Prefacio

Robin miró hacia todos lados.

Se enfundó en un abrazo, enterrado sus dedos en la piel. Estaba aterrada.

Contempló la oscuridad a su alrededor y el terror aumentó.

No había nada.

Absolutamente nada.

Ni siquiera un eco.

Más allá de las lúgubres voces que a veces resonaban en algún rincón. Pensó en su padre, en Vakandi, en Sebastian...

¿Dónde la habían enviado? ¿Por qué podía respirar? Si era otra dimensión, ¿existía ahí el oxígeno?

Se obligaba a sí misma a pensar en esas cosas para no caer en la desesperación.
En la locura.

Miró al cielo cientos de veces y camino unos pocos metros intentando encontrar una pared, un resquicio de luz. Un punto de partida. Pero no había nada. No sabía si estaba dando vueltas en círculos, si se había alejado de donde se encontraba, o, si había avanzado algo.

Había perdido la noción del tiempo, ¿habían pasado minutos, horas, días? De todos modos, no tenía sed ni hambre.

Gritó.

Una vez, dos veces, tres. Diez, veinte. Cien.

—¡AYUDA! Por favor... —cayó al suelo cuando se cansó de intentarlo una vez más. Porqué sí, al menos había suelo. Pero no sabía si estaba sobre tierra, piedra u otra cosa—. Si los dioses son omnipresentes... si de verdad existen, ¿dónde están? ¡Sáquenme de aquí! —Lloró desesperada, enganchando sus uñas sobre el suelo. Arañando lo que no podía ver—. ¿Dónde estoy? ¿Qué es lo que escucho? ¿Es otra pesadilla? —Se pellizcó los brazos, las piernas, la cara. Se dio vuelta y quedó de espalda sobre el suelo, pero no estaba segura. Ya ni siquiera sabía si estaba de cabeza, en dos pies o desmayada—. ¿Y si de verdad enloquecí? ¿Si todo lo imaginé? ¿Y si de verdad salté por la ventana aquel día y estoy en coma? ¿Sebastian existe? ¿Existo yo?

Colocó las manos frente a sus ojos, pero no veía nada. Alguna vez desvarió a tal punto que golpeó a su padre hasta arañarle una mejilla.

Ya ni lo recordaba. Tenía doce años. Fue después de haber soñado que se hundía en el Saint Margaret siendo Elaine, cuando intentaba abrir la escotilla para poder escapar una vez que el agua le cubrió la cabeza.

Araño con tal fuerza que el pobre de Noah se llevó el golpe entre el ojo derecho y el pómulo.

Pero nunca le quedó una cicatriz.

Ella aún no sabía que su padre sanaba.

—¿Estaré muerta? ¿Tengo que esperar a que me vengan a buscar? —Susurró bajito.

—No me queda de otra, mira hasta dónde me has traído.

Se sentó de golpe.

—¿VANNA? ¡VANNA!

Pero no hubo respuesta. Miró hacia todos lados, desesperada. Por lo menos las voces y sonidos extraños habían dejado de escucharse. Sin embargo, el silencio total era aún peor que escuchar los susurros contra su piel.

—¡VANNA! —Rugió. Y volvió a llorar, buscando en medio de la penumbra si veía algo. ¿Se lo había imaginado?

¿Era Vanna real?

—¡Por supuesto que lo soy! ¡Espera! Que no veo nada. ¡Maldito limbo! Aquí ni siquiera tengo jurisdicción. ¿Puedes gritar de nuevo?

—¿De verdad eres tú?

Ya poco le importaba pensar en lo que podía ser su madrina. Si era un fantasma, un ángel, un demonio o un simple reflejo de su imaginación, daba igual. Al menos podía fingir que hablaba con alguien.

—¡Otra vez!

—¿No puedes iluminar? —Preguntó otra voz.

Esa voz no era de su madrina.

A Robin se le erizó la piel. Con lágrimas en los ojos y el corazón apretado, susurró:

—¿Mamá?

—¡Sí, cariño! ¡Habla!

—Por suerte lloras con fuerza —le escuchó a su madrina.

—No puede ser... tú estás muerta.

—¡Trascendencia! —Gritó Vanna, y luego se escuchó una discusión—. ¿Cuándo aprenderán? Es que francamente...

—¡Habla Robinski! —Le pidió su madre. A Robin se le hizo un nudo en la garganta cuando escuchó el sobrenombre que solía usar Eydis con ella cuando niña, y que odiaba tanto cuando Noah lo hacía una vez que había fallecido.

—Por favor que no sea una broma —pidió, y luego rio, casi con locura—. Todo esto me lo debo estar imaginando. Eso es. No pueden estar aquí. Es imposible, es...

Entonces una luz anaranjada invadió el entorno.

Sus ojos demoraron un poco en adaptarse a lo que estaba viendo. Parecía un páramo desértico. Bajo sus pies había un tipo de arcilla, mientras que en el cielo no había nada a excepción de un infinito cielo negro. La luz ayudaba a que las pequeñas cumbres de arena, o de lo que fuera, destacaran contra el firmamento. Pero no había nada más.

Absolutamente nada.

A excepción de las dos figuras que caminaban hacia a ella a medio tropezar para no caer por las pendientes.

Habría sido fácil dejar de fijarse en la luz si no fuera porque ésta provenía directamente de su madrina.

Como si dos alas de fuego emergieran desde sus brazos.

Cuando llegaron hasta ella, a Robin se le llenaron los ojos de lágrimas.

Era su madre, tan joven como la recordaba, al punto que podían pasar por hermanas. Estaba aún más hermosa. Y más bajita. O ella se había quedado con el recuerdo de cuando era niña y la miraba hacia arriba.

Vanna, por otro lado, estaba igual que siempre, pero sus ojos brillaban como el oro fundido, y su piel emitía una curiosa luz rojiza, como si se estuviera por prender fuego.

—¿Qué está pasando?

—No sabes lo que me ha costado ponerme en contacto contigo, mi cielo —dijo Eydis compungida, aunque no había rastro de lágrimas en su rostro—. Ha sido muy difícil.

—¿Estás aquí? ¿De verdad? —Sollozó.

—Aquí estoy —Eydis la miró con ternura y tristeza—. Soy real.

Robin no podía moverse de la impresión.

—¿Estoy muerta? ¿Qué es este lugar? ¿Cómo es que estás aquí? ¿Y tú, Vanna? ¿Qué...?

—Todo tiene una explicación, cariño —la intentó calmar Eydis. Pero cuando la mujer estiró las manos hacia su hija, está la traspasó cuál fantasma. Robin apretó los ojos.

—Ni siquiera puedo tocarte...—se angustió agudizando la voz. Intentando no largarse a llorar una vez más.

—Por supuesto que no puedes —la cortó Vanna con rudeza—. Aquí no es como en Ramaya que te aparecías con tu alma. Estás físicamente en este lugar. Y tu madre no tiene cuerpo.

—¿Cómo sabes?... —sacudió la cabeza—. ¿Qué eres? ¿Dónde estoy? ¿Cómo salgo de aquí?

Eydis la interrumpió.

—Te enviaron a un limbo. Una dimensión entre la vida terrenal y la espiritual. Aquí es donde viene a parar Liana cuando muere.

—Trasciende —la corrigió Vanna. Eydis rodó los ojos.

—Es para que entienda que...

Vanna la interrumpió con rudeza:

—Te enviaron a un lugar donde no podrás ponerle fin a tu vida hasta que Phoenix y Liana consigan lo que quieren. Saben que si te ocurre algo a ti o a Sebastian, todos quienes están enlazados a sus almas caerán con ustedes, y quieren impedir eso. Así que te enviaron aquí y sellaron el portal asesinando a Elizabeth.

—La buena noticia es que aún puedes salir de aquí —la animó Eydis.

Robin comenzó a sentir un pitido en las orejas del puro estrés.

—¿Limbo? ¿Liana? ¿Qué? —Comenzó a hiperventilarse— ¿Cómo salgo de aquí? —jadeó.

—Vadia está despierta —respondió Vanna, casual—. Es cosa de pedírselo.

—Pero antes, tenemos que hablar —la atajó Eydis—. No creo que haya otro momento para hacerlo —los ojos de su madre brillaron—. Necesitas saber quién eres, hija, y lo que puedes hacer. Porque has perdido demasiado tiempo buscando algo que está dentro de ti y no lo recuerdas.


NOTAS

¡Y partimos con el inicio del final!
Este último libro viene con muchas sorpresas, pero en especial todas las revelaciones importantes se darán en los primeros capítulos porque los personajes necesitan saber algunas cosas antes de hacer todo lo que deben.
Espero que este inicio les haya gustado. Gracias por seguir aquí y por acompañarme a finalizar esta aventura.

Kate.

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