Akram Rashid

Vio sus manos atadas con aquel lazo rojizo y suave. Por un momento quiso gritar, pero no había nada malo en ello. Era una euforia diferente. Una emoción diferente. El lazo trazaba un "ocho", un "infinito" de una mano a otra.

No había dolor, sangre ni persecución. Solo un momento intimo tan intenso y fuerte que se le llenaron los ojos de lágrimas.

Los apretó para dejarlas caer. El atardecer estaba frío. La neblina cubría las profundidades del bosque, el cielo estaba encapotado con nubes grises que pronosticaban una tormenta y el viento se filtraba entre los árboles silbando brisas de hielo.

Pero ella sentía calor. Calor en su abdomen y corazón. Era el momento más hermoso, privado e intimo que hubiera tenido en años. Años que no solo abarcaban sus dieciocho de vida como Vanyara, sino que muchos más. De antes.

Porque antes nunca habían hecho algo como eso.

Sintió el calor en las manos de Prassimo, que estaban amarradas contra las suyas, sujetadas con aquel lazo rojo y brillante. Se miraron a los ojos, él también estaba emocionado.

Es que no era el ritual en sí, era lo que significaba.

—Que la unión de estas almas se vuelva una, que la naturaleza los ampare, que la luna los guíe y que el amor prevalezca —susurró Merlín con solemnidad.

Vanyara sintió la energía emerger de aquel santuario. Una energía que los bendecía y protegía. Había un par de velas viejas distribuidas en los puntos cardinales del templo donde estaban dispuestas las rocas que le rendían culto a Dea Dan. Estas chispearon con la brisa helada, a ella se le sacudió la capa y él tembló un poco de frío al verse aún medio empapado después de la odisea por llegar hasta aquel lugar.

June era la testigo principal. ¿Por qué ella y no Sabrine? No podía recordarlo. Tal vez, porque Sabrine no aprobaría aquella unión y June era una romántica sin remedio.

—Prometo amarte como siempre lo he hecho. Seré un compañero fiel y protegeré este vínculo a pesar que nos olvidemos uno al otro.

—El que recuerde primero, que busque —susurró Vanyara entre risa y tristeza.

Prassimo pareció inseguro ante aquel último voto.

—No quiero sentenciarnos. En esta vida hemos alcanzado algo que no hicimos en las anteriores. Yo te quiero prometer que no dejaré de amarte ni en esta vida ni en la siguiente ni en las que vengan. Y que venceremos todos los obstáculos. Seremos felices.

Vanyara sintió un nudo en el pecho y luego frío. La brisa estaba helada, pero no como para hacerla sentir aquel hielo en su interior.

—Entonces que este amor prospere a pesar de todo...—manifestó con determinación.

Apretaron sus manos y escuchó el cantar del viento. Cerró los ojos y las vidas anteriores pasaron fugaces ante ellos. Fue cuando vio una sombra, algo que la envolvía, que salía de ella y volvía a entrar. Algo que era suyo, pero a la vez, le causaba rechazo. Sabía que había perdido algo, pero no recordaba qué. Y aquello le dio mala espina. Porque el juramento podía quedar incompleto y tal vez la protección no funcionaría como deseaban.

Sin embargo, sonrió. Y cuando Merlín anunció que por fin estaban casados, sin desamarrarse las manos, Prassimo la besó con fuerza. Ella se dejó llevar por aquel beso hambriento a pesar de estar ante June y Merlín presentes, porque siempre era así. El magnetismo de ese amor los llevaba a la desesperación, a la necesidad y al querer entregarse sin limitaciones, como si sus almas se quisieran fusionar.

Estaban casados. Se habían prometido amor eterno ante Dea Dan, la deidad celta a quién en el futuro Robin conocería como Ramaya.

El vestigio de un recuerdo fugaz al interior de aquella cabaña fue lo último que vio antes de abrir los ojos.

El calor del fuego de la hoguera, las mantas viejas, el suelo tibio y acolchado, le aceleró el corazón. Siempre era así cuando recordaba aquellos momentos íntimos de otras vidas. Los besos, la piel contra la piel, la desesperación por sostener aquel vínculo y mantenerlo en la eternidad.

Es que ese amor no era mundano, era mágico, imposible. Eterno.

La brisa tibia le golpeó la cara y le lagrimearon los ojos. Estaba magullada, le dolía el cuerpo y tenía sed. Miró alrededor. Sobre ella había un un árbol y bajo su cuerpo un suave colchón de césped.

Pero estaba oscuro.

No podía sentarse, no tenía fuerzas. Así que giró sobre sí misma. Una vez con la boca hacia abajo sintió una fuerte nausea. Luego vino la arcada.

A pesar de la brisa tibia sintió frío. Un frío extraño. Cuando se limpió la boca con la mano descubrió que su piel estaba helada. Incluso le costaba mover los dedos y el borde de las uñas estaban moreteadas.

No podía enfocar bien. Solo sabía que estaba todo oscuro. Se arrodilló y apoyó la mano en el tronco del árbol para estabilizarse. Se sentó y recostó la espalda.

Había luces alrededor y escuchaba el ruido de una ciudad en movimiento. No sabía dónde estaba. ¿Había regresado a la tierra o estaba en otra dimensión? ¿Cómo podía asegurarse que estaba en el lugar correcto?

Su madre y Vanna le habían dicho que tuviera fe. Los dioses actuaban cuando se confiaba en ellos. Estaba segura que no seguía en Papúa, pero tampoco estaba en ese lugar de sombras.

Enfocando a medias palpó alrededor. Pero no encontró sus cosas. Se le aceleró el corazón. No tenía teléfono ni documentos ni dinero. 

Hizo un barrido alrededor mientras ajustaba la vista. Parecía que estaba en un gran parque, pero también se vislumbraban edificios detrás de los árboles. Ahí  se dio cuenta, al mirar hacia arriba, que el follaje estaba demasiado simétrico.

Apretó los ojos muchas veces hasta poder enfocar bien, pero estaba mareada y tenía hambre. ¿Cómo afectaban los viajes inter dimensionales con su cuerpo? ¿Había envejecido más? ¿Podría tener problemas físicos?
Estaba demasiado débil.

Entonces pensó en Vakandi y estuvo a punto de sonreír, porque en su fuero interno sabía que no estaría sola si estaban juntos. Hasta que recordó que su fiel amigo había muerto en Papúa.

El pecho le dolió como nunca y comenzó a llorar. Se abrazó las piernas y tembló.

—Oh, no. Mi Vaki... —sollozó enterrando la cabeza entre las rodillas.

El sonido de una motocicleta la alerto y levantó la mirada de golpe. No podía dejarse llevar por el dolor. Tenía que averiguar dónde estaba. Dónde la había enviado Vadia. Tenía que mantenerse enfocada.

Solo esperaba seguir en la tierra y que no estuviera en alguna especie de mundo paralelo muy parecido al planeta que conocía.

Intentó ponerse de pie, y si bien todo le daba vueltas, logró enfocarse durante un momento en sí misma y el lugar.

Miró alrededor. No parecía estar en ningún país árabe. O por lo menos, no lo percibía de ese modo. Jamás había viajado antes a otro país hasta que se movió a Inglaterra y comenzó a viajar con Claire y los demás.

Así que no tenía cómo saber si estaba en Dubai o en otro lado. Ni siquiera tenía un mapa.

Se suponía que Akram vivía ahí, pero el tipo también era viajero, y su petición había sido que Vadia la llevara hasta dónde estaba él.

No obstante, sabía lo suficiente como para comprender que no estaba en medio de un desierto.

Con algo de esfuerzo y sintiendo el estómago revuelto, salió de debajo del árbol. Sus ojos se llevaron una sorpresa cuando ante ella apareció imponente una enorme torre de metal.
No. Nunca había viajado antes, pero la torre era icónica. 

Parpadeó cientos de veces hasta que recompuso su sorpresa.

—¿Qué rayos hago en Paris?

Dio varias vueltas. No estaba en una simple plaza, estaba en Los Campos de Marte.
Tras ella había personas enrollando sus mantas de picnic, transeúntes vestidos con traje de oficina, muchos turistas y varios que hacían deporte.

Cuando se asomó un poco más, detectó en los alrededores algunas cafeterías cercanas con clientela. No sabía qué hora era, pero si la gente se estaba marchando del lugar y el aroma a comida comenzaba a rodear el ambiente, seguramente estaba cercana a las siete u ocho de la tarde.

De repente escuchó gritos entusiastas. Quedó obnubilada cuando la torre se iluminó por completo. Como si cientos de luces estroboscópicas se prendieran a la vez.

La gente que estaba abajo comenzó a sacar fotografías.

Pero ella estaba abrumada.

En otras circunstancias tal vez habría disfrutado de lo que veía, pero por algún motivo solo sintió pánico.

¡Estaba en París!

¿Qué mierda iba a hacer en París y sin documentos?

No tenía cómo comunicarse ni dinero para comer. No tenía pasaporte ni su bolso con sus pertenencias. ¿Cómo podría retirar el dinero de su madre si no tenía ni siquiera la billetera con sus tarjetas a mano?

La habían dejado, literalmente, dejada a su suerte.

Estaba en un país desconocido.

Era una inmigrante ilegal.

Y seguro que la apariencia no ayudaba a causar confianza.

Le comenzó a doler la cabeza. Estaba hambrienta, con sed y sola. Sus amigos andaban quién sabía dónde, no tenía idea del paradero de su padre, Vakandi estaba muerto y una vez más la habían separado de Sebastian.

—Vanna...—suplicó apretando los dientes—, maldita seas Vanna. Dijiste que me guiarías —apretó los ojos y se arrimó al tronco del árbol—. Donde sea que estés haz algo, mueve tus influencias, haz que me encuentren, por favor...

Tenía mucho que procesar. Sin embargo, que Vanna fuera la Diosa de la muerte era una de las tantas cosas que al parecer no se le hacía tan impresionante.
Tal vez se había acostumbrado a las locuras; o bien, ya estaba en un estado mental y emocional tan saturado que a todo le decía que sí.
Después de todo, ya nada podía ser más loco.

Ella misma era un chiste del universo: destinada a amar al mismo hombre una y mil veces solo porque su energía venía de la misma Diosa de la Vida, y, sin embargo, se le condenaba a morir por las mismas razones.
¿Podía ser más absurdo? 
Y además debía sumarle que Liana era otra parte de ella.

¿Cómo se aceptaba eso? ¿Cómo mierda se perdía una parte de ti? ¿Cómo podía existir una parte mala en otro lugar del mundo y que te perteneciera?
¿Cómo se podía odiar tanto a sí misma? Es que ni siquiera podía pensar en querer solo un poco a Liana. ¡Era imposible!

De todas las cosas locas que había vivido los últimos meses, esa era la peor. Y una metáfora bastante distorsionada del amor propio.

Ya no quería pensar en nada. Dentro de ella, Ramaya le pedía ayuda. Los latidos, la sensación de algo que pugnaba por comunicarse. No, no estaba mal con su teoría. El mismo Sebastian había visto cómo brillaba en la isla.

Todo tenía una razón, pero ella no quería aceptar esas razones.

No por ahora.

Tenía que enfocarse. Salir de Paris. Encontrar a su padre, salvar a Sebastian.

Matar a Liana...

Sacudió la cabeza y se la agarró con desesperación.

—No, no, no... no puedo hacer eso, ¡no!

Entonces escuchó a alguien que le habló en francés.

Robin saltó de sorpresa. Ante ella había una mujer que debía tener su edad, o tal vez era más joven. Por sus rasgos distinguió de inmediato que era una mujer india. Tenía unos bonitos ojos marrones y la piel de un tono similar a la de Kamal. Como caramelo.

La quedó mirando un instante.

—¡Madmoiselle! —Gritó un tipo enorme y calvo vestido con traje negro. Cuando se detuvo a un lado de la muchacha la regañó con elegancia. Algo le dijo y ella se desquitó con tono de hastío.

Robin parpadeó. La desconocida volvió a preguntarle algo en francés, pero al no comprenderla le hizo un gesto apuntándose al oído. 

—No hablo francés —le dijo en inglés.

La mujer hizo un gesto, preocupada.

—¿Necesitas ayuda? —Intentó en inglés.

Robin apenas asintió.

—Sí, pero no sé a quién acudir...

—Si es por el francés te puedo ayudar —le dijo la chica con simpatía—. ¿Estás perdida? ¿Te robaron? ¿Necesitas que llame a la policía? —Robin no respondió.

Madmoiselle —intercedió el sujeto empujando de forma casual a la muchacha por la espalda. Le dijo algo con tono de advertencia y Robin agarró al vuelo una palabra que se escuchó como "drogues". Iba a defenderse porque no era ninguna drogadicta cuando el tipo mencionó con mucha claridad el apellido "Rashid."

"Rashid"

Robin abrió mucho los ojos.

—¡Akram Rashid! —Chilló ahogada—. Necesito hablar con Akram Rashid.

La mujer le devolvió una mirada ceñuda. Llevaba su melena larga y trenzada hacia el costado izquierdo y un vestido veraniego colorido. En la frente tenía pegada una piedrita brillante.

—Por favor... —suplicó Robin. Esperaba no estar tentando a la suerte, no tenía a quién acudir. Y esperaba haber escuchado bien. Vanna y su madre le habían dicho que Vadia la dejaría en el lugar exacto. Así que solo se arriesgó. Después de todo ¿cuántos podrían llevar el apellido Rashid en París? —. ¿Eres Shanti? ¿Conoces a alguna Shanti?

—¿Cómo lo...? —La muchacha no reaccionó. Se estudiaron mutuamente. Robin esperando por una respuesta, la otra tal vez pensando que estaba en peligro.

—¿Jerome? —Llamó la mujer al hombre tras ella, manteniendo la calma, pero usando un tono cuidadoso—. Dale aviso a la policía que...

—¡No! —Exclamó Robin agarrándole el brazo, desesperada—. ¡Necesito hablar con Akram Rashid! ¡Es de vida o muerte! ¡Es urgente! ¡Por favor!

Shanti, tenía que ser ella por la cara que había puesto al mencionar su nombre, no reaccionó. Pero se le notaba desconfiada y con miedo. Se soltó de su agarre y el hombre enorme, Jerome, sujetó a Robin por la muñeca y se la torció hacia la espalda en un movimiento brusco.

Le dijo algo en francés que no comprendió, pero no sonaba bien.

—¡No, no! ¡Esperen! ¡Ay! —Podría haberlo golpeado, pero no quería más problemas. Estaba agotada, venía saliendo del peor episodio de su vida. Tenía mil cosas en la cabeza, no había comido nada en horas, tampoco tomado agua, ni siquiera se había dado un baño. Podía lucir como pordiosera, no tenía documentos. ¿Qué más podía hacer si no que rendirse ante las circunstancias?

No tenía chance de ganar esta vez. Estaba total y absolutamente sola.

Dejó que el hombre la empujara al suelo. Sus rodillas cayeron sobre el césped y agachó la cabeza, poniéndose a llorar.

—Por favor... mi madre dijo que Akram Rashid entendería, solo él puede ayudarme.

—¡No seas tan bruto! La estás lastimando —Exclamó Shanti en inglés y con autoridad. Entonces se dirigió a ella—. ¿Qué quieres con mi suegro? Es un hombre ocupado.

—Por favor...

—¿Qué quieres con él?

El guarda espaldas volvió a exclamar algo en francés, pero Shanti lo detuvo con una exclamación.

—¿De verdad te parece peligrosa? —ironizó indicando a Robin. Y volvió a dirigirse a ella—. Habla, ¿quién eres y qué quieres con él?

—Mi madre era su amiga, dijo que solo él puede ayudarme —suplicó cansada, al borde del colapso.

—¿Crees que me voy a comer esa mentira? ¿Tienes idea de cuánta gente intenta contactarlo a diario? Es muy difícil tener una conversación en privado con él. Ni siquiera yo, que soy su nuera, he intercambiado más de algunas palabras. Es un hombre que cuida su privacidad y es poco sociable.

—Solo dile que soy la hija de Eydis, solo eso... —lloró angustiada y cansada—. Por favor. Necesito su ayuda.

Jerome levantó a Robin con fuerza y sintió un tirón fuerte en los hombros cuando la apresó por la espalda. Lo único que alcanzó a entender del hombre fue "policier."

Imaginó que se refería a la policía. La palabra no podía variar demasiado entre un idioma y otro. Como "drougs".

Con fuerza la arrastró hacia el exterior de la calle. Robin cerró los ojos.

"Nunca le he rezado a nadie, pero Vanna, si estás por aquí, haz algo. ¡Eres una Diosa! ¡Mueve tus contactos! ¡No puedo ir a la policía! ¡Ya me cansé de ser el peón de este juego! ¡Quiero ganar!"

Por supuesto nada ocurrió. El guardaespaldas acercó la mano a los labios y le dijo algo a su reloj de pulsera. Se detuvieron en una esquina. Al cabo de un rato, de un edificio cercano, salió otro tipo vestido de traje negro. Shanti estaba a un lado.

—¡Te estás pasando Jerome! —Exclamó—. ¡No tienes que llamar a la policía! Ni siquiera está armada.

—¿Madmoiselle Rashid? —Preguntó el otro tipo acercándose—. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué no está en la cena?

Shanti soltó un gruñido.

—¡Ay! ¡Qué molestos! ¡Buscaba algún restaurante indio! ¡Detesto el menú del hotel! ¡Es desabrido! ¡Le dije a Adil que saldría por algo de comer! 

—Como esposa del hijo del jeque no puede andar sola por cualquier lado, ya se lo habíamos advertido —respondió el nuevo—. Si quería cenar en otro lado podía pedirlo a cualquiera de nosotros.

—¡Pero yo quería salir Nelson! —Se quejó la mujer—¡Qué pesados son!

—Y ahora tendremos problemas con esta pordiosera —apuntó Jerome a Robin hablando en un inglés rebuscado. Tal vez para que escuchara la ofensa.

Robin respiró hondo, aguantando la paciencia, buscando fuerzas para poder responder.

—Solo necesito hablar con...

Jerome exclamó algo y la abofeteó. Robin quedó con la cara vuelta hacia un lado, muda de la impresión, y Shanti, perpleja.

—¡¿Qué haces, animal?! —Chilló la mujer.

—¡Usted también! ¡Silencio! —gritó el tal Nelson, el más grande. Tenía más pinta de norteamericano y su inglés sin dudas era más fluido—. Es la esposa de un heredero, un solo pelo de su cabeza es más valioso que su vida. No puede mandarse sola ni mucho menos hablar con cualquier persona que se cruce en su camino sin permiso—agarró a la mujer por el brazo y la arrastró hacia las puertas del hotel—. ¡Hizo un voto! ¡Su vida está expuesta desde ahora y debe respetar las restricciones de sus libertades individuales por encima de la privacidad del señor Rashid!

—¡Suéltame imbécil! ¡Voy a gritar!

—¡Grite! ¡Grite lo que quiera! —Exclamó Nelson enojado—. ¡Ni su marido ni el señor Rashid van a tolerar esta insubordinación!

—¿Insubordinación? ¡El Señor Rashid me respeta más que a ustedes! ¡Cuando sepan lo que me están haciendo, yo...!

—¿Qué está ocurriendo aquí?

Aturdida aún por la bofetada, Robin alzó la mirada de costado. Había aparecido otro hombre, más joven y vestido de pantalón gris y camisa. No sabía si era por el golpe o no, pero desde su perspectiva se veía muy alto.

—¡Suelta a mi esposa Nelson!

—Lo lamento señor, pero Madmoiselle Shanti no...

Pero él se dirigió de inmediato hacia Shanti. Empujó al guardaespaldas, le dijo a ella algo en otro idioma y luego la abrazó y le dio un beso con mucho cariño y preocupación. La protegió entre sus brazos y exclamó furioso algo en francés.

Los dos guardaespaldas se alejaron de mala manera y se quedaron a la vista desde el interior de las puertas del hotel. Robin percibió que la sombra de uno de ellos se alejaba y la dejaba visible bajo los focos de las farolas de la calle.

—Dice Shanti que buscas a mi padre —Robin alzó la mirada. A grandes rasgos lo primero en lo que pensó fue que el sujeto parecía un príncipe árabe y que era muy atractivo. Además de llamarle la atención los ojos claros, casi azules, y que llevaba un turbante en la cabeza. Pero más allá de eso, lo que de verdad le impresionó, fue su altura. ¿Estaba mareada o de verdad se podía ser tan alto? — ¿Sabes cuánta gente intenta ponerse en contacto con él? Tendrás que agendar una cita a través de la corporación y esperar a que te de una hora, si es que te la da.

—Mi madre dijo que era su amiga —insistió una vez más, pero ya estaba cansada—. Que si necesitaba ayuda tenía que acudir a él.

El hombre rio y alzó una ceja.

—¿Y quién es esa famosa amiga? Mi padre no es de muchos amigos.

Robin hizo una mueca de disgusto por su sarcasmo.

—Eydis Solomundursdottir —respondió con rapidez.

Él no dijo nada.

La estudió por unos segundos.

—¿Tú eres la hija de esa mujer? —Preguntó sorprendido.

Robin alzó las cejas.

—¿La conoces? —Preguntaron Shanti y Robin a la vez. Una con sorpresa y otra con incredulidad.

—¿Conocerla? —exclamó él—. Es la protagonista de todos los estudios de mi padre, la tiene en un pedestal —se cruzó de brazos—. Así que la famosa Eydis existe.

—Existía —rezongó Robin—. Murió hace varios años y me... dejó por escrito que, si necesitaba ayuda, tenía que acudir a Akram Rashid.

—Mi padre es un hombre ocupado. Tendría que interrumpir su cena y no sé si...

—Por favor... —le suplicó Robin, cansada—. He pasado por mucho las últimas horas. Necesito ayuda urgente.

Si Vanna y su madre estaban moviendo los hilos para que Akram se cruzara en su camino, esperaba que hiciera efecto.

"Por favor, por favor... no me abandonen ahora."

—¿Y tú eres? —Dijo el estudiándola de pies a cabeza con desconfianza.

—Me llamo Robin Calahad —soltó con un suspiro—. No tengo cómo probarlo. Perdí mis documentos, no tengo nada —intentó tragarse las ganas de llorar, pero al final no pudo contenerse—. He perdido todo lo que amo, estoy sola, desprotegida e indocumentada en una ciudad que no conozco. Por favor, si eres su hijo, si sabes sobre mi madre...

—¿Eres la hija del arqueólogo? —interrumpió él—. Entonces es cierto que tu madre se casó con Noah Calahad.

Robin se secó las lágrimas y notó que sus uñas estaban lastimadas y con tierra.

—¿Sabes sobre mi padre también?

Él asintió.

—¿Crees que pueda recibirla, Adil? —susurró Shanti tocando el hombro de su novio—. Son demasiadas coincidencias y ya sabes lo que opina tu padre al respecto sobre ello...

—Que las coincidencias no existen —asintió Adil con seriedad—. Bien. Te llevaré ante mi padre, pero no puedo confirmar que vaya a estar disponible. Es un hombre muy reservado.

—Solo inténtenlo, por favor...—suplicó agotada.

Robin jamás había estado rodeada de tanto lujo. Aquel lugar era un nivel completo equipado con cuanto cosa impagable pudiera imaginar. Desde lo más antiguo de la sociedad parisina hasta lo más moderno.

Era el penthouse más opulento que había visto. Aunque nunca había estado en uno.
Había toda una pared de ventanas que tenían como panorama principal el centro de París. Tras ella había un enorme espacio equipado con los más bellos y costosos muebles, pantallas y alfombras que dudaba que podría costearse un día. Llegar ahí era como estar en una película de espionaje tipo Misión Imposible.
Cada vez que subía una planta en el ascensor había que aplicar una llave especial, y en cada pasillo había guardias apostados en cada esquina y puerta.

Llevaba casi una hora esperando. Shanti y Adil la dejaron ahí y luego desaparecieron al interior de una de las tantas recamaras que seguramente conectaban a más pasillos. Le habían dejado una bandeja con comida y una jarra de agua.

Por supuesto se comió todo y hasta se le rebalsó el agua del vaso al beberlo con rapidez. No se había dado cuenta de cuánta sed y hambre tenía. Se le había mojado la playera, pero le daba igual. Después de todo, su presentación personal ya estaba bastante demacrada.
Recién ahí, al estar tanto rato sola con sus propios pensamientos, descubrió que tenía sangre seca en varios lados, tierra pegada y magulladuras en los brazos y piernas.

Ni siquiera quería mirarse a un espejo para ver su cara.

Se sentó en la alfombra y apoyó la cabeza en un sofá. Temía tocar las cosas, ensuciarlas, y que luego le cobraran por echarlas a perder.

Cerró los ojos intentando por un momento despejar su mente y poder descansar, entonces  escuchó que la puerta abría. Se preparó para ver un guardia, pero la sombra que cubrió la habitación era descomunal.

Se puso de pie con rapidez y ahogó un grito de impresión.

Ante ella estaba el ser humano más alto que hubiera visto jamás. Tan alto, que el hombre tenía que doblar la cabeza al entrar a la habitación por la puerta.

Eso explicaba por qué el Penthouse tenía los techos tan elevados.

Quedó abrumada. Sabía que tenía la boca abierta, pero él solo sonreía.

—Así que tú eres Robin —le sonrió con amabilidad—. Eres idéntica a tu madre.

Robin no dijo nada.

—Imagino que si estás aquí es porque ya sabes que eres la anfitriona de Ramaya, así que vamos al grano. ¿Qué te sucedió? ¿Por qué me necesitas? ¿Y cómo puedo ayudarte?

Ella se quedó paralizada. El hombre era parecido a su hijo, pero tenía unas facciones mucho más filosas. Su mentón era muy cuadrado, su barba demasiado perfilada, la nariz muy puntiaguda, las cejas gruesas y oscuras, y su color de piel tenía un tono difícil de describir, era marrón, pero no como Kamal, Shanti o Adil, era algo amarillenta con un brillo rojizo; y sus ojos eran tan azules que no parecían de este mundo. 

El turbante que cubría su cabeza dejaba entrever un mechón de pelo oscuro. Vestía una túnica larga en cuyo hombro izquierdo cargaba un manto dorado. Parecía tejido con hilos de oro.

—Creo que mi padre y sus amigos están en problemas.

Él asintió.

—Llevo esperando por este momento hace muchos años. No me dejé involucrar porque tenía que ser en el momento correcto, y quién me ha encontrado sino que la hija de Eydis y Noah Calahad. La misma anfitriona de Ramaya. Es un honor —dijo haciendo una inclinación de cabeza.

Ella lo miró hacia arriba. Las dudas la carcomieron.

—Bueno, no sé si le seré de ayuda como anfitriona porque estoy tan perdida como caracol en carrera de Formula uno —Akram rio. Ella soltó una risa nasal—. Ni siquiera tengo poderes.

—Porque tu alma está fracturada, sí, lo sé, estoy al tanto.

—¿Lo está? —Preguntó aturdida.

—Con tu madre hicimos un trato hace muchísimo tiempo. Si ella no podía estar presente en este momento, le dije que yo te ayudaría con lo necesario para volver a tu centro. Pero antes necesito saber lo que ha ocurrido.

Robin no podía caber de la impresión. Es que ese hombre medía por lo menos más de dos metros y medio. Era enorme. Pero no parecía tener alguna malformación, sus extremidades y cuerpo lucían naturales y proporcionadas con la altura.

¿Cómo era que nadie hablaba de eso en ningún lado si era uno de los hombres más ricos del planeta?

Akram se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la miró con simpatía.

—Estoy acostumbrado a que me vean así, descuida, no me ofende en lo absoluto.

—Lo siento, no pretendía...

—Soy un gigante —admitió con soltura—. Es normal la impresión—. Robin abrió la boca para deshacerse en disculpas porque no pretendía ofenderlo. Pero al parecer era muy obvia su sorpresa—. Y casi el único que va quedando, por cierto.

Robin parpadeó.

—Lo lamento... —no sabía qué decirle, pero la comía la curiosidad.

—No es una enfermedad y no padezco gigantismo —dijo divertido viéndola con una sonrisa graciosa. Robin apretó los labios—. ¿Alguna vez escuchaste sobre Tartaria? —Le preguntó con calma.

Robin negó con la cabeza.

—¿Lemuria, entonces? —Ella sostuvo los ojos muy abiertos—. Ah, eso sí. ¿Te habló tu madre sobre los Acacios?

Robin asintió.

—Conozco a un descendiente, de hecho —susurró pensando en Sebastian.

—Ya veo...—la estudió—. ¿Eres de mente abierta, anfitriona de Ramaya?

Robin rio con nerviosismo.

—Después de tantas cosas que me han ocurrido y que he visto, no creo que nada más pueda sorprenderme.

Akram amplió su sonrisa.

—Entonces esto será divertido —se agasajó él—. ¿Alguna vez escuchaste la historia de los continentes ocultos? —Robin negó con la cabeza—. Bien.  Ponte cómoda, querida, porque después que te des un baño y cenes como corresponde, te contaré de dónde proviene mi gente, qué hicimos por la humanidad, cuál es mi Don y por qué desaparecimos. Solo así podrás entender cómo voy a ayudarte.

NOTAS

Esta historia se pone cada vez más loca, pero con justo sentido.
Lo que descubriremos a partir de Akram también involucrará a muchos otros personajes.
Cuando les dije que todos están trabajando por su cuenta sin saber que los otros hacen lo mismo, es justamente lo que significa ser una Estrella.
Adil y Shanti volverán a aparecer. Y ellos serán parte del "equipo de Robin". No tienen poderes pero Adil tiene la sangre de su padre, así que, tal como Sebastian, maneja cierta información ancestral en su adn.
Las Estrellas repartidas descubrirán cosas nuevas con sus poderes, cosas que no sabían que podían hacer, y eso conseguirá que muchos comiencen a entender cómo despertar a sus dioses de una forma más fácil.
¿Recuerdan a Brandon Tye? El hombre acusado injustamente de la muerte de los Colter. Bien. Volverá a aparecer y probablemente se alíe con Robin.
¿Y Batari, Anuar, Rose, Esmeralda, Klauss y Eydis? (Anuar era el padre de Claire), también aparecerán. Después de todo solo dejaron de existir en la tierra. Habrá capítulos narrados desde alguno de ellos ¿tal vez?

En fin. Se vienen cosas movidas y caóticas, pero muy entretenidas.
Lamento mil la demora, pero comprenderán que para lo que se avecina necesito tiempo para ponerlo todo en su lugar.
Lo que más agradezco, es que ustedes como lectores son fascinantes y especiales. No solo respetan mis tiempos sino que además me apoyan sin condiciones.
¡Son maravillosos!
Y por eso también les quiero contar que Crossroads (el primer libro) ha pasado a ser finalista por entre un gran número de autores para participar por la oportunidad de ser publicado EN FÍSICO por la editorial COSMO.
Pero para ello debo pasar a la última etapa y eso implica que el manuscrito sea seleccionado.
Así que enciendan velitas y ruéguenle a sus dioses para que así sea.
¿Y quien sabe? Tal vez tengamos a Robin y Sebastian en físico muy pronto.

Gracias nuevamente por estar.
Por seguirme y apoyarme.

Nos leemos.
Kate.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top