Undergods
Nico cayó en la cuenta de que estaba perdido. Estaba caminando por el Inframundo, como solía hacer, pero esta vez decidió hacer una ruta diferente. Se encontraba en unas ruinas frías y algo oscuras, algo que no le era demasiado incómodo teniendo en cuenta como era el reino de su padre.
Caminó durante horas hasta que una voz habló desde entre la floresta.
-Hey, niño. ¿Te has perdido?
Sobresaltado por la voz, miró a todas partes hasta dar con el origen de aquella vocecilla chillona. Una flor amarilla que le sonreía. Debería haberle parecido extraño, pero él habia tratado con fantasmas, zombies, centauros, sátiros, pegasos... En fin, su vida no era para nada normal.
-Sí, tú, niño. ¿Te has perdido?
-Bueno... No me he perdido-dijo algo pensativo- Creo que sería mejor decir que no sé donde estoy.
-Estás en el submundo. El lugar donde viven los monstruos. Todos aquí estamos desterrados de la superficie, pues la guerra contra los humanos acabó mal para nosotros.
-¿Sois monstruos-agarró el pomo de su espada.
-Sí-sonrió más la flor- Oh, no me he presentado, ¿verdad? Soy Flowey, tu nuevo amigo. ¿Quieres un poco de LOVE?
-¿LOVE?
-Sí, el amor es bueno.
-Eh... No, gracias, mejor buscaré la salida.-se giró dispuesto a irse.
-¡Te daré todo el amor que quieras, niño tonto!
Sin mirar atrás, avanzó unos pasos, cuando escuchó una dulce voz de mujer.
-Oh, pequeño, ¿te estaba molestando esa flor malvada?
Se detuvo al caer en la cuenta de que se dirigía hacia él. Al mirar tras de él, encontró un monstruo, sí. Pero no tenía un aspecto maligno, sino que era como una mujer alta, de expresión amable, casi como un cordero y de su cabeza brotaban dos pequeños cuernos.
-Puedes llamarme Mamá Toriel-le sonrió dulcemente.
-Yo... Me llamo Nico, un gusto.-sonrió un poco, no estaba acostumbrado a que le tratasen dulcemente, mucho menos a que una mujer le tratase de aquella forma, como una madre...
Reprimió una lágrima al recordar a su madre, María di Angelo, a quien casi no recordaba y a su hermana mayor Bianca.
Toriel le ayudó a recorrer la ruinas sin ningún percance, para su suerte. Pero al cabo de varias horas encontraron a una especie de fantasma, que se presentó como Napstablook.
El fantasma se mostró cordial, aunque el semidiós pudo notar que este padecía depresión y era bastante inseguro, ya que siempre se disculpaba por sus errores, aunque fueran mínimos.
Cuando se despidieron de él, a Nico le dio algo de pena, ya que no quería dejarlo atrás.
Su opinión cambió cuando Toriel le dejó solo y comenzó a explorar por su cuenta.
Encontró un bosque nevado, de modo que agradeció el calor de su chaqueta de aviador.
Escuchó unas voces a través de la maleza, una de ellas era más grave y la otra más aguda, algo chillona. Salió al claro frente a él, encontrando dos esqueletos...
Mejor dicho, dos monstruos esqueleto.
-Mira Papyrus, un humano.-dijo el más bajito y de huesos anchos.
El más alto llevaba una capa roja y unas botas, lo cual hizo pensar al hijo de Hades del rango militar de ese tal "Papyrus".
Este le miró y soltó un pequeño grito agudo:
-¡Otro humano, Sans!
-¿Qué crees que hace aquí?
-Será otro humano caído, quizá
-Preséntate humano.-exigió Papyrus.
-Soy Nico di Angelo, hijo de Hades y... Rey de los Fantasmas.
-Parece que dice la verdad-dijo Sans, el más bajo.
-¿Quiénes sois?-preguntó el adolescente algo confundido.
-Yo soy Sans-se presentó el de chaqueta azul, zapatillas y pantalones cortos azules- Y él es...
-Soy el Gran Papyrus, guardia de su majestad el rey del submundo.-dijo galantemente el de capa roja.
-Quizá podrías venir con nosotros, te llevaremos ante el rey -propuso Sans.
-Está bien, iré.
Los siguió a ambos a través del bosque, pensativo. Quizá Toriel tenía razón, no todos los monstruos eran malos. No todos deseaban la muerte a los seres humanos. Al fin y al cabo conocer a Napstablook, Sans y Papyrus ninguno de ellos le había atacado, amenazado o insultado (ninguno de ellos salvo Flowey, él si que era malvado).
Mucho menos Toriel, ella era dulce y tierna, como una madre. Tanto, que Nico la había cogido cariño. Le había cuidado tal y como María di Angelo lo habría hecho
Aquel pensamiento le sacó una sonrisa tímida para sí mismo.
Cuando volviera al campamento debía contarles a los demás de la existencia del submundo y de la existencia de los monstruos benignos como Toriel.
-Sí, debo hacerlo.-susurró para sí.
Y, siguiendo a los hermanos, emprendió un viaje que dejaría una gran huella en él, aún más grande incluso que la cicatriz de la muerte de sus seres queridos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top