepcionante que no tengas ni un poco de celos.

     Entonces entendí a lo que se refería y el calor llegó a mis mejillas.

     —¿De una estrella? No tiene sentido. Es decir, son estrellas, su simple presencia es deslumbrante —le dije, antes de añadir—: Además, los celos no son los mejores aliados antes de una batalla.

     —¿Has estado en muchas?

     —Algunos altercados en las afueras del reino, pero nada importante.

     Caspian me miró extrañado.

     —Todas tenéis mucha habilidad, pero no tenéis fingir que estáis calmadas si tenési tan poca experiencia.

     ¿Poca experiencia? Mi niña pequeña quiso ponerse a reír y llorar en ese momento. ¿Qué hay del dolor de que te separen de tu familia? ¿Qué ocurre con los entrenamientos interminables y la poca compasión de...?

     Las Guardianas nos criamos entre llamas y renacemos de las cenizas.

     —No nos hace falta lo que los narnianos entienden por experiencia. Dicen que el entrenamiento de una Guardiana es la peor batalla de todas.

     —¿Y qué es lo que opinas tú?

     —Fue duro, pero sobrevives. —Porque no te queda otra—. Es un honor servir a la familia real.

     Mis palabras no son del todo mentira. Fue un honor servirte y es un honor servir a tu hermana. Sin embargo, ¿de dónde nace esa adoración? Nuestro reino es precioso y único, pero sólo es uno más entre cientos.

     Cuando estás completamente desesperada, la única opción es idolatrar algo. Nosotras necesitábamos pensar que todo ese sufrimiento servía para algo.

     —Antes os he visto a Ilaria y a ti. ¿De qué habéis hablado?

     Agradecí internamente el cambio de tema.

     —De princesas muertas y reliquias ancestrales.

     Me miró, dudando si lo decía en broma.

     —¿Quieres hablar de eso?

     Lo pensé durante unos segundos. Antes la respuesta hubiera sido clara y rotunda, pero ahora... ¿Realmente no quería hablar con él? Llevé las rodillas a mi pecho y me aparté las greñas que se habían escapado de la coleta que me había hecho.

     —No entiendo por qué me miras así.

     —Eso es muy poco específico.

     —Ya sabes —le dije—, como si fuera inocente.

     —No veo por qué no...

     Bufé con frustración.

     —¡Porque te he dicho más de una vez que maté a una princesa y tú te quedas tan tranquilo!

     El tono cortés había caído por la borda, pero no pareció ofenderse.

     —Bueno —empezó a decir, meditando sus próximas palabras—, no te regordeas en su muerte, entonces está claro que hay algo más.

     Quiero creerme sus palabras. De verdad que sí. Sin embargo, la realidad resulta abrumadora. Yo te dejé sola aquel día, kabiba. Debí quedarme contigo y correr tu mismo destino.

     —Hubo un accidente... y... entonces...

     Un sollozo escapó de mi boca y fue demasiado tarde como para ocultarlo. Las lágrimas empezaron a salir y tuve el impulso de salir corriendo de ahí.

     «No muestres tus emociones», me dijeron. «No seas tan débil». «Levántate, Gadea». «No pares». «Es un honor ser una Guardiana». «Tienes que ser más fuerte». «Continúa».

     «NO PARES».

     «LUCHA».

     «LUCHA».

     —Gadea.

     Y todo paró.

     De un momento a otro, la frente de Caspian estaba apoyada con la mía. Sus ojos brillaban con las tenues luces de la noche y el aire volvió a invadir mis pulmones.

     —Puedes insultarme en arcaico antiguo si quieres, pero no te voy a dejar sola. Ya has estado mucho tiempo sola.

     Y las lágrimas volvieron. Pero fueron diferentes, kabiba. No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me dijo unas palabras tan cálidas.

     —Si me dices eso sólo voy a llorar más.

     Una risa oculta por el llanto salió de mi boca. Apoyé mi cabeza en el hombro de Caspian y él me apretó en un abrazo. Al estar sentados, la posición en si era de lo más incómoda, pero no me importó. Los cantares de Roswald tendrían que hablar de la magia de los abrazos.

     De cómo cosen tus heridas y las cubren de un ungüento reparador. De lo mucho que pueden ayudar a reconstruir una persona.

     Te dan esperanza y fuerza.

     Te dicen que hay alguien que te quiere.

     Ahora es cuando empiezo a creerme la magia de la que me hablabas, mi querida kabiba.

     Y Caspian X forma parte de ella.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top