ΕΠΙΛΟΓΟΣ

Registro sobre la verdadera muerte de Rohana la Sabia

La princesa Rohana, hija de la reina Serena de Azhmir y Andros de Krostas, conoció a la reina Gadea (siendo todavía una Guardiana) a los dieciséis años. Esta fue una de las muchas medidas atípicas que llevó a cabo la reina Serena, objetando que así se harían compañía y como una supuesta medida de protección.

La joven princesa siempre fue conocida por su sabiduría y curiosidad. Junto a su fiel Guardiana, comenzó a investigar los secretos de la magia, a pesar de que en ese entonces estaba prohibida. Mientras sus conocimientos crecían, su amistad con la reina Gadea aumentaba, convirtiéndose en su valiosa amiga y consejera.

Una mañana, sin embargo, Rohana decidió poner en práctica sus poderes. Se desconoce si es por la dificultad de hacer magia con el sello que puso la reina Astraea hace más de mil años, si se debe al núcleo contaminado o a la inexperiencia de la princesa, pero cuando intentó crear una llamarada, todo se descontroló.

La reina Gadea intentó frenar el incendio pidiendo el deseo que se le concede por ser una Guardiana. Pidió que Rohana fuese salvada. Sin embargo, por culpa del núcleo contaminado, lo único que ocurrió fue que el anillo que portaba la princesa absorviera toda su fuerza vital y avivara el fuego.

Con su muerte, el fuego se apagó, y lo único que dejó a su paso fueron papiros chamuscados y el anillo de la princesa, que contenía toda su esencia mágica, volviéndolo un objeto de gran poder.

Rohana la Sabia murió a la edad de dieciocho años. Fue querida por su familia y aclamada por sus súbditos.

(El Cantar de Rohana la Sabia sólo contiene hechos ficticios que se alejan de la realidad estipulada)

Información pública sobre la muerte de Rohana la Sabia, princesa heredera, de Lyn Air, escriba de la reina Gadea.

—VAMOS, GADEA, no te quedes embobada viendo la letra de Lyn Air. June y Aeryn están por venir.

Le doy un último vistazo a la sala de exposición del museo real de palacio. En menos de cinco meses, habían creado una sala entera dedicada a todas nosotras, kabiba. Los nobles, artistas, historiadores y escribas, junto con el ferviente apoyo del reino, habían querido ayudar en la reconstrucción del reino —la cual, irónicamente, llevó a cabo la destrucción los muros que separaban a la clase aristócrata de los trabajadores— añadiendo una nueva sección al museo. A pesar de que todos parecían estar a favor, nosotras nos negamos. Sería un mal ejemplo que le diéramos prioridad a una sala en la que no iba a haber más que alabanzas hacia nosotras cuando había cosas de mayor prioridad.

Sin embargo, a los dos meses no nos quedó más remedio que acceder.

Después del todo, también cuenta su historia. La historia de los roswaldianos que pelearon con cualquier cosa que tenían a mano para obtener su libertad.

Recorro las pinturas que llenan las paredes. En una de ellas, aparecemos las dos. Tu cuerpo está siendo invadido por las llamas y yo, con lágrimas en los ojos, agarro mis dos manos pidiendo un deseo. También aparece el Viajero del Alba y la vaga interpretación de los marineros que nos acompañaron, sobre el cual vuela un majestuoso dragón bañado en oro. En la imagen más grande de todas, la cual ocupa casi una pared entera, está trazado un fénix negro como el carbón y una muchacha que se yergue ante él. La muchacha soy yo y mi cabello rubio parece ondear con la fuerza del viento. A mis pies, se encuetra la figura de Rayen, y yo me alzo poderosa y majestuosa.

Parece que cuenten la historia de una persona ajena.

Justo al lado de ese mural, está otro muy parecido. En él se encuentran Aeryn, Saphira y June, formando una hilera. Yo estoy en el mismo sitio de antes, pero la imagen imponente del fénix es sustituida por una esfera que simula el momento en el que se estaba transformando.

Sonrío al fijarme en ilustraciones más pequeñas. Corín, interponiéndose entre Khar y nosotras. Rowena, dirigiendo a la multitud como si se tratase de un ejército y ella, con su melena tan roja como si se tratase de una llama. Aglaeca y todas las reinas que han pisado el reino resplandeciendo como diosas. Veo a la reina Lucy, con una mirada de fiereza, que está espalda con espalda junto al rey Edmund.

Al volver a ver la pequeñísima pintura que hay en una esquina, no puedo volver a resoplar como cada vez que la veo. Los que se suponen que somos Caspian y yo, nos estamos besándonos de manera apasionada, supuestamente, al terminar el peligro.

En cuanto la ví, le pedí explicaciones a la chica que estaba organizando todo lo relacionado con esta sala, y ella dijo que, a pesar de que nunca nos hayan visto besarnos en público, le añadía el toque romántico a la historia. Estuve a punto de pedir que lo taparan, pero el primer día que se abrió al público no dejé de escuchar suspiros enternecidos y comentarios de satisfacción sobre que, al menos, una de las reinas tendría descendencia antes o después.

Aunque no pensaba ceder ante las presiones del pueblo, entre otras cosas, porque Caspian y yo ni siquiera estábamos casados, las cinco reinas decidimos que sería conveniente dejarlo así.

—Cada vez me arrepiento más de haber cedido para que dejaran esa ilustración ahí.

Saphira soltó una carcajada y me echó su brazo por los hombros.

—Pero si salís monísimos.

—Ah, eso lo arregla todo.

Dándome un empujón amistoso con su cadera, salimos de esa sección del museo para dirigirnos a la sala del trono, en la cual recibíamos a los invitados importantes.

—Y bueno, dime, ¿qué es lo que se cuenta Caspian? ¿Cuándo está planeado que llegue?

—Supuestamente, ya lo ha hecho. Cuando recibamos a Aeryn y a June iré a verlo.

Al cruzar uno de los pasillos, casi nos chocamos con Kenna, mi ayudante personal. Básicamente, estoy en deuda con ella, ya que sin su ayuda habría sido incapaz de tomar hasta una pequeña decisión sin pensar que estaba metiendo la pata.

Al verme, sonrió.

—Alteza, aquí tiene el registro de nacimientos de hace veintiocho años que me pidió.

—Muchas gracias, Kenna.

La joven se puso a nuestra par, acompañándonos a la sala del trono y continuando informándome de novedades.

—Las nuevas Guardianas se encuentran con sus familias. Todas ellas están bien. Sus padres han respondido ante nuestro plan de estudio y ninguno tiene nada en contra.

El nuevo plan de estudio, básicamente, tras haberle dado muchas vueltas con el resto de reinas, consiste en que estudien cinco días a la semana en palacio. Se les proporcionará educación y cómo emplear su magia. A los dieciocho años, si quieren, podrán unirse a la sección especial del ejército —en estos momentos dirigida por Corín— que se encarga de proteger a la familia real. Y, después, convertirse en las consejeras de la futura reina.

Serán libres de elegir el futuro que quieren.

Al principio pensamos en dejarlas por su cuenta, con sus familias. Sin embargo, de alguna manera, no dejaban de ser una especie de elegidas. No lograrían encajar en otro lugar siendo tan pequeñas. Con esto pretendíamos brindarles un espacio seguro donde pudieran sentirse comprendidas.

A pesar, incluso, de que no pasaran por el infierno que sufrimos las anteriores generaciones.

—Me alegro —le digo, soltando un suspiro de alivio—. ¿Y cómo van los planos de Loukya?

—De maravilla. Estoy contactando con las pequeñas aldeas para obtener su aprobación, pero dudo que haya algún inconveniente —me comunicó—. Ahora que el sello mágico se ha deshecho, no para de haber accidentes mágicos a todas horas. Nadie rechazaría que se abriesen varias escuelas de magia alrededor del reino.

—¿Y cómo van los eruditos? —cuestionó Saphira, a pesar de que ella no tenía que encargarse de este asunto—. ¿Ya han quemado varios papiros?

—Aprenden lento, pero aprenden. Con lo diligentes que son, dudo que les cueste demasiado aprender lo imprescindible para enseñárselo a la población que quiera asistir a clases.

Una vez tomadas las decisiones entre las cinco, nos repartíamos las tareas para que cada una supervisara una.

Definitivamente, yo no tuve suerte. A mí me tocó ponerme en contacto con las familias de las nuevas Guardianas (lo cual fue lo de menos) y llevar a cabo el comienzo de construir la escuela de magia Loukya. Me he tenido que comer la cabeza cuadrando los horarios en los que se impartirían las clases. Con los niños, no hay problema aparente, pero con los adultos trabajadores... En fin. Al final se quedó con impartir clase los fines de semana a los adultos que quisieran y pudieran, y también he planteado la opción de hacer un horario nocturno...

—Gracias, Kenna. Ahora se encargarán Aeryn y June de todo. Disfruta de tus vacaciones.

—Igualmente, majestad —añade, antes de hacer una breve reverencia y retirarse.

Cuando abrimos las puertas que dan a la sala del trono, nos topamos con June y Aeryn.

—Mirad a quién ha traído el viento —exclamo, antes de fundirme en un abrazo con ambas.

—Gadea y yo estábamos pensando que os habíais largado para dejarnos con toda la faena a nosotras.

—No te quejes —le dijo Aeryn, con una sonrisa—, si en realidad te encanta que escriban cantares sobre ti.

—Y tú y June os habéis estado besando de nuevo en los arbustos en vez de venir aquí. Todos tenemos nuestros vicios, Aeryn.

June se sentó en uno de los tronos en una pose derrotada, la cual nunca se le hubiera ocurrido poner de haber gente presente.

—Las vacaciones han sido preciosas mientras han durado. Tenéis suerte de haber estado con Ilaria, ahora nos tocará ocuparnos de todo a Aeryn y a mí.

—Es el inconveniente que tiene cogerse vacaciones primero —repliqué.

—¿Qué es lo que vais a hacer vosotras? —nos preguntó June—. Ilaria y Robin van a estar una temporada en casa de mis padres. Me da envidia imaginármelos en la cala de Frey, y eso que acabo de estar allí.

Saphira miró interrogativamente a June.

—¿Sabes algo sobre si se van a casar?

June negó con la cabeza.

—Mi hermano me da evasivas cada vez que le planteo el tema.

—Bueno, es normal —le dije—. Después de que Ilaria pensara que iba a tener que casarse para poder seguir gobernando entiendo que no quiera ni oír hablar del compromiso.

—Tienes razón —asintió Aeryn—. Supongo que tendrán que pasar uno años para que ocurra eso.

June, desde el trono, agitó sus brazos para volver a captar nuestra atención.

—Nos estamos yendo por las ramas. Vamos, contestad a mi pregunta, quiero saber qué es lo que vais a estar haciendo durante estos tres meses mientras yo me ahogo en el papeleo.

Saphira sonrió con entusiasmo.

—He pensado en viajar por todo el reino. Creo que eso nos puede beneficiar, ya sabéis, para saber qué aspectos hay que mejorar —nos contó—. Por supuesto, no pienso hacer ningún informe, eso lo dejo para cuando visitemos las aldeas de manera oficial. Primero pasaré por casa, Elbert, un amigo de la familia, no pudo venir el día de la coronación, por lo que aprovecharé para darle un buen abrazo.

—Si Saphira me deja, iré a su casa unas semanas —les cuento.

Saphira carcajeó.

—No hace falta que me digas el resto de tus vacaciones: Caspian y tú en un lugar idílico.

Le golpeé el brazo levemente.

—Voy a estar en una cabaña a sólo unos minutos de palacio —admití—. Caspian insistió en prepararme una habitación en el castillo, pero me negué. Quiero pasar unos días modestos, que mis únicas preocupaciones sean comprar el pan y hacer mi comida.

—Muy digno de una reina, por supuesto —bromeó June.

Sin embargo, tenía razón.

—Sé que no es algo permanente. Cuando acaben mis vacaciones tendré que aceptar la oferta de Caspian de tener una habitación en palacio. Ningún narniano va a saber que voy a estar en Narnia unos meses, así que esta vez me lo puedo permitir.

Saphira me mira.

—Bueno, ¿nos vamos ya?

June hizo un mohín.

—Sí que tenéis prisa en iros.

—Oye, Ilaria se ha adelantado. Nosotras nos hemos esperado para saludaros —replico—. Por cierto, hablad con Kenna sobre los informes de Loukya antes de que se vaya de vacaciones. Hay un señor de unos ochenta años que sale por las calles gritando a todo pulmón que no se construya un colegio de magia. —Sonrío a pesar de sus muecas de disgusto—. Ánimo.

Termino de colocar las cosas en la cesta de mimbre justo cuando golpean mi puerta.

—¡Un momento!

Paso mis dedos por el delantal que llevo puesto para quitar cualquier rastro de suciedad y abro la puerta de golpe.

—¿Está lista para el picnic, bella campesina?

Le doy una sonrisa de lado. Me acerco para plantarle un beso en la mejilla y me giro para coger la cesta que acabo de preparar.

Nos adentramos en el bosque mientras nos acompañan el cantar de los pájaros y el sonido de las hojas que se balancen con el viento. Hablamos sobre cosas triviales: qué es lo que ha hecho hoy, las quejas de Trumpkin cada vez que desaparece, propuestas de matrimonio de otros reinos... Yo, por supuesto, me reiría con lo último, aunque supongo que al ser él el afectado no le produce tanta gracia.

Cuando llevamos un buen rato merodeando, estoy a punto de preguntarle si se ha perdido. Sin embargo, se detiene abruptadamente al ver un pequeño lago ocultado por la vegetación.

Me ayuda a colocar la sábana que he traído para sentarnos y coloco la cesta entre nosotros.

—Tenías razón, este sitio es precioso —me aparto el pelo con las manos y cierro los ojos, disfruntando de la leve brisa—. Cuando vengas a Roswald iremos a la Cala de Frey.

Caspian se rió.

—En todas las cartas que me han llegado de June y Rayen aparece la Cala de Frey. Estáis creando unas expectativas muy grandes alrededor de ese sitio.

—Bueno, es un lugar de leyenda. Cuentan que las primeras sirenas nacieron ahí.

Al notar que estaba mirando un punto en concreto, seguí su mirada.

—Es escalofriante que vayas armada.

No pude evitar soltar una carcajada. La falda de mi vestido se había subido lo suficiente como para ver el brillo de la hoja de una pequeña daga que llevaba atada en la pantorrilla.

—¿Entonces quién te salvará si aparece un oso?

—Los osos son muy buenos conversando.

Chasqueo la lengua.

—De acuerdo, tengo que admitir que aún no me he acostumbrado a que los animales me den los buenos días.

Al ver que estaba a punto de reírse, le golpeo en el brazo.

—No tienes derecho a reirte. El capitán Drinian me ha contado cómo reaccionaste la primera vez que viste a Reepicheep.

En teoría, el capitán Drinian ya no era más capitán. Sin embargo, se me hace raro nombrarlo lord Drinian —o Drinian, como le llama Caspian.

Caspian hizo una mueca.

—Tendré una conversación con Drinian.

Saco de la cesta un dulce hecho de hojaldre y mantequilla que compré por la mañana en la panadería y coloco al lado un cuenco con frambuesas.

—Trumpkin está escandalizado —me comenta, metiéndose una frambuesa a la boca—. Se rumorea que estoy saliendo a escondidas con una campesaina.

—Qué horror —le digo, haciendo un falso puchero—. Pobre desgraciada. Y pensar que a la vez intenta cortejar a una de las reinas de Roswald...

Interrumpiendo la risa que está por salir de mi boca, se acerca a darme un beso que me quita el aliento.

Sorteo la comida que hay por en medio y me recuesto en el pecho de Caspian.

—¿Tienes algo que hacer luego? —le pregunto.

—No, podemos estar aquí todo lo que quieras.

Con una sonrisa me acerco hasta su cara para dejarle un rastro de besos.

Rememoro en mi cabeza los días que llevo en Narnia, lo mucho que había echado de menos a Caspian sin darme cuenta durante estos meses...

Le hice prometerme que no tardaríamos tanto tiempo en volver a vernos.

Él me enseñó sus rincones preferidos de Cair Paravel, me habló de cómo derrocó a su tío Miraz y me contó su historia con Susan Pevensie. Me hubiera gustado conocerla. Supongo que le hubiera dado las gracias por todo. Por ayudar Caspian, porque conocerla le ha hecho ser quien es ahora. Porque sino yo seguiría siendo la misma niña que lloraba al ser separada de sus padres. También sería la misma adolescente que te conoció en aquel jardín.

Por primera vez en mucho tiempo, sólo soy Gadea. Vuelvo a respirar el mismo oxígeno que todos y a reír como si volviera a tener tres años. Vuelvo a sentirme humana.

Tenías razón: la libertad implica una gran responsabilidad. No me importaría que pasaran tres mil y mil años más si con eso puedo volver a sentirme tan libre como en este momento. Es mi libertad, kabiba, y no paran de pasárseme cientos de ideas sobre cada pequeña cosa que puedo hacer con ella.

Creo que nunca antes había sentido tanta presión.

Pero es lo único certero en mi vida. Es lo único que sé que va a continuar conmigo pase lo que pase, como un amigo que ha regresado para no marcharse. Puede que Caspian, Ilaria, June, Rayen o cualquiera de las chicas muera al día siguiente. Puede que sea yo la que muera y pase a convertirme en un vago recuerdo en las mentes de todos. Sin embargo, siempre seré libre, y es algo que nadie puede arrebatarme.

Sé que mi viaje no ha terminado. Me quedan muchas vidas que vivir y muchos obstáculos que superar. Sin embargo, podré morir con la certeza de que los nombres de Aeryn, June, Saphira y Gadea, reinas Salvadoras, pasarán a estar escritos con tinta entre las miles de páginas de la historia del reino.

Justo al lado del tuyo.

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