Ni un Paso Atrás, Parte 1
Cuando el sol apenas comenzaba a salir y los primeros rayos de luz asomaban entre las montañas, estridentes sirenas resonaron por toda la fortaleza. El ruido comenzó en el Portón Sur, el que daba hacia la frontera imperial, y se propagó progresivamente hasta el Portón Norte.
Todos los que dormíamos nos levantamos sobresaltados bajo el cruento lamento de las bocinas y sirenas.
Con el calor de las frazadas aún adherido a nuestros cuerpos, Ludmilla y yo nos levantamos de un salto, cazando al vuelo nuestras ropas. Por la prisa, terminamos pasándonos las prendas: la camisa que intentaba ponerme no era la mía, y sus botas no se ajustaban a mis pies. Por suerte, habíamos dormido con parte de la ropa puesta o al alcance de la mano, ya que, aunque la madrugada estuvo tranquila, habíamos tomado precauciones.
Ludmilla parecía completamente ensordecida por el incesante sonido de las sirenas. Saltaba del susto cada vez que una nueva oleada atravesaba las paredes, apenas capaz de coordinar sus manos para colocarse las medias o ajustar las protecciones metálicas de su uniforme.
Por mi parte, el problema venía de mi herida en el pecho. Aunque ya estaba cicatrizada, los movimientos bruscos al estirar los brazos o vestirme hacían que la piel tirara, causando un dolor sofocante. Tuve que detenerme varias veces para recuperar el aire perdido.
Finalmente, tras la tortuosa tarea de vestirnos, Ludmilla salió primero de la habitación, dejándome atrás para prepararse para lo que fuera que hubiera provocado el uso de las sirenas. En mi interior ya lo sabía, todos lo sabíamos, pero preferíamos jugar la carta del inocente.
Una vez vestido, bajé. El alboroto en la planta baja era absoluto: los muchachos estaban alarmados, ansiosos, moviéndose de un lado a otro. Para todos, incluyéndome, era la primera vez que oíamos sirenas de tal magnitud. Nadie estaba preparado.
Busqué con la mirada a Ludmilla, Amaia o incluso a las Gemelas, pero no estaban. El único que encontré fue a Lars, sentado junto a una mesa, terminando de beber una jarra de leche con miel mientras se atiborraba de pan de centeno.
— Lars ¿Sabes algo de esas malditas sirenas? —Lo tomé del hombro y me acerqué para no alzar la voz.
Con la boca llena y apenas entendiendo mis palabras entre el ruido, negó profundamente con la cabeza. Luego, tras un esfuerzo titánico para tragar el mazacote de pan y leche, respondió:
— Ufff... —Se dio ligeros golpes en el estómago—. Recuérdame no volver a hacer esto. Aún tengo... ¡Agh! —Se rascó la garganta—. Esa sensación del pan...
— Para la próxima, intenta no meterte tanto de golpe —le aconsejé, señalando la hogaza de pan negro medio comida a su lado—. Si no te matan los imperiales, lo hará el pan.
— Dejando el pan de lado... —se relamió los labios antes de colocarse nuevamente su máscara con grabados dorados—. ¿Cuál es el plan, Comandante?
— Ya me gustaría tener un plan... —murmuré, observando el caos a nuestro alrededor.
Los muchachos corrían de un lado a otro, colocándose los equipos, recogiendo armas, comiendo o bebiendo apresuradamente, igual que Lars. Todo era un desastre. Me molestaba ver tanta desorganización, pero tampoco podía exigirles demasiado: yo no estaba en condiciones de dar ejemplo.
— Demonios... —suspiré y me acerqué a una de las ventanas cubiertas de nieve—. Parece que hay mucho movimiento afuera... ¿Sabes dónde están Lumi, Amaia o las Gemelas?
Lars asintió varias veces y señaló hacia las ventanas.
— Salieron hace unos cinco minutos. Les ofrecí comida y leche, pero dijeron que tenían que ir a buscar al Henrik. Preferí no retrasarlas, espero que no te moleste. —Se disculpó con una mueca antes de alejarse unos pasos en busca de su mochila y rifle.
— Entonces saldré, Lars. —Miré por la ventana mientras una gran formación de soldados pasaba frente al dormitorio—. Iré a buscar a las chicas. Tú encárgate de ordenar y controlar a los muchachos. Una vez estén listos, llévalos al patio principal, cerca de los andenes.
— Entendido, Law. —Asintió y subió al primer piso con su rifle en mano—. Me mantendré cerca de la radio. Si necesitas algo, avísame.
— Gracias, Lars... —Sonreí ligeramente antes de prepararme para salir.
Revisé mi equipo: el uniforme de siempre, la espada en mi cintura, la escopeta de palanca en la espalda baja. Estaba lo suficientemente abrigado, así que no habría problemas con el frío. Una vez listo, abrí la puerta y salí a la empedrada y nevada calle.
El frío no era tan fuerte como esperaba, pero podía sentirlo en mi rostro y dedos, las únicas partes expuestas.
— Ufff... —tirité, juntando las manos frente a mi boca para soplar aire caliente—. ¿Dónde estarán las chicas?
Incógnita en mente, comencé a caminar hacia el lugar más obvio: el patio principal de la fortaleza. Allí debía estar el Henrik, cerca de los talleres.
Mientras avanzaba por la calle, me crucé con varios escuadrones de soldados liderados por sus oficiales. A diferencia de mis muchachos, estas tropas tenían expresiones frías, casi vacías, como si fueran autómatas. Daba miedo verlos: sus rostros inexpresivos parecían reflejar una ausencia de personalidad que me erizaba la piel. Incluso los ingenieros, que cargaban cajas de herramientas en lugar de armas pesadas, compartían esa mirada gélida.
— Que la Diosa los bendiga... —murmuré al dejar pasar a uno de esos escuadrones, siguiendo mi camino hacia el patio—. No quiero ni imaginarme a mis muchachos así...
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en esa idea. Prefería enfrentarme al dolor de sus muertes antes que verlos transformarse en algo tan... tan... poco vivo.
Con ese nuevo temor aferrándose y creciendo en mi interior, llegué al final de la calle y avancé hacia el patio principal de la fortaleza, en dirección a los andenes. La vista desde allí era imponente.
El patio, vacío de cualquier tipo de decoración innecesario, estaba delimitado por las vías del tren y los talleres. Si uno se paraba en el centro y giraba sobre sí mismo, podrías apreciar las enormes torres de los portones, el perímetro de edificaciones que rodeaba el lugar, y más allá de los muros, las majestuosas montañas nevadas que se alzaban como guardianes eternos. La vista me hacía sentir insignificante, como si mis problemas fueran diminutos frente a la inmensidad del paisaje.
El movimiento de tropas era frenético. Aunque las sirenas habían dejado de sonar minutos atrás, aún resonaban en mi cabeza, impregnadas como un eco constante. Habían sido reemplazadas por los sonidos de la maquinaria de guerra. Desde donde estaba, podía oír los motores y orugas de los tanques que salían de los talleres, así como las pisadas sincronizadas de soldados marchando por todas partes.
Mientras avanzaba hacia los andenes, un grupo de artillería comenzó a desplegarse en el patio. Cañones de 203mm, remolcados por vehículos Fenrir y centauros, aparecieron desde ambos lados del lugar. Los enormes cañones fueron colocados en filas separadas por varios metros, listos para la batalla.
— Cañones de 203mm... —murmuré al pasar junto a uno.
Eran monstruos de acero, diseñados para artillería de largo alcance. Capaces de disparar proyectiles de cien kilos a casi veinte kilómetros de distancia, eran una pieza clave en el arsenal defensivo. Si estaban desplegando armas tan imponentes en lugar de los más comunes cañones de 150mm, era evidente que la situación era grave. Nunca había visto uno de esos cañones en acción, pero sabía que los llamaban "Little Bertha". Siempre me pareció irónico el "Little", considerando que eran casi tres veces más grandes que el cañón principal del Henrik.
Mientras observaba cómo los centauros desacoplaban los cañones y un carro cargado de enormes proyectiles dorados se estacionaba cerca, una pregunta inquietante cruzó mi mente:
— ¿Un cañón de 203mm es capaz de generar un cráter de 100 metros de diámetro?
— ¡Imposible! —afirmó una voz estoica a mi espalda. El característico sonido de herraduras golpeando la piedra anunció su llegada—. ¿Por qué esa pregunta, Lawrence?
— ¿Magnus? —me giré hacia él.
Ahí estaba, con su imponente figura y músculos marcados, el cabello atado en un moño y un carro lleno de municiones de 203 mm atado a su cintura. Parecía agotado, pero mantenía su característico entusiasmo.
— ¿Te encuentras bien, Lawrence? —Dejó el carro a un lado y se acercó, inclinando ligeramente sus patas equinas para acercarse a mi altura—. Todos te vimos caer...
Su mano robusta se posó en mi cabeza, alborotando mi cabello con un gesto amigable.
— Estás bien, ¿verdad? Sabemos lo que pasó, pero no te sobresfuerces ¿Sí?
— Gracias, Magnus. —Aparté su mano con una sonrisa—. Estoy bien, en serio.
Señalé el cañón cercano, y él entendió al instante la intención de mi pregunta.
— Los Little Bertha son poderosos, pero no pueden generar un cráter de cien metros de diámetro, ni siquiera en las condiciones más propicias. —Su tono cambió ligeramente, haciéndose más reflexivo—. Con suerte, el impacto máximo alcanza unos veinte metros... quizás menos. Pero... ¿A qué se debe esa pregunta?
— Es más un miedo que una duda —confesé, desviando la mirada hacia el cañón—. En la academia, cuando estábamos cerca de los túneles, algo barrió por completo al 3er Escuadrón. Cuando revisamos el lugar, había un cráter de cien metros donde antes estaban ellos.
Recordar aquel momento me oprimía el pecho y dificultaba mi respiración. Ellos habían muerto. El tanque había sido destruido. Casi muero yo... Y aquel escalofriante mensaje seguía rondando en mi cabeza: "Impacto positivo. 3er Escuadrón eliminado. A la espera de nuevas coordenadas."
— Pudimos haber seguido nosotros... —lamenté, sintiendo el peso de la culpa—. Si un cañón de 203mm no puede causar un impacto así, me aterra pensar qué clase de arma pudieron haber usado los imperiales.
— No dejes que eso te consuma —dijo Magnus con un tono tranquilizador—. Aquí, en las montañas, el clima cambia constantemente. Según Gerda, disparar artillería con tanta precisión en este entorno es casi un milagro.
— Sí... quizás tengas razón. —Suspiré, aliviado por sus palabras, pero aún con un nudo en el estómago—. Cambiando de tema ¿Cómo está la situación? Todos escuchamos las sirenas. Ya di la orden para que los muchachos se preparen. ¿A qué nos enfrentamos?
La respuesta era obvia: al Imperio. Pero lo importante era saber cuántos y con qué fuerza.
Magnus suspiró, dejando escapar una sonrisa forzada mientras buscaba las palabras adecuadas para suavizar el impacto de su respuesta.
— Según Bullet, uno de los pocos que puede acercarse al enemigo sin ser detectado, la situación no es buena. —Afirmó con atisbos de preocupación—. Y si sumamos la información de los documentos que trajiste después de la misión... el panorama no es nada alentador.
— ¿Qué tan mal estamos?
— Para resumir: unos veinte mil hombres, sin contar las locomotoras ni las piezas de artillería. Varias divisiones de tanques pesados, armas automáticas de gran calibre... y la lista sigue. —Magnus arqueó las cejas y se encogió de hombros, dejando escapar un suspiro—. No va a ser fácil...
— Pero lo lograremos. —Aseguré, aunque mis palabras no eran más que una máscara para ocultar mi creciente desesperación.
—¡Ese es el espíritu! —exclamó con una sonrisa, dándome una fuerte palmada en la cabeza—. Espero que tengas razón, chico. Si no... —su mirada se desvió hacia el Portón Norte—. Tendremos que retirarnos.
Volver a retroceder... Huir otra vez de nuestras tierras. Esa simple idea me fastidiaba hasta el punto de hacerme temblar, y no por el frío, sino por la impotencia.
Retroceder significaba caer nuevamente en ese oscuro pozo de miseria. ¿Es que acaso no podíamos dar una batalla digna? ¿Tendría que ver a los muchachos convertirse en insectos aplastados bajo la bota imperial? No podía permitirlo, no mientras tuviera fuerza para levantarme.
— Lawrence, será mejor que te deje. Estos proyectiles no se van a mover solos. —Bromeó Magnus antes de reincorporarse y volver a tirar del pesado carro de municiones—. ¡Suerte! Y como dices tú: que la Diosa te bendiga.
— Que la Diosa te bendiga, Magnus... —murmuré mientras seguía mi camino hacia los andenes.
Hablar con Magnus me había aliviado un poco, pero el constante ajetreo y el movimiento de tropas alrededor reforzaban el miedo que me carcomía por dentro. Mi único consuelo era saber que esta vez nos estábamos preparando para luchar. Sabíamos que el ataque llegaría, y eso nos daba la oportunidad de actuar con algo más que improvisación. No como en la academia, donde nos vimos arrastrados a una batalla ajena sin posibilidad de defendernos adecuadamente.
Esta vez sería diferente. Esta vez podríamos plantar cara...
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Se despide, Bullet...
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