55. Sentenciada a muerte

Aún llueve. Entrecierro los ojos para poder ver mejor mi camino. Regalo corre rápido, por lo que no tardo en dejar atrás la casa del médico.

Pensé que encontraría soldados custodiando la plaza de la reina, pero no. Al parecer todos están de guardia dentro el castillo gris, quizá a petición de Sasha, porque nadie querrá perderse la fiesta.

¡Parásitos!

Termino de cruzar la plaza, y aunque cerca de la entrada al castillo sí hay soldados, ninguno intenta detenerme ¿Para qué? Quizá sea la sirvienta de algún noble y traigo algún mandado. Me subestiman. 

Llego sin dificultada hasta los peldaños al pie de la entrada principal de el castillo, sin embargo, cuando trato de subir tres soldados se interponena en mi camino y me obligan a detener a Regalo.

—No tan rápido, preciosa —resopla uno de ellos, mirando con curiosidad a Regalo—, la servidumbre entra por la puerta trasera. Además, el caballo se queda afuera 

—Vengo a la fiesta —digo, viéndoles por encima del hombro con actitud amenazante.

Ellos ríen, pues está claro que no parezco alguien que esté invitado.

—Lo siento, condesa —se burlan—, pero no podemos dejarle pasar si no muestra una invitación.

Con una mano sostengo el cuerpo de mi hermano, mientras con la otra les muestro mi dedo medio. —Aquí la tienen.

Los soldados están a punto de obligarme a dar marcha atrás, sin embargo, otro, que al parecer es de más alto rango, se aproxima. 

—Yo la conozco —dice, emergiendo de la oscuridad. Es Honorato, el amigo de Gavrel—. Se llama Elena, es... amiga del príncipe Gavrel —me defiende, de forma que me parece ridícula ¿Amiga? 

Sus compañeros aún me miran con desconfianza. —¿Quién es el niño que acuna en su pecho? —pregunta uno.

—Mi hermano.

Que no pregunten por él ahora, Madre.

—Déjenla entrar —ordena Honorato—. No quiero tener que disculparme con Gavrel o la princesa Isobel por hacerle un desplante a esta señorita.

Los soldados se hacen a un lado, dejándome avanzar. 

—Señorita, entrégueme su caballo. —me pide educadamente Honorato.

Lo siento, Honorato.

Apremio a Regalo y termino de subir los peldaños que componen la entrada principal del castillo gris.

—¡¿Está loca?! —maldice uno de los soldados.

—¡No! ¡Elena, detente! —escucho gritar a la vez a Honorato—. ¡Alto! ¡No puedes entrar al castillo de esa manera!

—¡Deténganla! —escucho que ordena alguien más.

Debo apresurarme a llegar al Salón de banquetes antes de que obstaculicen mi camino.Te haré pagar por esto, Eleanor, juro, sosteniendo con fuerza el cuerpo inerte de mi hermanito.

La piel de Thiago está fría, pero no porque ya le haya bajado la fiebre. Madre, ¿por qué? Pero no voy a llorar otra vez. No, no, no. Tengo que ser fuerte para enfrentar lo que viene.

Una sirvienta deja caer una botella de champagne cuando me ve. Otra corre a pedir ayuda a los soldados. No es para menos, estoy correteando por el vestíbulo del castillo gris en un caballo.

Sujeto con una mano las riendas y guío a Regalo hacia la izquierda, hacia donde dijo Marta que está ubicado el Salón de banquetes. Empiezo a toparme con algunos invitados... estos me ven sin saber qué pensar. ¿Soy parte del espectáculo acaso? Quizá. 

Al final de un corredor veo una puerta de madera con manivelas de oro... y está abierta. Entro. 

El Salón de banquetes está repleto de nobles, todos bailan, beben y comen sin culpa las viandas dispuestas en bastedad sobre innumerables mesas. Los murmullos ahogan un poco la música. Una mujer se horroriza cuando me ve y quiere gritar, sin embargo de su boca no sale nada. Simplemente no tiene palabras.

¿Eso es parte del espectáculo? —escucho que pregunta una doncella.

Alguien debe tener una explicación. Uno por uno los cortesanos demandan saber quién soy y se empiezan a mostrar escandalizados. Obligo a Regalo a girar en redondo para encararlos a todos y, de esta manera, asustarles más.

Busco entre la multitud. ¿Dónde estás, Eleanor? Junto a una mesa de viandas está Sasha y Gio está entre el grupo de amigos que le rodea, lo reconozco a pesar de estar enmascarado. Pero ningún otro miembro de la familia real está cerca.

¿Dónde estás, Eleanor?

Mi cuerpo tiembla a causa del frio, pero el de Thiago no. El de Thiago no va a volver a temblar.

¿DÓNDE ESTÁS, ELEANOR?

Escurro agua de lluvia y en mis ojos hay lágrimas secándose. Me veo sucia y cansada.

¿DÓNDE ESTÁS, ELEANOR?

Regalo relincha intentando volver atrás, debe sentirse atemorizado por ver a tanta gente. 

Al escuchar el relincho de mi caballo, más miradas y manos me señalan. A los nobles no les es difícil distinguir que no soy una de ellos, yo no pertenezco a este lugar. ¿Qué aquí montada sobre un caballo y vistiendo fachas? Mi cabello, desarreglado y húmedo, cae sobre los costados de mi cara. Mis zapatos, rotos y sucios de lodo, además están húmedos. Y Thiago, quizá piensen que es mi hijo. Qué más da. Les quiero decir que sí, que de hecho yo no pertenezco a este lugar... y que por lo mismo decidí venir.

Bajo torpe de mi caballo, procurando no lastimar a Thiago. Como si un rasguño más le afectara...

A continuación, camino hasta una de las mesas repletas con comida, sosteniendo en brazos a mi hermano muerto... y la empujo con una patada. Una vajilla completa cae sobre el piso alfombrado, rompiéndose para horror de todos. El estruendo hace callar a los músicos. Ahora hay silencio total.

Todos me están mirando. 

—¿Quién fue el imprudente? —pregunta una voz cantarina. Eleanor.

Pensará que algún ebrio tiró algo sin querer... Camino hasta otra mesa y también la empujo con una patada.

Estoy fuera de mí.

Soldados de la Guardia, comandados por Honorato, entran a toda prisa al Salón, buscándome; pero la multitud que me rodea obstaculiza su vista y su camino.

Vengo a buscarte a ti, Eleanor

Vuelvo sobre mis pies y, bajo miradas de incredulidad, hago mi camino hacia el fondo del salón. ¿Dónde estás, Eleanor? Los invitados se apartan para darme paso, entre todos arman un pasillo que me dirige hacia la reina. 

Eleanor, Jorge y Gavrel están de pie frente a la mesa principal. De los tres, sólo Gavrel me ha reconocido, pero asumo que está intentando entender qué pasa. 

Eleanor inclina su cabeza hacia un lado intentando deducir quién soy. ¿No me recuerdas? Soy la sirvienta que tenías prisionera en la biblioteca... Aunque creo que esta noche está poniéndome atención por primera vez. Aún así, no reconocer al dedo quién soy la enoja, e intenta decir algo, pero yo me adelanto:

—¡EXIJO JUSTICIA! —grito, mostrando a todos el cuerpo sin vida de mi hermano. Mi voz se escucha cansada.

—¿Quién es ella? —escucho a alguien murmurar—. ¿Quién es el niño que trae con ella? ¿Está dormido?

No, no está dormido.

Gavrel palidece. ¿Ya terminaste de asimilar lo que ves?

Eleanor recupera su mal genio y ruge. —¡Cómo te atreves a dirigirte a mí de esa manera y sin antes mostrar respeto o pedir autorización para hablar!

Altiva, camino hacia ella intentando conservar el temple que, a pesar de cargar a mi hermano muerto, me permito mostrar. 

—Honor a quien honor merece, Eleanor —digo—. Bajaré la cabeza cuando esté frente a la Madre o frente a mi padre.

La indignación de la multitud es palpable. Estoy retando a la reina, a quien mi actitud no pilla desprevenida. Le creo cuando dice que reconoce a un traidor en cuanto le ve.

—¿Qué les advertí sobre meter ideas revolucionarias en la cabeza de la servidumbre? —ríe, dirigiéndose a todos y todos ríen con ella.

Que estos gansos estén riendo mientras mi hermano yace muerto en mis brazos me encoleriza más.

—¡Se hinchan la barriga con comida —escupo—, y con glotonería sacian su sed cuando en el Callado hay gente muriendo de hambre!

—Criada mal agradecida —critica una anciana, mientras Eleanor no se digna a verme.

—¡Los maldigo por tirar las sobras a los cerdos cuando allá afuera hay niños que se van a la cama sin cenar! —grito, mostrándoles el rostro pálido de Thiago.

Silencio. Todos miran a Thiago. Algunos con asco, otros con pena y otros como si no me creyeran. Todos lo miran, excepto Eleanor. Ella está acuchillándome a mí con sus ojos gélidos. 

—Madre... —escucho decir a Gavrel. ¿Intentará abogar por mí? Sin embargo, Eleanor le ordena callar. Es sólo otro cobarde que no puede enfrentar a su madre.

Cinco soldados me rodean, pero Eleanor les ordena no interferir... todavía.

—¡Una campesina mugrienta maldiciéndome en mi propio castillo! —chilla, indignada.

—¡Nos has dado caridad a cambio de trabajo forzado! —le recuerdo—. ¡Llos campesinos no trabajamos para nosotros, trabajamos para ti, porque todo cuanto nos ha dado, te lo has cobrado caro!

—¿Les permitido trabajarmi tierra y aún así, cual malagradecida, te atreves a desafiarme?

—¿Qué tierra?—me río, sin humor—. Porque y quienes te heredarán, se enorgullecen de poseer una tierra que, en primer lugar, nos robaron. 

El hormiguero se alborota más. No pueden creer que me atreva a decir la verdad, una verdad que he escuchado repetir una y otra vez a papá y a Garay.

—No olvides frente a quién estás, campesina —me recuerda amenazante la reina.

—No, no lo olvido. Mucho gusto, Eleanor —Levanto mi barbilla—, mi nombre es Elena. 

¡CÓMO TE ATREVES! —ladra un cortesano.

—¡A la Rota! —empieza a gritar la multitud.

—¡Has sido cruel e injusta con nosotros, Eleanor —continuo, ignorando el griterío que empieza a exigir mi cabeza—, además de deshonesta e inescrupulosa! ¡Nos estamos muriendo... y tú, la reina, estás de fiesta! ¡MI HERMANO! —grito, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡MI HERMANO ESTÁ MUERTO!

Con mucho cuidado coloco el cuerpo de Thiago sobre el alfombrado. Miro de reojo que Isobel trepita y Gavrel niega con la cabeza, no pueden creerlo, sin embargo Eleanor ni siquiera se digna a ver a mi hermanito. Ella bebe un poco de champagne de la copa que sostiene en su mano y, a continuación, se dirige a la multitud:

—¡Tienen hijos a docena! —relincha—. ¡Saben que no les pueden alimentar bien y aún así follan como cerdas! ¡Ellas —me señala— pasan la mitad de su vida embarazadas! ¡ Y ahora vienen aquí, a decirmea mí, que yo soy responsable de su mentecata idiosincrasia! —La multitud ríe. Eleanor ahora me mira a mí—. ¡Ya dejen de procrear como animales! ¡Dejen de multiplicarse como ratas, para después no venir a acusarme a mí de ser responsable de su ignorancia!

Escucho aplausos. Tus invitados te están aplaudiendo, Eleanor.

—¿Ratas? —Estoy temblando del enojo, pero espero a que la multitud calle—. Sí, Majestad, somos una bastedad de plebeyos, todos analfabetos, pobres, enfermos y hambrientos. ¡NO TENEMOS NADA! ¡Hemos de vivir de esperanza! ¡Hemos de vivir en la ignorancia! ¡Pero porque ustedes nos ciegan! ¡Ustedes nos hacen a un lado! ¡Porque les es más fácil manipularnos si, en las escuelas, en vez de enseñarnos a hablar con fineza, nos enseñan a arrastrarnos como gusanos! ¡Pero en algo tiene usted razón también, Majestad! ¡SOMOS MÁS! —grito, mirando amenazante a los que puedo—. ¡SOMOS MÁS! ¡SOMOSMÁS QUE TODOS USTEDES JUNTOS! —me vuelvo únicamente a la reina ahora—. De hecho, Eleanor, por cada uno de ustedes hay por lo menos un centenar de nosotros. Así que, a la postra, no te conviene que las ratas, como tú las llamas, sepan que a pesar de ser incultas, sucias y estar enfermas, si se unen, te pueden hacer guerra.

La manada de nuevo enloquece. Acabo de decir la palabra: Guerra.

—¿ME ESTÁS AMENAZANDO? —ruge Eleanor, aguijonéandome con su mirada y con sus palabras.

—¡TRAIDORA! —empiezan a gritar todos.

—¡DISCÚLPENSE POR LA MUERTE DE MI HERMANO! —les digo de vuelta, mirando en redondo hacia todos lados.

Una por una, las personas que me rodean empiezan a aplaudir y zapatear We will rock you

Y aunque estoy temblando, sigo gritando:

—¡DISCÚLPENSE POR ENSUCIAR NUESTRO POZO DE AGUA! 

—Ah, ¿de eso también soy culpable ahora? —rezonga Eleanor, encantada de escuchar que sus súbditos piden enviarme a la Rota. 

—¡La H lo dijo —le grito—, los retretes de las casas que el Burgo está construyendo alrededor del pozo de los sectores veinte, veintiuno y veintidós de el Callado, están contaminando! ¡HAY UNA EPIDEMIA ALLÁ AFUERA! ¡MATASTE A MI HERMANO, PERRA!

—La H —bufa Eleanor, despectivamente—. Ahora resulta que tengo que dar importancia a lo que dice la gata que aviva la rebeldía de las ratas.

La multitud en el Salón de banquetes aplaude y zapatea más fuerte We will rock you. Eleanor, a la vez, me señala con uno de sus huesudos dedos. 

—Ya escuché suficiente. Tú y tu gente no son más que una plaga de desagradecidos vueltos a convertirse en traidores en cualquier momento.

—¡Y hay que proteger a la reina de los traidores! —grita un hombre.

—¿Y quién protege a los traidores de la reina? —le respondo yo

—¡TRAIDORA! —siguen señalándome.

No hace falta que Eleanor diga más, cada noble presente me señala ahora. Llegó la hora. Pise todos los caminos que conducen a la Rota.

Eleanor Abularach finalmente da dos pasos al frente y, viendo de mí a los soldados, sentencia:

—Lleven a esta campesina a las mazmorras y prepárenla para el siguiente Reginam.

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¿Algo qué decir? Suéltenlo ahora... Yo estoy temblando. Si logré transmitirles, aunque sea un poco, de lo que sentí al escribir esto, he logrado mi objetivo.

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