Capitulo VII: "Ocasiones para recordar"

El alba daba sus primeros rayos y el vaho proveniente de mi boca se deslizaba entre los cierzos de aquella mañana otoñal. Era una gélida mañana de Mimbre. En aquel cambio horario se podía apreciar una brillante luna menguante que en poco completaría su ciclo.

Las nubes, reacias a la refulgencia del sol naciente, se movían rápido en la bóveda celeste. El ulular de los vientos era suave pero largo, podía sentir en mis pies desnudos los envolventes brazos de la friolera brisa que tanto acallaba mi sentimiento de comodidad.

Mi piel de la cara, poco acostumbrada a esas temperaturas tan bajas se mostraba seca, y mis pelos, erizados como las púas de un cactus nuevo. Mis manos, enyagadas por los trabajos manuales, estaban ganando músculo al igual que mis brazos.

En aquel momento me encontraba ayudando a Román a arrancar las eripancráceas, un tipo de planta que crecía sobre las raíces de las mandrágoras, mejor dicho, los gigantes vegetales de color dorado que tanto se erguían en aquel campo maldito.

Con mis piernas bien flexionadas y apoyadas fuertemente contra el suelo, toda una brazada mía quedó enterrada bajo la tierra, que estaba firme y reseca, para después desarraigar del terreno el delgado caño amarillento con gran esfuerzo. Reo, para este tipo de trabajos, me había proporcionado unas ropas haraposas perfectas para ensuciarse pero completamente ineficaces contra las brisas frescas que se habían despertado con el cambio de estación.

Más de un escalofrío había recorrido mi cuerpo antes de que lo lanzara brutalmente contra el suelo de piedra dura y tierra seca. La escarcha cubría la punta del vegetal alto que acababa de arrojar y así con todas las réplicas que seguían arraigadas al campo.

Repetí mis movimientos por segunda vez para extraer el caño contiguo al que se encontraba yacente. Entre jadeos, mudos y cortos, decidí secarme la frente con la palma de la mano pues se encontraba con copioso sudor, igual que las raíces de mi pelo. Todas mis mañanas desde que vine empezaban así, con mucho frío y mucho trabajo pero con las esperanzas altas de poder aprender magia y poder enorgullecer a mi padre.

Como cada mañana, antes de que el día comenzara formalmente dedicaba tiempo a un pequeño ritual.

Con mi palma derecha, palpé el centro de mi pecho. Bajo la fina tela de mis ropajes, percibí el kuoc atado a mi cuello gracias a unas raíces de eripancráceas. Su delgadez y facilidad a la hora de extracción las volvían perfectas para crear el collar casero que en aquel momento sentía. Sin pensarlo dos veces, ignorando la advertencia de mi padre, comencé a tocar notas que desconocía y sentir como la música fluía en mí.

A decir verdad, poco yo estaba ignorando las palabras de mi padre, necesitaba recordar aquellos momentos en los que me encontraba bajo el regazo de mi padre, bajo su protección. Necesitaba recordar a mi difunta madre, que por desgracia siquiera recordaba su verdadero rostro. Necesitaba dejar de sentirme solo y por un momento, mientras tocaba al son del frío, de su brisa fresca, me sentí bien.

Al final nos quedamos en los campos bajo el falso juramento de que Roaj -quien desde que llegamos afirmaba que aquellas leyendas campesinas no eran más que cuentos de calderero- arreglaría y desharía la leyenda.

Rauda como los caudales de los ríos al norte de Argos, la semana pasó. Pero yo aún no conseguía familiarizarme con la vida campestre. La vida en el campo era más que aburrida, tediosa hasta el punto en el que dormir resultaba más divertido y hacer las faenas, entretenido. Poco a mí me extrañaba poco que todas las familias campesinas tuvieran más de cuatro hijos. Los padres necesitaban algo con lo que entretenerse y después de todo, los hijos precisaban interacción con sus iguales.

Desde primer día Roaj nos mandaba a Sierra y a mí a colaborar con Román en las faenas de campo. Después, a horas tardías, se encargaba de hacernos correr hasta desfallecer y yo, más de una vez creí morirme de esfuerzo, por tanto me tomé aquella tarde, tras terminar con las faenas, la libertad de preguntarle a nuestro mentor si nos enseñaría magia. Aquella situación me empezaba a frustrar, ya quería comenzar mis lecciones o volver con mi padre pues solo estábamos a un día de distancia. Aunque sinceramente dudaba ser capaz de volver a Garnas.

-Absurdo, ¿una semana de entrenamiento y ya te crees capaz de poder aprender magia?- preguntó furioso y con los brazos alzados el anciano mago en respuesta a mi requesta, sus cejas parecían converger en un mismo punto de lo enfadado que estaba- Obsidiana, piedra y añil. ¿Qué tienen todos en común?

-Que todos vienen de la naturaleza- dije dudoso ante el desconocimiento de la obsidiana o del añil.

En Argos nunca había escuchado hablar de semejantes materiales, aunque estaba claro que nunca lo escucharía literalmente así pues hablaban diferente idioma al que es el leir, idioma global frecuentado en todos los rincones del mundo excepto Argos.

Roaj entonces alzó sus cejas y bajó su mirada carmín al suelo color café. Refunfuñando por lo bajo y con mala cara comenzó a imitar mi respuesta de forma burlesca. Desde luego mi contestación no era lo que estaba buscando o esperando.

-No vas mal encaminado pero no te creas que te voy a enseñar así por así- confesó el anciano-. Todo esto requiere su tiempo, responde correctamente a mi pregunta y entonces empezarás a aprender la magia. Recuerda que no eres mi único aprendiz por tanto imploro que entre todos salgáis con una respuesta cien por cien correcta. Por ahora sigue corriendo, vago, por haber consumido semejante tiempo hablando te pondrás a correr hasta medianoche- ordenó finalmente.

Volví a la encomienda con ánimos altos, en poco tiempo iríamos a parar de correr como locos y aprenderíamos magia. Al llegar otra vez a la zona donde Roaj nos supervisaba, entre los vegetales del extenso campo se podía apreciar las extenuadas caras de Reo y Sierra. Llevábamos corriendo desde que el sol se había puesto, un reciente dolor en la espalda a causa de extraer las eripancráceas no había mitigado y eso me preocupaba.

Tres horas después los vientos ya no ululaban, rugían ante la llegada completa de la noche. La luna menguante ya no asomaba descaradamente, ahora era la protagonista en el firmamento, junto con las estrellas que la acompañaban en resplandeciente trayecto al día. Las bóreas ya no eran una simple molestia, ahora eran una ventisca helada capaz de congelar al tacto. Yo seguía en los campos corriendo pero aquello ahora se sentía salvaje, indomable e indómito. Un lugar azaroso. Con varias o pocas palabras, peligroso.

Entonces Roaj apareció entre tanta planta e interrumpió nuestro "entrenamiento" mostrando la palma de su mano. Reo el más cercano a él se tumbó en el suelo tras ver la señal, él había aceptado ser aprendiz gracias a la labia de su padre. Sierra, quien poseía más aguante, descansó sus manos sobre sus rodillas mientras jadeaba con fuerza. Yo no tuve tiempo para ver más, éstas pruebas físicas me estaban matando así que me desmayé, esta era la primera vez en la semana. Mimbre es el primer día de la semana.

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A prontas horas de Centella, Roaj nos congregó a todos frente a la casa. Yo hacía poco me había separado de las agujas de paja que habían conformado mi lecho. La luna en aquella madrugada, brillaba fuertemente, desperezándonos a todos. Sierra, la única entre los tres capaz de mantenerse en pie tras el esfuerzo anterior, decidió hablar lo que antes no había podido hablar a causa de un hechizo de Roaj.

-¿Para qué nos quieres tan pronto?- preguntó malhumorada mientras se abrazaba a sí misma a causa del frío.

-Liam hizo una propuesta ayer en la tarde. Me pidió algo que supongo que vosotros también queréis: aprender magia- respondió con calma y sosiego aun siendo apuntado por nuestras furiosas miradas-. A modo de prueba, puse un acertijo pero dudo que vuestro conocimiento sea siquiera suficiente como para saber de qué objetos estoy hablando. Por tanto, he decidido enseñaros cuanto antes- comentó Roaj finiquitando su explicación.

-¿Qué es lo primero que hay que hacer?- consultó Reo, repentinamente interesado en el tema, su mirada durante unos segundos cambió de aires-. ¿Hay algún ritual o algo del estilo?

-No, quería que me mostraseis lo que sabéis sobre el tema- respondió el anciano mago, él a esas horas de la mañana parecía más animado incluso que nosotros.

-Yo nunca he visto un mago-. confesé sin tapujos-. Excepto a ti- corregí al ver la cara contrariada que el mago había puesto. Dudé unos minutos en si debía contar los magos que encontramos en el fuego cruzado o aquellos que vestían de azul, tal como la "Guardia Real" mandaba.

-Por supuesto que nunca habías visto a un mago antes. En Argos son innecesarios, con tantas criaturas mágicas sería estúpido tener un mago deambulando por allá. Además, tener magos en un lugar donde abundan tantos seres mágicos podría significar guerras imposibles de finalizar, la destrucción de este mundo sería inevitable.

-Aquí hasta hace poco siempre han frecuentado muchos magos- informó Reo orgulloso- Algunos, fueron lo suficiente amables como para enseñarme magia- finalizó con una amplia sonrisa y aires de autosuficiencia mientras observaba a Sierra, como si hablara solo para ella.

Ella le rechazó la mirada cruelmente, yo tuve que aguantar la risa pues Roaj a veces era una persona bastante intolerante.

-Demuestra lo que sabes- desafió con seriedad.

Reo se mostró avergonzado ante la propuesta del anciano pero tras la sorpresa, el joven apestoso compuso una de las caras más serias que pudo y asintió. A continuación cerró sus ojos y comenzó a mover sus brazos al compás de una melodía muda, su danza, era atrayente a los ojos. Capaz de hipnotizar al mago más grande que conocía, Roaj. Tras segundos de movimiento, un refulgor dorado comenzó a brotar de su pecho.

-"Gema del Ocaso"- murmuró mientras convergía sus puños donde la luz brillaba. Sus puños al juntarse absorbieron la luz que su pecho emitía, refulgiendo igual que el mismo sol aunque con una intensidad a menor escala.

Por el repentino foco, todos apartamos la vista de donde venía la luz, incluso el que la ejecutaba.

Nada más verlo, Roaj comenzó a aplaudir como si estuviera viendo a los mejores artistas de una troupe. Aplaudía entusiasmado cual niño inventándose un ritmo con sus palmas. En la cara de Reo, más de una gota de sudor perlaban ante la luz del astro reinante en el firmamento, la luna. Sus jadeos, constantes y fuertes, menguaban a medida que el tiempo pasaba para dar con una sonrisa avergonzado en la cara del muchacho. Sus dientes amarillentos como las plantas que nos rodeaban, tenían un aspecto podrido. Pero aquello ya no me alarmaba, lo que me seguía alarmando era la mugre alrededor de su cara, ya era poco probable- por no decir imposible- que se pudiera distinguir de su piel.

El estado demacrado del muchacho no quitaba protagonismo a la luz que producía, ni mucho menos, resaltaba mejor en su piel mugrosa el refulgor que sus puños emitían que en la piel pálida del mago.

Yo asombrado como el que más, sonreí de estupor y admiré desde más cerca la acción de Reo. Sus puños, a pesar de ir perdiendo luz cada momento, daban la impresión de estar hechos de oro o de talbité, un material de igual valor.

En aquella madrugada, una parte fue empleada y dirigida a aprender las básicas de la magia, qué era la magia, por qué había magia, sus orígenes, etc. Sus ramificaciones y usos quedaron aparte, Roaj señaló más de una vez que aquello no entraba en las básicas de la magia:

-Recordad- repetía incontables veces tras preguntarle-. Todo esto se encuentra en un apartado menos central y mucho más abierto. Es como cuando lees y te das cuenta que el libro no sólo tiene palabras, si no que también contiene puntuación, gramática, portada, contraportada, título, etc. Te extiendes en un mundo literario en el que las palabras que componen el texto se quedan cortas.

En la otra parte, cuando el sol ya arribaba en los campos, se dedicó a usar a Reo como conejillo de indias. Después, explicaba mediante simples ejemplos los factores por los que un mago medio tendría que pasar para que un hechizo o vínculo simpático funcionara:

-No os voy a mentir, es imposible que entendáis a la primera lo que estoy a punto de contar- dijo con un bien fingido pesar-. Pero no os preocupéis, yo os lo repetiré cuantas veces esta vida me permita. Aun así quiero ponerlo simple- entonces el mago se agachó y escogió una pequeña cuenca del suelo-. ¿Qué es lo que debe pasar para que esta piedra diminuta llegue a vosotros?

-Debes lanzarla- resolvió sin pensar Sierra.

-Sí- asintió para sí mismo-. Pero esta piedra es muy pequeña, ¿Como debo de lanzarla para que llegue a vosotras?

-Fuerte- respondí yo, mi voz sonó como un susurro y por un momento creí que no me había escuchado.

-En efecto Liam, debo lanzarla fuerte y así me aseguro que llegue a vosotros-. dijo enérgico ante mi resolución, yo ya empezaba a atisbar lo que quería demostrarnos- Aun así hay algo que me turba- compuso una cara de angustia tan mal fingida que sin proponerlo comenzamos a reír-. Estoy cansado, soy mayor. No creo tener fuerzas para lanzarla.

-Busca otra fuente de energía que no seas tú- respondí tan rápido como el rayo, tanto que incluso yo me sorprendí de haber hablado-. O busca otra forma de lanzar la piedra.

Roaj se deleitó en mi respuesta y explicó extensamente la energía hurváldica y las diferencias que tenía con la energía arcana, o como a él le gustaba apodar: La Fuerza Del Arcán.

Tras horas de charla y enseñanza, finalizó la lección de Roaj cuando una espesa nube comenzó a bajar de los cielos. La niebla, poco a poco se fue apoderando del campo hasta sepultarlo bajo sí misma. Roaj nos dio permiso para descansar, no sin antes presionarnos para recordar lo que nos había explicado.

Al retornar a la casa fui directo a una de las pequeñas habitaciones que componían la inmensa casa, a la habitación que se me había otorgado. Tras saludar a la familia, quienes estaban todos presentes en el salón, me dirigí al pasillo contiguo sin disculparme y avancé rápido. Tan rápido como lo harían las personas que esconden un secreto y temen contárselo a alguien.

Al pasar frente a mi puerta, la observé con la misma cara que un joyero usa para observar una joya. La puerta era toda una maravilla en la carpintería, las manos que habían esculpido tan bella cancela deberían estar orgullosas de sí mismas. El pomo era de oro macizo, sin muescas ni detalles aburridos. La puerta en sí estaba hecha de una madera que desconocía y aquella era la razón por la que consideraba la cancela de un valor incalculable.

Como la puerta, millones de utensilios de gran valor rondaban por la cada. Una pregunta turbaba mis otros pensamientos como lo hacían los ogros a los habitantes de un pueblo de cuentos:

«¿Como esta familia era tan pobre si usaban oro para sus pomos y acero para sus utensilios de cocina?»

Llegué a mi cuarto, donde me esperaban una cama hecha de paja, una cómoda de buena madera vacía debido a que no traje pertenencias, una ventana de no más de cuatro palmos de altura y una pequeña compuerta junto a la cómoda que no se abría por más que intentase.

La cama de paja se encontraba frente a la puerta pero un poco alejada para evitar traspiés si uno se dirigía a la cómoda. La cómoda estaba en la esquina de la misma pared en la que se encontraba la cancela por tanto a menos que cruzase el umbral de la puerta sería imposible verla. Tras forcejear sin conseguir abrir la compuerta de medio metro cuadrado junto a la cómoda decidí dormir.

Y dormí como tenía que haber dormido desde que vine, con una mano bajo el cuerpo y a pierna suelta.

La paja era tan confortable como la seguridad que te proporcionaba un matón de comerciantes. Supongo que aquella fue la razón por la que dormí tan plácidamente, recuerdos.

Desperté descansado y tranquilo, mi tripa rugía pero mi rostro ni se inmutaba, la sonrisa con la que había despertado era imborrable de mi cara. Fui a la cocina pero de camino a ella, en el salón, me topé a la familia frente a la chimenea. Tal y como los había dejado antes de mi descanso. Entre todos, compartían una misma manta de la que incluso Roaj parecía disfrutar.

-Ven- dijo Román antes de hacer una seña para que me acercara-. Estamos aquí contando historias, mañana es luna llena y me gustaría obsequiaros con grandes cuentos antes de dormir en esta semana... sombría- atinó a decir tras una breve pausa.

-¿Qué historia vas a contar hoy?- pregunté educadamente antes de rechazar por completo la idea. Román entrecerró sus ojos y alzó sus cejas, estaba pensando.

-Creo que para este momento viene bien un poco de folclore, una historia sobre los días de la semana- anunció mientras componía una sonrisa infantil.

Después miró a sus hijas mientras hacía carantoñas, una de ellas ni se inmutó pero la otra estalló a carcajadas.

Yo cavilé un poco antes de sentarme sobre el suelo, seguía bastante hambriento pero de igual manera me senté y escuché con atención la historia que Román estaba a punto de contar:

«Toda esta historia se remonta a tiempos en los que el acero no se había descubierto, a un tiempo en el que todo conocimiento del hombre se podría recopilar en un libro de no más de diez páginas, ilustradas pues tampoco se sabía como escribir.

Eran tiempos en el que la palabra poseía más poder que el hierro caliente, un veneno de mandrágora o el poderío del mismísimo Ytreoq. Eran tiempos duros porque la gente se peleaba por todo y a la vez por nada.

Entonces nació un muchacho que desde el día de nacimiento quedó huérfano. Tras crecer en los caminos de un bosque se afianzó de un burro que la dicha lo regaló y se hizo calderero. Había escuchado tantas troupes itinerantes y visto tantos caldereros de mula y fardos que decidió que cantando iría a atraer su clientela.

Aunque él sólo conocía una canción.

Como ya he dicho, la palabra tenía poder y la voz del muchacho era melodiosa. Allá dónde iban él y su burro, allí es dónde la gente se agolpaba para comprar incluso calcetines que no eran de su talla.

La fama de su canción era tan grande que la gente al verlo pasar ya coreaba junto a él cada una de las palabras como si fueran sus clientes desde hace muchos años.

La calma, el regocijo y la tranquilidad reinaban cada vez más en todo el mundo gracias a la canción del muchacho, tan conocida era que fue traducida a todos los idiomas existentes a pesar de la repulsión que se tenían entre reinos.

Llegó el momento de la coronación en Ïnpai, un reino antiguo que se encontraba al norte del actual imperio, la gente estaba impaciente por ver al nuevo reinante pero se volvieron tristes al encontrar la cara de un hombre viejo y ávaro que en su día de coronación proclamó las más injustas leyes de todas.

Entre sus leyes estaba la prohibición al canto pues a él se le daba mal y no quería bochorno alguno. El muchacho, lejos de hacer caso al rey siguió cantando. Los guardias del rey, debido a la ternura que lo tenían, le avisaban de que debía parar de cantar o de otra manera las consecuencias podrían ser catastróficas.

Pero él duro como un mástil e impasible como las raíces de un árbol, negaba con la cabeza y seguía el camino que el camino lo señalaba.

Unos ladrones lo encontraron y tendieron una emboscada pero al darse cuenta de quien era lo pidieron disculpas y le avisaron de que no debía cantar pues el rey lo había prohibido.

Pero él duro como la piedra e inconvencible de su error, negaba con la cabeza y seguía el camino que el camino le señalaba.

Tras andar más se encontró una posada en la que vivía una muchacha bella, se enamoró de ella y vivieron juntos durante un tiempo. Años después cuando la mujer se encontró embarazada, él ya hecho un hombre decidió seguir el camino para conseguir dinero para su familia.

Su voz era más grave y más potente, tanto que su clientela ahora venía a él.

Pero él tenía decidido caminar el camino que él había caminado desde que había nacido. Tras andar y haber andado, se encontró con un pueblo pequeño a las afueras del camino, todo el pueblo se deleitó con su canción que al parecer no habían escuchado.

El muchacho, ahora hombre, consciente de su fama se extrañó y preguntó pero ellos solo dijeron que del camino a las afueras del pueblo ya no venían caldereros pues el rey vivía al final del camino y se habían quedado asustados.

El adulto sobre su burro de carga se dirigió al castillo del rey, los guardias le abrieron, los ladrones desde las celdas lo saludaron pero en cuanto él y el rey cruzaron mirada, las palabras volaron en boca de uno hasta los oídos del otro.

Salían palabras afiladas como una danza de puñales.

Salían palabras hirientes como un mal de amores pero sobre todo, salían palabras sinceras como las confesiones de un niño al haber mal obrado.

Tras un diálogo bélico, el rey mandó ahorcar aquella misma tarde al calderero que antes de morir cantó. Cantó a pleno pulmón la única canción que conocía, que recitaba así:

Mimbre para los cestos, en mis fardos yo vendo.

Luz de la centella que alumbra el corazón enamorado, yo vendo.

Por las montañas del Cáucaso historias yo he recopilado y ahora cuento.

Las llaves que tornan la cerradura al paraíso, yo en mis fardos cuento.

La sangre de abedul en mis fardos he juntado
junto a la luminosa fuerza de mis palabras.

Pero el nombre de mi estirpe sigue siendo cuestión que no respondo
pues a mi madre y mi padre
yo desconozco.


Entonces aun no teniendo silla alguna para sujetarse, la voz de este hombre no se desvaneció ni por asomo. Tras ver como el joven calderero hecho hombre la gente alrededor decidió cantar junto a él. El rey estaba tan furioso que mandó a sus guardias ahorcar a esa gente pero no había manera; incluso ellos se habían unido al coro.

La canción se extendió en todo el reino y más allá, la gente paraba sus quehaceres, bajaba sus armas, abrazaba a su vecino y todos juntos se ponían a cantar hasta el último aliento que su cuerpo les permitía.

Entonces cuando su voz se había cansado de alzarse se abrazaban los unos a los otros y daban gritos de júbilo pues la soga que ataba al calderero se rompió».

-¡Excelente!- exclamó una de las niñas mientras aplaudía-. Que historia tan enternecedora, cuando sea mayor seré una calderera.

Entonces se escuchó un fuerte estallido de carcajadas en medio del salón y me sorprendí riendo junto a ellos.

-Me aseguraré de que para entonces seas la mejor- prometió su padre mientras la abrazaba tiernamente.

Tras escuchar la hermosa historia que acababa de escuchar, sonreí a todos y me disculpé para irme a la cocina, necesitaba comer algo o me iría a descontrolar.

Ya en la cocina avisté a Reo sentado en el suelo. Con una mano agarraba una botella de licor y con otra toqueteaba la boquilla de la botella. Mantuvo su mirada perdida hasta que se percató de mi presencia. Me sonrió fríamente y dio un buen trago a la botella.

-¿Qué tanto miras?- cuestionó antes de dar otra calada-. ¿Quieres un poco?

-No y tú tampoco deberías querer un poco- dije con tono de reproche.

Él no hizo más que reír, no a carcajada abierta pues sabía que si lo escuchaban y venían a la cocina, al verlo en ese estado su padre lo apalizaría. No fue una risa tranquila que se produce cuando se libera tensión, fue una risa estridente como el sonido del choque de espadas. Por un segundo me conmocionó y no supe qué decir.

-Cállate- ordenó con sus ojos encendidos.

El aura harapiento y apestoso del campesino se esfumó para transformarse en uno más tenebroso. Se levantó y el hecho de que estuviera borracho y midiera dos palmos más que yo intimidaba.

Pero pronto me despreocupé, yo no iba a pelear, venía a por comida. Me acerqué a la despensa pasando delante suya. El se quedó de pie justo donde lo había dejado pero pronto se sentó en el suelo otra vez.

Un suspiro blando como una flor inundó la estancia. La tensión se esfumó y un llanto leve como el de una dama compungida me llamó la atención. Reo estaba llorando, no supe si era por el alcohol que estaba tomando o por otra razón pero decidí agacharme a hablar.

-¿Qué te pasa?- pregunté inocente, a cada lágrima que Reo soltaba una penuria comenzó a instalarse en mi corazón y mente.

-¿Qué me va a pasar? Estoy hecho un desastre. Mi padre no quiere dejar a entrever la situación pero si Roaj muere, todos sabemos que ningún mago volverá y nos tendremos que quedar así eternamente.

-Ten un poco de confianza en él- dije no muy seguro de mi consejo-. Él es capaz de muchas cosas.

Entonces la mirada triste de Reo se volvió sombría.

-Igual que él, todos los magos que han pasado por aquí, aun así mira adonde eso nos ha llevado- espetó sin ascender el tono.

-A que seas aprendiz de Roaj- respondí contundente.

-Tienes razón- dijo mucho más decidido que antes.

Una chispa de un sentimiento que no podía ver iluminó sus ojos. Los podía ver entre la mugre y casi suelto un improperio al darme cuenta de lo grandes que eran.

-Prepárate para mañana en la noche, como aprendices de Roaj vamos a sondear la zona.

* *

Centella continuaba siendo tinieblas.

Frente a la ciudad amurallada de Pointia se encontraba una caseta en la que un escriba ponía en letra las palabras de un general preponderante en comparación con sus iguales. Su alcurnia cuidaba sus palabras, en cierto momento tras haber hablado hacía una breve pausa para dejar que el escriba lo alcanzara. La caseta se encontraba iluminada por obra del propio general, quién convocó tres luminosos orbes que levitaban alrededor de él.

El general Namán poseía rasgos provenientes de Agros a pesar de su pálida piel blanca. Sus labios gruesos y su nariz abundante lo delataban como le delata el graznido de un pájaro a su presa.
Él superaba la estatura media en la edad adulta y sus hombros anchos continuaban hasta convertirse en un par de musculosos brazos. La voz grave del hombre superaba la frialdad con la que él hablaba.

El muchacho, cubierto de sudor hasta los pantalones, escribía sin parada alguna. Entre el sudor que se escurría en su frente, unas lágrimas de dolor se colaban, el joven pensaba que su mano se rompería de tanto escribir.

-... por tanto, el mago que contribuyó a estos hechos será buscado y cobrará justicia ante la ley orgánica- mencionó tajante el general, la seriedad de su rostro era amenazante pero se suavizó al percatarse de que el muchacho necesitaba su firma para poder enviar el mandato.

Desde luego, aquella imagen le apaciguó pues le recordó en aquella noche de luna menguante a sus primeros días de estudiante. Tan contento estuvo que le entregó tres brotas solo para enviar la nueva.

Al igual que el general, aquella noche en especial, todos se tomaron una ocasión para recordar.



















Buah, un capítulo mucho más denso de lo que sería normalmente. Voy a ser sincero y deciros que espero que el siguiente no sea tan largo pues me sienta raro. Solo espero que os haya gustado.

Gracias por leer, Jacksino2.

¡Feliz Año Nuevo a todos!

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