Capitulo IV: "Realidades dolorosas"
La luz entraba fuertemente por la ventana de vidrio y el calor que ésta emanaba había conseguido despertarme. Aquello no era apenas el comienzo del día y el sol ya estaba así, se notaba que era verano. La habitación en la que dormía no era más que un pequeño habitáculo lleno de juguetes para niños y figurines de seres extinctos hechos de madera.
Después de quedarme sentado en el colchón, observando como el sol brillaba cada vez más fuerte reanudé lo que serían mis tareas higiénicas de la mañana, uno de los soldados me había comentado que yendo a la izquierda había un lago que todo el pueblo usaba para lavarse, y es que llevaba tres días sin ducharme así que aquello lo iba a aprovechar.
Estaba hospedado en mi antigua casa, de la que se habían dedicado los demás pueblerinos a cuidar mientras no estábamos. Ésta había mantenido aquella estructura tan básica que siempre había tenido pero dejaba de ser la casa que yo recordaba, algunas veces me entraba nostalgia el hecho de que mi cama siguiera igual, otras veces me daba dolor de espalda pues mi cama al no haber sido cambiada era de un tamaño considerablemente pequeña para mí.
Al salir de casa percibí el aire caliente de la mañana golpeando mi pecho, que estaba al descubierto en aquel momento. Igual que mis lágrimas al no poder haber visto mi padre. Las hojas de los árboles pintadas de un color amarillento rezumaban alegría, al igual, los niños correteando.
La mayoría de aquellos niños cuando se percataban de mi presencia se escondían en sus casas mientras que los más curiosos abrían sus ojos como platos mientras me estudiaban de arriba a abajo. Las briznas de hierba alrededor de los muchos árboles que había por la zona fluían de una manera lenta y mística que más de tres veces había conseguido poseerme con tales movimientos. Había varios senderos naturales a las afueras del pequeño pueblo que se dirigían a la derecha, con solo una taberna en cada una de ellas, pero solo había un camino hacia la izquierda. Un camino bastante salvaje por la altura de la hierba y hediente por las heces tan visibles.
—Nada como una buena ducha en las mañanas, ¿eh, Liam? —dijo Roaj mientras corría en paños menores entre la hierba alta.
Inspiré un montón de aire antes de meterme en aquel estercolero. Sin dudarlo dos veces comencé a correr, tan rápido fui que mis músculos parecían poder respirar por si mismos y no tuve que exhalar hasta que vi una planicie arenosa pero antes de que llegase algo me placó. Roaj, estaba sobre mí, con un dedo sobre la boca, silenciandome. Aquella posición era incómoda pero gracias a las aves del Norte se levantó tan rápido como se tumbó. El pecho de Roaj, al igual que sus piernas, era huesudo, común para alguien de su edad. Aunque poseía más de una peculiaridad que no combinaba con su cuerpo, poseía una cicatriz bajo su peludo pecho derecho, una cicatriz con forma raíz y en el hombro derecho tenía un nombre grabado.
Con sigilo se movió entre las grandes hierbas para desaparecer ante mis ojos. Yo me agaché de la misma manera que Roaj había hecho y me dirigí hacia donde él se había ido. Entre las grandes hierbas pude ver como el mago atacaba con miles de magias diferentes a los dos zafios que nos habían estado persiguiendo desde estos últimos dos días, los reconocí al instante pues su mala higiene y vestimenta los delataba.
—"Aro de energía" —mencionó antes de que un aro azulado de consistencia inexistente expulsase de su interior un gran disparo de luz. En el aro se podían apreciar una serie de símbolos que centellearon con fuerza hasta que el aro y la luz desaparecieron junto con los dos malhechores, Roaj los había asesinado sin dejar nada de muestra, cosa que me encogió la tripa y secó la garganta. Aquello era aterrador.
Al ver aquella escena por miedo a que Roaj viniera a matarme me volví a esconder en el forraje justo donde me había dejado.
—¡Liam! —gritó el anciano, su voz sonaba cansada a pesar de que hace unos minutos él estaba tan alegre como un Pegaso recién nacido—. Liam, ¿qué tal estás?¿ha pasado alguien por aquí?
Negué con la cabeza para decirle que estaba bien. Aquello era todo un desmadre, no quería meterme en problemas.
—Roaj, ¿puedo ir a ducharme?
—Claramente.
Sin pensarlo dos veces salí disparado de ahí, temía a Roaj pues por tal poder podía matar a cualquier cuando a él le pareciera, en Agros la gente no podría tanto poder, al igual que yo, nadie conocía la magia.
Al llegar al lago, pude apreciar que un manto fangoso cubría la superficie sur del lago así que no me acerqué hacia allá. Postrado sobre la orilla, comencé a lavarme la cara, desfigurando mi reflejo con cada gota que volvía. Un reflejo que ya se hacía ajeno a mis ojos, solo para poder comprobarme un poco decidí mirar, aquel rostro en el que tanto me había dedicado a vomitar cuando estaba en el barco, el mío.
Mis ojos, por la época del año en la que nos encontrábamos tenían un iris esmeralda con unas pinceladas amarillentas. Mi pelo, era azabache puro al contrario que mi padre quién antes poseía un rubio febril. Mis labios parecían salchichas de cerdos alados, pequeñas y finas, sin mucha carne que dar a ver o a degustar. Y por último, una piel que había recibido un buen trato del sol aquel verano, y todos los anteriores, ligeramente bronceada, resaltando aquel color llamativo de ojos que tenía.
Después de ver como mi pelo había cambiado hasta ser tan revoltoso y rizado como lo era ahora me sumergí en el agua sin antes quitarme la ropa, muchos problemas como para pequeños detalles como aquellos.
Al acabar estuve un gran rato del tiempo tirado sobre el césped, mientras me secaba, observaba cómo algunas mujeres lavaban sus ropas y como los más jóvenes jugaban sin repudio alguno, desnudos, echándose agua entre ellos.
Tanta fue la tranquilidad que caí dormido en un intento de descifrar la imagen de una nube.
Bruscamente fui despertado, pero con buenas intenciones, por parte de un niño bastante pequeño que me avisaba que ya era hora de comer.
El niño vestía ropas muy holgadas para su edad, y todas de un color austero. Su camiseta, de un material fino al igual que toda su vestimenta, poseía un color marrón mientras que sus pantalones "cortos" eran de un tono grisáceo. Sus pies estaban desnudos pero gracias a la mucha hierba y a las anteriores regañinas de su madre se mantenían limpios. Su pelo en cambio estaba lleno de fango, y su cara tenía barro pero nada de ello conseguía contraponerse al rostro tan inocente que era.
Sus ojos eran pequeños, como dos cuencas de piedra, su nariz tenía la correcta porción de cara. Sus labios no poseían rareza alguna pero sus orejas eran tan grandes como el ala de un Pegaso hembra alzando el vuelo.
—Mi nombre es Drak —se presentó el niño mientras me guiaba entre la hierba alta—. todos nuestros padres dicen que fuiste un niño malo, muy malo y por eso te llevaron lejos de tus amigos, ¿es eso cierto? —preguntó Drak con una cara tan inocente cómo el movimiento de una hoja cayéndose del árbol.
Yo me abstuve a responder de primeras a su pregunta, sonreí pues aquel niño había sido el único en hablarme y la pregunta era un poco graciosa.
—Mi nombre es Liam, y sí, fui un niño demoníaco —dije aprovechando el temor que el niño tenía a mi persona y al "castigo" que su madre le tendría preparado. El niño se apartó durante unos segundos pero no pude evitar carcajear sobre el asunto—. No, me llevaron a conocer mundo porque me había comportado tan bien.
El niño abrió sus ojos y suspiró mientras fantaseaba con conocer nuevos lugares.
—¿A donde te llevaron? —preguntó finalmente.
—Me llevaron a donde los sueños de cualquier niño se pueden hacer realidad. Me llevaron a Agros.
Justo antes de que el niño dijera otra palabra Roaj vino.
—Tranquilo muchacho —dijo refiriéndose al niño—. De este ya me ocupo yo.
—Vale señor. Hasta luego, "Liam de Agros" —se despidió el niño con la mano alzada mientras correteaba hacia su casa, por muy corta que hubiera sido, sentí aquella conversación de manera agradable.
—¿A donde me llevas? —le pregunté a Roaj cuando pasamos por el poblado. Estaba desértico pero era normal, ya era hora de comer y el sol estaba en su máximo apogeo, los niños no jugaban a esas horas.
—Te llevo a una de las tabernas del pueblo, hay que llenar el estómago antes de la partida.
—¿La partida? —pregunté al anciano nervioso, ya no quería marcharme del pueblo. Ni conocer mundo. Quería quedarme aquí, en Garnas.
—¿Recuerdas? Tu padre dijo que nos quedaríamos un poco y después de un tiempo te llevaría conmigo en calidad de "aprendiz de mago".
—Oh sí —alcancé a decir mientras trataba de distraerme con las hojas amarillentas que ya estaban por caer.
Estábamos en una de las rutas a la derecha del pueblo, la taberna se podía ver entre los árboles y es que su imagen no era muy pulcra. En el marco de la puerta "Pietro" brillaba con letras doradas y se repetía una y otra vez. La puerta era lo más decente del lugar y cuando entré me sorprendí.
La taberna estaba llena de gente, afuera no había llegado a ver un establo improvisado o algún caballo, cosa que me sorprendía. La cantina a diferencia de todo lo que había estado viendo en Agros, tenía un aspecto macabro por tantos cuchillos volando. Las cartas eran clave en cada mesa y en el plato de todos los fornidos siempre había un gran ala de pollo.
Muchas caras diferentes, muchos oficios dados en un mismo lugar, pero solo una sola persona consiguió atraer mi atención en aquel momento. Una chica tras la barra que parecía ser una diosa menor caída.
La muchacha iba vestida con un ajuar bermellón cual ceniza desprendiéndose de la llama y leño que lo habían creado, de falda larga con un final suave y fino como las cascadas y con las mangas arremangadas para que la ropa no se mojase mientras frotaba contra la madera de color ocre que se mostraba ante ella. Su cabello era castaño como el tronco de un árbol joven y su sonrisa era abundante, como un amor profundo.
Sus ojos eran oscuros, casi negros de no ser por la luz del sol que los iluminaba y su cara era bonita como las flores recién nacidas.
Roaj me llevó a la barra con brusquedad pues me sujetó fuerte de la camisa.
-Hey, bonita, sirvenos dos piezas de pollo a mi y al joven, ¿quieres?- ordenó el anciano a la preciosa camarera mientras se daba la vuelta para ver el panorama.
-Joven...- murmuró la chica mientras un brillo pervertido aparecía en sus ojos, penetrandome con su mirada, a lo que yo tragué saliva- Eres el primer "joven" que este lugar consigue atraer, ¿que te trae por aquí?
Sin saber qué decir, la miré a los ojos, buscando mi reflejo, a ver si viendome solo a mí tendría la valentía de responder.
-Como toda persona, debo de comer, ¿no crees?- acabé diciendo para parecer desinteresado.
-Hay otras dos tabernas para comer en otros dos caminos, mucho mejores que al que te lidera este, ¿no crees?- respondió de manera astuta mientras llenaba un cuenco metálico con aceite con el que se había cocinado el pollo. Después puso la pieza salpicando el lugar para luego entregármelo.
-Tienes razón, entonces, ¿para qué crees que he venido?- pregunté evitando su astucia para atraer su curiosidad hacia mí.
-Gran pregunta, dudo que tú mismo sepas la respuesta- respondió Roaj al recibir su plato.
La muchacha sonrió un poco tras el comentario del viejo, quien se había metido en mi conversación sin tener un porqué. Yo me concentré en el plato y no fue hasta acabar mi comida que volví a entablar conversación con nadie.
-¿Cual es tu nombre?- pregunté curioso.
-Me llamo Sierra, encantada.
-Yo soy Liam, bonito nombre el tuyo.
-Bonita cara la tuya- dijo consiguiendo que abriera mi boca en forma de sorpresa.
-Vamonos "cara bonita", tenemos cosas que hacer. Despidete de tu amiguita.
-Te veo luego Sierra- me despedí.
-Espera- dijo ella, sin gritar para no alarmar a los forajidos que se encontraban ahí festejando con su cerveza solos o acompañados.
-¿Sí?- dije esperanzado.
-Debeis pagar lo que habéis comido.
-Toma una iota, quédate con el cambio- el mago lanzó una moneda de oro que cayó de canto en la barra.
Rápido, salimos de la taberna, corriendo. Roaj iba al frente y no me di cuenta del porqué hasta que vi una flama sobre un árbol cercano al pueblo. El fuego se expandía a velocidades extremas y consumía rápido los árboles de verano para arder la hierba seca y las hojas caídas. Un espectáculo ardiente y grotesco que se cernía ante mí.
La desesperación y el miedo estaban presentes, cada grito infantil y adulto se grababa duramente en mi corazón a medida que nos acercabamos, la rabia apareció cuando pude ver los causantes de tal mutilación. La gente no estaba siendo quemada, no había muertos por el suelo pero las casas ardían, y ardían como si esa fuera su función.
Pude ver a mi padre que junto a un gran pelirrojo luchaba contra los piratas que venían con sed de venganza. Mi padre con vendas en la cabeza y bajo su camisa, luchaba con espada y puño, pero él ya no tenía las energías que siempre había tenido, no después de la paliza.
Lo tenía todo bajo control, y lo hubiera mantenido así de no ser por la intromisión del capitán quien lo apalizó por segunda vez. Roaj luchaba, protegiendo a los niños y mujeres de ser quemados. Lanzaba bombas de agua intentando achicar el fuego.
Fue ahí, en el momento en el que el pueblo estaba subyugandose bajo el fuego cuando Spils apareció sobre un caballo grisáceo con motas blancas mientras segaba literalmente a aquellos que hacían el mal. Los hombres del poblado, que no poseían armas empezaron entonces a ganar otra vez la pelea.
Sólo entonces, la lluvia agració el poblado y los piratas se fueron retirando. Yo, conmocionado y furioso traté de buscar al capitán pero fallé en mi búsqueda. Cuando volví al poblado Spils me recibió.
-¿Ves lo que has hecho?- me preguntó gritando. Yo seguía conmocionado osea que no le presté mucha atención- ¿Ves lo que has hecho?- dijo está vez empujándome.
Veía lo que había hecho, y es que el arder de ciertos árboles ya no rugía como antes, crugía y crepitaba, el fuego se calmaba. Era cierto. Pero el fuego ya había tragado bajo sus flamas el pueblo entero y sus afueras.
Y yo era el causante.
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