Operación Torres Caídas, Parte 1
Había pasado medio día desde que aquella brutal avalancha provocada por Bullet que bloqueó el valle al sur de la fortaleza, impidiendo el avance de los Imperiales.
El pronóstico del tiempo desde Eichernberg indicaba que durante la tarde-noche de hoy y todo el día de mañana, una enorme tormenta azotaría la región. Traería consigo ventiscas y nevadas intensas, las cuales, según Otto y Magnus, probablemente compactarían la nieve de la avalancha, dificultando aún más la creación de un nuevo pasaje, al menos por unos días.
Cuando me enteré de esto, una profunda sensación de paz me invadió. Estaba más que agradecido con el clima por traernos tan gloriosa tormenta. Pocas veces en mi vida había estado tan feliz de saber que una devastadora tormenta se cerniría sobre mí. Para todos nosotros, esto significaba unos días de paz. Aunque aquello solo fuera el comienzo de la guerra, los dos combates consecutivos nos habían devastado a todos, incluyéndome.
Tan pronto como llegamos a nuestro dormitorio dentro de la fortaleza, pocos fueron los que, al cruzar la puerta, no se dejaron caer directamente sobre sus camas o catres, desplomándose entre las frazadas. La mayoría ni siquiera se quitó el equipo; se acostaron con las botas puestas y los uniformes aún cubiertos de barro. A ninguno le importó... Solo querían dormir.
Cuando desperté, bien entrada la tarde, la Mayor me informó sobre el estado de Bullet y el paradero de Lars, a quien consideraba mi mejor amigo. Me sentí fatal por haberlo olvidado. Apenas había pensado en él durante el combate; estaba tan concentrado en la batalla que simplemente lo relegué a un rincón alejado de mi mente. Por suerte, no le había pasado nada.
Después de que le pedí que reuniera a los muchachos en el patio, Lars y parte del grupo fueron requeridos por Otto para una misión de exploración en las vías al norte de la fortaleza.
Al principio no entendí cuál era el propósito. Incluso con la Mayor frente a mí, explicándomelo todo, seguía sin entender del todo.
— Disculpe que vuelva a preguntar, Mayor, ¿pero me está diciendo que requerían a uno de mis mejores hombres solo para una burda misión de exploración? —pregunté, rozando la pasivo-agresividad mientras me acomodaba en la silla de mi oficina y examinaba un pequeño mapa que ella había traído consigo.
— Eran órdenes del Coronel Otto. No hay oficial de mayor rango que él en esta fortaleza —explicó levantando ambas cejas, dejando claro que no podría refutar nada—. Según Bullet y el informe de algunos de nuestros exploradores más hábiles, la próxima vez que ataquen la fortaleza no será una simple avanzada. Será un asedio en toda regla.
— ¿Qué está intentando decir, Mayor? —escruté con desconfianza, temiendo escuchar sus siguientes palabras.
Ella miró con cautela hacia la puerta, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Luego se inclinó ligeramente sobre el escritorio, acercándose lo suficiente como para que percibiera su intenso perfume dulce. Con un dejo de duda, explicó:
— La fortaleza de Ymir no resistirá otro envite. Además... —suspiró, relamiéndose los labios antes de continuar— hay rumores, especulaciones más bien, provenientes de uno de los documentos que ustedes trajeron del asalto al puesto de avanzada. Aunque los documentos estaban parcialmente malogrados, detallan la existencia de un cañón desconocido en manos Imperiales. Sus características son inciertas, el papel no daba para demasiado... —agregó frustrada, sin embargo levantó su dedo índice y entrecerró sus ojos—. Salvo una.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver la seriedad en su mirada. En el fondo, ya sabía la respuesta. Sabía cuál era esa única característica conocida, pero mi garganta se negó a articular las palabras.
Tras unos segundos interminables de lucha interna, finalmente logré pronunciarlas:
— Es capaz, con un solo proyectil, de generar un cráter de cien metros de diámetro... o más.
La Mayor asintió, confusa por haber atinado con tanta precisión. Sin embargo no mencionó nada, volviendo a su asiento con una expresión dolorosa, fijando su mirada en el mapa.
— Los Altos Mandos... —murmuró sin mirarme—, quieren que resistamos. Según ellos, la fortaleza no puede caer; es un bastión crucial para la identidad bélica y política de la Federación.
— Con el debido respeto, esos bastardos nos quieren muertos —mascullé, esbozando una sonrisa amarga.
Ella soltó una breve carcajada, casi involuntaria.
— Ja... —sonrió ligeramente antes de dirigir su mirada hacia mí—. Bullet dijo algo similar, aunque de una forma "menos refinada".
— Y pensar que gracias a él aún estamos aquí... —suspiré, recordando su figura arrodillada sobre un charco de su propia sangre, con esa inexplicable sonrisa en el rostro—. ¿Cómo está él? ¿Saben qué le causó esas heridas?
La Mayor arqueó una ceja, esbozando una sonrisa apenas burlona.
— ¿Está preocupado, Comandante? —insinuó, recostándose contra el respaldo de la silla.
La verdad, no estaba preocupado en el sentido estricto, pero sí sentía curiosidad por su estado. A pesar de nuestros roces, algo en mí me impedía odiarlo. Era ese extraño instinto que te hace sentir que puedes confiar en alguien, esa vaga certeza de que, en el fondo, es alguien en quien puedes depositar tu fe. Ya les había dicho a las chicas, y Bullet lo demostraba con sus acciones: incluso él lo dijo antes de caer. "Lo hice por ella..." Intuía que "ella" era su novia, amada, esposa, amante... lo que fuera. Por ella estaba dispuesto a hacer milagros.
El amor, por más cliché que suene, es una convicción poderosa. Permite a muchos lograr lo imposible con tal de proteger a sus seres queridos. Es algo que trasciende los límites mortales y da fuerza donde parece que no queda nada. Y Bullet es la encarnación de lo imposible.
— Para qué mentirnos, sí, estoy preocupado por él —confesé, esbozando una sonrisa falsa mientras me cruzaba de brazos en el asiento.
— Es un hueso muy duro de roer —respondió la Mayor con tono casi divertido, como si no fuera la primera vez que algo así le sucedía a Bullet, pero en el fondo, parecía cansada de ello, resopló un par de veces, pensativa, luego chasqueó la lengua—. El muy bastardo, y disculpe mi lenguaje, estaba en pie media hora después de ingresar a la enfermería. Para cuando pasaron dos horas, parecía como nuevo.
Apenas me sorprendió. Después de todo lo que había visto de él, esto parecía casi insignificante. Ya quisiera tener a alguien así en mi batallón.
— Pero eso no lo hace invencible, Comandante. Ni a él, ni a nadie —lamentó la Mayor, volviendo su atención al mapa frente a nosotros—. Bullet podrá ser lo que es, pero eso no significa que los Imperiales no puedan derribarlo. Tenemos que pensar en algo, al menos para decidir qué curso de acción tomar.
— ¿Otra reunión de oficiales? —intuí, resoplando al recordar cómo me había desmayado en la última—. Tampoco es que tengamos muchas opciones...
La Mayor no respondió. Se limitó a asentir y comenzó a prepararse para retirarse. Ante mi silencio y mis constantes suspiros, esbozó lo que percibí como una sonrisa benevolente. Luego se levantó de su asiento, mirando de reojo hacia la puerta abierta. Desde allí se veía el inicio de las escaleras, y en la esquina de uno de los últimos escalones, una peluda cola felina asomaba sin disimulo.
Oculta tras la esquina, una figura conocida aguardaba con impaciencia. Sus finas orejas y sus ojos marrones afilados asomando tras la esquina, delataban su oscura intención: un ataque inminente de celos.
— Parece que alguien quiere "acompañarlo" en esta hermosa tarde, Comandante —comentó la Mayor con tono burlón mientras terminaba de ajustarse su gorra de oficial blanca. Señaló hacia las escaleras y se dirigió a la salida, no sin antes lanzarme un pequeño librillo amarillento.
Lo atrapé al vuelo sin dificultad, apoyándolo sobre la mesa un momento.
— La reunión será en dos horas —dijo la Mayor, finalmente marchándose por la puerta.
Una vez que ella descendió las escaleras, ignorando aquella a "codiciosa presencia" y desapareció de mi vista, abrí el librillo. En la primera página había una foto mía. A medida que hojeaba las rígidas páginas, me desilusioné al ver que contenía gran parte de mi información personal: desde mi fecha de nacimiento hasta mi raza, que por algún motivo decía "Humano" en vez de "Mestizo". También había una lista detallada de mis características físicas, psicológicas y mi historial militar en la Academia Queens Victoria.
— ¿Y esto se supone que es...? —murmuré, pasando las hojas de un lado al otro, intentando encontrar algún sentido.
— ¿Se puede saber qué es eso? —preguntó inquisitivamente ella, su voz elegante con aires picaros provino de mi espalda.
Sin necesidad de voltear, ya sabía quién era. Ludmilla se había acercado con el sigilo característico que había demostrado varias veces en la academia. Su tono ofuscado dejaba claro que no estaba contenta. Escudriñaba cada hoja que yo pasaba, seguramente analizándolas completas en segundos.
— Primero que nada, ponte las botas —Le indiqué en tono serio, señalando el par de botas negras que llevaba en la mano—. Y segundo, no tengo idea.
Como de costumbre, Ludmilla se cruzó de brazos, mirándome con una mezcla de impaciencia y expectación. Sabía que no se enojaba de verdad por estas cosas, pero su expresión inicial siempre me hacía pensar que había metido la pata. ¿En qué? No tenía idea.
Esa duda, sin embargo, desaparecía rápidamente al recordar lo celosa que era.
— ¿Celos otra vez? —pregunté, agotado de su actitud aniñada, mientras me cruzaba también de brazos—. No tengo tiempo para estos juegos ahora, Ludmilla. Si quieres un abrazo porque te sientes sola, espera hasta la noche, ¿sí? Si no, te pido amablemente que me ilustres.
Por un instante, su máscara de falso enojo se desquebrajó. Sus ojos me miraron con una mezcla de confusión y desconcierto, moviendo ariscamente su felina cola.
— ¿Desde cuándo... eres tan arisco conmigo? —preguntó con una voz que parecía sinceramente herida. Por un segundo me pareció ver una lagrima formarse en su ojo, pero haciendo uso de su extenso entrenamiento nobiliario, se deshizo de ella.
Respiré hondo y suspiré, sintiendo un ligero peso en el pecho. Había sido demasiado rudo con ella, me había pasado, pero no le iba a dar el gusto de disculparme tampoco.
— Respuesta corta: no lo sé. Respuesta larga... —desvié la mirada hacia ella, lamentando aún más mi tono anterior. Volví a suspirar y la invité a sentarse—. Es la situación. Los de "arriba" quieren que resistamos hasta el último hombre; la Mayor mencionó algo sobre un cañón similar al que arrasó con el 3er Escuadrón. Varios muchachos murieron en el último combate... y la lista sigue.
Era un cúmulo de problemas que no me dejaba respirar. Considerando la situación y las especulaciones, solo teníamos dos opciones: morir luchando en esta fortaleza o retirarnos... en otras palabras, huir.
— Es frustrante, cuanto menos, Lumi —confesé, apretando las manos, sintiéndome impotente por un segundo— No podemos hacer nada bien, y los Imperiales ya están lustrando sus próximas botas para patearnos de nuevo.
— Aunque sé que la estrategia a gran escala no es lo mío... —respondió Ludmilla, tomando el respaldo de una de las sillas en la esquina de la escueta oficina, sentándose a mi lado—, retirarnos no parece una mala idea. No es como si tuviéramos margen de maniobra ahora mismo. Resistimos o nos largamos. Mira el mapa frente a ti.
Señaló el mapa que la Mayor había dejado en el escritorio. Representaba con detalle la fortaleza y las montañas inmediatas a su alrededor, extendiéndose unos veinticinco kilómetros más allá de esta.
— Estamos en un cuello de botella —indicó, trazando una línea recta con su dedo sobre el recorrido de las vías que pasaban por la fortaleza—. Somos el corcho de una botella de champán.
Su afirmación, aunque extraña, parecía estar respaldada por su expresión decidida.
— ¿A dónde quieres llegar con eso de "botella de champán"? —pregunté, descruzándome de brazos y acercándome al mapa junto a ella. Me apoyé ligeramente contra el escritorio, intrigado por su lógica.
— Mira, sé que lo que digo es obvio, pero somos eso: un corcho —reafirmó, dando un par de golpecitos sobre el mapa—. Gracias a nosotros, los Imperiales no logran avanzar. Pero, ¿Qué sucede cuando agitas suficiente el champán y luego golpeas la punta?
— Se descorcha por la presión... —respondí, todavía tratando de seguir su razonamiento.
— ¡Exacto! ¡Pop! —exclamó, imitando con sus labios el sonido del descorche.
El sonido, aunque inesperado, logró descolocarme por completo. Fue tan espontáneo y genuino que me arrancó una breve sonrisa. Algo en su entusiasmo era contagioso, aunque no dejaba de ser una analogía peculiar.
— Ahorrémonos toda la vuelta, ¿sí? —le pedí, intentando no sonar impaciente—. ¿Te refieres a que, si resistimos demasiado, será contraproducente?
— Correcto, Law —respondió con una sonrisa pícara, señalando nuevamente el mapa—. Hace una hora hablé con mi madre. Está al tanto de la situación y ya trabaja con sus asesores en los "planes de evacuación". Según sus palabras, la Fortaleza de Ymir estaba perdida desde el minuto uno. Además, están terminando de consolidar la Carta Formal de Guerra. Solo necesitan un hecho contundente para entregarla a Dragnassil...
— Y la caída de la Fortaleza de Ymir es ese hecho... —asentí, deduciendo rápidamente cuáles eran los verdaderos planes de la madre de Ludmilla...
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