Para toda la eternidad

El verano caluroso azotaba sin piedad al pequeño pueblo de Limón Vega, la escasez de agua era otro factor agobiante. Mas el dramático escenario sería una minucia en comparación al evento próximo a suceder.

La minúscula aldea albergaba apenas veinte casas. Destacando sobre las demás una vivienda color mostaza, cerca a lo que alguna vez fue un arroyo. En ella residía una joven de belleza exuberante. Año tras año, su hermosura florecía como el ceibo al llegar el invierno. De la misma manera, la maldad y la avaricia prosperaban en su interior.

Llegaría el día en que su frivolidad sería castigada.

◇◇◇◇

En la plaza, sentadas en un banco, tres amigas con sonrisas burlonas se deleitaban criticando a una chica que por ahí pasaba.

-¿Han visto lo que lleva puesto? -preguntó una chica de cabello castaño.

-Parece que es la ropa de su abuela -se mofó una de ellas.

-No es la ropa de su abuela... es de mi tía -afirmó una joven de piel clara y cabellos oscuros.

Las dos chicas la miraron desconcertadas.

-¿Está usando la ropa de tu tía? -La chica castaña frunció el ceño, sorprendida - ¿Cómo lo sabes?

-¿Has olvidado, Inés, que su abuela va a mi casa a planchar la ropa?

La muchacha negó con la cabeza, sintiéndose tonta por alguna razón.

-No lo he olvidado, Monica. Pero no entiendo qué tiene que ver lo uno con lo otro.

La joven de cabello negro como el ébano respondió con una media sonrisa:

-¿Recuerdan cuando vino de visita mi tía, de la capital? -Miró a sus amigas y éstas asintieron-. Pues ella, piadosa como siempre.- Rodó los ojos- . Le obsequió a la abuela de Flora una considerable cantidad de ropa... usada, por supuesto. -Detuvo el relato al ver a la muchacha, blanco de las críticas, salir al encuentro de un apuesto joven.

-¿Y ... qué más? -preguntó corroída por la curiosidad una chica de cabello corto hasta los hombros.

Monica desvío su gélida mirada hacia ella.

-Dina... Dina. Cuántas veces te he dicho..., ¡qué no me interrumpas!

-No le grites a mi hermana... -protestó la otra muchacha tratando de no mostrarse intimidada. Luego añadió con un hilo de voz-: Ella no te interrumpió. Te callaste cuando lo viste llegar a él. -Dirigió la vista a un hombre que abrazaba con calidez a la joven hace unos instantes injuriada.

-No es lo que piensan -expresó con desagrado-. Felipe, ya no me interesa.

-Tu mirada dice lo contrario -atacó Dina-. Tal vez ya no te interese él, pero... ¿su dinero?

-¡No toques ese tema! -gruñó fuera de sí. El tono de voz llamó la atención de algunas personas que caminaban por la plaza. Las miradas escrutadoras de todos ellos hizo que se relajara y esbozara una falsa sonrisa. Acomodó su larga y lustrosa melena y prosiguió-: Como iba diciendo, mi tía le obsequió ropa a la abuela de....esa. En el preciso momento en que lo hacía me detuve en las escaleras y oí como la anciana entre lágrimas absurdas agradecía a mi tía por ese gesto, tan... tan compasivo. También oí cuando ésta le decía que su preciosa nieta...-urdió una mueca- ... Flora, ahora luciría como las demás jovencitas del lugar.

-¿Acaso pretende verse como nosotras? -preguntó Inés, soltando una risa.

- Eso nunca sucederá. La clase y el glamour nacen con uno, no llegan después- sentenció Monica con desprecio.

Inés y Dina, empezaron de nuevo a vilipendiar a la mujer que estaba con Felipe. De su boca manaban frases nada halagadoras, pero Monica dejó de oírlas; sus voces se convirtieron en murmullos a lo lejos. La plaza llena de personas dejó de existir. Solo los veía a ellos...

Felipe y la advenediza de Flora.

Odiaba a Felipe por haberla dejado por una insignificante mujer. Pero la odiaba más a ella por haberle quitado lo que consideraba suyo... la fortuna de su ex prometido.

Mientras divagaba, escuchó una música que no había oído antes y una voz hablar a través de un megáfono:

-Damas y Caballeros, un espectáculo nunca antes visto, ha llegado a este pueblo. Vengan y disfruten de lo que tenemos preparado para ustedes.

Monica, al igual que la otra gente del pueblo, miró con interés a los inesperados visitantes. Todos ellos vestían ropas de colores vistosos, destacando en su vestimenta el rojo escarlata.

Hombres y mujeres con carretas venían tras el anunciante, que subido en enormes sancos, atemorizaba desde su altura. Pero, con una sonrisa amigable, hacía desaparecer ese sentimiento de inferioridad.

A ellos se unieron el resto de los integrantes del circo.

El primero: un mago con el rostro pintado de púrpura. Vestido de forma elegante, con un traje verde terciopelo, camisa blanca con pajarilla roja y guantes a juego. Como complemento final, un gran sombrero rojo. Llevaba en las manos una bola de cristal levitando, que recorría de un brazo a otro, sin que nada pareciera moverla.

Tras él, avanzaba una mujer de figura esbelta, que no pasó desapercibida para ningún hombre del pueblo. Vestía un traje ajustado al cuerpo en color dorado, con piedras incrustadas en distintas franjas alrededor de él. Unas enormes plumas rojas sobresalían de su espalda, y un sombrero pequeño de ala ancha en un extremo, cubría su cabeza. Pero lo que más llamó la atención de todos, era el aro de plata que se movía alrededor de su cintura mientras ésta caminaba.

Junto a la mujer, trotaba un payaso de pantalones anchos que parecían inflados como si fuesen globos; de un color rojo, amarillo y azul. Llevaba zapatos con la punta doblada en espiral, el cabello rojo, sujeto en una cola de caballo levantada hacia arriba. En su hombro derecho sostenía una marioneta que se movía sola, y en la mano izquierda sobre la palma, un palo metálico en la que giraban cuatro platillos.

Aquellas ilusiones resultaban complicadas de ejecutar. El gentío estaba fascinado, lo atribuyeron a verdadera magia. No estaban equivocados.

El resto de la comitiva vestía chaquetas cortas y licras ajustadas, en tonos azul y rojo. Eran todos jóvenes y muy hermosos, tanto hombres como mujeres. No había ancianos. Una particularidad en la que nadie reparó.

Unos metros más atrás, de un auto lujoso, descendió un hombre elegante y de belleza arrebatadora. Ataviado con un abrigo rojo brillante tipo chaqué, camisa blanca y pantalon negro; su oscura melena ondeaba con el viento.

En cuanto Monica lo vió, sintió que le faltaba el aire. Lo observó de pies a cabeza, su elegancia, clase y masculinidad eran deslumbrantes. Luego miró hacia el auto, era un verdadero lujo para la vista. El hombre al parecer era adinerado.

Por unos breves segundos sus miradas se encontraron. Él desconocido sonrió y le guiñó un ojo. Su boca exhibía unos perfectos dientes blancos. Monica se ruborizó y correspondió el gesto, de manera descarada. En ese instante, supo que ese hombre era lo que ella requería: un hombre perfecto y hermoso, y lo más importante: con dinero.

La gente reunida alrededor de la plazoleta aumentó. Muchos de ellos dejaron sus quehaceres en cuanto oyeron la música. Era como si algo los estuviera atrayendo. Todos miraba con curiosidad a los artistas.

Entre la multitud se encontraba el presidente del pueblo: un personaje oportunista y cicatero. Salió al paso del hombre estiloso, intuyendo que era el dueño. No se equivocó

-Estimado señor, supongo que debe ser el dueño de este espectáculo ambulante, ¿estoy en lo correcto?

-Lo está. -Extendió la mano-. Soy Máximo Diaballo.

-Encantado de conocerlo -respondió el presidente. Dejando los formalismos le indicó:- Señor Diaballo, debo informarle que debe solicitar un permiso para que sus labores artísticas pueda llevarse a cabo. -Imaginó el dinero que obtendrían por aquel falso permiso. Confiaba que no sería delatado por los otros miembros de la junta. Necesitaban dinero para reponer lo que habían tomado y esa era una excelente oportunidad.

El extraño visitante exclamó con una media sonrisa:

-Es la primera vez que debo adquirir un documento para trabajar en una villa tan reducida. -Sacó del bolsillo de la chaqueta un fajo de dinero, provocando que los ojos del representante del pueblo brillaran de ambición-. Tenga, espero que esto sea suficiente -Le entregó dos billetes de alta denominación-. Dentro de poco recuperaré lo invertido.

El hombre nublado por la avaricia, interpretó la última frase de manera errónea.

-Puede dar inicio a sus funciones cuando guste -indicó, guardando el dinero en el bolsillo.

-Lo haré... desde ésta misma tarde.

-¿Está tarde? -preguntó sorprendido-. Pensé que no sería hasta mañana. ¿Pero... no les llevará tiempo levantar las carpas?

-En lo absoluto. Nuestro espectáculo es de corta duración. Al caer la noche nos marcharemos.

¿Un espectáculo de corta duración?, caviló. Era la primera vez que oía algo así. Por norma general aquello duraba de uno a dos meses, y podía variar según la audiencia. Decidió no darle importancia. Tenía el efectivo y eso era lo único valioso para él.

El visitante de rojo escarlata hizo una señal a su gente. Estos asintieron con una sonrisa malévola. Si las personas del pueblo hubiesen prestado más atención, lo habrían notado.

Desde ese momento todo fue algarabía. Las chicas del pueblo revoloteaban alrededor de los artistas masculinos como abejas en flores. Y los hombres se desvivían por brindarles su ayuda a las féminas del circo. Sin embargo, por alguna extraña razón nadie se acercaba al dueño del teatro errante.

Por ello fue Monica quién decidió ir hacia él.

-¿A dónde vas?- preguntaron al unísono Inés y Dina, sin dejar de abanicar las pestañas a los recién llegados.

-Iré a presentarme -respondió, acomodándose el vestido -. Y cuando lo haya hecho, lo llevaré a dar un paseo. -Les guiñó un ojo-. Y después ya veremos...

-Aprovecha que está de paso -manifestó Inés, riendo.

-Qué raro, ¿no les parece? - agregó Dina-.Una función tan fugaz.

-No le veo lo raro -señaló Monica- . Este es un pueblo de apenas veinte casas, ¿qué esperabas? Con seguridad se informaron antes de venir. A la gente de aquí le gusta la novelería y una vez lo han visto todo, pierden el interés.

Monica dio la vuelta y guio sus pasos en dirección al individuo, que de espaldas hablaba con algunos integrantes del circo. Mientras se acercaba, una ráfaga gélida recorrió su cuerpo. No se detuvo, al contrario aceleró la marcha

Unos metros antes, observó al hombre girarse. Le sonrió con familiaridad, cómo si no le extrañará su llegada, como si supiera que ella iría a su encuentro.

La muchacha de cabellos negros, conocedora de su belleza, supo por la reacción de éste que sus atributos femeninos no le habían fallado.

-Maravilloso día, ¿no lo cree caballero? -saludó Monica.

-Estoy de acuerdo -corroboró, besándole la mano-. Bellezas como usted hace que los días sean maravillosos. Lástima que no todos son así. Señorita...

-Monica -respondió, encandilada por la gallardía y virilidad del individuo que tenía enfrente-. Sin embargo, no creo que tenga días malos para la vista. Esta rodeado de mujeres hermosas.

El enigmático hombre la estudió con una penetrante mirada, que por un momento a ella se le heló la sangre. La respuesta que recibió la tranquilizó y le alimentó el ego.

-No he visto ninguna mujer más bella que usted. Las señoritas. - Señaló a las mozas del circo-, son lindas, pero usted es una auténtica belleza.

Las mejillas de Monica se encendieron. Estaba acostumbrada a ese tipo de alabanzas, pero esta vez fue distinto. Agradeció el piropo, acalorada.

-Agradezco sus palabras señor...

-Máximo Diaballo. Hombre de negocios, empresario artístico. Entre otras cosas.

-¿Entre otras cosas? -preguntó la muchacha con brillo en la mirada.

-Tengo otros negocios principales. El medio artístico es mi liberador de estrés, no es común que viaje con ellos. -Desvió la vista a sus subalternos-. Tengo otras personas que se encarga de esos menesteres. Solo los acompaño cuando hay asuntos valiosos que requieren mi presencia... muy, muy valiosos.

La muchacha lo escuchaba hechizada por cada palabra que la sensual boca emitía.

-No veo que puede encontrar usted de valioso o interesante en este pequeño pueblo- manifestó ella-. Familias de posición alta habemos pocas, no todos podrán pagar un boleto para asistir a su show. -Imaginó que podía tratarse de eso- . En la ciudad tendrá mejor audiencia o en el pueblo que sigue más adelante. Pero aquí no lo creo.

El extraño acariciaba su barbilla atento a todo lo que la chica le decía. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el perfecto rostro, como si supiera el desenlace de una obra antes que los demás.

-Le agradezco la información, preciosa dama. Entonces, el espectáculo corto está más que justificado, ¿no lo cree?

La joven asintió.

-Además, estoy seguro que este pequeño pueblo tiene muchas cosas valiosas e interesantes, una de ellas la hermosura de las mujeres. Destacándose usted entre ellas. Y otros escenarios que usted podría enseñarme -sonrió, provocativo-. La invito a dar un paseo, ¿acepta? Me gusta conocer los lugares que visito, no vuelven a ser los mismos cuando me marcho.

Monica frunció el ceño, confundida por sus palabras, pero sin ahondar más, aceptó la propuesta. Su interés por aquel hombre creció en segundos. O más bien dicho, por su dinero.

El paseo fue largo, muy, muy largo. Y algo transcendental sucedió: ¡Se iban a casar!

De regreso en el pueblo, fueron a la casa de Monica y le dieron la noticia a sus padres. Como era de esperar, casi se desmayan de la impresión. La madre se recuperó enseguida, después de que su ambiciosa hija, igual o más que ella, le informara lo rico y poderoso que era su futuro yerno. Las dos coincidieron que el prospecto sentado en la sala no se podía escapar.

En cuanto al padre, el sosiego lo abandonó; esa tarde y el resto de su vida.

La noticia se regó como pólvora por el pueblo.

Monica informó a sus amigas sobre el enlace. Boquiabiertas aceptaron ser sus damas de honor.

La única condición impuesta por su prometido para la celebración de la boda, fue que no debían asistir niños a la ceremonia. La sugerencia le pareció excéntrica, después meditó y también lo creyó prudente. Esos mocosos con sus chillidos y mal comportamiento solían arruinarlo todo.

Mientras estaba en el ajetreo nupcial, Monica recordó algo: Las invitaciones que encargó para su fallido matrimonio con Felipe, las cuales nunca llegaron a imprimirse los nombres. Fue hacia el único bazar del pueblo con la esperanza de que aún siguieran allí.

Para suerte suya, continuaban en el establecimiento. Habló con la dueña y le indicó los nombres que ahora llevarían las invitaciones. La anciana la miró con recelo. Pensaba lo mismo que el resto de los habitantes del pueblo.

Monica comprendía la sorpresa de todos. A su paso oyó murmurar algunos; los escuchó llamarla loca, entre otras cosas por la acelerada decisión. No le importó en lo absoluto, se marcharía de ese pueblo. No volvería a ver sus horribles rostros. Comenzaría una nueva vida llena de lujos, adornada con mucho... mucho dinero.

Los únicos que parecían no extrañarse por esos esponsales tan precipitados eran los artistas del circo. Cuando supieron la noticia, estallaron en aplausos y vítores hacía los futuros esposos. Todos ofrecieron ayudar con el bodorrio, el mismo que iba a celebrarse a las seis menos treinta de la tarde. Según le dijo su futuro esposo a esa hora las energías comenzaban su liberación, y cuando el reloj marcaba las seis, alcanzaban el punto más álgido. Monica no entendió aquella explicación; lo adjudicó a cábalas propias de él.

Si la codicia no le hubiese velado el sentido común, habría analizado mejor la situación. Sin embargo lo llegó hacer, aunque... demasiado tarde.

-Aquí están -La anciana las sacó de una vitrina-. Ciertas complicaciones en mi salud me han tenido indispuesta, por lo que no he podido viajar a la ciudad para devolverlas. Quién diría que tendrían el mismo uso... -La octogenaria hizo una mueca que molestó a la joven- ¿Señorita está segura de lo que piensa hacer?

- Sí -contestó irritada.

Esperó unos minutos que la mujer grabara el nombre de ellos y de los asistentes y salió de allí a toda prisa. Tenía invitaciones que entregar.

Desde que se anunció el enlace marital todo fue una algarabía en la casa de Monica. No disponían de mucho tiempo. Sin duda sería la coyunda más rápida celebrada.

El padre intentó disuadirla, sin éxito alguno. Estaba deslumbrada por ese hombre. (O más bien por su patrimonio). ¿Acaso no se daba cuenta de que esa boda era una auténtica locura?

-Por favor, Monica... ¡es un desconocido!

-Papá, ya he tomado mi decisión. Si no quieres asistir a mi casamiento, ¡no lo hagas! - bramó-. Ya encontraré a otra persona que me guíe al altar.

-Pero... muchacha -pronunció, herido por el tono de voz.

-¡Basta, padre! -Lo contempló con rabia-. Voy a casarme. Me marcharé de este odioso pueblo y seré muy feliz.

En cuanto la joven escupió esas palabras, entendió las secretas intenciones de su hija. Era igual de codiciosa que su madre, tal vez peor.

-Y rica... olvidaste decir, rica -siseó, decepcionado.

-Sí, supongo que sí -dijo ella con desdén.

-Espero, no te arrepientas de tu decisión. -Abandonó el cuarto de su hija.

La hora de la ceremonia llegó. La carpa del circo estaba decorada con diversos motivos para la ocasión: flores rojas decoraban el ambiente; un tul dorado cubría en forma de cascada las esquinas y la entrada; luces colocadas en distintos sitios le daban un aspecto de una esfera brillante. Los artistas lucían sus mejores trajes. Parecía que sabían con anticipación lo que sucedería aquel día.

-¿Estás lista? -preguntó su padre, esperanzado porque un milagro sucediera y ella desistiera.

Monica lo miró unos instantes. Vio en sus ojos tristeza. Sin embargo, no hizo nada por remediarlo. Solo unos metros la separaban de lo que siempre había anhelado: una vida llena de lujo y confort. Su familia era de buena posición económica, aún así, no era suficiente para ella. Quería más... quería su propia fortuna.

-Sí, vamos. -Caminó hacia el improvisado santuario. Uno de los subordinados de Máximo sería el oficiante. Él le mencionó que contaban con un sacerdote dentro de los comediantes.

Las primeras en entrar fueron Inés y Dina. Una llevaba los anillos y la otra arrojaba pétalos de rosas en el camino. Debido a que el novio no quiso que hubieran niños, la responsabilidad recayó en ellas.

El velo que cubría la entrada de la gran carpa se abrió, dando la bienvenida a la novia. Al cruzar el umbral, unos violines empezaron a sonar. Una extraña y dulce melodía embargo el ambiente. Un escalofrío recorrió los huesos de Monica. En un fugaz momento de claridad pensó en dar la vuelta y no casarse. Enseguida ese pensamiento fue sustituido por todo lo que conseguiría al desposarse con él. Nada ni nadie impediría la boda.

A medida que se acercaba al altar sus ojos recorrieron con disimulo a los espectadores. Deseaba ver a alguien. En un principio pensó que tal vez no asistiría. Se equivocó, ahí estaba: Felipe, su ex prometido, junto a Flora. Felipe al verla le deseó con un gesto buena suerte. Flora hizo lo mismo. Monica les dedicó una mirada de odio. Levantó el mentón a modo de triunfo y continuó por el camino de pétalos. Al llegar al altar tomó la mano de su prometido y sonrió victoriosa.

-Eres la novia más hermosa que mis ojos hayan visto. Y he visto muchas... - le susurró al oído su futuro marido. Ella asintió orgullosa. No comprendió la última frase, pero eso le dio igual. Después del "Sí, acepto" su vida cambiaría-. Aún estás a tiempo de arrepentirte -indicó el novio-. No quiero que después digas que no te di una oportunidad de hacerlo.

Monica negó con la cabeza. Si en el futuro todo salía mal, se podrían divorciar y ella se quedaría con una buena parte de su fortuna.

-No querido, estoy segura de la decisión que he tomado, ¿y, tú?

Su prometido besó sus nudillos y con una sonrisa seductora confirmó:

-Estoy seguro de mi decisión y lo que obtendré con ello.

Monica suspiró, había olvidado esa parte del matrimonio. No tenía idea de la vida en pareja. Tomó una bocanada de aire, ya pensaría en ello más adelante.

Transcurridos unos minutos, los novios pronunciaron los votos. Luego se procedió a la apertura del banquete que prepararon con eficiencia los empleados de Máximo.

Todos los asistentes bailaban y comían sin parar.


No muy lejos de ahí, oculto en las sombras, unos ojos veían la fiesta con curiosidad. La asistencia de los niños a esa fiesta estaba prohibida. Aún a riesgo de ser castigado por sus padres, Tadeo se deslizó dentro de la carpa sin que nadie lo notara. Fue hacia una esquina donde pendía un gran tul dorado. Desde su escondite lo observó todo.
El crío se quedó paralizado en cuanto sus ojos le revelaron lo que allí sucedía.

La gente del pueblo bailaba con bestias... horribles bestias.

Las mujeres eran sujetadas de la cintura por garras en lugar de manos. Y los hombres tenían enroscadas las colas de sus parejas de baile alrededor del cuerpo.

En el centro, los recién casados danzaban. El novio era un monstruo aún más espantoso que el resto. Tenía la cola envuelta en el cuello de su esposa, y sus garras negras y afiladas en sus caderas, mientras ella sonreía sin imutarse por la situación. Todos estaban siendo arrastrados al centro de un vorágine de fuego azulado. Ninguno de ellos parecían ver la realidad que los rodeaba.

Era como si tuvieran un velo en los ojos.

Tadeo embargado por el terror, no pudo evitar orinarse en su pantalón. Cuando ya no pudo más, corrió en busca de su madre que estaba comiendo gustosa unos de los tantos bocadillos que habían en una mesa.

-¡Mamá! ¡Mamá! -gimió el niño tirando de la falda de su madre.

-¿Qué haces aquí? Te dije que te quedaras en casa -reclamó molesta llevándolo a una esquina para que nadie lo viera-. En esta fiesta no están permitidos los niños.

Al verlo tan asustado y sollozando sin razón aparente, se le fue el enojo y lo abrazó con ternura.

-¿Qué sucede, cielo? -El pequeño no dijo nada, por lo que volvió a insistir -: Tadeo, contesta. ¿Qué ha ocurrido para que tengas ese semblante?

Él señaló con el dedo al lugar donde la gente bailaba.

-Mo...mons...truos -musitó con un hilo de voz-. Allí...

La madre dirigió la vista al lugar que su hijo le indicaba.

-No veo nada, pequeño.

-Están ahí, mamá. Son monstruos..., ¡todos ellos!

-Hijo deja de decir tonterías -recriminó el comportamiento.

-¡No son tonterías! La gente del pueblo baila con bestias, y tú... ¡tú estás comiendo gusanos!

-¡¿Qué?!

-Sí, mamá. Eso que tienes en tus manos es un pastelillo de gusanos.

La madre del niño arrojó lo que tenía en la palma, azuzada por una sensación indescifrable. Fue ahí que recordó una vieja leyenda que había oído de sus abuelos, en la que decía que todos los niños podían ver y oír cosas que los adultos dejaban de apreciar al abandonar la infancia. Pero aquello solo ocurría a una hora determinada del día. Miró hacia el lugar donde todos bailaban. Todo parecía normal. Se volvió hacia el chiquillo y preguntó, temerosa de la respuesta:

-¿Qué apariencia tienen?

El crió temblando, los describió a todos.

La madre con un nudo en la garganta asintió y susurró con voz trepidante:

-Te... te creo... Tadeo, voy hacer algo que tal vez no te guste, pero es la única solución. -La madre ahora entendía el porqué no se permitían niños en la celebración.

-Hay que hacerlo rápido, el torbellino del centro es cada vez más grande, ¡se los tragará a todos! -gimoteó.

Antes de que Tadeo se diera cuenta, su progenitora le dio un fuerte pellizco en el brazo que lo hizo gritar de dolor. Luego fue donde su esposo y tiró de él con fuerza, cuando uno de los demonios lo soltó a causa del grito infantil. Los tres corrieron despavoridos de ese lugar.

De inmediato la música se detuvo y la gente dejó de bailar.

Como si de un encantamiento se liberarán, los asistentes contemplaron la verdadera naturaleza de los artistas con quienes bailaron y rieron en gran camadería. Los hombres y mujeres antes hermosos, ahora eran unos auténticos esperpentos.

Alaridos de horror sugieron del gaznate de los incautos cuando el torbellino ígneo apareció ante ellos.

Monica aterrada miraba de un lado a otro, sin dar crédito a lo que sus ojos veían. Los rodeaban bestias. Seres oscuros y repugnantes. Y en el centro, un vórtice de llamas. De pronto sintió un fuego abrasador en el cuello. Llevó las manos al lugar de donde provenía aquel terrible ardor. Horrorizada descubrió una especie de látigo palpitar, aprisionando su garganta. Al volverse, gritó desesperada. ¡Era una cola! El hombre con quien bailaba era un espeluznante demonio. Y, lo peor, era... era...

-Si querida, soy tu esposo -confirmó leyéndole la mente-. Pero... ¿por qué te asustas, esposa mía? Soy yo. Máximo Diaballo o Máximo Diablo como prefieras llamarme.

La joven con el rostro lívido, trató de liberarse.

-¡¡No!! -bramó el Leviatán-. ¡Me perteneces! Te di la oportunidad de redimirte y la rechazaste. Ahora eres mía. Tú cuerpo y tu alma... para toda la eternidad.

-¡Dios, noooo! -aulló la muchacha.

-Qué tarde te has acordado de él -rio complacido por su dolor-. Éste es tu castigo por tu codicia. Tanto te atrae el dinero que poco te importó casarte con un desconocido. Sin duda, eres tan bella como perversa.. Una combinación que adoro.

La chica lloraba sin consuelo presa del pánico. Contempló paralizada a los otros demonios arrastrar a los que estaban más cerca, a las llamas del infierno. Era su fin. ¿Qué había hecho?

-¿Y aún lo preguntas? - Al ver el desconcierto en la cara de su flamante esposa, que tenía la cabeza hacia un lado para no mirarlo, aclaró con una sonrisa pérfida:

-Sé lo que piensas mucho antes de que tus palabras salgan de tu boca. -Iracundo porque no lo miraba, gritó-: ¡Mírame! ...¡mírame cuando te hablo! -Tomó con sus garras el rostro de la muchacha, desgarrándole la piel de los ojos para que lo vea. La sangre se mezcló con las lágrimas-. Hace unas horas te parecía el hombre más hermoso del mundo... ¿qué pasa? ¿Ahora ya no lo soy?

-¡E... eres... espantoso! -pronunció con voz trémula la infeliz muchacha.

El amo del averno soltó una tétrica carcajada, uniéndose a él las otras bestias. Su risa era un aguijón que la hizo doblarse de dolor. A continuación, escuchó al maligno ente rugir:

-¡Ha llegado la hora de marcharse! Lleven a todos cuyas almas están perdidas. El asunto valioso que me ha traído aquí... -Examinó a su estrenada esposa. Otra para su colección. Sonrió triunfante. - ..., ha concluido. ¡Vamos! Continuaremos la celebración en casa.

Las nefastas criaturas obedecieron, y de un certero latigazo hundieron en el fuego a varios invitados de la boda. Entre ellos la madre de Monica, El administrador del pueblo,las hermanas Inés y Dina. Como una frágil hoja, la dantesca llama los engulló.

Monica, gritó, pataleó. Suplicó con desesperación, pero él no la soltó. La sujetó del cuello con su cola, arrastrándola por el suelo. Ella arañó el piso a su paso, obstinada por salvar su insignificante existencia. No sirvió de nada. Máximo Diaballo, desapareció con la mujer en la llamas ardientes. Llevándose su circo y todo lo que había en el.

Sus alaridos lastimosos, sería lo último que escucharían aquellos que a lo lejos presenciaron la sobrenatural escena.

-¡¡Ayudaaaaa!! ¡Ayuda, por favorrrrr!

Solo unos cuantos que asistieron a la ceremonia se libraron de ese amargo final. Sus Almas no estaban manchadas.



Al día siguiente, la poca gente que quedó en el pueblo decidió marcharse, temerosos de que ese suceso volviera a repetirse. Los primeros en hacerlo fueron Felipe, Flora y su abuela.

El padre de Monica, agobiado, sin creer el fin de su hija y de su esposa, lo hizo unos días después. En vano intentó vender su casa; una residencia que al principio era muy cotizada, perdió todo valor. Al final tuvo que abandonarla como sus otros vecinos. La noticia se había regado por todos los lindes del poblado. Nadie quería vivir en un lugar "Maldito" como era llamado, debido a lo que ocurrió aquel tenebroso día.

Poco a poco la zona se convirtió en un caserío fantasma.

Cuentan los que pasan cerca de ahí, que se escuchan hirientes lamentos, y a otros les ha parecido ver a una mujer vestida de novia caminar por el lugar, cada vez que el reloj marca las seis en punto de la tarde.







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