Una Sencilla Operación, Parte 2

Dos horas habían pasado, y aún no parecía que fuéramos a llegar nunca. El trayecto era de apenas ochenta kilómetros, setenta y siete si contamos que nos desplegaríamos unos kilómetros antes, pero ya deberíamos haber llegado.

— ¿Acaso alguna vez combatiremos de día? —pregunté en voz alta, repasando el plan mentalmente.

— Aunque sea tétrico o deprimente —dejó caer Ludmilla, a mi lado—, prefiero actuar de noche... es más fácil. Aún no me acostumbro a la idea de matar; aunque no me tiemble el pulso, sigue siendo algo traumático, por decirlo de alguna forma.

— Yo no le doy mucha importancia —murmuró Lars, sentado enfrente nuestro desde poco después de salir de la fortaleza—. Serán personas, pero tengo la certeza de que, si no los mato yo, lo harán ellos.

— A mí no me gusta la idea de matar —se unió Amaia, trayendo su habitual esperanza—, pero, como Lars, entiendo que, si no lo hacemos, ellos lo harán con nosotros.

— Da gracias de no tener que verlo, Amaia —comentó Ludmilla, apretándose más contra mí.

Parecía que Ludmilla seguía algo resentida con Amaia; desde que ella y Lars se sentaron frente a nosotros, Ludmilla no dejaba de acercarse a mí. Su comportamiento era infantil, y hasta un poco innecesario: Lars no parecía afectado, y, como bien dijo Ludmilla, Amaia no veía nada.

— Doy gracias, sí —asintió Amaia, desviando su mirada a los alrededores del vagón—. Pero ellos sí ven... la mayoría sigue nerviosa. Menos que antes, pero aún siento su inquietud.

— Intuyo que estarán bien —comentó Lars, levantándose para mirar a los novatos—. La mayoría tiene potencial, y cuando todo comience sabrán manejarse. Ya les pedí a los veteranos del escuadrón que los guíen; ni tú ni yo podremos controlarlos a todos, Lawrence.

— ¿Y las Gemelas? —intervino Ludmilla, curiosa.

— Aunque me cueste decirlo, están con Bullet —mencioné a regañadientes—. Lu quiso palear carbón, y Ana, como siempre, está detrás de ella.

Mientras ellas estén bien, me conformo. Aunque mi relación con Bullet sea nefasta, eso no significa que deba interferir con los demás, y mucho menos prohibirles que interactúen con él.

— Además, como van a estar con nosotros en el tanque, sobre todo Lu, necesito que estén "calientes" y listas para reaccionar. Ludmilla ya sabe lo complicado que es cargar la munición de 80mm.

— ¡Ya me duelen los brazos de pensarlo! —gimió Ludmilla, agitando los brazos sin ganas—. ¡Todo sea por ganar méritos! —se dijo a sí misma, recostándose contra el asiento.

Tras su extraña demostración, la conversación derivó en temas más ligeros. Todos sabíamos que, más allá de nuestros miedos y reflexiones, todo eso quedaría en meras palabras entre jóvenes soldados. Los dejé hablar, divagando y riendo entre ellos; me tranquilizaba verlos así. Mientras tanto, repasaba en mi mente el plan una y otra vez, intentando prever posibles problemas: una emboscada, que el Henrik quedara inhabilitado, incluso la muerte de alguno de los nuestros.

Intentaba concentrarme en eso, pero la presencia de Bullet seguía clavada como una espina en mi cabeza, generándome una creciente irritación al recordar sus burlas y desplantes hacia mí, la Mayor Grant, o Ludmilla.

En medio de mis pensamientos, noté que el angosto pasaje montañoso que recorría la vía comenzaba a abrirse. Algunos árboles cubiertos de nieve surgían a los lados del tren; quería creer que estábamos cerca. Poco después, el tren comenzó a detenerse muy lentamente, como si Bullet evitara usar los frenos por completo. Miré hacia la ventana, esperando ver reflejadas en el bosque las luces de la cabina.

Luces centelleantes de un tono amarillento rojizo se proyectaban en los árboles, junto a sombras que parecían danzar alrededor de la caldera encendida.

— Parece que se están divirtiendo —sonreí, imaginando la radiante cara de felicidad de Lu, acompañada por la cálida actitud maternal de Ana.

Quizá mi impresión de Bullet no sería tan mala si al menos sabía cómo entretener a las Gemelas. Tenía tantas preguntas sobre él, pero ninguna respuesta concreta. Detrás de cada hombre hay una historia, y según la Mayor Grant, la de Bullet no era la mejor...

— Acusado de alta traición... —murmuré, viendo cómo aquellas sombras parecían divertirse—. Alta traición...

Por fin, tras avanzar lo suficiente, el tren se detuvo completamente, exhalando una nube de vapor, como si suspirara cansado. Me levanté y me acerqué a una de las puertas. A nuestro alrededor, todo estaba oscuro; apenas se veía más allá de unos metros de las vías. El viento azotaba el cráter, moviendo las copas de los árboles, quebrando ramas y desprendiendo hojas.

— Tormenta —chasqueé la lengua, mirando hacia el camino por el que habíamos venido.

El cielo se iluminaba a intervalos, como si alguien estuviera tomando fotografías con un cegador destello de luz. No era una tormenta de nieve común. Esto nos dejaba menos margen de acción; debíamos ser rápidos y regresar a la fortaleza cuanto antes.

— ¡Todo el mundo abajo! —grité—. ¡Tres formaciones y en fila, una por cada vagón!

Los vagones se vaciaron rápidamente mientras los muchachos se formaban, aunque con algo de torpeza. Lars, Ludmilla y yo bajamos al pesado Henrik del vagón tras una ardua coordinación de órdenes, gritos y mucho ruido. Esperaba que ninguna patrulla imperial hubiera oído todo eso; si lo hubieran hecho, avisarían al instante al puesto de avanzada, complicando nuestra misión.

Al cabo de unos minutos, la mayoría ya estaba en posición: Lars con su equipo de exploradores, Ludmilla y Amaia en el tanque conmigo, y los novatos agrupados con los veteranos del escuadrón. Solo faltaban las Gemelas, que aún no habían salido de la cabina del tren.

Ante la urgencia de la situación, le pedí a Lars que las trajera, y, en cuanto se acercó a la cabina iluminada, ambas salieron muy contentas. Parecía que se habían divertido, pero eso no les daba derecho a ausentarse justo ahora.

— ¡Dejen de holgazanear y vengan ya! —les ordené al verlas bajar.

— ¡Capi, tenía que verlo! —se acercó corriendo Lu, con los ojos bien abiertos y una enorme sonrisa—. ¡Bullet hace magia!

— ¿Magia? —repetí, estupefacto—. Bueno, que desaparezca y aparezca como lo hace puede considerarse magia...

— La magia no existe —la voz de Ludmilla resonó desde dentro del tanque, burlándose un poco de Lu.

— ¡Me lo cuentan luego! ¡Ahora, suban ya! —les grité, indicándoles que entraran en el tanque.

— Está bien... —respondió Ana, cargando su nueva y pesada ametralladora ligera al hombro.

Con ellas dentro y todo listo, le di la orden a Amaia de avanzar. Nos pusimos en marcha, el Henrik al frente, marcando el paso y creando un sendero en la densa nieve, y los demás soldados siguiéndonos a varios metros para evitar que los detectaran antes de tiempo. Amaia parecía algo incómoda manejando el tanque; sus movimientos eran bruscos, y se notaba que no se había adaptado del todo al Henrik. Ludmilla también parecía tener dificultades con la torreta. Este tanque era nuevo, más grande y pesado que el de la academia, y apenas habíamos tenido tiempo para entrenar con él.

La única ventaja era contar con la enérgica Lu para ayudar a cargar la munición en el cañón.

Mientras avanzábamos, ingresé al tanque y me acerqué a la radio para repasar el plan con Lars y los líderes de los novatos.

— Recuerden, una vez estemos cerca, la infantería avanzará lo más posible por el bosque, tomando posiciones cercanas al puesto de avanzada.

— Copiado, Law —confirmó Lars, pasando el mensaje a los demás.

— Una vez ustedes estén en posición, nos acercaremos y comenzaremos a disparar contra las fortificaciones. Si no los han detectado, avancen todo lo posible e intenten rodear a los imperiales.

— ¿Un ataque en pinza? —preguntó una joven líder de grupo—. ¿Como en la muralla de la academia?

— Correcto —afirmé, mirando el portamapas—. Pero, si los detectan antes, inicien el ataque y tomen alguna de las posiciones defensivas. En ese punto estarán dispersos, y los imperiales no podrán concentrar su fuego en todos. Aprovechen eso.

Sobre el papel, el plan parecía perfecto, pero me llenaba de incertidumbre no saber qué sucedería. Uno de los equipos de novatos podría caer, desmoralizando a los demás.

— El tanque mantendrá una distancia de cien metros, cubriéndolos con el cañón y la ametralladora de Ana. Tiren las bengalas hacia el enemigo para que podamos dirigir el fuego. No se acerquen una vez las tiren.

— Entendido, Law —confirmó Lars—. ¡Ya oyeron! ¡Tiren las bengalas hacia el enemigo y el tanque los apoyará! Pero aléjense si ven una cerca de ustedes.

— Esperamos una fuerte resistencia, pero creo que, al ver el tanque, huirán. Por el amor a la Diosa, no se confíen; no sabemos cómo actuarán. Cambio y corto —concluí, dejando el micrófono en la radio y conectando el transmisor de mi cuello.

Cuando me volví hacia el interior del tanque, todas me miraban con su propio tipo de nerviosismo: Ludmilla, con un tic en la pierna, golpeando cerca del pedal del cañón; Ana y Lu, abrazadas; y Amaia, recostada en su asiento, con sus profundos ojos blancos fijos en mí.

— Prepárense y no bajen la guardia. No sabemos con certeza qué encontraremos allí —les pedí, fingiendo algo de seguridad antes de regresar a mi puesto en la cúpula de la torreta.

Todas asintieron, también fingiendo confianza. Me sentí más tranquilo, así que abrí la escotilla superior y me asomé como siempre. La gélida brisa nocturna me golpeó de inmediato, y pude saborear el aire con su regusto a pino y humedad. La única luz visible era la amarillenta frontal del Henrik. Confiaba en que los demás pudieran ver algo más allá del oscuro bosque...

Nuestra marcha se prolongó por media hora, con el Henrik avanzando sigilosamente y deteniéndose a la menor señal de ruido. Cada crujido, cada reflejo de luz en la nieve, nos hacía saltar el corazón. Finalmente, tras aquella tensa travesía, comencé a divisar, entre la penumbra de los árboles, el resplandor del puesto de avanzada imperial. Era la hora de actuar, y todos estábamos al borde del abismo de nuestros nervios.

No podíamos dudar ni un segundo. Si destruíamos ese puesto de avanzada, podríamos retrasar el avance imperial al menos un poco. No podíamos fallar.

— Amaia, detén el tanque —le pedí, golpeando la torreta.

— Entendido, Lawrence —afirmó ella mientras el Henrik se detenía con un leve chirrido.

Las orugas se clavaron en la nieve, levantando una ligera montañita frente a él. Apagué las luces y saqué mis binoculares para observar el panorama. Lars y los líderes comenzaron a dispersarse con los novatos en pequeños grupos.

— Law —se acercó Lars con su rifle preparado—. Ya estamos listos. Nos adentraremos en el bosque y nos posicionaremos como planeamos.

— Perfecto —asentí, observando el deprimente bosque frente a nosotros—. Mantente cerca de la radio. Avanzaremos cuando estén listos.

Lars suspiró, calentándose las manos y mirándome de reojo.

— Ya me tiemblan las manos, imagínate cómo están los novatos... —dijo, con una ligera risa.

— Eso les pasa por no querer ser oficiales —bromeé, y le guiñé un ojo—. Pero no creas que estamos seguros solo por estar dentro de un tanque; un impacto mal dado y volamos por los aires.

— No me lo recuerdes... —murmuró, volviendo a su grupo de exploradores—. Todo estará bien... —dijo, alejándose—. ¡Ya me oyeron! ¡Todo estará bien!

Ojalá fuera cierto... eso espero. Así será.

Lars se unió a su grupo y, uno a uno, comenzaron a avanzar hacia el bosque, perdiéndose en la oscuridad. Mi corazón latió con fuerza al ver al último de los muchachos desaparecer entre los árboles.

Ahora sí, estábamos solos...

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Sin más que decir, agradezco que hayas llegado hasta aquí, te invito a comentar si te gustó, y si no te gustó también, siempre hay lugar para mejorar. Recuerda votar el capitulo, eso siempre ayuda a seguir adelante y ahora sí, sin más que decir, me despido. Espero verte/leerte en los siguientes capítulos.

Se despide, Bullet...

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