8. Vino de sangre que no es sangre
Ya no me siento tan valiente. La mirada que el príncipe Gavrel tiene sobre mí es inquisitiva. Curiosa. Intrusa. ¿Estará molesto o confundido por mi actitud? No quiero averiguarlo.
Me vuelvo hacia Gio.
—¡Elena, Elena! —él está tirando de la manga de mi vestido. Quiere que mire la Arena.
Parpadeo y me vuelvo otra vez hacia el palco, sin embargo el príncipe Gavrel ya no me está mirando.
—¡ELENA! —insiste Gio. Lo miro señalar un corredor del laberinto. El león está detrás de los pasos de otro Filio.
Gio se sujeta de mi vestido y me atrae hacia él para abrazarme, pero el apoyo no es para mí, es para él.
—¡Lo va a matar!
Por supuesto que lo va a matar, él lo sabe, pero al igual que los demás, está subyugado al furor colectivo y no puede contener sus emociones.
Ovación de pie. La fiera ha conseguido la victoria y ahora sólo dos Filius están vivos. No puede ser, ¿en qué momento murieron los otros?
Gritos. Busco ver qué pasa y veo sangre llover sobre el auditorio. Grito asustada.
¡¿Qué pasa?!
—Cálmate, no es sangre de verdad —intenta tranquilizarme Gio—. Siempre hacen lo mismo —aclara, pero apenas me puedo mantener en pie. Tengo este líquido rojo sobre mi hombro—. Lo hacen para divertir y aumentar el frenesí. Yo no me quejo. Muchos irán mañana al Burdel de las telas a encargar ropa nueva.
¡PUAJ! Parece sangre de verdad.
—El Filio que fue atacado por el Caracal todavía está vivo, le vi mover su mano.
Me vuelvo para mirarlo.
Esto es una carnicería, el Caracal está en cuatro patas sobre la espalda del Filio, y sí, en efecto, éste aún se mueve. Pero la fiera salvaje no está urgida en matarle, lo muerde y aruña superficialmente una y otra vez, lamiendo la sangre que emana de su cuerpo. Está jugando con él.
¿Cuánto tiempo durará esto?, ¿Cuánto más espera el público del Rota? Por eso Reginam es un espectáculo.
—Unieron dos corredores —canturrea un hombre cerca nuestro.
No entiendo.
Observo detenidamente. Es cierto. Uno de los paneles que separa la zona del Caracal de la del Leopardo blanco fue retirado. Ahora ambas fieras se están riñendo entre sí. Van a pelear. El auditorio grita eufórico. Una de las pantallas gigantes muestra al Leopardo blanco y la otra Caracal. Las bestias son enormes.
¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!
¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!
Ahí están. Ambas fieras empiezan a pelear sobre la espalda del Filio moribundo.
Yo muero por dentro.
En otro corredor del laberinto otro Filio corre por su vida. Enzo. Una de las pantallas está mostrando su inútil intento de huir de las tres hienas hambrientas. Grito cuando dos de ellas lo atrapan.
Una vez, hace años, quizá diez, corría hacia la escuela a toda prisa porque el cielo se estaba cayendo a mares. No tenía zapatos, así que mis pies se hundían en el fango. Me caí unas tres veces, hasta que una mano amiga me ofreció ayuda. Así Enzo me cargó sobre su espalda hasta llegar a la escuela. Intercambiamos vagas ideas adolescentes. Bailamos juntos durante la boda de Sigrid. Apoyamos a nuestros padres cuando decidieron unirse al Partido Rebelde. Yo le vi enamorarse muchas veces. No fuimos mejores amigos, pero nos saludábamos al encontrarnos.
Adiós, Enzo.
—¿Elena, estás bien? —No. Estoy llorando. ¡Es obvio que no estoy bien, Giordano!—. ¿Conocías a alguno? —Asiento y Gio me abraza—. Podemos irnos si quieres.
Niego con la cabeza. Tengo que ser valiente. Por mi padre. Por Thiago. Por las Serpientes. Un mesero me ofrece un vaso de vino, lo cojo y doy un sorbo de inmediato. No obstante, aterrorizada, dejo caer el vaso al ver nadando un enorme ojo en él. Grito. ¡Es sangre!
—Eso también es falso —me consuela Gio. La gente a nuestro alrededor está viéndome de forma burlona. Gio recoge el ojo del suelo—. Mira. Es un huevo. Lo pintaron para que parezca un ojo.
Huevo o no, el asco me invade.
Cuando termina el número del laberinto, las fieras son arrinconadas por soldados protegidos con armaduras, y finalmente son devueltas a sus jaulas. Los esclavos regresan a la Arena para desmontar y volver a montar todo con un escenario nuevo. Aún hay cuatro Filius vivos en las mazmorras de la Rota.
El siguiente acto ilusorio es una carrera de obstáculos en la que compiten dos Filius y cinco payasos. Sombrero grande y el público ríen a carcajadas. La promesa de salir con vida de la Rota, de ganar la carrera, alienta a los Filius. Sin embargo, es otra trampa. Aunque, entre los obstáculos, Filius y Payasos corren sobre una jaula en la que están encerrados dos tigres, el techo de ésta esconde una trampilla que sólo se abre cuando los Filius pasan. ¡Tramposos! Los payasos escapan ilesos. Los dos Filius mueren en las garras de los tigres.
Incluso hay una premiación falsa en la que el payaso ganador recibe una medalla de honor por parte del príncipe Sasha, que se presta encantado al espectáculo.
Cuando los cuerpos de los Filius empiezan a ser retirados, un soldado de la Guardia anuncia que uno de ellos sigue vivo.
¡We will, we will... ROCK YOU!
¡We will, we will... ROCK YOU! —canta, aplaude y zapatea otra vez la Rota.
La reina no da tregua. Una vez más apunta su pulgar hacia abajo y el soldado hinca su espada en el corazón del Filio.
—¿Por qué hacer un espectáculo de si lo deja vivir o morir si nunca tiene piedad de alguno?
—¿Por qué dices eso? Es la primera vez que vienes —me debate Gio.
—¿Ha dejado vivir a alguno?
—Rara vez sucede, pero sí lo ha hecho. Todo depende del público. ¿Ves que ellos también persuaden a la reina? —asiento porque es cierto. La reina observa al público antes de tomar una decisión—. Sí ellos en lugar de cantar y aplaudir mostraran sus pulgares señalando al cielo, la reina tendría que permitir seguir vivo al forastero enemigo o Filio.
—¿Y cuándo...
No me deja terminar la pregunta:
—Recuerdo dos veces. En la primera era una mujer. Una de las pocas mujeres que ha sido sentenciada a venir a la Rota.
En el público del segundo nivel estaba su esposo. Cuando ella fue presentada como carnada para las fieras, él consiguió saltar el muro que separa al auditorio de la Arena y corrió hacia su mujer para morir junto a ella. El público se conmovió tanto que mostró el pulgar hacia arriba a la reina —Gio cuenta todo con ojos llorosos—. La reina dejó vivir a la mujer, pero no junto a su esposo. A él lo exiliaron y a ella la enviaron a la isla de las viudas. Pero fue algo hermoso para nosotros.
A lo mejor él ahora es una Serpiente. Espero.
—¿Y cuál fue la otra vez?
Esta vez Gio no se muestra conmovido. —Otro Filio —dice sin dar mucha importancia—, que decidió hablar y dar información sobre los rebeldes. Le gritó a la reina que sabía mucho y que estaba dispuesto a escupir a cambio de que le perdonase la vida —¡cobarde!, pienso—. El público se mostró agradecido y la reina aceptó dejarle vivo.
Ese hombre se llamaba Laos. No murió en la Rota, fue de regreso a las mazmorras del castillo pero mi padre me contó que las Serpientes pagaron a un infiltrado para que le asesinaran por cobarde y soplón. Porque la información que dio a Eleanor permitió la captura de treinta rebeldes. Esa temporada Reginam hizo un banquete tres fines de semana consecutivos.
Para mi sorpresa, en el último número hay tres Filius. Los dos que aparentemente faltaban y uno más. Aquel joven que gritó en la Plaza de la moneda "Larga vida a Garay". Él y otros dos hombres salen a la Arena ebrios, pero atados al lomo de toros embravecidos. Más payasos corriendo por todos lados. El número termina al caer el último Filio del lomo del toro, para después morir corneado y pisoteado por las bestias.
Hay tres actos ilusorios más, pero esta vez sin Filius. Acróbatas. Elefantes que bailan. Un hombre que desaparece personas y cosas. Gio dice que eso no es nada, que hasta han llenado de agua el anfiteatro y colocado barcos dentro.
Ya es de noche cuando termina el sanguinario espectáculo. Estoy cansada, pero Gio me guía hasta una carpa situada a un costado de la Rota. Con nosotros también vinieron algunos nobles.
—No todos los nobles pueden ir al Velo pero Mina me dio un pase —dice, feliz.
—¿Y qué pasará conmigo?
—Eres mi dama de compañía, para ellos eres prácticamente invisible. Pero yo te necesito aquí.
Ah.
—¿Debo hacer lo mismo que en Amarantus?
La idea me perturba.
—Y sé buena chica.
En el Velo, como lo llama Gio, hay un poco más de doscientos nobles, artistas y los Abularach; y todos, como siempre, vistiendo ropa de circo a juego con sombreros aún más ridículos.
—Quiero brindar —Sombrero grande alza una copa, los demás le siguen—. Por la soberanía de Bitania y el buen nombre de la familia Abularach.
¡Muéranse!
—Por la soberanía de Bitania y el buen nombre de la familia Abularach —repiten todos a coro y beben más vino de sangre, que no es sangre.
—Te daría una copa —susurra Gio a mi oído—, pero está prohibido que los plebeyos gocen de los mismos privilegios que los nobles.
—Tengo claro eso, no te preocupes —rodo los ojos—. No gozamos de los mismos privilegios, pero obtenemos castigos más severos.
Esta vez a Gio le da risa mi impertinencia, y todo está bien hasta que caemos en cuenta de que alguien está detrás de nosotros, escuchándonos.
¡Mierda!
—Buenas noches —saluda. Es un soldado de la Guardia real. Un soldado de alto rango.
¡Directo a la Rota!
Al instante puedo vernos a Gio y a mí siendo devorados por el Caracal en el siguiente Reginam. Ambos estamos de piedra, pálidos y sin pronunciar palabra. Aún así, el soldado no parece molesto u ofendido, su actitud es incluso ¿amigable?
—¿Puedo preguntarte a ti dónde está mi madre? —pregunta a Gio.
Pero Gio no reacciona, está mirando al soldado como si este estuviera a punto de cortarle la cabeza.
El soldado espera, paciente.
—Gio —lo codeo para que reaccione.
—Baron —grazna Gio.
¿Baron? ¿Quién es Baron?
—Mi mamá, Gio. ¿La has visto?
—¡Sí!—Gio finalmente sale de su estupor y hace una reverencia sencilla a Baron, yo le sigo—. ¿Mina? Digo, la duquesa, eh... La perdimos de vista en el graderío de la Rota. Justo la estamos esperando, digo, la estoy buscando para hablar. Ya sabes, hablar... cosas.
Baron sonríe amable. —¿Puedo pedirte que estés pendiente de ella? —Gio asiente—. Sé que eres su amigo. Así que, como un favor especial, te quiero pedir que esta noche, y siempre que tengas oportunidad, vigiles su entusiasmo por la bebida. Porque no queremos que mi tía la envíe lejos, ¿cierto?
—No, Excelencia, por supuesto que no queremos. Estaré pendiente de ella.
¿Excelencia?
—Isobel, Gavrel y yo también la vigilaremos y estaremos atentos por si llegaras a necesitar nuestra ayuda.
Cuando Baron se va Gio se descompone:
—¡Nos escuchó! ¡Podría jurar que nos escuchó!
—Pero no dijo nada —Me siento confundida. ¿Por qué no dijo nada?
—Será por mi cercanía a Mina, o porque sabe que Sasha me ama en secreto y que de hacerme daño él vendría de inmediato.
—¿En serio?
—¡Ya quisiera yo! —Gio está nervioso—. Estoy seguro de que fue por Mina.
Al menos seguimos vivos.
—¿Es hijo de Mina? —pregunto, confirmando.
—Sí, y por lo tanto también está en la línea a ocupar el trono. ¡Por los poderosos del cielo, Elena!
—Tranquilo. En lugar de castigarnos te pidió ayuda.
—Sí. Tienes razón... Supongo.
Gio inhala y exhala un par de veces de veces más hasta que por fin le regresa el color rosado a las mejillas.
—¿Mina tiene problemas con la bebida? —pregunto, preocupada.
El resto de invitados se está agrupado en grupos, hablando de todo y nada a la vez, como siempre. Gio y yo buscamos por todos lados a Mina.
—¿Qué si tiene problemas con la bebida? Sólo si su copa está vacía. Pero todos los demás sí que tenemos un problema con Mina —Gio se ve frustrado—. La última vez se embriagó tanto que hubo que sacarla entre tres de la casa de un marqués. Si la reina no envió a alguien a que la ahogara en el lago Leuven, fue porque Gavrel y Baron intercedieron por ella.
—¿Por qué no le asignan una dama de compañía?
—Todas huyen. Créeme que no es fácil lidiar con Mina cuando es incapaz de controlar su lengua y su cuerpo —Paramos de buscar un rato—. Vamos, ya aparecerá. Mientras quiero saludar a algunas personas.
Ay no.
—A usted lo estaba buscando —La condesa de Vavan y su hija interceptan a Gio. La condesa está molesta—. Quiero saber cuándo estará listo el vestido de mi hija.
Ella tiene que acomodar cada diez segundos su escote para que no se le salgan los enormes pechos.
Gio roda los ojos. —Mi señora, los acabados que pidió usted para el vestido debo hacerlos a mano, y súmele a eso que también estoy esperando parte del material para poder continuar.
—¡Es la segunda vez que me dice eso! —La condesa está tan molesta que hasta su hija salta del miedo—. ¿Acaso olvida usted quién es y será mi hija? Es la prometida del príncipe Gavrel. ¡El príncipe heredero al trono!
Gio roda otra vez los ojos y se inclina hacia mi: —Como si todo Bitania no lo supiera —susurra.
La condesa continúa su parloteo:
—...usted debería estar trabajando día y noche en ese vestido!
—Madre, no es necesario —interviene Farrah.
—Déjame encargarme de esto, querida.
Gio no se deja intimidar. —Lo lamento, mi señora, pero no he recibido ninguna carta de la reina ordenándome trabajar exclusivamente en ese vestido.
—¡Es usted un mal educado! ¿Ya le dije quién es y será mi hija?
—Sí, tres veces.
—¿Cómo se atreve? —ladra ella.
La condesa quiere seguir discutiendo, pero Farrah la coge del codo y se la lleva con ella.
Gio no parece preocupado.
—¿No te da miedo de que se quejen con la reina o con el príncipe Gavrel?
—No te preocupes por mí, primor, tengo órdenes de un rango más alto de tomarme toooooooooooodo el tiempo que necesite para hacer ese vestido. Ven, saludemos a Rimona Doncel.
Rimona está acompañada de su hermana Alenka y otras dos doncellas, pero Gio es bienvenido. Es un milagro que no le quiera sacar los ojos a Alenka. O no es rencoroso, o es hipócrita.
—Giordano Bassop, si ese vestido fuera mío ya lo tuvieras listo, ¿a que sí?
—Rimona, querida, si ese vestido fuera tuyo la boda sería hoy mismo —Todas ríen como tontas, en especial Rimona, que se siente halagada por el cumplido.
¡PUAJ!
—Gio, cualquiera que te escuchase pensaría que Rimona es una... —risitas— caza fortunas.
—Si lo digo es porque ya lo he oído, Peggy —responde burlón Gio.
Más risitas.
¡PUAJ!
—¡Ay, no, cállate! ¿Qué pensará de mí el príncipe Gavrel? —reprocha Rimona, sin creérselo si quiera.
—Ni siquiera piensa en ti, ridícula —objeta Nila.
—Sí lo hace, envidiosa —Rimona juega con su rubio cabello—. Porqué por si no lo sabes, Gavrel y yo nos conocemos bastante bien.
—¿Hasta te atreves a tutearlo?
—Sí. Gavrel. Gavrel. Gavrel...
—¿Entonces por qué no se acerca a saludarte?
El semblante de Rimona se endurece.
—Su prometida y la bruja de su suegra no lo sueltan, ¿a qué sí?
—Tú lo dijiste, su prometida. ¿Por qué no estás tú en el lugar de ella, querida? —pregunta venenosa Peggy.
—Gio, explícales a estas envidiosas por qué no estoy en el lugar de Farrah.
—¿Envidia de qué podría tenerte yo a ti, odiosa? —niega Peggy.
Viejas ridículas.
Gio está encantado de que la atención se dirija a él ahora. Yo me estoy rascando la cabeza, con suerte encuentro alguna pulga o piojo.
—Gavrel —anuncia Gio con actitud cómplice—, se tiene que casar sí o sí con Farrah.
—¿La embarazó? —pregunta Alenka.
Gio no suelta la sopa rápido. La dientona a la que llaman Peggy casi se desmaya y a Nila ya se le cayó la quijada, pero Gio adora el dramatismo.
—Claro que no, tontinas —escupe al fin—, su boda está arreglada —Todas están expectantes a lo que él dice—. El tío de Farrah, el rey de Beavan, prometió oro y plata a Bitania si Eleanor obliga a Gavrel a tomar como esposa a su sobrina favorita.
—Ahí lo tienen —Rimona muestra una sonrisa triunfal—. Gavrel no eligió por amor a esa garza desnutrida, ella lo compró. Lo compró.
Busco con la mirada al príncipe Gavrel entre la gente que está reunida en el Velo, él está solo detrás de una torre de copas vacías, prácticamente escondiéndose de sus propios invitados. ¡Qué pedante! Merece ser vendido al mejor postor. Sasha, por el contrario, está intentando llamar la atención.
Gio tiene razón sobre lo diferentes que son ambos herederos.
—¿Cuál es el objetivo de esto, Gio? —pregunto cuando Rimona y las demás tontinas se van. También aprovecho para insinuarle a Gio que ya me quiero ir—. Todos ya se conocen.
—Nunca debes perder la oportunidad de socializar, querida. La mayoría de los que estamos aquí dependemos de otros. Así que entre más manos estrechemos mejor estaremos.
—En mi lado de Bitania está mejor el que más trabaja.
Gio hace una mueca. —Ahí vamos de nuevo. "Nosotros en el Callado Bla bla bla". ¿No te aburres? Si prometes acostumbrarte a usar esos vestidos puedo casarte bien con algún soldado.
Advierto que el ofrecimiento de Gio es un reto para él mismo. Puedo verlo en sus ojos color ámbar.
—Creo ser lo suficientemente capaz de conseguirme yo misma un marido.
—Permíteme reírme —Y sí se ríe—. Baron de Jacco te comía con los ojos hace un rato y te apuesto a que ni siquiera te diste cuenta.
¿Qué? —¿El hijo de Mina?
Tiene que ser una broma.
—Estaba petrificado del miedo, pero no soy idiota. Le iban a explotar los pantalones y tú ni siquiera levantaste la vista del suelo.
—Como buena sirvienta —me burlo de mi misma.
—No seas ridícula. Si quieres coquetear con algún soldado por mí no hay problema. Te tengo aquí para sacarte provecho.
—No soy una...
—Otra vez con lo mismo —Gio zapatea—. No tienes que acostarte con nadie, sólo sonríe y ayúdame a lucirme.
La reina hace traer a un mago y a un acordeonista para animar más la fiesta. Gio ha bebido por lo menos cinco copas de vino que parece sangre, pero no es sangre, pero yo no puedo coger nada para mí por ser sirvienta.
También me tiene harta este vestido, me pica y me da calor, pero me tengo que aguantar.
—¡Isobel! —Gio corre hacia la familia real. Ah, no. Yo intento dar dos pasos hacia atrás, pero él me apremia. No me agradan los Abularach. Yo los odio, pero en dos zancadas estoy frente a dos de ellos—. Altezas —saluda Gio a Isobel y a Gavrel con una reverencia. Yo lo imito—. Les felicito por el espectáculo de hoy. Ustedes siempre se superan.
¡Asesinos!
—¿Tú cómo estás, Gio? ¿Las últimas revueltas no han afectado tu negocio? —pregunta la princesa Isobel, ya recuperada del incidente en el palco.
Gio se descose explicando lo bien que marcha el Burdel de las telas, pero Isobel es la única que realmente le está prestando atención, porque Gavrel, más bien, lo está ignorando, diplomáticamente claro; pero eso no es lo peor, pareciera que además le incomoda nuestra presencia. Tal vez es alérgico al campesinado y a lo que sea que Gio sea.
Y así, sin más... se va.
¡Es mutuo, idiota!, grito por dentro. Un momento. De pronto lo recuerdo. Palidezco. Él prestó especial interés a mi comportamiento en el auditorio de la Rota. ¡Puta vida la mía! No. No. No. Prácticamente me estoy haciendo pis del miedo. A lo mejor fue por un soldado. Ay no. ¡Sí serás idiota, Elena! Primero un soldado de alto rango me escucha criticar Reginam y ahora esto. Me quiero halar el cabello.
Cuando nos despedimos de Isobel estoy decida de llorarle a Gio que me deje ir. Con suerte no meto la pata otra vez. A este paso seré una Filia en el siguiente Reginam.
—Gio...
—¿Lo viste? Siempre es así de engreído. ¿Qué se cree? Bueno, en realidad es...
—¿Quién?
Ya sé.
—Gavrel, por supuesto. Luego por qué tiene la suegra que tiene. Esa vieja urraca. Aunque si lo piensas bien, se la marece.
—Seguro es de pocas palabras —lo defiendo. No porque me caiga bien, sino porque tal vez me escuche y me perdone la vida.
—Pero Isobel es diferente, ella es amable, elegante... —Pero no deja de ser una Abularach—. Todos la aman, aunque no tanto como a Sasha.
Yo bufo. —¿A él no lo vamos a saludar?
Gio ríe nervioso. —Dejémosle esa carta al destino, querida.
Saludamos a la mitad de la gente en la carpa antes de que Mina se nos una, y tal como lo predijo Baron, es necesaria la ayuda de un ejército para controlarla.
—Suficiente por hoy, galletita —intenta razonar con ella Gio, pero ella no permite que le arrebaten la copa de vino de sangre, que no es sangre, repito.
—¿Desde cuándo eres tan quisquilloso con mi bebida, zorro? ¿Quién habló contigo? Dime quién fue ¿Baron, Gavrel o el grano en el culo de Eleanor?
Me río de lo último.
—Eso no importa ahora.
—¡Por eso Sasha es mi consentido! —grita Mina, llamando la atención—. ¡Oyeron todos, Sasha es mi consentido!
—El mío también, Minina, pero ese no es el punto. Anda, dame esa copa.
—Jódete.
—¡MINA!
Gio acertó, lidiar con Mina en estado etílico es demasiado difícil. El espectáculo que está dando incluso ya atrajo la atención de la reina. Siento miedo. En la Rota todavía deben haber soldados y esclavos, quizá Eleanor ordene que lleven a su hermana a la jaula del Leopardo blanco.
Baron se da cuenta de que no podemos controlar a su madre y, rápidamente, se abre paso hacia nosotros.
—Mamá, acompáñame afuera —le suplica.
—¡No estoy lista para irme! —le abuchea Mina.
—Mamá...
—¡Mírenme todos, TODOS, que yo una vez fui Hermelinda Abularach, la joya del Rey Fabio, la doncella más bella del reino!
—Mama, ya...
—¡Fui la más hermosa!
—Madre, vámonos...
Siento pena por Baron.
—¡TE QUITÉ NOVIOS, ELEANOR, A TI Y A IMELDA!
¿Imelda?
Busco con la mirada a Eleanor. El rostro de la reina está enrojeciendo del enojo.
Ay no, Mina.
El príncipe Gavrel y la princesa Isobel también se unen al batallón que intenta persuadir a Mina. ¿Qué tanto miedo le tienen todos a Eleanor que quieren sacar a la duquesa lo antes posible de aquí? Mejor no averiguarlo.
Entre cuatro cargan a Mina para llevarla a un carruaje que la devuelva a la Gran Isla.
—¡AH! ¡SOY HERMELINDA ABULARACH, OYERON, LA JOYA DEL REY FABIO! WE WILL ROCK YOU...
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Gracias por unirse a los lectores de Reginam :)
¡Y GRACIAS por votar y comentar!
Instagram: TatianaMAlonzo
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