I


Donde se cuenta cómo llegaron dos extrañas doncellas al castillo de Miraflores y de lo que aconteció en el camino

Agora oiredes una estoria que cuenta el sabio en los antiguos libros de los griegos, e que vuestra humilde narradora ha trasladado a esta, nuestra lengua castellana, para solaz e plazer de quien quisiere oír e leer.

Érase una vez, en tierras de Gran Bretaña, un camino muy transitado por caballeros e doncellas e dueñas e mensajeros, el cual conducía al palacio de los reyes. En un recodo dese camino, dice el antiguo sabio, acaecieron dos extrañas doncellas vestidas con ropas nunca vistas y que fablaban un lenguaje nunca oído.

—Oh, no... −dixo una.

—¿Dónde estoy? −dixo la otra.

Las extrañas doncellas miraron alrededor, pero no fallaron a nadie. La primera que había fablado, más alta, e de cabellos rubios e que parecía de más autoridat, sacó un pequeño códice de entre sus vestiduras e leyó las notas que allí tenía.

—La potencia estaba bien, no hay duda; tal vez haya sido un problema en la conexión de...

Abrió los oios, dióse una palmada en la frente e escrebió, con gesto sañudo, unas palabras:

—Malditos ingenieros −fablaba para sí−, ¡si me hubieran escuchado! ¡Ya van a ver cuando vuelva!

La otra doncella, más baja, e de cabello luengo e castaño, ignoraba las palabras de su compañera e daba vueltas por el lugar, mas sin alejarse demasiado della.

—¿Qué es este lugar? ¿Cómo llegué aquí? ¿Quién eres tú?

Mas aquella no la oía; hacía cuentas e seguía fablando por lo baxo. Ninguna oyó venir a un caballero ricamente ataviado, el cual andaba a la caza de alguna aventura con la que pudiera ganar más honra para él e su señora.

El caballero vio a las dos doncellas e pensó que podrían estar desamparadas e necesitar de su ayuda; vio las extrañas ropas que traían e supo que había encontrado lo que buscaba.

—¡Mira! −dixo la doncella más pequeña−. ¡Ahí viene alguien!

—Cállate −dixo la mayor−, no me desconcentres.

La pequeña se cubrió los oios con la mano, a modo de visera, e fabló de nuevo:

—¿¡Un caballero medieval!?

—¡Que te calles, dije!

Volvió, sin embargo, los oios a do miraba su compañera.

—Mierda.

El caballero llegó hacia ellas, fizo detener el su caballo e, mirándolas de arriba abajo, preguntó:

—¿Quiénes sodes, doncellas, e qué cosa venís a fazer a esta mi tierra?

—Mi nombre es Bella Swan, señor... −dixo, temerosa, la pequeña−, y ella es... es...

Diole un codazo a su compañera, la que fingió non se dar cuenta; mas, como Bella insistiera, fizo un ademán de fastidio e respondió:

—Susan Calvin. Doctora Susan Calvin.

—Estraños nomes habedes, Bella Swan e Doctora Susan Calvin. Yo soy Amadís de Gaula, fijo del rey Perión de Gaula, de la Gran Bretaña −dixo el caballero, e quitóse el yelmo para poder fablar más a gusto−. ¿De dónde venís e cómo habedes llegado fasta aquí sin carruajes ni palafrenes?

Bella Swan abrió mucho los oios, como maravillada, ca el rey era de muy buen ver e apuesto home. Diole de vuelta un codazo a la Doctora Susan Calvin.

—¿Qué?

—¡Mira!

—¿¿Qué??

—¡Qué atractivo es! Parece un dios griego.

Amadís non comprendía lo que pasaba. Pensaba en su señora, que esperaba por él en Miraflores, e se propuso amparar las doncellas e ayudarlas para mayor honra suya e de aquella.

—¿E bien?

Doctora Susan Calvin fabló rápidamente, ca cuenta se daba de que no habría manera de desembarazarse de él. Fabló dubdando, como pensando bien las palabras antes de dezirlas:

—Venimos del Occidente, de una tierra muy, muy lejana. Nos robaron el carruaje y mataron a nuestros acompañantes, y no sabemos cómo volver.

—¡Cuitadas sodes! Aqueste agravio no quedará sin castigo. Mas antes, vendredes conmigo a mi palacio, e yo vos defenderé en el camino. Fablaredes con la mi señora, que es de muy buen seso e conocedora de las cosas del reino. Ella vos podrá ayudar sobre la mejor manera de volver a vuestras tierras. Subid al caballo.

Bella Swan accedió de muy buen grado; sentóse detrás de Amadís e abrazólo con fuerza. Mas cuando aquel extendió la mano a Doctora Susan Calvin, aquesta declinó con un movimiento de cabeza e dixo que prefería caminar.

—Como querades, señora; estoy aquí para fazer vuestra voluntad.

Ansí partieron. Habían andado más de la mitad del camino, cuando fallaron dos caballeros que venían fasta ellos. Amadís bajó la visera del yelmo e aferró la lanza, ca evidente era que aquellos no habían un buen propósito.

—¡Eh, caballero! −dixo el que iba adelante−. ¿Qué locura es esa, que llevades una doncella andando mientras vos e la otra vais en el caballo?

—Locuras dezides vos −respondió Amadís−, que fablades sin seso nin mesura. Un caballo non es suficiente para llevar a tres personas, aunque dos sean doncellas.

—Entonces dádnoslas como amigas−dixo el segundo−, que con seguridad fallaredes más donde fallasteis aquestas.

—Eso non será −volvió a dezir Amadís−, que amas están baxo mi protección e cuidado.

Los dos caballeros baxaron las lanzas e embistieron contra él. El primero le atravesó el escudo con la lanza, mas no lo firió. Amadís le atravesó el yelmo e lo arrojó del caballo. El segundo erró el golpe, e el rey lo firió en el hombro con la espada. Luego volvió al trote, tomó la lanza, limpió la espada e la guardó en la vaina, e les dixo a las doncellas que tomaran los caballos e subieran a ellos.

Bella Swan quedó maravillada por la gran fuerza e apostura de Amadís, e subió al caballo sin dubdar. Doctora Susan Calvin non quiso subir, mas Bella Swan le dixo que era la única manera de encontrar un camino a casa.

—No estoy segura de que sea así −respondió−, pero supongo que es mejor evitarme otro encuentro con algún otro interesado en asuntos ajenos. El problema es que no sé andar a caballo.

—No te preocupes −dixo su compañera−, súbete al mío, vamos juntas.

Dexaron el otro caballo e ansí fueron por el camino. Andando, fallaron otro caballero, maltrecho, sentado junto a un árbol. Una dueña le curaba las heridas.

—Señor amigo −dixo la dueña al ver pasar a las doncellas−, ¿por qué no tomáis uno de esos caballos?

El caballero herido se levantó e se dirigió a ellas:

—Señoras, dadme ese caballo, que me es menester llegar pronto al castillo del conde Olguín.

—Lo siento, pero no podemos −dixo Bella Swan.

—Dádmelo −insistió el caballero−, o vos lo quitaré por la fuerza.

Doctora Susan Calvin se llevó la mano al rostro y suspiró.

—A este paso no vamos a llegar nunca −dixo.

El caballero avanzó fasta ellas, pero Amadís ya arremetía contra él e lo derribaba de un golpe. La dueña corrió hacia ellos dando grandes voces; Amadís volvióse e díxole:

—Non está muerto; curadle las heridas e que no vuelva a importunar más.

E siguieron su camino. Pronto aparecieron otros caballeros dispuestos a tomar a las doncellas para sí. Doctora Susan Calvin era muy quexosa:

—¿¡Pero es que todos son igual de entrometidos en este país!?

—¿De qué hablas? −le dezía su compañera−. ¡Están peleando por nosotras! ¿No es genial?



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