Interludio Mei Ling

Ver su propia vida, los caminos, las intersecciones pasadas o futuras, era caótico. Pero, además, llenar aquellos vacíos de su existencia con información faltante solo la hacía más miserable. No debió haber recordado todo, odiaba haberlo hecho, pero a la vez era justamente lo que necesitaba para comprender por qué las cosas nunca salían de la forma que ella deseaba.

Merlín y Morgana necesitaban una carnada, alguien que le pidiera ayuda a la luna que no fueran ellos, y utilizaron a Celeana.

La luna concedió el favor a los guardianes para poder proteger a Robin a cambio de maldecir el corazón de Celeana.

No importaba cuan intensamente amara. Nunca la iban a corresponder. Eso explicaba por qué a la Bruja Blanca le tenían miedo, y por qué al ser la Vieja perdió a todas sus amantes de forma temprana.

Siempre moría sola.

Era como si la luna hubiese copiado en ella parte de la maldición de Robin y Sebastian. Estaba destinada a morir trágicamente si ellos morían, pero, por otro lado, estaba imposibilitada de ser correspondida.
Incluso culturalmente había nacido en una cuna donde tampoco era bien visto que le gustaran las mujeres. Sus padres eran encantadores y se salieron del molde en cuanto descubrieron lo que Mei podía hacer.
Un par de visiones cuando niña que evitaron ciertas catástrofes familiares, además de múltiples advertencias sobre Kaos, causaron que sus padres la apoyaran y protegieran. No obstante, en lo familiar y moral, en lo práctico, el apellido Wong debía seguir una línea. Debía haber herederos. Y el apellido siempre tenía que estar en lo alto.
Competencias matemáticas, deportivas, ciencias... a Meiling la obligaron, como buena descendiente china de nacimiento, a seguir patrones de conducta para sostener el honor de la familia tal como sus primos y compañeros de clases.
Viviendo en Cambridge, ya bajo el yugo de Sebastian, lo aprendido a lo largo de su infancia no importaba demasiado. No era que como Estrella de Centuria saber sobre esgrima o tener una mente rápida para trigonometría la ayudaría en algo a salvar a la humanidad.
También había ganado un par de medallas por experimentos científicos en campamentos de verano.
Su intelecto era aplaudido dentro de la familia Wong. Estaba siguiendo el protocolo y lo preceptos de toda familia oriental que se jactase de la integridad del apellido.
Además de sus habilidades "mágicas", de las cuales sus padres estaban al tanto, el hecho que Mei tuviera la capacidad de seguir las actividades curriculares que no cualquier niño de diez años podía contemplar, la transformaba en una prodigio.

Una enviada de los dioses. De esos de los que ella hablaba tanto y cuyos ancestros proclamaban en sus escritos.

Era un milagro que necesitaba protección y potencia.

Hasta que un día, con doce años, cuando su madre le preguntó si había conocido a algún niño interesante en el campamento de ciencias, Mei casualmente le comentó que tenía sentimientos por una niña llamada Yu.
Jamás pensó que solo mencionar que le parecía atractiva una compañera de clases iba a causar revuelo en la familia. Nadie podía saberlo. La prodigio, la niña mágica, la muchachita con el futuro más brillante de toda una generación de Wongs, ¡gustaba de mujeres!
Mei también pasó por una época oscura rodeada de neurólogos y psiquiatras. Sus padres querían arreglar lo que estaba "mal en ella". Tal vez era la pubertad y el estrés por el exceso de demandas intelectuales lo que le estaban costando alguna falla neurológica. La llevaron de viaje a muchos lados para que dejara de pensar así. Para que se arreglara con la justificación del relajo.
La medicaron, le hicieron pasar por pruebas psiquiátricas sin sentido, y, por supuesto, la alejaron de todas las actividades donde hubiese demasiadas mujeres.
Craso error. En un país demasiado exigente, machista y congraciado con un código moral demasiado estructurado, como lo era China, Mei logró sobrevivir gracias a Levinia. En especial  en lugares donde siempre estaba rodeada de hombres, ya que la Diosa le decía qué decir o hacer para no ser acosada ni atacada por quienes eran sus pares.
A los veinte se unió a Centuria a petición de Phoenix, que estaba comenzando a reunir a las Estrellas del equipo. Fue una de las últimas en llegar. Sus padres no querían que se marchara sin antes al menos haber cursado una carrera. Pero el tiempo apremiaba, y que su hija fuera parte esencial del destino de la humanidad logró pesar más que los premios, las habilidades y sus preferencias sexuales.
Su hija era una heroína. Pero también estaría lejos y su madre no podría controlar su comportamiento.
Cortar los lazos y la comunicación, aunque fuera a la fuerza, por presión de Sebastian y las amenazas de Liana, surtieron en la tímida de Mei una suerte de coraza. Estaba aislada de su familia, que quería imponerle sus normas, pero estaba sometida ante un grupo de supuestos justicieros que querían acabar con la humanidad.
Su único apoyo fue conocer a Claire y a Isis. Con la primera siempre hubo un trato cordial, hasta que entre ambas descubrieron, de casualidad, que compartían ciertas memorias a través de sueños y pesadillas. Claire quería saber qué significaban esos sueños, y Mei, con sus poderes, descubrió que los escenarios eran parecidos. El problema era no saber de dónde venían o cómo estaban conectados los hechos entre sí, hasta que Sebastian y Robin finalmente se recordaron, liberando todas las almas que estaban atadas a ellos.
Claire era quien comprendía ese dilema y conectaron sus recuerdos instantáneamente, pero fue Isis a quien tuvo como apoyo fundamental durante la estancia previa a que despertaran los recuerdos. La egipcia se convirtió no solo en su mejor amiga, sino que en un objeto de devoción y admiración que solo podía mirar de lejos.
Porque Isis estaba enamorada de otro. Y nada más y nada menos que de Valiant. Del equipo contrario.
Meiling se transformó entonces en el paño de lágrimas de Isis cuando ésta lloraba por no poder ver a Valiant, y ella sufría en silencio por no poder gritarle a los cuatro vientos que él estaba a kilómetros de Cambridge y que ella estaba ahí, justo a su lado.
Pero Isis nunca la querría ni amaría como Mei la veía.
Cuando descubrió que todo su dilema amoroso recaía justamente porque como ángel aceptó ser carnada para proteger el alma de Robin, fue cuando su mundo se desmoronó.
Morgana y Merlín la habían utilizado para que conjurara a la luna y protegiera a las almas que los salvarían. Si los dos brujos lo hacían, no podrían seguir protegiéndolos a lo largo de las vidas que vinieran por algún supuesto castigo de la Diosa de las estrellas. Y debía sacrificarse alguien más.
Y Meiling era la carnada perfecta. Porque ella como ángel lo había decidido así también.

Estuvo por mucho rato sentada en el pórtico de la cabaña mirando la nieve caer. Pensaba en lo desdichada que era, en su destino de mierda y en que por mucho que pudiera leer el futuro o buscara en el pasado, o incluso cambiara patrones para encontrar opciones a otras salidas o realidades, nunca podía ver nada para ella.
Después de descargarse en el hombro de Claire, ambas regresaron al interior. La sala estaba tibia y había un aroma particular, se notaba la presencia de un bebé en la cabaña. Era el aroma a una nueva vida. 
Isis estaba bebiendo una sopa en el pequeño comedor a un costado de la entrada de la cocina mientras Noah paseaba a Chloe envuelta en una mantita y le cantaba un arrullo en islandés.
El televisor de la sala estaba encendido con alguna película y llenaba el espacio de un desconocido calor hogareño.

—Los chicos deben estar por regresar —anunció Etienne.

 Isis alzó los ojos con alarma.

—Espero que estén bien.

Ante los ojos de Mei se desdibujó una imagen y vio con claridad a Kamal, Alejandro y Valiant arribando por un túnel.

—Van a llegar sanos y salvos —rodó los ojos con hastío—. Kamal se va a desmayar, para variar.

—¿Qué tiene él con los desmayos? —Preguntó Claire con cierta gracia—. Siempre le pasa algo.

Mei achicó la mirada.

—Torú ocupa y necesita mucha energía al estar despierto. No tiene más eslabones a los que poder unir su energía así que muchas veces para manifestarse ocupa la de Kamal. Si a eso le sumamos los viajes en el tiempo y de espacio, bueno...

—Básicamente Kamal está metido en una coctelera energética —respondió Noah—. Tiene a un Dios despierto, y, aunque ahora somos más, cuando trabaja solo, Torú solo se aferra a él. Y como le gusta hacer trabajo de campo, si no hay más dioses despiertos alrededor, se desmaya de agotamiento.

—Entonces la próxima vez no lo dejen viajar o que viajen solo Estrellas con dioses despiertos —replicó Isis—. ¡Qué falta de tacto!

Mei sonrió con un poco de gracia y contempló a Isis. Estaba ojerosa, con su lindo pelo ensortijado enredado y los labios partidos. Además vestía una bata que le quedaba grande.
Pero seguía viéndose hermosa.
Por tristeza, eran solo amigas, y en ese momento ella era su protectora. No iba a dejar que nada le ocurriera ni a ella ni a Chloe y mucho menos a Valiant, que no tenía la culpa de ser su elegido.

—¿Quieres comer algo? —Le ofreció Claire. Mei se volteó. Aún tenía la manta sobre su espalda.

Entonces una visión se presentó con suma claridad:

Bea cuando joven. La institutriz de Elaine y Josephine en Nueva York. Una mujer que le gustaba la buena mesa y la lectura. Una mujer que para sus veinticinco aún no se había comprometido con nadie porque su interés estaba en estudiar, leer y aprender en medio de una época donde a las mujeres les cerraban las puertas solo por ser lo que eran.

Ella, la Vieja, la contemplaba desde los callejones oscuros, donde le gustaba ocultarse hasta dar con aquellos destinados que se cruzaran en su camino y leerse las manos.

No era tan anciana en ese entonces, pero sí bastante mayor que Bea. Y verla leer le traía paz, calor y confort a su fría soledad que camuflaba entre las sombras de la basura y la podredumbre.

Cuando Mei volvió en sí, Claire aún aguardaba por la respuesta.

—Sí. Gracias —y por primera vez en mucho tiempo su abdomen se calentó cuando Claire le dio un simple apretón en el brazo.

 Lavenia se agitó.

"Los patrones cambian..." le susurró.

Iba a preguntar algo más cuando se abrió un vórtice en medio de la sala y por ella ingresaron Kamal, Alejandro y Valiant, cubiertos de barro y empapados.

Kamal cayó al suelo y Etienne lo recibió antes que se golpeara la cabeza. Los otros dos entraron gateando y se desplomaron sobre la alfombra como si hubiesen corrido un maratón.

El vórtice se cerró, y, de inmediato, en el televisor de la sala, se anunció una noticia impactante: que Elizabeth Thumpskey había sido hallada muerta. Y una gran fotografía de Alabaster Phoenix y Pedro Suarez se destacó en la pantalla como presuntos asesinos.

—¿Qué ha ocurrido? —chilló Isis—. ¿Qué hicieron?

—Kamal llamó a la policía —sonrió Valiant con agotamiento—. Dimos vuelta el tablero. 

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