Capítulo 8: Cebo y engaño
El shock por el agua fría salpicándola hizo que Ange recuperara la conciencia, mientras se agitaba chisporroteando sobre el duro suelo de piedra. Sus ojos se abrieron y se encontró de repente en otra celda de prisión. ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba fue que se iba acercando a Jill y Salia en la playa. Tenía una larga lista de preguntas para la Comandante, pero antes de poder decir nada, algo la golpeó en el estómago, y todo se puso negro.
– ¿Ya despertaste? – le preguntó una voz familiar. Al otro lado de los barrotes, Salia, Vivian, Ersha, Rosalie y Chris la miraban con expresiones que iban desde el desprecio hasta la decepción. Sólo Vivian mostraba algún signo de estar feliz de verla. Alguien tosió junto a ella, y Ange miró para ver a Hilda tendida a su lado. Su largo cabello rojo estaba totalmente suelto y estaba desnuda. Un frío ligero acarició su piel y Ange soltó un gritillo al darse cuenta que ella misma también lo estaba.
– ¡Hola, bienvenidas de vuelta! – dijo Vivian.
– ¡Vivian! – la regañó Salia. Inmediatamente, la piloto exageradamente enérgica se echó para atrás mientras la capitana sostenía su tabla de notas en la mano. – Ahora leeré el castigo para ambas.
– ¿Dónde está Momoka? – demandó Ange.
– Ange y Hilda, – continuó Salia – por haber desertado de su escuadrón, ambas pasarán una semana de confinamiento. Adicionalmente, todos sus activos y posesiones han sido confiscados, incluyendo sus respectivos Para-mails y la sirvienta que compraste, siendo esta última reasignada a la casa de invitados.
– Oh, ¿eso es todo? – preguntó Hilda. – Supongo que tendré que volver a comprarlas de vuelta.
Desde su lugar al lado de Chris, la cara de Rosalie de repente se retorció de rabia, y se lanzó hacia los barrotes.
– ¿Crees que esto es una broma? – les gritó. – ¡Por culpa de ustedes, a todas nos tienen suspendidas! ¡Todos los demás escuadrones están haciendo dinero y nosotras estamos en espera! – Rosalie se mordió el labio y su expresión se suavizó un poco. – ¿Por qué no hablaste con nosotras? Podríamos haberte ayudado.
– ¡Oh vamos! – se burló Chris. – Ambas sabemos que ella nunca nos vio como amigas.
Rosalie se quedó mirando a Chris en shock.
– Es cierto. – sonrió Hilda. – Ustedes dos siempre fueron mis medios para un fin. Me las tuve que aguantar para hacer que mi vida aquí fuese menos miserable.
Los ojos de Rosalie se ensancharon y su boca se abrió de par en par, cuando Chris de repente la empujó a un lado para escupirle en la cara a Hilda.
– Habría sido mucho mejor si ustedes hubieran muerto. – les gruñó. – Oh, y volví a comprar todas las cosas de la Capitana Zola mientras ustedes dos estaban fuera. No tienes permitido acercarte a nada de eso.
Chris se fue furiosa, y Rosalie echó una última mirada triste a Hilda antes de irse tras ella.
– Simplemente no lo entiendo. – dijo Ersha. Ange la miró, y los ojos de la pelirrosa apenas parecían contener las lágrimas. – ¿Por qué huyeron ustedes dos? Todas nosotras... hemos vivido aquí durante todas nuestras vidas. No sabemos nada del mundo exterior ni de ninguna de nuestras familias. No hay nada para nosotros allá afuera. Así que ¿por qué?
Los ojos de Ersha se veían tan tristes y dolidos, que Ange casi podía sentirlo en sí misma.
– Porque ella no es como nosotras. – dijo Salia mientras se alejaba. – La Comandante fue muy tonta en haber confiado en ti. Nunca mereciste a Villkiss. O ninguna otra cosa.
Ersha les lanzó a ambas una última mirada de remordimiento antes de marcharse también. Vivian, sin embargo, permaneció un segundo más mientras buscaba algo en su bolsillo y lo dejaba caer a los pies de la celda.
– ¿Vivian? – preguntó Ange.
– No diré nada si tú no lo haces. – dijo Vivian guiñando el ojo mientras corría detrás del resto.
Ange alargó la mano entre los barrotes y agarró algo envuelto en plástico. Lo abrió y sonrió al ver el contenido: un llavero de Perolina, y un par de cintas para el cabello.
– Ten. – le dijo a Hilda mientras le arrojaba las cintas.
– En serio debería ocuparse de sus asuntos. – gruñó Hilda.
– ¿Estás bien?
– Sí, claro. – dijo Hilda mientras se levantaba del suelo. – Es mejor así. Mantener esta charada se me estaba haciendo muy agotador de todos modos.
– Podrías haber dicho que lo sentías. – comentó Ange. Hilda chasqueó la lengua y volvió a atarse el cabello en su peinado usual.
– No necesito escuchar eso de ti. – gruñó. – Además, no es que haya vuelto por ellas de todos modos.
En los catres de ambas, habían dejado un uniforme básico para cada una, junto con una manta sencilla de lana. Bueno, por lo menos eso les dejaron, fue lo que pensó Ange mientras volvía a vestirse. Al otro lado de la celda, Hilda se ajustaba la falda alrededor de sus caderas, y Ange finalmente pudo ver el moratón con forma de zapato que ya casi desaparecía debajo de su seno izquierdo.
– Eso no se ve nada bien. – comentó. – ¿Qué te pasó?
– Oh, ¿esto? Me... saltaron encima cincuenta policías.
– ¿Cincuenta?
– Sí, y mientras les pateaba sus traseros, uno de ellos tuvo un golpe de suerte.
– ¿En serio? – Ange no parecía tragárselo. Hilda se encogió de hombros y se sentó en su catre.
– No sé tú, Princesa, pero mi tiempo afuera fue un infierno. Luego de darles una paliza a esos polizontes, tuve que dormir en el lodo, escarbar entre la basura para buscar comida, y luego tuve que ir a salvarte el trasero.
– ¿Y ese sujeto Rio?
– Ugh, él fue lo peor. – gruñó Hilda. – Necesitaba a un idiota que atrajera el fuego, así que le dije que si hacía un buen trabajo TAL VEZ lo dejaría acostarse conmigo. ¿Y sabes qué? De alguna manera pensó que eso quería decir que tenía vía libre de manosearme cuando quisiera. Tuve que mantener mi pistola cerca todo el tiempo, o si no lo pillaba tratando de meter su miembro en mí.
– ¿Y por eso fue que te enojaste cuando Momoka creyó que él estaba interesado en mí?
Hilda le echó una mirada furiosa y se dejó caer de espaldas a Ange.
– ¡Ya cállate!
...
Mientras el sol se ponía sobre el océano, Rio se encontraba sentado en la cueva de Tusk, escaneando los documentos que el cuartel general le había mandado. Una taza de café negro descansaba sobre la mesa delante de él, junto con un plato de cecina de cerdo salvaje y frutas de la jungla, mientras afuera una orquesta de grillos proveía de música. Por el momento, tenía toda la isla para él solo, ya que Tusk había salido más temprano por la mañana para hacer algo de reconocimiento alrededor de Misurugi.
Si Embryo planeaba hacer su movimiento, entonces tarde o temprano él tenía que estar allí para cuando revelara sus planes. Después de todo, era desde Misurugi de donde toda la Luz de Mana se retransmitía al resto del mundo, y a donde se llevaban los cadáveres de los DRAGONs luego de que las Normas de Arzenal lidiaban con ellos. Aunque para qué, nadie sabía exactamente. La Network había intentado una y otra vez infiltrar a alguien en el Pilar del Amanecer, pero siempre los descubrían antes de poder irrumpir en las cámaras internas.
«Es una pena que la Network no haya podido identificar a la princesa como una Norma hasta que fue demasiado tarde,» pensó. «Habría sido la oportunidad perfecta para que le voláramos la tapadera a los secretos de Embryo.»
Dejando su panel por un momento, salió para caminar un poco. Pese al clima tropical, el tiempo aquí estaba sorprendentemente agradable durante la noche. El viento fresco que soplaba desde el agua ayudaba a compensar por la humedad del día, por lo que una persona podía dormir cómodamente. Subiendo por la colina central, el camino se volvía espiral hasta que finalmente llegó a la cima y se encontró frente a un hangar que había sido excavado en la roca. Una pequeña puerta secundaria dentro de la principal le dio acceso, y el resplandor de la linterna iluminó un Arquebus de color rosa que yacía cubierto por una gruesa tela.
«Ha hecho un trabajo fantástico manteniéndolo durante todos estos años.» pensó Rio.
Pero considerando que era el único recuerdo que Tusk tenía de su madre, no era tan sorprendente. Rio palpó la nariz, y su mente comenzó a preguntarse sobre su propia madre. La última vez que hablaron fue justo antes de que la Network lo hubiera reclutado. Se preguntaba si ella y su padre estaban bien. ¿Lo extrañarían? ¿Lo habrían llorado por un largo tiempo luego de que falsificó su muerte?
A pesar de la amargura que sentía hacia sus padres por como reaccionaron ante Sarah, una parte de él todavía anhelaba verlos. Pero después de que la Network le mostró la verdad, no podía vivir como ellos lo hacían. No, ya había tomado su decisión, y era muy tarde para volver atrás. Lo único que podía hacer era seguir adelante hasta que alcanzara su meta.
En el medio de sus pensamientos, su pie golpeó algo, y Rio miró para ver una llave de tubo en la sombra del viejo Arquebus. La recogió y se la llevó hasta el banquillo de trabajo cuando algo más atrapó su atención.
Sobre el estante de herramientas que colgaba sobre la banca, había una foto clavada en la madera que él quitó para examinarla mejor. A dos de las personas las reconoció como los padres de Tusk, Istvan y Vanessa. Los otros dos eran un hombre musculoso de mediana edad con una barba negra que se volvía gris, cuyo brazo rodeaba el hombro de una mujer atractiva de cabello rubio cargando un cachorro en sus brazos. El hombre lo reconoció como el Jefe, cuando respondía al nombre de Blitz y era el agente número uno de la Network. La mujer debía ser Jasmine, quien era la comandante de Arzenal durante el primer Libertus. Entre las dos parejas había una joven mujer en un traje de piloto negro, cuyo cabello del mismo color estaba atado en una coleta alta.
«Esa debe haber sido Alektra,» pensó al darse cuenta.
Al mirar más de cerca, algo en la forma en que estaba parada captó su interés. El hombro que tenía del lado de los padres de Tusk, o más bien hacia Istvan, estaba más tenso que el que tenía hacia el Jefe y Jasmine. Y además lo tenía ligeramente retraído como si tuviera miedo de quemarse si lo tocara. ¿Sería posible que sucediera algo entre ellos? Rio miró a Istvan y para su alivio notó que no había ninguna tensión en su postura, lo que significaba que era totalmente unilateral.
Rio volvió a poner la foto en su lugar, y se preguntó si Tusk lo sabría, pero dudaba que así fuera. Tusk era un buen soldado de muchas formas, pero también era increíblemente ingenuo. Aun así, este pequeño trozo de información podría serle útil en caso de que necesitara una ficha de intercambio.
Al salir del hangar, Rio miró hacia el océano, en la dirección de Arzenal. El sol finalmente se había ocultado tras el horizonte, y los últimos rayos que quedaban se refractaban en las nubes de una forma en que parecía que el cielo estuviera en llamas.
«Es del mismo tono que su cabello,» pensó Rio. Se preguntaba cómo estaba Hilda, y esperaba que cualquiera que fuese el castigo que Jill le estaba infligiendo no era demasiado severo. En el medio de sus pensamientos, una repentina brisa fría sopló por encima del agua. Si tuviera que adivinar, mañana iba a llover.
...
Con un gemido, Hilda levantó su cabeza, encontrándose en un vacío negro infinito. Unas cadenas sujetas a sus muñecas la colgaban de un arco de madera, y Hilda tembló cuando un escalofrío recorrió su cuerpo desnudo.
– Ayuda... – murmuró. – Que alguien me ayude...
– ¿Por qué regresaste?
Desde la oscuridad, aparecieron de pronto una mujer mayor y una niña pequeña, ambas con el mismo cabello rojo que el suyo.
– Al fin era feliz. – dijo la mujer. – Y entonces regresaste. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que dar a luz a una bestia como tú?
– Mamá... – gimoteó Hilda. – Por favor...
La niña pequeña comenzó a gritar y enterró su cara en el delantal de su madre.
– Mami, tengo miedo. – lloriqueó.
– Está bien. – dijo la madre mientras le daba la espalda a Hilda. – Ese horrible monstruo nunca más volverá a molestarnos.
Al lado de su madre, cuatro policías aparecieron, golpeando sus bastones contra sus palmas, mientras le sonreían sádicamente a Hilda.
– Lárgate. – suplicó la mujer. – Déjame en paz.
Alguien comenzó a aplaudir, y más gente apareció, a quienes Hilda reconoció haber visto durante la ejecución de Ange.
– ¡Cuélguenla! – canturreaban. – ¡Cuélguenla! ¡Cuélguenla!
Alguien se rio, y para su shock, Hilda se dio la vuelta y vio a Zola con su brazo alrededor de Chris y Rosalie.
– Zola. – suplicó. – Ayúdame...
Su antigua amante sacudió su cabeza, y se rio mientras manoseaba los senos de Chris y Rosalie.
– ¿Esperas que te ayude ahora? No me hagas reír.
– ¿Por qué deberíamos ayudar a una traidora como tú? – preguntó Rosalie.
– Sí. – Chris estuvo de acuerdo. – Ya nos cansamos de tus jueguitos.
– Sabes, Hilda, no me molestaba protegerte. – dijo Zola. – Después de todo, siempre me diste lo que quería, así que era justo. Pero yo siempre veía mi objetivo, y nunca me echaba atrás con él.
– Lo cual es más de lo que tú jamás hiciste. – le recordó Chris. – Al menos, cuando compré de vuelta el cuarto de la Capitana Zola, lo hice porque quería recordarla.
La multitud se separó, y apareció otro humano. Era el hermano de Ange, que sonreía arrogantemente mientras se echaba para atrás su pelo exageradamente peinado y hacía un gesto para que la multitud se callara.
– Por el crimen de ser una Norma, ¡te sentencio a muerte! – exclamó. La multitud sonrió y comenzó a acercarse a ella, mientras Hilda cerraba sus ojos de terror.
– ¡Aléjense! – suplicó. – ¡Aléjense!
– ¡Déjenla en paz!
Los ojos de Hilda se abrieron de golpe ante el repentino grito, y toda la multitud se giró hacia el responsable, un hombre joven que los miraba desafiantes con sus ojos azules.
– ¡Rio! – gritó Hilda. – ¡Rio, no lo hagas!
– ¿Y por qué deberíamos? – preguntó el hermano de Ange. – ¿Qué significa ella para ti?
Rio miró a Hilda, y mantuvo su cabeza en alto.
– Porque es mi amiga.
Un silencio mortal cayó sobre toda la turba, y rápidamente fue reemplazado por una furia de indignación total.
– ¡Traidor! – gritaron. – ¡Asqueroso amante de las Normas!
Hilda trató de forcejear para liberarse, pero las cadenas se mantuvieron firmes.
– Lástima por él. – se rio Zola. – Supongo que debería haberse ocupado de sus propios asuntos.
– Es sólo su culpa. – se burló Chris.
– Al menos, nosotras supimos cuándo dejarla tirada. – añadió Rosalie. Ahora, la multitud lo estaba rodeando, mientras uno de sus policías levantaba su porra y la bajaba violentamente sobre el cráneo de Rio. Los otros rápidamente lo siguieron, y pronto, Rio desapareció en medio de la masa de gente, mientras un torrente de golpes llovía sobre él desde todas partes.
– ¡No! – suplicó ella. – ¡Déjenlo en paz! ¡Deténganse! ¡RIO!
...
Hilda se levantó de golpe tan rápido que casi se golpeó la cabeza contra los barrotes de su celda. El corazón le retumbaba en el pecho, y su aliento salía en bocanadas descontroladas. Afuera, la lluvia salpicaba desde los barrotes de la ventana rebotando hacia su espalda y su cabeza.
– ¿Estás bien?
Hilda echó una mirada, e hizo una mueca al ver a Ange sentada del otro lado en su propio catre.
– Estoy bien. – gruñó mientras se frotaba los ojos. ¿Por qué no se podía sacar a ese tipo de la cabeza? ¿No se sentía ya bastante miserable sin tener que lidiar con la culpa?
– Sabes, por todo lo que dices que Rio fue un depravado contigo, realmente pareces extrañarlo mucho. – dijo Ange.
Hilda estuvo a punto de refutar, pero terminó relajándose. Estaba demasiado cansada como para pelear.
– Bueno, tal vez el tiempo que pasé con él no fue tan malo. – admitió. En retrospectiva, hasta fue algo agradable. – Sabes, él me salvó la vida.
– ¿En serio?
Hilda se cubrió la cara con la mano. Lo último que quería era que Ange de todas las personas la viera llorar.
– Pensé que mamá sería diferente. Que seguiría amándome. Pero no fue así. Después de eso, ya no me importaba si me mataban. Pero a él sí le importó. No sé por qué, pero él no me rechazó. Sin importar cuánto me esforcé para obligarlo a hacerlo. Y luego...
– Y luego te ayudó a salvarme. – interrumpió Ange. – Y le patearon el trasero por ello.
Hilda apretó sus dientes y se agarró la cabeza entre sus manos.
– ¡ARRRGH, ESE IDIOTA! – gritó. – ¿Por qué tuvo que hacer eso? ¡Yo no le pedí que recibiera una paliza!
– No me preguntes. – dijo Ange. – Tal vez él no te conozca tan bien como yo.
Hilda sonrió amargamente al recordar su sueño, y cómo ni siquiera Zola se molestó en venir a ayudarla.
– Tienes razón. Él no sabe nada sobre mí. – Girándose de espaldas a la ventana para que la lluvia no la salpicara tanto, Hilda se dejó caer con las manos detrás de la cabeza. – Honestamente, ni siquiera sé por qué me siento tan molesta. No es como que lo volveré a ver.
Y si esa chica que estaba asfixiándolo con sus senos en la playa era algún indicio, no era como que Rio tendría problemas olvidándola.
– Míralo por el lado amable. Al menos tu idiota no se la pasa metiendo la cara en tu entrepierna. – dijo Ange. Hilda se encogió sobre el frío y duro catre y suspiró.
– ¿Sabes cuál es la peor parte? Realmente sí le ofrecí acostarse conmigo porque me estaba ayudando. Pero ni siquiera lo intentó.
Ange la miró sorprendida.
– Espera... ¿me estás diciendo que querías que se acostara contigo?
Hilda no le respondió. Si Rio lo hubiese hecho entonces, al menos tendría sentido. Y tal vez fuera para no sentirse en deuda con él. Reflexivamente, Hilda se tocó el rostro debajo de su ojo izquierdo, que finalmente había dejado de estar hinchado. Todavía podía sentir el calor de los labios de Rio sobre su mejilla.
«Eso no significó nada,» se dijo a sí misma. «Sólo lo hizo para que esos niños no sospecharan nada.»
Entonces, ¿por qué no podía quitárselo de la mente? ¿Y por qué deseaba poder volver a sentirlo?
...
Con un suspiro exhausto, Salia salió del simulador de Para-mail y bebió de su botella de agua. Las otras rápidamente salieron de sus unidades, y se reunieron para una discusión tras el entrenamiento. Quizás las habían relegado a defensa de la base y soporte, pero Salia no tenía deseos de dejarlas sentarse y que se ablandaran.
– Eso será suficiente por hoy. – anunció. – Mañana, tomaremos los Para-mails reales para salir a hacer algunos ejercicios de maniobras.
– ¿Cuál es el punto? – se quejó Rosalie. – Como nos tienen en espera, no es como que recibiremos nada de dinero. Por culpa de las hermanas que se fugaron.
– Ellas tienen la culpa. – gruñó Chris. – ¿Por qué los humanos no pudieron matarlas? Al menos así habríamos conseguido nuevas reclutas.
Salia miró a la chica de pelo plateado, pero no dijo ni una palabra. Desde que se apoderó de la habitación y propiedades de su fallecida capitana, la personalidad sumisa y tímida de Chris había empezado a mostrar un lado mucho más oscuro de sí misma.
– Ya, ya. – dijo Ersha. – No digamos cosas tan crueles. Estoy segura de que Ange y Hilda están muy arrepentidas de lo que hicieron.
– Dirás arrepentidas porque las capturaron. – corrigió Rosalie, mientras Vivian salía al paso.
– ¡Hora de una pregunta sorpresa! – anunció. – ¿Quién puede adivinar lo que hay en el menú esta noche?
– ¿Es algo de mi curry que sobró anoche? – preguntó Ersha.
– ¡Bingo! – celebró Vivian. – ¡Vamos, cambiémonos y démonos una ducha rápido para que podamos llegar antes de que se acabe!
El escuadrón se dispersó, y se dirigieron hacia el cuarto de vestidores, a excepción de Salia que se quedó atrás. Para sorpresa de nadie, Ersha fue la única que lo notó.
– ¿Te encuentras bien, Salia? Pareces un poco molesta.
– ¿Cuándo no lo está? – bromeó Rosalie. Salia agitó la mano restándole importancia al comentario.
– Las alcanzaré después. Sólo necesito tiempo para pensar.
– Ok. – dijo Vivian. – Pero no nos culpes si para cuando llegues se acabó todo el curry.
Una vez que las otras se habían ido, Salia finalmente se permitió relajarse y caminó todo el camino desde el área de entrenamiento hacia el hangar de la primera tropa, donde encontró a Zhao Mei ocupada revisando su lista de mantenimiento.
– Oh, hey Salia. – la saludó. – ¿Qué tal el entrenamiento?
– No estuvo mal. – respondió Salia limpiándose la cara con su toalla. – ¿Por casualidad habrás encontrado alguna forma de mejorar la ventilación en los simuladores?
– Sí, pero ya sabes cómo son los humanos. Si no sirve para un propósito práctico, no lo aprobarán. Supongo que piensan que el aire rancio y escaso es bueno para las Normas.
Salia asintió, y luego fue hacia la verdadera razón por la que vino aquí. Un Para-mail blanco cuyo diseño era mucho más elaborado y detallado que el resto.
– ¿Cómo está Villkiss?
– Está resistiendo. Sabes, considerando cuánto empuja Ange hasta los límites al pobre, creo que realmente la extraña.
Salia chasqueó su lengua con fastidio. Podría tolerar algunas de las peculiaridades más excéntricas de Zhao Mei en relación al mantenimiento de los Para-mails, pero después de la deserción de Ange no estaba de humor para oír tonterías de los "sentimientos" de Villkiss. Sin importar lo poderoso que fuera, un Para-mail seguía siendo una simple herramienta. Era el piloto quien lo hacía especial. Si no tenía uno, sólo era una pila de metal inútil.
«Lo probaré,» juró Salia. «Ahora que Ange está encarcelada, Jill no tendrá más opción que confiarme a mí con Villkiss y Libertus.»
En ese momento, notó el otro Para-mail junto a Villkiss, un Glaive color carmesí que había sido altamente modificado.
– ¿Qué hay de la antigua unidad de Hilda? ¿Cuándo planeas desmantelarla?
– Bueno, he tenido mucho trabajo acumulado ahora que sólo tenemos a dos escuadrones funcionales. – dijo Zhao Mei. – Además, tu propio escuadrón está pendiente de mantenimiento e inspección. Lo haré eventualmente.
Salia le echó una mirada molesta a Zhao Mei, y la joven mecánica finalmente cedió.
– Ok, admito que lo estoy retrasando. Tengo la esperanza de que la Comandante le permita a Hilda reclamarla luego de su castigo. Quiero decir, Hilda y su unidad tienen un fuerte lazo una con la otra. ¿No sería mejor a la larga dejarla usar una máquina que ya conoce, en lugar de tener que obligarla a adaptarse a una unidad totalmente nueva?
Salia suspiró y negó con la cabeza.
– No diré nada. Pero no me culpes si la Comandante o la Inspectora Bronson se dan cuenta de tu pequeño plan.
– No creo que debamos preocuparnos por la Srta. Bronson. – se rio Zhao Mei. – Ahora mismo está muy ocupada preocupándose por nuestro invitado. Y hablando de eso, llegará mañana, ¿verdad? ¿Ya todo está listo?
– Por lo que dice la Comandante, así parece. – «Por supuesto, si acaso es que funciona,» pensó. Entre más pensaba en ello, más se daba cuenta de que todo el plan dependía de la ingenuidad de la Inspectora. Si algo fuera de lugar llegaba a suceder, todo a su alrededor se derrumbaría.
– Bueno, yo estoy un poco emocionada. – dijo Zhao Mei. – Desde hace tiempo, pensaba que tendríamos que ir por nuestra cuenta, pero si la Network realmente está otra vez de nuestro lado, tal vez esta vez tendremos una oportunidad.
Salia no estaba tan segura de eso. El hecho de que la Network no estaba dispuesta a pelear fue una de las razones por las que el Libertus original terminó fallando en primer lugar. Sin mencionar cómo Alektra había perdido su brazo y la capacidad de pilotar a Vilkiss.
– Me sorprende que tú no estés igual.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó Salia. Zhao Mei sonrió de manera traviesa.
– Bueno, piénsalo. Habrá un hombre aquí en Arzenal durante una semana entera, ¿no? Yo pensaría que sería un sueño hecho realidad para ti. Especialmente con lo que me contó Vivian.
Los ojos de Salia se abrieron de golpe y toda su cara se sintió como si estuviera en llamas.
– Eso... ¡eso es completamente irrelevante a la situación! – Dándose la vuelta, Salia se fue, casi huyendo del hangar. «¡Diablos, Vivian!»
Maldijo internamente a la pequeña. ¿Era demasiado pedir un poco de respeto por su privacidad?
Retirándose detrás de una alcoba, Salia se tomó un momento antes de que nadie más la viera. Un hombre de verdad aquí en Arzenal. Su mente de pronto divagó hasta lo que sucedió ayer en la mañana en la playa, y los dos hombres que habían traído a Ange y Hilda de regreso, especialmente el que habló con ella y Jill. No se parecía en nada a los chicos de su biblioteca personal. Aparte de ser ligeramente mayor en edad, se veía más rudo y con un físico más cincelado que el de ellos. Y su cara. A pesar de que parecía haber recibido una golpiza, ella podía ver que bajo circunstancias normales sería muy guapo.
Entre más pensaba en él, más empezaba a latirle el corazón. ¿Acaso él y Hilda lo habrían hecho mientras estaban juntos? No, eso era imposible. ¿Cómo podría alguien como él enamorarse de alguien tan egoísta y abrasiva como Hilda? Pero ¿y si la conociera a ella? Salia no pudo evitar sonreír al imaginarse lo que se sentiría ser rescatada por un hombre así, quedarse a solas con él, ser protegida como una princesa de cuento de hadas antes de ser envuelta en sus brazos y...
– Um, ¿te encuentras bien? – Salia fue sacada de su mundo de sueños y vio a dos chicas del Escuadrón Betty mirándola. Su cara se sonrojó de la vergüenza de nuevo, y salió huyendo antes de que pudieran hacerle más preguntas.
...
Luego que la lluvia terminó y los cielos se aclararon, Rio bajó a la playa para ir a pescar un poco. Acorde con lo que dijo Tusk, los bancos locales de salmonetes venían con la marea de la tarde, y él tenía ganas de algo fresco. Con una red de pesca enrollada alrededor del brazo y el hombro, Rio se paró sobre las rocas que rodeaban la laguna, hasta que vio un brillo en el agua, y echó la red. Tiró de la cuerda, y con eso echó sus capturas dentro del balde que tenía al lado. Una y otra vez echó las redes en el agua hasta que tuvo suficiente para una comida.
De vuelta en la cueva, rostizando sus pescados sobre una fogata, Rio miró su reflejo en el espejo colgado sobre el lavabo de Tusk. Tenía la cara limpia y afeitada, pero su pelo estaba un poco más largo de lo que le gustaría. Bueno, con suerte, su objetivo estaría demasiado intimidada con su presencia para darse cuenta. Al menos la Luz de Mana había servido para curarse de la golpiza que le dieron Rhino y los demás. No le haría ningún bien lucir como si acabara de salir de una pelea en un bar.
Sirviéndose una taza de café de la estufa, Rio abrió el archivo que el Capellán le había enviado. Emma Bronson. Segunda Teniente de la Guardia Nacional de Rosenblum, e Inspectora General asignada a Arzenal. Tenía aptitudes para la logística y la administración, pero todas sus demás habilidades eran muy básicas. El perfil psicológico sugería una personalidad orientada al trabajo que la hacía muy ambiciosa, pero también muy sumisa en frente de la autoridad. El archivo incluía una foto de una mujer a principios de sus veintes, cuyo cabello verde estaba recogido debajo de su gorro de oficial, salvo por un par de mechones que enmarcaban sus gafas a los lados. Aparentemente, su padre era el Senador Charles Bronson del Parlamento de Rosenblum.
«Bueno, eso explicaría por qué Jill fue capaz de reiniciar Libertus debajo de sus narices,» pensó. Ser supervisora de Arzenal no era un puesto demasiado desafiante, pero sí crítico. La única forma de que una soldado mediocre como ella podría haber sido asignada allí era a través de sus conexiones.
Justo entonces, su panel de datos comenzó a vibrar, y Rio respondió la llamada. – ¿Todo listo?
– Tenemos a nuestros chicos en posición, y llegaremos poco antes de que amanezca. – respondió la voz.
– ¿Y ya tienes todo lo que te pedí?
– Lo tienes. Incluso logré conseguir algunas medallas para decorar tu uniforme con ellas.
– 10-4. Te veré en la mañana. – Rio cortó la comunicación y volvió a reclinarse en la silla. «Esto es todo,» pensó. «Mañana daré la actuación de mi vida.»
...
Desde abajo en el corredor, la puerta hacia la prisión resonó al abrirse, y unas pisadas hicieron eco en el piso de piedra.
«¿Ya es hora de cenar?» se preguntó Ange.
Se levantó justo a tiempo para ver a una guardia escoltando a una de las empleadas de la cocina, que venía empujando un carrito en frente de su celda que compartía con Hilda. Detrás de ellas, una figura muy familiar vestida con uniforme de oficial les dirigía una mirada de desaprobación detrás de sus gafas.
– Inspectora, qué gusto de verla. – dijo Ange.
La Inspectora Bronson sintió erizársele la piel ante la indiferencia de Ange, y agarró los barrotes de su celda.
– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? – exigió. – ¿Tienen ALGUNA idea de los problemas que me han causado ustedes dos? ¡Y ponte de pie cuando un superior se dirija a ti!
Al otro lado de la celda, Hilda gruñó mientras se bajaba de su catre y se estiraba tratando de aliviarse la tortícolis en la espalda.
– Recuérdeme de nuevo qué tan mal están las cosas para usted. – le dijo. La cara de la inspectora se puso más roja que un tomate al punto que parecía que iba a explotar. Ange necesitó toda su fuerza de voluntad para no estallar en risas. Sin embargo, la Inspectora respiró profundamente y se calmó.
– No sé por qué me esperaba algo mejor que esta actitud insolente de un par de Normas. – les dijo. – En serio, una pensaría que ustedes dos estarían agradecidas de no haber sido enviadas ante un pelotón de fusilamiento. Ciertamente se lo merecen luego de lo que le hicieron a la pobre Lady Misty. La única razón por la que no es así, es que ella misma me envió un mensaje solicitando piedad en nombre de ustedes. Y aunque estoy en desacuerdo, la Comandante tiene la sensación de que podremos rehabilitarlas y volverlas soldados más obedientes.
«Toda una vida de luchar contra DRAGONS,» pensó Ange. «Un sueño hecho realidad.»
Sacando una llave de su cinturón, la guardia abrió la celda y le permitió a la cocinera traerles dos bandejas y dos vasos de agua. Ange las miró e hizo una mueca al ver la mísera masa de comida revuelta sobre su bandeja, lo mismo que les habían dado de comer dos veces al día a ella y Hilda desde que las habían encerrado. Por lo que podía ver, era una mezcla de carne licuada, granos y vegetales. Se veía como mierda, y sabía casi igual.
– En cualquier caso, les recomiendo que disfruten de su tiempo mientras puedan. Un investigador especial del Comité de Control de Normas vendrá mañana para una inspección de una semana, y no puedo garantizarles que sea igual de compasivo con ustedes que yo.
– ¿Alguna posibilidad de dejarnos tomar una ducha antes de que venga? – preguntó Ange. – Quisiera verme lo más presentable posible si espero compañía.
Como respuesta, la inspectora chasqueó la lengua y se dio la vuelta.
– Saben, realmente no puedo entender por qué ustedes dos hicieron eso. – les dijo. – No hay nada para ustedes allá afuera. Deberían sentirse agradecidas de poder servir un propósito que beneficia al mundo. ¿Qué más podrían esperar ustedes las Normas? ¿A dónde pensaron que podrían ir?
La inspectora y las otras dos se marcharon, y Ange miró su masa cuestionable de comida que le habían dejado. Eso era cierto. ¿Qué otras cosas podrían esperar las Normas más allá de esto?
– ¿Qué tal a Neo-Zion? – murmuró Hilda.
– ¿Qué cosa? – preguntó Ange.
– Es donde Rio dijo que la Network tiene su base principal. Aparentemente, en ese lugar los humanos y las Normas coexisten entre ellos. Me dijo que podría ser libre si me llevaba allá. – Hilda le echó una mordida a su masa y frunció el ceño ante el horrible gusto. – Pero ya escuchaste a sus amigos. Lo que sea esto de "Libertus", los obligó a abandonarla. Así que ¿qué otra opción nos quedaba sino volver aquí?
– Libres, ¿eh? – preguntó Ange. – ¿Podrías ir a cualquier lugar? ¿Incluso dejarlo si quisieras? Porque si no, entonces sería otra prisión. No importaría si los guardias allá son más amables que aquí. – Levantándose de su catre, Ange se agarró de los barrotes de su celda hasta que los nudillos se le pusieron blancos. – ¿Libertad? ¿Esperanza? Nada de eso existe en este asqueroso mundo. No para las Normas. Lo único que tenemos garantizado es una vida de sufrimiento, guerra, y una muerte violenta. Y todo por culpa de ellos, ¡esos odiosos y asquerosos cerdos! Nos deben a nosotras sus vidas, pero nos desechan como basura sólo porque es conveniente. Amistad, familia, lazos, todo es una mentira. Ambas lo hemos visto. La gente que amábamos, la gente en quien confiábamos. En el instante en que supieron lo que éramos, nos dieron la espalda sin titubear.
– Sí, lo hicieron... – Hilda estuvo de acuerdo. – Pero... él no lo hizo. Y su amigo tampoco, el tipo que te salvó.
– Tal vez. Pero ellos no son más que la excepción que prueba la regla. Enfréntalo, si esta Network realmente tuviera lo que se necesita, las Normas no se encontrarían aquí en primer lugar. Todo este maldito mundo está podrido de hipocresía, y me enferma sólo de pensarlo. – Ange puso de espaldas contra los barrotes, y de pronto sonrió malignamente al ocurrírsele una idea. – Así que, ya que las Normas son violentas y destructivas, ¿por qué no lo hacemos?
– ¿Hacer qué? – preguntó Hilda, mientras Ange se daba la vuelta.
– ¡¿Por qué no darles una verdadera razón para que nos teman?! Si las Normas realmente son monstruos, entonces actuemos como tales. ¿Por qué no llevarnos nuestros Para-mails y cada arma que podamos cargar y les hacemos todo el daño posible a los humanos? Después de todo, ellos no son omnipotentes. Ya lo demostramos cuando fallaron en matarme. Y la mayoría de ellos son unos cobardes y debiluchos.
– ¡Espera un minuto! – dijo Hilda. – ¿Cómo planeas irte? Estamos a miles de kilómetros de cualquier lugar, y los Para-mails no pueden volar tan lejos.
– Entonces tendré que construir una máquina que pueda hacerlo.
– ¿Y la comida y las provisiones?
– Hay muchos peces en el mar. Y todo lo demás se lo puedo robar a los humanos.
– ¿Planeas pelear contra todos ellos tú sola?
– Estoy segura de que hay un montón de Normas aquí que están cansadas y hartas de esperar a morir por culpa de aquellos que ni siquiera se preocupan por ellas. Y podemos pedirles a Tusk, Rio y sus amigos su ayuda. Y si no aceptan, bueno, mejor que se queden fuera de mi camino. – Caminando hacia la solitaria ventana de su celda, Ange observó el cielo que lentamente se oscurecía. – Este mundo me lo arrebató todo. Me avergonzó, me lastimó, y me torturó de muchas maneras. Es hora de que yo empiece a devolverle con la misma moneda.
– ¿Sabes qué? – dijo Hilda finalmente. – Rio dijo que él y la Network querían cambiar el mundo, convertirlo en uno donde todos puedan vivir felices y libres. Y por un instante, llegué a creer que era posible. Pero tienes razón. Antes de poder cambiar, el mundo que tenemos ahora tiene que irse. Y para ser honesta, hay algunas cosas por las que quisiera vengarme también. – Levantándose de su catre, Hilda le extendió su mano a Ange. – Cuenta conmigo. Hagamos pedazos este mundo del que los humanos se enorgullecen tanto.
...
El mundo alrededor de Rio era una neblina borrosa, pero el camino debajo de sus pies era tan claro como el día. Se estiraba frente a él hasta que de repente se bifurcó. Y en esa encrucijada venían otras más dividiendo el camino. Pero no era sólo un camino que se extendía frente a él. A su alrededor, arriba y abajo, otros caminos se cruzaban e intersectaban con el que llevaba, separándose y volviendo a unirse entre ellos hasta formar una telaraña cuya complejidad se expandía más allá de los límites de la comprensión.
– Una vida no es una vida por sí misma.
Rio rodó sus ojos con molestia. No podía recordar la primera vez que escuchó esa voz. Ni tampoco cuan a menudo. Lo único que sabía era que parecía disfrutar de hablarle con parábolas.
– A medida que uno atraviesa su camino en la existencia, dicho camino se cruza con los de otros. Y a través de dichos encuentros, un camino puede cambiar. Mira detrás de ti.
Rio se dio la vuelta, y a pesar de la complejidad de las diferentes rutas, su propio camino en realidad era fácil de rastrear. Primero, se vio a sí mismo extendiéndole a Hilda una mano, mientras ella estaba arrodillada en el suelo, del momento en que le ofreció ayudarle a salvar a Ange. Más abajo, vio una versión más joven de sí mismo de pie junto al Jefe, el día que fue invitado a unirse a la Network. El camino seguía descendiendo aún más, y se vio a sí mismo como un niño extendiéndole la mano a una niña de su misma edad que lloraba, el día que conoció a Sarah y le prometió proteger su identidad.
– A través de estos encuentros, se presentó frente a ti una decisión. Y las decisiones que has tomado te han traído a donde estás ahora.
Sintiendo una presencia a sus espaldas, Rio se giró y vio a dos personas arrodilladas en el suelo frente a él. Una era Sarah, que no se veía mayor que el día que los humanos la habían capturado y se la llevaron. Y junto a ella estaba Hilda.
– Aaron. – suplicaba Sarah. – Me prometiste que me protegerías. Dijiste que eras mi amigo.
– Rio. – suplicaba Hilda. – No me rechaces como hicieron los demás. Dijiste que eras mi amigo.
Rio trató de ir hacia ellas, pero sus manos de pronto se congelaron. Y luego, un muro de fuego de repente estalló entre ellos, obligando a Rio a retroceder. Cuando las llamas se apagaron, ambas habían desaparecido.
– Tu camino pronto volverá a cruzarse con el de ella. – dijo la voz mientras el mundo comenzaba a desaparecer a su alrededor, con algo zumbándole en los oídos. – Y tendrás que tomar una decisión. Por tu pasado o tu futuro. Pelear o morir...
...
El zumbido de su tabla de datos lo trajo de vuelta al mundo real. Rio estaba sentado en la cama de Tusk, y se frotó la sien, que le estaba doliendo. El sueño ya se estaba disipando a excepción de la advertencia críptica de la voz.
«Al diablo con eso,» decidió. «No pienso dejar atrás a una amiga por la otra. Prometí que las salvaría a ambas, y lo voy a cumplir. Sin importar lo que tenga que hacer.»
Al levantarse de la cama, Rio revisó su panel de datos y vio que faltaban algunas horas antes del amanecer, Apenas el tiempo suficiente para desayunar y darse un baño rápido antes de que llegara el submarino. La operación iniciaría tan pronto como el transporte atracara en la playa.
...
– ¡Despiértense, ustedes dos!
Todavía medio dormida, Hilda abrió sus ojos, y gruñó. Ahora era su tercer día sin poder darse una ducha. Su piel se sentía asquerosa, y su cabello estaba como si le hubiesen volcado un balde de grasa encima. Al otro lado de la celda, Ange también se levantaba de su catre. Se veía igual de sucia como se sentía Hilda, y el olor le llegaba incluso hasta su propio lado.
– ¿Qué hora es? – murmuró Ange.
– Falta poco para que amanezca. – les dijo la voz. Las dos chicas miraron y vieron al otro lado de los barrotes a la Comandante Jill.
– Ya era hora de que vinieras. – dijo Ange. – ¿Por fin viniste a responder a mis preguntas?
La Comandante sonrió con arrogancia y negó con la cabeza.
– Lo siento, pero como te dije en la playa, tendrás que esperar a que tu castigo haya terminado. Mientras tanto, hay algo que necesito hablar con ustedes dos.
– ¿No podría esperar hasta después del desayuno al menos? – preguntó Hilda, frotándose la cabeza que le dolía.
– Por desgracia, no. – respondió Jill. – Especialmente ya que ustedes dos tienen la culpa de nuestra situación actual.
– ¿Eso tiene algo que ver con el investigador que mencionó la inspectora? – preguntó Ange.
– Exactamente. Los humanos no se tomaron nada bien que dos Normas hayan fugado de lo que se suponía era una prisión inescapable. Así que están enviando a alguien a investigar Arzenal y el desempeño de sus tropas. Y eso no lo podemos permitir.
– ¿Es por eso llamado "Libertus"? – preguntó Hilda, provocando que Jill levantara una ceja. – No te sorprendas tanto. Rio y sus amigos me lo contaron todo al respecto.
– Entonces deberían saber que necesitamos mantener su existencia en secreto de los humanos a toda costa.
– Así que sólo viniste aquí para decirnos que lo mantengamos en secreto. – dijo Ange. – Mira, me importa una mierda lo que sea esto de Libertus. Ya tengo mis propias prioridades de las que preocuparme. Pero no tengo deseos de cooperar con los humanos, así que tu pequeño secreto estará a salvo conmigo.
Hilda se rio por lo bajo. Ange a veces podía ser una perra, pero ella empezaba a admirar ese aspecto suyo.
– Lo mismo para mí. – dijo estando de acuerdo. – Ese sujeto puede hacer lo que le dé la gana, pero yo tampoco voy a decir nada.
– De hecho – continuó Jill – no espero que ninguna de ustedes dos hable. Verán, el investigador no es el que la Inspectora Bronson está esperando. En realidad, se trata de alguien a quien ustedes dos ya conocen.
Hilda intercambiaron miradas confusas.
«Espera un minuto,» pensó Hilda al darse cuenta. «No estará hablando de...»
...
A medida que el sol de la mañana se iba alzando sobre el océano, la aparentemente infinita masa de agua comenzaba a brillar como un campo de cristales. Ocasionalmente interrumpido por el brillo verde esmeralda de una isla tropical, el único otro color era la sombra proyectada por el transporte de Mana que volaba por encima de las olas. Adornado con el escudo de armas del Reino de Rosenblum, la aeronave sobrevolaba tan rápido como podían llevarla sus motores, por el bien de su pasajero a bordo.
Dentro del transporte, con los brazos cruzados por la irritación, el Coronel Felix Ackerman no se sentía ni impresionado ni intimidado por el azul infinito del cielo o el agua. Este no era un viaje de placer, sino una misión de gran importancia. El secuestro y asalto a la amada Princesa Misty de Rosenblum era un insulto imperdonable. Y todo porque esa idiota de Bronson había subestimado la astucia de las Normas. De no ser por la influencia de su padre, estaría siendo procesada por el tribunal militar en el instante en que esas dos Normas habían escapado.
Pero el insulto al orgullo de su nación no era la única fuente de su rabia en este momento. Durante años, las Normas habían intentado rebelarse en contra de quienes eran sus amos por derecho. Ackerman había argumentado que era necesario establecer una mayor presencia humana en Arzenal para asegurarse que no ocurrieran más incidentes. Sabía que era sólo cuestión de tiempo antes de que las Normas intentaran otra insurrección, y aunque las dos que escaparon habían sido recapturadas, sus instintos le decían que había algo más en curso. El ataque de los terroristas en el Pilar del Amanecer era prueba suficiente. Si un grupo simpatizante de las Normas estaba así de determinado en rescatar a una Norma fugada, entonces claramente tenían planes para ellas.
– ¿Cuánto falta para llegar? – preguntó.
– Al menos media hora, señor. – respondió el piloto.
Ackerman tomó otro trago de la copa de bourbon que se había servido del gabinete de licor que le proveyeron en el transporte, cuando de repente empezó a sacudirse violentamente, como si un gigante lo hubiese agarrado.
– ¿Qué diablos pasa? – exigió saber.
En la cabina, el piloto había empezado a luchar contra la palanca de control, mientras el copiloto comenzaba a pulsar las teclas en su panel de control.
– Hay una falla con el motor. – dijo el piloto. – Tendremos que bajar.
– ¿Bajar? – gritó Ackerman. – ¿A dónde exactamente?
– Cinco grados a estribor. – dijo el copiloto. Ackerman miró por la ventana y vio una isla apareciendo en su rango de visión. Una jungla baja cubría el centro dominado por las montañas, mientras que una bahía en forma de U sobresalía por la costa oeste. – Esa playa debería ser suficiente para acomodar la nave. Aterrizaremos, revisaremos los motores y luego seguiremos nuestro viaje.
– Bien. – gruñó Ackerman. – Sólo hagan que sea rápido.
El transporte se dirigió hacia la isla, haciendo rotar sus motores de despegue y aterrizaje vertical mientras desaceleraba y descendía sobre la arena. Saliendo de la cabina, el piloto cogió una caja de herramientas de la retaguardia antes de bajar la rampa de abordaje.
– Espéreme aquí, señor. – le dijo. – Le aseguro que esto no tardará mucho.
Ackerman gruñó de nuevo, y se sentó de nuevo en su silla.
– ¿Puedo conseguirle algo mientras espera, Coronel? – preguntó el copiloto.
– Otro bourbon. – dijo Ackerman. El copiloto hizo el saludo militar y fue a buscarle a Ackerman su botella.
– Aquí tiene, señor. – le dijo mientras le colocaba la copa. – ¿Puedo ofrecerle un tornillo mental mientras estamos en ello?
– ¿Qué es un tornillo mental? – preguntó Ackerman, justo antes de que algo le picara en la yugular. Saltando fuera de su silla, Ackerman se agarró el cuello, girándose hacia el copiloto, que le sonreía mientras giraba un inyector hipodérmico entre sus dedos.
– Lo que usted está a punto de experimentar.
– ¡Tú! – gruñó Ackerman sacando su pistola. – ¡Eres uno de ellos!
Le apuntó con el arma y se preparó para disparar, cuando de repente, el mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Los colores y las formas se fundieron y se retorcieron entre ellos mientras su equilibrio empezaba a fallarle, y la pistola se le cayó de la mano.
– Qué... ¿qué fue lo que... me hiciste...? – Y la voz se le cortó cuando sus piernas se desplomaron debajo de él, colapsando sobre su asiento mientras empezaba a babear.
...
Una vez que el coctel de alucinógenos hizo efecto, el copiloto cogió el arma de Ackerman, mientras dos hombres con ropas militares entraban en la nave. Cogiendo al coronel por los brazos, lo sacaron de su silla, y lo arrojaron en la playa. Si Ackerman hubiese estado un poco más concentrado en el ahora que en su destino, tal vez se habría dado cuenta y cuestionado por qué ninguno de los hombres de la tripulación había desplegado ventanas de Mana. Mientras el piloto los observaba llevarse al coronel hacia el submarino que esperaba en el extremo lejano de la isla, se giró hacia la otra figura que esperaba en la sombra de la jungla que bordeaba la playa.
– ¿Estás listo?
– Hagámoslo. – dijo el otro. – Comienza la Operación Cebo y Engaño.
...
Aunque era una mañana tranquila en el centro de comando de Arzenal, había una considerable tensión en el aire. Y toda ella provenía de una sola mujer. Mientras la Comandante Jill revisaba los reportes de ayer en su estación, y las tres técnicas monitoreaban sus consolas, la Inspectora Bronson frenéticamente se paseaba de ida y vuelta con los brazos cruzados, con su ojo haciendo tic al ritmo de las manecillas del reloj.
– Por favor, trate de relajarse, Inspectora. – le pidió Jill. – Provocarse usted misma una aneurisma no le hará bien a la situación.
– ¡Es fácil para usted decirlo! – gritó Bronson. – ¡Usted no es la que tiene su carrera en juego!
Jill suspiró y trató de ignorarla, mientras volvía a su papeleo.
– ¿En dónde están? – continuó. – El Coronel ya debería haber llegado a esta hora. Oh no, ¿qué tal si algo le sucedió? Se supone que la seguridad del Coronel es mi responsabilidad mientras esté aquí. ¿Qué tal si su avión se estrelló en el mar? ¿Qué le voy a decir al comité?
Jill se puso a golpetear el dedo de su mano artificial sobre el escritorio, resistiéndose la tentación de decirle cuál era la demora. Luego de una semana de oír a Bronson lloriquear y gimotear por el terrible destino que le había caído, Jill sentía que su paciencia estaba a punto de agotarse. Aun así, la demora era una buena señal. Eso significaba que la Network realmente había acudido a ayudarlas.
Y justo entonces, abajo en la cubierta inferior, una chica de cabello largo y rubio de repente se inclinó sobre su consola.
– Comandante, detecto una aeronave aproximándose desde el oeste. – dijo Pamela. Antes de que Jill pudiera responder, Bronson se abrió paso a toda velocidad.
– ¡Contáctalos de inmediato! – le ordenó. A la derecha de Pamela, una segunda chica de cabello verde y corto miró a Jill, que asintió dando su consentimiento.
– Atención, aeronave no identificada. – dijo Olivier. – Está entrando en espacio aéreo restringido. Identifíquese de inmediato.
– Habla el transporte especial Zeta-3, solicitando permiso para aterrizar. – respondió una voz. – Tenemos a un pasajero de máxima prioridad para inspeccionar las operaciones de la base.
Al otro lado de la cubierta, una tercera chica de cabello cortado de manera muy masculina de repente se levantó.
– ¡Whoa! ¿Ese de verdad es un hombre? – exclamó Hikaru. Una mirada de advertencia de Jill fue suficiente para enviarla de regreso a su consola.
– Los estamos esperando. – anunció Jill. – Ordénales que aterricen en la pista secundaria.
– Sí, señora. – respondió Olivier. – Los recibimos, Zeta-3. Por favor rodeen el perímetro y aterricen en la plataforma para invitados en el risco del lado este.
– 10-4. – respondieron del otro lado. Una vez que se cortó la línea, la Inspectora Bronson se dio la vuelta y corrió hacia la puerta.
– Si me disculpa, Comandante, debo ir a recibir al Coronel.
Jill sopló su cigarrillo y se levantó de su silla.
– Iré con usted. De todas maneras, tengo que verlo eventualmente, así que quizás sea mejor salir de ello de una vez. Pamela, te quedas a cargo hasta que yo regrese.
Mientras seguía a la Inspectora, Jill tenía muchas dudas sobre este plan. Pero no era como que tuviera otras opciones. Aparte de su círculo personal, Ange, Hilda y Momoka habían sido advertidas. Sólo esperaba que este sujeto pudiera hacer su papel tan bien como sus superiores le habían dicho que lo haría.
...
Mientras el transporte circundaba la isla, ofrecía una vista panorámica de la meseta que sobresalía del mar. Rodeada por un anillo de rocas con forma de aguja, la única playa era un diminuto parche en la parte trasera de la isla. Una espina dentada de montañas recorría todo lo largo de los riscos al norte y parcialmente al oeste. Entre las montañas del borde del lado este, una torre de comunicaciones y radar se alzaba sobre un risco muy estrecho. Entre los riscos al sur, un hangar de múltiples pisos había sido instalado entre las rocas, con una pista de lanzamiento que se extendía encima del agua. Una especie de campo de entrenamiento se alzaba sobre la pista de aterrizaje, y mientras la nave sobrevolaba las montañas, se pudo ver un cementerio en un lote vacío de tierra en el borde al oeste. Justo después de las montañas, una pista de aterrizaje secundaria empezó a desplegarse desde el precipicio del lado este, donde el piloto comenzó a alinearse.
– ¿Sabes algo? – dijo el copiloto. – Desde aquí arriba casi parece una invitación. Es decir, una isla tropical en el medio del mar, poblada enteramente por chicas hermosas. Para la mayoría de hombres este sería un sueño hecho realidad. Sólo le faltan algunas playas.
– Y luego al aterrizar, te das cuenta de que en realidad es una pesadilla infernal.
Mirando por encima del hombro, el copiloto miró al pasajero que habían recogido luego de dejar tirado a Ackerman. Ciertamente tenía el aspecto, aunque habría quedado mejor si hubiese conseguido algunas medallas más brillantes tras todos los problemas que tuvieron que pasar para conseguirlas. Cogiendo un pañuelo blanco, se acomodó su cabello castaño, y asintió con satisfacción una vez que el gel se había secado.
– En cualquier caso, – añadió mientras se acomodaba su gorra militar – sólo recuerda mantener a los superiores de Ackerman bien ocupados.
– No te preocupes. – le aseguró el copiloto. – Con todas las drogas que el Doc le preparó, no estará en condiciones de llamar a nadie. Y el propio Capellán está supervisando todas las transmisiones que salen desde el Comité de Control de Normas. Tú sólo preocúpate por mantener a esta mujer Bronson distraída el tiempo suficiente para que las Normas hagan su movida.
El pasajero asintió, y de repente la nave se detuvo.
– Aquí Zeta-3. – anunció el piloto. – Descendiendo ahora.
...
Entre las prisas de su carrera por llegar hasta la pista de aterrizaje para invitados, y su propio nerviosismo, Bronson se sentía como si su corazón fuera a explotarle fuera del pecho. Ella y la comandante apenas acababan de llegar cuando el transporte del Coronel descendió sobre la pista. Se estaba limpiando la frente con su pañuelo para asegurarse de que el sudor no le arruinara el maquillaje, cuando de repente una cajetilla de cigarrillos apareció frente a su cara.
– ¿Quiere uno? – preguntó la comandante. – Hacen maravillas por mí.
Bronson frunció el ceño, sin estar segura de si Jill estaba siendo sincera o sarcástica. Nunca se podía estarlo con una Norma.
– Estoy bien, se lo agradezco mucho. – resopló. – Y por favor trate de no fumar demasiado en presencia del Coronel. Si hacemos que su estancia sea lo más placentera posible, tal vez las dos salgamos de esta semana con nuestros pellejos intactos.
Jill se encogió de hombros y agarró uno para sí misma.
– Estoy segura que todo irá bien. ¿Quién sabe? Tal vez esto sea una bendición disfrazada, y a usted la asignarán a algún lugar mucho más agradable.
Bronson chasqueó la lengua y giró la mirada. Ahora sí, SABÍA que la Comandante estaba siendo sarcástica. No tenía idea de lo importante y valioso que era el puesto de inspectora de Arzenal. Iba a ser el primer paso hacia una brillante y gloriosa carrera en el servicio, no sólo para el país de Bronson, sino para toda la humanidad. Por eso fue que le suplicó a su padre que usara sus conexiones en la guardia nacional para que la colocaran aquí. Y ahora, por culpa de dos Normas ingratas e indisciplinadas, todo estaba a punto de venirse abajo. Bronson jamás había conocido al Coronel Ackerman, pero por lo que había escuchado, no toleraba en absoluto la insubordinación ni la incompetencia. No habría forma de saber qué clase de acción disciplinaria tendría en mente para ella. Por lo que sabía, bien podría terminar pasando el resto de su carrera limpiando inodoros en una oficina de reclutamiento.
– Bueno, aquí viene.
Bronson miró hacia arriba, y vio cómo la rampa de abordaje trasera de la nave comenzaba a bajar. Uno de los tripulantes salió primero e hizo el saludo militar mientras un pasajero desembarcaba.
– Oh... ¡oh, Dios mío! – murmuró. Frente a ella estaba un joven oficial vestido con el uniforme de la Guardia Nacional de Rosenblum, cuya tela era tan blanca que casi brillaba con el sol matutino. Una media capa colgaba de su hombro izquierdo, y en la mano llevaba una mochila de servicio militar. Unas gafas reflectoras cubrían sus ojos, y llevaba hombreras cuyas rayas delataban el rango de un capitán.
– Interesante. – observó la Comandante. – Debe tratarse de un asistente del Coronel.
Bronson no le respondió. Incluso a la distancia, podía ver por cómo se movía que tenía una constitución muy fuerte. Alto, delgado, y duro como un poste de hierro, su uniforme tan pulcro y afilado que podría cortar como un cuchillo, era como si estuviera viendo un poster de reclutamiento cobrando vida. Había sido inspectora de Arzenal por más de un año, y sólo ahora era que se daba cuenta de lo mucho que extrañaba ver a un hombre.
Mientras observaban, el oficial devolvió el saludo y se apartó para que los tripulantes regresaran a su nave. La rampa de abordaje se cerró, y para su sorpresa, el transporte despegó de nuevo y se alejó, dejando al joven oficial atrás.
«¿Qué está sucediendo aquí?» se preguntaba Bronson. «¿Quién es este individuo? ¿Y dónde está el Coronel Ackerman?»
– ¿No deberíamos ir a saludarlo? – preguntó la Comandante. Bronson recuperó el sentido y se paró derecha.
– Por supuesto. – Enderezándose sus gafas, Bronson caminó al frente mientras la Comandante Jill la seguía detrás. Lo que fuera que estaba sucediendo, ella lo averiguaría.
...
Al salir del transporte, ajustándose las gafas para el incremento de brillo, Rio, o el Capitán Joseph Algren, como se haría llamar durante el resto de la semana, se tomó un momento para evaluar su entorno. Al pie de la pista de invitados, se podía ver una enorme casa en la base de las montañas que bordeaban los riscos del norte.
«Allí debe ser donde me voy a quedar,» pensó al darse cuenta.
Luego de que el transporte despegó dejándolo atrás, vio al comité de recepción de la base caminando hacia él. La Comandante Jill, y otra mujer de uniforme púrpura y blanco a quien reconoció de los archivos como la Inspectora Emma Bronson. Tuvo que admitirlo, para tratarse de una burócrata era bastante linda. Y su uniforme ciertamente no ocultaba su figura curvilínea.
Por desgracia, no había venido aquí para admirar la vista. Tomando aplomo, Rio ajustó la mochila que colgaba de su hombro izquierdo, y se aproximó para saludarlas.
«Aquí voy,» pensó. «Arzenal... finalmente llegué.»
Esta historia continuará...
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