Capítulo 4: Caballero oscuro


– Encuéntrenlos. Mis hijos...

Esa voz de nuevo. Parecía provenir de todas partes. Rio miró a su alrededor, pero todo lo que vio a su alrededor fue un mar infinito de oscuridad. Detrás de él oyó los chillidos de un infante, y se giró para ver a un grupo de hombres metiendo a una bebé encerrada en una jaula dentro de un auto. No muy lejos de allí, otro grupo de hombres estaban conteniendo a una mujer que forcejeaba desesperadamente por liberarse.

– ¡Por favor! – suplicaba mientras desaparecían de la vista. – ¡Por favor no se lleven a mi hija! ¡Ella no es como las demás!

– Por favor, no le digas a nadie. – lloriqueó una voz mientras otra imagen aparecía en frente de él. Esta vez era una niña, no mayor de diez años, encogiéndose contra la base de un árbol. Su corto cabello café temblaba, y se notaba temerosa de él con sus ojos estaban reventando de lágrimas. – Lo siento. ¡No fue mi intención romperla!

Igual que la bebé, la niña desapareció de la vista y en su lugar, un hombre y una mujer yacían inertes en el suelo, con una botella de veneno derramada entre ambos.

– Encuéntralos. – le dijo de nuevo la voz. – A mis hijos. Muéstrales la verdad. Tráelos ante mí.

– ¿Cómo? – preguntó finalmente Rio. – ¿En dónde están? ¿Quién eres tú?

En respuesta, un alfiler de luz dorada comenzó a brillar en la oscuridad. La luz fue aumentando de tamaño e intensidad, casi cegándolo hasta que una silueta adoptó forma en la luz y Rio se encontró incapaz de desviar la mirada. Frente a él estaba una criatura más grande e imponente que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Su brillantemente prístino cuerpo ardía con una luz dorada, mientras que a sus costados se extendían un par de alas masivas a una envergadura que parecía capaz de cubrir al mundo entero. Unos ojos que brillaban como jade ardiendo lo observaron, y la criatura inclinó su cuello serpentino para abrir una mandíbula de tres vías, liberando un rugido que perforó a Rio hasta lo más profundo de su ser...

...

El repentino chispazo le hizo despertar, y Rio se encontró de nuevo otra vez en el mundo real. Estaba tendido en el suelo de la cabaña, y su último recuerdo era el de un cuerpo cálido presionándose contra el suyo, y una melena roja llameante rozándole la cara. En su todavía remanente delirio, intentó moverse y sintió un dolor en su entrepierna que lo hizo retorcerse en posición fetal, mientras todo volvía a él.

– Esa... ¡perra! – gruñó. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Estaba tan loca como para pensar que podía ir a pie hasta el Pilar del Amanecer y rescatar a la otra Norma así sin más?

Luchando contra el dolor y las náuseas, Rio concentró la Luz de Mana en su entrepierna hasta que finalmente el dolor se apagó. Una vez que pudo volver a moverse, se puso de pie y cogió su tabla de datos. Si tenía suerte, quizás Hilda todavía seguiría en el perímetro. Activó la app de sensores y los puntos rojos que se movían por la pantalla hacia el centro fueron toda la advertencia que necesitó antes que su cuerpo reflexivamente se tirara al suelo, cuando un diluvio de balas atravesó la ventana frente a la que apenas unos segundos había estado parado.

– ¡Cesen el fuego! – gritó una voz.

Desde el suelo, Rio volvió a verificar la tabla de nuevo, y vio cuatro puntos en posición a unos veinte metros de distancia de la cabaña. Un quinto mantenía la posición detrás de ellos mientras un poco más lejos, otros cuatro rodeaban la cabaña en persecución de otro que se acercaba al borde sur del perímetro.

– ¡Tú, dentro de la cabaña! – gritó la voz de nuevo. – ¡Te tenemos rodeado, arroja tus armas y sal con las manos en alto!

– ¡Demonios! – maldijo mientras se rodaba detrás del sofá, mientras tiraba de la alfombra. – ¡Ahora no necesito esto!

...

A medida que los cuatro oficiales se acercaban a la cabaña, Dark mantenía la vista fija en ella a una distancia respetable. Aunque dudaba que hubiese alguna trampa colocada tan cerca de la casa segura, prefería dejar que la policía tomara el riesgo. Además, las instrucciones del Maestro Embryo eran eliminar a todos y cada uno de los testigos luego de asegurar a la Norma. No tenía sentido desperdiciar su propia energía si las defensas de la cabaña podían hacer el trabajo por él. Entretanto, los oficiales finalmente llegaron al porche de la cabaña. Uno de ellos se asomó por la ventana frontal llena de balazos antes de girarse hacia Dark y agitando una mano en señal de que todo estaba despejado. Dark asintió y les dio el visto bueno para derribar la puerta.

Teniendo ya luz verde, dos oficiales asumieron posiciones en la entrada, mientras un tercero invocaba una esfera de mana que arrojó hacia la puerta, y la fuerza de la energía despegó la puerta de sus goznes y la hizo colapsar dentro del suelo adentro. Con la entrada despejada, los dos oficiales que la flanqueaban ingresaron rápidamente con sus armas desenfundadas. Un escaneo rápido de la sala y dieron otra señal de despejado.

– Ustedes dos. – ordenó el sargento señalando hacia el salón. – Revisen las demás habitaciones. Vayan con cuidado.

Los dos aludidos asintieron, y comenzaron a registrar el resto de la cabaña mientras un tercero le hizo un gesto al sargento desde detrás del sofá.

– Señor, por aquí. – El sargento se acercó y vio una alfombra detrás del sofá había sido retirada violentamente, revelando una trampilla en el suelo.

– Sr. Schneider, encontramos un panel oculto. – reportó. – Permiso para investigar.

– Procedan. – ordenó Schneider.

Levantaron la trampilla para revelar una escalera secreta, que ambos oficiales utilizaron para descender hacia el sótano de la cabaña. En la oscuridad, un generador de fusión primitivo zumbaba detrás de las escaleras, mientras que al extremo más lejano un pasillo llevaba a un congelador empotrado en la pared, al que ambos se acercaron lentamente. Usando su Mana, el sargento abrió la puerta y reveló un túnel que había sido excavado en la tierra. Su colega estaba a punto de entrar, pero el sargento lo agarró del cuello.

– Espera. – le dijo. – ¿No te parece que esto es demasiado obvio?

El otro oficial lo pensó por un momento, y asintió estando de a acuerdo. – Sí, tiene razón. Es como si quisiera que entráramos allí.

– Probablemente esté lleno de trampas. Dispérsense y revisen cada rincón. Tengo la sensación de que se está escondiendo aquí en alguna parte. Tal vez haya una habitación oculta.

Los dos se separaron y comenzaron a revisar el perímetro del sótano, hasta que el primer oficial vio algo que colgaba en frente de su rostro.

– Hey, creo que encontré una luz.

– Espera, ¡no, detente! – gritó el Sargento, pero fue demasiado tarde para detener a su camarada de jalar la cuerda, activando los explosivos que estaban ocultos en el techo del sótano.

...

En un instante, el rugido de una explosión de calor y fuerza rozó a Dark, y la cabaña estalló en una bola de fuego que se elevó hacia el cielo hasta que sólo quedó una larga columna de humo negro.

– ¡Idiotas! – gruñó.

Lo que debería haber sido una tarea sencilla y tranquila ahora acababa de alertar a toda la zona aledaña en el campo. Al observar las ruinas incendiarias, Dark se quitó el polvo de su abrigo y se fue a perseguir a Schwartz y a los oficiales restantes. Tenía que encontrar a la Norma y limpiar lo que quedara antes que nadie más pudiera involucrarse.

...

Zigzagueando entre los árboles, Hilda desesperadamente trataba de encontrar su camino de vuelta a la carretera principal. Sin un mapa o siquiera una brújula. Todo lo que podía hacer era tratar de mantener una línea recta hacia la dirección que esperaba que fuera el sur, tratando de no tropezarse con las malezas. Pero un sentido incierto de la dirección no era su único problema. Normalmente, una carrera de maratón no habría sido un problema para ella, pero ya que seguía sufriendo los efectos del asalto que sufrió ayer, no tardó mucho en quedarse sin aliento.

– ¡Congélate ahí! – gritó alguien. – ¡No te muevas, Norma!

Hilda se giró y de detrás de un árbol emergió un hombre. De edad mediana, llevaba puesto un abrigo largo gris y le apuntaba con un revólver. Hilda miró con rabia la longitud del barril del arma y consideró sus opciones. Ya que seguía lastimada, era improbable que pudiera moverse lo bastante rápido para evadir sus disparos y derribarlo. Pero si no hacía nada, la capturarían, la enviarían de regreso a Arzenal, ¿y entonces quién salvaría a Ange?

El humano empezó a acercarse, con una mano sujetando un par de esposas cuando una fuerte explosión de repente sacudió todo el bosque. A la distancia, una enorme bola de fuego se elevó por encima de las copas de los árboles.

«¡Ahí es donde estaba la cabaña!» Hilda entendió las implicaciones. «Oh no, ¡Rio!»

Pero no tenía tiempo de ponerse a llorar por él. El hombre con el arma también se distrajo, y Hilda aprovechó su oportunidad. Las horas de entrenamiento con el primer escuadrón se apoderaron de ella, y Hilda se le echó encima agarrándole la muñeca con una mano y el codo con la otra. Le torció el brazo haciendo una llave, forzándole a soltar su pistola antes de hundirle la pierna en el estómago. Era más grande que las Normas con las que usualmente entrenaba, pero la patada todavía fue lo bastante fuerte para ponerlo de rodillas. Hilda entonces cogió el arma y continuó su esfuerzo desesperado por salir del bosque.

– Lo siento, Rio. – murmuró, sorprendida de lo triste que se sentía. Apenas acababa de reanudar su carrera cuando algo le enganchó la pantorrilla y se fue de cara al suelo. Hilda apenas tuvo tiempo de darse la vuelta para ver que otros tres hombres, todos ellos con uniformes de policía y equipos para control de disturbios, se le iban encima. Dos la sujetaron por los brazos, mientras el tercero le inmovilizaba las piernas con su propio peso.

– ¡Al fin te atrapamos, asquerosa Norma!

Hilda empezó a forcejear y patalear, pero los hombres eran demasiado grandes para quitárselos de encima de su cuerpo delgado.

– ¡Hey! Para ser una Norma no se ve tan mal. – dijo el sujeto que le agarraba las piernas. La mirada en sus ojos fue todo lo que Hilda necesitó para entender lo que estaba pensando, y empezó a forcejear todavía más. – ¡Luchadora, eso me gusta!

– No estarás sugiriendo lo que creo, ¿verdad? – se rio otro. – Estás enfermo.

– No me digas que no tienes curiosidad. – El primero se carcajeó. – Vamos, deberíamos comprobar qué tanto se parece una Norma a una mujer humana.

El policía deslizó la cremallera de sus pantalones, y Hilda lanzó un grito cuando de repente un disparo hizo eco entre los árboles.

– ¡Deténganse! – le advirtió una voz. – ¡AHORA!

¿Rio? No, la voz era más profunda y dura. Miró por detrás del oficial que la estaba manoseando y allí estaba el hombre al que acababa de noquear, apuntándoles al resto con una segunda arma.

– ¿Qué diablos te pasa, Schwartz? – demandó uno de ellos. – ¿Qué eres, un amante de las Normas?

– ¡Dije que BASTA! – le gruñó. – ¡Hay cosas que no se le hacen a nadie! ¡Ni siquiera a una Norma!

Antes que los policías pudieran discutir, algo más explotó por encima de ella, con un destello y un estallido sonoro, desorientándolos lo suficiente para que un hombre con un poncho de capucha lanzara su ataque. Pasando de largo al hombre de abrigo largo, un cuchillo voló de su mano para clavarse en el brazo del primer oficial, causándolo que soltara su arma. Sin perder el impulso, su cuerpo se retorció para hundirle el talón en la cabeza al policía que la manoseaba, con suficiente fuerza para mandarlo a volar. En el mismo movimiento, desenfundó una pistola de su costado y disparó a quemarropa, y las balas perforaron a los otros dos en la brecha de la garganta justo encima de sus chalecos protectores. Una vez libre, Hilda echó a correr mientras el hombre de la capucha giraba su pistola hacia el policía que quedaba, que se sujetaba la daga clavada en el bíceps, con los ojos congelados de terror en anticipación a su muerte. Pero en lugar de dispararle, el encapuchado lo agarró del cuello de su camisa y lo jaló cerca.

– Esta será tu única advertencia. No le dirás a nadie nada de lo que viste hoy. Si lo haces, volverás a saber de mí, ¿entendiste? – le dijo. Los ojos del oficial se ensancharon de sorpresa, pero asintió al captar el mensaje. – Bien, ahora date la vuelta.

El oficial hizo lo que le dijeron, y el hombre encapuchado le dio con el barril de su arma en la nuca. Hilda entretanto se quedó mirando a su salvador en shock. Había escuchado la voz, pero seguía sin poder creerlo.

– ¿Rio?

El hombre del poncho se giró para encararla, bajándose la capucha para revelar una cabeza muy familiar con cabello rubio y unos ojos azul cielo.

– Sabes, tienes mucha suerte de que mi naturaleza me hace perdonar a los demás.

Molesta, pero también aliviada al ver que seguía con vida, Hilda se incorporó y miró los tres cadáveres tirados a sus pies. Aunque ya lo había visto, seguía sin poder creerlo. Aunque las Normas podían pelear e incluso matarse entre ellas, el que un humano asesinara a otro parecía impensable, imposible. La propia naturaleza de la Luz de Mana supuestamente los había dejado incapaces de siquiera pensar en ello. Y aun así, ella acababa de ver a Rio matar no sólo a uno, sino a tres miembros de su propia especie.

– ¿Qué hay de él? – le preguntó mientras lo veía guardar su arma. – ¿Por qué no lo mataste?

– La pelea ya había terminado. – explicó Rio. – No tenía sentido matar a un hombre que ya no era una amenaza para ti. Además, se lo debía.

– ¿Deberle qué?

– Podría haber hecho la vista gorda, pero en lugar de eso eligió detener a esos otros oficiales cuando intentaron violarte. Eso no es algo que un humano ordinario haría por una Norma. Puede que él tenga lo necesario para cambiar para mejor.

Hilda se quedó mirándolo incrédula. En serio no creería eso, ¿verdad?

– Algún día te arrepentirás de no matarlo. – le advirtió.

– Tal vez. – replicó él. – Pero a veces, vale la pena arriesgarse. Ahora vámonos. Todavía queda un sujeto allá afuera y...

Rio se interrumpió al encontrarse mirando de frente el cañón de la pistola que Hilda le había quitado a uno de los oficiales.

– Ya te dije que me voy. – dijo ella. – Ahora, me iré a Misurugi y evitaré que ese bastardo del traje púrpura asesine a Ange. Te daré hasta la cuenta de tres. Si para entonces no estás corriendo, ¡te dispararé!

Rio le devolvió la mirada, pero no hizo ningún esfuerzo por salir corriendo. En lugar de eso, comenzó a acercarse más a ella.

– ¡Rio, retrocede!

– No puedo hacer eso. – respondió él. – Mi misión es mantenerte a salvo hasta que pueda sacarte de aquí.

– ¡Yo jamás te pedí que me salvaras! – le gritó. – ¡Nunca te pedí que hicieras nada por mí, así que no creas que puedes colgarme eso sobre mi cabeza!

– No me importa si quieres mi ayuda o no. No dejaré que te pongas en peligro. Así que adelante. Dispárame si quieres, no me voy a ir.

Se quedó de pie en frente de ella, con el pecho apenas a centímetros de la boca del arma. Sus ojos azules estaban fijos en los de ella, y Hilda se dio cuenta que no podía desviar la mirada. No había miedo, ni dudas. ¿Cómo podía arrojarse así en frente de la muerte sin más?

– ¡Maldito! – Hilda cerró los ojos mientras su dedo empezaba a apretar el gatillo, cuando algo le agarró la muñeca con la fuerza suficiente para lanzarla contra un árbol cercano. El arma se le cayó de la mano y al abrir sus ojos vio una especie de grillete sujetándole la muñeca contra la madera, con unos clavos penetrando profundamente en el tronco.

– ¡Hilda! – gritó Rio.

Corrió hacia ella cuando el sonido de unas hojas crujiendo atrapó su atención. Desde detrás de un árbol, un hombre alto con un abrigo negro y pelos blancos apareció a la vista, lanzando una pequeña piedra distraídamente en una de sus manos.

– Entonces... ¿asumo que tú eres el mandamás? – dijo Rio.

– Me he puesto al mando de estos hombres, si es a lo que te refieres. – replicó el hombre de pelos blancos. – Supongo que debo darte las gracias. Me ahorraste el problema de tener que limpiar.

«¿Limpiar?» se preguntó Hilda mentalmente. ¿A qué se refería con eso? Y una mirada rápida a los cadáveres de los tres oficiales a los que Rio había matado fueron suficientes para que la realización la golpeara.

– ¿Es decir que reclutaste a estos hombres sólo para matarlos después? Eso es muy frío.

El hombre de pelos blancos sonrió como si le hubieran hecho un cumplido. – Ellos tuvieron el honor de servir a las metas de mi maestro. Eso por sí solo es suficiente recompensa.

– Entonces, ¿quién es tu maestro? Y ya que estamos en ello, ¿quién eres tú?

El hombre de pelos blancos dejó de sonreír en ese momento. – Puedes referirte a mí como Dark.

– Dark, ¿eh? – preguntó Rio. – ¿Acaso es un nombre en clave?

– Es el nombre que me fue dado. En relación a mi maestro, todo lo que necesitas saber es que me envió para llevarle a la chica.

«¿A mí?» pensó Hilda. «¿Qué diablos quiere ese sujeto conmigo?»

– Pero antes de eso – continuó Dark – tengo algunas preguntas para ti. Si me respondes, te mostraré piedad y haré que tu muerte sea rápida.

– ¿Qué clase de preguntas?

– Sé que eres parte de la Network. – dijo Dark. – Dime, ¿qué tratos tienen con las Normas de Arzenal? ¿Acaso han reestablecido sus contactos? Y si es así, ¿qué está planeando su comandante?

Los ojos de Hilda alternaban de ida y vuelta entre mirar a Dark y a Rio. Si entendía bien lo que estaba pasando, entonces la Comandante Jill debía estar de algún modo asociada con esta Network de la que habló Rio. Entretanto, él se rascaba su sien mientras deslizaba su otra mano distraídamente hacia su costado.

– ¿Cómo debería decir esto? – En un movimiento rápido, Rio echó a volar su poncho mientras desenfundaba su arma, sólo para que se la volaran de la mano cuando Dark utilizó Mana para lanzar la piedra que tenía en la mano, con la velocidad y precisión de una bala.

– No volveré a preguntarlo. – dijo Dark mientras Rio se frotaba la muñeca adolorida. – Dame a la chica y dime lo que sabes, antes de que pierda mi paciencia.

Rio miró por encima de su hombro, y Hilda se dio cuenta de lo que iba a pasar por la mirada de duda en su ojo.

«Va a salir huyendo,» pensó Hilda. «Saldrá huyendo y me dejará para que este otro humano me lleve.»

No era que estuviera sorprendida. Después de todo, no era como si tuviera razones para arriesgar su propio pellejo por ella. No hacía mucho, ella lo había asaltado y casi le disparó.

«Luego de todo lo que dijo,» pensó ella, «resulta que en realidad no es diferente de los demás humanos.»

De repente, Rio volvió a girarse hacia Dark y de debajo de su poncho, sacó una cuchilla corta que le apuntó al hombre de pelos blancos.

– ¿La quieres? – le preguntó. – Ven por ella.

...

Las cosas habían ido de mal en peor. Rio apenas había llegado al final del túnel de escape cuando los policías activaron los explosivos que dejó en la casa segura. Si eso no fuera suficientemente malo, cuando fue a chequear el panel de datos Hilda ya había salido del perímetro. Por suerte, la oyó gritar y logró llegar con ella justo antes que esos policías pudieran llevar a cabo sus intenciones. Y ahora, el acechador los había atrapado, excepto que había algo muy diferente con este sujeto llamado Dark. Parecía más frío, duro, y mucho más peligroso que los usuales esbirros del Comité de Control de Normas. Y la forma como hablaba de su "maestro". Rio tenía una ligera idea de quién estaba hablando, y si estaba en lo correcto tenía que deshacerse de Dark antes que aquel hombre decidiera involucrarse.

– Rio, ¿qué estás haciendo? – gritó Hilda, desde donde el grillete de Dark la tenía atrapada.

– ¿Tú qué crees? – preguntó él. – Estoy protegiéndote.

– Yo... pero... te dije que no quería...

– ¡No quiero escucharlo! – te dijo. – Sólo quédate allí, viéndote bonita y échame porras, ¿quieres?

– ¡Ya basta! – gritó Dark. – Me han hecho perder suficiente de mi tiempo.

Levantando sus puños, uno ligeramente detrás del otro, Dark retorció su cuerpo hasta ponerse en una postura de pelea, creando un perfil estrecho mientras la luz de mana comenzaba a envolverlo.

«Definitivamente es muy fuerte,» pensó Rio. «Puedo verlo por su postura, seguramente le podría dar problemas incluso a Rhino. Aunque no lleva nada de armadura, lo que significa que su defensa se basa enteramente en el Mana. Aun así, dudo mucho que un ataque frontal sirva de algo. Si quiero sacar a Hilda de aquí, tendré que pelear sucio.»

Los dos se miraron fijamente entre ellos, hasta que algo sacudió las ramas encima de ellos, y Dark se movió. Cerrando rápidamente la distancia entre ambos, Dark le lanzó un golpe a Rio, que lo esquivó saltando fuera del camino. Una onda de Mana lanzada a ras del suelo levantó una nube de hojas y desechos para cegar a Dark, y Rio se puso detrás de él para acuchillarlo en el cuello. Dark se agachó para evadirlo y usó el impulso para girar su cuerpo y lanzarle un uppercut que apenas falló la mandíbula de Rio mientras se echaba atrás. Dark lo persiguió y presionó su ataque mientras Rio lo acuchillaba con su machete, sólo para que la hoja rebotara contra los brazos cubiertos de Mana de Dark.

«Se está enfocando sólo en mi arma,» pensó Rio. «Ahora es mi oportunidad

Desde abajo, Rio lanzó un uppercut propio y Dark lo evadió echándose atrás, tal como él lo esperaba. La repentina interrupción en el asalto de su oponente le permitió a Rio lanzarle una patada giratoria directo al abdomen, pero Dark atrapó el ataque y se la retorció, usando el impulso de Rio para lanzarlo lejos. Rio se revolcó por las hojas regadas en el suelo y apenas tuvo tiempo de rodarse fuera del camino cuando Dark trató de estampar su pie justo donde estaba antes la cabeza de Rio. Extrajo dos cuchillos de su cinturón, infundidos con Mana, y los lanzó con toda su fuerza hacia la garganta de Dark, pero el asesino se echó para atrás. Saltando de vuelta para incorporarse, Rio se lanzó a la carga y sujetó su hoja con agarre invertido tratando de decapitar a Dark mientras se enderezaba, pero Dark se giró y le dio una patada giratoria en la espina a Rio que lo envió al suelo de cara.

– No puedes ganar. – le advirtió Dark. – El dispositivo que implantaste en tu cuerpo limita la potencia y alcance del poder que puedes extraer de la Luz de Mana. Yo no tengo esa limitación. No hay nada que puedas hacer que yo no pueda contrarrestar.

– ¿Quieres apostar? – preguntó Rio.

Desde debajo de su poncho, Rio lanzó una granada aturdidora que tenía preparada contra Dark, y el estallido logró desestabilizarlo mientras Rio lograba extraer su revólver de reserva, lanzándole los seis disparos a su enemigo. Dark evitó los disparos, pero dejó una abertura en su guardia que le permitió a Rio patear el suelo y utilizar su Mana para impulsarse por el suelo para hacer un ataque de barrido hacia la pierna de Dark. Dark se fue dando tumbos mientras Rio se enderezaba y lanzaba un puñetazo infundido de Mana que mando a Dark a volar por el aire con fuerza suficiente para romper varias ramas que colgaban a baja altura antes de estrellarse con el suelo. Con un suspiro de alivio, Rio volvió a levantarse.

– Bueno, eso no fue tan difícil. – murmuró.

Ahora sólo tenía que liberar a Hilda y salir de allí. Pero apenas se había dado la vuelta y se dirigía de regreso a donde la había dejado, cuando escuchó un ruidito de hojas sacudiéndose muy familiar.

«Tiene que ser una broma,» pensó mientras miraba justo a tiempo para ver a Dark levitando hasta ponerse de pie.

– Tienes algo de habilidad. – admitió Dark. – Pero ahora sé de lo que eres capaz.

Rio cogió otra granada, cuando Dark repentinamente eliminó la distancia de diez metros entre ambos, y le plantó el pie en el estómago a Rio. El impacto lo mandó a volar hasta que se estrelló con un tronco medio podrido, haciendo que la madera desgastada explotara al contacto antes de desplomarse en el suelo.

– ¡Rio! – oyó gritar a Hilda, lo que lo sacó de su estupor justo a tiempo para ver a Dark acercándose. Volvió a ponerse de pie de un salto y se echó atrás cuando vio a Dark comenzar a girar, agitando sus piernas con fuerza suficiente como para que la ráfaga de cada patada lograra impactar a Rio con fuerza suficiente para hacerle perder el equilibrio.

«No puedo seguir esquivando,» pensó al darse cuenta. «Tengo que ponerle fin a esto ahora.»

Con su mano libre, Rio arrojó otra onda de Mana y empujó a Dark apenas lo suficiente para poner algo de espacio entre ambos. Dark cargó de nuevo, pero Rio le dio un tirón a su poncho y se lo arrojó en la cabeza a su oponente. Dark se agitó violentamente bajo la tela, y Rio se lanzó para apuñalarlo a través del poncho.

– ¡Te atrapé! – gritó, justo antes de que la mano de Dark se levantó y agarró la de Rio. Antes de que pudiera liberarse, el otro brazo de Dark descendió sobre él y le golpeó con el codo directo en el antebrazo, para romperlo como si fuera una ramita.

...

El crujido del hueso húmero en el brazo de Rio, seguido de su agonizante grito, hizo eco por todo el bosque. Desde donde estaba sujeta contra el árbol, Hilda forcejeaba por liberarse, pero el grillete que Dark había utilizado para atraparla se mantenía firme en la madera. Mientras ella seguía observando, Dark liberó a Rio, se quitó el poncho de su cabeza, con la hoja del machete todavía incrustada sin daño aparente en bajo su brazo.

– Ahora... – le dijo – ... responderás a mis preguntas.

Mientras se retorcía de dolor, Rio miró desafiante a Dark.

– ¡Vete al infierno! – le dijo.

Con un gruñido de frustración, Dark le hundió la rodilla en el estómago a Rio, haciéndolo toser una bocanada de sangre mientras volaba de espaldas y chocaba contra un árbol. Antes de que se desplomara en el suelo, Dark ya estaba encima de él, con los puños lloviéndole por todos lados hasta que ya no fue sino una masa amoratada de carne. Ya cuando estuvo demasiado golpeado para pelear, Dark agarró a Rio por la garganta y lo levantó.

Algo de repente brilló en el suelo, captando la mirada de Hilda. Ella miró hacia abajo y allí, frente a ella estaba una porra retráctil. Probablemente le pertenecía a uno de los policías y la dejaron caer cuando Rio la salvó. Estirando la pierna, Hilda trató de alcanzarla, intentando patearla con el pie hacia ella. Quizás si pudiera acercarse lo suficiente...

...

Incapaz de tomar más que algunas bocanadas superficiales tras la paliza que le dio Dark, Rio se encontró que le habían cortado totalmente el aire cuando su oponente lo agarró de la garganta y lo levantó del suelo.

– Te lo preguntaré una última vez. – dijo Dark. – Dime cuál es su relación con la Comandante de Arzenal.

– Ya... ¡jódete! – murmuró Rio. Dark entrecerró los ojos mientras su mano libre se dirigía hacia el brazo roto de Rio y lo apretaba, arrancándole otro grito de agonía.

– ¿Qué estás planeando? – preguntó. En respuesta, Rio le escupió una bola de saliva sangrienta en la cara, la cual Dark se limpió despreocupadamente. – Ya veo. Entonces ya tengo todo lo que necesito.

Echando atrás su mano, Dark intensificó el Mana que lo rodeaba, y apuntó directamente hacia la cabeza de Rio, cuando una silueta delgada de pronto le saltó encima. Una patada repentina de Hilda a la espina dorsal de Dark dispersó la coraza de Mana que lo envolvía, y Dark gruñó de sorpresa, girando su atención hacia su nueva agresora.

Hilda agitó la porra que había utilizado para liberarse mientras Dark le devolvía el golpe; al volarle la porra de las manos, ella se agachó y trató de golpearlo, hundiéndole el mismo grillete que él había utilizado para atraparla contra el árbol en uno de sus costados. Dark soltó a su prisionero, y a través de su propio dolor, Rio pudo ver cómo Dark se iba hacia atrás dando tumbos mientras se agarraba del arma improvisada que Hilda había usado para apuñalarlo. Un último subidón de adrenalina ahogó el dolor, y Rio se puso de pie, concentrando la Luz de Mana en su mano para un último ataque desesperado. Dark se giró pero fue demasiado tarde para evitar la palma de Rio cuando se le hundió enj el estómago, y el impacto liberó una onda de choque perforadora directo en su cuerpo, haciendo pedazos sus órganos internos con la energía pulsante, y haciéndole escupir una bocanada de sangre y volvió a desplomarse en el suelo, donde se quedó inmóvil.

Rio se quedó mirando a su oponente por unos segundos más hasta que tuvo la certeza de que estaba muerto, antes de colapsar de rodillas. Todo su cuerpo estaba agonizando de dolor y cada vez que respiraba se sentía como si le clavaran cien agujas al mismo tiempo. Ni siquiera pudo levantar su cabeza cuando Hilda se le acercó y se arrodilló junto a él.

– Hey, ¿te encuentras bien? – preguntó ella. Rio le hizo un gesto para que se acercara más.

– Necesito moverme. Ayúdame. – le dijo. Hilda le pasó su brazo bueno por encima de los hombros y lentamente le ayudó a levantarse. Él asintió. – Por allá.

Sosteniéndolo con su cuerpo más pequeño, Hilda lo ayudó a caminar por el bosque hasta que llegaron al cobertizo oculto donde Rio había escondido su motocicleta. Apoyándose contra la estructura, Rio luchó contra el dolor y concentró su Mana para recuperarse.

«Concentra tu aliento,» pensó Rio. «Tal como te enseñó Kamaitachi. Céntralo, y ahora espárcelo por todo tu cuerpo. No te apresures. Sólo deja que la energía crezca como una planta en desarrollo.»

Lentamente, el dolor se fue apagando hasta un nivel más manejable, y su respiración comenzó a estabilizarse. Una vez que sus heridas internas terminaron de sanar, Rio redirigió el Mana hacia su brazo y los trozos rotos de sus huesos comenzaron a retorcerse y soldarse de nuevo. Rio apretó sus dientes para soportar la ardiente agonía de sentir como si su brazo se rompiera en pedazos desde adentro, hasta que finalmente había sanado lo suficiente para moverlo otra vez.

– ¿Estás bien? – preguntó Hilda. Flexionando su brazo, Rio asintió y le sonrió.

– Sí. Muchas gracias.

– Bueno... supongo que te lo debía. – Hilda se encogió de hombros. – Ya estamos a mano, así que supongo que nos estaremos viendo. Intenta no hacer que te maten.

Hilda se giró para marcharse, pero Rio la agarró de la muñeca.

– Eso no va a pasar. – le dijo. Hilda chasqueó su lengua y le lanzó una mirada de advertencia.

– ¿No has hecho suficiente por un día? Ahora suéltame, o tendrás que lidiar con dos brazos rotos.

– Puedes amenazarme todo lo que quieras. – dijo Rio. – Estoy aquí para mantenerte a salvo, y eso es lo que voy a hacer.

– Como quieras. – Con un movimiento brusco, Hilda lanzó un puñetazo, pero Rio se apartó del camino. En el mismo movimiento, él la jaló del brazo y haciéndola perder su balance la empujó contra el cobertizo. Antes que ella pudiera recuperarse, Rio le había puesto el brazo en la garganta. – ¡Quítate de encima! – le gritó, agitando sus rodillas tratando de acertar un golpe en su entrepierna, pero Rio había girado su cuerpo de lado, de modo que todo lo que ella pudo golpearle fue el muslo.

– Mira, lo entiendo. – le dijo él. – Quieres ayudar a tu amiga, pero...

– ¡Ella no es mi amiga! – gritó Hilda. – ¡Odio a esa perra! ¡Es una mocosa mimada y arrogante que piensa que todo el mundo gira a su alrededor! ¡Acapara todas las bajas, nunca piensa en nadie que no sea ella misma, y por culpa suya Zola murió! ¡Y ni siquiera se disculpó por eso!

Sorprendido por el repentino arrebato, Rio aflojó la presión en su garganta.

– Si ese es el caso, ¿por qué estás tan desesperada por ayudarla? – preguntó Rio. Hilda apretó sus dientes, mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas furiosas.

– ¡Porque somos Normas! – gritó. – ¡Ustedes los humanos me arrebataron todo! ¡Mi hogar, a mi madre, todo! ¡Me arrojaron en Arzenal, donde tuve que luchar todos los días sólo para sobrevivir! Y cuando finalmente logré salir de allí... fue gracias a Ange. ¡Y ahora ella va a morir y ni siquiera a su propia familia le importa! Sólo porque es una Norma... como yo. – Hilda se apoyó contra el cobertizo y se dejó caer en el suelo, con su cuerpo temblando de frustración y humillación. – ¿Pero a ti qué te importa? Eres un humano. No sabes lo que se siente ser tan impotente.

Rio se quedó mirándola y se quedó sin habla. Verla tan vulnerable y sola, le recordó aquella noche...

...

Había visto los autos de policía cuando le pasaron a un lado. Pero no fue sino hasta que vio hacia dónde se dirigían que el niño de once años se dio cuenta de lo que pasaba. Para cuando llegó a la casa de ella, una multitud de vecinos ya se había reunido. Se abrió paso a empujones frenéticamente entre el muro de adultos hasta que llegó al frente, donde un oficial de policía intentaba contener a los curiosos.

– Tranquilízate, hijo. – le dijo el oficial. – Acabamos de identificar a una Norma, y tenemos que mantenerla confinada.

Y allí, en el patio del frente de la casa, estaba la Norma, una pequeña niña de la misma edad que él. Estaba luchando frenéticamente en el agarre de un oficial corpulento que la llevaba debajo del brazo como un saco para la lavandería.

– ¡Mamá, papá! – gritaba. – ¡Ayúdenme, por favor!

A poca distancia de allí, sus padres eran sujetados por más policías.

– ¡Devuélvanmela! – gritaba su madre. – ¡Ella es mi hija! ¡Devuélvanmela!

– ¡No hagan esto! – suplicaba el padre. – ¡Ella nunca ha lastimado a nadie! ¡Sólo déjenla en paz!

Pero sus súplicas cayeron en oídos sordos, y el enorme hombre la arrojó en el asiento trasero de una patrulla. Cerró la puerta, y entonces ella presionó su cara contra el vidrio en cuanto finalmente vio al chico que intentaba abrirse paso.

– ¡Aaron! – gritó ella. – ¡Aaron, ayúdame!

En un arranque de desesperación, el chico le dio un pisotón al policía que lo sujetaba, dándole la abertura que necesitaba para correr por el patio. Casi logró llegar al auto cuando una mano igual de ancha y dura que una sartén lo golpeó en la cara y lo mandó al suelo.

– ¡No seas idiota, niño! – le advirtió el oficial corpulento.

A través del zumbido en sus orejas y el dolor en su mejilla, apenas pudo levantar la mirada para ver al auto alejarse, mientras los ojos verdes de la niña lo miraban desde el asiento trasero, suplicándole entre lágrimas que la salvara. Y luego, el auto desapareció sobre la colina, y ella se había ido.

– ¡Sarah! – gritó su madre. – ¡Saraaaaaaah!

Una gota cayó del cielo en la mano del niño, seguida de otras más hasta que las nubes se abrieron soltando la lluvia sobre el chico que no pudo mantener su promesa. A su alrededor, los adultos comenzaron a amontonarse, y los murmullos comenzaron a cortarle como navajas en sus oídos mientras comenzaban a chismorrear entre ellos.

– ¿No es el hijo del comisionado?

– ¿Creen que lo sabía?

– Por supuesto que lo sabía. ¡Sólo miren cómo reaccionó!

– ¿Cómo es posible que no le dijera a nadie?

– ¿En qué estaba pensando?

– ¿Se pueden imaginar la vergüenza para su familia?

...

Y así fue, su familia quedó en vergüenza. Tanto así que apenas unas semanas después, para todos los efectos lo exiliaron a un internado al otro extremo de Rosenblum. No fue sino hasta años después que finalmente regresaría a esa ciudad. Y a las tumbas de los padres de ella.

– Te equivocas. – le dijo finalmente. – Sé exactamente cómo se siente.

Hilda levantó la mirada, y sus ojos enrojecidos ardieron con furia.

– ¿Cómo?

– Sólo lo sé. – Dándole la espalda, Rio se alejó para poder pensar. Miró hacia el cielo a través de los agujeros entre las hojas, la columna de humo que se alzaba desde la casa otrora segura, y luego a la chica de rodillas en el suelo con lágrimas amargas chorreándole por el rostro. – Me arrepentiré de esto. – dijo mientras sacaba su tableta de datos. – Neo-Zion. Autorización Alpha-3-6-5.

La señal logró llegar a su destino y una voz le respondió rápidamente.

– ¿Rio? ¿Qué diablos pasó? ¡La señal de tu casa segura de pronto quedó muerta y todos andan frenéticos ahora mismo!

Rio sonrió de alivio. Si Chop Shop estaba en comunicaciones, tal vez podría hacer esto.

– La casa Retiro de los Amantes quedó comprometida, así que tuve que quemarla. No se preocupen por la pasajera. Ella está a salvo, y todos los hostiles fueron neutralizados.

– Qué bueno. – dijo Chop. – Sólo aguanta un poco, y veré si puedo conseguirte otra casa segura.

– Olvídalo. – respondió Rio. – El termómetro está en rojo. Tendré que moverla ahora mismo.

– Pero no tenemos ningún taxi disponible.

– Chop, el acechador que vino a buscar a la Norma no era del tipo usual. Era fuerte, mucho más fuerte de lo que debería haber sido. Y por la forma en como hablaba... Chop, tengo la sensación de que estaba trabajando directamente para Embryo. Sonaba como si lo hubiesen enviado específicamente por la chica.

Un breve silencio se apoderó de la línea.

– ¿Hablas en serio? – preguntó Chop. – ¿Por qué iba Embryo a...?

– No lo sé. – interrumpió Rio. – Pero si estoy en lo correcto, no puedo permitirme quedarme quieto y esperar. Tal vez decida enviar a alguien más y apenas pude vencer a este tipo. La única razón por la que sobreviví fue porque Hilda me ayudó.

Hubo otra pausa, y Rio supo que, al otro lado de la línea, Chop debía estar sonriendo de oreja a oreja.

– ¿En serio? ¿Es decir que ella salvó tu vida? ¿Ya le juraste tu "amor eterno"?

– Cállate y escúchame. Necesito que busques algo para mí. Esa otra Norma que escapó, la princesa, justo antes que las cosas se fueran al diablo vimos en las noticias que fue capturada, y que su hermano planea ejecutarla públicamente. ¿Sabes si el Jefe ya envió a alguien para salvarla?

– Rio, ya bien sabes que no puedo decirte eso. Los agentes sólo tienen autorización sobre los detalles en relación a su propia misión. Podría comprometer a toda la Network si te dijera eso.

– Chop, de verdad necesito que hagas esto por mí. Te lo voy a deber.

– Ya estás cinco dígitos en números rojos. En este punto, tal vez debería cobrarte los intereses. – replicó. Entonces, ¿así era como quería jugar?

«Muy bien,» pensó Rio, «Chop, me obligas a hacer esto.»

– Hey Chop. – preguntó Rio. – Sobre esos cómics que te encanta leer...

– Si estás hablando sobre Magical Love Knight Aiko – replicó Chop – tendrás que hacerlo mejor que eso. Ya todo mundo lo sabe.

– ¿También saben sobre esas fotos de cosplay en el cajón de tus calcetines?

Hubo otra pausa.

– Tú... ¿sabes de eso?

– Oh sí. – Rio sonrió triunfante. – Así que, a menos que quieras convertirte en el nuevo ídolo de la Network, mejor has lo que te digo.

Chop gruñó, y el sonido de tecleo en botones de consola hicieron eco por toda la línea.

– A veces eres peor que Embryo. Lo sabes, ¿verdad? Ok, aquí vamos. Sí, parece que el Jefe mandó al equipo Wildpack. Y... espera... Rio, no me creerás esto, pero ese niño que vive cerca de Arzenal, el que vende los Para-mails destrozados, ¡también está allí!

– ¿Tusk? – preguntó Rio. – ¿Qué hace él allá?

– No puedo decirte. – respondió Chop. – Pero parece que la comandante de Arzenal en persona lo envió a buscar a esta chica Ange, justo antes de llamarnos. Rhino y los demás hicieron contacto con él justo anoche.

Rio asintió, aunque algo sobre esto lo estaba molestando. ¿Por qué Alektra, Jill, o comoquiera que se llamara, los iba a contactar? Por lo que el Jefe le había dicho, todavía había mucha mala sangre entre ellos debido a lo que sucedió durante Libertus. ¿Fue ese el motivo por el que el Jefe canceló que los recogieran? Bueno, la razón podría esperar para después. Lo importante era que ahora sabía quiénes eran los que estaban en el juego.

– Chop, escúchame con cuidado. – le dijo. – Esto será muy arriesgado, pero tendremos que sacar a ambas Normas al mismo tiempo. Mándame una copia del archivo de la misión para el equipo Wildpack. Llevaré a Hilda a Misurugi y nos reuniremos con ellos y Tusk cuando se lleven a la princesa. Asegúrate de avisarles al Jefe y a Rhino.

– Rio, realmente no creo que esa sea una buena idea. Si de verdad Embryo va tras tu pasajera...

– No tenemos opción. – le recordó Rio. – Con suerte, ya que es una Norma y yo tengo el Bloqueador de Mana, no notará nuestra presencia, ni se esperará que pasemos justo por debajo de su nariz. Así que hazlo. Y mándame un mapa con todos los depósitos y casas seguras que haya por el camino.

– Bien. – Chop suspiró. – Sólo no dejes que te maten.

– Gracias, Chop. Te debo una.

– Sí, claro. ¿Dónde he escuchado antes? – La conexión se cortó y Rio volvió su atención a Hilda.

– Vamos. Tenemos que movernos. – le dijo. De nuevo, Hilda le dirigió una mirada que podría matar a cualquiera a cincuenta pasos.

– Ya te dije que no iré contigo.

– ¿Quieres salvar a Ange o no?

La furia de Hilda desapareció al instante, siendo reemplazada por la misma mirada de shock que cuando vio la transmisión.

– ¿Qué?

– La situación ha cambiado. – explicó él. – Tendremos que sacarlas a las dos al mismo tiempo. Si nos damos prisa, puede que lleguemos a tiempo para salvarla. Pero tendrás que confiar en mí. Tendrás que hacer lo que te diga, cuando te diga, sin hacer preguntas. Pondré mi propio trasero en la línea tanto como el tuyo, así que vamos a trabajar juntos en esto, ¿entiendes?

Se paró firme encima de ella, y Hilda lo miró con unos ojos confundidos y llenos de incertidumbre.

– Yo... no lo entiendo. ¿Por qué haces esto? – preguntó ella. Rio suspiró y le extendió su mano.

– Porque soy tu amigo. Y si esto es lo que tengo que hacer para demostrarlo, lo haré. – le dijo. Los ojos de Hilda se ensancharon y luego brillaron como si estuviese a punto de llorar de nuevo. Lentamente, y con algo de duda, su pequeña mano se levantó hasta que se agarró de la de él. Con una sonrisa, Rio la sujetó y la ayudó a levantarse. – Bien. Ahora vámonos.

Unos minutos después, los dos iban avanzando por el bosque encima de la moto de Rio. Con los brazos de ella alrededor de su cintura, Rio hizo su mayor esfuerzo por mantener la mente enfocada en la misión, aunque la sensación de los enormes pechos de Hilda presionándole contra la espalda resultaban ser más que una pequeña distracción.

– Será un largo viaje, así que mejor prepárate. – le aconsejó. – Ya me dieron la dirección de una casa segura justo afuera de la capital de Misurugi. Podemos refugiarnos allí antes de irnos al Pilar del Amanecer.

– Claro. – dijo Hilda. – Hey, ¿Rio?

– ¿Sí?

– Gracias.

– Sí, bueno, no creas que se me ha olvidado lo que me hiciste en la cabaña. Aún me debes por eso.

– Está bien. – suspiró ella. – Ayúdame a salvar a Ange, y me acostaré contigo.

Un poco más adelante, el bosque finalmente llegó a su final, y Rio detuvo su motocicleta.

– ¿Qué pasa?

– Silencio. – le dijo él.

En la distancia, podían oírse sirenas, cada vez más y más fuertes hasta que finalmente, un grupo de autos de policía y camiones contraincendios pasaron a toda velocidad frente a ellos, hacia las ruinas incendiarias de la cabaña. Una vez que se habían ido lejos, Rio entró a la carretera y giró hacia el sur, en dirección hacia Misurugi.

«Debo estar loco por hacer esto pensó.

...

Desde el asiento trasero de la motocicleta, Hilda se sujetaba de Rio mientras veía pasar el mundo a su alrededor, y sus coletas ondeaban en el viento detrás de ella.

Muchas cosas habían cambiado en las últimas veinticuatro horas. Cuando esos policías la atacaron, no podría haberle importado menos si vivía o moría. Y ahora aquí estaba, en camino a salvar a Ange de todas las personas, y sujetándose de un humano que realmente la estaba ayudando. Seguía sin entender por qué estaba haciéndolo, pero por el momento, se alegraba de no estar sola. Se apoyó contra la espalda de Rio, y se sorprendió de lo dura y grande que se sentía.

«No me di cuenta en la cabaña,» pensó, «pero es realmente cálido.»

Y ese aroma que emanaba de él. Había algo muy familiar, y extrañamente reconfortante también.

– ¿Pasa algo? – preguntó Rio mirando por encima del hombro.

– Sólo me preguntaba algo. ¿Todos los hombres... huelen como tú?

Rio suspiró. – Mira, perdón por eso, pero cuando estás huyendo, a veces se te olvida el desodorante.

– No dije que fuera malo. – dijo Hilda, notando que su cara se calentaba un poco. – Es sólo que... es diferente de lo que estoy acostumbrada.

...

El sonido de pájaros cantando rompió la oscuridad, y Schwartz lentamente se puso de pie, recuperando la conciencia.

Trozo por trozo su memoria fue regresando; persiguió a la Norma a través del bosque, sus hombres intentaron violarla, y luego el ataque del hombre encapuchado. Había matado a tres oficiales más, y luego le apuntó con su pistola a Schwartz, listo para matarlo también. Schwartz se había quedado congelado, y lo único que podía pensar era en su esposa y su pequeña hija, y cómo nunca podría volver a verlas.

Pero en lugar de eso, el hombre encapuchado le perdonó la vida. ¿Por qué lo hizo?

Al ponerse de pie, todavía con el cuchillo del hombre hundido en su brazo, Schwartz echó un ojo a sus alrededores. Mientras estuvo inconsciente, parecía que había ocurrido una batalla de algún tipo a su alrededor. Y a poca distancia, el cuerpo de Schneider yacía entre las hojas. Desde detrás de donde encontraron la cabaña, una columna de humo negro salía por encima de los árboles, y entonces supo que él era el único sobreviviente.

De repente, el sonido de un motor captó la atención de Schwartz, y lo siguió a través del bosque. Refugiándose detrás de un árbol, vio un vehículo extraño pasándole cerca. Y encima de dicho vehículo estaban el hombre encapuchado y la Norma.

Schwartz abrió una ventana de Mana, y estuvo a punto de llamar para pedir apoyo, pero de repente dudó.

«Ese hombre...» pensó. «Podría haberme matado, pero no lo hizo. ¿Por qué?»

Simplemente no tenía sentido. Había asesinado a cuatro oficiales de policía por salvar a una Norma fugitiva, hizo estallar su escondite para matar a los hombres que enviaron a capturarlo, y sin siquiera dudar había matado a otros tres... que habían intentado violar a esa misma Norma.

Schwartz sintió que el cuerpo se le entumía ante la realización. Independientemente de si esa chica era una Norma, había algunas cosas que eran inadmisibles, no importaba la situación. Por eso fue que Schwartz había decidido intervenir. ¿Acaso el hombre le había perdonado la vida por eso?

En la distancia, las sirenas rompieron el silencio en el bosque, y Schwartz se dio cuenta que los equipos de fuego y rescate habrían llegado para investigar la explosión. Aunque iba en contra de todos sus principios como oficial de policía, cerró la ventana de Mana y regresó al sitio del desastre para encontrarse con ellos. Les daría su reporte y después, volvería a casa con su mujer y su hija.

Esta historia continuará...

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