Atrapado en la Noche, Parte 2


Como pude, alcancé a sentarme en uno de los asientos, reflexionando sobre todo lo sucedido y en todo lo que dejé sin hacer. Una ligera ventisca se coló en la cabina del tren y se perdió en la nieve que caía sobre el patio de la fortaleza.

A lo lejos, los muchachos caminaban en filas, dejándose bañar por la fina nieve.

No tenía palabras para describir lo que veía y sentía; mis emociones me superaban y no sabía qué hacer. Ni siquiera era capaz de sacar el rosario que guardaba en mi bolsillo... ¿Para qué mancillarlo con mis lágrimas si podía permanecer impoluto allí, guardado en la oscuridad de la tela?

— ¿Qué fue lo que les mostré a ellos...? —me pregunté, observándolos mientras se alejaban del tren —. ¿Qué debí haberles mostrado?

Esa pregunta se perdió en los ecos del vagón, con su respuesta desvaneciéndose mientras continuaba cuestionándome. Realmente no sabía si tenía la madurez mental para soportar todo esto. Quería creer que sí, pero la muerte de cada uno de ellos y la ignorancia absoluta sobre lo que estaba ocurriendo eran frustrantes...

— Bullet tiene razón —concluí—, no me estoy adaptando a la guerra.

— Eso dice usted, Comandante... —intervino una voz femenina y seria desde mi espalda—. Los resultados que ha mostrado demuestran lo contrario...

— ¿Mayor? —pregunté, girando la cabeza para verla por encima del hombro.

Allí estaba ella, erguida y seria. Parecía haberse cambiado el uniforme, dejando atrás las vestimentas ornamentadas de oficial y optando por unas más apropiadas para el combate. Llevaba un gran abrigo blanco con varios tirantes y algunas condecoraciones. Bajo el abrigo, una corbata beige y botones dorados; su pantalón era similar al de antes, pero más ajustado, y lo acompañaban unas pesadas botas grises con cierres.

— Venga conmigo, por favor; tenemos asuntos urgentes que atender. No se le habrán olvidado ¿Verdad? —levantó una ceja de forma acusatoria.

— ¡Para nada! —afirmé, levantándome al instante—. Sería incapaz de olvidarme de eso.

Mis problemas estaban nublando mi juicio... Lo mismo que le dije a Lars sobre mi relación con Ludmilla debía aplicarlo aquí. No podía permitirme ceder a estos pensamientos cuando el Imperio iba a atacarnos con varios regimientos...

— Bullet ya me informó de todo... —comentó ella, pasando a mi lado y saliendo por una de las puertas hacia el andén—. ¡Sígame...! Esto se pondrá feo.

— Seis regimientos... —murmuré, acercándome también a la puerta y descendiendo al exterior frío y nevado—.  ¿Tenemos un plan para eso?

— Por el momento, nada. Varios becarios están revisando los objetos que trajeron del puesto de avanzada. Tal vez eso nos dé alguna pista.

Esperaba sinceramente que aquello produjera algún fruto, al menos para saber cuáles fueron las órdenes que los llevaron a asentarse en aquel cráter...

— Tengo la leve premonición de que nos va a ser útil —dijo ella, pensativa, mientras caminaba hacia un pequeño tranvía de vapor que nos esperaba al borde del andén, liberando nubes de vapor.

Ambos nos subimos sin intercambiar más palabras y el tranvía partió, recorriendo rápidamente los finos raíles anclados en el suelo de piedra...

El viaje fue relativamente corto; atravesamos a buena velocidad gran parte de la fortaleza en dirección a una de las colosales torres que se erguían majestuosamente a ambos lados de los portones, concretamente en el Portón Norte, el que daba hacia la Federación y por el que habíamos entrado la primera vez.

Luego de pasar por algunas calles secundarias llenas de soldados y carretas, llegamos hasta la muralla. Nos bajamos en una calle angosta de una sola dirección, flanqueada por la muralla y pequeños almacenes resguardados por decenas de soldados.

Desde fuera, parecían ser depósitos de municiones o armas, todas apiladas en grandes cajas de madera y metal rellenas de paja. Varios operarios deambulaban con carretas entre los pasillos, anotando o moviendo las cajas según convenía. Todos lucían abrumados... como si ya supieran lo que se nos avecinaba.

Decidido a concentrarme en lo importante, hice la vista gorda y seguí a la Mayor sin cuestionarla. Entramos en uno de los almacenes y lo recorrimos hasta llegar a una pequeña oficina. Allí, una mujer felinida que hacía las veces de jefa de operarios se levantó apresurada al vernos y corrió hacia un estante, empujándolo con fuerza para revelar un oscuro pasaje con unas escaleras.

Descendimos y cruzamos un estrecho y lúgubre túnel, dando incontables giros hasta llegar a un ascensor pulcro que resaltaba en comparación con el pasillo húmedo, donde me pareció ver alguna que otra rata...

— Ya falta poco... —comentó la Mayor mientras abría la reja y marcaba una combinación de números en el panel.

"1916," observé que marcó antes de presionar el botón de emergencia. Al instante la reja del ascensor se cerró, y este dio un ligero brinco antes de empezar a subir...

— ¿Hay contraseña para todo? —pregunté, lanzándole una mirada a la Mayor.

— Depende... —respondió ella, vagamente, sin darle mayor importancia.

El ascensor continuó ascendiendo durante cerca de un minuto, atravesando piso tras piso, hasta que finalmente una campanilla sonó. La reja se abrió y la Mayor salió primero, seguida de cerca por mí. Cuando crucé el umbral, vi a mi costado a dos guardias intimidantes que portaban armas imponentes, superiores incluso a la ametralladora de Ana.

Frente a mí se extendía una enorme sala circular con grandes ventanales y balcones. Un techo cónico se elevaba sobre nuestras cabezas, y el ambiente era gélido y sombrío... Apenas había alguna luz cálida y, a través de los ventanales, las montañas nevadas se alzaban hasta donde alcanzaba la vista. Las nubes negras y cargadas de relámpagos llenaban el cielo nocturno. La tormenta ya estaba alcanzando la fortaleza, y los pocos kilómetros que habíamos ganado con el tren parecían ahora inexistentes.

La vasta sala se extendía ante mí, dominada por una enorme mesa con un mapa desplegado; alrededor de ella, varios oficiales vestían el clásico uniforme blanco, en su mayoría hombres mayores, salvo por dos figuras más jóvenes.

— Llegas tarde, Amelie... —criticó un lupino de hocico alargado y cabello encanecido.

— Otto tiene razón —añadió una voz estoica e imponente, proveniente de un centauro de larga cabellera rubia y musculatura formidable, que lucía un uniforme de oficial adaptado a su raza.

A su lado, una felinida de apariencia refinada y lentes redondeados permanecía de pie en el centro, sosteniendo un abanico rojo ornamentado que movía de un lado a otro con impaciencia ante la actitud de la Mayor.

— Amelie... —la miró de arriba a abajo, evaluándola mientras agitaba el abanico—. Sabes que nunca te enseñé esos valores... ¿Qué dirían tus padres si te vieran?

— Pido disculpas... —la Mayor se quitó la gorra e inclinó la cabeza, mostrando un gesto de arrepentimiento—. No era mi intención hacerles esperar en una situación tan delicada.

La mayoría de los oficiales asintieron ante su gesto, y su irritación pareció desvanecerse. Parecía que conocían bien a la Mayor y, por lo visto, la apreciaban. Sin embargo, hubo uno de ellos que, después de permanecer en silencio y con una actitud pasiva, ahora parecía molesto. Emergiendo de entre las sombras, dio un fuerte golpe en la mesa, arrugando el mapa mientras lanzaba una mirada desafiante a la Mayor.

— ¡¿Cómo puedes llegar tarde, Amelie?! —espetó, furioso, mientras escupía saliva en todas direcciones—. ¡Los Imperiales nos van a atacar y tú andas de romántica con ese idiota de ahí!

— ¡Cálmate, Hagen! —intervino el centauro, dándole un ligero golpe con una de sus patas que casi lo arrojó al suelo.

Hagen, el volátil oficial, parecía ser un ogro, aunque de baja estatura y piel verdosa. Su uniforme adaptado a su altura estaba parcialmente desarreglado y apenas tenía alguna insignia visible, salvo la marca de Capitán bordada en dorado en sus hombros. Por lo demás, pasaría desapercibido entre una tropa común...

— Gracias, Magnus... —la Mayor asintió, acomodándose la gorra sobre sus rizos rubios, esperando la aprobación de los demás para hablar.

Aquel grupo de veteranos, aunque intimidante y opresivo en presencia, parecía mirarla con una calidez inusual, como la sonrisa de la felinida que recordaba a la de una abuela. Algo me decía que tenían una relación profunda con la Mayor, una conexión que iba más allá de lo meramente militar...

— Entonces... Permítanme presentarles a Lawrence, el Comandante Lawrence Valenholt, nuestra nueva adquisición proveniente de la Academia Queens Victoria y quien dirigirá el 4to Batallón.

— El "Teniente Superviviente"... —comentó Magnus, llevándose la mano al mentón mientras me examinaba de pies a cabeza con una sonrisa orgullosa.

— Los rumores eran ciertos... —añadió Otto, acariciándose la larga y blanca barba—. Pensé que solo era un rumor para evitar la desmoralización tras el incidente en Queens Victoria.

— Me llamo Gerda, es un placer, Lawrence... —se presentó la felinida con una sonrisa amable—. Dicen que te dispararon y que sobreviviste a una explosión... Incluso se rumorea que tienes una "relación cercana" con la Princesa Ludmilla...

Parecía que el mundo entero estaba lleno de rumores sin que yo me percatara. No sabía cómo tomar aquello... ¿Qué otras cosas habrían dicho de mí y de mi escuadrón? ¿Hasta dónde se habrían extendido las noticias sobre lo sucedido en la academia?

— Jaja... —sonreí disimulando mi vergüenza—. Es un placer... Veo que ya todos me conocen...

— ¡Cómo no hacerlo, muchacho! —respondió Magnus con entusiasmo, dando un fuerte pisotón con una de sus patas delanteras.

— Aunque los mestizos no son de mi agrado... —comenzó Otto, cruzándose de brazos mientras me observaba—. Los méritos deben ser reconocidos, y ustedes sobrevivieron...

—¡ Vamos, Otto! —bromeó Gerda, dándole un leve toque con su abanico en el hombro—. ¡No que te gustaban las jovencillas Stein cuando éramos jóvenes! ¿Recuerdas que eran mestizas de fénnecks?

— ¡Ya te dije que no hablaras de eso en público, Gerda! —respondió avergonzado, con las largas orejas a medio caer.

Realmente parecían una especie de familia, algo raro de ver en un entorno militar y más entre oficiales. Magnus, con su imponente figura, parecía actuar como un padre mediador; Otto, el abuelo gruñón de vieja escuela, mantenía el afecto y disciplina en su severidad; Gerda, la abuela permisiva, guardaba una leve rebeldía juvenil; y los dos "nietos", Amelie y Hagen, aportaban sus respectivas personalidades al círculo familiar...

— ¡Contrólense ustedes dos! —exclamó la Mayor, golpeando la mesa varias veces para llamar la atención—. No es momento para bromas, por favor...

— Estamos demasiado viejos para estas cosas, Amelie... —respondió Otto, volviendo a acomodar su barba y suspirando—. ¿Sabes lo difícil que es para mí salir de mi oficina?

— ¡Vamos, Otto...! —bromeó Magnus, acercándose y apoyando una mano en su hombro—. Todos sabemos que tú y Gerda ya no están para estos trotes, pero esfuérzate un poco más. ¿Dónde quedó aquel valiente Coronel que me instruyó hace años?

Coronel Otto... No recordaba haber oído sobre él en la academia. Aunque esta era la primera vez que los conocía, me sorprendía no haber escuchado de alguna hazaña o batalla en la que participaran. Quizás no tuvieron roles activos en el frente, pero alcanzar el rango de Coronel sin acciones bélicas era una hazaña en sí misma...

— ¡Agh! —resopló Otto, poniendo los ojos en blanco antes de sonreír—. Todo sea por uno de mis reclutas más ávidos y capaces... Está bien, sigamos... —asintió, dirigiéndose a la Mayor.

Con un leve gesto de agradecimiento, la Mayor se acercó a la mesa y tomó una vara de madera para señalar un punto en el extenso mapa. Al observarlo con atención, pude ver que representaba la Fortaleza de Ymir y el valle circundante. Rodeando el valle se alzaba una cadena montañosa casi impenetrable, lo que explicaba la escasa información cartográfica sobre ella...

— Como ya sabrán... —comenzó la Mayor, delineando una línea parcialmente recta desde la frontera imperial hacia la fortaleza—. Al menos seis regimientos imperiales se acercan a nuestra posición.

— La guerra es inminente... —resumió Gerda, abriendo y cerrando su abanico con rapidez—. Podemos suponer que no se habrán perdido...

— Según tengo entendido, no se perdieron... —lamentó la Mayor, siguiendo las indicaciones en el mapa—. No conocemos con precisión la velocidad a la que avanzan, pero asumimos que se desplazan a unos 60 km/h...

—¡Para seis regimientos, es una velocidad desmesurada! —intervino Hagen, llevándose las manos a la cabeza.

Aunque me costaba animarme a hablar en ese momento y, a pesar de la primera impresión que Hagen me causó, debía concordar con él. 60 km/h era una velocidad asombrosa, considerando que estaban moviendo un contingente aproximado de dieciocho mil soldados en un terreno montañoso como el que nos rodeaba. Las dificultades de esta logística solo aumentaban al pensarlo en detalle.

— Mantener a tantos hombres en estas condiciones debe ser un infierno para ellos —comentó Magnus, señalando una de las leyendas en el mapa y la escala—. Son trescientos kilómetros de terreno extremadamente hostil...

La expresión entusiasta de Magnus se desvanecía mientras analizaba el mapa con creciente horror. Sus ojos parecían estudiar cada detalle, y en su rostro se dibujaba una expresión de desconcierto. Murmuró finalmente:

— Debe ser un infierno en toda regla... —murmuró tras morderse los labios—. Quienquiera que esté a cargo de su logística, debe ser un genio...

Gerda fue la primera en mostrar sorpresa ante la declaración de Magnus, negando con la cabeza y abriendo y cerrando su abanico con insistencia.

— Si Magnus, uno de los maestros de la logística, está abrumado... —nos miró a todos con sus enormes ojos cafés—, no sé qué podemos esperar de nosotros...

— ¿Qué más sabemos de ellos? —intervino Otto, frunciendo el ceño y mirándonos a la Mayor y a mí directamente—. Chico... tú que ya has combatido con ellos, ¿a qué nos estamos enfrentando?

La pregunta era abrumadora. ¿A qué nos estábamos enfrentando? Al Imperio de Dragnassil... Pero sabía que esa no era la respuesta que querían escuchar.

— ¡Al Imperio! —gritó Hagen de repente, con los ojos abiertos como platos, mirando a todos con urgencia—. ¡Otto, tú ya sabes la respuesta! ¡Estuviste allí! ¡Sabes mejor que él a qué nos enfrentamos!

Sobra decir que Hagen era el más afectado de todos. Temblaba casi incontrolablemente y sus ojos recorrían la sala en busca de algún lugar donde ocultarse. A nadie parecía importarle mucho su estado, salvo a Gerda, que lo miraba con tristeza, buscando las palabras adecuadas para calmarlo... o sacarlo de la conversación. Sin embargo, sus desvaríos continuaron.

— ¡Tenemos que hacer algo! —exigía, escupiendo saliva mientras se acercaba a la mesa—. ¡Debemos huir...! ¡Son demasiados para nosotros, no podremos con ellos...!

"¡¡¡Pafff...!!!" Un disparo resonó de repente en la sala, y el eco se extendió hasta el techo cónico.

— ¡Cálmate, imbécil! —gritó una voz desde un ventanal abierto—. ¡Eres un soldado, te alistaste para esto!

— ¿¡Bullet!? —exclamó Hagen, boquiabierto al voltear hacia la voz—. ¡Pedazo de... Oghhh...!

Un fuerte golpe en el estómago de Hagen lo hizo tambalear y caer frente a la mesa, escupiendo espuma. Bullet se encontraba a menos de un metro de él, con el puño cerrado y una expresión desafiante. En su otra mano, llevaba un manojo de papeles y carpetas.

— Les traigo un regalo... —dijo con una sonrisa oscura, dejando caer los papeles sobre el mapa—. Un amable becario me pidió que los trajera aquí.

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Sin más que decir, agradezco que hayas llegado hasta aquí, te invito a comentar si te gustó, y si no te gustó también, siempre hay lugar para mejorar. Recuerda votar el capitulo, eso siempre ayuda a seguir adelante y ahora sí, sin más que decir, me despido. Espero verte/leerte en los siguientes capítulos.

Se despide, Bullet...

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